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Crónicas Zombi: Preludios

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Crónicas Zombi
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Mensaje  Crónicas Zombi Mar Nov 13, 2012 4:04 pm

Os pongo en antecedentes. He creado una novela, que ya está buscando editorial, llamada "Crónicas Zombi: el lamento de los vivos". Para complementar el universo de "Crónicas Zombi" he abierto un blog donde voy subiendo relatos cortos que forman una especie de preludio del libro y que quiero compartir con todo interesado en el género.
Para saber más y ver otro material que estoy subiendo podeis entrar en mi blog: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

En fin, no os doy más la brasa con autopromoción y os subo el primer prólogo Rolling Eyes:




CRÓNICAS ZOMBI: PRELUDIO 23/12/2012

23 de Diciembre de 2012, 3 días después del primer brote, 23 días antes del Colapso Total

DR. STEWARD STEVENSON


Me sequé el sudor de la frente mientras el equipo iba siendo descargado del avión. Con casi treinta grados de temperatura en el aeropuerto de Malanje, capital de la provincia también llamada Malanje, en el centro de Angola, nadie hubiera dicho que aquella mañana me encontrara en mi casa de Londres con cero grados en el termómetro.
-¡Cuidado con eso! Es material delicado. –Le advirtió la doctora Willem al muchacho que descargaba el equipo que la Organización Mundial de la Salud había puesto a nuestra disposición para trabajar en la Zona Cero de aquél extraño brote epidémico.
Dos personas se acercaban por la pista, una de ellas una mujer joven, alta, de piel caoba y cabello rizado que llamó mi atención enseguida. El hombre que la acompañaba peinaba canas y, aunque su piel era blanca, esta lucía un aspecto muy bronceado; por su uniforme deduje que debía ser el general Chipenda, el hombre que tenía que recogernos.
-Doctor Stevenson, permítame darle la bienvenida a Malanje. –Se adelantó la mujer tendiéndome la mano.- Mi nombre es Daniela y seré su traductora durante su estancia.
-¡Oh! Mucho gusto. –Le dije dándole un apretón de manos; pese a que parecía una mujer frágil, su agarrón fue bastante fuerte.- Me alegra tenerla en nuestro equipo, mi portugués está un poco oxidado.
-Le presento al general Joaquín Chipenda. –El general se adelantó un paso y me tendió también la mano; sonreía, aunque no sabía por qué, ya que si los informes que había leído durante el camino eran ciertos, la situación no era ni mucho menos de risa.- En cuanto hayan descargado su equipaje les conducirá a la base militar, está a una hora en jeep solamente, llegaremos después del mediodía.
-¿Una hora en jeep? –Pregunté extrañado tras saludar también al general.- Según tenía entendido la zona cero se encontraba cerca de la frontera con el Congo.
Daniela le tradujo a Chipenda la pregunta, y éste respondió con un montón de palabras en portugués que no fui capaz de entender… por suerte tenía traductora.
-El general dice que la zona cero ha sido acordonada por el ejército, doctor. –Me tradujo la mujer.- La base está instalada en un lugar seguro, lejos de los puntos de infección. Una vez se instalen allí podrán visitar el lugar con escolta militar.
Me sorprendió un poco que tomaran tantas precauciones, si bien mi informe ya reflejaba que habían hecho todo lo posible por evitar que la infección se extendiese, con un éxito moderado, quizá que los militares tuvieran la zona acordonada y las visitas necesitaran escolta era excesivo.
-Muy bien. –Respondí dando mi conformidad.- ¿Tienen lo que les pedí?
-Los historiales clínicos se encuentran en el jeep. –Contestó Daniela tras las correspondientes traducciones; un grupo de soldados llegó corriendo hasta nosotros y comenzó a cargar todo el material que traíamos desde Luanda.- Los hombres del general se encargarán de llevar sus cosas, si hacen el favor de acompañarnos, emprenderemos el camino enseguida.
-¡Cuidado con eso! –Repitió la doctora Willem cuando el grupo de soldados empezó a cargar todo el material médico que habíamos traído desde Londres.
Una hora más tarde estábamos tan solo a unos minutos de llegar a la base militar. En el mismo jeep que yo viajaban la doctora Willem, Daniela, el general Chipenda y dos soldados, uno de los cuales era quien conducía. Mientras observaba los historiales médicos de los últimos infectados que les había pedido que recopilaran, no pude evitar fijarme en los fusiles de asalto que portaban ambos soldados. Más que al epicentro de una infección parecía que nos dirigieran a un campo de batalla.
-¿Qué opina, doctora? –Le pregunté a mi compañera tras examinar como veinte casos.
-No sabría decirle, desde luego encaja con una fiebre hemorrágica viral. Dengue, o quizá incluso Ébola, dado su índice de mortalidad. –Echó un vistazo superficial por las hojas donde los casos estaban recogidos.- De hecho, creo que no he leído un solo caso de alguien que se haya recuperado.
No los había, lo había comprobado durante el vuelo… fuera lo que fuera aquello, no dejaba supervivientes.
-La rabia también encaja bastante bien. –Admitió la doctora.- Pero es demasiado rápida, los infectados pasaron a la fase de coma antes del tercer día en todos los casos… y la fase neurológica parece suceder al despertar del coma, en lugar de hacerlo antes.
-Por no hablar de que la rabia no produce estos brotes. –Añadí yo.- Sin embargo los ataques reportados de infectados a gente sana encajan con los efectos de la rabia.
-Cuando haga las autopsias podré saber más. –Declaró la doctora limpiándose las gafas con un pañuelo.
La llegada a la base militar no fue tal y como me la esperaba, ni mucho menos. Nada más aproximarnos lo primero en que me fijé fue en la valla metálica que habían levantado alrededor de todo el perímetro, como si así fueran a mantener el virus, o lo que fuera, lejos de allí. Pero inmediatamente mi atención se distrajo cuando comencé a ver soldados corriendo de un lado a otro del recinto, alterados por algo.
El general Chipenda parecía tan confundido como yo cuando se dio cuenta del alboroto que se había organizado en su base. La doctora Willem dio un bote en su asiento y me agarró de la muñeca cuando se escuchó un disparo a lo lejos.
-¿Qué está pasando ahí? –Le pregunté al general, pero ni él ni Daniela me estaban prestando atención.
En cuanto dos soldados nos abrieron la valla para permitirnos el paso y nos encontramos dentro, Chipenda casi saltó en marcha del vehículo, seguido de los dos soldados que nos acompañaban y comenzó a dar gritos en portugués a todo con el que se encontraba. Al mismo tiempo comenzó un tiroteo que se escuchó tan cercano que tuve que agacharme en el asiento por miedo a que pudiera alcanzarme una bala perdida.
-¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? –Preguntó nerviosa la doctora a mi lado.
Daniela, la única que quedaba con nosotros, parecía tan asustada como ella, y no respondió la pregunta.
Conforme el general se iba moviendo de un lado para otro, dando gritos y órdenes a diestro y siniestro, la situación se fue relajando. Tras varios minutos encerrados en el coche, el tiroteo se detuvo y él propio Chipenda volvió para recogernos.
-El general quiere disculparse por el altercado. –Nos tradujo Daniela, algo más relajada mientras los soldados nos escoltaban al interior de una de las tiendas de campaña del campamento.- Al parecer ha habido problemas con un grupo de infectados que se han acercado hasta aquí.
-¿Cómo? –Pregunté algo confundido.
¿Infectados acercándose? ¿Qué quería decir eso? ¿Tenían enfermos dando vueltas por ahí en lugar de estar recibiendo atención médica? Aun algo alterado por los disparos no me atreví a preguntar por aquello, pero la doctora Willem sí que tuvo el coraje para hacerlo.
-¿Les estaban disparando a los infectados? ¡Eso es una salvajada, general! –Exclamó indignada.
Daniela no tardó en traducírselo, pero el corpulento militar tan solo hizo una mueca de desprecio con la boca y siguió caminando delante de nosotros, sin girarse siquiera a dirigirnos la mirada.
-No me gusta nada esto, doctor. –Me susurró la doctora mientras seguíamos a la escolta militar, que nos acabó introduciendo dentro del pabellón médico.- ¡Están disparando contra gente enferma! ¡Están…! ¡Oh!
Interrumpió sus protestas cuando vio que el interior de aquél pabellón que, lejos de ser el puesto médico avanzado que esperaba, parecía más un hospital de campaña en mitad de una batalla. Al menos veinte personas se amontonaban allí dentro, atendidas tan solo por cuatro médicos, y todas lucían algún tipo de herida, desde profundos cortes que todavía sangraban hasta algo parecido a mordiscos.
El general comenzó a hablar en portugués de nuevo con uno de los oficiales médicos, y mientras lo hacía no pude evitar fijarme en los rostros de aquellas personas heridas; el miedo en sus caras casi daba validez a mi teoría de que venían de una guerra.
-¿Qué ocurre? ¿Quién es toda esta gente? –Le pregunté a Daniela, que parecía tan consternada como la doctora y como yo.
-Dicen… dicen que son todo lo que queda del poblado donde se detectó el primer caso. –Respondió con la voz tomada.- Dicen que tuvieron que huir de allí cuando los infectados comenzaron a atacarles, y que ha habido muchos asesinatos, e incluso casos de canibalismo.
-Madre de Dios… -Susurró la doctora Willem a mi lado.
El comportamiento agresivo de los infectados era un tema más preocupante de lo que creía, visto lo visto. Había leído que los pacientes atacaban a sus médicos o personal sanitario que les rodeara, como era esperable dentro de un brote psicótico… pero herir y matar hasta el punto de que los sanos tuvieran que abandonar el poblado era otra cosa.
Tras discutir un rato más con el oficial médico, el general se giró hacia nosotros y nos escupió unas cuantas palabras en portugués.
-El general dice que pueden instalarse en este mismo pabellón, y les desea suerte a la hora de averiguar qué enfermedad está causando todo esto. –Nos tradujo Daniela.
Apenas hubo terminado la frase, el general Chipenda salió al trote del pabellón, seguido por casi todos los soldados que nos habían escoltado.
-Espere… ¿a dónde va? –Le pregunté a nuestra traductora.
-Creo que ha dicho algo de ir con un grupo a averiguar qué ha ocurrido en el poblado. –Respondió.
-¿Va a ir al poblado? ¡Corra! ¡Dígale que espere! Yo les acompañaré, si van a ir a la zona cero quiero estar presente. –Exclamé casi sin pensarlo… había ido hasta allí a hacer mi trabajo, y para ello era necesario inspeccionar aquél lugar.
-¿Qué? ¿Se ha vuelto loco? –Chilló la doctora Willem agarrándome del brazo antes de que pudiera salir corriendo detrás del general.- ¿Es que no ha visto lo que ha ocurrido aquí? ¡Ese lugar puede ser peligroso! Además, esta gente necesita ayuda.
-No hemos venido hasta aquí para curar heridas, sino para averiguar qué enfermedad está provocando todo esto, doctora, tengo que ir allí. –Repliqué con convicción.
Lo cierto era que los infectados me asustaban un poco, más si eran tan violentos como parecía y estaban fuera de control; pero supuse que con escolta militar no habría ningún peligro de sufrir un ataque. No podía esperar a que los militares fueran delante y los contuvieran, cuanto antes inspeccionara las posibles fuentes de la enfermedad, antes encontraría una solución y menos vidas humanas se perderían.
-Entonces iré con usted. Somos un equipo. –Propuso la doctora.
-No, usted quédese aquí y realice las autopsias que necesitamos. –Yo era el epidemiólogo, yo tenía que visitar aquél lugar, ella tan solo era patóloga, no necesitaba estar al pie del cañón.- Encárguese de que instalen el equipo y de que atiendan a toda esta gente… si han sido atacados por infectados podrían haber sido infectados también.
-Está bien, como usted diga… pero esto sigue sin gustarme nada. –Replicó.- La situación no es ni mucho menos la que me esperaba.
-Yo tampoco. –Murmuré, aunque dudo que llegara a escucharme, mientras salía corriendo detrás del general para unirme al grupo que iba a visitar la zona cero.

Casi dos horas después, y en contra de lo que me aconsejaba el instinto, me encontraba de nuevo dentro de un jeep, rodeado de militares cubiertos con mascarillas y armados con fusiles de asalto, y de otros dos jeeps también llenos de soldados, en dirección al poblado tomado por los infectados. La doctora Willem se había quedado con Daniela en la base, a punto de comenzar con las autopsias, tal y como le había dicho, y en el vehículo llevábamos una radio para estar comunicados, por si alguno de los dos descubría algo importante para el otro.
-¿Queda muy lejos? –Le pregunté al general, que viajaba a mi lado, antes de acordarme de que él no hablaba inglés.
La respuesta tampoco fue necesaria, el poblado fue apareciendo paulatinamente delante de mis ojos conforme nos fuimos acercando a él por el camino de tierra sobre el que transitábamos. Desde lejos ya se podían distinguir las improvisadas cabañas de barro que formaban aquél asentamiento que estaba dando tanto que hablar.
Lo primero que llamó mi atención fue la silueta de un hombre que se tambaleaba en el borde de la carretera, como aturdido. Supuse que se trataba de un infectado en la fase post-comatosa cuando, sin ninguna precaución, se metió en mitad del camino y estuvo a punto de ser atropellado por el primer jeep del convoy. En cuanto éste se detuvo, obligándonos a detenernos a los demás también, el hombre se abalanzó contra el vehículo y comenzó a golpearlo con los puños, mientras gruñía como un animal rabioso.
-Dios santo… -murmuré cuando varios soldados se bajaron del jeep, armas en mano.- ¡Esperad, no! ¡No disparéis!
Yo también bajé del vehículo y corrí hacia ellos. El infectado intentó atacar a uno de los soldados, que lo detuvo interponiendo su fusil y logró derribarlo, dejándolo tumbado en el suelo. Ya estaba apuntándole con el arma cuando llegué a su altura.
-¡No! –Exclamé agarrando el arma y evitando que disparara.
Me arrodillé al lado de aquél hombre mientras sacaba de mi bolsa el equipo médico. Lo primero que hice fue ponerme una mascarilla, para evitar posibles contagios, pero en ese breve intervalo de tiempo el infectado tuvo tiempo de revolverse en el suelo e intentar morderme. Tuve que retroceder y acabé cayéndome de culo.
Ya creía que se me iba a echar encima cuando el general, que había venido corriendo tras de mí, dio un par de gritos e, inmediatamente, tres soldados se lanzaron a inmovilizar al infectado. Uno le sujetó las piernas mientras que otro lo hizo por los brazos; el tercero le agarró la cabeza, que todavía se debatía intentando morder a todo lo que le pasara por delante. Ese comportamiento tan agresivo era realmente sorprendente, sobre todo viniendo de alguien que, si todos los casos estudiados eran ciertos, acababa de salir de un coma tan profundo que, en ocasiones, había sido confundido con la muerte.
-Sujetadlo bien. –Les dije a los soldados, aunque no me entendieran, mientras me colocaba unos guantes de látex y volvía a arrodillarme al lado del hombre para examinarle más a fondo.
En lo primero que me fijé fue en una profunda herida medio coagulada que el enfermo tenía en el brazo derecho. La herida se había infectado, e incluso parecía estar gangrenándose, lo que sin duda suponía que tendríamos que amputarle todo el brazo, si es que no era ya demasiado tarde… no entendía por qué nadie se había molestado en curar esa herida en condiciones.
-Está confuso y alterado. –Iba diciendo en voz alta, aunque nadie pudiera entenderme.- Debe encontrarse en mitad de un brote psicótico muy agresivo.
Saqué un termómetro digital de mi bolsa e intenté tomarle la temperatura pero, al verme sobre él, el brote debió empeorar, porque comenzó a gruñir y gemir como una bestia salvaje.
-Voy a tener que sedarlo, agarradlo bien. –Les dije inútilmente a los soldados.
El sedante no sirvió de nada, le metí diazepam como para dormir a un caballo, pero siguió revolviéndose como si le hubiera inyectado inocuo salino… lo cual era médicamente imposible. Como no tenía forma de investigar más a fondo esa resistencia al sedante, no me quedó otro remedio que indicar por gestos a los soldados que le sujetaban que lo hicieran con más fuerza para poder tomarle la temperatura.
Cuando vi la cifra que indicaba el termómetro no me lo podía creer, veintiséis grados, su cuerpo estaba prácticamente a temperatura ambiente.
-Es imposible. –Dije en voz alta completamente estupefacto.- Es como si estuviera…
Alguien dio un grito de alarma justo en ese momento. Desde el poblado se nos acercaba otro grupo de personas tambaleantes y aturdidas. Dos de los soldados que sujetaban al infectado lo soltaron y se pusieron en pie, con las armas en la mano; el tercero se limitó a dispararle en el pecho con la suya.
-¡No! –Grité al ver como la sangre de aquél pobre desgraciado salpicaba por todas partes… pero no tuve tiempo para lamentarme, inmediatamente el general Chipenda comenzó a dar órdenes y los soldados abrieron fuego contra el grupo de infectados que se nos acercaba.
No podía creer lo que estaba ocurriendo allí, delante de mis narices. El ejército estaba asesinado a sangre fría a un grupo de enfermos frente a un representante de la organización mundial de la salud. ¿Es que se habían vuelto locos?
Alguien me agarró de un brazo y me obligó a avanzar detrás de los militares, que fueron abriéndose paso hacia el interior del poblado, donde también había infectados se tambaleándose confundidos entre las cabañas.
-No seguro aquí. –Farfulló el general, que era quien me había agarrado, en un inglés bastante torpe.
Mientras iba siendo casi arrastrado hacia aquél lugar, no pude evitar dirigir la mirada hacia el lugar donde habían dejado el cuerpo del infectado al que había intentado tratar. Para mi sorpresa, estaba intentando incorporarse… de algún modo había sobrevivido a un tiro en el pecho a quemarropa hecho con un fusil de asalto. Era increíble.
No pude fijarme demasiado en el resto de infectados del poblado, el general y sus hombres tenían mucho interés en que nos moviéramos lo más rápido posible, aunque ignoraba cuál era su objetivo. De lo que sí que me di cuenta fue que los infectados parecían limitar sus tendencias agresivas hacia nosotros, ya que, aunque muchos iban en pequeños grupos, no les vi atacarse entre ellos en ningún momento.
Tras dar un par de vueltas entre cabañas logré visualizar el lugar donde los militares se dirigían, que no era otro que la pequeña comisaría de la policía, o de cómo se llamaran los organismos encargados de mantener el orden en ese pequeño asentamiento, que resultó ser el único edificio de piedra, con puertas de madera y ventanas de cristal de todo el poblado.
Por el camino, los soldados disparaban a los infectados que se interponían en nuestro camino sin ningún pudor, aunque me consoló pensar que al menos no disparaban a matar, ya que la mayoría volvía a levantarse tras caer abatidos por las balas.
En cuanto todo el grupo estuvo dentro de la comisaría cerraron las puertas para evitar que aquellos infectados entraran, pero un segundo más tarde empezó a escucharse el ruido de unas manos aporreando la puerta, seguido de los gemidos y gruñidos que emitían los enfermos y que se filtraban a través de las ventanas. Dos soldados apuntalaron la puerta para evitar que pudieran abrirla mientras yo me sentaba sobre una de las mesas de aquél lugar para recuperar el aliento e intentar calmar los nervios que se estaban apoderando de mí.
La situación era mucho peor de lo que creía cuando dije que era peor de lo que esperaba, aquellos enfermos estaban completamente fuera de sí, no parecían importarle las heridas que recibían, que les atacaras o que les ayudaras, y parecían incapaces de articular palabra. Sin duda eran unos síntomas terribles que no encajaban con ninguna enfermedad que hubiera visto antes; estaba casi seguro de que me iba a encontrar con un nuevo brote de Ébola, cómo les había dicho a mis superiores antes de viajar hacia Angola, pero aquello sencillamente no tenía nombre.
-Doctor. –Me llamó el general, que se asomaba a través de una de las cortinillas que cubría las ventanas de la parte trasera de la comisaría.
Me acerqué a él y, como su inglés se limitaba a algunas palabras sueltas, me señaló con el dedo hacia el exterior. La imagen que contemplé al asomarme me revolvió las tripas de tal manera que tuve que hacer un esfuerzo para contener las nauseas. Fuera, sobre el camino de tierra que separaba las cabañas, varios de esos infectados estaban devorando el cadáver de una mujer sobre el suelo. Con sus propias manos arrancaban pedazos de carne que luego devoraban cruda ávidamente… era un espectáculo tan desagradable como horripilante.
“Caníbales” pensé inmediatamente.
En los informes se hablaba de episodios de canibalismo, pero no les había dado mucha importancia, los brotes psicóticos llevan en ocasiones a comportamientos extremos. Sin embargo allí, delante de mis narices, cuatro infectados estaban devorando a otra persona como si eso fuera lo más normal del mundo.
-Tenemos… tenemos que salir de aquí. –Dije con voz chillona debido al repentino pánico que sentí.- Esta gente es peligrosa, ¿me entiende? ¡Tenemos que salir de aquí!
¡Que les dieran a los enfermos! ¡Que le dieran al origen de la infección y a la zona cero! Yo solo quería salir de allí cuanto antes, pues de repente sentía que mi vida estaba en peligro. Si un infectado me atrapaba podía acabar como la pobre mujer de fuera… ya había intentado morderme el primer hombre con el que nos encontramos al llegar al poblado.
El general no me entendió, pero sí que debió comprender la situación, porque se dirigió hacia sus hombres, que en total eran unos quince soldados, y comenzó a darles órdenes. Aguardé en silencio mientras él hablaba hasta que uno de los soldados se aproximó a mí.
-Yo hablar inglés un poquito. –Dijo torpemente.- General quiere saber qué ocurre enfermos.
Aunque su inglés fuera terrible, agradecí tener a alguien con quien más o menos pudiera comunicarme, si bien en esos momentos lamentaba haber dejado a Daniela con la doctora.
-No lo sé. –Le respondí negando con la cabeza.
No tuvo que traducir eso, el general captó el significado de mis palabras sin ninguna dificultad. Farfulló unas cuantas palabras que el soldado se dispuso a traducir.
-General dice que misión terminada. Muy peligrosos son infectados y poblado está perdido. Nosotros volvemos base.
Respiré aliviado al escuchar aquello, no tenía ningún interés en permanecer allí más tiempo, ya llegaría el momento de recoger muestras cuando toda esa gente estuviera controlada tras una intervención militar de mayor envergadura, y seguro que las autopsias de la doctora Willem nos decían mucho más sobre la infección que inspeccionar a uno de ellos mientras se encontraba en ese estado tan excitado. Por supuesto, intentar recoger muestras del entorno estaba descartado… moverse por ahí fuera con libertad era imposible.
Me recordé mentalmente que, lo primero que tenía que hacer al volver a la base, sería ordenar que pusieran en cuarentena vigilada a todos los infectados que habían llegado desde el poblado. Si terminaban acabando como los infectados del poblado, podían ser un problema tanto para nosotros como para ellos mismos.
La mesa de madera que bloqueaba la puerta saltó por los aires repentinamente debido a los golpes de los infectados al otro lado. Inmediatamente los militares agarraron sus armas y se pusieron en guardia. Dos de ellos se adelantaron para comenzar a empujar hacia el lado contrario y, tras un grito del general, otros cuatro se aproximaron para ejercer aún más presión…
Pero allí fuera eran más los que empujaban, y la puerta se abrió hacia dentro dando un chasquido, haciendo que los seis soldados cayeran al suelo y que los infectados lograran pasar. Chipenda dio una orden y sus hombres comenzaron a abrir fuego contra los recién llegados.
Me lancé debajo de otra de las mesas para protegerme de las balas en el mismo momento en que comenzó el ensordecedor tiroteo de quince hombres acribillando a todo enfermo que lograra entrar. El propio general desenfundó su pistola y comenzó a dispararles también… aquella situación era una locura.
Estaba tan asustado bajo la mesa que me daba igual que estuvieran matando a gente enferma, si de mi hubiera dependido y hubiera tenido ese poder, habría pedido que bombardearan ese pueblo cuanto antes… podía parecer algo extremo, pero era lo que sentía en ese momento debido al pánico; por suerte esas cosas no dependían de mi, siempre solía dejar que los nervios me pudieran, y eso no era un buen rasgo para alguien que deba tomar ese tipo de decisiones.
Por debajo de la mesa pude ver como los infectados que se habían aglomerado fuera fácilmente sumaban el medio centenar; nuestra llegada al poblado entre tiros no había pasado desapercibida para nadie y habían acudido en masa a recibirnos. Mi consternación fue mayor cuando vi que, entre ellos, había también niños, y que lucían unas terribles heridas, al igual que los adultos, cuya explicación solo podía ser que otro infectado les hubiera mordido.
Sin embargo, había algo raro en todo eso. Por mucho que fueran medio centenar, había quince hombres disparando contra ellos, debían haber caído todos fácilmente bajo el fuego de una quincena de fusiles de asalto… entonces, ¿por qué no había apenas cadáveres en el suelo? ¿Pudiera ser que, en ese estado alterado de consciencia, los infectados no fueran capaces de sentir el dolor de las balas?
Esas preguntas no tenían mucha importancia porque, cuando los soldados tuvieron que detener los disparos para recargar sus armas, varios infectados lograron atravesar el umbral de la puerta y entrar dentro de la comisaría. La marea de enfermos se abalanzó contra los hombres más adelantados y, tras tirarlos contra el suelo, se lanzaban sobre ellos para morderles. Sin previo aviso, el ruido de los disparos se había visto sustituido por el de los gritos de dolor.
En mi escondite bajo la mesa me encontraba fuera de la vista de aquellos enajenados, pero eso no hacía que tuviera menos miedo… yo no estaba hecho para esas cosas, yo era un científico, un médico, podía enfrentarme con valor al riesgo de contraer una infección mortal, pero no podía plantarle cara a un grupo de locos caníbales que habían comenzado a comerse vivos a los soldados que habían lograban derribar.
El general vociferó algunas órdenes, pero sus bramidos se transformaron en un agudo grito de dolor cuando un infectado se le lanzo encima. Pude ver con mis propios ojos cómo le arrancaba un trozo de carne del cuello y la sangre comenzaba a brotarle de la yugular con un potente chorro.
Estaba muerto, no había forma humana de cerrar una herida como esa con los medios de los que disponía ni aunque el miedo me hubiera dejado reaccionar. Desgraciadamente no era el único, todavía quedaban más de treinta infectados en pie, mientras que los efectivos militares se reducían ya a cuatro... no podía crees que solo hubieran sido capaces de acabar con menos de veinte atacantes, era una cifra ridícula teniendo en cuenta que tenían armas automáticas.
Mientras yo seguía escondido bajo la mesa, los cuatro soldados, acongojados por la pérdida de su superior, optaron por huir atravesando las ventanas de la comisaría.
-¡Eh! ¡Esperad! –Grité aterrado saliendo de mi escondite… no quería quedarse solo por nada del mundo, pero era tarde, los soldados se habían marchado y, aun peor, los infectados que no estaban comiéndose a ningún militar caído, se fijaron en mí.
“Joder, joder, joder…” iba pensando mientras corría hacia la ventana yo también.
Sin embargo acabé resbalando y cayendo al suelo cuando pisé, sin darme cuenta, la sangre que el general había derramado. Los gemidos de los infectados parecían estar murmurando mi nombre mientras se me aproximaban, mientras que el cuerpo del general yacía en el suelo, con el estómago abierto y dos caníbales devorándole las tripas. Por suerte me fijé a tiempo en que todavía sujetaba la pistola con la que había estado disparándoles en la mano.
Con un rápido movimiento la arranqué del agarre del frío cadáver, me puse en pie y me lancé contra la ventana para escapar de aquél horror. Caí sobre los cristales rotos que los soldados que me habían precedido habían dejado en el suelo al romper las ventanas, pero no creí haberme hecho ninguna herida de gravedad, aunque si varios cortes en las manos.
-¡Esperad! ¡Esperad! –Grité cuando localicé a los cuatro soldados subiendo a uno de los jeeps y arrancándolo.
O no me escucharon, o fingieron no hacerlo, porque ni se giraron a mirarme antes de poner el jeep en marcha y largarse de allí a toda pastilla.
Los tres infectados que estaban devorando el cadáver de la mujer se habían puesto en pie, seguramente atraídos por los soldados… pero en ese momento era yo el que estaba allí y hacia el que comenzaron a tambalearse. Uno de ellos había perdido por completo un brazo, como si se lo hubieran arrancado de cuajo, y el segundo había perdido buena parte de la piel de la cara… pero sin duda era el tercero el más llamativo, ya que tenía el abdomen reventado y las tripas le colgaban por el suelo.
“¿Cómo puede seguir vivo?” me pregunté completamente aterrado.
Intenté correr hacia uno de los otros jeeps que se habían quedado allí aparcados, pero una manada de enfermos apareció de repente cruzándose en mi camino, cortándome el paso.
-¡Mierda! –Grité en voz alta al verme rodeado por aquellos dementes.
No sabía cuántas balas quedaban en la pistola, pero tres eran menos que el grupo de por lo menos diez que había aparecido de repente, de modo que comencé a correr en dirección al trío de caníbales.
El de las tripas colgando quiso echárseme encima cuando pasé a su lado, pero le disparé en el pecho justo a tiempo y lo aparté de mi lado de un codazo. Los demás no llegaron a estar lo suficientemente cerca como para crearme problemas… el único problema que me había creado era que me encontraba en pleno centro de aquél poblado plagado de infectados, con todos ellos persiguiéndome.
Sin mucho tiempo para pensarlo mejor, doblé en una esquina y me metí por una callejuela entre cabañas, por donde solo había un infectado dando vueltas. Le disparé en el estómago antes de colarme por una de las ventanas de la choza más próxima y me escondí allí dentro, confiando en poder engañarles y que me perdieran el rastro.
Varios infectados atravesaron la calle, pero ninguno había visto dónde me había escondido, ni siquiera el que había recibido mi disparo, así que acabaron pasando de largo y perdiéndose en la distancia.
Respiré algo aliviado cuando el sonido de los gemidos y gruñidos se apagó, y por fin tuve un momento para meditar sobre mi situación. Me encontraba encerrado en una diminuta cabaña de adobe con una puerta hecha de cañas y ventanas que no eran más que un agujero, rodeado de infectados psicóticos y caníbales que ya habían matado o hecho huir a toda una unidad de militares, incluido el general Chipenda… y mi única arma era una pistola apenas sabía utilizar. Desde luego no era la más propicia de las situaciones, pero al menos seguía con vida para intentar salir de ella.
Decidí esperar allí hasta que llegara la noche, cuando la situación de los infectados se hubieran relajado y pudiera escabullirme ayudado por la oscuridad hasta uno de los jeeps. También había pensado en esperar a que los cuatro soldados supervivientes llegaran a la base y alguien decidiera enviar un pelotón mayor a poner orden en aquél poblado, pero no sabía cuánto podía tardar eso, y yo no tenía ni comida, ni agua, ni moral para quedarme allí esperando un rescate.
Acomodándome sobre una especie de cama de paja me quité los guantes de látex y los tiré al suelo, eché un vistazo a la pistola que le había cogido al cadáver del general, que todavía estaba manchada con algunas gotas de sangre del militar y, durante el resto del día, me limité a tomar fuerzas y esperar que cayera la noche en silencio, para no llamar la atención indeseada de nadie.

Fueron las horas más angustiosas de mi vida. Escondido en aquella cabaña sin otra cosa que hacer o con qué distraerme, no podía evitar que mis pensamientos giraran únicamente alrededor de la horrible experiencia que estaba viviendo. La enfermedad, fuera cual fuera, había transformado a los infectados en enajenados caníbales, sin ningún escrúpulo a la hora de atacar a los sanos y matarlos… en mis años de experiencia ni siquiera había oído hablar de algo parecido a lo que estaba ocurriendo. Estaba deseando volver para averiguar qué había descubierto la doctora Willem en las autopsias, aunque, siendo sincero, si deseaba volver era principalmente para estar lejos del poblado y de sus enfermos habitantes, no tenía ninguna intención de acabar como los militares que me habían acompañado hasta allí.
Cuando la noche fue lo bastante oscura, decidí que era el momento de salir de mi escondite. Con la pistola en una mano y mi bolsa de instrumental médico en la otra me puse en pié y me dirigí a la puerta de la cabaña. Di gracias porque ningún infectado me hubiera visto, porque esa puerta hecha con cañas no habría supuesto ninguna protección si decidía intentar atravesarla para cogerme.
Salí al exterior tras asegurarme de que no había ningún infectado cerca y, rápidamente, me deslicé en silencio entre las cabañas rumbo a los jeeps. Si no había pasado nada, debían seguir aparcados donde los dejamos unas horas antes, todavía quedaban dos de ellos, y yo solo necesitaba uno para salir de allí.
Al pasar por al lado de la comisaría me encontré con que los infectados que se habían dado un banquete con la unidad del general Chipenda continuaban en la zona, dando vueltas cabizbajos y embobados. Después de la violencia que habían demostrado al atacarnos parecían haber entrado en un estado casi letárgico, en el cuál se limitaban a tambalearse aturdidos de un lado a otro.
Como seguir ese camino era una locura, giré por otro lado y rodeé la comisaría para evitar a los infectados, pero acabé topándome cara a cara con otro de ellos al meterme entre dos cabañas. Aquél hombre enfermo, para mi sorpresa, llevaba puesto sobre la cabeza un casco, y cuando le vi la cara descubrí que era uno de los militares que me había acompañado.
Por su estado, era imposible que siguiera vivo. Había perdido medio brazo derecho y de la mano izquierda solo le quedaba un muñón ensangrentado con un par de dedos; le habían abierto en canal a mordiscos hasta tal punto de que caminaba con las tripas, o lo que quedaba de ellas, a la vista. La imagen era tan repulsiva que retrocedí unos pasos, completamente aterrorizado. El pobre hombre estiró las manos y gimió antes de tambalearse detrás de mí, pero fui lo bastante rápido para esquivar sus mutilados miembros y seguir mi camino.
No volví a caminar en silencio, intentando no llamar la atención, estaba demasiado alterado para eso, así que lo que hice fue comenzar a correr a toda velocidad en dirección a los jeeps, rezando mentalmente por llegar a ellos de una vez.
No me topé con más infectados por el camino y, cuando choqué contra el mismo jeep en el que había venido, casi lloro de la alegría por sentirme por fin a salvo. Aunque la parte trasera del vehículo era descubierta, la cabina del conductor estaba protegida por cristales, de modo que nadie podría entrar en ella si no era rompiéndolos.
Sin perder un segundo abrí la puerta y ocupé el asiento del conductor… pero entonces caí en la cuenta de que no tenía las llaves del vehículo. Con las prisas, debieron dejar el jeep abierto al bajar de él, pero se habían llevado consigo las llaves que lo ponían en marcha.
-¡No, no, no! –Murmuré comenzando a desesperarme mientras intentaba pensar qué hacer; ir a registrar los cadáveres de los soldados era imposible, justamente alrededor de ellos se encontraba la mayor concentración de infectados, y yo no tenía ni idea de cómo hacerle un puente a un coche para arrancarlo por la fuerza.
-¿Hola? –La repentina voz hizo que el corazón casi se me saliera por la boca… al principio pensé que había alguien más en el vehículo, pero enseguida caí en la cuenta de que estaban hablando a través de la radio.- ¿Hola? ¡Por Dios! ¿Me escucha alguien?
La voz era la de la doctora Willem, la podía reconocer sin ninguna duda, y no solo porque fuera una de las únicas dos mujeres que hablaban inglés por allí. Sin dudarlo un instante me lancé sobre la radio… después de todo lo que había pasado estaba encantado de escuchar una voz amiga.
-¿Doctora? No sabe cuánto me alegro de escucharla. –Dije agarrando el aparatito mientras, al mismo tiempo, vigilaba el exterior por si se aproximaba algún infectado.- Es mucho peor de lo que creíamos, tienen que enviar ayuda urgente, esta gente está realmente mal, sufren brotes psicóticos muy violentos, han matado a otra gente y…
Me interrumpí cuando escuché un sollozo de la doctora. De fondo se oía algo parecido a disparos, pero no podía estar seguro.
-¡Estamos atrapados, doctor Stevenson! –Chilló fuera de sí.- Se… se levantó de la mesa de autopsias, los heridos comenzaron a morir, pero después se despertaron…
-¿Qué está diciendo? ¿Qué ocurre allí? ¿Doctora? –La llamé a través de la radio, pero no hacía más que balbucear incoherencias.
-Cogieron a Daniela, ¡se la están comiendo! ¡Oh Dios mío! ¡Se la están comiendo ahí fuera! –Sollozaba incontroladamente.- Van a entrar.
Entonces se escuchó un ruido como de un portazo y la doctora gritó, oí un gruñido y después el sonido de sollozos y pataleos.
-¡Doctora! ¿Está bien? ¿Qué está pasando ahí? –Bramé por la radio.- ¿Doctora Willem? ¿Sarah? ¡Contesta Sarah!
Ni llamándola por su nombre de pila me hizo caso. Antes de poder saber qué estaba pasando, una mano ensangrentada golpeó la ventanilla del conductor, sobresaltándome tanto que la radio se me cayó al suelo. Un infectado había llegado hasta mí mientras hablaba con la doctora y no me había dado ni cuenta. Inmediatamente cogí el arma y, en cuanto aquél hombre dio un cabezazo contra el cristal intentando morderme incluso a través de él, apreté el gatillo y le disparé a la cara.
El efecto fue inmediato, los cristales saltaron por los aires y el infectado cayó redondo al suelo, al lado del jeep. Sin embargo, apenas pude respirar aliviado un segundo, puesto que enseguida reparé en la presencia de muchos otros infectados acercándose hacia mí. En la oscuridad de la noche era difícil distinguir sus siluetas hasta que no los tenías casi al lado, y allí no había ninguna luz artificial que pudiera advertirme de su presencia antes de que estuvieran demasiado cerca.
-¡Oh joder! –Farfullé deslizándome por los asientos hasta llegar a la otra puerta… pero fue demasiado tarde, un par de infectados habían sido más rápidos que yo y me bloquearon el paso.
Estaba atrapado, no tenía forma de salir, ni de poner el coche en marcha, y estúpidamente ya les había abierto una ventana del jeep a disparos para que pudieran entrar a por mí. Disparé otra bala contra un segundo infectado que intentó colarse por el agujero de la ventanilla, pero para cuando quise dispararle al tercero que lo intentó, el arma se había quedado sin munición. Peor aún, los infectados del otro lado habían conseguido resquebrajar el cristal del jeep.
-Madre de Dios, ¿qué hago ahora? –Me pregunté en voz alta, muerto de miedo.- ¿Qué hago ahora…?
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Mensaje  shadowmx Miér Nov 14, 2012 3:45 am

Pues es un genial comienzo, y supiste darle suspenso al relato, sobre todo al final. Espero que sigas así con los demás capítulos Very Happy
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Mensaje  Neno Miér Nov 14, 2012 12:45 pm

Cada capítulo irá protagonizado por distintos personajes? Porque si es así, gustará y bastante además jajaja, esperando el segundo Razz
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Mensaje  Crónicas Zombi Miér Nov 14, 2012 2:06 pm

Si, cada capítulo será desde el POV de un personaje diferente, y sucederá en distintas fases de la pandemia. Estoy ya trabajando en el segundo study
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Mensaje  Neno Miér Nov 14, 2012 3:48 pm

Ah, vaya, entonces suerte y espero que sean interesantes cada personaje y sus tramas jajaja. Compartelo cuando lo termines! Razz
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Mensaje  Merle Dixon Jue Nov 15, 2012 5:51 pm

La verdad es que me ha gustado bastante. En cierto modo, eso de que se muestre mediante POV es también como hago yo en mi novela. Si tienes tiempo, me gustaría que le echaras un vistazo para ver qué te parece:

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Mensaje  Crónicas Zombi Jue Nov 15, 2012 8:53 pm

Le echaré un vistazo... aunque por lo que veo tienes unos críticos que no te dejan pasar una, jaja
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Mensaje  Crónicas Zombi Lun Nov 19, 2012 11:38 pm

Actualizado con un nuevo relato: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Crónicas Zombi Sáb Dic 01, 2012 4:19 am

Otro relato más: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  shadowmx Miér Dic 05, 2012 10:04 pm

Me han gustado ambos relatos, sigue subiendo capítulos! Very Happy
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Mensaje  Crónicas Zombi Vie Dic 21, 2012 2:31 am

Relato especial del día 21 de Diciembre de 2012: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

Espero que os guste Crónicas Zombi: Preludios 798730
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Mensaje  sirconroy Jue Dic 27, 2012 2:46 pm

Hombre, Alejandro, cuanto bueno por aquí Very Happy ¿Como llevas la busqueda de editorial? Armate de paciencia que ya sabes cómo es eso.
¿Que tal llevas ciudad humana, por cierto?
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Mensaje  Crónicas Zombi Vie Dic 28, 2012 4:08 pm

La búsqueda ahi sigue, estaba esperando la respuesta de una pero como parece que no quieren decirme nada probaré con otra. De momento me voy centrando en el blog, añadiendo relatos nuevos siempre que puedo.
Ciudad humana lo estuve buscando cuando fuí a Cartagena antes de las Navidades, pero no lo encontré... supongo que eso significa que lo estás vendiendo bien, así que me alegro.

Por cierto, aquí va el relato de hoy: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  sirconroy Vie Dic 28, 2012 7:39 pm

Ostras, pues no se porque pensaba que ya lo tenías. Perdona entonces. Y si quieres pillarlo va a estar un poco dificil, la 1a edición se ha agotado y hasta el miercoles no viene la segunda. Un saludo y sigue así.
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Mensaje  Crónicas Zombi Mar Ene 08, 2013 5:26 pm

Nuevo relato, este ambientado en Buenos Aires ya cerca del final: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Crónicas Zombi Vie Ene 18, 2013 3:42 pm

Segunda parte de la historia de Verónica:



15 de Enero de 2013, 26 días despuésdel primer brote, día del Colapso Total.

El móvilvibraba en mi bolsillo por los mensajes que mi novio me enviaba por wassap, pero yo no tenía tiempo de contestarle, ya que me encontraba absorta junto a mis compañeros viendo por televisión la crónica que estaba realizando Rosa María desde Jerusalén.
-Prácticamente todo Oriente Medio sigue en estado de emergencia, mientras los hospitales de las grandes ciudades se ven inundados de víctimas de la que aquí denominan “plaga del fin del mundo”. La Organización Mundial de la Salud sigue sin datos concluyentes de ésta enfermedad, que después de extenderse por toda África ha acabado emigrando en tan solo unos días hasta Oriente Medio, y que, según fuentes oficiales, podría llegar a Europa en cualquier momento. Mantienen que se trata de una mutación especialmente virulenta de Ébola, pero sigue desconociéndose su causa. El gobierno de Estados Unidos, con el presidente Obama a la cabeza, ha declarado que no hay motivos para pensar que el origen pueda encontrarse en un arma biológica desatada por algún grupo terrorista.
-Vaya tela. –Dijo Samuel metiéndose en la boca un puñado de cacahuetes de la bolsa que se estaba comiendo.- Hay que tener huevos para quedarse allí.

Sigue la historia aquí: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Crónicas Zombi Mar Ene 29, 2013 2:31 pm

¿Encontrará en agente Ford, de la CIA, las respuestas que busca en Guantánamo?

Había obtenido muchas respuestas, pero lejos de solucionar mis dudas solo habían conseguido que me hiciera más preguntas. Wang murió cuando le disparé, pero despertó como un muerto viviente poco después. Por aquel entonces todavía pensábamos que los infectados eran gente viva, y su transformación me pilló por sorpresa… y en mi trabajo las sorpresas no son buenas, una sorpresa puede acabar con tu vida, como casi ocurre en China. Pese a que ya tenía la respuesta, las nuevas preguntas eran, sin duda, más difícil de responder, ¿cómo se contagió Wang? ¿Por qué no manifestó ningún síntoma hasta que estuvo muerto?
En todo aquello, ocurrido a medio mundo de distancia hacía ya diez días, iba pensando en la cubierta del barco que me llevaba a la bahía de Guantánamo, junto con toda una unidad de marines. La misión que íbamos a realizar allí todavía no me había sido especificada y, aunque aquello era habitual cuando el secreto era máximo, no me gustaba nada lo que estaba viendo.

Sigue la historia: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Invitado Vie Feb 01, 2013 1:42 am

Esta muy bien tu relato, en cuanto pueda me leo los demás.

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Mensaje  Crónicas Zombi Dom Feb 10, 2013 2:53 pm

Segunda parte del relato ambientado en Buenos aires, con su protagonista Nestor más apurado que nunca.
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Mensaje  Grinko_92 Dom Feb 10, 2013 10:56 pm

Podrias publicarlo aqui el texto y luego poner el enlace si quieres.
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Mensaje  Crónicas Zombi Vie Mar 08, 2013 3:18 am

Podrias publicarlo aqui el texto y luego poner el enlace si quieres.
Ok, es que copiado del word o del blog directamente se quedaba el texto divivido en párrafos y era un coñazo ponerlo bien... pero he descubierto que pasándolo primero por txt queda mejor...
Bueno, aquí va la segunda parte de las desventuras de Mark Ford, el agente de la CIA, en Guantánamo buscando respuestas.

Link al blog: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

No estábamos disfrutando precisamente la visita a Guantánamo, eso seguro. El centro de detención había sido tomado a partes iguales por los muertos vivientes y por los presos rebelados, que se habían liberado de sus captores marines aprovechándose de que las medidas de seguridad se habían desactivado al perder el centro el suministro eléctrico. En nuestra búsqueda de Mamud Azizi, peligroso terrorista de Al Qaeda, y la información que pudiera tener sobre la plaga de muertos reanimados que azotaba el mundo, cinco soldados habían caído, y él último de ellos, junto a la capitana Olivia Walsh y yo mismo, habíamos sido hechos prisioneros por los prisionero sublevados.
Después de desarmarnos por completo nos habían quitado la ropa y nos habían obligado a vestirnos con el uniforme de presidiario, de un color naranja chillón. Desfilábamos junto a una valla en dirección desconocida, a un lado los prisioneros sublevados nos abucheaban e insultaban, al otro, los muertos vivientes se lanzaban contra la valla clamando por nuestra carne. Tres hombres con armas automáticas nos vigilaban, preparados para acabar con nosotros al primer movimiento brusco.
Pese a que la situación era crítica, no podía decir que tuviera miedo… el miedo es para las personas sensatas, y nadie que se dedique a lo que yo me dedicaba podría calificarse como sensato. Quienes sí se comportaban como personas sensatas eran la capitana Walsh y el soldado, cuyo nombre, si no recordaba mal, era Sanders. Walsh se frotaba el pecho, en el lugar donde había recibido el disparo que el chaleco antibalas detuvo, dolorida.
-¿Qué van a hacer con nosotros? –Preguntó Sanders intentando hacerse oír por encima del estruendo tanto de los vivos como de los muertos.
No le respondí, seguramente iban a matarnos de una forma cruel e imaginativa, ¿para qué asustarle más de lo que ya estaba? Mi gran esperanza seguía siendo lograr sacarle algo a Azizi aprovechando su situación de superioridad, como la confesión que el héroe le saca al villano en la película cuando éste cree ingenuamente que va a matarle… solo que en eso era ficción y en la vida real no había huídas milagrosas que nos pudieran salvar. No viviríamos, pero el diminuto comunicador que llevaba en la oreja y que no me habían visto haría que Ryan lo escuchara todo. La misión se terminaría cumpliendo.
Nuestro destino acabó siendo la sala del tribunal militar, lugar donde habitualmente eran juzgados con dudosas garantías los presos de Guantánamo. La sala tan solo consistía en una habitación cuadrada con paredes de madera, dos mesas con micrófonos, una donde se sienta el acusado y otra más alta para el juez. Una bandera de Estados Unidos pintarrajeada era la única decoración que habían mantenido.
Nos sentaron a los tres en la mesa del acusado, mientras que el propio Mamud Azizi lo hizo en la del juez… tenían la intención de representar una farsa de juicio donde sin duda íbamos a acabar condenados a muerte solo por ser americanos.
Los hombres que jaleaban a Azizi y nos abucheaban y se burlaban de nosotros se fueron callando al ver que su líder tomaba asiento. Solo cuando la última voz se hubo callado, Azizi comenzó a recitar en árabe:
-Cuando el cielo se hienda, cuando los astros se precipiten, cuando los mares se mezclen, cuando las tumbas sean revueltas, cada alma sabrá lo que adelantó y lo que atrasó. ¡Hombre! ¿Qué te engañó apartándote de tu Señor, el Generoso? El que te creó, te conformó y te equilibró. ¡Pero no! Negáis la veracidad de la Rendición de Cuentas. Cuando tenéis dos guardianes pendientes de vosotros, nobles escribas que saben lo que hacéis. Es cierto que los creyentes sinceros entrarán en deleite y los farsantes estarán en un infierno; allí irán a abrasarse el Día de la Retribución. Y no podrán dejar de estar en él. Pero, ¿cómo podrás entender qué es el Día de la Retribución? ¿Cómo podrás entender qué es el Día de la Retribución? Es el día en el que nadie podrá hacer nada por nadie. Y ese día el mandato será de Allah.
Esa cita del Corán tenía relación con el juicio final… por lo visto Azizi también estaba convencido, como tantos otros, de que estábamos viviendo los tiempos finales. La pregunta era si éstos realmente habían llegado o los terroristas se habían encargado de adelantarlos.
-Este tribunal os juzga por haber participado en la tortura de muchos de los hermanos que nos encontramos aquí presentes. –Dijo Azizi solemnemente levantando la mirada.- El castigo por ese crimen es la muerte, ¿cómo os declaráis?
Aquello era una farsa… o mejor dicho, era una farsa aún mayor de lo que me esperaba, pero precisamente eso podía jugar a mi favor si era capaz de seguirles el juego. Walsh y Sanders no dijeron nada, seguramente pensando que permanecer callados era lo más digno, pero yo tenía otros problemas de los que preocuparme que eran más importantes que la dignidad.
-Me declaro inocente, señoría. –Respondí con el tono más despreocupado que fui capaz de mostrar.- Mis compañeros y yo somos inocentes de los crímenes de los que nos acusa.
Las risas de quienes se habían quedado en la sala a presenciarlo todo estallaron en cuanto terminé la frase, pero no les hice ni caso, al igual que las miradas fulminadoras de los dos marines, indignados de que me prestara a la farsa. Nuestro “juez” esperó hasta que se callaron del todo para continuar.
-¿Inocentes? Tengo como treinta hombres aquí que son víctimas directas de las torturas a las que los marines les sometieron. –Azizi mantenía las formas, aunque podía ver que, en el fondo, estaba partiéndose de risa también… probablemente era el primero que le seguía el juego.
-Es posible, pero ningunos de nosotros estuvo implicado en eso. –Repliqué con el mismo tono desenfadado.- Nosotros llegamos hace unos minutos al centro de detención.
-Así que el helicóptero os traía a vosotros. –Dedujo con tino.
-Eso es. –Le confirmé.- Nosotros acabamos de llegar, no hemos tenido nada que ver con todo lo que haya ocurrido aquí antes de nuestra llegada.
-Sin embargo, ellos dos son marines. –Observó el terrorista.- Y tú eres un agente de la CIA, tú mismo lo confesaste. Ambos trabajáis para el gobierno que nos capturó, nos encerró en este centro infernal y nos torturó.
-Es correcto, pero no tuvimos nada que ver directamente con vuestro sufrimiento. –Me defendí.- No participamos en vuestra tortura. ¿Acaso sería justo condenar a un hombre solo porque otros hombres del mismo gobierno os ha perjudicado?
Esa vez Azizi no pudo contener una carcajada.
-¿Te suena algo la “pertenencia a organización terrorista”, agente de la CIA? –Me espetó mientras el resto de los presentes comenzaba a insultarnos a gritos.
Aprovechando el ruido, la capitana Walsh se me acercó unos centímetros y me susurró:
-¿Qué estás haciendo? ¿Por qué le sigues el juego a ese terrorista?
No le respondí.
-Me temo que como defensa es bastante mala. –Dijo Azizi cuando los ánimos se calmaron entre su gente.- Además, me consta que habéis matado a varios de los nuestros antes de que os capturáramos. Tenéis que pagar por esas muertes, es lo justo, ¿no te parece?
-Esas muertes fueron en defensa propia…
-¡Por el amor de Dios! ¿Qué demonios estás haciendo? –Me interrumpió Walsh harta de todo aquello.- ¿De verdad vas a continuar con esta farsa?
La sala volvió a estallar con insultos y maldiciones, e incluso alguien lanzó una piedra contra nosotros que terminó golpeando en la pared. Solo volvieron a callarse cuando Azizi se puso en pie desde su asiento de juez y comenzó a gritarles también.
Cuando lo hubo conseguido, la mirada que nos dirigió no era nada amistosa. La farsa se había acabado.
-¿Una farsa? –Exclamó furioso.- Una farsa fueron los juicios a los que tu gobierno nos sometió cuando éramos nosotros los que estábamos en vuestra posición. Yo ni siquiera os he coaccionado para que declaréis lo que yo quiero escuchar, cosa que no se puede decir de los tuyos.
Varios de sus hombres asintieron dándole la razón, y uno incluso aplaudió.
-Como veo que no le gustan los métodos pacíficos, -continuó.- será mejor que empleemos unos métodos que le resultarán más familiares. ¡Atadla a una silla!
El clamor y el entusiasmo que siguieron a aquella orden casi organizan un tumulto. Dos hombres armados levantaron a Walsh de su asiento y la arrastraron hasta la silla que un tercero colocó en mitad de la sala. La capitana intentó resistirse, pero aquellos dos hombres eran más fuertes que ella y la inmovilizaron. Sanders quiso levantarse a ayudarla, pero volvieron a sentarle con un golpe de culata de fusil en la cara. Cuando dos hombres más trajeron una palangana llena de agua, una cantimplora y una toalla supe de qué iba a ir la cosa.
“¡Maldita sea! Deberías haber permanecido callada” pensé con frustración sabiendo que iban a torturarla por no seguir el juego, y también con impotencia, porque no tenía forma de ayudarla… en China pasé también por eso y sabía lo que se sentía, y no era ni mucho menos agradable.
-¡Espera! ¡No! ¡No! –Gritaba mientras la ataban a la silla.
En cuanto estuvo atada uno de ellos la agarró del pelo para echarle la cara hacia atrás y le puso la toalla por encima. Inmediatamente un segundo cogió la cantimplora, la llenó de agua de la palangana y fue echándoselo poco a poco sobre la toalla.
El fin de esa tortura es que el agua llegue a las vías respiratorias cuando el torturado intente respirar a través de la toalla. La angustia que provoca la entrada de agua y la sensación de ahogamiento lo transforma en un método de tortura realmente angustioso que podía provocar graves daños e incluso llegar a matar a la víctima.
Cuando el agua apenas llevaba cayendo unos segundos, la capitana comenzó a retorcerse e intentar soltarse de las ligaduras, con poco éxito, para satisfacción de todos los que estaban presenciando la tortura.
-¡Basta! –Gritó Sanders cubriéndose todavía con una mano el lugar donde le habían golpeado.- ¡Ya vale! ¿Qué es lo que pretendéis conseguir con esto?
Azizi le quitó la toalla de la cabeza a Walsh, que tomó una bocanada de aire con dificultad y comenzó a toser y a escupir agua; su rostro se había vuelto completamente rojo por la falta de aire.
-¿Qué qué pretendemos con esto? –Repitió Azizi.- Esta infiel no acepta los métodos democráticos de justicia, de modo que estamos sometiéndola a un tratamiento que le resultará mucho más familiar.
Se giró hacia el hombre de la cantimplora y le dijo:
-Otra vez.
Antes de que pudiera replicar, Walsh se vio de nuevo con la toalla sobre la cara y con el agua cayendo sobre ella. Yo no quería mirar porque sentía que estaba empezando a afectarme todo aquello, en China había recibido la misma tortura y era casi como estar de nuevo allí, sentado en una silla con Xiang haciéndome preguntas que yo sabía que por ningún motivo tenía que responder, sintiendo como el agua congelada me ahogaba…
-¡Ya basta! –Imploró Sanders mientras Walsh hacía unos ruidos horribles a través de la boca mientras luchaba por respirar.
Cuando le quitaron la toalla parecía casi incapaz de respirar, incluso sin nada bloqueándole el acceso al preciado aire. Escupió agua durante unos segundos, pero inmediatamente la volvieron a colocar en posición para continuar con la tortura.
-¡Otra vez! –Ordenó Azizi sádicamente.
Los hombres armados que nos vigilaban a Sanders y a mi estaban muy entretenidos viendo a la capitana sufrir de modo que, mientras Walsh volví a retorcerse sobre la silla con el agua cayendo sobre la toalla, tardaron una décima de segundo de más en reaccionar cuando me puse en pie.
La mesa donde nos habían sentado cayó al suelo dando un golpe, y con una patada la mandé contra las piernas de los dos hombres. El impacto no fue lo bastante fuerte como para hacerles caer, pero sí que les hice perder otra décima de segundo recuperando el equilibrio, lo cual fue suficiente para llegar hasta uno de ellos y lanzarme a por su arma.
Agarré su fusil de asalto y le golpeé con él en la cara, rompiéndole la nariz, lo que hizo que lo soltara y pudiera quitárselo. Sanders fue rápido y se abalanzó sobre el otro antes de que pudiera dispararme y forcejearon hasta que también le quitó el arma… ayudado por un disparo mío que le atravesó el estómago al preso.
Había sido algo temerario, muy temerario… tanto que, de no ser porque había perdido el control durante un momento, jamás lo habría hecho. Los espectadores de aquella tortura que iban desarmados salieron corriendo, temiendo que les atacáramos, y por eso llegué a pensar que incluso teníamos una oportunidad de salir de allí, o eso creía hasta que Azizi nos llamó la atención.
Le había quitado la toalla mojada a Walsh, que boqueaba luchando por conseguir aire mientras Azizi la sujetaba del pelo y le apuntaba en la sien con un revólver.
-¡Tirad las armas o la mataré! –Exigió mientras la encañonaba.
-¡Tira el arma tu o te mataré yo! –Le respondió Sanders.
Pero Azizi se limitó a sonreír y a clavar aún más el arma en la sien de Walsh. Mientras tanto yo cerré la puerta de la sala del tribunal para que ningún otro hombre pudiera entrar.
-¿Creéis que vais a salir con vida de aquí? –Dijo.- Si me matáis hay más de treinta hombres fuera que os destriparán y os echarán todavía vivos a los muertos vivientes para que os devoren vivos… ya lo hemos hecho con algunos de los otros marines.
Sanders, cabreado, le apuntó con el fusil, y yo sabía que tendría que intervenir de algún modo, porque necesitábamos a Azizi vivo por encima de cualquier otra cosa, incluso de la vida de cualquiera de nosotros. Desgraciadamente, Azizi no iba a facilitarme las cosas, su historial demostraba que no le tenía ningún miedo a morir, y contra un hombre así la única solución es matarlo.
-Suplicaban como niños. –Siguió provocando a Sanders.- Los destripábamos, los tirábamos al otro lado de la valla para que los muertos se los comieran vivos y obligábamos a los demás a mirar.
-Mientes. –Exclamé yo cuando vi que Sanders estaba al límite.- Vimos a los marines muertos, los humillasteis y los ejecutasteis, pero no hiciste nada de eso.
Azizi volvió a carcajearse.
-Muy astuto, agente de la CIA, pero no creo que vosotros vayáis a tener esa suerte.
Alguien comenzó a aporrear la puerta por el otro lado. Los refuerzos de Azizi habían llegado y no tardarían en lograr entrar. Si algo me habían enseñado los muertos vivientes es que un montón de cuerpos empujando pueden abrir cualquier puerta.
-Será mejor que tiréis las armas, se os acaba el tiempo. Si lo hacéis os prometo que vuestra muerte será rápida… si no ella morirá, y vosotros después muy lentamente. –Nos amenazó dando un empujón a la cabeza de la pobre Walsh y colocándole el revólver en la nuca.
-Está bien, nos rendimos. –Dije dejando el arma en el suelo y acercándosela de una patada.
-¿Qué? –Exclamó Sanders extrañado.
-Tiene razón. –Le expliqué.- No podremos salir de aquí con vida, matará a Walsh y acabaremos siendo comida de zombi. Tire su arma, Sanders.
-¡Al menos moriremos luchando! –Bramó mirándome con desprecio, como si fuera un cobarde.
-Le he dado una orden soldado. –Me limité a decir, confiando en que su sentido del deber le obligara a obedecer.
Por suerte no me equivoqué y, aun a regañadientes, acabó tirando el arma al suelo.
-Muy bien. –Dijo Azizi con cautela acercándose a recoger los dos fusiles.- Ahora abrir la puerta.
Nada más hacerlo una marea de hombres se nos echó encima y nos aplastó contra el suelo. Escuché varios insultos en árabe y cómo nos amenazaban de muerte por haber matado a uno de los suyos, pero la voz de Azizi se impuso.
-¡Basta! ¡Silencio! ¡Silencio he dicho!
Sentí una patada en un costado que me hizo encogerme de dolor durante unos segundos.
-Estos perros infieles deben ser ajusticiados inmediatamente. –Exigió alguien.
-¡No! –Le contradijo Azizi.- Estos tres infieles son el vivo ejemplo de la arrogancia y prepotencia de los americanos, y quiero darles una lección antes de que mueran. ¡Llevadlos a la mesa!
Nos levantaron bruscamente y nos volvieron a sentar junto a la mesa que previamente habíamos derribado. Para mi sorpresa no nos ataron, nos dejaron allí sentados, uno frente al otro. La capitana Walsh sí que seguía atada en su silla, pero al menos habían dejado de torturarla y comenzaba a respirar con normalidad, aunque parecía estar a punto de desmallarse.
-¿Por qué me has hecho tirar el arma? –Me preguntó en un susurro el soldado con rencor.- Podría haberle matado antes de que llegara a apretar el gatillo.
-La misión, le necesitamos con vida, ¿recuerdas? –Fue mi respuesta, también susurrada.
-La misión. –Dijo con desprecio.- La misión ha fracasado, eso está claro.
“Ninguna misión ha fracasado mientras sigues vivo” me dije a mí mismo, porque dicho en voz alta podía sonar como si tuviera un plan, y no era así ni por asomo.
Azizi se acercó a nosotros con el revólver en la mano, y en cuanto llegó hasta la mesa vació el tambor sobre la mesa. Luego cogió una de las balas, la colocó de nuevo en el arma y barrió las demás al suelo. Sin pronunciar palabra dejó la pistola en el centro de la mesa, entre Sanders y yo.
-Os prometí una muerte rápida y en nombre de Allah os la voy a dar. –No parecía estar demasiado enfadado pese a que habíamos matado a otro de sus hombres y le habíamos amenazado de muerte.- Como os gusta representar el papel de héroe americano, os pondré en la misma situación en la que estuvo uno de vuestros héroes de la televisión.
-¿Qué significa esto? –Preguntó Sanders.
-Os prometí una muerte rápida. –Repitió con una sonrisa de suficiencia.- “Una” muerte rápida, ¿lo coges? El afortunado al que le toque la bala morirá sin dolor y sin humillación… el que sobreviva tendrá menos suerte.
La mirada de Sanders se cruzó con la mía. Sabía lo que estaba pensando, se moría por agarrar la pistola y aprovechar la bala para dispararle a Azizi, pero también sabía que era muy arriesgado; si la bala no estaba en el siguiente agujero del tambor, los hombres armados que nos vigilaban nos abatirían antes de poder apretar el gatillo una segunda vez; si la bala sí que estaba y Azizi moría, luego moriríamos los demás por nada.
Solo había una solución, solo podía seguir el juego. Agarré la pistola, apoyé el cañón contra mi sien y apreté el gatillo…
No ocurrió nada, la sala se llenó del ruido de los hombres de Azizi jaleándonos, pero en mis oídos solo podía escuchar los latidos apresurados de mi corazón. Había tenido docenas de oportunidades para acabar muerto, pero jamás habían dependido únicamente de mi mano.
Dejé el arma en la mesa, era el turno de Sanders, pero si él no moría el revólver volvería a mí, con mayores probabilidades de que acabara muerto si así ocurría.
-¿Cuál es tu plan, Mamud? –Le pregunté mirándole directamente a los ojos.- Cuando nos hayas matado, ¿qué planeas hacer a continuación? ¿Vivir encerrados en este centro de detención hasta que los muertos logren atravesar las vallas?
-¿Y eso a ti que te importa? –Fue su despectiva respuesta.- ¿Acaso te preocupas por nuestro bienestar? Muy noble por tu parte.
-Eres un tipo listo Mamud, seguro que tenías algo pensado cuando todo esto empezó. –Insistí intentando sonsacarle algo; era el mejor momento, estaba tan ansioso por ver cómo o Sanders o yo nos volábamos la cabeza que podría llegar a confesar algo que preferiría no haber dicho.- Eso explicaría cómo os hicisteis con el control de este lugar, ¿verdad? Aunque se fuera la luz y las verjas dejaran de estar electrificadas, aún quedaban los muertos y los marines, no teníais medios para luchar contra ellos si todo esto os hubiera cogido por sorpresa, como a nosotros, ¿no es cierto?
-Crees que sabes mucho, agente de la CIA. –Dijo con una peligrosa sonrisa en la cara.- Pero no sabes nada. Y ahora cállate, lo único que quiero escuchar es el ruido del gatillo.
Sanders cogió el revólver con una mano temblorosa y se lo llevó a la sien. Se hizo un silencio sepulcral mientras todos esperaban a que disparara, y el soldado tuvo que tragar saliva dos veces antes de atreverse a hacerlo.
De nuevo no hubo disparo, solo un “clic” inofensivo que volvía a poner la pelota en mi tejado.
Recogí el arma de manos del propio Sanders, que respiraba aliviado por haber sobrevivido a su primera prueba. Cuando los ánimos de la sala, que habían vuelto a estallar tras el turno del soldado, se calmaron, volví a apuntar contra mi propia cabeza.
Era un revolver de seis balas y ya habían fallado tres, solo quedaban otros tres disparos, y dos de ellos me correspondían a mí… las perspectivas no eran muy buenas.
-¿Cuánto tiempo crees que se podía permitir que abusarais de vuestro poder para imponer vuestra política? –Dijo Azizi de repente.- ¿Creíais que vuestros crímenes se quedarían sin castigo? Los muertos despiertan, la hora ha llegado y, por supuesto, yo lo sabía.
“Clic”
Volví a salvar la vida gracias al todopoderoso azar, y de nuevo se volvía a colocar la estadística al cincuenta por ciento. Como si del gato de Schrödinger se tratara, Sanders y yo estábamos vivos y muertos al cincuenta por ciento, y solo quedaba esperar a que la caja se abriera en forma de revolver y se decidiera por uno u otro.
Pero no todo era tan malo, había tenido algo parecido a una confesión de Azizi, había revelado que sabía lo que iba a pasar, y eso señalaba a Al Qaeda como responsables de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo.
-¿Por qué? ¿Por qué algo así? –Le pregunté atónito… confieso que nunca creí realmente que pudieran tener algo que ver, me parecía algo demasiado grande y complejo como para que estuviera involucrada una organización terrorista que, si bien estaba muy extendida, ni de lejos hubiera imaginado que pudiera tener tanto poder.
-El que se niegue a creer y muera siendo incrédulo no se le aceptará ningún rescate; aunque diera todo el oro que cabe en la tierra. Esos tendrán un castigo doloroso y no habrá quien les auxilie. –Citó crípticamente al Corán.- Tu turno de nuevo.
Sanders, más asustado que la primera vez, y con razón, agarró el arma y la dirigió hacia su cabeza. Había demostrado mucho valor hasta ese momento, pero podía ver en su mirada que estaba a punto de derrumbarse… y casi le envidiaba, porque él todavía tenía una posibilidad de sobrevivir a esa sádica ruleta rusa, pero si lo hacía solo quedaría un disparo, el de la bala, y tendría mi nombre.
-¡No hagas esto! –Gimió Walsh con dificultad desde su silla, donde había visto todo lo que ocurría.- No tienes que hacer esto Azizi, podemos negociar.
Mamud levantó la vista y la miró con curiosidad.
-¿Negociar? –Preguntó intrigado.
Walsh tosió un par de veces, mientras el terrorista se le acercaba lentamente.
-Tenemos un helicóptero. –Dijo con la voz tomada.- Podemos sacarte de este sitio si nos dejas salir, podemos irnos los cuatro, salir de este lugar infernal.
Azizi le respondió con una carcajada.
-¿Irme con vosotros en helicóptero? ¿Para qué? ¿Para ser encerrado en otra celda hasta que el mundo se acabe y todos estén muertos?
-No tiene que ser así. –Replicó la capitana.- Puedes negociar, ayudarnos a parar esto…
Walsh recordaba cuál era la misión que nos había llevado allí, e intentaba cumplirla sin que hubiera más víctimas mortales. Pero fallaba a la hora de abordar a aquél hombre, no se daba cuenta de que él era un fanático, de que realmente deseaba lo que estaba pasando… como el que se inmola contra gente inocente, él preferiría morir a detenerlo todo por salvar el pellejo.
-¿Ayudaros a parar esto? –Repitió él.- ¿Crees que esto puede pararse? ¡Que el juego continúe!
Se giró rápidamente y se acercó a Sanders, que había aprovechado para bajar el arma, y le obligó a volver a apuntarse en la sien.
El soldado cerró los ojos y comenzó a murmurar una oración antes de apretar el gatillo…
Su cuerpo cayó como un peso muerto a un lado después de producirse el disparo, y la sangre saltó hasta estrellarse contra la pared, aunque buena parte de ella salpicó por todas partes, incluso sobre mi cara.
-¡Oh Dios! –Se lamentó Walsh apartando la mirada del cadáver de Sanders.- ¡Dios!
-Tenemos un ganador. –Exclamó Azizi con satisfacción, siendo jaleado por su gente.- Sacad a estos dos fuera, los muertos tienen hambre.
Nos ataron las manos y, con no demasiada delicadeza son sacaron casi a rastras de la sala del tribunal militar y nos llevaron hasta el exterior, hasta la valla que mantenía separado el mundo de los vivos del de los muertos en aquél lugar. Me llamó la atención la cantidad de cadáveres reanimados que se habían juntado allí, y cuando nos obligaron a arrodillarnos frente a la verja metálica descubrí por qué. El suelo estaba lleno de cadáveres, pero no cadáveres andantes, sino de cuerpos podridos y prácticamente devorados por completo… cuerpos de gente que habían servido de alimento a los muertos, de gente a la que aquellos presos habían tirado allí, como pensaban hacer con nosotros. Docenas de bocas y manos se aferraron a la valla en cuanto nos sintieron cerca, y de los gimoteos lastimeros que aquellas criaturas solían emitir cuando estaban tranquilas y sin atacar a nadie pasaron a gruñir como animales hambrientos.
-Esto no me gusta nada. –Dijo Walsh algo más calmada, y también recuperada de su breve sesión de tortura.
A mí tampoco me gustaba… quizá, después de todo, Azizi no estuviera mintiendo cuando dijo que tiraba a los marines destripados para que fueran comidos vivos; había marines de sobra en el centro de detención para matarlos de todas las formas posibles. Quise responder diciéndole que me había visto en situaciones peores, pero era una mentira tan grande que no podría creérsela, lo cierto era que la situación no podía estar peor. Por el tacto sabía que las ligaduras con las que me habían atado no aguantarían mucho si intentaba liberarme, pero al estar dándoles la espalda se darían cuenta de ello inmediatamente.
-¿Qué vamos a hacer? –Insistió la capitana, seguramente esperando que tuviera un plan maestro en mente.- Si no hacemos algo nos van a matar.
Detrás de la valla estaban los muertos vivientes, unos veinte metros por detrás de ellos los arbustos, que eran la flora predominante en esa zona de la isla, se volvían más densos. Mirándolos entre las piernas descompuestas de casi una centena de reanimados me pareció ver algo moverse entre ellos… podría equivocarme, pero si era lo que yo pensaba merecía la pena intentarlo.
-¡Mamud! –Le llamé dando un grito que se escuchara por encima de los gruñidos de los muertos y los gritos pidiendo nuestra muerte de los vivos.- ¡Hablemos!
-¿Me vas a hacer una oferta mejor que la de tu compañera, agente de la CIA? –Preguntó con una sonrisa desdeñosa al acercarse.- ¿O acaso vas a suplicarme por una muerte rápida? ¡No! ¡Espera! ¡Me había olvidado de que eres un héroe americano! ¿Vas a pedirme que no mate a la mujer?
El comentario fue recibido con risas por sus hombres.
-Está bien, agente de la CIA, no la mataré, ¿estás conforme? –Continuó.- O al menos no la mataré hasta que mis hombres se hayan aburrido de ella, como a las otras marines.
Walsh giró la cabeza para observar a la jauría de prisioneros que celebraban las palabras de su líder y, con un temple sorprendente, se limitó a endurecer el gesto y volver de nuevo la cabeza hacia la valla.
-¿Tengo derecho a una última voluntad? –Pregunté intentando parecer indiferente.- Un hombre honorable como tú no me negará eso, ¿no?
Azizi no perdió su sonrisa, pero pude ver un atisbo de duda en su mirada… era un hombre inteligente, analizaba la situación en busca de alguna trampa, pero era imposible que encontrara ninguna, porque no la había.
-¿Cuál es esa última voluntad? –Respondió finalmente.
-Si voy a morir a manos de los muertos vivientes, quiero salir ahí por mi propio pié. –Dije fingiendo un ataque de orgullo.- No me iré de este mundo siendo arrastrado y suplicando.
Mamud acercó su cara a la mía, quizá evaluando si alguien como yo era capaz de abrirse paso entre docenas de muertos y escapar.
-¿Tendrás el valor de mirar a la muerte a la cara y enfrentarte al juicio de Allah? –Me preguntó.- Petición concedida, agente de la CIA, pero has de saber que no eres el primero que pide morir con dignidad, y tampoco serías el primero de ellos que la pierde cuando empiezan los mordiscos.
No dije nada más, simplemente me limité a esperar a que me pusieran en pie y me llevaran hasta la puerta de la valla. Llevaron a Walsh también, porque querían hacerla mirar cómo era devorado vivo antes de que comenzaran las violaciones.
-Estás loco. –Me dijo cuando nos pusieron hombro con hombro delante de la puerta, esperando que dos de los hombres de Azizi las abrieran para mí.
-Tírate al suelo cuando empiecen los disparos. –Le susurré sin mirarla a la cara.
-¿Qué? –Preguntó confusa.
-Tírate al suelo cuando empiecen los disparos. –Repetí mecánicamente justo un segundo antes de que Azizi en persone me agarrara de los hombros.
Los dos hombres tenían la puerta agarrada, preparada para abrirla en cuanto recibieran la orden.
-Si crees que voy a permitir que este lugar se invadido por los muertos te equivocas. –Me dijo al oído en tono amenazante mientras me liberaba de mis ataduras.- La puerta estará abierta un segundo y podrás salir por ella, si intentas algo haré contigo tales cosas que maldecirás a tu madre por haberte traído a este mundo, ¿me he explicado?
Asentí con seguridad y avancé con la misma seguridad hacia la salida. Walsh no era la única que debía pensar que me había vuelto loco, ya que las miradas de los hombres de la puerta, un momento antes de abrirla, fue la misma que se le dedica a un loco a punto de cometer una locura.
Con el último paso al frente la puerta se abrió, y vi como un montón de manos grises y descompuestas se abalanzaban contra mí. Di un último paso, que me sacó del todo del centro de detención, y de un manotazo aparté las primeras manos que querían agarrarme. Un muerto viviente con la ropa hecha harapos y con un rostro agrietado, como si la piel se le hubiera convertido en pergamino, se me echó encima, pero esquivé su acometida con facilidad y le agarré del cuello. No me costó nada quebrárselo, fue tan fácil que hasta temí arrancarle la cabeza del cuerpo, pero no fue así, y nadad más hacerlo caí al suelo, con el cuerpo inmovilizado del muerto encima… justo en el momento en que comenzaron los disparos.
Los muertos vivientes a mí alrededor empezaron a caer abatidos por certeros balazos en la cabeza que provenían desde los arbustos. Los dos hombres de Azizi habían intentado cerrar las puertas, pero también fueron tiroteados, dejando la valla abierta y dándome una oportunidad para volver dentro.
Aparté el cuerpo, cuya cabeza seguía intentando morderme pese a tener el cuerpo completamente paralizado, a un lado y me arrastré por debajo de los tiros de vuelta al centro de detención.
Walsh me había hecho caso y se había tirado al suelo también al escuchar el primer disparo, mientras que Azizi y sus hombres respondían el fuego contra un enemigo que todavía no podían ver.
-¡Vamos! –Le grité a Walsh deshaciendo el nudo de las cuerdas que le ataban las manos; los reanimados que no habían sido destruidos estaban empezando a entrar dentro, y arrastrarse para evitar las balas no era la mejor forma de huir.
-¿Quién les ataca? –Me preguntó a gritos.- ¿Wilson?
-No, no es cosa de Ryan. –Respondí.- Son las Avispas Negras.
-¿Las Avispas Negras? –Preguntó sin comprender, pero no había tiempo para explicaciones, nada más liberarle las manos le indiqué que me siguiera y nos dirigimos, arrastrándonos sobre la tierra, hacia el grupo de prisioneros armados.
Ninguno se percató de nuestra presencia, ocupados como estaban en la amenaza invisible y en los muertos que entraban… pero los muertos, que habían servido de escudo humano, terminaron por caer, y los disparos llegaron hasta los hombres de Azizi. Dos de ellos cayeron muertos en un segundo.
-¡Seguid disparando! –Bramó Azizi en árabe a los suyos mientras disparaba con un fusil en dirección a los arbustos.- ¡Ni se os ocurra huir…!
No pudo decir nada más. Al mismo tiempo que el prisionero que tenía a su lado caía con un disparo en la frente, me lancé contra él para derribarlo en el suelo.
No se esperaba el ataque y me fue fácil quitarle el fusil de las manos. Intentó revolverse y contraatacar, le dejé espacio para que lo hiciera, pero solo para poder darle la vuelta y ponerlo cara al suelo. Le agarré del cuello y le hice una llave para dejarle inconsciente.
-¡Coge el arma! –Le ordené a Walsh mientras Mamud se resistía a perder la consciencia.
Rápidamente recogió el fusil del terrorista y con él abatió a uno de sus hombres.
-¡No! –Le dije mientras Azizi por fin caía inconsciente.- No les ayudes.
-¿Por qué no? –Preguntó Walsh molesta.- Tenemos el mismo enemigo.
-Vamos vestidos de prisioneros, no creo que se paren a preguntar cuando entren aquí. –Le expliqué.- Tampoco sabemos si se van a mostrar amistosos. Tenemos que llevarlo a la sala del tribunal, ayúdame.
Poco convencida, pero obediente pese a todo, me ayudó a tirar del cuerpo de Azizi, con disparos sobrevolando por todas partes. Tuvo que abrirnos paso acabando con un par de islamistas armados que nos bloqueaban el camino, pero finalmente logramos entrar a la sala del tribunal militar y cerramos la puerta tras nosotros.
-¿Y ahora qué? –Exclamó la capitana vigilando desde la puerta.- No podemos quedarnos aquí, los hombres de este desgraciado o los cubanos podrían llegar en cualquier momento.
Me lancé hacia nuestras cosas, las que nos habían quitado al capturarnos, y, después de recuperar mi pistola, busqué el comunicador con el que podría hablar con Ryan.
-¡Ryan! ¡Ryan me escuchas! –Llamé en cuanto lo tuve en mis manos, en el exterior se escuchaban disparos y gritos en árabe, pronto la batalla se acabaría y las Avispas Negras llegarían hasta nosotros.
-¡Mark! ¿Eres tú? ¡Dios mío! ¡Después de lo que ha pasado creía que estabais muertos! –Contestó Ryan bastante sorprendido.- ¿Qué ha pasado?
-Eso no importa, lo que importa es que tenemos el paquete, necesitamos una salida, y rápido. –Le urgí sin darle muchas explicaciones, no había tiempo.
-De acuerdo, ¿podéis ir hasta el punto de recogida? –Preguntó; miré a Walsh y ésta negó con la cabeza.
-No creo que podamos, no cargando con Azizi, estamos en la sala del tribunal militar, bajo ataque de los presos y de los cubanos, no creo que podamos salir de aquí dentro.- Le indiqué.
-¿Los cubanos? –Dijo estupefacto.- ¿De dónde han salido?
-¿Y yo qué cojones sé? –Exclamé.- Tú envía a alguien que nos recoja.
-De acuerdo… ¿podréis subir al tejado para que el helicóptero os recoja?
-Lo intentaremos, tú date prisa. Corto. -Terminada la comunicación me aseguré de que mi pistola estuviera cargada antes de guardármela en el cinturón.
-¿Cómo vamos a subirle hasta el tejado? –Preguntó Walsh sin perder de vista la puerta.
Saqué de mi equipo una ampolla de amoníaco, la rompí y se la puse en la nariz a Mamud, el cuál despertó inmediatamente. Apenas hubo abierto los ojos apoyé mi rodilla sobre su pecho y le apunté a la cabeza con la pistola.
-Despierta Bella Durmiente, nos vamos y necesitamos que colabores. –Le dije.
-Ahora soy yo el que tiene una pistola en la cabeza, ¿eh? –Respondió él con una sonrisa que solo un loco o un suicida podría mostrar en un momento como ese.- ¿Por qué iba a colaborar contigo?
-Porque ya lo has perdido todo, tus hombres están muertos o muriendo a manos de los cubanos, aquí solo te espera la muerte, una muerte sin sentido a manos de gente que no son tus enemigos. ¡Levántate!
Azizi no perdió la sonrisa, pero se levantó.
-Yo le tendré vigilado, tú ábrenos paso. –Le dije a Walsh, que asintió y, con el fusil por delante, abrió la puerta y salió fuera.
-Hay una cosa que no entiendo. –Dijo Azizi mientras recorríamos el pasillo en dirección a la otra puerta del edificio; allí había visto unas escaleras que subían hasta el tejado cuando nos trajeron que podían servirnos para llegar hasta allí.- Creía que habíais venido aquí a acabar con lo que habíamos construido, a vengar a vuestros muertos… pero es evidente que no es así. ¿Para qué me queréis vivo?
Un par de hombres de origen árabe se cruzaron con nosotros mientras huían, pero antes de que pudieran reaccionar Walsh los abatió de sendos disparos. Solo se detuvo un momento para coger el cargador de una de las armas de los muertos.
-Habéis perdido a seis hombres viniendo aquí, ¿para qué? –Insistía Azizi, pero no le respondí, no tenía intención de iniciar una conversación con él en ese momento.
Cuando salimos de nuevo al exterior, nos encontramos con otro par de prisioneros muertos a tiros junto a la entrada. Las escaleras que llevaban al tejado estaban a nuestra derecha, pero tres Avispas Negras se habían quedado allí, asegurando la zona, y tuvimos que quedarnos al lado de los cadáveres para que no nos vieran.
-Esto va a ser complicado. –Opinó Walsh con bastante acierto.
-Solo espera a que se marchen. –Dije yo.- Únicamente tenemos que recorrer seis metros hasta llegar a la escalera, lo habremos logrado antes de que llegue alguien más.
Estaba convencido de que sería así, pero entonces ocurrió algo inesperado que torció toda la situación en una décima de segundo. Azizi gritó, y fue un grito tan fuerte que debió escucharse en todo el centro de detención. Me giré hacia él enfurecido por haber revelado nuestra posición, pero entonces vi como uno de los prisioneros muertos le había mordido en un tobillo.
-¡Maldita sea! –Bramó Walsh levantando el arma y disparando contra los cubanos; éstos salieron corriendo y buscaron lugares donde cubrirse para empezar a devolvernos el fuego.
Con un disparo en la cabeza acabé con el muerto viviente, y luego tiré de Azizi, obligándole a andar hacia las escaleras.
-¡Cúbrenos capitana! –Le grite a Walsh moviendo a Azizi a empujones escaleras arriba.
La herida había sido profunda, había arrancado carne y, además del rastro de sangre, le dificultaba los movimientos. Cada paso que daba debía ser una tortura, y más escaleras arriba, pero aun así le obligué a moverse. Las chispas saltaban por los aires cuando alguna bala lograba golpear en la escalera metálica, pero finalmente logramos llegar al tejado sin un solo disparo, aunque nada más tocar techo Azizi cayó al suelo. Le dejé allí mientras me asomaba y comenzaba a disparar con mi pistola contra los cubanos.
-¡Ahora capitana! –Avisé a Walsh para que comenzara a subir; sin embargo ella no tuvo tanta suerte como nosotros dos…
Fue un único disparo, le entró por una sien y salió por la otra impregnando de sangre y sesos la pared exterior del edificio. Su cuerpo cayó rodando escaleras abajo hasta llegar al suelo, donde quedó tirada como un muñeco de trapo.
-¡Mierda! –Farfullé retrocediendo, ya no tenía sentido seguir disparándoles.
-Parece que han jodido a tu amiga. –Dijo Azizi entre riéndose y retorciéndose de dolor por la mordedura.- Le habría ido mucho mejor con nosotros, al final las otras no se quejaban.
-Tú también estás jodido. –Repliqué dándole una patadita en la herida que le hizo lanzar un grito.
En el despejado cielo vi un punto negro que se acercaba, tenía que ser el helicóptero de Ryan. Todo apuntaba a que, de nuevo, iba a salir vivo de una situación límite. Me pregunté cuánto tiempo podría seguir con aquello, viviendo de aquella manera… tenía una mujer, una hija recién nacida, y el mundo se estaba yendo al infierno.
“Lo voy a dejar” me dije, “cogeré a las dos y nos iremos a Nebraska, a la granja de mis padres, hasta que todo esto acabe y los muertos vivientes desaparezcan.”
Cuando el helicóptero llegó no tomó tierra, se limitó a bajar y lanzarnos una escalerilla.
-Vamos, toca escalar otro poco más. –Le dije a Azizi levantándole del suelo y llevándole hasta la escalerilla.
Se agarró como pudo, igual que yo, y el helicóptero volvió a remontar el vuelo. Desde el suelo, las Avispas Negras, con sus trajes de camuflaje y sus rostros pintados del color de la vegetación circundante, nos observaban elevarnos. Varios nos apuntaban con sus armas.
-¿Por qué no disparan? –Preguntó Azizi.
-Porque nos vamos. –Le respondí.- No somos sus enemigos, han venido aquí a limpiar la base, a tomarla y a refugiarse de los muertos en ella.
El gobierno no iba a malgastar unos recursos que no tenía en recuperar la base naval, ni el centro de detención, ni nada de nada. En ese mismo instante, de algún modo, Guantánamo volvió a pertenecer a Cuba… o a todo lo que quedaba de Cuba.

Más tarde, sobre la cubierta del barco, observando como la isla de Cuba se iba quedando atrás junto a Ryan, seguía pensando en eso.
-Así que esos cabrones esperaron a que abrieras la puerta para atacar. –Decía Ryan.- Lo que no me puedo creer es que supieras que eran las Avispas Negras.
-Me arriesgué y gané, ya sabes cómo es esto Ryan. –Respondí sin darle mucha importancia.- Lástima que Walsh no lo lograra.
-Si… pero al menos tenemos a Azizi. –Se consoló suspirando profundamente.- Vayamos a verle, tengo mucho interés en todo lo que tenga que decir.
Alguien había atendido la herida de Azizi, aunque todos sabíamos que no tenía curación posible, los mordiscos de esos seres seguían siendo letales, y no había tratamiento médico que lo remediara; como tampoco se podía remediar la posterior resurrección. Tras vendarle el pie, le habían instalado en un camarote, sentado en una silla a la que estaba encadenado de pies y manos, con dos hombres armados custodiándole.
-Pueden retirarse. –Les ordenó Ryan a los dos marines, que obedecieron rápidamente, quedándonos los tres solos.
-Sin rodeos Azizi, ¿qué sabes de los muertos vivientes? –Exclamó Ryan autoritariamente.
-Que pronto seré uno de ellos. –Respondió Azizi mirándose el pie.- ¿Para eso me habéis traído? ¿Para que os dé clases de religión?
-¿De religión? ¿Qué quieres decir? –Preguntó Ryan.
-Os hablo del juicio final, de la ira de Allah, que está cayendo sobre todos vosotros por atacar a los verdaderos creyentes.- Recitó.
-Menos bromas Azizi, tenemos una grabación tuya hablando con Hasim Numair. “Comenzará el día veintiuno, y nadie podrá detenerlo cuando llegue la hora.” –Le recordó sin perder el tono de voz autoritario que siempre había hecho de él un buen interrogador… sin embargo, Azizi parecía inmune a la intimidación.
-Y así ha sido, la Hora ha llegado, Al Madhi vendrá para que todas las demás religiones sean pasadas a espada. Sólo el Islam sobrevivirá. Jerusalén será devuelta a los fieles y La Meca será la capital del mundo.
-El islam no ha sobrevivido. –Le dije furioso.- Tu país ya no existe, tu organización terrorista ya no existe, tu pueblo ya no existe pero, si te sirve de consuelo, puede que en muy poco tiempo el nuestro tampoco.
Salí del camarote dando un brusco portazo y me dirigí a la cubierta… todo había sido un engaño, un espejismo, una quimera.
-¿Qué coño te pasa? –Me preguntó Ryan cuando me alcanzó.- ¿A qué venía ese numerito?
-¿No lo entiendes? La grabación, dice “la Hora”, y lo interpretamos mal. –Le expliqué.- “la Hora” no es más que una referencia del Corán sobre el fin del mundo. Ese idiota fanático religioso solo cogido el mito del fin del mundo del 21 de Diciembre de 2012… ¿no lo entiendes? ¡No sabe una mierda de lo que está ocurriendo! ¡Se cree que esto es obra de la ira de Dios o algo así, su gente no ha tenido nada que ver!
Ryan se quedó callado durante unos segundos, asimilando la dura verdad a la que teníamos que hacer frente. El mundo se hacía pedazos, nuestros propios muertos se volvían contra nosotros, y no teníamos ni idea de por qué, ni de la forma de evitarlo… esa granja en Nebraska se volvía más atractiva por momentos.
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Mensaje  Crónicas Zombi Mar Mar 19, 2013 2:23 pm

En Crónizas zombi seguimos trabajando para traer relatos frescos. El blog cambia de tercio y deja los preludios, las historias independientes y autoconclusivas, por un tiempo y se embarca en un nuevo proyecto con una historia más larga desarrollada a lo largo de varios capítulos. Aquí teneis el primero de ellos.
Como siempre, podeis leerlo también en el blog original: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]



MAITE


-Creo que me voy a dormir. –Declaró Silvio solo unas horas después de que el sol se pusiera; teniendo en cuenta que a las siete de la tarde ya era casi noche cerrada, no debían ser más que las nueve de la noche… como mi móvil se había quedado sin batería hacía mucho y mi reloj de pulsera se había quedado en mi casa no podía saberlo exactamente.
“No está bien” pensé mientras le veía levantarse y dirigirse cabizbajo a su tienda de campaña.
Pero, ¿quién podía estarlo? La caída de la civilización fue un golpe muy duro para las mentes de todos; la idea de que familiares, amigos y toda la gente a la que habías conocido alguna vez podría estar muerta, o peor, formando parte de los resucitados, era difícil de digerir. Esas bestias ávidas de sangre humana habían acabado con todo y con todos y, pese a mis pérdidas, no podía sino considerar que en el fondo había tenido suerte, mucha suerte. Aunque mi marido había muerto, mi hija Clara seguía viva, y eso era mucho más de lo que tenían la mayoría. Sin embargo, conforme los días iban pasando no podía dejar de preguntarme cada vez más a menudo si de verdad se podía decir que había tenido tanta suerte como creía… tenía a mi hija conmigo, y eso era algo de un valor incalculable, pero no tenía ni idea de cómo iba a apañármelas para mantenernos a ambas con vida en adelante. Algo que hasta hacía un mes todos considerábamos básico, como era el no tener que temer por tu vida, el no tener que preocuparte por tu supervivencia, se había esfumado igual que se había esfumado cualquier otro vestigio de civilización.
El grupo de supervivientes que intentamos salir de la ciudad cuando se cortó el suministro de agua estaba formado por más de treinta personas, y cuando logramos llegar a las afueras de Madrid no éramos ni una cuarta parte. Familias enteras se habían quedado por el camino; niños, mujeres y ancianos habían pasado a formar parte de los muertos vivientes, o habían sido devorados vivos. ¿Cómo iba a apañármelas para cuidar de Clara si la muerte era la única certeza? Cuando decidí ser madre nunca pensé que mi labor iba a ser proteger a mi hija del fin del mundo.
Salir de la ciudad fue como salir del infierno, pero sabía perfectamente que solo era una ilusión de seguridad lo que tenía, un leve respiro que no podía durar demasiado; y lo peor era que no había un objetivo, no hay donde ir, todo se ha ido a la mierda… volarse la cabeza y acabar con todo nunca había sido tan tentador.
Sin saber a dónde dirigirnos, nos instalamos a tan solo unos metros de la M-40, al norte de Madrid, y nos dedicamos a esperar ninguno sabía muy bien qué. Era tan mal sitio como cualquier otro para detenerse.
Pese a ser invierno, la temperatura nos estaba dando un respiro y era bastante soportable durante el día. Sin embargo, durante la noche bajaba hasta casi los cero grados, obligándonos a encender hogueras para entrar en calor, lo cual resultaba peligroso porque que la luz podía atraer a los muertos vivientes hasta nosotros. Con un bidón oxidado que encontramos logramos cubrir las llamas al máximo. La leña tampoco era muy abundante por allí, ya que el terreno no era precisamente boscoso y la vegetación se componía tan solo de unos cuantos matorrales. Esos mismos arbustos hacían que el campamento quedara fuera de la vista si mirabas desde la carretera.
No demasiado lejos de allí descubrimos una gasolinera unos días atrás, y algunos se aventuraron a su interior, ya que nos pareció que una estructura cubierta era mejor refugio que la intemperie… pero el lugar ya había sido atacado por los resucitados. Encontraron un par de cadáveres dentro, y las puertas rotas, reventadas desde fuera, lo hacían casi indefendible en caso de ataque. Lo más sensato era no instalarse allí, de modo que nos quedamos acampados detrás de los arbustos y a distancia de la ciudad, donde se podía ver a un muerto andante un kilómetro antes de que llegara hasta nosotros.
Esa noche estaba siendo considerablemente más fría que las de los días anteriores, y nos reunimos casi todos alrededor del bidón oxidado, en cuyo interior ardía una pequeña hoguera, y que era la única fuente de calor que disponíamos. Tras varios días de largos silencios, caras de miedo y dolor por todo lo perdido, por fin algunos supervivientes se estaban empezando a atrever a relatar lo que padecieron para lograr salir con vida.
-La base militar era un infierno. –Aitor nos estaba contando como cayó el ejercito, un tema que despertaba mucho interés entre nosotros, ya que en la últimas semanas de civilización los militares estaban en boca de todos; parecía que iban a ser nuestra salvación, pero no habían terminado resultando muy efectivos a juzgar por los resultados.- Ordenaron abandonar y replegarse en la zona segura a todos los efectivos de la ciudad, pero mi unidad estaba demasiado lejos y esos reanimados nos tenían rodeados. Al final cogimos el jeep e intentamos abrirnos paso para salir de allí… nos fue muy mal, solo salimos con vida el voluntario y yo. Él se largó a buscar a su familia, espero que los encontrase y pudieran ponerse a salvo en alguna parte. Yo fui a recoger a Raquel con el jeep. Aún no sé cómo logré atravesar media ciudad tomada por los muertos.
Aitor no era más que un crío, me hubiera jugado mi mano derecha a que no había cumplido los dieciocho años todavía, y su novia Raquel tampoco. No tenía ni idea de cómo un chaval tan joven había entrado a formar parte del ejército, pero me imaginé que cuando las cosas se pusieron realmente feas los militares no rechazaron a ningún candidato. El chico tenía “carne de cañón” escrito en la frente, pero había demostrado tener la habilidad, o quizá la suerte, de sobrevivir hasta ese momento.
“Al menos se le ve con esperanzas” fue lo que pensé mientras escuchaba su relato; pese a que se notaba que había pasado por una experiencia difícil, todavía tenía el ánimo de seguir adelante, quizá movido por el vitalismo de su corta edad.
El caso contrario era el de Agus, el último que llegó hasta el campamento y el que menos ganas tenía de comunicarse con nadie. Desde que se topó con nosotros cuando conducía por la M-40, tras huir de la zona segura, se pasaba los días y las noches vigilando subido encima de su coche, que era tan antiguo que debió dejar de fabricarse en los noventa… y por el aspecto también debió dejar de lavarlo desde entonces. Fue él quien nos trajo la dolorosa noticia de que la zona segura había caído, destruyendo todas nuestras esperanzas de que un rescate militar nos sacara de aquella agonía y nos devolviera a nuestra vida de siempre.
Jorge, un hombrecillo desagradable al que ya conocía, ya que estuvo refugiado con mi marido y conmigo en el polideportivo del que finalmente tuvimos que huir, daba vueltas por allí con un puro encendido en la mano; esos puros eran uno de los pocos lujos que pudo salvar de su vida anterior al fin del mundo, cuando se dedicaba a importar aparatos electrónicos de países del este y, según creía, manejaba importantes sumas de dinero.
Óscar, que tampoco está sentado en el fuego porque era su turno de guardia, se acercó a él.
-Apaga esa mierda. -Le dijo de malos modos, lo cual solo consiguió que Jorge sonriera desdeñosamente.- Pueden verlo.
-¿Crees que van a ver un puntito brillar desde más de un kilómetro de distancia? -Preguntó irónico.- Creo que estás un poco paranoico.
-Te sorprendería lo lejos que se puede ver un fuego, por pequeño que sea, cuando no hay otras luces. ¿Por qué te crees que cubrimos nuestro fuego con un bidón? -Le respondió él con un desdén parecido al que previamente le había mostrado Óscar.- Apaga esa mierda o fuma detrás de los arbustos, pero como atraigas a alguno de esos muertos vas a tener que ir a matarlo tú solo.
Jorge accedió a regañadientes y terminó sentándose en el suelo para que los arbustos le cubrieran. Por poco que le gustara Óscar, él había sido cazador y sabía lo suficiente de supervivencia como para que hubiéramos aprendido a respetar su opinión en esos temas. Además era uno de los pocos que tenía los redaños suficientes para plantarle cara a un resucitado sin que le temblara el pulso, aunque habitualmente lo hacía a distancia con una ballesta de caza que siempre llevaba encima.
Tras la interrupción, Aitor continuó con su historia.
-Luego quisimos ir a la zona segura pero estaba rodeada de reanimados y era imposible entrar. Así que salimos de la ciudad y acabamos aquí, con vosotros.- Concluyó.
-¿Y qué pasa con lo otro, con lo que de verdad importa? –Intervino Jorge desde su arbusto.- ¿Se ha encontrado alguna cura, alguna solución? ¿Se sabe al menos qué coño hace que los muertos se levanten?
-Se barajaron varias hipótesis. –Fue Luís quien respondió; Luís no era precisamente el hombre más valiente del mundo, pero había sido cirujano durante años, hasta que monto con su socio una clínica privada, y sus conocimientos médicos valían su peso en oro… no sabía si los demás lo habían pensado, pero sin hospitales, sin farmacias y sin clínicas estábamos expuestos a cualquier cosa, y yo me alegraba que hubiera alguien con conocimientos médicos entre nosotros.- Después del fiasco del Ébola, quiero decir. Sé que los chicos de la universidad estuvieron investigando hasta el último momento.
-Sí. –Confirmó Aitor asintiendo con vehemencia.- También se hizo todo lo posible por mantener las comunicaciones entre universidades y laboratorios de toda Europa, pero no sé como acabó eso.
-No acabó bien. –Dijo Judit limpiándose las gafas con el jersey.
Judit había llegado al campamento solo un par de días más tarde que nosotros, cuando llegaron también Sebas, Toni y Silvio. Era una chica menuda, de no más de veinte años, bastante retraída y, por lo que decía, una superdotada que a su edad ya tenía un doctorado en biología molecular y otras dos carreras para completar su currículum.
Todos nos quedamos mirándola, esperando que, como se diría en el ámbito académico, desarrollara un poco su respuesta. Aquello pareció sorprenderla.
-Yo… estuve allí, trabajando en el laboratorio de la universidad, en contacto con investigadores del CNI y con otras universidades, principalmente inglesas y alemanas. –Nos explicó.- Antes de que los militares nos sacaran de allí no habíamos obtenido ningún resultado. Lo único que pudimos confirmar es que esos seres estaban completamente muertos, excepto determinadas partes del cerebro que permanecían activas post mortem y que es lo que les permite levantarse y caminar. Pero no identificamos tóxico o patógeno que pudiera explicar esa conversión. Debido a que a los animales no les afecta, pensamos que su origen sería algún tipo de organismo especializado, pero no hubo ningún resultado concluy…
-Vamos, que seguimos sin tener ni idea de por qué ha ocurrido esto. –Resumió Jorge desde el suelo dándole una calada al puro.- Joder, ¿para esto pagaba impuestos? Una puta plaga apocalíptica de cadáveres antropófagos y...
-¡Ya lo hemos entendido! –Le interrumpió Félix poniendo fin a su perorata.
Igual que todos escuchábamos a Óscar cuando hablaba, porque reconocíamos que era quien más sabía sobre cómo salir adelante en la situación de supervivencia como en la que nos encontrábamos, también todos escuchábamos a Félix, no tanto por sus habilidades como porque era una persona razonable y diplomática que siempre sabía cómo evitar un conflicto antes de que se produjera y, como había sido el caso, cerrarle el pico a Jorge. Entre los dos eran quienes más o menos dirigían a todo el grupo, si es que había algo que dirigir cuando todo lo que hacíamos era dormir y ver pasar los días, con alguna incursión ocasional a por comida y agua.
-Mamá, tengo hambre. -Se quejó Clara, que hasta ese momento había estado dormitando a mi lado, casi ajena a todo lo que se había estado diciendo.
Clara había heredado de mí los ojos, la piel clara y llena de pecas que yo también tenía a su edad y la melena pelirroja. Al igual que a todo el mundo, todo por lo que había tenido que pasar había hecho que se mostrara temerosa de siquiera apartarse de mi lado. No es que me molestara tenerla siempre pegada, al contrario, en la situación en la que vivíamos prefería tenerla siempre cerca y vigilada, pero me dolía ver como una niña que desde bien pequeñita había sido muy independiente se había convertido en una niña siempre asustada. Solía tener pesadillas por las noches, sobre todo desde que murió su padre, y yo no sabía qué podía hacer para remediarlo.
-Lo sé, cariño. Ahora veremos si queda algo para cenar. –Le respondí con un poco de lástima, sabiendo que probablemente no quedara prácticamente nada.
La mayor preocupación que teníamos era que la comida comenzaba a escasear. Al principio era fácil acercarse a alguna tienda cercana y coger algo de comida; entre Óscar, Félix y algún otro, como el siempre voluntarioso Aitor, buscaban en el linde de la ciudad algún comercio y traían todo lo que podían que pudiera resultar útil. Pero casi todo había sido saqueado antes de que nosotros empezáramos a hacerlo por algún otro grupo como nosotros, o quizá antes de que la ciudad cayera, y adentrarse más era entrar en territorio de los muertos.
-No andamos muy bien de provisiones. –Dijo Félix torciendo el gesto.- Por más que racionemos, no hay para más de un par de días... por no hablar de que si no llueve estaremos sin agua mañana.
-Deberíamos pensar en ir mañana por la mañana otra vez a buscar algo de comer. Si no hay tiendas cerca puede que por aquí haya algún animal que pueda cazarse… o algo – Sugirió Sebas con timidez, o sea, como solía hablar normalmente.
Para haber trabajado de guardia de seguridad, Sebas no daba la talla. Era más bien delgado, tirando a bajito, y no tenía aspecto agresivo o intimidante. Llegó acompañado de Judit, a quien encontró vagando por la carretera, y de Toni, un hombre con claras raíces africanas manifestadas en su oscura piel. Como si fuera algo sin importancia, nos contó que se refugió en la comisaría más cercana que encontró cuando las cosas se pusieron mal, pero los muertos vivientes ya habían hecho una visita a ese lugar y no quedaba nadie… solo Toni, que se encontraba allí al haber sido detenido por saqueador. Según Toni, la policía le cogió cuando saqueaba una tienda en busca de comida, ya que estaba refugiado en su casa con su familia y no había tiendas abiertas cerca. Se pasó más de cinco días allí encerrado, dos de ellos rodeado de muertos, hasta que llegó Sebas y le abrió la celda.
Su historia tenía sentido, pero causó algunos recelos, especialmente porque, antes de irse de la comisaría con Sebas, cogió una pistola de un policía, lo que hacía que fuera uno de los pocos hombres armados del grupo. Solo el propio Sebas con su pistolita reglamentaria, Aitor con su fusil del ejército y Félix con un rifle de caza que le prestó Óscar tenían armas de fuego. También teníamos la ballesta de Óscar y el hacha de Érica, además de algunos cuchillos, para defendernos si los muertos vivientes llegaban. Pero como no vivíamos en Estados Unidos ninguno de nosotros tenía la menor idea ni de por dónde empezar a buscar para conseguir más armas.
Conforme los días fueron pasando y Toni resultó ser tan inofensivo como cualquiera, y desde luego mucho más agradable que Óscar o Érica, los recelos desaparecieron.
-Esto es un puñetero secarral. –Respondió Óscar a la sugerencia de Sebas.- Aquí no hay fuentes de agua, y solo se pueden cazar ratas y perros callejeros.
-Se que no os va a gustar, pero entonces la opción que queda es adentrarse más en la ciudad y buscar comida y agua. –Sugirió Félix, sabiendo que la propuesta no sería muy bien recibida por nadie… ninguno estaba tan loco como para arriesgarse a una muerte segura adentrándose demasiado en la ciudad.
-¿Estás loco? –Replicó Toni, que había permanecido en silencio hasta entonces, pero atento a todo lo que se decía.- No salí de ese infierno para volver a entrar... tío, ese lugar está plagado de esos bichos muertos vivientes, entrar ahí en un suicidio.
-Podríamos ir a mi casa. -Propuso Raquel inesperadamente.
A diferencia de Toni, Raquel había permanecido también en silencio, sentada al lado de Aitor mientras éste contaba su historia, pero no parecía estar demasiado interesada en lo que se había dicho desde entonces. Por lo que había llegado a conocerla, se veía que era una chica bastante callada, seguramente por lo afectada que estaba después de vivir la experiencia que Aitor relató.
El mundo parecía dividirse en esos momentos en tres tipos de personas: los que, como Agus, Miguel y Raquel estaban completamente sobrepasados por las circunstancias; los que, como Félix y Óscar, habían sacado lo mejor de sí mismos para luchar y seguir adelante; y los que, como yo, vivíamos en una especie de limbo, sin haber sido capaces todavía de digerir lo ocurrido y reaccionar en un sentido u otro.
-¿A tu casa? Menuda puta mierda de plan. –Bufó Érica con desdén.
Si, no había pensado en Érica al desarrollar las tres categorías. Estaba muy claro que ella no podía ser catalogada dentro de ninguna de ellas; sencillamente no encajaba en categoría alguna. Esa chica no estaba bien de la cabeza, la única explicación a su comportamiento era tan simple como eso. No parecía importarle estar helándose de frío, comiendo conservas y sin poder asearse durante más de dos semanas; hablaba de la muerte de su madre con una indiferencia pasmosa, como si realmente no le importara lo más mínimo; y sobre todo estaba lo del hacha… cuando llegó, venida de no se sabe dónde, llevaba consigo un hacha de leñador que utilizaba a dos manos y con las que disfrutaba matando resucitados.
Sí, realmente disfrutaba matándolos; se reía como una loca cada vez que tenía que hundía el filo del hacha en la cabeza de uno y se pringaba con la sangre que salpicaba como resultado de ello. A veces no sabía que daba más miedo, si los muertos vivientes o ella.
- A mi padre le gusta cocinar, tenemos varios frigoríficos en el sótano y dejó la despensa llena cuando empezó... bueno... todo esto. Almacenó bastante comida como para comer dos meses toda la familia.
Todos nos mantuvimos silencio, ya que la idea nos parecía tan mal como a Érica, pero no queríamos expresarlo tan directamente. Puestos a meterse en la ciudad, parecía mejor buscar una tienda, que sin duda tendrá más comida y será más accesible.
Como siempre, fue Félix quien tomó la palabra y rompió el silencio.
- Oye Raquel. –Comenzó a decir con suavidad.- Se que quieres saber qué ha sido de tu familia, si siguen bien... pero ir allí ahora es una mala idea, meterse en la ciudad ya es arriesgado y...
- ¡No es una mala idea! -Le interrumpió Aitor.- Su casa está en Mirasierra, justo aquí abajo. No tendríamos que penetrar mucho en la ciudad, la mayoría de esa gente fue evacuada o se largaron antes de que la cosa se pusiera realmente fea, no habrá muchos reanimados por las calles.
Félix se giró hacia él y abrió la boca, seguramente para explicarle también muy diplomáticamente por qué era una mala idea, pero Óscar le detuvo poniéndole una mano en el hombro.
- El chico puede tener razón. -Dijo pensativo.- No debería ser difícil entrar en un barrio como ese, y es menos probable que una casa haya sido saqueada, ¿no? Todas las tiendas que hemos visto hasta ahora habían sido saqueadas casi por completo, pero una casa particular…
-La densidad de población de Mirasierra es mucho menor que en cualquier otro punto de la ciudad. –Apuntó Judit como dato científico que nadie había pedido.- En teoría es cierto que debería haber menos muertos vivientes en sus calles, especialmente si fueron evacuados en etapas tempranas de la expansión de la enfermedad. La velocidad a la que se desplazan los muertos, la localización geográfica de Mirasierra y el tamaño de Madrid hace que sea poco probable que hayan llegado demasiados de otros lugares hasta allí… sobre todo si no tenían víctimas humanas que les atrajeran en esa dirección.
-¿Estáis hablando en serio? –Pregunté yo sin poder resistir más tiempo sin meterme en la conversación.- Quiero decir, estamos hablando de entrar en la ciudad. Puede que sea un barrio que evacuaron y todo lo que queráis pero… es entrar en la ciudad. ¿Hasta ese punto estamos desesperados?
-Me parece a mí que sí. –Contestó Óscar.- Estamos casi sin comida, estamos sin agua, y no parece que la situación vaya a mejorar si no hacemos algo. ¿Tienes alguna idea mejor?
No se me ocurría ninguna, pero hasta morirse de hambre me parecía mejor idea que arriesgarse con los muertos vivientes.
-Aguantamos varios días con lo que encontrasteis en la gasolinera que había sido invadida. –Les recordé.- Podemos buscar otra gasolinera cercana y ver qué encontramos.
-Precisamente porque fue invadida seguía habiendo cosas. –Me contradijo Félix.- De haber estado libre la habrían vaciado otros. No estoy diciendo que me parezca una buena idea ir a casa de Raquel, ojo, pero buscar en gasolineras es perder el tiempo, debieron ser los primeros lugares que saquearon.
-Eso nos vuelve a dejar con una única opción. –Dijo Óscar cruzándose de brazos.- No tendría que ser complicado. Subimos cuatro al furgón de Sebas…
-¡Eh! ¿Por qué mi furgón? –Protestó el aludido.
-Necesitamos un vehículo en el que poder meter todo lo que haya en la casa, y para eso hace falta espacio. –Razonó Óscar sin prestarle mucha atención a su indignación.
-También necesitamos espacio para que mis padres y mis hermanos vengan. –Intervino Raquel apartándose un mechón de pelo rubio de la cara.- No pueden seguir más tiempo allí, atrincherados en casa en una ciudad plagada de… muertos. Sobre todo ahora que sabemos que no va a llegar ayuda.
-Quizá adelanto acontecimientos, pero creo que también deberíamos buscar combustible y guardarlo para reservas. –Opinó Luís.- Si cada vez vamos a tener que movernos más lejos para conseguir recursos necesitaremos combustible. A la larga no tendremos más remedio que movernos a algún sitio más vivo, con agua, árboles, y alguna forma de producir comida. No podemos alimentarnos de plantas resecas toda… bueno, todo el tiempo que pase hasta que esto se arregle de alguna manera.
Félix suspiró con resignación, pues no le quedó otra que mostrarse de acuerdo con el plan de Raquel. Yo, sin embargo, no estaba nada convencida. No quería menospreciar a esa chiquilla, no la conocía tanto como para eso, pero aquello más que un plan sólido me parecía una excusa de una niña asustada para volver a ver a su familia. No obstante, tanto Aitor como Óscar apoyaban la idea, así que tenía que admitir que era posible que me equivocara… Óscar sabía lo que se hacía, y Aitor, por mucho que quisiera complacer a su novia, no iba a arriesgar su vida tan tontamente, y mucho menos la de los demás.
-Pues parece que tenemos un plan. –Resumió Félix.- ¿Quiénes vamos a ir? Has dicho cuatro personas, ¿no es cierto?
-Si, y yo voy. –Asintió Óscar con determinación.- Pero tú no, alguien tiene que quedarse cuidando del campamento el tiempo que estemos fuera… y más aún si algo sale mal y no volvemos nunca. ¿Quién más se apunta?
Las formas no eran el punto fuerte de Óscar, después de ese “si algo sale mal y no volvemos nunca” no esperaba que nadie más se ofreciera voluntario… pero me equivocaba, quizá por segunda vez aquella noche.
-Evidentemente yo, alguien tiene que guiaros. –Exclamó Aitor poniéndose en pie.
-Yo también voy. –Dijo Raquel, para sorpresa de todos.
-No, tú no vas. -Replicó su novio tajantemente.- Ese lugar podría ser peligroso.
-Es mi casa y voy a ir quieras o no. –Respondió ella con audacia.- Si no estoy yo, ellos no se convencerán de que tienen que salir de allí, y tampoco entregarán la comida. ¿No os parece?
-Bueno, entonces yo me quedo a vigilar el campamento. –Dijo Félix - Como bien ha dicho Óscar, no podemos dejar esto desprotegido.
- No pienso meterme en la ciudad ni loco. –Exclamó Jorge que, aunque nadie le había preguntado, debió pensar que ya había permanecido callado demasiado tiempo.- Así que también me quedo a vigilar.
-Creo que podéis contar con nosotros. –Se ofrecieron Sebas y Toni.- A fin de cuentas el furgón es nuestro, y unas armas de fuego os vendrían bien.
-No, los dos no. –Respondió Óscar negando con la cabeza.- Es igual que con Félix, uno debería quedarse aquí. Si tenemos que esperar a que Jorge proteja este lugar, cuando volvamos nos encontraremos un cementerio.
-En ese caso iré yo. –Dijo Sebas.- Sé manejarme con un furgón policial mejor que Toni… al menos en el asiento de delante.
-Me parto de risa. –Replicó Toni frunciendo el ceño.
-No sé si queda hueco, pero contad conmigo también. –Aunque lo veía, no podía creer que fuera Luís quien estuviera diciendo eso, él no era precisamente el hombre más valiente del mundo.- La gente de esa casa podría necesitar un médico, y alguien podría salir herido.
-Muy bien, pues ya tenemos al grupo de cuatro... no, de cinco- Resumió Óscar colgándose la ballesta a la espalda, como si estuviera dispuesto a salir para allá en ese preciso momento, en mitad de la noche.- Será mejor que descansemos toda la noche, mañana puede ser un día muy duro.
Dicho lo cual se encaminó hacia su saco de dormir.
Como todos parecían haber dado el día por finalizado, cada uno se retiró a su refugio particular. En el caso de Clara y de mí, como en el de la mayoría, se trataba también de una tienda de campaña. Aunque las suyas las habían conseguido en un saqueo, la mía era realmente mía, ya que en el pasado había pertenecido a mi hermano, al cual le solía gustar el alpinismo. Como vivía en Barcelona, no tenía ni idea de qué había sido de él, y tampoco una forma de averiguarlo, lo cual era difícil de digerir sumado a todas las otras cosas.
-Buenas noches cielo. –Le dije a Clara después de darle un beso de buenas noches en la frente y dejarla liada entre las mantas.
-¿No vienes a dormir? –Me preguntó alarmada.
Por las mañanas lo solía llevar un poco mejor sus miedos, pero en cuanto caía la noche éstos la superaban, y verse sola en la oscuridad y con la cabeza llena de resucitados se asustaba más todavía.
-Ahora voy cariño, solo voy a sacudir mi manta.- La tranquilicé.- Ya te he dicho muchas veces que no comas encima de las mantas.
-Sigo teniendo hambre… –Dijo lastimosamente.
Me reprendí mentalmente a mí misma por haber sacado el tema de la comida cuando ya parecía olvidado. Más valía que al día siguiente volvieran con una buena cantidad de comida, o si no íbamos a pasar hambre de verdad. Salí fuera con la manta en la mano para limpiarla de migajas, aunque cuando el estómago comenzó a rugirme casi me arrepentí de haber dejado que el viento las arrastrara.
-Pienso ir Aitor, es mi casa y mi familia. –Escuché la voz de Raquel junto a la hoguera, allí permanecían también su novio y Félix.- Prefiero... saber a no saber. Además, Aitor me ha enseñado a disparar si fuera necesario.
-Puede ser peligroso y tendréis que estar a pleno rendimiento mañana. –Dijo Félix.- Esta noche cubriremos vuestras guardias, le diré a Érica que me ha parecido ver algunas siluetas a lo lejos y que podrían acabar acercándose resucitados al campamento, eso la mantendrá alerta y a la espera varias horas. Me sigue pareciendo mala idea que vayas con ellos, Raquel, pero ya eres mayorcita para tomar tus propias decisiones.
Después de decir eso, tanto Aitor como ella se dirigieron hacia su tienda, que habían encontrado en la gasolinera y que era casi tan pequeña como la mía, donde apenas cabíamos mi hija y yo. Mi hermano la había utilizado para acampar en la montaña él solo, y las pocas veces que la habíamos usado mi marido y yo, antes de que naciera Clara, no había sido precisamente para estar separados.
-¿Es necesario que vayas? No creo que sea necesario.- Seguía insistiendo Aitor.- A mi me conocen, les diré que estás bien, les contaré lo que ha pasado y dónde estás… les convenceré para que vengan, te lo prometo.
-No insistas, voy a ir y punto. Es mi casa y es mi familia. –Repitió Raquel mientras ambos entraban en la tienda.- Además mi padre te odia, ¿recuerdas?
“Como vea dónde estáis durmiendo los dos sí que lo va a odiar” me dije mientras doblaba la manta que había salido a sacudir.
No podía evitar preguntarme si esos dos habían llegado a consumar su relación en el tiempo que habían pasado con nosotros en el campamento. En las condiciones en las que vivíamos probablemente nadie tenía cuerpo para esas cosas, pero estaban en una edad donde el sexo tira más que el sentido común, y durmiendo tan juntos durante más de dos semanas…
Abandoné esos pensamientos más propios de una maruja que de mí y volví con Clara a la tienda. Esa noche no me tocaba hacer guardia, así que podría dormir de un tirón, si es que una pesadilla de mi hija no me lo impedía. Me tumbé a su lado y me cubrí con la manta, lamentando profundamente que el apocalipsis no hubiera llegado en verano en lugar de haberlo hecho en invierno.
Unos minutos más tarde aún no me había dormido. Sentía los pies helados, pero lo que no me permitía conciliar el sueño era escuchar a Clara sorbiéndose los mocos.
-¿Qué pasa? –Le pregunté cariñosamente al final, cuando vi que ese llanto medio silencioso en el que estaba sumida no tenía previsto acabarse.
No era la primera vez que lloraba por las noches, ni durante el día, y me dolía la impotencia que me sentía a la hora de consolarla, porque no sabía cómo hacerlo… lloraba por unas cosas por las que habría llorado yo también.
-Es que echo de menos a papá. –Dijo lagrimeando.
-Ya lo sé cariño, yo también. –Dije yo abrazándola por debajo de las sábanas y dejándola llorar a gusto.- Yo también.
Un minuto más tarde me había unido a ese llanto, aunque en mi caso intentaba disimularlo para no asustar más a mi hija. No solo lloraba por mi marido, también por todos aquellos a los que seguramente había perdido: mi hermano, su mujer y mis sobrinos, mis padres, la gente de la oficina donde trabajaba antes de que todo se fuera a la mierda, los amigos, los vecinos… seguramente todos estaban muertos, o peor aún, formando parte de los muertos más peligrosos, los que todavía se movían.
Con ese triste pensamiento debí quedarme dormida, y a primera hora de la mañana, apenas hubo salido el sol, me desperté después de una noche aparentemente sin incidentes. Clara seguía profundamente dormida, y me alegré mucho al comprobar que al menos la llantina le había servido para no tener pesadillas durante la noche. Debía ser la primera desde que su padre murió en la que no soñaba.
Al asomarme al exterior de la tienda descubrí que el día había amanecido soleado, pero inusualmente frío. La hoguera fue apagada poco después de que nos acostáramos, ya que por la mañana el humo podía atraer resucitados, pero aun así algunos miembros del grupo se habían reunido alrededor de las ascuas que quedaban de ella para entrar en calor.
Frente a la tienda de campaña donde dormían Aitor y Raquel se encontraban ya los dos, completamente despiertos y equipándose para el viaje que iban a emprender. Agus ya se había colocado encima de su coche, mirando a la nada, igual que llevaba haciendo desde que llegó. Judit había hecho de una roca su asiento y se limpiaba las manos con una toallita húmeda, que era lo más parecido a asearse a lo que podíamos aspirar en esos días. Jorge permanecía de pie, intentando calentarse con el poco calor que el bidón pudiera desprender todavía. Óscar ponía a punto su ballesta practicando disparos contra un neumático viejo que hubo que cambiar a uno de los coches unos días atrás. Érica con su hacha y Félix con el rifle aparecieron de detrás de los arbustos en ese mismo instante, habiendo terminado su guardia nocturna.
- Eso es que ya me toca vigilar a mí. –Dijo Toni cogiendo su pistola; antes de marcharse se vuelve hacia Sebas y le tiende la mano.- Buena suerte tíos... os va a hacer falta ahí dentro.
-Si, bueno, gracias. –Respondió Sebas un poco asustado.
Al verme ya en pie, Félix se dirigió hacia mí. Por lo que parecía, Érica llevaba hablándole ya un buen rato, y todo indicaba que estaba un poco hasta los huevos.
-...entonces le rebané la cabeza al puto podrido... -Iba contando ella con un enfermizo entusiasmo- ... y el muy hijo de puta seguía intentando morder. ¿Te lo puedes creer? Es decir... su cuerpo no, solo su puta cabeza en el suelo. ¿Te lo imaginas? Una cabeza cortada intentando morder. ¡Qué hijo de puta! Era un pesado cuando estaba vivo, pero seguía siéndolo al transformarse en un puto pútrido de esos...
-Eh, si, es una historia muy interesante... oye, ¿por qué no vas a calentarte mientras yo hablo con Maite? –La interrumpió intentando ser amable.
Ella se encogió de hombros y se acercó al bidón, colocándose al lado de Jorge frente a las ascuas. El desagradable empresario hizo una mueca de desagrado al descubrir, al mismo tiempo que yo, que la muchacha tenía salpicaduras de sangre sobre la chaqueta.
-Que nunca te toque una guardia con ella. –Dijo Félix torciendo el gesto.- Está como una cabra... o como diría ella, como una puta cabra. ¿Cómo habéis dormido?
-Como hemos podido, la verdad.- Le respondí mientras intentaba que los huesos de la espalda me crujieran y dejara de sentirla entumecida.- Pero mejor que otras noches. ¿Habéis peleado con un resucitado?
-Consideró que uno se había acercado demasiado y fue ella misma a matarlo del todo. –Respondió suspirando.- No llegó a acercarse, pero pensé que a ella le vendría bien un poco de ejercicio y no me opuse.
-Ya veo. –Dije dirigiendo la mirada hacia la chica, que entrando en calor delante del bidón parecía completamente normal… mi mayor temor con respecto a ella era que necesitara alguna medicación para la cabeza, y lo que podía pasar después de tanto tiempo sin tomarla.
-¿Aun duerme Clara? –Me preguntó Félix.- ¿Otra vez pesadillas?
-No, al contrario. –Negué un poco animada dirigiendo mi mirada hacia la tienda; al menos parecía tranquila, aunque no quería estar muy lejos cuando despertara.- Anoche… bueno, no importa, ha dormido del tirón y creo que no ha soñado, voy a dejarla dormir lo que quiera hoy y que recupere el sueño atrasado, tampoco tiene mucho sentido hacerla madrugar.
-Poco a poco uno se va acostumbrando. –Afirmó con pesar.- Te vas haciendo a la idea de lo que hay, y de lo que nos espera.
-Unos más que otros… -Dejé caer pensando en Silvio y en Sebas.
-Yo creo que, si se mantiene ocupada, le hará bien. –Opinó.- Ponerla a ayudar en alguna de las tareas, como recogiendo palos para la hoguera, o algo así, la distraerá de todo por lo que está pasando.
-Puede ser. –Admití dándome cuenta de quizá tuviera razón; una mente ocupada tiene menos tiempo que perder con malos pensamientos.- La veía tan mal y tan asustada que no quería agobiarla mandándole cosas que hacer, pero quizá sea lo mejor. Luego la pondré a doblar las mantas de la tienda o algo.
Félix asintió y se dirigió hacia los héroes, o los idiotas, que iban a jugarse el pellejo entrando en una Madrid invadida por los muertos vivientes, que ya se habían reunido alrededor del furgón en el que iban a marcharse. Viéndolos ahí de pie a los cinco me preguntaba si volvería a verlos a todos alguna vez, y sentí algo de miedo por ellos. Cuando casi todo en tu vida ha muerto, a las únicas personas que estás seguro de que están vivas se les coge cariño.
- Llevad cuidado con disparar lo menos posible, el ruido les atraería y sería casi peor que no hacer nada. Que Érica utilice su hacha, o coged alguno de los cuchillos. –Le aconsejó Óscar a Félix cuando llegó a su altura.
-Nos las apañaremos, sois vosotros los que os la vais a jugar. –Respondió este.- Espero que todo os vaya bien, estaremos vigilantes esperando que volváis.
-No debería llevarnos demasiado. –Dijo Aitor.- Se llega fácilmente a la casa de Raquel, será solo cargar la comida y regresar con ellos aquí. Quizá también podamos sacar un botiquín y alguna herramienta que nos sea útil.
-Cuando se trata de esos seres nunca se sabe. –Exclamó Félix.- Mejor llega tarde y vivos que pretender llegar pronto y al final no llegar.
-Menos rollo, que pareces mi madre. –Dijo Óscar estrechándole la mano.- Venga gente, nos vamos. Esta noche cenaremos comida de verdad, o cenaremos en el infierno.
Al abrir la parte trasera del furgón policial que Sebas y Toni utilizaban para dormir, vi que en su interior, además de varias mantas, había un par de bidones de agua vacíos.
-Esto nos servirá para coger agua. –Afirmó el cazador echándoles un vistazo.- No parece que vaya a llover en los próximos días y estamos algo escasos.
-En mi casa bebíamos agua mineral, seguramente mi padre tenga en la despensa una buena cantidad de botellas. Como ya he dicho, aprovisionaron bastante bien la casa cuando empezó todo esto... –Repitió Raquel, que parecía incluso animada.- Será mejor que vaya yo en el asiento de delante, para guiaros.
Se dirigió al asiento del copiloto sin esperar el visto bueno de nadie, y ese repentino entusiasmo no me transmitió buenas vibraciones. Era muy fácil caer en la imprudencia y que todo terminara en una desgracia.
Óscar le lanzó una dura mirada a Aitor.
-No me gusta nada la actitud de tu novia. -Le dijo.
-¿Qué quieres decir? –Respondió él frunciendo el ceño.
-Habla de su familia como si estuviera segura de que sigue viva. –Le contestó el cazador.- Han pasado más de dos semanas, en estas condiciones eso es mucho tiempo, ¿estás seguro que no será un problema si resulta que no es así?
Durante un segundo Aitor no supo que contestar.
-No será un problema. –Le aseguró finalmente.- ¡Venga! ¿Tenéis todos las armas listas? ¡Pues vámonos ya!
El furgón se puso en marcha y los cinco se marcharon por la M-40… probablemente en el único momento de la historia de la ciudad en la que esa carretera no tenía tráfico, lo cual daba una idea bastante precisa del nivel apocalíptico de destrucción que habían causado los muertos vivientes.
El barrio, nada humilde, por cierto, donde vivía Raquel estaba muy cerca de donde habíamos acampado, y tenían razón cuando decían que no se aventurarían demasiado dentro de la ciudad, ya que quedaba pegado a la linde de ésta… pero aun así tenía un temor dentro que no era capaz de suprimir. Después de todo lo ocurrido más gente muerta era lo último que quería.
Clara salió de la tienda frotándose los ojos y bostezando. En cuando me vio, a apenas dos metros de ella, se vino a mi lado y me agarró de la mano.
-Buenos días cariño. ¿Has dormido bien? –Le pregunté.
Se limitó a asentir con desgana, todavía tenía cara de sueño, pero lo que no tenía eran las espantosas ojeras de otras mañanas.
-¿No hay nada para desayunar? –Peguntó ella.
-No sé, supongo que después de no haber cenado anoche ya nos toca. Vamos a preguntarle a Félix. –Le contesté dirigiéndonos hacia él, que seguía mirando el lugar por donde el furgón se había perdido de vista.
-Félix, Clarita pregunta si nos toca desayunar esta mañana o seguimos castigadas. –Bromeé con él cuando llegamos a su altura.
-Sí, creo que ya nos toca comer algo, ¿verdad? –Dijo.- Vamos con los demás.
Seguimos a Félix hasta el bidón, y una vez estuvimos todos allí fue a la tienda de campaña donde guardábamos la comida. Salió un minuto más tarde con varias latas cargadas entre los brazos, un par de tarros de cristal con salchichas dentro y algunas conservas.
-¡Por fin! –Gruñó Jorge cuando la comida llegó hasta nosotros.- Es inhumano esto de tenernos toda la noche en ayunas.
-Si no vuelven con más comida vas a saber tu lo que es estar en ayunas. –Replicó Félix mientras comenzaba a repartir lo que había sacado entre todos.- Érica, ¿quieres hacer el favor de ir a la tienda de Silvio y despertarle? También querrá comer.
Érica obedeció y se dirigió hacia su tienda mientras Félix nos daba a Clara y a mi el bote de cristal con salchichas. Lo abrí y dejé que fuera ella la primera en coger una…
-¡Agh! ¡Tío! ¡Mierda, joder! –Por el vocabulario utilizado no me cabía ninguna duda de que era Érica la que gritaba.
Félix dejó la comida en el suelo y salió disparado hacia ella, mientras que los demás simplemente nos quedamos observando. La chica se había asomado a la tienda de campaña de Silvio, el último miembro de nuestro grupo. Silvio era actor, o eso decía él, porque nadie le recordaba de ninguna película u obra de teatro, de modo que más bien debía ser un aspirante a actor. Él pertenecía al primer grupo de personas, al de la gente que se había visto sobrepasada por la situación y no hacía ningún esfuerzo por intentar sobreponerse y seguir adelante. Francamente, después de verlo día tras día al borde de un colapso me esperaba encontrarlo con las venas cortadas o ahorcado cuando Érica gritó, porque nadie puede aguantar eternamente en ese estado.
Sin embargo, aunque no era esa la situación, no me había equivocado por mucho…
-¿Qué pasa ahí? –Preguntó Jorge cuando Félix se asomó también a la tienda.
-¡Mierda! ¡Necesito ayuda! –Gritó agachándose en el suelo.
Como Toni estaba vigilando la carretera, Agus tan solo miraba sin decidirse a acudir a la llamada de ayuda, Jorge no estaba dispuesto a mover un dedo por nadie y se hacía el aturdido y Judit parecía no saber qué hacer, tuve que ser yo quien me acercara.
-¿Puedes quedarte con ella un momento? –Le pedí a Judit dejando a Clara con ella.- Ahora mismo vuelvo, cariño.
Me acerqué a la tienda de campaña de Silvio y me asomé dentro. Su cuerpo estaba tirado en el suelo de la tienda, blanco como una tiza y con espuma en la boca.
-¿Qué coño ha pasado? –Le pregunté a Félix comenzando a ponerme nerviosa.
Él le estaba tomando el puso en el cuello, y se me hizo eterno el instante que tardó en quitar el dedo y decir:
-Tiene pulso.
Como respuesta, el cuerpo de Silvio se sacudió con un espasmo. Al hacerlo movió la mochila donde guardaba sus cosas, y que utilizaba también de almohada. Bajo ella me pareció haber visto algo, de modo que me agaché a intentar cogerlo.
-No sé qué le pasa. –Decía Félix sin saber qué hacer.- Y el único médico se acaba de largar. ¡Joder, que oportuno todo!
Lo que Silvio guardaba bajo su almohada resultó ser una bolsita… una bolsita con un polvo blanco dentro, un polvo que explicaba perfectamente sus síntomas.
Cuando se la mostré, Félix y yo nos miramos, y luego miramos al pobre de Silvio, que se retorcía sumido en una sobredosis.
-Deshazte de eso discretamente. –Me dijo.- Lo último que necesitamos es que Jorge o Érica sepan que hay droga por aquí.
-Tuvo… tuvo que tenerla todo este tiempo. –Exclamé sin poder creer que no nos hubiéramos dado cuenta antes de que se estaba metiendo algo en el cuerpo.
-Parece que se le fue la mano. –Afirmó Félix.- ¿Sabes qué demonios podemos hacer?
Negué con la cabeza, no tenía ni la más remota idea de cómo se trataba una sobredosis. Seguramente no había demasiado que pudiéramos hacer sin un hospital y médicos, pero si se moría… sería horrible, sobrevivir a todo lo sobrevivido para morir así era de chiste.
-Vamos a intentar despertarlo, a mantenerle consciente. –Propuse sin mucha convicción.
-Traeré un poco de agua. –Se ofreció Félix.
-Avisa a Judit.-Se me ocurrió de repente.- A lo mejor ella sabía qué hacer.
Félix asintió y, mientras él iba a por el agua, yo le desabroché los botones de la camisa a Silvio para que pudiera respirar sin presiones y le coloqué la cabeza de lado para que escupiera la espuma y no se atragantara con ella.
Me aseguré de que Félix no estuviera cerca antes de decirle:
-No sé si ha sido un accidente o lo has hecho a propósito, pero más te vale luchar, porque ya hemos visto todos demasiadas muertes para toda una vida, ¿no te parece?
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Mensaje  Crónicas Zombi Lun Mar 25, 2013 3:19 pm

Un nuevo relato fresco, continuando la historia del anterior, pero contando las desventuras de los que se fueron a recoger comida al chalet en Mirasierra de Raquel.
También podeis leerlo en el blog: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]




LUIS


Tengo que admitir que, mientras veía por las ventanas de la puerta trasera del furgón policial como el campamento se alejaba, comencé a arrepentirme de haberme ofrecido voluntario para ir a casa de Raquel a por comida, y a traer con nosotros a su familia. Sentados en los asientos donde normalmente se coloca a los detenidos esposados íbamos Aitor, Óscar y yo; Sebas conducía y Raquel hacía de copiloto.
-Tienes mala cara, doc. –Me dijo Óscar mirándome como si me estuviera evaluando.
-Estoy bien. –Le tranquilicé recolocándome en el asiento y apartando la vista de la ventana..
La verdad era que no estaba bien, la idea de volver a entrar en la ciudad me aterrorizaba, pero de alguna manera sentía que era lo que debía hacer. Todos mis conocidos y familiares me habían dicho alguna vez que pensaba demasiado en el futuro, pero eso me había servido muy bien a lo largo de mi vida y, si bien no podía haber previsto que algo como la resurrección de los muertos ocurriera, sí podía servirme para continuar vivo en el mundo que dejaran a su paso. Si, como todo apuntaba, la sociedad tal y como la conocíamos había caído, los restos de humanidad, como nosotros, que sobrevivieran a tal cataclismo se verían catapultados a una etapa más similar a la edad media que a la contemporánea… y las implicaciones de aquello iban a ser bastante traumáticas para los que no pudieran adaptarse. ¿Cuánto tiempo puede verse un grupo asediado por los resucitados, escaso de comida, sin refugio ni lugar donde cubrirse de la lluvia, manteniendo alimentadas a bocas completamente inútiles? La desesperación terminaría haciendo que la humanidad y la compasión degenerasen en un cruel practicismo darwiniano que eliminaría a los más débiles… y no tenía intención de ser parte de ellos.
Mi única arma para evitar la extinción eran mis conocimientos de medicina, algo que se volvería más y más valioso con el paso del tiempo, y pretendía explotarlo todo lo posible. Pero para ejercer de curandero necesitaba materiales, y como jamás imaginé que podría estar viviendo la situación en la que de hecho me encontraba, cuando huí no se me ocurrió pasar por la clínica. Era un fallo que pretendía corregir con ese viaje de vuelta a la ciudad; un botiquín casero sería de mucha ayuda hasta conseguir algo mejor, y con eso me aseguraba de que no me dejaran atrás si la situación se volvía desesperada. ¿Por qué deshacerte de quien sabe curar heridas y tratar enfermedades si arrastras a personas como Silvio, Jorge, Agus, Raquel o Maite y su hija, sin ninguna habilidad práctica?
Reconozco que la mía era una forma de pensar terrible, pero los tiempos que vivíamos eran así de duros. Aunque nunca votaría por dejar a su suerte a alguien si no era una cuestión de vida o muerte, no quería tener demasiadas papeletas para que votaran en contra mía tampoco. ¿Se me podía culpar por ello? Quizá algunos los hicieran, por eso no tenía intención de expresar en voz alta mis pensamientos delante de nadie.
-Por allí, entra por allí. –Le indicó Raquel a Sebas señalándole una salida de la M-40 que nos metería directos en la boca del lobo.
“Que irónico” pensé, “todo el mundo luchando y muriendo intentando salir de Madrid y ahora nosotros intentando entrar.”
-Segunda salida. –Volvió a señalarle Raquel, pero entonces Aitor se puso en pie y se asomó a la pequeña rendija que comunicaba el vagón con la cabina del conductor.
-¡No! Coge la tercera. –Exclamó.- No es tan recto pero bajaremos por la avenida, que es más amplia, por si hay reanimados bloqueando la calle.
-¿No estará bloqueada por coches de la gente que intentaba salir? –Preguntó Óscar mirando hacia delante también.
-No debería, ya os he dicho que esta zona fue evacuada muy pronto. –Respondió Aitor con no demasiada seguridad.
Sin embargo, tal y como había dicho, la calle se encontraba completamente despejada, salvo por una buena cantidad de coches aparcados, coches que ya se podían considerar como abandonados a efectos prácticos. Aparte de eso, y salvo por el silencio sepulcral que lo dominaba todo, nadie podía decir en aquella zona que los muertos se habían levantado e invadido la ciudad.
Sebas comenzó a conducir más despacio para no hacer mucho ruido, ya que habíamos tenido la buena suerte de no encontrarnos resucitados, lo mejor era llamar la atención lo menos posible.
-Recuerdo esta avenida en concreto, fue de las primeras en ser evacuadas. –Nos explicó Aitor.- Sacaron a la gente en camiones militares, por eso están aquí sus coches.
-¡Espera! –Exclamó Óscar de repente- ¡Para aquí!
-Aun falta para llegar a mi casa. -Protestó Raquel mientras Sebas detenía la marcha.
-Si, pero estos coches tienen que estar llenos de gasolina, y no hay caminantes a la vista. ¿Qué mejor oportunidad para repostar vamos a tener? Podemos detenernos a llenar las garrafas de gasolina.- Propuso el cazador perspicazmente.- ¿No es lo que querías, doc?
-¿Y el agua donde la metemos? –Preguntó Aitor.
-Ella dijo que tenían botellas de agua mineral en la casa, podemos cargarlas sin más. De todas formas necesitaremos la gasolina tanto como el agua si queremos salir de ese puto campamento y buscar un refugio mejor.
Como nadie se opuso, Óscar y Sebas salieron del vehículo, cada uno cargado con uno de los bidones y con un tubo de plástico, con los que pretendían vaciar los depósitos de los coches abandonados. Yo bajé del furgón también, más que nada para ir haciéndome una idea de lo que iba a suponer estar allí fuera, sabiendo que al doblar la esquina, en cualquier lugar podía haber un resucitado acechando. No era una sensación tranquilizadora, pero tenía que empezara a acostumbrarme; los muertos vivientes iban a ser una constante en mi vida en adelante.
El proceso de vaciado de depósitos resultó más lento de lo que me hubiera gustado. Estar allí parados en mitad de la calle tanto rato, mientras los bidones se iban llenando con el escaso combustible que salía del tubo, comenzaba a ponerme nervioso.
-¡Oh mierda! –Gimió Sebas cuando los bidones estaban a medio llenar señalando hacia delante.
Al final de la calle había un hombre, un hombre que se tambaleaba mientras cruzaba la carretera... sentí un escalofrío al reconocer lo que era y, pese a que estaba bastante lejos, por un momento me quedé paralizado al verle aparecer. Sin embargo, la criatura no debió vernos y continuó su ritmo errante hasta perderse detrás de una casa.
-¡Joder me va a dar un puto infarto! –Gruñó Sebas volviendo al trabajo de sacar gasolina.
-¿Ese hombre era uno... de ellos también? –Preguntó Raquel, que se ha quedado pálida de la impresión, muy tontamente a mi parecer.
-Eso ya no era un hombre. –Le respondió Aitor, seguramente intentando reconfortarla, aunque con dudoso éxito- Puede que en su momento fuera un hombre, ahora solo es un reanimado.
-¿Qué pasa niña? No es el primer muerto viviente que ves. –Bufó Óscar con su poca delicadeza habitual.
-Ya lo sé. –Se defendió ella.- Pero es que… este es mi barrio, estas calles las conozco…
Con los bidones llenos de gasolina y el corazón un poco más en vilo al saber que, pese a las apariencias, no estábamos solos, seguimos el camino dentro del furgón hacia la casa de la chica. Tras dejar la avenida, y conforme nos íbamos internando en el barrio, la ilusión se disipó y comenzamos a cruzarnos con resucitados, que vagaban sin rumbo fijo con sus andares torpes y lentos. Cuando nos veían pasar comenzaban a tambalearse detrás de nosotros y, aunque podíamos dejarlos atrás con facilidad debido a nuestra velocidad superior, no dejaba de ser inquietante saber que esos seres nos querían coger, y que nos devorarían vivos si se les daba la oportunidad. Un escalofrío me recorrió la espalda solo de pensarlo.
El primero que nos topamos en medio de la carretera fue una mujer delgada de unos cuarenta años, muy despeinada y vestida con un pijama y una bata, ambos manchados de la sangre que seguramente salpicó cuando otro caminante le arrancó a mordiscos desde el labio inferior hasta la barbilla.
-¡Oh Dios! –Gimió Raquel con asco cuando la tuvimos delante.
Avanzó caminando como una borracha hacia nosotros, con las manos extendidas y gimiendo, por el centro de la carretera de una sola dirección, bloqueando el paso de nuestro vehículo.
-No pienso sacar el furgón de la carretera por una jodida muerta andante- Dijo Sebas apretando el acelerador, dispuesto a llevársela por delante.
-No pretenderás atropellarla, ¿verdad? –Exclamé yo alarmado.
-¿Por qué no? Solo es una resucitada, y ni siquiera se va a morir del todo. –Replicó el guardia de seguridad.
-Ella es una muerta, pero tú puedes cargarte el radiador al embestirla, por ejemplo, y si el coche se queda tirado, ¿cómo demonios pretendes que volvamos? ¿A pie?
-El doctor tiene razón. –Intervino Óscar en mi favor antes de que Sebas pudiera contradecirme.- Es poco probable, pero no podemos arriesgarnos.
Sin pronunciar palabra, Aitor abrió la puerta lateral del furgón y puso un pie en la carretera. Se descolgó el fusil de la espalda y apuntó a la resucitada con la intención de volarle la cabeza de un disparo. De nuevo fue Óscar quien tuvo que intervenir y salvar la situación.
-¡Pero qué haces! ¿Estás loco? –Le reprendió agarrándole el fusil para que no pudiera disparar.- ¿Es que quieres matarnos a todos? ¡Si disparas atraerás a montones de ellos!
-Ya nos vienen siguiendo un montón de ellos. –Le recordó Aitor señalando en la dirección de la que veníamos… y no le faltaba razón, por lo menos seis muertos vivientes nos iban siguiendo los pasos, aunque ya les habíamos sacado una buena ventaja.
-Un disparo puede escucharse a un kilómetro a la redonda, capullo. –Le dijo Óscar.- Si disparas nos echas a media ciudad encima.
Empujó a un cohibido Aitor dentro del furgón y luego entró el también, cerrando la puerta a su paso.
-Avanza lentamente, a 5 o 10 por hora, y pásale por encima sin golpearle. –Le indicó a Sebas.- La terminarás aplastando y no romperás nada… ¿cómo se os ocurre pensar en dispar?
El vehículo se dirigió hacia la mujer, que se lanzó contra él dando un par de puñetazos al parabrisas antes de verse superada y caer al suelo. El furgón dio un par de botes cuando las ruedas pasaron sobre ella.
-Por Dios... –Dijo Raquel con cara de asco- Preferiría haberla rodeado.
Por las ventanas traseras pude ver como la mujer, mientras la íbamos dejando atrás, se daba la vuelta hasta quedar cabeza abajo y comenzaba a arrastrarse persiguiéndonos. Probablemente el atropello le hubiera roto las piernas o la cadera y no le permitían incorporarse, pero eso no hacía mina en su tenacidad.
-Es aquí mismo, dobla la esquina y la primera a la derecha. –Nos guió Aitor.
Al entrar por donde nos había indicado, nos encontramos con una calle de chalets con un tamaño considerable; con jardín, piscina y unas magníficas vallas que protegían el interior de cualquier muerto viviente indeseable.
-Vaya, es muy raro ver esto así... –Comentó Raquel, seguramente refiriéndose a los contenedores volcados, las papeleras rotas y la basura que el viento había arrastrando y desperdigado por el suelo.
Siguiendo las señas de Aitor, entramos en otra calle idéntica a la anterior, salvo que en ella había tres resucitados dando vueltas por allí: un hombre grueso y barbudo, con tirantes y una camisa blanca llena de sangre; otro más joven vestido con un uniforme de jardinero y casi medio cuello arrancado a mordiscos; y, por último, un niño muy pequeño, de unos cuatro o cinco años, con el estómago abierto y las tripas colgando de una manera grotesca.
-¡Oh Dios! Ese es el hijo pequeño de los vecinos. –Exclamó Raquel llevándose una mano a la boca.- Pobre chiquillo...
-Es esa casa. –Dijo Aitor señalándonos el primer chalet a la izquierda tras doblar la calle, que se encontraba tan solo a unos veinte metros de los tres muertos vivientes, los cuales comenzaron a acercarse al furgón buscando carne humana.
-Deberíamos limpiar la calle antes de ponernos a trabajar aquí. –Dijo Óscar cargando la ballesta con una flecha.- Aitor, tu y Raquel entrad en la casa y abrid la puerta del garaje. Sebas, quédate ahí y mete dentro el furgón en cuanto abran la puerta. Doc, tú y yo vamos a eliminar a estos hijoputas, a ser posible sin armar escándalo.
-¿Yo? –Pregunté estupefacto mientras sentía que las manos comenzaban a temblarme.
-Si, tu. Vamos. –Abrió la puerta lateral del furgón y salió por ella con la ballesta en la mano.
-Pero… no tengo un arma. –Protesté, y pese a eso le seguí fuera.
-Toma mi pistola. –Se ofreció Sebas desenfundando su arma.
-¡No! –Bramó Óscar.
El muerto jardinero estaba casi sobre nosotros y Óscar tuvo que disparar su ballesta contra él. La flecha le entró a través de un ojo y la punta salió cubierta de sangre y sesos por el otro lado de la cabeza de aquél pobre desgraciado. El cuerpo cayó como un peso muerto al suelo. Al mismo tiempo, Raquel y Aitor corrieron hacia la puerta principal de la casa, que estaba unos metros más atrás que la del garaje, y entraron dentro. Raquel debía tener las llaves todavía, o quizá es que no estaba cerrada.
-¿Cómo coño tengo que deciros que nada de armas de fuego? –Dijo Óscar desenfundando su cuchillo y tendiéndomelo.
No lo consideraba la mejor arma para la situación en la que nos encontrábamos, pero aun así, si tenía que hacerlo lo haría, de modo que alargué la mano para agarrarlo… sin embargo, antes de poder cogerlo, un disparo sonó y el cuerpo del tipo grueso y barbudo, que seguía acercándose inexorablemente, cayó al suelo.
-¿Qué coño? –Bufó Óscar girándose hacia él.- ¿Aitor?
Pero ambos sabíamos que no había sido Aitor, no era un experto en la materia, pero tras mis escasos escarceos con las armas de fuego, sobre todo viendo disparar a otros, había aprendido a diferenciar perfectamente entre el disparo de una pistola y el disparo de un fusil militar… y ese había sido de los primeros.
El muerto viviente caído intentó ponerse en pie, y no fue hasta que se escuchó un segundo disparo cuando descubrimos el origen de los mismos. Asomado sobre la valla de la casa que había frente a la de Raquel se encontraba un muchacho no mucho mayor que ella, delgado y de pelo corto y castaño, que tenía una pistola en la mano.
-¡Pero qué coño…! ¡No, no, no! ¡Me cago en la puta, a la mierda todo el sigilo! – Bramó Óscar tras el segundo disparo.
-¡Ej! –Nos llamó el inconsciente chaval saltando a la calle.- ¿Venís de la zona segura?
-Venimos de tu puta madre. –Farfulló Óscar cargando una flecha y apuntándole con ella… estaba tan enfadado que creía que iba a matarlo ahí mismo.
-¡Eh, eh, eh, tranquilo tío! –Dijo el muchacho levantando las manos.
Sebas salió del furgón y apuntó con su pistola a los dos muertos que todavía seguían “vivos”: el niño y el barbudo que, pese a los disparos de aquel chico recién llegado, seguía luchando por ponerse en pie.
-Aun quedan estos dos. –Nos advirtió.
-¡Mierda! –Protestó Óscar, y entonces me tendió la ballesta.- No dejes de apuntar a este niñato de mierda, doc.
Sin perder un segundo utilizó su cuchillo, que todavía no me había dado, para acercarse hasta el barbudo, que casi se había levantado del suelo, y clavarle la hoja del arma por encima de la oreja hasta el fondo del cráneo. Me sorprendió que supiera que por esa zona los huesos del cráneo son más finos, y por tanto es más sencillo romperlos de una cuchillada que si intentabas hacer lo mismo en la coronilla, por ejemplo.
El niño resucitado llegó hasta Sebas, que lo contuvo con no demasiado esfuerzo estirando una mano y sujetándole de la frente. La criatura chasqueaba los dientes intentando morder sin mucho tino, pero aun así el guardia de seguridad parecía bastante incómodo en esa situación. En cambio, Óscar no tuvo ningún reparo en repetir el proceso y apuñalar al pobre crío hasta que cayó muerto definitivamente.
Cuando ambos se acercaron hacia mi posición me acordé de apuntar con la ballesta al chico, que se había quedado tan conmocionado mirando al cazador acabar con los muertos como yo. Que se dirigiera hacia él con las manos manchadas de sangre y rabia en la mirada no debió hacerle sentir mejor precisamente.
-¿De dónde coño has salido tu? –Escupió agarrándole de un brazo e inmovilizándole contra el furgón; la pistola del muchacho cayó al suelo.
-¡Ay! –Protestó el chico.- Me llamo Cristian, estaba escondido en esa casa, os vi llegar y pensé…
-Y pensaste en jodernos atrayendo a todos los putos muertos de los alrededores a disparos, ¿no? –Terminó la frase por él.
-Yo… lo siento, no pensé… -Balbuceó.- No pretendía… ¡Suéltame! Me haces daño.
-¡Déjalo tío! –Salió en su defensa Sebas.- Solo es un chaval asustado, no sabía lo que hacía.
Aitor salió corriendo por la misma puerta por la que entró, con el fusil preparado para disparar.
-¿Por qué os habéis puesto a disparar? Esto tenía que ser sigiloso. -Dijo bajando el arma al ver que ya no había problemas.- ¿Quién coño es este?
-Cambio de planes... –Contestó Óscar soltando bruscamente a Cristian, ignorando la pregunta de Aitor y recuperando su ballesta de mis manos.- ¿por qué no habéis abierto?
-Atrancaron la puerta con un candando enorme y cadenas, no hay manera de abrirlo. –Respondió.- Tendremos que dejar aquí el furgón e ir sacando las cosas que carguemos.
-Pues eso nos lo va a poner difícil. –Replicó Sebas señalando la esquina por la que habíamos llegado hasta allí subidos en el furgón.
Cuatro muertos se tambaleaban hacia nosotros, pero además, desde el fondo de la calle vimos venir un par más, caminando también en nuestra dirección… y lo más probable era que hubiera muchos otros que todavía no podíamos ver y que hubieran sido atraídos por el ruido.
De repente se escuchó un grito de mujer proveniente del interior de la casa.
-¡Raquel! –Gritó Aitor lanzándose dentro de la casa de nuevo.
-Es una locura, seguir matando resucitados solo atraerá más... –Reflexionó Óscar.- Creo que tengo una idea. ¡Entrad todos dentro de la casa y no hagáis ruido!
-¡Por favor! ¡No me dejéis aquí! –Suplicó el chico mirándonos alternativamente a Sebas y a mí, que no le habíamos maltratado como Óscar.
-Coge mi ballesta. –Le ordenó a Sebas mientras él recogía la pistola de Cristian del suelo.- Los intentaré alejar de aquí con los disparos y si hay algo ahí dentro lo podréis matarlo en silencio, para no atraerlos aquí. Cuando el ruido los lleve lejos de aquí podremos cargar el furgón con seguridad.
-¿Quieres que vaya contigo? Dos tiene más posibilidades… -Preguntó Sebas.
-¡No! -Exclamó Óscar revisando el cargador de su nueva arma.- Se tratar de atraerlos y luego volver sin que me sigan, mas fácil será escapar si voy solo... ¡Tu asegúrate de que este niñato no atraiga la atención de los resucitados sobre la casa liándose a tiros otra vez y nos condene a muerte! ¡Y mira a ver qué coño está pasando ahí dentro con la parejita!
Sin esperar a su respuesta, dio un ensordecedor disparo al aire mientras salía corriendo en dirección contraria a por donde se acercaban los muertos.
-¡Eh podridos de mierda! ¡Aquí! –Gritaba intentando atraer su atención.- ¡Aquí!
Movidos por el ruido, comenzaron a acercarse hacia él con sus lentos y tambaleantes pasos.
-¡Venga! ¡Vamos dentro! –Dijo Sebas después de coger la ballesta de óscar, lanzándose hacia la puerta y seguido sin rechistar tanto por Cristian como por mí, que no tenía ninguna gana de seguir allí fuera; con Óscar ocupado, Sebas se había quedado de alguna manera al mando del grupo… y no me parecía la persona más apta para el mismo, pero no habría sabido decir quién de todos nosotros lo era, de modo que no quise discutir.
Después de atravesar la puerta de la valla a toda prisa, entramos en un amplio jardín que todavía se conservaba bien cuidado, aunque se notaba que llevaba varios días sin ser atendido. Unos cipreses de pequeño tamaño crecían junto a la misma valla, protegiendo la propiedad de las miradas indiscretas del exterior y, como era el caso, ocultando nuestra presencia allí de los muertos vivientes. Me llamó la atención que en la gran cristalera de la fachada del chalet, a través de la cual se podía ver todo el comedor de la vivienda, se había resquebrajado.
En mitad del jardín, Aitor golpeaba con la culata de su rifle la cabeza de una mujer bajita y rechoncha, de origen probablemente sudamericano. Raquel se encontraba a dos metros de ellos, de rodillas en el suelo y con las manos tapándose la cara.
Con un último golpe de rifle, los sesos de la mujer se desparramaron sobre la hierba y dejó de moverse. Cuando Aitor se levantó tenía manchas de sangre en la ropa.
-¡Oh Dios! ¡Pobre Consuelo! –Gimió Raquel con lágrimas en los ojos.
-Estad alerta, podría... haber más. –Dijo Aitor mirando a su abatida novia de reojo.- ¿Por qué habéis empezado a pegar tiros? Seguro que lo han oído todos los caminantes de la urbanización. ¿Y se puede saber de donde ha salido este tío?
-Me llamo Cristian. –Volvió a presentarse el muchacho.- Los disparos han sido culpa mía, lo siento… creía que estaba ayudando.
-¿Tú has sido el que ha disparado? –Preguntó el soldado fulminándole con la mirada… por su tono de reproche parecía mentira que él hubiera estado dispuesto a hacer lo mismo solo unos minutos antes.- ¿Te has vuelto loco o qué?
-¡Ey! Buen rollo tíos. –Dijo Cristian levantando las manos.- No quería molestar, ¿vale? Es solo que no veía a nadie desde hace días y pensaba que veníais de la zona segura.
-La zona segura cayó. –Le expliqué yo- Fue arrasada por los muertos vivientes. Estamos unos pocos refugiados en un campamento a las afueras.
-¡No jodas! –Exclamó quedándose boquiabierto por la noticia.- ¿La zona segura cayó? Que putada tío, evacuaron a mucha gente allí...
-Ya basta de charla, tenemos trabajo que hacer y este lugar podría no ser seguro. –Nos interrumpió Sebas asumiendo su nuevo papel de líder.- Creo que primero deberíamos registrar toda la casa, de arriba a abajo, y cuando estemos seguros de que no hay resucitados nos ponemos manos a la obra. Aitor, ¿por qué no te quedas con Raquel aquí fuera hasta que inspeccionemos el interior?
-Yo voy con vosotros, conozco la distribución de la casa, seré más útil dentro. –Replicó Aitor colgándose el fusil a la espalda; luego se giró hacia Raquel, que comenzaba a recuperar la compostura tras ver a la asistenta transformada en un muerto viviente.- Tú quédate aquí fuera, ¿vale? Seguro que están bien, pero es solo para asegurarnos.
Se refería al resto de su familia, por supuesto… el habernos encontrado un resucitado en el jardín no era una señal esperanzadora como para pensar que todo iba bien allí dentro. Ella asintió y se quedó de rodillas sobre el césped del jardín.
-Esperad un momento, yo ni siquiera tengo un arma. –Protesté, poco dispuesto a entrar en una casa donde podría haber resucitados no teniendo siquiera un cuchillo a mano.- ¿No hay un cobertizo o algo así donde pueda conseguir alguna herramienta que usar?
Aquella casa tenía un jardín, no era del todo descabellado.
- ¿Herramientas para el jardín? Creo que están allí. –Respondió Aitor señalando una pequeña caseta en la esquina de la valla.
Cuando llegué hasta ella vi que la puerta tenía un candado, pero éste estaba abierto. Dentro había varios productos de jardinería, regaderas, rastrillo, azadas, palas, sacos de tierra, insecticidas, etc. También un pequeño cortacésped, una sierra, dos tijeras de podar y una motosierra, que seguramente utilizaran para podar las ramas de los cipreses. Terminé eligiendo como arma un rastrillo… era tentador coger la motosierra, pero nuestro cometido exigía sigilo.
Cuando regresé con los demás, Sebas estaba hablando con Cristian.
-… si quieres ayudar quédate aquí para abrirle la puerta a Óscar cuando regrese.
- Está bien, yo me quedo aquí vigilando. -Accedió.- ¿Puedo tener un arma? Ese tío se llevó mi pistola.
-¿De dónde sacaste tu una pistola? –Le preguntó Aitor con suspicacia.
-¡No la he robado! –Se defendió.- Se la cogí al cadáver de un poli… él ya no la necesitaba y creía que podría ser útil.
-Si quieres algo parecido a un arma mira en el cobertizo. –Le sugerí mostrándole mi rastrillo… luego caí en la cuenta de algo.- ¡Pero nada de coger la sierra eléctrica!
Mientras nos dirigíamos hacia la puerta de la casa, Sebas armado con la ballesta, Aitor con su fusil y yo con un rastrillo, escuchamos a lo lejos un disparo. Solo podía ser Óscar intentando que los muertos vivientes le persiguieran y se alejaran de la casa.
Con las llaves de Raquel abrimos la puerta principal, que daba directamente al amplio salón que se podía ver a través de la cristalera. Tenía dos alturas, estaba amueblado con dos sofás de diseño, una mesita de cristal en medio, una alfombra cubriendo la altura más baja y demás objetos de decoración que no parecían precisamente baratos. Al fondo, al lado de la cristalera resquebrajada, había una elegante mesa de madera rodeada de varias sillas, y al otro lado un pequeño pasillo por el que se podían ver las escaleras que llevaban al piso de arriba, dos puertas y, al final, la cocina. Todo parecía estar intacto, salvo la cristalera rota… como si la casa hubiera sido abandonada.
-La despensa está en la cocina. –Nos guió Aitor.- Arriba están los dormitorios y esas puertas llevan a un cuarto de baño y al garaje. Parece que nadie ha pasado por aquí en los últimos días, quizás los padres de Raquel decidieron marcharse, o quizás se hayan atrincherado en la despensa. De cualquier forma creo que deberíamos registrar toda la casa... también cabe la posibilidad, aunque no he querido decirlo delante de ella, que hayan acabado igual que la chacha.
-Empecemos asegurándonos de que hasta la despensa no hay problemas. –Dijo Sebas.- Cuando hayamos hecho lo que veníamos a hacer registraremos el piso de arriba y el garaje.
Como no tenía nada en contra de ese plan les seguí atravesando el comedor en dirección a la cocina. Pero antes de entrar en ella nos quisimos asegurar de que en el cuarto de baño todo estuviera en orden, de modo que abrimos esa puerta al pasar por su lado.
Era un cuarto de baño es bastante amplio y elegante, seguramente porque era el que utilizaban las visitas. Se encontraba en perfectas condiciones, pero alguien había abierto el armarito de detrás del espejo apresuradamente y había sacado el botiquín, que se encontraba desperdigado en el bidé, donde también había algunas manchas de sangre secas.
-Esperad un momento, todo esto puede sernos útil. –Les dije adelantándome para recoger las vendas, alcohol, agua oxigenada, tiritas, esparadrapo y todo lo que no se había manchado o estropeado.
-¿De quién será esa sangre? –Preguntó Aitor un poco preocupado… como no tenía forma de responder a su respuesta, me limité a no decir nada.
En cuanto tuve todo el material médico metido en una bolsa nos dirigimos hacia la cocina. El diseño de aquella habitación era bastante moderno, con un frigorífico de dos puertas, una vitrocerámica y muchos armaritos, lavavajillas, etc. Al fondo había otra puerta de madera, que debía ser la que lleva a la despensa.
Aitor se aventuró a abrir el frigorífico... solo para tener que volver a cerrarlo inmediatamente. Hasta a mí, que me encontraba a por lo menos tres metros, me llegó un asqueroso olor a comida podrida del contenido de la nevera.
-¡Uf! No creo que aquí haya nada útil. –Declaró al cerrar rápidamente la puerta para evitar que el olor se extendiera.- Cualquier cosa que necesitara frío se habrá estropeado a estas alturas.
-Miremos la despensa. –Propuso Sebas haciéndole una señal a Aitor para que se acercara a la puerta.
Éste intentó mover el pomo, pero no logró girarlo.
-Cerrada con llave... ¡¿Señor Collado?! ¿Están ahí?
Nadie respondió ni dio señal alguna de estar escuchando, así que intentó empujarla con el hombro, pero tampoco logró abrirla. Mientras él intentaba forzarla, me di cuenta de que había unas pequeñas gotas de sangre en el suelo, gotas que hacían un rastro desde la entrada de la cocina hasta la puerta de la despensa.
-Voy a abrirla de una patada, apartaos.- Nos advirtió echándose atrás para coger impulso.
-¡Espera un momento! –Le detuve interponiéndome entre él y la puerta.
Luego me agaché para observar mejor la sangre, a ver si estaba seca o era reciente.
-¿Qué pasa? –Preguntó el soldado agachándose también.
-Sangre seca aquí también. –Respondí.
Los tres nos miramos durante un segundo, pero como ninguno dijo nada, porque ninguno sabíamos muy bien cómo reaccionar ante ese descubrimiento, Aitor volvió a coger impulso y abrió la puerta con un golpe seco de una de sus botas militares… y poco faltó para que cayera rodando escaleras abajo debido a la inercia, pues resultó que aquella despensa era subterránea.
La luz que entraba por la puerta iluminaba unas escaleras que bajaban hasta un pequeño sótano, del cual solo podía ver la mitad porque el resto estaba protegido de la luz por las propias escaleras. De esa zona oscura comenzó a escucharse el ruido de algo arrastrándose, seguido de algo que no supe identificar… ¿un gemido quizá? Pero sin duda lo más revelador era el olor a putrefacción que emergía de allí; no era como el del frigorífico, aquel era el olor de la muerte, el olor a resucitado.
Aitor, que comenzó a bajar las escaleras, seguido por Sebas y por mí, parecía haberlo olido también, porque agarró su arma con fuerza y parecía preparado para abrir fuego en cuanto algo se le pusiera por delante. Yo opté por la opción más sensata, que no era aventurarse en un oscuro sótano donde podía haber un muerto viviente, y esperé arriba.
-¿Hola? –Preguntó el soldado, pero no se escuchó nada más que ese ruido como respuesta.
Conforme mis ojos se acostumbraban a la tenue luz de aquel agujero, descubrí que Raquel decía la verdad sobre su padre: en la pared del fondo había gran cantidad de comida almacenada en estanterías. También había dos congeladores, que seguramente no funcionaran y cuyo contenido estaría estropeado, pero sí que había otras muchas cosas aprovechables, como latas de conservas, fruta en almíbar, incluso algo de fruta y verdura que, aunque madura, quizá aún aguantaran unos días más.
-¡Oh joder! –Exclamó desde la zona oscura. –Podéis bajar, no hay peligro.
Al llegar al suelo de la despensa vi a una mujer, que bien podría ser una Raquel con 20 años más, ya que tenían el mismo pelo rubio, sentada en el suelo con los brazos extendidos y atados por cuerdas a unas tuberías. Su piel cenicienta y el profundo mordisco rodeado de sangre seca en uno de los brazos era toda la explicación que necesitaba para saber qué le había ocurrido.
Pese a que pataleaba e intentaba abalanzarse contra nosotros con todas sus fuerzas, por fortuna éstas no eran suficientes para romper las cuerdas que la mantenían sujeta.
-Pobre mujer. –Se lamentó Aitor.- ¡Dios! No sé cómo le voy a decir esto a Raquel.
Ajena a sus palabras, la madre de Raquel continuaba pataleando e intentando soltarse de sus ataduras, sin apartar la vista de sus presas, o sea, nosotros.
-Hazlo tú, por favor.- Le pidió a Sebas, que se acercó con la ballesta y le disparó a bocajarro en la frente; los gruñidos y forcejeos se detuvieron instantáneamente.
Tras unos instantes de silencio en memoria de aquella pobre señora, Sebas recordó a qué habíamos venido, y me hizo una señal para que le ayudara con la comida. En el sótano había varias bolsas de tela de un tamaño considerable que podían servir perfectamente para llenarlas de cosas, y mientras los dos íbamos preparándolo todo para poder cargar aquellas bolsas con la comida que habíamos venido a buscar, Aitor contemplaba el cadáver de su suegra bastante afectado.
-Se llamaba Raquel también. –Dijo con amargura.- Joder... con lo que he odiado yo a esta mujer y ahora… no le gustaba que su hija saliera con alguien que había dejado el instituto para meterse en el ejército. No le deseo acabar así ni a mi peor enemigo.
Tras decir aquello se cargó el fusil a la espalda y descubrió lo que estábamos haciendo.
-Oye, ¿no íbamos a asegurar la casa antes de hacer eso? –Preguntó.- Odio decir esto, pero podría haber más.
-Sí, vale, tienes razón. –Admitió Sebas dejando las bolsas en el suelo.
-¿Estáis ahí? –Se escuchó la voz de Raquel desde las escaleras.- Fuera...
Antes de que pudiéramos impedir que bajara, ahogó un grito al ver al resucitado muerto que había sido su madre. Apartando a Aitor, que había intentado interponerse en su camino, de un empujón se acercó a ella y se arrodilla a su lado.
-¡Mama! ¡Oh Dios no, no, no! -gime ella.
Junto con Raquel había venido también Cristian, con una pala que había cogido de la caseta del jardín, y que se encontraba visiblemente incómodo por la escena que se estaba desarrollando.
-La… la calle se está llenando de resucitados. No creo que podamos salir por ahí. –Dijo sin poder apartar la vista del cadáver del sótano.- Yo… lo siento mucho.
-¿Qué has dicho de resucitados? –Le preguntó Sebas.- Creía que Óscar los estaba alejando de aquí.
-Bueno pues no ha funcionado. –Replicó el muchacho.
-No podemos hacer nada con eso. –Intervine yo sabiendo que Sebas no estaba hecho para las crisis.- Deberíamos registrar el resto de la casa como teníamos previsto, y más si de momento no podemos salir.
-Si, vale, hagamos eso. –Accedió a mi idea.- Aitor, eh…
-Id vosotros tres. –Nos dijo el soldado, que cubría con un brazo a su desconsolada novia mientras ésta lloraba sobre el cadáver de su madre.- Y… bueno, tened cuidado.
En silencio, los tres subimos las escaleras reflexionando sobre las palabras del soldado. Era evidente de qué debíamos tener cuidado: de algún otro miembro de la familia de Raquel que pudiera haber acabado igual que su madre… y la pregunta que yo me hacía era cómo de mal podía tomárselo ella si aquello sucedía. Había gente que perdía los nervios por mucho menos.
-¡Joder tío! –Gimió Cristian cuando llegamos a la cocina.- ¿Esa mujer era… de su familia?
-Su madre. –Le confirmó Sebas, que parecía también profundamente afectado.- Yo creo… yo creo que si hubiera alguien vivo en la casa, a estas alturas ya lo sabríamos, ¿verdad?
-A lo mejor no es eso. –Le contradije yo, que por empatía empezaba a sentirme un poco triste por Raquel… sabía lo duro que era perder una madre, y eso que la mía había muerto años atrás debido únicamente a su edad; verla así, transformada en una muerta viviente y con un flechazo atravesándole la cabeza tenía que haber sido horrible.- Si la criada y la madre se transformaron y no tuvieron valor para rematarlas, a lo mejor decidieron marcharse porque la casa no les parecía segura.
-Puede ser. –Dijo Sebas aferrándose a esa posibilidad.
Los sollozos de Raquel podían escucharse aun estando fuera de la despensa, y podía notar como afectaban tanto al muchacho como al guardia de seguridad… hasta a mí, que siempre había sido considerado como una persona fría y distante, estaban empezando a inspirarme compasión.
-Será mejor que nos aseguremos de que la casa está limpia. –Les propuse para dejar a Raquel sola con su dolor y que éste no nos minara la moral.- Si no la hemos asegurado antes de que vuelva, Óscar nos va a matar.
Como Sebas no quería quedar mal como hombre al mando, y a Cristian el cazador le daba miedo, comenzamos a movernos siguiendo la misma ruta que habíamos seguido a la ida, pero en dirección contraria.
-¿Garaje o piso de arriba? –Preguntó el guardia de seguridad cuando llegamos hasta la puerta que, según nos había dicho Aitor, llevaba hasta el garaje de la casa.
-Mejor piso de arriba, ¿no? –Respondió Cristian agarrado a su pala.- Si hay más… muertos, no creo que puedan abrir esta puerta, pero sí podrían bajar las escaleras.
El argumento nos pareció bastante válido, de modo que, antes de inspeccionar el garaje, nos aventuramos a las habitaciones superiores. Subiendo la escalera, Sebas abría la marcha armado con la ballesta de Óscar, seguido por mí, con el rastrillo entre las manos, y por Cristian, que sujetaba la pala como si fuera un bate de beisbol.
El piso superior consistía en un pequeño pasillo con cuatro puertas. Tres de ellas estaban abiertas, la primera a la derecha, la segunda a la izquierda y la del fondo. En el suelo, saliendo de una de ellas, un leve rastro de gotitas de sangre secas iban desde el umbral hasta la habitación del fondo.
-Esto me da muy mal rollo. –Gimoteó Cristian a mi espalda.
Como respondiendo a sus palabras, un ruido cuyo origen determiné que se encontraba en la habitación del fondo nos sobresaltó a los tres. Sonó como si algo se hubiera caído al suelo, o como si alguien le hubiera dado un golpe a un mueble.
Como la puerta estaba entornada, no se veía nada de lo que pudiera haber allí dentro, salvo que las ventanas debían estar abiertas, porque entraba una claridad que solo podía provocarla la luz del sol. De repente, algo pasando delante de la puerta creó una pequeña sombra durante un instante.
-¡Oh tíos, ahí hay algo! –Lloriqueó el muchacho, que se estaba acobardando por momentos.
-Vamos a acerarnos. –Propuso Sebas.- Si es uno de esos seres, en cuanto se asome le atravieso de un disparo.
Asentí y caminé muy despacio detrás de él. Conforme nos adentrábamos en el pasillo comencé a sentir un creciente olor a putrefacción cuyo origen me resultaba incierto. Era verdad que los resucitados olían a podrido, la madre de Raquel me lo había recordado un minuto antes, pero por la misma razón que no se decidían a descomponerse del todo, ese olor era mucho más tenue del que cabría esperar en un cadáver normal en el mismo estado. Había tratado con muchos cadáveres antes, sobre todo cuando estudiaba, y sabía de lo que hablaba… aquel olor no podía estar causándolo un muerto viviente.
-Ahí tiene que haber algo. –Dije volviendo la vista hacia la habitación con las manchas de sangre.- A lo mejor deberíamos…
Me callé cuando la repentina llegada de luz solar me hizo mirar de nuevo hacia delante. La puerta del fondo estaba completamente abierta y frente a ella había una chica, de unos catorce o quince años, de pelo largo y tan rubia como Raquel; vestía con un camisón azul completamente cubierto de sangre, al igual que sus brazos y piernas, aunque no había ninguna herida visible en su cuerpo, salvo unos profundos cortes en las muñecas.
La chica gimió lastimosamente un segundo antes de comenzar a tambalearse hacia nosotros.
-¡Ah! ¡Mátala! ¡Mátala! –Gritó Cristian retrocediendo un par de pasos.
Sentí como a Sebas le temblaba el pulso antes de disparar, pero cuando lo hizo no falló y el virote se clavó en un ojo de la muerta viviente, que cayó de espaldas al suelo por el impulso del impacto, completamente muerta.
-Tranquilo chico, ya está. –Intentó tranquilizar el guardia de seguridad a Cristian.- Madre mía, esta cría no tendría ni quince años… supongo que es… era, familia de Raquel también.
-Si. –Respondí con pesar; aquel pelo rubio era inconfundible… la pobre Raquel iba a volver a pasar por un mal trago, y algo me decía que no iba a ser el último.
-¿De dónde viene ese olor? –Preguntó Cristian olfateando el aire con una mueca de asco.
-Creo que de ahí. –Dije señalando la puerta con manchas de sangre en el suelo frente a ella.
-¿Por qué no te aseguras de que la habitación del fondo está limpia mientras nosotros miramos esta? –Me indicó Sebas cargando una flecha en la ballesta.
No me parecía buena idea dividirnos, pero si hubiera habido algún otro resucitado en aquella habitación ya habría salido, de modo que asentí, y con el rastrillo en la mano recorrí todo el pasillo hasta llegar a la puerta.
Por el tamaño, aquél lugar tenía que ser el dormitorio principal, y por la cama de matrimonio que había al fondo deduje que pertenecía a los padres de Raquel. La cama estaba deshecha, como si hubieran estado durmiendo allí, pero no tenía claro si eso significaba algo. ¿La dejaron deshecha porque tuvieron que huir rápidamente? ¿O simplemente porque, si iban a marcharse, no tenía sentido molestarse en hacer la cama?
Di un paso dentro. Una gran ventana por la que se colaba la luz del sol daba a la calle por la que vinimos... y lo que vi a través de ella me dejó helado. Cuando entraron, Raquel y Cristian habían dicho que se había llenado el exterior de resucitados, pero no imaginé que fueran tantos. Alrededor de veinte de ellos daban vueltas por la carretera delante de la casa, seguramente atraídos de los alrededores por los disparos tras nuestra llegada.
Todo apuntaba a que la estrategia de Óscar, del que, por cierto, no se escuchaban disparos desde hacía tiempo, no había dado resultado.
Unos rápidos pasos en el pasillo me sacaron de mis pensamientos y me pusieron en alerta. Aparté la vista del movimiento casi hipnótico con el que los muertos vivientes se tambaleaban y corrí hacia la puerta del dormitorio. Saliendo de la habitación que habían ido a inspeccionar a toda prisa, doblado por la cintura y sujetándose el estómago, Cristian corrió hasta meterse en la tercera y última habitación abierta… de la cual salió un segundo más tarde para acabar a cuatro patas en el suelo y comenzar a vomitar.
-¿Qué pasa? –Le pregunté alarmado acercándome.
No pudo decir nada, solo balbuceó un par de palabras ininteligibles antes de tener otra arcada y volver a vomitar en el suelo, donde todavía se encontraba el cadáver de la muerta viviente que habíamos eliminado.
Me asomé a la tercera habitación entornada, de la que había salido después de apenas asomarse, y lo que vi me dejó pasmado, pues su interior era una visión más propia de una película de terror que de la vida real. Se trataba de un cuarto de baño completamente manchado de sangre; una cuchilla sobre el filo de la bañera tenía sangre seca en su filo, y dentro de la propia bañera las manchas se multiplicaban hasta cubrir prácticamente toda su superficie. La mampara de baño estaba descolocada, como si hubiera recibido un golpe muy fuerte que la hubiera sacado de su sitio.
Sebas salió de la otra habitación cubriéndose la boca y la nariz con las manos y con los ojos llorosos. Todavía tenía una flecha cargada en la ballesta, de modo que no la había utilizado con lo que demonios hubiera allí dentro.
-Es… -Farfulló con angustia.- Es horrible…
Cubriéndome las fosas nasales con la manga del jersey, que tampoco olía a rosas después de llevarlo puesto más de dos semanas, me asomé a lo que resultó ser otro dormitorio, que por la decoración seguramente era de un chico al que le gustaban mucho los ordenadores. Manchas de sangre salpicaban por todas partes, y sobre la cama, como fuente de aquel olor imposible de aguantar, se encontraba el cuerpo putrefacto y casi devorado del dueño de la habitación.
Probablemente el hecho de haber sido comido casi por completo, ya que en algunas zonas solo se le veían los huesos y la cabeza estaba tan mordisqueada que su rostro resultaba irreconocible, dejando ver solo algunos mechones de pelo rubio, era lo que ha evitado que se despertara como un resucitado. Al encontrarse las ventanas cerradas, los insectos no habían entrado en mucha cantidad, pero algunas moscas revolotean sobre el cuerpo y sus larvas se retorcían en su cuerpo muerto.
Volví al pasillo conteniendo yo también las ganas de vomitar… aquel pelo rubio delataba que se trataba de otro familiar de Raquel, sin ninguna duda.
-Esto es demasiado. –Dijo Sebas apoyándose en las rodillas y escupiendo en el suelo, mientras Cristian vomitaba por tercera vez.- Resucitados pase, pero un pobre chico medio comido es demasiado.
Ver al muchacho muerto me hacía preguntarme qué habíamos hecho los humanos como raza para llegar al punto en que nos encontrábamos. ¿Qué diablos habíamos hecho para merecer esto? Aunque quien iba a preguntarse eso era Raquel cuando descubriera lo que había sido de su familia….

Continuará…
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