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Segunda prueba
¿Furulas?
Ligeramente Muertos
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Kealah
trifa
6 participantes
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Ligeramente Muertos
Saludos compañeros!
Hará cosa de una semana que empecé con una novela a base de pequeños capítulos de como unas vacaciones en alta mar se convierten en un infierno Z.
Aquí estan los primeros capitulos, si quereis seguir con el resto, visitar el blog que se actualiza muy a menudo.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
I. Vacaciones
Me levanté de la incómoda silla de madera con el culo plano, cogí las llaves del coche, me guardé el teléfono móvil en el bolsillo y me despedí de los compañeros que aun quedaban en el restaurante, varios de ellos con unas cuantas copas de más, y decidí dar por finalizado el último día de trabajo.
La bofetada climática fue más que interesante al abandonar el restaurante. El sol brillaba en su punto más álgido convirtiendo en un infierno todo lo que tocaba y mi coche no iba a ser una excepción. Dos destellos me informaron de que las puertas del vehiculo se habían abierto y confirmé algo que era un hecho, aquello era un hervidero. Bajé todas las ventanillas y salí del parking con una sonrisa de oreja a oreja a pesar del horrible bochorno.
¡Por fin estaba de vacaciones!
II. Equipaje de mano
Era lunes, el primer lunes de vacaciones. Hay que remarcar que sea el primer día sin trabajo pues lo saboreas cosa mala. Miras el despertador sin pánico, consciente que puedes permitirte el lujo de levantare a cualquier hora y así lo hice. Me conecté a la prensa online para ver cuan jodido estaba el mundo. La respuesta ya la sabía con antelación. Muy jodido, y en esta piel de toro llamada España, peor. Decidí dejar de leer las noticias para no deprimirme y con los primeros acordes de Fade To Black de Metallica me fui a la ducha. Tal y como salí de ella volvía estar empapado de sudor. El verano es una estación tan tediosa que más de una vez me he planteado ir a vivir al congelador. En serio, creo que debe de ser un lujazo…claro que puedes acabar como Walt Disney, pero eso ya es otro cantar.
Miré el calendario, en vacaciones nunca te enteras en que día vives, yo por lo menos, y la sorpresa fue más que considerable al darme cuenta de que en menos de una semana me iba de crucero a Hawai.
Perdí la cuenta de las veces que repasé la lista del equipaje. No me podía faltar de nada, no debía.
Nos vemos en el blog!!
Hará cosa de una semana que empecé con una novela a base de pequeños capítulos de como unas vacaciones en alta mar se convierten en un infierno Z.
Aquí estan los primeros capitulos, si quereis seguir con el resto, visitar el blog que se actualiza muy a menudo.
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I. Vacaciones
Me levanté de la incómoda silla de madera con el culo plano, cogí las llaves del coche, me guardé el teléfono móvil en el bolsillo y me despedí de los compañeros que aun quedaban en el restaurante, varios de ellos con unas cuantas copas de más, y decidí dar por finalizado el último día de trabajo.
La bofetada climática fue más que interesante al abandonar el restaurante. El sol brillaba en su punto más álgido convirtiendo en un infierno todo lo que tocaba y mi coche no iba a ser una excepción. Dos destellos me informaron de que las puertas del vehiculo se habían abierto y confirmé algo que era un hecho, aquello era un hervidero. Bajé todas las ventanillas y salí del parking con una sonrisa de oreja a oreja a pesar del horrible bochorno.
¡Por fin estaba de vacaciones!
II. Equipaje de mano
Era lunes, el primer lunes de vacaciones. Hay que remarcar que sea el primer día sin trabajo pues lo saboreas cosa mala. Miras el despertador sin pánico, consciente que puedes permitirte el lujo de levantare a cualquier hora y así lo hice. Me conecté a la prensa online para ver cuan jodido estaba el mundo. La respuesta ya la sabía con antelación. Muy jodido, y en esta piel de toro llamada España, peor. Decidí dejar de leer las noticias para no deprimirme y con los primeros acordes de Fade To Black de Metallica me fui a la ducha. Tal y como salí de ella volvía estar empapado de sudor. El verano es una estación tan tediosa que más de una vez me he planteado ir a vivir al congelador. En serio, creo que debe de ser un lujazo…claro que puedes acabar como Walt Disney, pero eso ya es otro cantar.
Miré el calendario, en vacaciones nunca te enteras en que día vives, yo por lo menos, y la sorpresa fue más que considerable al darme cuenta de que en menos de una semana me iba de crucero a Hawai.
Perdí la cuenta de las veces que repasé la lista del equipaje. No me podía faltar de nada, no debía.
Nos vemos en el blog!!
Re: Ligeramente Muertos
Buenas trifa!
Tu historia tiene buen comienzo pero ponte un avatar para poder identificarte y distinguirte de iotros usuarios.
Gracias
Tu historia tiene buen comienzo pero ponte un avatar para poder identificarte y distinguirte de iotros usuarios.
Gracias
Kealah- Cazadora con medias de seda
- Cantidad de envíos : 5059
Edad : 42
Localización : Como dice Tatsu... Villadolor xDDD
Fecha de inscripción : 11/02/2010
Re: Ligeramente Muertos
Supongo que iras subiendo los capitulos aqui tambien poco a poco no?...porque si no se perdiria el fin de esta seccion.
Por otro lado, si quieres puedes mandarme un privado o un mail con un resumen de tu historiapara incluirlo en futuros especiales de relatos zombie en el blog amanecer zombie.
Por otro lado, si quieres puedes mandarme un privado o un mail con un resumen de tu historiapara incluirlo en futuros especiales de relatos zombie en el blog amanecer zombie.
NEO- Zombie hunter todopoderoso
- Cantidad de envíos : 8394
Edad : 42
Localización : Buscando víveres en Chernarus
Fecha de inscripción : 07/07/2008
Re: Ligeramente Muertos
Esta muy bueno,espero que los capitulos sigan viniendo.
DarkHades- Pirómano
- Cantidad de envíos : 9284
Edad : 30
Localización : Refugiándome en la estación de bomberos.
Fecha de inscripción : 11/01/2010
Re: Ligeramente Muertos
Saludos!!
Me habeis alegrado mucho el día!!
Pego dos capitulos más, para no hacer post muy largos, mañana colgare otros dos. Si os pica la curiosidad, en el blog hay 10 capitulos, que ire pegando a lo largo de la semana.
Gracias a todos por los animos!
En cuanto al avatar, ahora me pondre manos a la obra.
Neo, gracias por el ofrecimiento, ahora te envio un mail...aunque es una hora rara, ajajja. Espero no quedarme frito en el curro, ajajaj.
III. La espera
Llevo cinco largas horas esperando el maldito vuelo a de Barcelona a Vancouver y por mucho que mire con insistencia los letreros informativos siempre aparece el mismo mensaje: “con retraso”. Lleva así dos horas y poco. Joder, sé que no es mucho tiempo después de ver lo que pasó con las cenizas del volcán, pero me he dejado un riñón y medio en un crucero por Hawai y quiero disfrutarlo al 100x100. Cada hora que paso aquí es una hora perdida, más aun, unos cuantos euros tirados a la basura. Y eso, en tiempos de crisis, es una gran putada. Ahora si que puedo decir que el tiempo es oro, y sino que se lo pregunten a mi pobre bolsillo.
Este año quería pegarme un lujo de los que marcan época, no por el hecho de cumplir 30 años, que también, sino por hacer un viaje especial, un viaje reflexivo en mitad de un mundo paradisiaco donde encontrarme a mi mismo. Y de paso sea dicho, toparme con una buena morenaza.
Viendo que la cosa iba para largo volví a la librería, me zambullí en los montones desordenados de libros y, harto de buscar, me dirigí al dependiente.
-Perdone, ¿tiene el libro de Parque jurasico?
El hombre cerró el libro que estaba leyendo y se pegó unas buenas risas a mi costa. Lo que me faltaba, el gracioso de turno. Yo me acordé de su puta madre.
-Eso es una reliquia, caballero- respondió con extraña cortesía.
-Entonces sólo quiero el Sport- hurgué en los bolsillos y encontré un euro que dejé con desprecio sobre el mostrador. Cogí el diario y volví a mi butaca.
Apenas había acabado de leer la primera página que me di cuenta de que ya podía embarcar en el vuelo hacia Canadá. ¡Había llegado la hora!
IV. El Vuelo
Anoche tuve la genial idea de ver Turbulence horas antes de hacer un vuelo transoceánico. Joder, que aun no ha despegado y ya estoy encima del tío de al lado. Me mira con cara de pocos amigos, creo que no es para menos. Cuando se descuide la azafata me tiro sobre su asiento como alma que lleva el diablo. Tiene doble cinturón de seguridad. De aquellos cruzados en plan rally.
Había viajado otras veces con la aerolínea alemana, así que me sentía relativamente tranquilo. Pensé en el crucero, se llamaba Rhapsody of the Seas, un nombre como dios manda. Como aquella canción de Queen, Bohemian Rhapsody. Daria cualquier cosa por escuchar un poco de música.
Estaba en la ventanilla al lado del ala derecha. A mi izquierda había dos butacas que ya estaban ocupadas. En el primer asiento había una chica japonesa, creo que lo era, que ya se había descalzado y dormía placidamente. En medio estaba el hombre mayor que me seguía mirando con cara de mala leche. Decidí imitar a la mujer y me puse a dormir.
En el mejor momento del sueño el piloto pegó un acelerón, los motores rugieron y mi cuerpo se incrustó en la butaca. Me desperté desesperado con el corazón en la garganta y un nudo en el estomago. Suerte que me había abrochado el cinturón sino estaría otra vez encima del compañero de al lado.
El pájaro de acero se elevó sobra una Barcelona que en cuestión de minutos pasó a ser una maqueta sin detalles repleta de luces. Momentos más tarde, volábamos por encima del manto de nubes
Sigo sin entender porque decidí coger el asiento de la ventana si el viaje se hacía de noche.
A cuidarse!!!
Me habeis alegrado mucho el día!!
Pego dos capitulos más, para no hacer post muy largos, mañana colgare otros dos. Si os pica la curiosidad, en el blog hay 10 capitulos, que ire pegando a lo largo de la semana.
Gracias a todos por los animos!
En cuanto al avatar, ahora me pondre manos a la obra.
Neo, gracias por el ofrecimiento, ahora te envio un mail...aunque es una hora rara, ajajja. Espero no quedarme frito en el curro, ajajaj.
III. La espera
Llevo cinco largas horas esperando el maldito vuelo a de Barcelona a Vancouver y por mucho que mire con insistencia los letreros informativos siempre aparece el mismo mensaje: “con retraso”. Lleva así dos horas y poco. Joder, sé que no es mucho tiempo después de ver lo que pasó con las cenizas del volcán, pero me he dejado un riñón y medio en un crucero por Hawai y quiero disfrutarlo al 100x100. Cada hora que paso aquí es una hora perdida, más aun, unos cuantos euros tirados a la basura. Y eso, en tiempos de crisis, es una gran putada. Ahora si que puedo decir que el tiempo es oro, y sino que se lo pregunten a mi pobre bolsillo.
Este año quería pegarme un lujo de los que marcan época, no por el hecho de cumplir 30 años, que también, sino por hacer un viaje especial, un viaje reflexivo en mitad de un mundo paradisiaco donde encontrarme a mi mismo. Y de paso sea dicho, toparme con una buena morenaza.
Viendo que la cosa iba para largo volví a la librería, me zambullí en los montones desordenados de libros y, harto de buscar, me dirigí al dependiente.
-Perdone, ¿tiene el libro de Parque jurasico?
El hombre cerró el libro que estaba leyendo y se pegó unas buenas risas a mi costa. Lo que me faltaba, el gracioso de turno. Yo me acordé de su puta madre.
-Eso es una reliquia, caballero- respondió con extraña cortesía.
-Entonces sólo quiero el Sport- hurgué en los bolsillos y encontré un euro que dejé con desprecio sobre el mostrador. Cogí el diario y volví a mi butaca.
Apenas había acabado de leer la primera página que me di cuenta de que ya podía embarcar en el vuelo hacia Canadá. ¡Había llegado la hora!
IV. El Vuelo
Anoche tuve la genial idea de ver Turbulence horas antes de hacer un vuelo transoceánico. Joder, que aun no ha despegado y ya estoy encima del tío de al lado. Me mira con cara de pocos amigos, creo que no es para menos. Cuando se descuide la azafata me tiro sobre su asiento como alma que lleva el diablo. Tiene doble cinturón de seguridad. De aquellos cruzados en plan rally.
Había viajado otras veces con la aerolínea alemana, así que me sentía relativamente tranquilo. Pensé en el crucero, se llamaba Rhapsody of the Seas, un nombre como dios manda. Como aquella canción de Queen, Bohemian Rhapsody. Daria cualquier cosa por escuchar un poco de música.
Estaba en la ventanilla al lado del ala derecha. A mi izquierda había dos butacas que ya estaban ocupadas. En el primer asiento había una chica japonesa, creo que lo era, que ya se había descalzado y dormía placidamente. En medio estaba el hombre mayor que me seguía mirando con cara de mala leche. Decidí imitar a la mujer y me puse a dormir.
En el mejor momento del sueño el piloto pegó un acelerón, los motores rugieron y mi cuerpo se incrustó en la butaca. Me desperté desesperado con el corazón en la garganta y un nudo en el estomago. Suerte que me había abrochado el cinturón sino estaría otra vez encima del compañero de al lado.
El pájaro de acero se elevó sobra una Barcelona que en cuestión de minutos pasó a ser una maqueta sin detalles repleta de luces. Momentos más tarde, volábamos por encima del manto de nubes
Sigo sin entender porque decidí coger el asiento de la ventana si el viaje se hacía de noche.
A cuidarse!!!
5 y 6
V. El clímax
¿Habéis dormido alguna vez cómo latas de sardinas? Dormir en el avión era lo más parecido a ello. Era el transporte más grande en el que me había montado hasta el momento. Y los cabrones de primera clase tenían dos pisos para ellos. ¡Dos pisos!
Pero lo peor de todo no era el diminuto espacio. Hacía más de siete horas que estábamos en el aire y yo no había ido al lavabo desde mucho antes. Ahora me estaba meando a raudales.
Me desabroché el botón del pantalón para intentar presionar lo menos posible a mi castigada vejiga. Intenté tararear cualquier canción pero aquel dolor me nublaba el pensamiento. Decidí seguir con la lectura del diario deportivo. Era realmente jodido centrarse en leer los artículos con las ganas de mear que tenía. Y mis dos vecinos durmiendo a pierna suelta. Estaba siendo un viaje más que interesante.
Empecé a sudar como un loco, ya no sabía en qué pose ponerme en la butaca. Tras dar varias vueltas me armé de valor y me levanté del asiento. A trancas y a barrancas pude salir del zulo despertando a los viajeros que se acordaron de mi familia. Me daba igual. Corrí como un poseso hasta el servicio. Por suerte estaba vacío. Me bajé los pantalones y besé la gloria.
VI. Vancouver
Para ser principios de agosto la temperatura era perfecta, incluso fresca. Apenas hacía tres horas que había aterrizado en el Aeropuerto Internacional de Vancouver y, quitado del maldito jetlag con sus 8 horas menos, la ciudad era un regalo para la vista. Entre grandes montañas nubladas se alzaban triunfantes rascacielos con diseños modernistas a ambos lados del río Fraser. El problema fue el poco tiempo para visitar la ciudad, pues a las 5 de la tarde debía estar en el puerto para empezar el crucero, no tuve más remedio que hacer cuatro fotos antes de ir raudo y veloz a una parada de taxis de un tamaño más que considerable.
Por primera vez me sentí como una presa. Todos los taxistas ponían a punto sus taxímetros y acechaban a las victimas apoyados en sus vehículos, listos para sacarte los ojos en un viaje de aquí a la esquina. Si llegan a caminar en círculos pasan por buitres gigantes.
Sin muchas opciones más, y con miedo de no llegar a tiempo, me dejé cazar por uno de ellos. Un hombre mayor de pelo largo canoso y de aspecto afable cogió mi maleta y la guardó en el maletero del coche. Se ajustó bien el chaleco alrededor de la panza y me preguntó el destino.
La sonrisa del conductor al oír mi respuesta me puso los pelos de punta. Entonces supe que el tipo iba a hacer el verano con mi viaje.
¿Habéis dormido alguna vez cómo latas de sardinas? Dormir en el avión era lo más parecido a ello. Era el transporte más grande en el que me había montado hasta el momento. Y los cabrones de primera clase tenían dos pisos para ellos. ¡Dos pisos!
Pero lo peor de todo no era el diminuto espacio. Hacía más de siete horas que estábamos en el aire y yo no había ido al lavabo desde mucho antes. Ahora me estaba meando a raudales.
Me desabroché el botón del pantalón para intentar presionar lo menos posible a mi castigada vejiga. Intenté tararear cualquier canción pero aquel dolor me nublaba el pensamiento. Decidí seguir con la lectura del diario deportivo. Era realmente jodido centrarse en leer los artículos con las ganas de mear que tenía. Y mis dos vecinos durmiendo a pierna suelta. Estaba siendo un viaje más que interesante.
Empecé a sudar como un loco, ya no sabía en qué pose ponerme en la butaca. Tras dar varias vueltas me armé de valor y me levanté del asiento. A trancas y a barrancas pude salir del zulo despertando a los viajeros que se acordaron de mi familia. Me daba igual. Corrí como un poseso hasta el servicio. Por suerte estaba vacío. Me bajé los pantalones y besé la gloria.
VI. Vancouver
Para ser principios de agosto la temperatura era perfecta, incluso fresca. Apenas hacía tres horas que había aterrizado en el Aeropuerto Internacional de Vancouver y, quitado del maldito jetlag con sus 8 horas menos, la ciudad era un regalo para la vista. Entre grandes montañas nubladas se alzaban triunfantes rascacielos con diseños modernistas a ambos lados del río Fraser. El problema fue el poco tiempo para visitar la ciudad, pues a las 5 de la tarde debía estar en el puerto para empezar el crucero, no tuve más remedio que hacer cuatro fotos antes de ir raudo y veloz a una parada de taxis de un tamaño más que considerable.
Por primera vez me sentí como una presa. Todos los taxistas ponían a punto sus taxímetros y acechaban a las victimas apoyados en sus vehículos, listos para sacarte los ojos en un viaje de aquí a la esquina. Si llegan a caminar en círculos pasan por buitres gigantes.
Sin muchas opciones más, y con miedo de no llegar a tiempo, me dejé cazar por uno de ellos. Un hombre mayor de pelo largo canoso y de aspecto afable cogió mi maleta y la guardó en el maletero del coche. Se ajustó bien el chaleco alrededor de la panza y me preguntó el destino.
La sonrisa del conductor al oír mi respuesta me puso los pelos de punta. Entonces supe que el tipo iba a hacer el verano con mi viaje.
Re: Ligeramente Muertos
Gracias y bienvenido.Juanyloco escribió:Promete bastante. Voy a empezar a seguirla
Espero que sigan disfrutando de la historieta.
VII. El puerto
Preferí no pasar a euros la cantidad que marcaba el taxímetro. El taxista presionó un botón cuando escuché un chasquido en el maletero. Se había abierto. El hombre recogió mi equipaje al tiempo que yo le entregaba 60 dólares canadienses no sin antes pensar que habíamos pasado tres veces por la misma manzana.
Estiré del asa de la maleta y reanudé la marcha con el constante traqueteo de las ruedas siguiendo mis pasos. Crucé un laberinto de coches estacionados y llegué ante el hormiguero de turistas. Encontrar mi crucero iba a ser más difícil de lo que pensaba.
De puntillas, me llevé la mano sobre las cejas a modo de visera y busqué entre la muchedumbre a alguien uniformado que me facilitara mi destino. Era peor que buscar a Wally en cualquiera de sus libros. El dolor de pies fue considerable pero mereció la pena.
Tras pasar los controles pertinentes me acompañaron ante un crucero majestuoso sin desmerecer a los que habíamos pasado de largo. El navío era de color blanco, enorme. La proa, tan puntiaguda como una punta de flecha, se asomaba amenazante por encima de nosotros que no podíamos hacer otra cosa que asombrarnos ante el gigantesco crucero.
-Espere su turno- me comentó la joven guía. Por la vestimenta que portaba debía formar parte de la tripulación.
Haciendo cola para subir a bordo, me preguntaba una y otra vez cómo una cosa tan grande podía flotar sin problemas. Pensé en el Titanic. Luego me arrepentí de ello.
Re: Ligeramente Muertos
interesante a ver si la sigues mas amenudo ...
bueno no me hagas caso que por mi te pediria cada dia jajaja
un saludo
bueno no me hagas caso que por mi te pediria cada dia jajaja
un saludo
azazel33- Encargado de las mantas
- Cantidad de envíos : 300
Edad : 51
Localización : Malaga
Fecha de inscripción : 04/11/2009
Re: Ligeramente Muertos
azazel33 escribió:interesante a ver si la sigues mas amenudo ...
bueno no me hagas caso que por mi te pediria cada dia jajaja
un saludo
Muy buenas!
Intento escribir cada día pero no lo subo al blog o al foro hasta que no le doy un repaso al día siguiente, que siempre hay alguna falta que se me escapa. De todas formas, intento actualizar varias veces por semana el post y el blog, así que ir mirando los dos de vez en cuando.
A cuidarse!
VIII. El último de la mesa
Apenas pasaban doce minutos de las nueve de la noche cuando llegué al restaurante de la cubierta número 4. No era obligatorio vestir de etiqueta. Aun así, me vestí con una camisa azul de manga corta, unos tejanos y me afeité la barba de cuatro días.
Al llegar al restaurante se acercó el maître. Era un tipo bajo, calvo, de pocas espaldas y vestido con un impecable conjunto de traje y corbata de color rojo. Sobre el brazo izquierdo reposaba un trapo blanco y en la mano derecha sujetaba una pequeña libreta.
-Buenas noches señor, ¿me permite la tarjeta de habitación?- preguntó, con un marcado acento francés.
Asentí al tiempo que entregaba la documentación. Ya la tenía preparada antes de entrar al restaurante.
El hombre verificó los datos y buscó en la libreta antes de levantar la vista y buscar mi mesa.
-Señor Reyes, sígame por favor.
El maître zigzagueó por entre el enjambre de mesas no sin parar un par de veces para charlar con algunos clientes que ya estaban cenando. Me gustó la actitud cercana del hombre, por lo menos intentaba hacerte sentir como en casa. Algo que siempre se valora.
El comedor era grande, muy grande. Del techo pendían bastas lámparas recargadas de adornos al estilo barroco con docenas de bombillas a su alrededor. Las gruesas columnas estaban recubiertas de mármol hasta mitad altura y el suelo blanco, brillaba como un diamante pulido. Las paredes estaban pintadas de un color beige, y las cortinas, blancas, estaban extendidas a lo largo de toda la sala.
Seguí al menudo guía hasta mi mesa en un viaje repleto de buenas olores que me abrieron el apetito.
-Mesa 87- dijo el maître-. Buen provecho.
-Gracias.
Era una mesa redonda para ocho personas. Siete de los comensales ya habían llegado, yo fui el último en hacerlo.
-Buenas noches- dije con cierta timidez, a causa de la tardanza.
-Buenas noches.
Aun no me había puesto la servilleta sobre las faldas que ya me habían traído el menú del día y preguntado por la bebida. Que agobio.
-De primer plato una ensalada de queso, de segundo un entrecot- entregué la carta al camarero.
-Soy Luís- intenté romper el hielo de la forma más sencilla.
-Encantado- respondió el hombre mayor que se sentaba a mi derecha- Yo soy Manuel, y ella es mi esposa, Julia-. La mujer esgrimió una sonrisa.
-Me llamo Laia- dijo una bella dama que se sentaba al lado de la pareja mayor.
-Yo, Andrés- el tipo me llamó especialmente la atención, parecía un doble de Vin Diesel. Musculoso, rapado al cero y con una gran nariz. Era una cabina telefónica con patas.
Al lado del musculitos se sentaban Carla y Zaida, una pareja de chicas de Ripollet. Me hizo especial ilusión conocer a alguien que venía del pueblo de al lado.
A mi izquierda, para cerrar el círculo, se sentaba un chico de Bilbao. Me encantaba el marcado acento del tipo, se llamaba Iñaki.
Aquellos fueron los primeros compañeros con los que hablé en el crucero. De ahora en adelante, cenaría con ellos todos los días. Siempre es agradable entablar amistades nuevas.
Al llegar al restaurante se acercó el maître. Era un tipo bajo, calvo, de pocas espaldas y vestido con un impecable conjunto de traje y corbata de color rojo. Sobre el brazo izquierdo reposaba un trapo blanco y en la mano derecha sujetaba una pequeña libreta.
-Buenas noches señor, ¿me permite la tarjeta de habitación?- preguntó, con un marcado acento francés.
Asentí al tiempo que entregaba la documentación. Ya la tenía preparada antes de entrar al restaurante.
El hombre verificó los datos y buscó en la libreta antes de levantar la vista y buscar mi mesa.
-Señor Reyes, sígame por favor.
El maître zigzagueó por entre el enjambre de mesas no sin parar un par de veces para charlar con algunos clientes que ya estaban cenando. Me gustó la actitud cercana del hombre, por lo menos intentaba hacerte sentir como en casa. Algo que siempre se valora.
El comedor era grande, muy grande. Del techo pendían bastas lámparas recargadas de adornos al estilo barroco con docenas de bombillas a su alrededor. Las gruesas columnas estaban recubiertas de mármol hasta mitad altura y el suelo blanco, brillaba como un diamante pulido. Las paredes estaban pintadas de un color beige, y las cortinas, blancas, estaban extendidas a lo largo de toda la sala.
Seguí al menudo guía hasta mi mesa en un viaje repleto de buenas olores que me abrieron el apetito.
-Mesa 87- dijo el maître-. Buen provecho.
-Gracias.
Era una mesa redonda para ocho personas. Siete de los comensales ya habían llegado, yo fui el último en hacerlo.
-Buenas noches- dije con cierta timidez, a causa de la tardanza.
-Buenas noches.
Aun no me había puesto la servilleta sobre las faldas que ya me habían traído el menú del día y preguntado por la bebida. Que agobio.
-De primer plato una ensalada de queso, de segundo un entrecot- entregué la carta al camarero.
-Soy Luís- intenté romper el hielo de la forma más sencilla.
-Encantado- respondió el hombre mayor que se sentaba a mi derecha- Yo soy Manuel, y ella es mi esposa, Julia-. La mujer esgrimió una sonrisa.
-Me llamo Laia- dijo una bella dama que se sentaba al lado de la pareja mayor.
-Yo, Andrés- el tipo me llamó especialmente la atención, parecía un doble de Vin Diesel. Musculoso, rapado al cero y con una gran nariz. Era una cabina telefónica con patas.
Al lado del musculitos se sentaban Carla y Zaida, una pareja de chicas de Ripollet. Me hizo especial ilusión conocer a alguien que venía del pueblo de al lado.
A mi izquierda, para cerrar el círculo, se sentaba un chico de Bilbao. Me encantaba el marcado acento del tipo, se llamaba Iñaki.
Aquellos fueron los primeros compañeros con los que hablé en el crucero. De ahora en adelante, cenaría con ellos todos los días. Siempre es agradable entablar amistades nuevas.
IX. El primer día
¡El crucero era enorme! Tenía de todo: dos piscinas, una pista de baloncesto y un minigolf. Un gran abanico de tiendas, restaurantes de todo tipo, bares, gimnasio, casinos y hasta un teatro pasando por cines, discotecas, sala de juegos y una biblioteca. Era imposible aburrirse. ¡El único problema era que había que surcar los mares durante 6 días!
Decidí ir a correr de buena mañana. Basta de vida sedentaria. Así que me calcé mis deportivas, me guardé el Ipod en el bolsillo y me fui directo a la cubierta 5, dónde estaba la pista para hacer footing a lo largo de todo el crucero.
Las rodillas me chirriaban, estaban oxidadas. Mi ritmo respiratorio estaba muy mal acompasado y las canciones que más me gustaban se volvían interminables. Sin duda alguna, lo mejor de todo eran las vistas que te ofrecía el navío. Daba bastante miedo el hecho de que en cualquier punto de la superficie sólo pudieras ver agua y más agua, pero era algo mágico.
Un niño rubio me pasó por séptima vez, no sé que le daban para desayunar pero yo quería lo mismo. Unos diez minutos más tarde me volvió a pasar, esta vez pero, pasó haciéndome burlas. Me dieron ganas de tirarlo por la borda pero decidí aceptar que mi estado físico era más que desastroso. Aquel diablillo había dado nueve vueltas en un cuarto de hora, yo sólo cuatro. Decidí que ya había sido suficiente por hoy y me fui a pegar una ducha. Las piernas me temblaban como nunca, y el Ventolín era llamado por mis pobres pulmones.
Cerré los ojos y noté como el agua a presión caía sobre mis hombros produciendo un pequeño cosquilleo. Era una sensación muy relajante. Reflexioné sobre los días previos y pensé en que podría visitar esta tarde después de comer pero un grave estruendo me rompió los planes. Cogí una toalla, la enrosqué a toda prisa en la cintura y salí a la terraza: En el horizonte, una enorme nube negra se acercaba con paso firme. Se avecinaba tormenta.
Decidí ir a correr de buena mañana. Basta de vida sedentaria. Así que me calcé mis deportivas, me guardé el Ipod en el bolsillo y me fui directo a la cubierta 5, dónde estaba la pista para hacer footing a lo largo de todo el crucero.
Las rodillas me chirriaban, estaban oxidadas. Mi ritmo respiratorio estaba muy mal acompasado y las canciones que más me gustaban se volvían interminables. Sin duda alguna, lo mejor de todo eran las vistas que te ofrecía el navío. Daba bastante miedo el hecho de que en cualquier punto de la superficie sólo pudieras ver agua y más agua, pero era algo mágico.
Un niño rubio me pasó por séptima vez, no sé que le daban para desayunar pero yo quería lo mismo. Unos diez minutos más tarde me volvió a pasar, esta vez pero, pasó haciéndome burlas. Me dieron ganas de tirarlo por la borda pero decidí aceptar que mi estado físico era más que desastroso. Aquel diablillo había dado nueve vueltas en un cuarto de hora, yo sólo cuatro. Decidí que ya había sido suficiente por hoy y me fui a pegar una ducha. Las piernas me temblaban como nunca, y el Ventolín era llamado por mis pobres pulmones.
Cerré los ojos y noté como el agua a presión caía sobre mis hombros produciendo un pequeño cosquilleo. Era una sensación muy relajante. Reflexioné sobre los días previos y pensé en que podría visitar esta tarde después de comer pero un grave estruendo me rompió los planes. Cogí una toalla, la enrosqué a toda prisa en la cintura y salí a la terraza: En el horizonte, una enorme nube negra se acercaba con paso firme. Se avecinaba tormenta.
Re: Ligeramente Muertos
X. Tengo un mal presentimiento
XI. Rayos y truenos
Los constantes relámpagos me interrumpían cada vez que intentaba conciliar el sueño. Los muy cabrones siempre aparecían cuando estaba a punto de caer frito en la cama. Me levanté asqueado y de mal humor. Arrastrando los pies por el camarote fui al servicio. A medio orinar el crucero se balanceó con fuerza.
-¿Qué narices?- grité. Intentando mantener el equilibro me manché el pijama-. Joder, que guarro soy-. Me quité los pantalones y los lancé a la pica.
Salí en boxers a la terraza tambaleándome por el camino. Las sacudidas de la brava mar fueron acompañadas por unos truenos que hacían vibrar hasta las pestañas. Un fuerte viento azotaba el navío que a era sacudido bajo la intensa cortina de agua. Una tormenta perfecta. Una putada perfecta.
Volkóv, el vecino del camarote de al lado, un ruso de pura cepa, iba tan borracho que no hacía nada más que descojonarse del temporal. Gritaba algo en ruso con botella de vodka en mano.
Las olas eran cada vez más grandes, las salpicaduras del agua rociaban la terraza y yo me fui para dentro del camarote para secarme antes de coger un catarro. Después de pagar tal pastonazo no me iba a joder las vacaciones. De pasada, empecé a limpiar los pantalones cortos del pijama cuando un grito gutural proveniente de la terraza me erizó los pelos de la nuca. Salí por patas en busca de Volkóv.
-¿Qué narices?- grité. Intentando mantener el equilibro me manché el pijama-. Joder, que guarro soy-. Me quité los pantalones y los lancé a la pica.
Salí en boxers a la terraza tambaleándome por el camino. Las sacudidas de la brava mar fueron acompañadas por unos truenos que hacían vibrar hasta las pestañas. Un fuerte viento azotaba el navío que a era sacudido bajo la intensa cortina de agua. Una tormenta perfecta. Una putada perfecta.
Volkóv, el vecino del camarote de al lado, un ruso de pura cepa, iba tan borracho que no hacía nada más que descojonarse del temporal. Gritaba algo en ruso con botella de vodka en mano.
Las olas eran cada vez más grandes, las salpicaduras del agua rociaban la terraza y yo me fui para dentro del camarote para secarme antes de coger un catarro. Después de pagar tal pastonazo no me iba a joder las vacaciones. De pasada, empecé a limpiar los pantalones cortos del pijama cuando un grito gutural proveniente de la terraza me erizó los pelos de la nuca. Salí por patas en busca de Volkóv.
XI. Rayos y truenos
Al llegar a la terraza entendí aquel grito. Una ola con muy mala fe estaba apunto de abalanzarse contra nosotros. Volkóv estaba agarrado a la barandilla con medio cuerpo dentro de mi balcón.
-¡Sujétese!- gritó en inglés. La botella de vodka se rompió en pedazos al tocar el suelo.
Sin tiempo a reaccionar de otra forma, me abalancé sobre la barandilla, me aferré a ella con todas mis fuerzas. Acurrucado contra la pared, cerré los ojos y rogué que fuese rápido.
El estruendo me asustó de tal forma que cuando brinqué me golpee la cabeza. El zarandeo fue menos duro de lo pensado pero la cascada de agua que nos cayó encima no fue pequeña precisamente.
-¿Estas bien, Volkóv?
-Estoy muerto, tío.
Me levanté y fui hasta el límite de la terraza para ver como estaba el ruso. Tirado en el suelo, el tipo se había clavado varios cristales en la pierna derecha.
-Estoy bien- dijo sin apartar la mirada de los hilos de sangre que brotaban de sus heridas-. Hace falta algo más que unos cristales para dejarme fuera de juego-. Se arrancó uno de los fragmentos sin tan siquiera pestañear. Claro que con el alcohol que llevaba encima no notaría dolor alguno.
Un rayo partió por la mitad la oscuridad de la noche. El navío se iluminó durante unas milésimas de segundo. No pude ver con claridad el estado de la mar, pero sí lo suficiente como para saber que aquella ola no iba a ser la última de la noche.
Salí de la terraza, me vestí y salí del camarote en busca de cualquier miembro de la tripulación. Media cubierta se me había adelantado.
-Que no cunda el pánico- decía un hombre de unos cuarenta años rodeados de viajeros-. Es sólo una tormenta, no hay de qué preocuparse.
-¡Pero si el barco se esta zarandeando!- gritó un joven con albornoz y el cabello lleno de jabón.
-Tranquilícense, hemos topado otras veces con tormentas como esta y sólo duran unas horas.
-¿Nos hundiremos?
-No, claro que no- el hombre, visiblemente irritado llamó a un compañero por radio.
-¿Qué podemos hacer?- preguntó una mujer con su niña en brazos.
-Estar en sus camarotes y no se acerquen a la terraza. Las zonas comunes como el casino o la discoteca quedaran cerradas durante unas horas como medida de seguridad. Serán informados en cuanto el capitán, el señor Wingman, nos confirme el estado de la situación. Pero repito, no hay de qué preocuparse.
Cerré la puerta del camarote, me tumbé en la cama e intenté dormir de una vez por todas. La noche estaba siendo muy larga.
-¡Sujétese!- gritó en inglés. La botella de vodka se rompió en pedazos al tocar el suelo.
Sin tiempo a reaccionar de otra forma, me abalancé sobre la barandilla, me aferré a ella con todas mis fuerzas. Acurrucado contra la pared, cerré los ojos y rogué que fuese rápido.
El estruendo me asustó de tal forma que cuando brinqué me golpee la cabeza. El zarandeo fue menos duro de lo pensado pero la cascada de agua que nos cayó encima no fue pequeña precisamente.
-¿Estas bien, Volkóv?
-Estoy muerto, tío.
Me levanté y fui hasta el límite de la terraza para ver como estaba el ruso. Tirado en el suelo, el tipo se había clavado varios cristales en la pierna derecha.
-Estoy bien- dijo sin apartar la mirada de los hilos de sangre que brotaban de sus heridas-. Hace falta algo más que unos cristales para dejarme fuera de juego-. Se arrancó uno de los fragmentos sin tan siquiera pestañear. Claro que con el alcohol que llevaba encima no notaría dolor alguno.
Un rayo partió por la mitad la oscuridad de la noche. El navío se iluminó durante unas milésimas de segundo. No pude ver con claridad el estado de la mar, pero sí lo suficiente como para saber que aquella ola no iba a ser la última de la noche.
Salí de la terraza, me vestí y salí del camarote en busca de cualquier miembro de la tripulación. Media cubierta se me había adelantado.
-Que no cunda el pánico- decía un hombre de unos cuarenta años rodeados de viajeros-. Es sólo una tormenta, no hay de qué preocuparse.
-¡Pero si el barco se esta zarandeando!- gritó un joven con albornoz y el cabello lleno de jabón.
-Tranquilícense, hemos topado otras veces con tormentas como esta y sólo duran unas horas.
-¿Nos hundiremos?
-No, claro que no- el hombre, visiblemente irritado llamó a un compañero por radio.
-¿Qué podemos hacer?- preguntó una mujer con su niña en brazos.
-Estar en sus camarotes y no se acerquen a la terraza. Las zonas comunes como el casino o la discoteca quedaran cerradas durante unas horas como medida de seguridad. Serán informados en cuanto el capitán, el señor Wingman, nos confirme el estado de la situación. Pero repito, no hay de qué preocuparse.
Cerré la puerta del camarote, me tumbé en la cama e intenté dormir de una vez por todas. La noche estaba siendo muy larga.
Re: Ligeramente Muertos
XII. El retortijón metálico
Golpearon la puerta repetidas veces con brutalidad.
-¡Salid de los camarotes, vamos, salid!
Me cagué en el cabrón que me despertó con la típica broma de que nos vamos a pique. Decidí hacer oídos sordos, me di media vuelta y seguí durmiendo.
En cuestión de minutos se formó un gran alboroto en el pasillo: Gritos, pasos, golpes, llantos. Cansado del follón que había allí fuera decidí salir de la cama.
-¡¿Pero qué narices?!- grité al notar un agua helada en lugar de las zapatillas.
Asustado, encendí la lámpara de la mesita de noche. No me podía creer lo que estaba viendo. Me restregué los ojos con fuerza y los volví abrir. Nada había cambiado. ¡El camarote estaba inundado!
-¡Salid de los camarotes!- repitieron.
Esto no era un jodido simulacro. Me vestí con lo primero que cogí de la maleta y me dirigí a la puerta cuando un movimiento brusco me lanzó contra la pared, el televisor cayó al agua y la lámpara salió despedida. Apoyado en la puerta del baño, me palpé el labio, estaba repleto de sangre. Me lo había roto.
Fue entonces cuando sentí unas vibraciones extrañas, no eran temblores, sino los últimos retazos de un golpe subacuatico. Segundos más tarde escuché un retortijón metálico.
-¡A prisa, salid de los camarotes!- gritaron de nuevo.
Por fin pude abrir la puerta, el agua entró con rapidez en mi compartimento. El pasillo estaba abarrotado de gente corriendo arriba y abajo. Botellas de plástico y maletas flotaban sin rumbo a lo largo de la larga estancia.
-¡Nos hundimos!- gritaban- ¡Nos hundimos!
Los niños lloraban en brazos de sus padres que buscaban con ahínco las escaleras para subir a la cubierta principal, lo más jóvenes salían de sus aposentos cargados con el equipaje y muchos otros seguían recogiendo sus objetos de valor antes de abandonar sus camarotes.
Sin asimilar lo que estaba pasando volví a mi alojamiento y metí en una bolsa mi documentación, una muda y un par de inhaladores. Salí de nuevo al pasillo y lo crucé tan rápido como me lo permitía el agua, que ya llegaba casi por las rodillas, tratando de no chocar con el resto de turistas. Éramos un banco de peces asustados intentando pasar por un embudo.
Golpearon la puerta repetidas veces con brutalidad.
-¡Salid de los camarotes, vamos, salid!
Me cagué en el cabrón que me despertó con la típica broma de que nos vamos a pique. Decidí hacer oídos sordos, me di media vuelta y seguí durmiendo.
En cuestión de minutos se formó un gran alboroto en el pasillo: Gritos, pasos, golpes, llantos. Cansado del follón que había allí fuera decidí salir de la cama.
-¡¿Pero qué narices?!- grité al notar un agua helada en lugar de las zapatillas.
Asustado, encendí la lámpara de la mesita de noche. No me podía creer lo que estaba viendo. Me restregué los ojos con fuerza y los volví abrir. Nada había cambiado. ¡El camarote estaba inundado!
-¡Salid de los camarotes!- repitieron.
Esto no era un jodido simulacro. Me vestí con lo primero que cogí de la maleta y me dirigí a la puerta cuando un movimiento brusco me lanzó contra la pared, el televisor cayó al agua y la lámpara salió despedida. Apoyado en la puerta del baño, me palpé el labio, estaba repleto de sangre. Me lo había roto.
Fue entonces cuando sentí unas vibraciones extrañas, no eran temblores, sino los últimos retazos de un golpe subacuatico. Segundos más tarde escuché un retortijón metálico.
-¡A prisa, salid de los camarotes!- gritaron de nuevo.
Por fin pude abrir la puerta, el agua entró con rapidez en mi compartimento. El pasillo estaba abarrotado de gente corriendo arriba y abajo. Botellas de plástico y maletas flotaban sin rumbo a lo largo de la larga estancia.
-¡Nos hundimos!- gritaban- ¡Nos hundimos!
Los niños lloraban en brazos de sus padres que buscaban con ahínco las escaleras para subir a la cubierta principal, lo más jóvenes salían de sus aposentos cargados con el equipaje y muchos otros seguían recogiendo sus objetos de valor antes de abandonar sus camarotes.
Sin asimilar lo que estaba pasando volví a mi alojamiento y metí en una bolsa mi documentación, una muda y un par de inhaladores. Salí de nuevo al pasillo y lo crucé tan rápido como me lo permitía el agua, que ya llegaba casi por las rodillas, tratando de no chocar con el resto de turistas. Éramos un banco de peces asustados intentando pasar por un embudo.
Re: Ligeramente Muertos
XIII. A pique
Las habladurías decían que el crucero había sido desplazado de la ruta por culpa del temporal y que habíamos chocado contra una formación rocosa. Eso daría sentido a la situación y a aquel extraño retortijón que escuché en mi camarote. También significaría el supuesto hundimiento del Rhapsody of the seas.
Aun estábamos en el pasillo cuando escuchamos una sirena. Cojonudo, sino teníamos suficiente miedo ahora estábamos acongojados de mala manera. La sirena volvió a sonar y entonces se emitió un mensaje en diferentes idiomas:
“Aquí el capitán Wingman, se ha activado el plan de evacuación. Repito, se ha activado el plan de evacuación. Recojan los salvavidas de sus respectivas cabinas y preséntense en el punto de reunión de la cubierta número cinco. Repito, cubierta número cinco”
Era demasiado tarde para volver al camarote y recoger el salvavidas con el número de habitación. No había narices a ir contracorriente. Nuestras cabezas sólo pensaban en correr más rápido para llegar a ese punto de reunión.
Subimos las escaleras atropelladamente. Muchos tropezaban y caían los unos sobre los otros antes de llegar al tercer peldaño. Incluso los había que te agarraban del hombro y te tiraban al suelo para pasar por delante de ti. La histeria humana no conocía límites.
Al llegar a la quinta cubierta nos dimos de bruces contra la muchedumbre, bajo la intensa lluvia, aglomerada alrededor de los botes salvavidas que seguían pendidos del crucero.
-¡Las mujeres y los niños primero!- gritaban una y otra vez la tripulación en un intento inútil por poner orden en medio del caos-. ¡Las mujeres y los niños primero!
XIV. De perdidos a la mar
Tan rápido como el bote salvavidas tocó agua una luz de la barcaza se encendió automáticamente. Abajo seguían los llantos y gritos de los 150 pasajeros que ocupaban el transporte. Dicha capacidad era la máxima permitida según nos había informado un tal Olav, un noruego de la tripulación. Era el décimo bote que veía zarpar en la negrura de la noche.
-¡Vamos, a prisa!- gritaba Iñaki, ayudando a un hombre mayor a subir al transporte de emergencia.
-¡Completo!- informó Olav a sus superiores.
El bote se hizo a la mar y siguió la estela de sus predecesores.
El viento azotaba con fuerza y el oleaje hacía saltar, literalmente, a cada bote al pasar las crestas de las olas. Suerte que los transportes iban tapados sino los pasajeros estarían esparcidos por el océano pacífico.
-Ahora vosotros- Olav nos empujó hacía el transporte-. El bote tiene raciones de emergencia, agua potable, manuales de socorro y herramientas de señalización. No hay de qué preocuparse.
-¿Cómo qué no?- pregunté irritado. La última vez que escuché eso fue antes de que la panza del jodido crucero se rajara por la mitad-. ¿Dónde vamos?
-Seguid al resto y no os despeguéis del grupo.
-¡Estamos perdidos en mitad del puto mar!- grité, perdiendo los estribos.
-¡Métase en el bote y siga a los demás!
Estaba a punto de tirar por la borda a ese tío cuando Iñaki me cogió del hombro.
-Tranquilo, poniéndote así no arreglaras nada- hizo un gesto con la cabeza hacia el bote.
Suspiré resignado. Miré al tipo de la tripulación por última vez antes de meterme en la lata de sardinas. Esto iba de mal en peor.
Las habladurías decían que el crucero había sido desplazado de la ruta por culpa del temporal y que habíamos chocado contra una formación rocosa. Eso daría sentido a la situación y a aquel extraño retortijón que escuché en mi camarote. También significaría el supuesto hundimiento del Rhapsody of the seas.
Aun estábamos en el pasillo cuando escuchamos una sirena. Cojonudo, sino teníamos suficiente miedo ahora estábamos acongojados de mala manera. La sirena volvió a sonar y entonces se emitió un mensaje en diferentes idiomas:
“Aquí el capitán Wingman, se ha activado el plan de evacuación. Repito, se ha activado el plan de evacuación. Recojan los salvavidas de sus respectivas cabinas y preséntense en el punto de reunión de la cubierta número cinco. Repito, cubierta número cinco”
Era demasiado tarde para volver al camarote y recoger el salvavidas con el número de habitación. No había narices a ir contracorriente. Nuestras cabezas sólo pensaban en correr más rápido para llegar a ese punto de reunión.
Subimos las escaleras atropelladamente. Muchos tropezaban y caían los unos sobre los otros antes de llegar al tercer peldaño. Incluso los había que te agarraban del hombro y te tiraban al suelo para pasar por delante de ti. La histeria humana no conocía límites.
Al llegar a la quinta cubierta nos dimos de bruces contra la muchedumbre, bajo la intensa lluvia, aglomerada alrededor de los botes salvavidas que seguían pendidos del crucero.
-¡Las mujeres y los niños primero!- gritaban una y otra vez la tripulación en un intento inútil por poner orden en medio del caos-. ¡Las mujeres y los niños primero!
XIV. De perdidos a la mar
Tan rápido como el bote salvavidas tocó agua una luz de la barcaza se encendió automáticamente. Abajo seguían los llantos y gritos de los 150 pasajeros que ocupaban el transporte. Dicha capacidad era la máxima permitida según nos había informado un tal Olav, un noruego de la tripulación. Era el décimo bote que veía zarpar en la negrura de la noche.
-¡Vamos, a prisa!- gritaba Iñaki, ayudando a un hombre mayor a subir al transporte de emergencia.
-¡Completo!- informó Olav a sus superiores.
El bote se hizo a la mar y siguió la estela de sus predecesores.
El viento azotaba con fuerza y el oleaje hacía saltar, literalmente, a cada bote al pasar las crestas de las olas. Suerte que los transportes iban tapados sino los pasajeros estarían esparcidos por el océano pacífico.
-Ahora vosotros- Olav nos empujó hacía el transporte-. El bote tiene raciones de emergencia, agua potable, manuales de socorro y herramientas de señalización. No hay de qué preocuparse.
-¿Cómo qué no?- pregunté irritado. La última vez que escuché eso fue antes de que la panza del jodido crucero se rajara por la mitad-. ¿Dónde vamos?
-Seguid al resto y no os despeguéis del grupo.
-¡Estamos perdidos en mitad del puto mar!- grité, perdiendo los estribos.
-¡Métase en el bote y siga a los demás!
Estaba a punto de tirar por la borda a ese tío cuando Iñaki me cogió del hombro.
-Tranquilo, poniéndote así no arreglaras nada- hizo un gesto con la cabeza hacia el bote.
Suspiré resignado. Miré al tipo de la tripulación por última vez antes de meterme en la lata de sardinas. Esto iba de mal en peor.
Re: Ligeramente Muertos
XV. En mitad de la nada
Vomité por segunda vez en menos de diez minutos, creo que es un record digno de mención. Me limpié la boca con el reverso de la mano y miré a Iñaki. No estaba mejor que yo.
-¿Tienes un chicle?- pregunté.
Iñaki negó con la cabeza.
Busqué a algún conocido dentro del bote. Reconocí a Volkóv y Andrés, el tipo cachas a lo Vin Diesel. Estaban demasiado lejos como para llegar allí sin vomitar antes encima de algún compañero así que decidí quedarme donde estaba.
-Mi mujer está en el primer bote que zarpó- dijo un hombre detrás de mí, era Manuel. Su voz sonó muy melancólica.
-No pasará nada, vamos todos en la misma dirección- comentó Iñaki, intentando animar el hombre.
-¿Vosotros habéis venido solos?
Yo me limité a asentir con la cabeza.
-A mi me dejó mi esposa, perdón, mi ex futura esposa, aun me cuesta decirlo-el hombre sacó una foto de la billetera. Era cuestión de segundos que arrancara a llorar-.Esta iba a ser nuestra luna de miel.
-Lo siento, chico.
-Más se perdió en la guerra…-Iñaki guardó la foto con la mano temblorosa. Me gustaría ser como él. Tan optimista.
-Yo fui un gilipollas-dije. Creo que hablar me ayudaba a no pensar en el jodido vaivén tan bruto del bote. El oleaje era perfecto para hacer surf, si tenías ganas de suicidarte, claro.
-No será para tanto.
-Mejor dicho, un cobarde. Hacía medio año que vivíamos juntos. Ocho años de relación deseando tener nuestra intimidad. Cuando lo conseguimos, ella quería tener hijos-. Miré para otro lado en busca de fuerzas. Humedecí los labios y continué-: Sólo tenía veinticinco años, quería hacer muchas cosas antes que tener tantas responsabilidades. Me asusté y tiré por la borda media vida. No he tenido narices de volver a hablar con ella desde entonces.
-De acuerdo, eres un gilipollas- dijo Iñaki entre risas-. No puedes hacer eso, hay muchas formas de solucionarlo.
-Lo sé, pero me vi arrinconado…
-A nosotros no nos tienes que dar ninguna explicación- interrumpió Manuel.
-Es una de esas cosas que borraría para volver hacer, pero tomando el camino correcto.
-¿Cómo con este viaje?- preguntó Iñaki.
-Sí.
-Por cierto, ¿dónde estamos?
-En mitad de la nada- respondió Manuel antes de levantarse y cruzar el bote hasta la parte delantera.
XVI. La luz
Apenas clareaba por el horizonte cuando Manuel entró sobresaltado
-¡Tierra firme! ¡Tierra firme!- gritaba una y otra vez. El personal se despertó sin entender muy bien aquellas palabras y, entre bostezo y bostezo, se asomaron por la borda.
Desperté a Iñaki y fuimos corriendo en busca de Manuel.
-¡Mirad allí!
La lluvia había desaparecido y la mar estaba más tranquila que en plena madrugada pero aun así seguía un tanto revuelta. El cielo, rojizo, era perfecto para sacar una foto con aquellas nubes translucidas por donde se filtraban los primeros rayos del sol.
-¿Lo veis?- preguntó Manuel, zarandeándonos-. Allí, a la derecha. ¿Lo veis?
Afinamos la vista, en mitad del basto azul ondeante descubrimos un punto negro minúsculo que rompía el horizonte.
-Eso puede ser cualquier cosa- dijo Iñaki sin darle la menor importancia.
-No, eso es una isla.
Un alemán gritó repetidas veces y señaló el punto negro. Tres hombres más chocaron las manos y cantaban vítores.
-Creo que ellos también opinan que es una isla- observé.
-No me digas…-Manuel se destornilló de risa-. Hay que ir allí, a esa isla.
-¿Y si no es una isla?-pregunté.
-Pues quizá sea un barco, o yo que sé, pero peor que ahora no estaremos.
-En eso, Manuel tiene razón.
-Vayamos, pues- dije abatido-.No hay nada que perder.
Nunca había visto tantos miles de euros hundiéndose en el mar. Joder, medio año de trabajo a la mierda. ¿Y ahora qué? El super crucero estaba siendo tragado por el Océano Pacifico y yo, desgraciado de mí, sólo podía ver como casi seis mil euros de mi bolsillo iban a parar al fondo del mar en cuestión de horas.¡ Y encima en crisis!
Miré por el ultima vez la supuesta isla perdida en el horizonte antes de volver la vista a la flota de botes salvavidas, por momentos pensé que íbamos a desembarcar en Normandía en aquella fatídica mañana del 6 de junio de 1944.
Vomité por segunda vez en menos de diez minutos, creo que es un record digno de mención. Me limpié la boca con el reverso de la mano y miré a Iñaki. No estaba mejor que yo.
-¿Tienes un chicle?- pregunté.
Iñaki negó con la cabeza.
Busqué a algún conocido dentro del bote. Reconocí a Volkóv y Andrés, el tipo cachas a lo Vin Diesel. Estaban demasiado lejos como para llegar allí sin vomitar antes encima de algún compañero así que decidí quedarme donde estaba.
-Mi mujer está en el primer bote que zarpó- dijo un hombre detrás de mí, era Manuel. Su voz sonó muy melancólica.
-No pasará nada, vamos todos en la misma dirección- comentó Iñaki, intentando animar el hombre.
-¿Vosotros habéis venido solos?
Yo me limité a asentir con la cabeza.
-A mi me dejó mi esposa, perdón, mi ex futura esposa, aun me cuesta decirlo-el hombre sacó una foto de la billetera. Era cuestión de segundos que arrancara a llorar-.Esta iba a ser nuestra luna de miel.
-Lo siento, chico.
-Más se perdió en la guerra…-Iñaki guardó la foto con la mano temblorosa. Me gustaría ser como él. Tan optimista.
-Yo fui un gilipollas-dije. Creo que hablar me ayudaba a no pensar en el jodido vaivén tan bruto del bote. El oleaje era perfecto para hacer surf, si tenías ganas de suicidarte, claro.
-No será para tanto.
-Mejor dicho, un cobarde. Hacía medio año que vivíamos juntos. Ocho años de relación deseando tener nuestra intimidad. Cuando lo conseguimos, ella quería tener hijos-. Miré para otro lado en busca de fuerzas. Humedecí los labios y continué-: Sólo tenía veinticinco años, quería hacer muchas cosas antes que tener tantas responsabilidades. Me asusté y tiré por la borda media vida. No he tenido narices de volver a hablar con ella desde entonces.
-De acuerdo, eres un gilipollas- dijo Iñaki entre risas-. No puedes hacer eso, hay muchas formas de solucionarlo.
-Lo sé, pero me vi arrinconado…
-A nosotros no nos tienes que dar ninguna explicación- interrumpió Manuel.
-Es una de esas cosas que borraría para volver hacer, pero tomando el camino correcto.
-¿Cómo con este viaje?- preguntó Iñaki.
-Sí.
-Por cierto, ¿dónde estamos?
-En mitad de la nada- respondió Manuel antes de levantarse y cruzar el bote hasta la parte delantera.
XVI. La luz
Apenas clareaba por el horizonte cuando Manuel entró sobresaltado
-¡Tierra firme! ¡Tierra firme!- gritaba una y otra vez. El personal se despertó sin entender muy bien aquellas palabras y, entre bostezo y bostezo, se asomaron por la borda.
Desperté a Iñaki y fuimos corriendo en busca de Manuel.
-¡Mirad allí!
La lluvia había desaparecido y la mar estaba más tranquila que en plena madrugada pero aun así seguía un tanto revuelta. El cielo, rojizo, era perfecto para sacar una foto con aquellas nubes translucidas por donde se filtraban los primeros rayos del sol.
-¿Lo veis?- preguntó Manuel, zarandeándonos-. Allí, a la derecha. ¿Lo veis?
Afinamos la vista, en mitad del basto azul ondeante descubrimos un punto negro minúsculo que rompía el horizonte.
-Eso puede ser cualquier cosa- dijo Iñaki sin darle la menor importancia.
-No, eso es una isla.
Un alemán gritó repetidas veces y señaló el punto negro. Tres hombres más chocaron las manos y cantaban vítores.
-Creo que ellos también opinan que es una isla- observé.
-No me digas…-Manuel se destornilló de risa-. Hay que ir allí, a esa isla.
-¿Y si no es una isla?-pregunté.
-Pues quizá sea un barco, o yo que sé, pero peor que ahora no estaremos.
-En eso, Manuel tiene razón.
-Vayamos, pues- dije abatido-.No hay nada que perder.
Nunca había visto tantos miles de euros hundiéndose en el mar. Joder, medio año de trabajo a la mierda. ¿Y ahora qué? El super crucero estaba siendo tragado por el Océano Pacifico y yo, desgraciado de mí, sólo podía ver como casi seis mil euros de mi bolsillo iban a parar al fondo del mar en cuestión de horas.¡ Y encima en crisis!
Miré por el ultima vez la supuesta isla perdida en el horizonte antes de volver la vista a la flota de botes salvavidas, por momentos pensé que íbamos a desembarcar en Normandía en aquella fatídica mañana del 6 de junio de 1944.
Re: Ligeramente Muertos
XVII. En aguas turbulentas
Tras ver por primera vez le película de Tiburón en los cines, ir a la playa nunca volvió a ser lo mismo. Cuando me hacía el muerto y me dejaba llevar por la marea siempre venia a la cabeza aquella gran canción in crescendo que solía ir acompañada de la aleta del escualo surcando la superficie. En aquellos momentos siempre me incorporaba y, asustado, miraba alrededor en busca de la aleta o de cualquier sombra extraña para salir por patas del agua. No finjamos, que más de una vez las piedras nos han jugado malas pasadas.
Abandoné la zona cubierta del bote y me senté en la proa. Tenía muchísima sed, y al ver la ingente cantidad de agua salada, me dieron ganas de darle un buen trago. Miré al cielo encapotado.
-No tiene buena pinta, ¿he?- me dijo Manuel, que estaba fumándose un cigarrillo-. ¿Quieres uno?
Le enseñé el inhalador con una gran sonrisa.
-Entiendo- el tipo entrecerró los ojos cuando el humo entró en ellos-. Lloverá otra vez.
-Viste lo que hizo con el crucero, no quiero saber qué puede pasar con estas embarcaciones.
-El noruego dijo que es imposible que nos hundamos con estos botes. De todas formas, nos hundimos por la panza rajada, no por el oleaje.
El cielo tronó durante unos segundos. Un pequeño aviso.
-Yo ya no doy crédito a esos idiotas. Aun estoy llorando por todo el dinero tirado a la basura.
-No me lo recuerdes que me dan ganas de rebanar unos cuantos pescuezos.
-Díselo a Iñaki, yo se lo comentaré a Volkóv. Haremos un buen equipo.
Soltamos unas carcajadas. Era lo menos que podíamos hacer en aquella situación.
-Cámbiale el turno a cualquiera de los que están durmiendo, necesitamos fuerzas renovadas en caso de lluvia- comenté.
-Me gusta estar aquí, me siento tranquilo. No quiero volver a sentirme presa de lo que hacen unos u otros por mi bienestar. Quiero controlar la situación.
-Como quieras, pero deja de fumar o quemarás la barquichuela.
Eché un vistazo al resto de botes que nos rodeaban. Algunos hacían señales de luz entre ellos, supongo que eran conducidos por los tripulantes del crucero. En total debía haber unas trece o catorce embarcaciones. En otras palabras, casi dos mil personas en alta mar.
El estomago rugió, estaba vacío pues ya lo había vomitado todo, así que protestaba con furia en busca de un poco de energía que llevar al cuerpo.
-Esas raciones son de emergencia. Ni las toques.
Puse ojitos a Manuel pero la cosa sólo funcionó para arrancarle unas buenas risas.
-Vale, pero qué sepas que cuando lleguemos a donde tengamos que llegar devoraremos todo lo que tengamos al alcance.
-Me apunto.
Miré la mar, era extraño, su tonalidad era de un azul virando a verde repleto de espuma. Supongo que el temporal afectaba a los colores. El oleaje zarandeó el bote de cabo a rabo, me aferré a la embarcación con todas las fuerzas que me quedaban. Seguí con los ojos clavados en la espuma cuando una sombra repentina y fugaz como un destello me dejó mal cuerpo. Me pasé la mano por la cara y cerré los ojos con saña. Desde ayer apenas pegaba ojo, sólo horas sueltas, así que podría ser producto de la imaginación sino fuera por el grito de una muchacha del bote de enfrente.
XVIII. El viejo marinero
Aun no daba crédito a lo que veían mis ojos. Del agua emergía una aleta sobre una enorme sombra amenazadora, de aquellas con mala presencia que hace que te preguntes por qué no podías estar en otro lugar. El escualo se dirigía veloz a por un bote salvavidas ante los gritos desesperados de los navegantes. Era una escena cojonuda para cualquier película de tiburones.
Aun no me había dado tiempo a reaccionar que el escualo embistió la embarcación haciendo que se tambaleara. Por suerte, nadie cayó al agua. La aleta se zambulló por completo y perdí su rastro.
-¿Has visto eso?- preguntó Manuel, que casi se quema con la colilla del cigarro.
-¡Es enorme!- grité, abriendo los brazos al máximo-. ¿Cómo quieres qué no lo vea?
Los gritos alarmaron a la tripulación del bote y unos cuantos salieron a investigar. Iñaki era uno de ellos.
-¿Qué pasa?- preguntó exaltado.
-Hay un tiburón rondando por las aguas.
-¿Qué dices?
Un chico asiático señaló una sombra alargada bajo el agua. Al lado estaba su padre, el vivo retrato de Pat Morita. Calvo, con bigote y perilla completamente cana. Su arrugado rostro describía una enorme sonrisa. Miré al joven sin entender nada.
-Joder, va otra vez hacia ellos- dije a Iñaki, que no apartaba los ojos del mar.
La embarcación tembló por segunda vez ante el incesante griterío de los turistas. Los pocos botes cercanos estrecharon el cerco alrededor de la victima. El joven asiático negó con la cabeza repetidas veces.
-¿Qué pasa?- le dije en inglés, con la esperanza de poder entendernos.
-Están asustando al tiburón- respondió-. Así sólo conseguirán que siga atacando a los botes.
El hombre mayor intervino en la conversación, hablaba en japonés.
-Mi padre dice que estamos en aguas muy frías para este escualo.
-¿Qué quieres decir?
-Los tiburones blancos navegan en aguas cálidas.
-¿Blancos?- rugió Iñaki con los ojos abiertos como platos-. Dime que no es verdad.
-Tienen muy mala fama- continuó el joven-. Pero no son asesinos. Seguramente nos ha confundido con algún elefante marino.
-Un elefante muy grande- ironicé-. Estamos en un jodido bote.
Fue entonces cuando caímos al suelo de la embarcación acompañado de un estruendo. El tiburón nos había placado con todas sus fuerzas.
-Tenemos que seguir navegando- dijo el joven-. Debemos huir.
XIX. La vista en el horizonte
Cuando era pequeño siempre cruzaba el pasillo de casa de mis padres a toda prisa. Encendía la luz y corría como un desesperado hasta llegar a la otra punta donde estaba el lavabo. Siempre volvía la vista atrás y por suerte, nunca había nada.
Ahora no estaba en casa de mis padres, y tampoco en un pasillo. La mar estaba brava, el viento soplaba a favor y cuando miraba atrás veía la aleta de un jodido tiburón blanco husmeando su cena.
Lo que antes era un simple punto en el horizonte ahora era una formación rocosa repleta de vegetación. Miré atrás en busca del tiburón pero no encontré rastro alguno. Era extraño, el escualo había desaparecido por arte de magia a pocos metros de la isla. Quizá ya no estemos en aguas profundas.
-¡No somos su cena!- gritó Manuel lleno de euforia-. ¡No lo somos!-. Encendió otro cigarrillo y le dio uno a Iñaki, que ya había cogido la pistola de bengalas lista para abrir fuego contra el gran blanco.
-Mirad allí- señalé la isla que crecía ante nuestros ojos.
-¡Te dije que era una isla!- me recriminó orgulloso-. ¡Es nuestra salvación!
-¡Chicos, estamos salvados!- dijo dentro del bote. Era un mensaje perfecto para los que entendían el castellano pero no para el resto.
Se escucharon gritos de júbilo y aplausos dentro del bote. Luego alguien lo dijo en francés, ingles, italiano y no sé cuantos idiomas más. La explosión de alegría fue inmensa.
El bote siguió navegando hasta postrarse a los pies de la isla de arena blanca. El agua cristalina era pura y limpia. Las formaciones rocosas se veían a la perfección adornadas con algas y peces de todos los colores surcando la orilla.
-¡Al agua patos!- Iñaki no había perdido el tiempo y, con mochila en mano, se tiró al agua. No le llegaba más arriba de las rodillas y a por la expresión de su cara debía estar helada.
El bote se vació en cuestión de minutos. Una cadena humana desde la embarcación hasta la playa descargaba los víveres, suministros de agua y material sanitario.
Antes de saltar al agua busqué al resto de botes. El tiburón y la marea nos habían diseminado alrededor de la isla. Pude ver tres navíos desembarcado junto al nuestro y dos o tres más habían desaparecido tras un enorme acantilado repleto de frondosos árboles. Al ver eso me dí cuenta que aun no había mirado la isla.
No parecía ser gran cosa, por lo menos no comparado con Hawai, pero tenía pinta de tener todo tipo de terrenos. La extensa playa se perdía en medio de una selva poblada de rocas y altos hierbajos. Tras ellos se levantaba con lentitud lo que parecía ser una meseta. A la derecha, la playa moría con el enorme acantilado, y a mano izquierda, la orilla hacía una medía luna para perderse de vista tras un bosque.
Sin más preámbulos salté al agua y corrí hasta la arena. Me dejé caer al llegar a ella.
Después de un duro día pisaba tierra firme.
Tras ver por primera vez le película de Tiburón en los cines, ir a la playa nunca volvió a ser lo mismo. Cuando me hacía el muerto y me dejaba llevar por la marea siempre venia a la cabeza aquella gran canción in crescendo que solía ir acompañada de la aleta del escualo surcando la superficie. En aquellos momentos siempre me incorporaba y, asustado, miraba alrededor en busca de la aleta o de cualquier sombra extraña para salir por patas del agua. No finjamos, que más de una vez las piedras nos han jugado malas pasadas.
Abandoné la zona cubierta del bote y me senté en la proa. Tenía muchísima sed, y al ver la ingente cantidad de agua salada, me dieron ganas de darle un buen trago. Miré al cielo encapotado.
-No tiene buena pinta, ¿he?- me dijo Manuel, que estaba fumándose un cigarrillo-. ¿Quieres uno?
Le enseñé el inhalador con una gran sonrisa.
-Entiendo- el tipo entrecerró los ojos cuando el humo entró en ellos-. Lloverá otra vez.
-Viste lo que hizo con el crucero, no quiero saber qué puede pasar con estas embarcaciones.
-El noruego dijo que es imposible que nos hundamos con estos botes. De todas formas, nos hundimos por la panza rajada, no por el oleaje.
El cielo tronó durante unos segundos. Un pequeño aviso.
-Yo ya no doy crédito a esos idiotas. Aun estoy llorando por todo el dinero tirado a la basura.
-No me lo recuerdes que me dan ganas de rebanar unos cuantos pescuezos.
-Díselo a Iñaki, yo se lo comentaré a Volkóv. Haremos un buen equipo.
Soltamos unas carcajadas. Era lo menos que podíamos hacer en aquella situación.
-Cámbiale el turno a cualquiera de los que están durmiendo, necesitamos fuerzas renovadas en caso de lluvia- comenté.
-Me gusta estar aquí, me siento tranquilo. No quiero volver a sentirme presa de lo que hacen unos u otros por mi bienestar. Quiero controlar la situación.
-Como quieras, pero deja de fumar o quemarás la barquichuela.
Eché un vistazo al resto de botes que nos rodeaban. Algunos hacían señales de luz entre ellos, supongo que eran conducidos por los tripulantes del crucero. En total debía haber unas trece o catorce embarcaciones. En otras palabras, casi dos mil personas en alta mar.
El estomago rugió, estaba vacío pues ya lo había vomitado todo, así que protestaba con furia en busca de un poco de energía que llevar al cuerpo.
-Esas raciones son de emergencia. Ni las toques.
Puse ojitos a Manuel pero la cosa sólo funcionó para arrancarle unas buenas risas.
-Vale, pero qué sepas que cuando lleguemos a donde tengamos que llegar devoraremos todo lo que tengamos al alcance.
-Me apunto.
Miré la mar, era extraño, su tonalidad era de un azul virando a verde repleto de espuma. Supongo que el temporal afectaba a los colores. El oleaje zarandeó el bote de cabo a rabo, me aferré a la embarcación con todas las fuerzas que me quedaban. Seguí con los ojos clavados en la espuma cuando una sombra repentina y fugaz como un destello me dejó mal cuerpo. Me pasé la mano por la cara y cerré los ojos con saña. Desde ayer apenas pegaba ojo, sólo horas sueltas, así que podría ser producto de la imaginación sino fuera por el grito de una muchacha del bote de enfrente.
XVIII. El viejo marinero
Aun no daba crédito a lo que veían mis ojos. Del agua emergía una aleta sobre una enorme sombra amenazadora, de aquellas con mala presencia que hace que te preguntes por qué no podías estar en otro lugar. El escualo se dirigía veloz a por un bote salvavidas ante los gritos desesperados de los navegantes. Era una escena cojonuda para cualquier película de tiburones.
Aun no me había dado tiempo a reaccionar que el escualo embistió la embarcación haciendo que se tambaleara. Por suerte, nadie cayó al agua. La aleta se zambulló por completo y perdí su rastro.
-¿Has visto eso?- preguntó Manuel, que casi se quema con la colilla del cigarro.
-¡Es enorme!- grité, abriendo los brazos al máximo-. ¿Cómo quieres qué no lo vea?
Los gritos alarmaron a la tripulación del bote y unos cuantos salieron a investigar. Iñaki era uno de ellos.
-¿Qué pasa?- preguntó exaltado.
-Hay un tiburón rondando por las aguas.
-¿Qué dices?
Un chico asiático señaló una sombra alargada bajo el agua. Al lado estaba su padre, el vivo retrato de Pat Morita. Calvo, con bigote y perilla completamente cana. Su arrugado rostro describía una enorme sonrisa. Miré al joven sin entender nada.
-Joder, va otra vez hacia ellos- dije a Iñaki, que no apartaba los ojos del mar.
La embarcación tembló por segunda vez ante el incesante griterío de los turistas. Los pocos botes cercanos estrecharon el cerco alrededor de la victima. El joven asiático negó con la cabeza repetidas veces.
-¿Qué pasa?- le dije en inglés, con la esperanza de poder entendernos.
-Están asustando al tiburón- respondió-. Así sólo conseguirán que siga atacando a los botes.
El hombre mayor intervino en la conversación, hablaba en japonés.
-Mi padre dice que estamos en aguas muy frías para este escualo.
-¿Qué quieres decir?
-Los tiburones blancos navegan en aguas cálidas.
-¿Blancos?- rugió Iñaki con los ojos abiertos como platos-. Dime que no es verdad.
-Tienen muy mala fama- continuó el joven-. Pero no son asesinos. Seguramente nos ha confundido con algún elefante marino.
-Un elefante muy grande- ironicé-. Estamos en un jodido bote.
Fue entonces cuando caímos al suelo de la embarcación acompañado de un estruendo. El tiburón nos había placado con todas sus fuerzas.
-Tenemos que seguir navegando- dijo el joven-. Debemos huir.
XIX. La vista en el horizonte
Cuando era pequeño siempre cruzaba el pasillo de casa de mis padres a toda prisa. Encendía la luz y corría como un desesperado hasta llegar a la otra punta donde estaba el lavabo. Siempre volvía la vista atrás y por suerte, nunca había nada.
Ahora no estaba en casa de mis padres, y tampoco en un pasillo. La mar estaba brava, el viento soplaba a favor y cuando miraba atrás veía la aleta de un jodido tiburón blanco husmeando su cena.
Lo que antes era un simple punto en el horizonte ahora era una formación rocosa repleta de vegetación. Miré atrás en busca del tiburón pero no encontré rastro alguno. Era extraño, el escualo había desaparecido por arte de magia a pocos metros de la isla. Quizá ya no estemos en aguas profundas.
-¡No somos su cena!- gritó Manuel lleno de euforia-. ¡No lo somos!-. Encendió otro cigarrillo y le dio uno a Iñaki, que ya había cogido la pistola de bengalas lista para abrir fuego contra el gran blanco.
-Mirad allí- señalé la isla que crecía ante nuestros ojos.
-¡Te dije que era una isla!- me recriminó orgulloso-. ¡Es nuestra salvación!
-¡Chicos, estamos salvados!- dijo dentro del bote. Era un mensaje perfecto para los que entendían el castellano pero no para el resto.
Se escucharon gritos de júbilo y aplausos dentro del bote. Luego alguien lo dijo en francés, ingles, italiano y no sé cuantos idiomas más. La explosión de alegría fue inmensa.
El bote siguió navegando hasta postrarse a los pies de la isla de arena blanca. El agua cristalina era pura y limpia. Las formaciones rocosas se veían a la perfección adornadas con algas y peces de todos los colores surcando la orilla.
-¡Al agua patos!- Iñaki no había perdido el tiempo y, con mochila en mano, se tiró al agua. No le llegaba más arriba de las rodillas y a por la expresión de su cara debía estar helada.
El bote se vació en cuestión de minutos. Una cadena humana desde la embarcación hasta la playa descargaba los víveres, suministros de agua y material sanitario.
Antes de saltar al agua busqué al resto de botes. El tiburón y la marea nos habían diseminado alrededor de la isla. Pude ver tres navíos desembarcado junto al nuestro y dos o tres más habían desaparecido tras un enorme acantilado repleto de frondosos árboles. Al ver eso me dí cuenta que aun no había mirado la isla.
No parecía ser gran cosa, por lo menos no comparado con Hawai, pero tenía pinta de tener todo tipo de terrenos. La extensa playa se perdía en medio de una selva poblada de rocas y altos hierbajos. Tras ellos se levantaba con lentitud lo que parecía ser una meseta. A la derecha, la playa moría con el enorme acantilado, y a mano izquierda, la orilla hacía una medía luna para perderse de vista tras un bosque.
Sin más preámbulos salté al agua y corrí hasta la arena. Me dejé caer al llegar a ella.
Después de un duro día pisaba tierra firme.
Re: Ligeramente Muertos
XX. Campamento improvisado
-Un poco más- rugió Andrés, que nos arengaba desde la parte trasera del bote-.¡A la de tres!
Empujé con todas mis fuerzas, que no eran muchas, y los pies se me hundieron en la arena.
-¡Vamos!- volvió a gritar Andrés.
Contra más fuerza hacía más me hundía en la orilla. El agua ya me llegaba por las rodillas y el bote seguía en el mismo sitio.
-¡Empujad!
El navío, empujado por una veintena de personas, comenzó a deslizarse con lentitud pero sin pausa.
-¡Esto marcha, chicos!- grité.
Arrastramos la embarcación hasta la arena de la playa, no muy lejos de la orilla, y la atrancamos con piedras.
Destrozado, me senté en la arena y pegué la espalda al bote en un intento de recuperar el aliento. Manuel hizo lo propio.
-Tienes mala cara- le dije entre jadeos.
-No soy el único-me dijo entre risas-. Ya no estamos para estos trotes.
-Eso parece- cogí el inhalador del bolsillo y me apliqué una dosis. Con algo de suerte el chute me abriría los bronquios.
-¿Asmático?
-Desde pequeño.
-Mi hija también, pero toma otra cosa.
-¿Vino en el crucero? Tengo otro inhalador por si lo necesita.
-Está con su madre, en otro bote.
-Eh, abuelos- interrumpió Iñaki-. Hay que montar el campamento, está oscureciendo.
Me levanté con desganas y ayudé a Manuel a incorporarse. A mi, personalmente, me dolían hasta los parpados. Caminamos hasta la boca del bosque. Aun no habíamos empezado a recolectar la leña para el fuego cuando nos dimos cuenta de que había cerca de un centenar de personas agrupadas en tres grupos. Hablaban entre ellos y miraban sus relojes.
-¿Qué hacen esos?- preguntó Manuel.
-Creo que conozco a un tipo, quédate aquí mientras yo voy a preguntar.
Reconocí a mi vecino ruso del camarote.
-¿Qué pasa?- pregunté a Volkóv.
-Quieren ir a buscar los otros botes que han pasado por detrás del acantilado.
-¿Ahora? Ya es de noche.
-Por eso mismo- respondió el tipo al tiempo que alzaba los brazos con las palmas de las manos hacia arriba-. Nos hemos dividido en tres grupos y cada uno rastreará una zona de la isla. Ahora estamos en el punto de encuentro.
-Es una locura, no sabes que hay allí dentro, o cuan grande es la isla.
-Es sólo un bosque, volveremos en un par de horas- y acto seguido, Volkóv se reunió de nuevo con su grupo.
Volví cabizbajo para informar a Manuel.
-¿Se van?
-Quieren encontrar los otros botes.
-¿En serio?- el hombre me dio la leña que había recogido-. Me voy con ellos.
-Es peligroso, ya iremos a buscarlos mañana por la mañana.
-Se trata de mi mujer y mi hija, Luís. No puedo quedarme de brazos cruzados-. Manuel me miró por última vez antes de partir-. No espero que lo entiendas.
-Perfecto- susurré a la vez que chutaba una piedra con ira. Irritado por el comentario, decidí volver al campamento improvisado con la leña a cuestas. Aquél comentario fue un gancho directo a mi mandíbula.
-Un poco más- rugió Andrés, que nos arengaba desde la parte trasera del bote-.¡A la de tres!
Empujé con todas mis fuerzas, que no eran muchas, y los pies se me hundieron en la arena.
-¡Vamos!- volvió a gritar Andrés.
Contra más fuerza hacía más me hundía en la orilla. El agua ya me llegaba por las rodillas y el bote seguía en el mismo sitio.
-¡Empujad!
El navío, empujado por una veintena de personas, comenzó a deslizarse con lentitud pero sin pausa.
-¡Esto marcha, chicos!- grité.
Arrastramos la embarcación hasta la arena de la playa, no muy lejos de la orilla, y la atrancamos con piedras.
Destrozado, me senté en la arena y pegué la espalda al bote en un intento de recuperar el aliento. Manuel hizo lo propio.
-Tienes mala cara- le dije entre jadeos.
-No soy el único-me dijo entre risas-. Ya no estamos para estos trotes.
-Eso parece- cogí el inhalador del bolsillo y me apliqué una dosis. Con algo de suerte el chute me abriría los bronquios.
-¿Asmático?
-Desde pequeño.
-Mi hija también, pero toma otra cosa.
-¿Vino en el crucero? Tengo otro inhalador por si lo necesita.
-Está con su madre, en otro bote.
-Eh, abuelos- interrumpió Iñaki-. Hay que montar el campamento, está oscureciendo.
Me levanté con desganas y ayudé a Manuel a incorporarse. A mi, personalmente, me dolían hasta los parpados. Caminamos hasta la boca del bosque. Aun no habíamos empezado a recolectar la leña para el fuego cuando nos dimos cuenta de que había cerca de un centenar de personas agrupadas en tres grupos. Hablaban entre ellos y miraban sus relojes.
-¿Qué hacen esos?- preguntó Manuel.
-Creo que conozco a un tipo, quédate aquí mientras yo voy a preguntar.
Reconocí a mi vecino ruso del camarote.
-¿Qué pasa?- pregunté a Volkóv.
-Quieren ir a buscar los otros botes que han pasado por detrás del acantilado.
-¿Ahora? Ya es de noche.
-Por eso mismo- respondió el tipo al tiempo que alzaba los brazos con las palmas de las manos hacia arriba-. Nos hemos dividido en tres grupos y cada uno rastreará una zona de la isla. Ahora estamos en el punto de encuentro.
-Es una locura, no sabes que hay allí dentro, o cuan grande es la isla.
-Es sólo un bosque, volveremos en un par de horas- y acto seguido, Volkóv se reunió de nuevo con su grupo.
Volví cabizbajo para informar a Manuel.
-¿Se van?
-Quieren encontrar los otros botes.
-¿En serio?- el hombre me dio la leña que había recogido-. Me voy con ellos.
-Es peligroso, ya iremos a buscarlos mañana por la mañana.
-Se trata de mi mujer y mi hija, Luís. No puedo quedarme de brazos cruzados-. Manuel me miró por última vez antes de partir-. No espero que lo entiendas.
-Perfecto- susurré a la vez que chutaba una piedra con ira. Irritado por el comentario, decidí volver al campamento improvisado con la leña a cuestas. Aquél comentario fue un gancho directo a mi mandíbula.
Re: Ligeramente Muertos
XXI. La noche del capitán
De los supuestos dos mil pasajeros que había en el crucero, cerca de cuatrocientos desembarcaron con nosotros. Unos cien partieron en busca de los botes que habían desaparecido tras el acantilado. El resto cenábamos reunidos alrededor de pequeñas hogueras agrupados por nacionalidades. Casi parecía más un mundial de futbol que un grupo de supervivientes.
-¿Nadie tendrá unas patata fritas, no?- pregunté. Acerqué el palo con el cacho de carne pendiendo al fuego y esperé con paciencia a que aquello cogiera color.
-Sólo hay un trozo por cabeza- dijo Andrés-. Así que saboréalo bien. Con o sin patatas, va a ser nuestra única cena.
-Así es caballeros- un marcado acento inglés interrumpió mi ataque sobre el fiambre.
El hombre subió a uno de los botes con la ayuda de un compañero que aguantaba una antorcha casera.
-Escuchadme bien, damas y caballeros- el tipo subió la voz para llamar nuestra atención. No me hizo falta ver nada más para averiguar cuan estirado era aquél cretino. Su mirada, por encima del hombro, me sacaba de mis casillas, y aquella pose, tan heroica sacando pecho y metiendo barriga me dio ganas de quemarle los huevos para encogerlo de golpe. Sólo le faltaba un sombrero de copa y un bastón debajo del brazo para ser un completo Sir Inglés forrado de dinero. Para mi sólo era un completo gilipollas-. Me presento, soy Richard Wingman, el capitán del crucero Rhapsody of the seas-. En aquél momento un murmullo de desaprobación invadió las hogueras-. Sé que no va a ser fácil volver a ganar vuestra confianza pero como capitán que soy, debo tomar las riendas de la situación y mantenernos a salvo hasta que vengan a rescatarnos-. Abucheamos a aquél engreído de nariz picuda y espeso bigote punzante-. No tenemos tiempo que perder, y una parte de mi tripulación ya se ha puesto manos a la obra para crear una hoguera tan grande que se vea desde cualquier parte del mundo-. Porque teníamos mucha hambre y poca comida, sino el hombre se lleva un baño de lomo, y no precisamente fríos-. Pero antes de todo, y para poder comunicarnos entre todos, cada grupo tendrá a una persona llamada Enlace. El enlace deberá dominar varios idiomas y ser capaz de comunicarse con el resto de grupos.
-Usted hundió su querido crucero- interrumpió Andrés, poniéndose en pie-. ¿Por qué debemos fiarnos, otra vez, de usted? Por su culpa estamos en esta situación-. Tan pronto como acabó la conversación Iñaki aplaudió su compañero de cena, al igual que Zaida y Carla, que no dudaron en criticar a Wingman.
-Escúchenme, por favor- dijo el capitán-. De verdad que lo siento, pero la marea nos llevó a una zona rocosa, me resultó imposible cambiar el rumbo y.
-Y por eso nos engañó, ¿no?- berreó un tipo grande, de voluminosa barriga y calvo-. ¡A la hoguera con él!
-No estamos en la inquisición- dijo Wingman entre risas-. Mañana partiremos en busca del resto de botes y en un par de días estaremos de vuelta a casa.
-¿Cómo?- pregunté. Degusté el último trozo de carne con toda la pasividad del mundo, sin ningún tipo de prisa.
-Envié señales de auxilió desde el crucero antes de abandonarlo. Vendrán a buscarnos. Sólo debemos quedarnos aquí y marcar nuestra posición con cortinas de humo. Francamente, no podemos hacer otra cosa.
Miré el manto de estrellas. La luna menguante estaba teñida de rojo y se perdió entre las nubes. Apagué el fuego con una lluvia de arena al tiempo que oía el sermón de Wingman en otros idiomas. Él debería ser el enlace de todos los grupos y no nosotros.
Eché un vistazo al supuesto punto de encuentro delante de las palmeras, no había rastro de Volkók, de Manuel ni del resto de grupos. Suspiré resignado. Volví al bote, esta vez en tierra firme, e intenté dormir entre los ronquidos del resto de supervivientes.
XXII. El despertar
Creí que dormir en el avión con destino a Vancouver fue más que nefasto, pero comparado con el bote, aquello fue un lujazo.
Salí de la embarcación con un dolor de espalda más que interesante. El sol de la mañana me dio el primer “Buenos días” del día con una amable ceguera temporal que casi me cuesta un descalabre al bajar del bote.
Me desperecé con tantas ganas que los huesos de la espalda crujieron rítmicamente. Fue una agradable sensación. El problema vino con el intenso bostezo que me abrió de nuevo el corte en el labio.
-Oh, mierda- dije. Palpé el hilo de sangre con los dedos y fui directo a la orilla de la playa. La mar estaba sosegada, casi sin olas. Me limpié la cara y de paso, el corte del labio. Y por supuesto, aquello escocía con mala gana.
-Buenos días, compañero.
Giré el cuello. Era Andrés. Sin camiseta y a ojo de cubero, pude comprobar que uno de sus pectorales podía ser tan grande como mi cabeza. Era una mole.
-Buenos días- respondí entre bostezo y bostezo.
-Vaya show tuvimos anoche con el capitán, ¿eh?- dijo entre risas.
-Calla, no me lo recuerdes.
-Pues siento decirlo, pero viene por allí.
Giré sobre mis talones para ver un hombre solitario caminado descalzo a lo largo de la media luna de playa que se perdía tras la jungla.
-¿Qué querrá ahora ese cenutrio?- comenté con amargura.
-Ni lo sé, ni me importa- Andrés me cogió del hombro-. Yo me voy a hacer un poco de footing-. El tipo arrancó a correr playa arriba.
Anduve varios metros hasta llegar al campamento base que no era más que el bote y los restos de hogueras de la noche anterior. Si no fuera tan cutre, podíamos decir que estábamos en mitad de uno de esos programas basuras dónde dejan a un puñado de personas tiradas en una isla y nosotros, desde casa, casi en plan Voyeur, miramos como se la ven y se las desean para conseguir un poco de comida decente. A nosotros nadie nos miraba, y mucho menos nos votaba con estúpidos mensajes de teléfono móvil para echar a alguien de la isla. El móvil.
Rebusqué en mi mochila al pequeño multifunciones. Aun tenía batería.
-Fantástico- dije, a punto de dar saltos de alegría. Abrí la tapa del teléfono y se me cayó el alma a los pies-. Qué sorpresa…no hay cobertura-. Suspiré con aire de resignación. La tentación de patear el móvil fue más que generosa.
-Señor García, señor García.
Éramos pocos y parió la abuela. Fantástico, el capitán del crucero, o lo que quedara de él, venía a tocarme la moral. Y a primera hora de la mañana. Miré el teléfono por última vez: Demasiado temprano como para estar despierto.
-Buenos días, señor García- repitió. El hombre no era mucho más alto que yo, cerca de un metro setenta, y aquella gran sonrisa que esgrimía me puso de los nervios-. Aun no ha vuelto el grupo de reconocimiento-. Me hizo gracia ver que el hombre portaba la misma ropa de capitán que debió vestir a lo largo del viaje. Un traje de galán, ahora manchado, blanco con ribetes azules y algunas supuestas condecoraciones.
-¿Quién?
-Los tres grupos que salieron anoche, aun no han vuelto.
En cierto modo, aquello no me sorprendió. Cualquiera con dos dedos de frente no se adentra en un bosque desconocido en plena noche. Y no hablemos de las linternas, un bien preciado por su escasez.
-¿Y bien?- pregunté con falsa indiferencia- Usted está al mando, ¿no?
El tipo gruñó.
-¿Cuántas veces tengo que pedir perdón por lo ocurrido?- el hombre se quitó el gorro dejando a la vista una calva brillante-. ¿Cuántas?
Me encogí de hombros.
-Da igual- dijo con voz queda-. En cuanto a los desaparecidos, saldremos a buscarlos en breve. Como enlace que eres, vengo a informarte que en una hora se presenten allí todos los voluntarios para iniciar la búsqueda. Corra la voz-. El tipo señaló una palmera inclinada hacia delante por culpa del viento. Era la primera que había en la orilla, por eso era fácil reconocerla.
-En una hora, allí. Perfecto- respondí
De los supuestos dos mil pasajeros que había en el crucero, cerca de cuatrocientos desembarcaron con nosotros. Unos cien partieron en busca de los botes que habían desaparecido tras el acantilado. El resto cenábamos reunidos alrededor de pequeñas hogueras agrupados por nacionalidades. Casi parecía más un mundial de futbol que un grupo de supervivientes.
-¿Nadie tendrá unas patata fritas, no?- pregunté. Acerqué el palo con el cacho de carne pendiendo al fuego y esperé con paciencia a que aquello cogiera color.
-Sólo hay un trozo por cabeza- dijo Andrés-. Así que saboréalo bien. Con o sin patatas, va a ser nuestra única cena.
-Así es caballeros- un marcado acento inglés interrumpió mi ataque sobre el fiambre.
El hombre subió a uno de los botes con la ayuda de un compañero que aguantaba una antorcha casera.
-Escuchadme bien, damas y caballeros- el tipo subió la voz para llamar nuestra atención. No me hizo falta ver nada más para averiguar cuan estirado era aquél cretino. Su mirada, por encima del hombro, me sacaba de mis casillas, y aquella pose, tan heroica sacando pecho y metiendo barriga me dio ganas de quemarle los huevos para encogerlo de golpe. Sólo le faltaba un sombrero de copa y un bastón debajo del brazo para ser un completo Sir Inglés forrado de dinero. Para mi sólo era un completo gilipollas-. Me presento, soy Richard Wingman, el capitán del crucero Rhapsody of the seas-. En aquél momento un murmullo de desaprobación invadió las hogueras-. Sé que no va a ser fácil volver a ganar vuestra confianza pero como capitán que soy, debo tomar las riendas de la situación y mantenernos a salvo hasta que vengan a rescatarnos-. Abucheamos a aquél engreído de nariz picuda y espeso bigote punzante-. No tenemos tiempo que perder, y una parte de mi tripulación ya se ha puesto manos a la obra para crear una hoguera tan grande que se vea desde cualquier parte del mundo-. Porque teníamos mucha hambre y poca comida, sino el hombre se lleva un baño de lomo, y no precisamente fríos-. Pero antes de todo, y para poder comunicarnos entre todos, cada grupo tendrá a una persona llamada Enlace. El enlace deberá dominar varios idiomas y ser capaz de comunicarse con el resto de grupos.
-Usted hundió su querido crucero- interrumpió Andrés, poniéndose en pie-. ¿Por qué debemos fiarnos, otra vez, de usted? Por su culpa estamos en esta situación-. Tan pronto como acabó la conversación Iñaki aplaudió su compañero de cena, al igual que Zaida y Carla, que no dudaron en criticar a Wingman.
-Escúchenme, por favor- dijo el capitán-. De verdad que lo siento, pero la marea nos llevó a una zona rocosa, me resultó imposible cambiar el rumbo y.
-Y por eso nos engañó, ¿no?- berreó un tipo grande, de voluminosa barriga y calvo-. ¡A la hoguera con él!
-No estamos en la inquisición- dijo Wingman entre risas-. Mañana partiremos en busca del resto de botes y en un par de días estaremos de vuelta a casa.
-¿Cómo?- pregunté. Degusté el último trozo de carne con toda la pasividad del mundo, sin ningún tipo de prisa.
-Envié señales de auxilió desde el crucero antes de abandonarlo. Vendrán a buscarnos. Sólo debemos quedarnos aquí y marcar nuestra posición con cortinas de humo. Francamente, no podemos hacer otra cosa.
Miré el manto de estrellas. La luna menguante estaba teñida de rojo y se perdió entre las nubes. Apagué el fuego con una lluvia de arena al tiempo que oía el sermón de Wingman en otros idiomas. Él debería ser el enlace de todos los grupos y no nosotros.
Eché un vistazo al supuesto punto de encuentro delante de las palmeras, no había rastro de Volkók, de Manuel ni del resto de grupos. Suspiré resignado. Volví al bote, esta vez en tierra firme, e intenté dormir entre los ronquidos del resto de supervivientes.
XXII. El despertar
Creí que dormir en el avión con destino a Vancouver fue más que nefasto, pero comparado con el bote, aquello fue un lujazo.
Salí de la embarcación con un dolor de espalda más que interesante. El sol de la mañana me dio el primer “Buenos días” del día con una amable ceguera temporal que casi me cuesta un descalabre al bajar del bote.
Me desperecé con tantas ganas que los huesos de la espalda crujieron rítmicamente. Fue una agradable sensación. El problema vino con el intenso bostezo que me abrió de nuevo el corte en el labio.
-Oh, mierda- dije. Palpé el hilo de sangre con los dedos y fui directo a la orilla de la playa. La mar estaba sosegada, casi sin olas. Me limpié la cara y de paso, el corte del labio. Y por supuesto, aquello escocía con mala gana.
-Buenos días, compañero.
Giré el cuello. Era Andrés. Sin camiseta y a ojo de cubero, pude comprobar que uno de sus pectorales podía ser tan grande como mi cabeza. Era una mole.
-Buenos días- respondí entre bostezo y bostezo.
-Vaya show tuvimos anoche con el capitán, ¿eh?- dijo entre risas.
-Calla, no me lo recuerdes.
-Pues siento decirlo, pero viene por allí.
Giré sobre mis talones para ver un hombre solitario caminado descalzo a lo largo de la media luna de playa que se perdía tras la jungla.
-¿Qué querrá ahora ese cenutrio?- comenté con amargura.
-Ni lo sé, ni me importa- Andrés me cogió del hombro-. Yo me voy a hacer un poco de footing-. El tipo arrancó a correr playa arriba.
Anduve varios metros hasta llegar al campamento base que no era más que el bote y los restos de hogueras de la noche anterior. Si no fuera tan cutre, podíamos decir que estábamos en mitad de uno de esos programas basuras dónde dejan a un puñado de personas tiradas en una isla y nosotros, desde casa, casi en plan Voyeur, miramos como se la ven y se las desean para conseguir un poco de comida decente. A nosotros nadie nos miraba, y mucho menos nos votaba con estúpidos mensajes de teléfono móvil para echar a alguien de la isla. El móvil.
Rebusqué en mi mochila al pequeño multifunciones. Aun tenía batería.
-Fantástico- dije, a punto de dar saltos de alegría. Abrí la tapa del teléfono y se me cayó el alma a los pies-. Qué sorpresa…no hay cobertura-. Suspiré con aire de resignación. La tentación de patear el móvil fue más que generosa.
-Señor García, señor García.
Éramos pocos y parió la abuela. Fantástico, el capitán del crucero, o lo que quedara de él, venía a tocarme la moral. Y a primera hora de la mañana. Miré el teléfono por última vez: Demasiado temprano como para estar despierto.
-Buenos días, señor García- repitió. El hombre no era mucho más alto que yo, cerca de un metro setenta, y aquella gran sonrisa que esgrimía me puso de los nervios-. Aun no ha vuelto el grupo de reconocimiento-. Me hizo gracia ver que el hombre portaba la misma ropa de capitán que debió vestir a lo largo del viaje. Un traje de galán, ahora manchado, blanco con ribetes azules y algunas supuestas condecoraciones.
-¿Quién?
-Los tres grupos que salieron anoche, aun no han vuelto.
En cierto modo, aquello no me sorprendió. Cualquiera con dos dedos de frente no se adentra en un bosque desconocido en plena noche. Y no hablemos de las linternas, un bien preciado por su escasez.
-¿Y bien?- pregunté con falsa indiferencia- Usted está al mando, ¿no?
El tipo gruñó.
-¿Cuántas veces tengo que pedir perdón por lo ocurrido?- el hombre se quitó el gorro dejando a la vista una calva brillante-. ¿Cuántas?
Me encogí de hombros.
-Da igual- dijo con voz queda-. En cuanto a los desaparecidos, saldremos a buscarlos en breve. Como enlace que eres, vengo a informarte que en una hora se presenten allí todos los voluntarios para iniciar la búsqueda. Corra la voz-. El tipo señaló una palmera inclinada hacia delante por culpa del viento. Era la primera que había en la orilla, por eso era fácil reconocerla.
-En una hora, allí. Perfecto- respondí
Estoy vivo!!!
Buenas noches compañeros!!!
Bueno, despues de unas largas vacaciones por Normandia visitando bunkers, museos y las playas del desembarco vuelvo por estas tierras para dar un poco mas de caña a la historieta. Primero pedir perdon por no avisar de las vacaciones y segundo, a disfrutar de la lectura.
XXIII. La Búsqueda
Yo ya tenía planeado ir a buscar a mis compañeros a primera hora de la mañana. Mi intención nunca fue la de acatar las ordenes de Wingman, pues mi confianza en él era nula.
Cogí un par de gasas del botiquín improvisado por el grupo, unas pinzas de las cejas, agua del mar y mercromina. No era mucho, pero de algún aprieto nos podía sacar. También metí el teléfono móvil. Con suerte, muchísima suerte, encontraría cobertura en Dios sabe dónde. Luego, me incorporé al grupo.
-No somos muchos- opiné.
-Veinticinco, no llega. - respondió Andrés, haciendo un barrido con la mirada-. Será suficiente.
-Sí, esto no tiene pinta de ser demasiado grande- puntualizó Iñaki.
-¿A qué esperamos, pues?- sin esperar a una respuesta, me encaminé al bosque. Recogí una rama gruesa del suelo y, a modo de bastón, empecé mi propia búsqueda.
-¡Señor García!- gritó el pesado de Wingman-. Señor Gracía, aun no partimos.
-Si seguimos esperando, se nos hará de noche- le respondí a desganas.
-Vuelva a aquí. Debemos hacer dos grupos para patrullar las zonas próximas de la isla de lo contrario tardaremos días, quizá semanas.
-¿Y qué propone?- pregunté, volviendo al grupo con parsimonia.
-Peinaremos durante todo el día las zonas cercanas. No nos adentraremos en exceso. Nada de cruzar los bosques, junglas o como queráis llamarlos. Si encontráis a los supervivientes o estáis en peligro, disparar una bengala roja al aire, pero sólo una. No conviene malgastarlas.
-¿Punto de encuentro?
-Aquí, al anochecer.
-¿Qué hay de los grupos?- pregunté.
-Ya somos mayorcitos, que cada uno elija que zona de la isla quiere investigar.
No quise escuchar más a aquel tipo y me dirigí, de nuevo, al bosque que escondía el acantilado. Los únicos españoles que iban conmigo eran Iñaki, Andrés y Carla. Kaji y su padre se quedaron en el campamento junto al resto de supervivientes. Frings, un tipo alemán que bien parecía ser el ario perfecto, me acompañaba junto a su hermano Bastian. Cole y Ashley, una pareja británica, Joao, un diseñador portugués y Van Dijke, una muchacha holandesa, cerraban el grupo B, como habíamos sido bautizados.
-Fijaos bien por donde pasamos, chicos- solicité-. Pues luego tendremos que saber volver.
-Si quieres, dejamos migas de pan- ironizó Joao.
-¿Crees que encontraremos a Manuel?- me preguntó Iñaki, obviando la respuesta del luso-. A estas horas puede estar en cualquier parte.
-Lo sé- me agaché para esquivar unas ramas pobladas-. Pero hay que encontrar a todos los que podamos. Contra más seamos, más fácil será la estancia en la isla.
Iñaki asintió pensativo.
-Oye Carla, ¿viste el bote en el que iba Julia?- pregunté.
-¿La mujer de Manuel? Creo que desapareció tras el acantilado. Pero no estoy segura.
-Bueno, por lo menos alguien la ha visto- participó Andrés.
Me aticé el cuello en un intento inútil por dar caza a un mosquito. El calor dentro de la jungla era sofocante. Respirabas un aire limpio pero caliente, pesado. Y no decir del constante cantar intermitente de los pájaros. Al principio le daba su pincelada de exotismo a la situación pero luego se volvía cansino. Caminamos con lentitud, sin apartar la mirada del suelo accidentado. Cosa que hizo llevarme más de un coscorrón con las ramas de los árboles.
-Silencio- dijo Bastian-. Callad un momento-. Su inglés no era muy bueno, pero era mejor que mi alemán.
-¿Qué pasa?-me susurró Andrés.
Me encogí de hombros.
-Escuchad- el germano se llevó la mano tras la oreja.
Afiné el oído durante unos segundos pero no me enteré de nada. Sólo oía los sonidos de la jungla.
-¿Agua?-preguntó Carla.
-Sí- confirmó Frings, el hermano de Bastian.
-Encontremos de dónde viene el ruido y sigamos el curso del agua para ir al acantilado- comentó Cole.
A cada paso que dábamos, el rumor del agua era más intenso. Sonaba como una cascada.
-Nos estamos acercando- dijo Bastian, que iba en cabeza junto a su hermano y los británicos.
-¿Hay alguna posibilidad de que sea agua dulce?-preguntó Iñaki-. Tengo la lengua seca.
-Toma, coge una- Carla le lanzó una botella pequeña de agua mineral.
-Muchas gracias, guapa.
-Pero compártela, ¿eh?
Iñaki asintió con la cabeza al tiempo que abría la botella.
Seguimos caminando alrededor de una hora cuando el bosque llegó a su fin para dejar paso a unas enormes rocas con enredaderas y lianas colgantes de los árboles más próximos. Las rocas, casi negras, eran tan altas como un edificio de cuatro plantas. En los resquicios que había entre ellas se filtraban hilos de agua que convergían en una cascada. El salto de agua era el inicio de un río grande pero poco profundo.
-¡Por fin!- gritó Bastian, que no dudó en lanzarse al agua para refrescarse.
Me acerqué al río. El agua estaba helada pero era una bendición para el cuerpo. Estaba sudando como un cerdo. Sin ningún tipo de pavor me quité la camiseta gris y la zambullí en el agua.
-¡Esta buena!- dijo Iñaki-. ¡Se puede beber!-. El tipo, más contento que unas castañuelas, llenó la botella de agua.
Carla, Van Dijke y Ashley se mojaron la larga cabellera al tiempo que Cole y Andrés se refrescaban la nuca.
-¿Continuamos?-preguntó Bastian.
No habíamos avanzado ni dos metros cuando Bastian se quedó clavado, inmovilizado.
-¿Qué pasa?-le pregunté, agarrándole por el hombro.
-¿Has…has visto eso?- el tipo tenía los ojos abiertos de par en par. Su voz no fue más que un fino hilo brotando sus labios con extrema lentitud.
Levanté la vista y entonces comprendí la mirada de Bastian
XXIV. Sorpresa
XXV. La caja del bunker
-¿Un bunker?- repitió Andrés, atónito.
-Estoy casi seguro- respondí. Anduve hasta el único ventanal con vistas al mar. El rumor del oleaje llegaba hasta mis oídos-. Un portón reforzado, gruesas paredes, agujeros que bien podían ser impactos de bala, manchas de sangre, casquillos de bala…
-¿Casquillos? Pueden ser del arma de un cazador.
-Puede- me encogí de hombros-. ¿Pero has visto alguna vez ventanales así? No son de más de un metro de alto. Es el tamaño justo para colocar las ametralladoras con vistas al campo y que el soldado que la empuñe quede parcialmente protegido.
-Eso tiene sentido…- Andrés empujó con el pie los restos de una caja de madera podrida-. Desde aquí controlarían el mar.
-Prácticamente todo el perímetro, desde el mar hasta la jungla- respondí. Me acerqué hasta la caja que había pateado Andrés sin querer. Con el pie aparté los trozos de madera más grandes cuando descubrí una caja cubierta por una bandera blanca-. ¿Qué es esto?
-Cole, ven aquí, necesitamos luz-. Andrés se agachó para inspeccionar la bandera.
Me arrodillé junto a Andrés a la vez nos rodeaban nuestros compañeros.
-¿Qué habéis encontrado?- preguntó Bastian, impaciente.
Le mostré la bandera blanca. Estaba manchada de barro y raída. En el centro imperaba un gran círculo rojo acompañado por escrituras japonesas.
-Japón- dijo, el teutón. Asentí en señal de aprobación.
-Mira, no es una caja, es un cofre- me dijo Andrés.
Abrí el cofre y descubrimos tres fotos amarillentas y repletas de dobleces, un libro sin tapa y un arma con dos cargadores.
-¿Aun disparará?- me preguntó Andrés, que se abalanzó sobre el arma como un desesperado. Por momentos me recordó a Gollum y su inseparable tesoro.
-Este debe ser el chico- dijo Cole, mirando una de las fotografías.
Le eché un vistazo rápido. En la foto había un apuesto soldado junto a una chica posando delante de un acorazado.
-Que dibujo tan macabro- dijo Iñaki, masajeándose el cuello-. Macabro y raro.
Entendí el masaje en el cuello de mi compañero al ver el dibujo. No era una obra de arte pero estaba claro que el chaval tenía potencial. El dibujo mostraba a tipo gritando como un descosido e intentando quitarse de encima a una segunda persona que le estaba mordiendo el cuello. Por el suelo se arrastraban dos cuerpos sin piernas que aguantaban los pies de la pobre víctima. Tras ellos se desdibujaba una muchedumbre insaciable. Iñaki estaba en lo cierto, era macabro y raro, muy raro.
-¡Estúpidos!- berreó Carla, antes de quitarnos el libro, el arma y las fotos para dejarlas dentro del cofre-. ¡Dejad de husmear cosas que no son vuestras y vamos a buscar a los supervivientes de los otros botes!
El cambio brusco de luces nos cegó de nuevo al salir del bunker.
-Arghh- gruñí con amargura, llevándome las manos a los ojos.
-Pareces un vampiro- dijo Ashley en tono burlesco- ¡Cuidado que te quemas!
Me reí a la fuerza aunque en verdad me estaban entrando ganas de tirarla desde lo alto del acantilado.
-Sigamos el curso del agua, con suerte los encontramos antes de que anochezca- dijo Bastian, liderando de nuevo al grupo.
-Pero si aun no hemos comido- protesté.
-Ya sabes que no nos podemos permitir más de dos comidas al día, así que no hay comida sino cena.
-Y recuerda que aquí se hace de noche mucho más rápido que en España- añadió Iñaki.
¡Esto es todo por hoy! ¡Y dentro de poco, los capitulos con chicha!
¡A cuidarse!
Bueno, despues de unas largas vacaciones por Normandia visitando bunkers, museos y las playas del desembarco vuelvo por estas tierras para dar un poco mas de caña a la historieta. Primero pedir perdon por no avisar de las vacaciones y segundo, a disfrutar de la lectura.
XXIII. La Búsqueda
Yo ya tenía planeado ir a buscar a mis compañeros a primera hora de la mañana. Mi intención nunca fue la de acatar las ordenes de Wingman, pues mi confianza en él era nula.
Cogí un par de gasas del botiquín improvisado por el grupo, unas pinzas de las cejas, agua del mar y mercromina. No era mucho, pero de algún aprieto nos podía sacar. También metí el teléfono móvil. Con suerte, muchísima suerte, encontraría cobertura en Dios sabe dónde. Luego, me incorporé al grupo.
-No somos muchos- opiné.
-Veinticinco, no llega. - respondió Andrés, haciendo un barrido con la mirada-. Será suficiente.
-Sí, esto no tiene pinta de ser demasiado grande- puntualizó Iñaki.
-¿A qué esperamos, pues?- sin esperar a una respuesta, me encaminé al bosque. Recogí una rama gruesa del suelo y, a modo de bastón, empecé mi propia búsqueda.
-¡Señor García!- gritó el pesado de Wingman-. Señor Gracía, aun no partimos.
-Si seguimos esperando, se nos hará de noche- le respondí a desganas.
-Vuelva a aquí. Debemos hacer dos grupos para patrullar las zonas próximas de la isla de lo contrario tardaremos días, quizá semanas.
-¿Y qué propone?- pregunté, volviendo al grupo con parsimonia.
-Peinaremos durante todo el día las zonas cercanas. No nos adentraremos en exceso. Nada de cruzar los bosques, junglas o como queráis llamarlos. Si encontráis a los supervivientes o estáis en peligro, disparar una bengala roja al aire, pero sólo una. No conviene malgastarlas.
-¿Punto de encuentro?
-Aquí, al anochecer.
-¿Qué hay de los grupos?- pregunté.
-Ya somos mayorcitos, que cada uno elija que zona de la isla quiere investigar.
No quise escuchar más a aquel tipo y me dirigí, de nuevo, al bosque que escondía el acantilado. Los únicos españoles que iban conmigo eran Iñaki, Andrés y Carla. Kaji y su padre se quedaron en el campamento junto al resto de supervivientes. Frings, un tipo alemán que bien parecía ser el ario perfecto, me acompañaba junto a su hermano Bastian. Cole y Ashley, una pareja británica, Joao, un diseñador portugués y Van Dijke, una muchacha holandesa, cerraban el grupo B, como habíamos sido bautizados.
-Fijaos bien por donde pasamos, chicos- solicité-. Pues luego tendremos que saber volver.
-Si quieres, dejamos migas de pan- ironizó Joao.
-¿Crees que encontraremos a Manuel?- me preguntó Iñaki, obviando la respuesta del luso-. A estas horas puede estar en cualquier parte.
-Lo sé- me agaché para esquivar unas ramas pobladas-. Pero hay que encontrar a todos los que podamos. Contra más seamos, más fácil será la estancia en la isla.
Iñaki asintió pensativo.
-Oye Carla, ¿viste el bote en el que iba Julia?- pregunté.
-¿La mujer de Manuel? Creo que desapareció tras el acantilado. Pero no estoy segura.
-Bueno, por lo menos alguien la ha visto- participó Andrés.
Me aticé el cuello en un intento inútil por dar caza a un mosquito. El calor dentro de la jungla era sofocante. Respirabas un aire limpio pero caliente, pesado. Y no decir del constante cantar intermitente de los pájaros. Al principio le daba su pincelada de exotismo a la situación pero luego se volvía cansino. Caminamos con lentitud, sin apartar la mirada del suelo accidentado. Cosa que hizo llevarme más de un coscorrón con las ramas de los árboles.
-Silencio- dijo Bastian-. Callad un momento-. Su inglés no era muy bueno, pero era mejor que mi alemán.
-¿Qué pasa?-me susurró Andrés.
Me encogí de hombros.
-Escuchad- el germano se llevó la mano tras la oreja.
Afiné el oído durante unos segundos pero no me enteré de nada. Sólo oía los sonidos de la jungla.
-¿Agua?-preguntó Carla.
-Sí- confirmó Frings, el hermano de Bastian.
-Encontremos de dónde viene el ruido y sigamos el curso del agua para ir al acantilado- comentó Cole.
A cada paso que dábamos, el rumor del agua era más intenso. Sonaba como una cascada.
-Nos estamos acercando- dijo Bastian, que iba en cabeza junto a su hermano y los británicos.
-¿Hay alguna posibilidad de que sea agua dulce?-preguntó Iñaki-. Tengo la lengua seca.
-Toma, coge una- Carla le lanzó una botella pequeña de agua mineral.
-Muchas gracias, guapa.
-Pero compártela, ¿eh?
Iñaki asintió con la cabeza al tiempo que abría la botella.
Seguimos caminando alrededor de una hora cuando el bosque llegó a su fin para dejar paso a unas enormes rocas con enredaderas y lianas colgantes de los árboles más próximos. Las rocas, casi negras, eran tan altas como un edificio de cuatro plantas. En los resquicios que había entre ellas se filtraban hilos de agua que convergían en una cascada. El salto de agua era el inicio de un río grande pero poco profundo.
-¡Por fin!- gritó Bastian, que no dudó en lanzarse al agua para refrescarse.
Me acerqué al río. El agua estaba helada pero era una bendición para el cuerpo. Estaba sudando como un cerdo. Sin ningún tipo de pavor me quité la camiseta gris y la zambullí en el agua.
-¡Esta buena!- dijo Iñaki-. ¡Se puede beber!-. El tipo, más contento que unas castañuelas, llenó la botella de agua.
Carla, Van Dijke y Ashley se mojaron la larga cabellera al tiempo que Cole y Andrés se refrescaban la nuca.
-¿Continuamos?-preguntó Bastian.
No habíamos avanzado ni dos metros cuando Bastian se quedó clavado, inmovilizado.
-¿Qué pasa?-le pregunté, agarrándole por el hombro.
-¿Has…has visto eso?- el tipo tenía los ojos abiertos de par en par. Su voz no fue más que un fino hilo brotando sus labios con extrema lentitud.
Levanté la vista y entonces comprendí la mirada de Bastian
XXIV. Sorpresa
Nunca antes había visto unos riscos tan grandes, seguramente sería el acantilado dónde desaparecieron los botes, pero lo que me sorprendió fue ver como había sido manipulado y camuflado por la vegetación. Aquello no era natural.
A unos diez metros de nosotros, no más, se alzaba un portón oxidado incrustado en la montaña. Dos pequeña ventanas cuadradas presidían la entrada. Encima, se intuían enormes ventanales rectangulares repartidos por todo el ancho del risco montañoso. Y aun más arriba, en la cima, había una diminuta terraza vallada, o eso me parecía. Todo ello, rodeado de árboles y largas briznas de hierbajos.
-Chicos- dije a los que se habían quedado atrás- venid y mirad esto.
-¿Qué es?- me preguntó Bastian, antes de dar un largo sobro a la cantimplora.
-Después de todo, la isla estará poblada, ¿no?
No había visto a mis compañeros tan conténtenos desde que embarcamos en el crucero. Contemplaban los riscos con una mezcla de ilusión, miedo y sorpresa. Aquello podía suponer que la isla estuviera habitada. Y todo sea dicho, comer caliente y dormir en una cama.
-¿Qué habrá dentro?- preguntó Van Dijke.
-Seguro que no será una oficina de correos- me susurró Andrés al oído. Solté una gran carcajada. Eso me hizo ganar algunas miradas asesinas dentro del grupo. Tosí repetidas veces y tiré del cuello de la camisa que en aquellos momentos me apretaba con ganas.
-Dejemos las preguntas a un lado- dijo Cole, encaminándose al portón-. Y entremos de una vez.
A cada paso que dábamos, la puerta se hacía más grande e imponente. Al llegar, comprobamos que definir aquello como portón era lo más apropiado. Parecía estar reforzada con acero, unas barras atravesaban en sentido horizontal la puerta y sobre ellas, una gran mirilla cuadrada, ahora poblada por una densa telaraña, daba la bienvenida a los supervivientes.
-Esto debe tener unos cuantos años- opiné. Me acerqué al portón, que estaba entreabierto e introduje el garrote que usaba como apoyo a lo largo del camino.
-Ten cuidado- me dijo Iñaki- como te pinches, se te va a caer la picha a trozos.
Estaba intentando hacer palanca cuando escuché a Iñaki. La fuerza se marchó con mis sonoras risotadas.
-Cabrón- farfullé. Volví a hacer palanca pero el garrote no aguantó la fuerza-. ¡No!-. Grité a la vez que veía una lluvia de astillas y el palo partiéndose en dos. Encima, el portón no se había movido ni un centímetro.
-Espera- Andrés se acercó y recogió varios garrotes de los árboles cercanos-. Contra más manos, mejor-. Dijo, mirando al resto de compañeros.
Carla, Andrés y Bastian se animaron.
-A la de tres, todos hacemos palanca- comentó Andrés-. ¿Listos? Uno…dos… ¡tres!
Entre los crujidos de los palos, chirridos de las oxidadas bisagras y nuestros gruñidos a causa del esfuerzo, el portón cedió lo suficiente como para poder pasar al interior de la formación rocosa.
-¡Estamos dentro!- grité entre jadeos.
El portón deba acceso a un pequeño pasillo rectangular cavado a conciencia con tres entradas sin puertas a otras salas. De paso, también vi a las arañas más grandes y peludas. Se me erizaron todos los pelos del cuerpo y no dudé en descargar un duro golpe contra los arácnidos.
-¡Dales caña!- me arengó Frings entre risas.
-Me dan asco- repuse- no puedo verlas y dejarlas tranquilas. Es lo que tiene la aracnofobia.
-No tienen culpa de nada, déjalas en paz. No estamos aquí para cazar bichos.
Vi como aquella cosa peluda se escurría por una grieta y desapareció de mi vista. Era tiempo de reanudar la excursión.
Los dos ventanales que habíamos visto al lado del portón daban a pequeñas habitaciones. Tan pequeñas que sólo dos personas cabían dentro. Mis compañeros pasaron de largo, pero yo me adentré en una de ellas. Pateé algo sin querer. Me agaché y recogí lo que parecía ser un casquillo de bala. Me lo guardé en el bolsillo. Al salir de la habitación me di de morros con una enorme mancha de sangre seca adherida a la pared. Me quedé helado.
-¿Chicos?- pregunté con voz temblorosa. Salí al pasillo y me acerqué a Iñaki para comentarle lo visto.
-Puede ser cualquier cosa- me dijo-. Las arañas te han trastornado.
Nos adentramos en el pasillo central pero la luz ya no llegaba hasta nosotros.
-Un momento- dijo Cole. Salió afuera y volvió varios minutos más tarde con una antorcha hecha con ramas, cuerdas, hojas secas y ves a saber qué más. Aun me extrañaba que aquello prendiera.
-Y se hizo la luz.
El halo de luz nos dejó ver cuatro pasillos más. Había unas escaleras cavadas hacía el piso superior, otras escaleras iban al piso inferior y los dos restantes se adentraban más y más en el acantilado.
-¿Y ahora?- pregunté.
Algunos compañeros sacaron sus mecheros para hacer un poco más de luz, los que no fumaban, como yo, sacamos los teléfonos móviles, pero sus luces eran bastante cutres.
-Arriba- dijo Cole. Tenía el poder del fuego y de la luz. Nosotros, poca cosa.
Subimos las maltrechas escaleras excavadas de cualquier forma y desgastadas por el paso de los años. La inclinación era considerable. Al llegar arriba, nos encontramos con una enorme sala repleta de luz proveniente de cuatro ventanales, cada uno en un punto cardinal.
-Uau- exclamó Cole-. ¡Este mirador es enorme!
-No estamos dentro de un mirador- interrumpí, al llegar a la sala-. Estamos en un bunker.
A unos diez metros de nosotros, no más, se alzaba un portón oxidado incrustado en la montaña. Dos pequeña ventanas cuadradas presidían la entrada. Encima, se intuían enormes ventanales rectangulares repartidos por todo el ancho del risco montañoso. Y aun más arriba, en la cima, había una diminuta terraza vallada, o eso me parecía. Todo ello, rodeado de árboles y largas briznas de hierbajos.
-Chicos- dije a los que se habían quedado atrás- venid y mirad esto.
-¿Qué es?- me preguntó Bastian, antes de dar un largo sobro a la cantimplora.
-Después de todo, la isla estará poblada, ¿no?
No había visto a mis compañeros tan conténtenos desde que embarcamos en el crucero. Contemplaban los riscos con una mezcla de ilusión, miedo y sorpresa. Aquello podía suponer que la isla estuviera habitada. Y todo sea dicho, comer caliente y dormir en una cama.
-¿Qué habrá dentro?- preguntó Van Dijke.
-Seguro que no será una oficina de correos- me susurró Andrés al oído. Solté una gran carcajada. Eso me hizo ganar algunas miradas asesinas dentro del grupo. Tosí repetidas veces y tiré del cuello de la camisa que en aquellos momentos me apretaba con ganas.
-Dejemos las preguntas a un lado- dijo Cole, encaminándose al portón-. Y entremos de una vez.
A cada paso que dábamos, la puerta se hacía más grande e imponente. Al llegar, comprobamos que definir aquello como portón era lo más apropiado. Parecía estar reforzada con acero, unas barras atravesaban en sentido horizontal la puerta y sobre ellas, una gran mirilla cuadrada, ahora poblada por una densa telaraña, daba la bienvenida a los supervivientes.
-Esto debe tener unos cuantos años- opiné. Me acerqué al portón, que estaba entreabierto e introduje el garrote que usaba como apoyo a lo largo del camino.
-Ten cuidado- me dijo Iñaki- como te pinches, se te va a caer la picha a trozos.
Estaba intentando hacer palanca cuando escuché a Iñaki. La fuerza se marchó con mis sonoras risotadas.
-Cabrón- farfullé. Volví a hacer palanca pero el garrote no aguantó la fuerza-. ¡No!-. Grité a la vez que veía una lluvia de astillas y el palo partiéndose en dos. Encima, el portón no se había movido ni un centímetro.
-Espera- Andrés se acercó y recogió varios garrotes de los árboles cercanos-. Contra más manos, mejor-. Dijo, mirando al resto de compañeros.
Carla, Andrés y Bastian se animaron.
-A la de tres, todos hacemos palanca- comentó Andrés-. ¿Listos? Uno…dos… ¡tres!
Entre los crujidos de los palos, chirridos de las oxidadas bisagras y nuestros gruñidos a causa del esfuerzo, el portón cedió lo suficiente como para poder pasar al interior de la formación rocosa.
-¡Estamos dentro!- grité entre jadeos.
El portón deba acceso a un pequeño pasillo rectangular cavado a conciencia con tres entradas sin puertas a otras salas. De paso, también vi a las arañas más grandes y peludas. Se me erizaron todos los pelos del cuerpo y no dudé en descargar un duro golpe contra los arácnidos.
-¡Dales caña!- me arengó Frings entre risas.
-Me dan asco- repuse- no puedo verlas y dejarlas tranquilas. Es lo que tiene la aracnofobia.
-No tienen culpa de nada, déjalas en paz. No estamos aquí para cazar bichos.
Vi como aquella cosa peluda se escurría por una grieta y desapareció de mi vista. Era tiempo de reanudar la excursión.
Los dos ventanales que habíamos visto al lado del portón daban a pequeñas habitaciones. Tan pequeñas que sólo dos personas cabían dentro. Mis compañeros pasaron de largo, pero yo me adentré en una de ellas. Pateé algo sin querer. Me agaché y recogí lo que parecía ser un casquillo de bala. Me lo guardé en el bolsillo. Al salir de la habitación me di de morros con una enorme mancha de sangre seca adherida a la pared. Me quedé helado.
-¿Chicos?- pregunté con voz temblorosa. Salí al pasillo y me acerqué a Iñaki para comentarle lo visto.
-Puede ser cualquier cosa- me dijo-. Las arañas te han trastornado.
Nos adentramos en el pasillo central pero la luz ya no llegaba hasta nosotros.
-Un momento- dijo Cole. Salió afuera y volvió varios minutos más tarde con una antorcha hecha con ramas, cuerdas, hojas secas y ves a saber qué más. Aun me extrañaba que aquello prendiera.
-Y se hizo la luz.
El halo de luz nos dejó ver cuatro pasillos más. Había unas escaleras cavadas hacía el piso superior, otras escaleras iban al piso inferior y los dos restantes se adentraban más y más en el acantilado.
-¿Y ahora?- pregunté.
Algunos compañeros sacaron sus mecheros para hacer un poco más de luz, los que no fumaban, como yo, sacamos los teléfonos móviles, pero sus luces eran bastante cutres.
-Arriba- dijo Cole. Tenía el poder del fuego y de la luz. Nosotros, poca cosa.
Subimos las maltrechas escaleras excavadas de cualquier forma y desgastadas por el paso de los años. La inclinación era considerable. Al llegar arriba, nos encontramos con una enorme sala repleta de luz proveniente de cuatro ventanales, cada uno en un punto cardinal.
-Uau- exclamó Cole-. ¡Este mirador es enorme!
-No estamos dentro de un mirador- interrumpí, al llegar a la sala-. Estamos en un bunker.
XXV. La caja del bunker
-¿Un bunker?- repitió Andrés, atónito.
-Estoy casi seguro- respondí. Anduve hasta el único ventanal con vistas al mar. El rumor del oleaje llegaba hasta mis oídos-. Un portón reforzado, gruesas paredes, agujeros que bien podían ser impactos de bala, manchas de sangre, casquillos de bala…
-¿Casquillos? Pueden ser del arma de un cazador.
-Puede- me encogí de hombros-. ¿Pero has visto alguna vez ventanales así? No son de más de un metro de alto. Es el tamaño justo para colocar las ametralladoras con vistas al campo y que el soldado que la empuñe quede parcialmente protegido.
-Eso tiene sentido…- Andrés empujó con el pie los restos de una caja de madera podrida-. Desde aquí controlarían el mar.
-Prácticamente todo el perímetro, desde el mar hasta la jungla- respondí. Me acerqué hasta la caja que había pateado Andrés sin querer. Con el pie aparté los trozos de madera más grandes cuando descubrí una caja cubierta por una bandera blanca-. ¿Qué es esto?
-Cole, ven aquí, necesitamos luz-. Andrés se agachó para inspeccionar la bandera.
Me arrodillé junto a Andrés a la vez nos rodeaban nuestros compañeros.
-¿Qué habéis encontrado?- preguntó Bastian, impaciente.
Le mostré la bandera blanca. Estaba manchada de barro y raída. En el centro imperaba un gran círculo rojo acompañado por escrituras japonesas.
-Japón- dijo, el teutón. Asentí en señal de aprobación.
-Mira, no es una caja, es un cofre- me dijo Andrés.
Abrí el cofre y descubrimos tres fotos amarillentas y repletas de dobleces, un libro sin tapa y un arma con dos cargadores.
-¿Aun disparará?- me preguntó Andrés, que se abalanzó sobre el arma como un desesperado. Por momentos me recordó a Gollum y su inseparable tesoro.
-Este debe ser el chico- dijo Cole, mirando una de las fotografías.
Le eché un vistazo rápido. En la foto había un apuesto soldado junto a una chica posando delante de un acorazado.
-Que dibujo tan macabro- dijo Iñaki, masajeándose el cuello-. Macabro y raro.
Entendí el masaje en el cuello de mi compañero al ver el dibujo. No era una obra de arte pero estaba claro que el chaval tenía potencial. El dibujo mostraba a tipo gritando como un descosido e intentando quitarse de encima a una segunda persona que le estaba mordiendo el cuello. Por el suelo se arrastraban dos cuerpos sin piernas que aguantaban los pies de la pobre víctima. Tras ellos se desdibujaba una muchedumbre insaciable. Iñaki estaba en lo cierto, era macabro y raro, muy raro.
-¡Estúpidos!- berreó Carla, antes de quitarnos el libro, el arma y las fotos para dejarlas dentro del cofre-. ¡Dejad de husmear cosas que no son vuestras y vamos a buscar a los supervivientes de los otros botes!
El cambio brusco de luces nos cegó de nuevo al salir del bunker.
-Arghh- gruñí con amargura, llevándome las manos a los ojos.
-Pareces un vampiro- dijo Ashley en tono burlesco- ¡Cuidado que te quemas!
Me reí a la fuerza aunque en verdad me estaban entrando ganas de tirarla desde lo alto del acantilado.
-Sigamos el curso del agua, con suerte los encontramos antes de que anochezca- dijo Bastian, liderando de nuevo al grupo.
-Pero si aun no hemos comido- protesté.
-Ya sabes que no nos podemos permitir más de dos comidas al día, así que no hay comida sino cena.
-Y recuerda que aquí se hace de noche mucho más rápido que en España- añadió Iñaki.
¡Esto es todo por hoy! ¡Y dentro de poco, los capitulos con chicha!
¡A cuidarse!
Caps. 26, 27 y 28.
XXVI. Superviviente
XXVII. Al caer la noche
Manuel volvió la vista atrás e hizo unas señas dirección a la gruta. Para mi sorpresa, Julia, la mujer de Manuel, mi vecino ruso en el crucero, Vólkov, y una docena de supervivientes salieron a la luz. Estaban algo pálidos, pero parecían estar enteros.
-¿Cómo estáis?- pregunté exaltado- ¿Qué demonios ha pasado aquí?
-Nos atacaron- respondió Manuel, que esperaba a su esposa- Ha ocurrido esta madrugada-. Contempló los botes dispersados por la playa y volvió la vista a mis ojos. El hombre parecía estar fuera de sí, sin dar crédito a lo ocurrido.
-¿Os atacaron?- repetí incrédulo-. ¿Quién?-. Por momentos me sentí como un policía en un interrogatorio.
-No lo sé- respondió Manuel, que besó a su mujer en la frente cuando nos alcanzó. El resto de supervivientes se acercaron a nosotros-. Ellos tampoco saben gran cosa.
-Estaba oscuro- dijo Julia-. Pero escuchábamos quejidos y gruñidos. Como si fuera una manada de lobos o ves a saber qué.
-No tocaron la comida- objetó Manuel.
-Se los llevaron a todos- intervino Vólkov-. Escuché gritos, gruñidos y golpes, muchos golpes, y salí corriendo. No se veía nada.
-Ahora entiendo tu cara manchada de sangre y la ropa- dije entre risa. El tipo debió pegarse un buen golpe.
-Debemos volver- interrumpió Joao, señalando al sol-. Está oscureciendo.
La luna ya había subido a su trono al tiempo que el sol se escondía tras las montañas. Había llegado la hora de volver al campamento base.
-No os separéis- dijo Bastian, a la cabeza del grupo, que se adentraba en el bosque. Una antorcha artesanal hacia las veces de faro para el resto de supervivientes. Miré hacía atrás y encontré la segunda antorcha a manos de Joao. Su fuego cerraba el equipo.
-Como no vaya con cuidado, Bastian quemará media isla- le dije a Iñaki.
-Si eso sirve para que nos vengan a buscar, cuenta conmigo. Seré el mejor pirómano del mundo.
-Pues lo tendré
-¡Callad!- ordenó Andrés, que estaba detrás de nosotros-. ¿Habéis escuchado eso?
Afiné el oído pero únicamente percibí el murmullo del agua, el cantar de los grillos y los crujidos de nuestros pasos. En pocas palabras, los mismos sonidos desde que empezamos a caminar hará una hora atrás.
-¿Oyes algo?- susurré a Iñaki. Éste negó con la cabeza.
-Echo de menos no tener una linterna a mano- gruñó Andrés-. Juraría que he escuchado unos gruñidos no muy lejos de aquí.
-La cabeza nos traiciona- respondí a mi compañero-. Cuando era pequeño tenía miedo a la oscuridad, así que siempre dormía con la luz del pasillo encendida. Miraba las sombras dibujadas en mi habitación y siempre encontraba alguna silueta humana, o creía escuchar ruidos raros.
-Tu estabas idiota perdido- observó Andrés.
-Gilipollas.
-Venga tío, no te enfades, era sólo una broma.
-Que te jodan- respondí cortante.
Caminamos en silencio desde el intercambio de palabras. No iba a consentir que un tipo que apenas conocía me insultara y se quedara tan pancho. Me sentó mal. La educación y el respeto ya no son lo que era. Habían perdido terreno delante de otras características típicas de la juventud actual como la fiesta, la irresponsabilidad y la completa pasividad.
Decidí no malgastar más mi tiempo pensando en esta gentuza vestida con tres tallas menos de ropa y me centré en la larga caminata. Caminar a oscuras por el bosque era toda una lección de habilidad. Un tropezón y te habrías la cabeza en dos. Fue entonces cuando, mirando el suelo en busca de un lugar seguro para poner el pie escuché un gruñido. Luego otro, y otro.
-¿Lo escucháis?- pregunté entre susurros.
-Alto y claro- respondieron mis compañeros.
Nervioso, eché mano de la mochila y busqué la pistola de bengalas. Cuando la cogí sentí un extraño placer y una falsa sensación de seguridad. Me llevé el artilugio a la cintura y seguí caminando con los ojos mirando hacia todas partes.
De nuevo los gruñidos. Un gruñido más intenso, otro más flojo, ahora un quejido.
-¡Vienen a buscarnos!- gritó Manuel-. ¡Ya están aquí!
Se me erizaron los pelos de la nuca y mi corazón se disparó. Presioné la pistola contra mi pecho y busqué en la oscuridad cualquier forma extraña.
-No hay nada- dijo Iñaki-. No te preocupes Manuel, de aquí no se va nadie.
-Son esos ruidos extraños, los que escuchamos a la madrugada. ¡Están aquí!
La fuerza de los gruñidos aumentó. Sonaban por todas partes. El viento se filtraba entre los árboles creando un silbido característico que a mi, personalmente, me ponía histérico. Escuché un intenso gruñido a escasos metros de mí. De pronto un olor putrefacto me golpeó la nariz y escuché los berridos de mi compañero de enfrente.
El grito de Cole apenas duró unos segundos antes de desaparecer en la oscuridad.
Levanté el brazo y tiré del gatillo. Una estela roja explotó en el cielo iluminando la zona. Un centenar de seres extraños nos había rodeado en mitad del bosque
XXVIII. Corre
-¿Qué son?-gritó Bastian, zarandeando la antorcha de lado a lado. Eso parecía mantener a ralla a aquellos extraños seres.
-¡No lo sé!- respondí-Parece que el fuego les asusta-. Hurgué en la mochila en busca de la segunda bengala cuando vi como cinco o seis de ellos se abalanzaban sobre Cole, ya herido.
-¿Qué le están haciendo?- Bastian quemó varias ramas y se las arrojó a esos bastados. De Cole sólo se veía una mano por encima de sus cazadores con movimientos espasmódicos. Cuando la llama tocó a los seres, gruñeron y retrocedieron a cuatro patas. De la comisura de sus labios pendían trozos de carne y finos hilos de sangre.
-¡Ayudadme, por Dios! ¡Quitadme a estos hijos de puta de encima!
-Creo que se lo están comiendo…- susurré a la vez que retrocedía varios pasos. Choqué con Andrés. Su mirada no se apartaba del estomago mordisqueado de Cole. El pobre tipo murió segundos más tarde, justo cuando aquellos seres reanudaron su cena.
-Están demasiado cerca- nos alarmó Julia- ¡Tenemos que salir de aquí como sea!
El sudor me entraba en los ojos, entre insultos y a regañadientes conseguí cargar el lanza bengalas.
-Cuidado- alarmé a mis compañeros-. Esto puede llegar a ser desagradable.
Apreté el gatillo como si la vida me fuera en ello, la estela apenas fue un destello de luz roja antes de incrustarse en la cabeza de uno de aquellos bichos. La explosión fue más grande de lo esperado.
-¡Que asco!- gritaron al unísono, al tiempo que caían trozos de carne asada del cielo.
-¿Cuántos han explotado?- me preguntó Joao.
El grupo de seres extrañó se descompuso, cada uno de ellos gritaba y gemía caminando en todas direcciones. Ahora o nunca.
-¡No lo sé, sólo corre!
¡A cuidarse!
-¿Así qué es un búnker japonés?- preguntó Ashley, saltando de roca en roca para evitar un riachuelo. Era una muchacha de tez oscura y ojos color avellana. No debía tener más de veinticinco años y, viendo su cuerpo dibujado bajo la ropa ajustada, diría que la chica se castigaba con fuerza en el gimnasio.
-Eso creo- Bastian aminoró el paso para ponerse al nivel de Ashley. Cole, celoso como él sólo, corrió hasta ellos. Casi se descalabra entre las rocas-. Estamos en el pacifico, el imperio japonés dominaba estas tierras durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que es una buena hipótesis.
Miré al trío con gran curiosidad. En momentos teóricamente difíciles, aquellos dos tipejos intentaban marcar territorio para estar un rato con Ashley, la chica guapa del grupo. A mi me gustaba más mirarlo desde fuera pues me pegaba unas buenas dosis de risa.
Al llegar al riachuelo, decidí hacer autocrítica y reconocer que el equilibrio no era lo mío, con total seguridad me abriría la cabeza con alguna de las rocas resbaladizas. Así que decidí cruzar el arroyo caminando. Me dí cuenta que eso de calcular las profundidades del agua tampoco era mi fuerte pues el agua llegaba por la rodillas.
-¡Te vas a hundir, loco!- gritó Iñaki.
-Sí, como el crucero- Andrés fue el único que encontró la gracia al chiste. Después de todo, fue él quien lo dijo.
Seguimos bordeando el enorme acantilado sin perder de vista los riachuelos cercanos. Y así fue como, tras una hora de excursión, dimos con la playa donde desembarcaron los botes. El problema fue ver que allí no había nada, excepto tres botes abandonados en la orilla, uno hundiéndose mar adentro y dos más eran mecidos por la marea. No había rastro de ningún tipo de campamento.
-¿Tanto caminar para esto?- dijo Van Dijke, decepcionada. Sopló con fuerza y pateó la arena levantando una explosión de humo. Era una muchacha alta y espigada. Facciones suaves y media melena sobre los hombros. Una forma fácil de describirla sería la típica guiri que se pone gamba bajo el sol de nuestras playas. Más larga que un día sin pan, como diría mi padre, y muy delgada.
-Tranquila- Frings se encaminó hasta una de los botes-. Miremos en las embarcaciones y, si no hay nadie, cogemos comida, bebida o cualquier cosa de utilidad y volvemos a nuestro campamento.
Me acerqué con Iñaki y Andrés a uno de los botes atrancados entre las rocas. Nuestra sorpresa fue ver unas manchas de sangre por toda la proa del pequeño navío.
-¿Qué ha pasado aquí?- pregunté asustado.
Andrés deslizó sus dedos por encima de la sangre.
-Está seca- acto seguido entró en la embarcación-. Joder…
La voz queda de mi compañero me puso los pelos de punta.
-¿Qué pasa?- impaciente por la respuesta, decidí subir para verlo por mis propios ojos.
Nunca había visto tanta sangre en mi vida. El suelo estaba repleto y en las paredes se dibujaban manchas de manos y arañazos luchando por sobrevivir. Aquello me impresionó. El aire se hizo pesado y apenas podía coger una pequeña bocanada de oxigeno. Destapé el inhalador y me dí varios chutes seguidos.
-Sal fuera- me recomendó Andrés-. Que te dé el aire un rato, sal.
Me senté traumatizado en la arena. Cerré los ojos e intenté controlar la respiración. Fue entonces cuando escuché una voz. Una voz débil. ¿Me estaba volviendo loco? Hice caso omiso y continué con mis ejercicios de relajación.
-¿Luís? ¿Eres tú, Luís?
No, no estaba loco, alguien me llamaba. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Saliendo de entre las rocas se perfiló una silueta.
-¿Luís?- volvió a preguntar.
-Sí, soy yo. ¿Y tú?
El tipo salió a la luz del atardecer, era Manuel.
-Eso creo- Bastian aminoró el paso para ponerse al nivel de Ashley. Cole, celoso como él sólo, corrió hasta ellos. Casi se descalabra entre las rocas-. Estamos en el pacifico, el imperio japonés dominaba estas tierras durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que es una buena hipótesis.
Miré al trío con gran curiosidad. En momentos teóricamente difíciles, aquellos dos tipejos intentaban marcar territorio para estar un rato con Ashley, la chica guapa del grupo. A mi me gustaba más mirarlo desde fuera pues me pegaba unas buenas dosis de risa.
Al llegar al riachuelo, decidí hacer autocrítica y reconocer que el equilibrio no era lo mío, con total seguridad me abriría la cabeza con alguna de las rocas resbaladizas. Así que decidí cruzar el arroyo caminando. Me dí cuenta que eso de calcular las profundidades del agua tampoco era mi fuerte pues el agua llegaba por la rodillas.
-¡Te vas a hundir, loco!- gritó Iñaki.
-Sí, como el crucero- Andrés fue el único que encontró la gracia al chiste. Después de todo, fue él quien lo dijo.
Seguimos bordeando el enorme acantilado sin perder de vista los riachuelos cercanos. Y así fue como, tras una hora de excursión, dimos con la playa donde desembarcaron los botes. El problema fue ver que allí no había nada, excepto tres botes abandonados en la orilla, uno hundiéndose mar adentro y dos más eran mecidos por la marea. No había rastro de ningún tipo de campamento.
-¿Tanto caminar para esto?- dijo Van Dijke, decepcionada. Sopló con fuerza y pateó la arena levantando una explosión de humo. Era una muchacha alta y espigada. Facciones suaves y media melena sobre los hombros. Una forma fácil de describirla sería la típica guiri que se pone gamba bajo el sol de nuestras playas. Más larga que un día sin pan, como diría mi padre, y muy delgada.
-Tranquila- Frings se encaminó hasta una de los botes-. Miremos en las embarcaciones y, si no hay nadie, cogemos comida, bebida o cualquier cosa de utilidad y volvemos a nuestro campamento.
Me acerqué con Iñaki y Andrés a uno de los botes atrancados entre las rocas. Nuestra sorpresa fue ver unas manchas de sangre por toda la proa del pequeño navío.
-¿Qué ha pasado aquí?- pregunté asustado.
Andrés deslizó sus dedos por encima de la sangre.
-Está seca- acto seguido entró en la embarcación-. Joder…
La voz queda de mi compañero me puso los pelos de punta.
-¿Qué pasa?- impaciente por la respuesta, decidí subir para verlo por mis propios ojos.
Nunca había visto tanta sangre en mi vida. El suelo estaba repleto y en las paredes se dibujaban manchas de manos y arañazos luchando por sobrevivir. Aquello me impresionó. El aire se hizo pesado y apenas podía coger una pequeña bocanada de oxigeno. Destapé el inhalador y me dí varios chutes seguidos.
-Sal fuera- me recomendó Andrés-. Que te dé el aire un rato, sal.
Me senté traumatizado en la arena. Cerré los ojos e intenté controlar la respiración. Fue entonces cuando escuché una voz. Una voz débil. ¿Me estaba volviendo loco? Hice caso omiso y continué con mis ejercicios de relajación.
-¿Luís? ¿Eres tú, Luís?
No, no estaba loco, alguien me llamaba. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Saliendo de entre las rocas se perfiló una silueta.
-¿Luís?- volvió a preguntar.
-Sí, soy yo. ¿Y tú?
El tipo salió a la luz del atardecer, era Manuel.
XXVII. Al caer la noche
Manuel volvió la vista atrás e hizo unas señas dirección a la gruta. Para mi sorpresa, Julia, la mujer de Manuel, mi vecino ruso en el crucero, Vólkov, y una docena de supervivientes salieron a la luz. Estaban algo pálidos, pero parecían estar enteros.
-¿Cómo estáis?- pregunté exaltado- ¿Qué demonios ha pasado aquí?
-Nos atacaron- respondió Manuel, que esperaba a su esposa- Ha ocurrido esta madrugada-. Contempló los botes dispersados por la playa y volvió la vista a mis ojos. El hombre parecía estar fuera de sí, sin dar crédito a lo ocurrido.
-¿Os atacaron?- repetí incrédulo-. ¿Quién?-. Por momentos me sentí como un policía en un interrogatorio.
-No lo sé- respondió Manuel, que besó a su mujer en la frente cuando nos alcanzó. El resto de supervivientes se acercaron a nosotros-. Ellos tampoco saben gran cosa.
-Estaba oscuro- dijo Julia-. Pero escuchábamos quejidos y gruñidos. Como si fuera una manada de lobos o ves a saber qué.
-No tocaron la comida- objetó Manuel.
-Se los llevaron a todos- intervino Vólkov-. Escuché gritos, gruñidos y golpes, muchos golpes, y salí corriendo. No se veía nada.
-Ahora entiendo tu cara manchada de sangre y la ropa- dije entre risa. El tipo debió pegarse un buen golpe.
-Debemos volver- interrumpió Joao, señalando al sol-. Está oscureciendo.
La luna ya había subido a su trono al tiempo que el sol se escondía tras las montañas. Había llegado la hora de volver al campamento base.
-No os separéis- dijo Bastian, a la cabeza del grupo, que se adentraba en el bosque. Una antorcha artesanal hacia las veces de faro para el resto de supervivientes. Miré hacía atrás y encontré la segunda antorcha a manos de Joao. Su fuego cerraba el equipo.
-Como no vaya con cuidado, Bastian quemará media isla- le dije a Iñaki.
-Si eso sirve para que nos vengan a buscar, cuenta conmigo. Seré el mejor pirómano del mundo.
-Pues lo tendré
-¡Callad!- ordenó Andrés, que estaba detrás de nosotros-. ¿Habéis escuchado eso?
Afiné el oído pero únicamente percibí el murmullo del agua, el cantar de los grillos y los crujidos de nuestros pasos. En pocas palabras, los mismos sonidos desde que empezamos a caminar hará una hora atrás.
-¿Oyes algo?- susurré a Iñaki. Éste negó con la cabeza.
-Echo de menos no tener una linterna a mano- gruñó Andrés-. Juraría que he escuchado unos gruñidos no muy lejos de aquí.
-La cabeza nos traiciona- respondí a mi compañero-. Cuando era pequeño tenía miedo a la oscuridad, así que siempre dormía con la luz del pasillo encendida. Miraba las sombras dibujadas en mi habitación y siempre encontraba alguna silueta humana, o creía escuchar ruidos raros.
-Tu estabas idiota perdido- observó Andrés.
-Gilipollas.
-Venga tío, no te enfades, era sólo una broma.
-Que te jodan- respondí cortante.
Caminamos en silencio desde el intercambio de palabras. No iba a consentir que un tipo que apenas conocía me insultara y se quedara tan pancho. Me sentó mal. La educación y el respeto ya no son lo que era. Habían perdido terreno delante de otras características típicas de la juventud actual como la fiesta, la irresponsabilidad y la completa pasividad.
Decidí no malgastar más mi tiempo pensando en esta gentuza vestida con tres tallas menos de ropa y me centré en la larga caminata. Caminar a oscuras por el bosque era toda una lección de habilidad. Un tropezón y te habrías la cabeza en dos. Fue entonces cuando, mirando el suelo en busca de un lugar seguro para poner el pie escuché un gruñido. Luego otro, y otro.
-¿Lo escucháis?- pregunté entre susurros.
-Alto y claro- respondieron mis compañeros.
Nervioso, eché mano de la mochila y busqué la pistola de bengalas. Cuando la cogí sentí un extraño placer y una falsa sensación de seguridad. Me llevé el artilugio a la cintura y seguí caminando con los ojos mirando hacia todas partes.
De nuevo los gruñidos. Un gruñido más intenso, otro más flojo, ahora un quejido.
-¡Vienen a buscarnos!- gritó Manuel-. ¡Ya están aquí!
Se me erizaron los pelos de la nuca y mi corazón se disparó. Presioné la pistola contra mi pecho y busqué en la oscuridad cualquier forma extraña.
-No hay nada- dijo Iñaki-. No te preocupes Manuel, de aquí no se va nadie.
-Son esos ruidos extraños, los que escuchamos a la madrugada. ¡Están aquí!
La fuerza de los gruñidos aumentó. Sonaban por todas partes. El viento se filtraba entre los árboles creando un silbido característico que a mi, personalmente, me ponía histérico. Escuché un intenso gruñido a escasos metros de mí. De pronto un olor putrefacto me golpeó la nariz y escuché los berridos de mi compañero de enfrente.
El grito de Cole apenas duró unos segundos antes de desaparecer en la oscuridad.
Levanté el brazo y tiré del gatillo. Una estela roja explotó en el cielo iluminando la zona. Un centenar de seres extraños nos había rodeado en mitad del bosque
XXVIII. Corre
-¿Qué son?-gritó Bastian, zarandeando la antorcha de lado a lado. Eso parecía mantener a ralla a aquellos extraños seres.
-¡No lo sé!- respondí-Parece que el fuego les asusta-. Hurgué en la mochila en busca de la segunda bengala cuando vi como cinco o seis de ellos se abalanzaban sobre Cole, ya herido.
-¿Qué le están haciendo?- Bastian quemó varias ramas y se las arrojó a esos bastados. De Cole sólo se veía una mano por encima de sus cazadores con movimientos espasmódicos. Cuando la llama tocó a los seres, gruñeron y retrocedieron a cuatro patas. De la comisura de sus labios pendían trozos de carne y finos hilos de sangre.
-¡Ayudadme, por Dios! ¡Quitadme a estos hijos de puta de encima!
-Creo que se lo están comiendo…- susurré a la vez que retrocedía varios pasos. Choqué con Andrés. Su mirada no se apartaba del estomago mordisqueado de Cole. El pobre tipo murió segundos más tarde, justo cuando aquellos seres reanudaron su cena.
-Están demasiado cerca- nos alarmó Julia- ¡Tenemos que salir de aquí como sea!
El sudor me entraba en los ojos, entre insultos y a regañadientes conseguí cargar el lanza bengalas.
-Cuidado- alarmé a mis compañeros-. Esto puede llegar a ser desagradable.
Apreté el gatillo como si la vida me fuera en ello, la estela apenas fue un destello de luz roja antes de incrustarse en la cabeza de uno de aquellos bichos. La explosión fue más grande de lo esperado.
-¡Que asco!- gritaron al unísono, al tiempo que caían trozos de carne asada del cielo.
-¿Cuántos han explotado?- me preguntó Joao.
El grupo de seres extrañó se descompuso, cada uno de ellos gritaba y gemía caminando en todas direcciones. Ahora o nunca.
-¡No lo sé, sólo corre!
¡A cuidarse!
Re: Ligeramente Muertos
XXIX. Luz Roja
No recuerdo haber corrido tanto desde que hacía educación física en el colegio. Y eso que mis padres me decían que no podía hacer ejercicio, que mis bronquios no estaban para muchas fiestas. Así pues, aquella cantinela la apliqué cuando acabé la vida estudiantil y dejé de hacer cualquier tipo de ejercicio. No fue una buena idea.
-No podemos seguir a este ritmo- se quejó Manuel. Sus jadeos cortaban las palabras-. Yo y mi mujer ya no estamos para estos trotes.
-Vamos, sólo un poco más- les animé.
La pareja dejó de correr.
-Somos… somos una carga para el grupo, seguid sin nosotros- Manuel respiraba a marchas forzadas. Pensé que en cualquier momento escupiría los pulmones-. Os alcanzaremos al llegar al campamento.
-Tonterías- respondió Andrés. El grandullón fue en busca de Manuel-. Suba a mi espalda. Yo le llevo hasta el campamento.
-¿Está loco?
-Se acercan- alarmó Bastian, al final del grupo-. Sus gruñidos vuelven a escucharse.
-Iñaki, tú coge a Julia- ordenó Andrés-. Venga, no tenemos tiempo Manuel, a caballito.
-Siento ser una carga- dijo al fin el tipo. Resignado, subió a la espalda de Andrés, que inclinó la espalda para mantener bien el equilibro. Los brazos de Manuel rodearon el cuello del grandullón-. No aprietes demasiado- comentó el tipo.
-Listo- informó Iñaki, que llevaba a Julia a caballito.
-Vamos- dijo Joao- Hace tiempo que no escucho el rumor del riachuelo, debemos estar cerca del campamento.
-¿Alguien ha visto a Ashley?- preguntó Carla preocupada.
-¿Y a Frings?
-Estoy aquí, hermanito- respondió. Sus espaldas subían y bajaban con rapidez. Desde mi posición podía escuchar sus jadeos.
-Creo que Ashley no está con nosotros desde que nos atacaron- respondió la muchacha holandesa, cuyo nombre no recordaba.
-No podemos hacer nada- dije, aquello sonó bastante borde-. No debemos volver…
Una estela roja se irguió hasta el cielo seguido de una explosión de luz.
-Wingman- dijo Manuel-. ¡El campamento!
-¡Corred!- gritó Bastian-. Esos cabrones ya nos pisan los talones.
La bengala reveló la posición de aquellos extraños seres. Formaban una media luna enorme y se acercaban a nosotros con pasos lentos y torpes. Seguían gruñendo como de costumbre. Algunos tropezaban y, sin aparentes reflejos, caían de morros al suelo sin decir palabra. Eran tipos raros.
Con aquella luz rojiza, reanudamos la marcha.
XXX. Sangre en la arena
Da igual donde estés, siempre buscas un punto de partida. Un lugar donde levantar tu cuartel general y pasar la noche. El problema viene cuando no esperas que tu hogar temporal desaparezca de la noche a la mañana. Cuando vuelves a casa después de un duro día y descubres que no hay nada.
-¿Esto es algún tipo de broma cruel, no?- dijo Joao-. Venga chicos, salid del escondite.
Basta de bromas.
La playa estaba desierta. No había rastro de los supervivientes pero las lanchas seguían en el mismo lugar. Parecían intactas.
-Estarán durmiendo dentro de las barcazas- sugirió Julia, bajándose de las espaldas de Iñaki.
-Luís, ven conmigo- Joao me hizo un gesto con la cabeza. El tipo, antorcha en mano, se encaminó hacia el transporte más cercano cuando tropezó y cayó al suelo.
-Que torpe...oye Bastian, déjame la antorcha- solicité.
-¿Pero qué dices? Es lo único que nos mantiene con vida si esos bichos…
-¡Me están mordiendo!- berreó Joao. El tipo estiró su cuerpo al máximo para agarrar la antorcha y se la acercó a los pies. Una silueta sin piernas se retorció en la arena entre gemidos al tiempo que soltaba el pie derecho del muchacho portugués.
-¡Hijo de puta!- Joao se puso en pie y de una estocada clavó la antorcha en la espalda del monstruo-. ¡Me ha mordisqueado el jodido tobillo!
-¡Aguanta!- gritó Bastian. El germano salió corriendo hacia su compañero.
-¡No vayas, idiota!- le dijo Frings, pero su hermano ya había llegado a la altura del herido.
-¿Qué son?- preguntó Julia, con asco.
-Creo que la pregunta correcta es: ¿Quiénes son?- respondí.
-No te entiendo.
-¿Míralos bien, no te suenan sus ropas? Todos llevan chalecos salvavidas.
-Es verdad- respondió Iñaki, perplejo.
-¿Se han vuelto locos?- Julia me miró sin entender nada cuando escuchamos unos gemidos no muy lejos de nosotros.
-Esto no me gusta. Vayamos con ellos- señalé a Joao y a Bastian-. A prisa, antes de que sea demasiado tarde.
-Tengo una idea- Andrés se separó del grupo.
-¿Pero qué haces?
-No tenemos luz- gritó- pero las luces de las lanchas se activan cuando tocan el agua.
Yo e Iñaki cargamos con Joao a la vez que Bastian alumbraba el camino.
-Hay que llevarlo a la lancha- me dijo Iñaki.
-Mirad- Carla señaló la entrada de la jungla. Los primeros seres comenzaban a llegar a la playa-. ¡Rápido!
-¡Andrés! ¿Dónde estás?
Un intenso haz de luz respondió a mi pregunta.
-Fantástico, volveremos al agua- ironicé.
-Espero que estos cabrones no sepan nadar- comentó Iñaki.
XXXI. Cena bajo las estrellas
No recuerdo la última vez que cené a la luz de las estrellas, pero podría aventurar que fue en alguna terraza concurrida de mi ciudad. Sí, lo sé, soy muy romántico. Nunca me gustó el mantelito a cuadros sobre la hierba con el picnic en una cesta de mimbre al lado de una bella muchacha. Nah, demasiado americano para mi. Claro que, puestos a elegir, ahora mismo me quedaría con el cliché de película romanticota.
Iñaki me golpeó en las costillas con el codo. Casi me ahogo.
-Oye, que tenemos que beber todos- abroncó, quitándome la botella de agua de las manos.
-Te… tenemos más… en las otras…lanchas- respondí entre fuertes toses. Incluso de mis ojos brotaban lágrimas-. También tenemos el riachuelo al lado del búnker.
-Ya estoy corriendo, no te fastidia.
Carla y Manuel soltaron una carcajada.
-¿Cuántos somos?- preguntó Bastian, tableta de chocolate en mano-. 1, 2, 3… 5… 9-. El germano dividió la cena a partes iguales. Cogió unas galletas que había dentro del paquete de raciones de emergencia e hizo lo mismo. Esta vez, pero, guardó la mitad para mañana.
Aquello era nuestra cena, galletas secas y chocolate. No era un lujo, pero dadas las circunstancias, no podíamos pedir mucho más. Claro que lo mejor de la cena eran las vistas. Cientos de seres extraños apelotonados en la orilla de la playa, con sus quejidos horripilantes y de movimientos torpes y lentos. El foco de luz de la lancha golpeaba de pleno sobre aquellos seres, que ni tan siquiera respondían a la luz directa. Yo me quedaría ciego en cuestión de segundos.
-Son gente rara- dijo Joao, inspeccionando el vendaje que protegía la herida de la pierna. Julia, en sus años mozos, había trabajado de enfermera y no tuvo problemas en hacer un torniquete con un cinturón y limpiar la herida con un kit de primeros auxilios-. Nunca había estado en una isla con tribus carnívoras. Me da repelús.
-Pues para ser tribus son un poco idiotas- agregó Carla, tras tragar un cacho de galleta- Míralos bien, están allí parados y el haciendo el tonto.
-Puede que les asuste el agua- tan pronto como dije aquella frase me arrepentí de hacerlo. A veces, calladito estoy más mono.
-¿De qué habláis?- me preguntó Frings. Los hermanos germanos, Volkov, que no hablaba nunca, y la chica holandesa no entendían nada de la conversación. Rápidamente les hice un pequeño resumen.
-Ah… esos tipos parecen estar muertos. Huelen fatal- dijo Van Dijke, sacando la lengua y arrugando la frente. La cara de asco de la muchacha no tenía precio.
Durante unos segundos sólo se escuchó el continuo oleaje del mar. Nadie quiso opinar sobre la frase de Van Dijke cuando la traduje.
-Lo mejor de todo es que no son tribus carnívoras, tampoco están muertos- dijo Andrés con voz queda- Técnicamente tampoco están vivos… -el tipo hizo un silencio incomodo- digamos que están ligeramente muertos. Son zombis.
-¡¿Zombis?!- repitió todo el grupo al unísono. Aquello era una palabra común en todos los idiomas.
-Pero eso son sólo películas- dijo Carla- No nos asustes, burro.
-Míralos, mira sus ropas. Mírales las caras, bueno, lo que les queda de cara, y encontraras a gente que conociste en el barco- explicó preocupado.
-¿Por eso todos llevan chaleco salvavidas, no?- pregunté. Tenía miedo a la respuesta. De hecho, en aquel momento tenía todos los pelos del cuerpo erizados. Flotando cerca de la orilla de la playa, pasando hambre y frío. Quizás el cansancio nos hacía delirar. Quizás nada de aquello era real.
-Seguro que habéis visto películas de Romero, la noche de los muertos vivientes, por decir una. Joder, se comportan igual- dijo Andrés.
-¿Te basas en películas?- Manuel lo miró inquisitivamente. Pensé que el viejo iba a tirar por la borda al musculitos-. Claro, como has visto tantas películas ya eres un doctorado, ¿no? ¿Crees que hay tribus haciendo vudú para convertir a los supervivientes del crucero en zombis o zombies, o como puñetas se diga?- La vena del cuello estaba tan hinchada que me extrañó que al tipo no le diera un tabardillo-. Estamos perdidos en una jodida isla del pacifico, casi no podemos comer, ya no digamos dormir, y mucho menos descansar. ¡A saber si alguien nos viene a buscar, y a ti, pedazo de imbécil, no se te ocurre otra genial idea que decir que somos la puta cena de unos supuestos zombies!
-¡Eh, abuelo! Que yo estoy tan asustado como tú. Sólo digo que están deformes, que les faltan trozos de carne y se mantienen en pie. Que no hablan, mucho menos piensa y se tambalean cada vez que andan. Joder, hasta mi abuela con tacataca anda más rápido. Yo sólo digo lo que creo.
-Joder, ¿Estamos en pleno siglo XXI y sólo piensas en zombies?- intervine ante la mirada del grupo que, con los ojos como platos miraban a los dos ogros que gritaban como descosidos y volvían la vista a los seres extraños de la orilla del mar.
-Pensad lo que queráis, para mi esos tipos son muertos vivientes. Y nosotros somos su cena.
¡Que vaya bien!
No recuerdo haber corrido tanto desde que hacía educación física en el colegio. Y eso que mis padres me decían que no podía hacer ejercicio, que mis bronquios no estaban para muchas fiestas. Así pues, aquella cantinela la apliqué cuando acabé la vida estudiantil y dejé de hacer cualquier tipo de ejercicio. No fue una buena idea.
-No podemos seguir a este ritmo- se quejó Manuel. Sus jadeos cortaban las palabras-. Yo y mi mujer ya no estamos para estos trotes.
-Vamos, sólo un poco más- les animé.
La pareja dejó de correr.
-Somos… somos una carga para el grupo, seguid sin nosotros- Manuel respiraba a marchas forzadas. Pensé que en cualquier momento escupiría los pulmones-. Os alcanzaremos al llegar al campamento.
-Tonterías- respondió Andrés. El grandullón fue en busca de Manuel-. Suba a mi espalda. Yo le llevo hasta el campamento.
-¿Está loco?
-Se acercan- alarmó Bastian, al final del grupo-. Sus gruñidos vuelven a escucharse.
-Iñaki, tú coge a Julia- ordenó Andrés-. Venga, no tenemos tiempo Manuel, a caballito.
-Siento ser una carga- dijo al fin el tipo. Resignado, subió a la espalda de Andrés, que inclinó la espalda para mantener bien el equilibro. Los brazos de Manuel rodearon el cuello del grandullón-. No aprietes demasiado- comentó el tipo.
-Listo- informó Iñaki, que llevaba a Julia a caballito.
-Vamos- dijo Joao- Hace tiempo que no escucho el rumor del riachuelo, debemos estar cerca del campamento.
-¿Alguien ha visto a Ashley?- preguntó Carla preocupada.
-¿Y a Frings?
-Estoy aquí, hermanito- respondió. Sus espaldas subían y bajaban con rapidez. Desde mi posición podía escuchar sus jadeos.
-Creo que Ashley no está con nosotros desde que nos atacaron- respondió la muchacha holandesa, cuyo nombre no recordaba.
-No podemos hacer nada- dije, aquello sonó bastante borde-. No debemos volver…
Una estela roja se irguió hasta el cielo seguido de una explosión de luz.
-Wingman- dijo Manuel-. ¡El campamento!
-¡Corred!- gritó Bastian-. Esos cabrones ya nos pisan los talones.
La bengala reveló la posición de aquellos extraños seres. Formaban una media luna enorme y se acercaban a nosotros con pasos lentos y torpes. Seguían gruñendo como de costumbre. Algunos tropezaban y, sin aparentes reflejos, caían de morros al suelo sin decir palabra. Eran tipos raros.
Con aquella luz rojiza, reanudamos la marcha.
XXX. Sangre en la arena
Da igual donde estés, siempre buscas un punto de partida. Un lugar donde levantar tu cuartel general y pasar la noche. El problema viene cuando no esperas que tu hogar temporal desaparezca de la noche a la mañana. Cuando vuelves a casa después de un duro día y descubres que no hay nada.
-¿Esto es algún tipo de broma cruel, no?- dijo Joao-. Venga chicos, salid del escondite.
Basta de bromas.
La playa estaba desierta. No había rastro de los supervivientes pero las lanchas seguían en el mismo lugar. Parecían intactas.
-Estarán durmiendo dentro de las barcazas- sugirió Julia, bajándose de las espaldas de Iñaki.
-Luís, ven conmigo- Joao me hizo un gesto con la cabeza. El tipo, antorcha en mano, se encaminó hacia el transporte más cercano cuando tropezó y cayó al suelo.
-Que torpe...oye Bastian, déjame la antorcha- solicité.
-¿Pero qué dices? Es lo único que nos mantiene con vida si esos bichos…
-¡Me están mordiendo!- berreó Joao. El tipo estiró su cuerpo al máximo para agarrar la antorcha y se la acercó a los pies. Una silueta sin piernas se retorció en la arena entre gemidos al tiempo que soltaba el pie derecho del muchacho portugués.
-¡Hijo de puta!- Joao se puso en pie y de una estocada clavó la antorcha en la espalda del monstruo-. ¡Me ha mordisqueado el jodido tobillo!
-¡Aguanta!- gritó Bastian. El germano salió corriendo hacia su compañero.
-¡No vayas, idiota!- le dijo Frings, pero su hermano ya había llegado a la altura del herido.
-¿Qué son?- preguntó Julia, con asco.
-Creo que la pregunta correcta es: ¿Quiénes son?- respondí.
-No te entiendo.
-¿Míralos bien, no te suenan sus ropas? Todos llevan chalecos salvavidas.
-Es verdad- respondió Iñaki, perplejo.
-¿Se han vuelto locos?- Julia me miró sin entender nada cuando escuchamos unos gemidos no muy lejos de nosotros.
-Esto no me gusta. Vayamos con ellos- señalé a Joao y a Bastian-. A prisa, antes de que sea demasiado tarde.
-Tengo una idea- Andrés se separó del grupo.
-¿Pero qué haces?
-No tenemos luz- gritó- pero las luces de las lanchas se activan cuando tocan el agua.
Yo e Iñaki cargamos con Joao a la vez que Bastian alumbraba el camino.
-Hay que llevarlo a la lancha- me dijo Iñaki.
-Mirad- Carla señaló la entrada de la jungla. Los primeros seres comenzaban a llegar a la playa-. ¡Rápido!
-¡Andrés! ¿Dónde estás?
Un intenso haz de luz respondió a mi pregunta.
-Fantástico, volveremos al agua- ironicé.
-Espero que estos cabrones no sepan nadar- comentó Iñaki.
XXXI. Cena bajo las estrellas
No recuerdo la última vez que cené a la luz de las estrellas, pero podría aventurar que fue en alguna terraza concurrida de mi ciudad. Sí, lo sé, soy muy romántico. Nunca me gustó el mantelito a cuadros sobre la hierba con el picnic en una cesta de mimbre al lado de una bella muchacha. Nah, demasiado americano para mi. Claro que, puestos a elegir, ahora mismo me quedaría con el cliché de película romanticota.
Iñaki me golpeó en las costillas con el codo. Casi me ahogo.
-Oye, que tenemos que beber todos- abroncó, quitándome la botella de agua de las manos.
-Te… tenemos más… en las otras…lanchas- respondí entre fuertes toses. Incluso de mis ojos brotaban lágrimas-. También tenemos el riachuelo al lado del búnker.
-Ya estoy corriendo, no te fastidia.
Carla y Manuel soltaron una carcajada.
-¿Cuántos somos?- preguntó Bastian, tableta de chocolate en mano-. 1, 2, 3… 5… 9-. El germano dividió la cena a partes iguales. Cogió unas galletas que había dentro del paquete de raciones de emergencia e hizo lo mismo. Esta vez, pero, guardó la mitad para mañana.
Aquello era nuestra cena, galletas secas y chocolate. No era un lujo, pero dadas las circunstancias, no podíamos pedir mucho más. Claro que lo mejor de la cena eran las vistas. Cientos de seres extraños apelotonados en la orilla de la playa, con sus quejidos horripilantes y de movimientos torpes y lentos. El foco de luz de la lancha golpeaba de pleno sobre aquellos seres, que ni tan siquiera respondían a la luz directa. Yo me quedaría ciego en cuestión de segundos.
-Son gente rara- dijo Joao, inspeccionando el vendaje que protegía la herida de la pierna. Julia, en sus años mozos, había trabajado de enfermera y no tuvo problemas en hacer un torniquete con un cinturón y limpiar la herida con un kit de primeros auxilios-. Nunca había estado en una isla con tribus carnívoras. Me da repelús.
-Pues para ser tribus son un poco idiotas- agregó Carla, tras tragar un cacho de galleta- Míralos bien, están allí parados y el haciendo el tonto.
-Puede que les asuste el agua- tan pronto como dije aquella frase me arrepentí de hacerlo. A veces, calladito estoy más mono.
-¿De qué habláis?- me preguntó Frings. Los hermanos germanos, Volkov, que no hablaba nunca, y la chica holandesa no entendían nada de la conversación. Rápidamente les hice un pequeño resumen.
-Ah… esos tipos parecen estar muertos. Huelen fatal- dijo Van Dijke, sacando la lengua y arrugando la frente. La cara de asco de la muchacha no tenía precio.
Durante unos segundos sólo se escuchó el continuo oleaje del mar. Nadie quiso opinar sobre la frase de Van Dijke cuando la traduje.
-Lo mejor de todo es que no son tribus carnívoras, tampoco están muertos- dijo Andrés con voz queda- Técnicamente tampoco están vivos… -el tipo hizo un silencio incomodo- digamos que están ligeramente muertos. Son zombis.
-¡¿Zombis?!- repitió todo el grupo al unísono. Aquello era una palabra común en todos los idiomas.
-Pero eso son sólo películas- dijo Carla- No nos asustes, burro.
-Míralos, mira sus ropas. Mírales las caras, bueno, lo que les queda de cara, y encontraras a gente que conociste en el barco- explicó preocupado.
-¿Por eso todos llevan chaleco salvavidas, no?- pregunté. Tenía miedo a la respuesta. De hecho, en aquel momento tenía todos los pelos del cuerpo erizados. Flotando cerca de la orilla de la playa, pasando hambre y frío. Quizás el cansancio nos hacía delirar. Quizás nada de aquello era real.
-Seguro que habéis visto películas de Romero, la noche de los muertos vivientes, por decir una. Joder, se comportan igual- dijo Andrés.
-¿Te basas en películas?- Manuel lo miró inquisitivamente. Pensé que el viejo iba a tirar por la borda al musculitos-. Claro, como has visto tantas películas ya eres un doctorado, ¿no? ¿Crees que hay tribus haciendo vudú para convertir a los supervivientes del crucero en zombis o zombies, o como puñetas se diga?- La vena del cuello estaba tan hinchada que me extrañó que al tipo no le diera un tabardillo-. Estamos perdidos en una jodida isla del pacifico, casi no podemos comer, ya no digamos dormir, y mucho menos descansar. ¡A saber si alguien nos viene a buscar, y a ti, pedazo de imbécil, no se te ocurre otra genial idea que decir que somos la puta cena de unos supuestos zombies!
-¡Eh, abuelo! Que yo estoy tan asustado como tú. Sólo digo que están deformes, que les faltan trozos de carne y se mantienen en pie. Que no hablan, mucho menos piensa y se tambalean cada vez que andan. Joder, hasta mi abuela con tacataca anda más rápido. Yo sólo digo lo que creo.
-Joder, ¿Estamos en pleno siglo XXI y sólo piensas en zombies?- intervine ante la mirada del grupo que, con los ojos como platos miraban a los dos ogros que gritaban como descosidos y volvían la vista a los seres extraños de la orilla del mar.
-Pensad lo que queráis, para mi esos tipos son muertos vivientes. Y nosotros somos su cena.
¡Que vaya bien!
Capitulos, 32, 33, y 34
XXXII. Tempestad
Desde pequeño he ido escuchando que, por norma general, la primera idea que te viene a la cabeza suele ser la más acertada. Cuando estudié inglés corroboré la pequeña regla casera. En otras palabras: nunca de los jamases cambies la primera respuesta que te viene a la cabeza para resolver el ejercicio, pues me atrevería a decir que el noventa por ciento de las veces la respuesta es correcta.
Por desgracia esto no es aplicable a todo, como otra gran regla casera en inglés: si suena mal, seguro que está mal. Pero como iba diciendo, no siempre la primera idea es la correcta….si no que se lo pregunten a Andrés.
Creo que se metió tanta mierda en el cuerpo para tener esos músculos, muchos de los cuales yo ni sabía que existían, que la sangre no le llega bien al cerebro. ¿Zombies? ¡Por el amor de Dios, que cosa más sórdida!
Refunfuñé adormilado cuando algo frío y húmedo impactó en mi cara, cerca de la nariz y descendió con lentitud hacía los labios. Los relamí inconscientemente cuando en la frente noté otro impacto, y luego otro, y otro. Abrí los ojos con lentitud, medio atontado, y observé finas estelas brillantes ante un cielo oscuro. Entonces una intensa luz iluminó las nubes y segundos más tarde la lancha tembló ante el tremendo estruendo. Empezaba a llover.
Intenté levantarme pero las cervicales me crujieron con tanta fuerza que me quedé plegado allí mismo, como un abuelo, gimoteando y maldiciendo por dormir en poses tan grotescas.
Volkov ya estaba despierto, podía escuchar sus arcadas desde la otra punta del bote. Carla y Van Dijke se despertaron con el trueno. Manuel e Iñaki no tenían pinta de haber dormido en días, sus ojeras llegaban hasta el suelo. Frings y Bastian hacían guardia en la punta del transporte. Joao seguía durmiendo, a su lado, Julia cabeceaba a causa del cansancio.
-Eh, Iñaki- zarandeé a mi compañero que roncaba profundamente- Despierta, está lloviendo. Venga, arriba. Despierta- El tipo gruñó y me dio la espalda-. Joder, parezco tu madre ¡levántate!-. Adormilado, Iñaki hizo un gesto con la mano para que lo dejara en paz.
Andrés se me acercó, sorteando al resto de supervivientes con bastante torpeza.
-Eh, tío- me dijo- siento aquello que te dije hará un par de días, o ayer… o bah, no sé cuando pasó, desde que estamos aquí he perdido la noción del tiempo-. El grandullón parecía arrepentido. Si más no, su voz era apagada y triste-. No quise ofenderte.
En aquél momento, escuché un pitido breve. No le dí importancia.
-Ya tenemos suficientes problemas para salir vivos de aquí, si es que salimos. Así que de aquello ya ni me acuerdo- el tipo esbozó una sonrisa y acto seguido me tendió la mano-. Sin rencor- dije.
-Sin rencor- repitió.
-Siento cortar este momento tan tierno- se burló Frings-. Pero debemos regresar a tierra o la marea nos engullirá. El agua está brava.
-¿Ahora que le pica al Tercer Reich?- me preguntó Andrés.
A duras penas conseguir contener la risa pero cuando miré las olas que se acercaban por el horizonte las ganas de juerga se me pasaron de golpe.
-Debemos volver a tierra firme.
-Esos cabrones siguen allí de pie. Seguimos siendo su cena.
-Andrés, déjate de gilipolleces y olvida a esos pobres desnutridos. Tenemos que salvarnos el pellejo.
-¿Y si bordeamos la jungla?- interrumpió Manuel-. Podemos ir por donde desembarcaron Julia y el resto.
-Eso estará infestado de zombies.
-Que pesado que eres con esa mierda- dijo Manuel con desdén.
-No podemos hacer otra cosa- opinó Iñaki entre bostezos.
-Mira, se ha despertado la bella durmiente- dije.
Andrés barrió con la mirada a Manuel. Tras unos segundos, soltó una risita burlona y negó con la cabeza.
-Hay más gente en el bote- gritó Carla-. Nuestras vidas no dependen de vuestras ideas.
-¿Qué propones?- pregunté.
-Votaciones.
De nuevo escuché un breve pitido. El sonido me resultaba familiar. El teléfono móvil. Saqué el aparato del bolsillo. El icono de la batería parpadeaba en la esquina superior derecha. En el lado opuesto, un dibujito de una antena tachada me indicaba que no había cobertura. Eran las cuatro menos diez de la madrugada. El móvil volvió a pitar antes de apagarse.
XXXIII. Volviendo a tierra firme
Creo que nosotros, los humanos, nunca escarmentamos. Siempre tropezamos dos veces con la misma piedra, o incluso más. De hecho, no descarto que tropecemos a propósito. Recuerdo una antigua anécdota de cuando yo iba al colegio y comenzamos una nueva asignatura: Tecnología. El trabajo final era hacer una pequeña casa de madera con un simple pero vistoso circuito eléctrico que añadía un toque de luz a la maqueta. La energía salía de aquellas grandes pilas de petaca agarradas a la madera con cinta aislante. Me acuerdo de la curiosidad de un colega que no dudó en plantar un lametazo en los polos de la pila. La descarga fue más que digna, y las muecas del tipo un poema. Pero no contento con ello, el chaval repitió la escena ante la atónita mirada del profesor.
Nosotros, los compañeros, nos meábamos de risa.
Aquello fue lo que me aseguró que los seres humanos podíamos tropezar muchas veces con la misma piedra.
El cielo se partió en dos antes de iluminarse por completo. Empapados, remábamos con fuerza bajo la cortina de agua. Primero a contramarea, luego a favor. El bote se agitaba como un sonajero en manos de un bebé. Sólo que éste no vomitaba.
-¡Cambio! –gritó Frings. El tipo abandonó el puesto de remo entre fuertes temblores. Andrés entró en su lugar. A su lado, Bastian trataba de mantener el ritmo.
Las votaciones dieron como resultado volver a tierra firme, pasado la medialuna de arena que había en la zona donde desembarcamos.
-¡Un poco más! – gritaba Manuel, que remaba con las manos desnudas. Tras él, yo hacía lo mismo.
-¡Cambio!- el tipo germano abandonó el puesto y entro Volkov. Las fuerzas renovadas del ruso y del grandullón aumentaron parcialmente la velocidad de navegación. Pero por desgracia, el aire giró y comenzó a soplar en nuestra contra.
-¡No avanzamos!- gritó Andrés.
-¡Tú rema!- espoleamos los españoles.
Los remos crujían al ser llevados al límite. El bote saltaba en las crestas de las olas para caer en picado momentos más tarde. El vaivén era tan duro como el de una montaña rusa. Y yo las odiaba.
Me dolía el brazo derecho, notaba un hormigueó que me iba desde mano hasta el pectoral. Era un dolor agudo, pero por desgracia, después de tanto rato remando, ya comenzaba a ser algo habitual pero no por ello menos molesto. Con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia distinguí las siluetas de la vegetación de la jungla que cada vez se metía más tierra adentro. Otro rayo iluminó la noche el tiempo suficiente para ver de nuevo la playa. Apenas quedaban quince o veinte metros.
-¡Tierra a la vista!- vociferó Van Dijke. La muchacha estaba en la proa del bote, junto a la luz.
A todos se nos iluminó la cara.
La orilla estaba limpia. No había rastro de aquellos bichos. La playa hacía forma de U, rodeada por espigadas formaciones rocosas y la frondosa jungla. En el horizonte, se dibujaban las formas montañosas de la isla. Levantamos a Joao con cuidado y lo sentamos en la arena, cerca de un árbol donde apoyar la espalda.
-Tiene fiebre- informó Julia, tocando la frente del herido-. Tenemos que secarlo o empeorará.
El cielo se volvió a iluminar, momentos más tarde otro trueno estalló.
-¿Cómo?- pregunté-. Estamos todos mojados-. Me fijé en el vendaje del tobillo. Seguía rezumando sangre. La mujer quitó las gasas, apretó de nuevo el cinturón por encima de del bocado y, arrancó la manga raída de su camiseta para envolver la herida. El tipo gimió de dolor.
-Lo siento- Julia se limpió la nariz con el reverso de la mano-. Esto es todo lo que puedo hacer hasta ahora.
-Ya has hecho mucho- le dije.
Manuel se acercó a su mujer y la abrazó.
-Lo estas haciendo muy bien, no te preocupes. El muchacho se recuperará.
Giré la cabeza y vi a Volkov y a Bastian atando la cuerda del bote a un árbol. El transporte se mecía con brusquedad sobre la mar espumosa.
XXXIV. Oscuridad
Cuando éramos pequeños nos contaban historias para ir pronto a la cama: que si el hombre del saco, el coco, el monstruo del armario o el tipo raro que se escondía debajo de la cama. Todos ellos tenían una cosa en común: eran mentira. Pero partiendo de esta pequeña base de monstruos nocturnos encontramos el foco de todos los problemas: La oscuridad. Simple y llanamente, la ausencia total de luz. Seamos sinceros, ¿quién no ha tenido miedo en la cama, bien tapadito, mirando en la absoluta oscuridad y aun así imaginar sombras y siluetas? Y ni hablar de sonidos extraños. Nuestra mente es perversa, y tememos a lo desconocido. La oscuridad no es ficticia, está ante nosotros cada día, y aunque la miremos de frente, no sabemos por donde nos puede atacar.
Estornudé hasta cuatro veces seguidas, creí que la última vez me saltarían los ojos pero por fortuna no fue así. Me limpié la mucosidad de la nariz con el reverso de la mano y miré al cielo tormentoso con aire de resignación. El muy estaba plagado de nubarrones que seguían descargando una intensa cortina de agua.
-Aquí no es donde desembarcamos- dijo Julia. Miró a su marido y luego dejó a Joao apoyado en las faldas de un enorme risco, cobijado a duras penas de la lluvia-. Esto parece un callejón sin salida.
-No vemos nada- concretó Manuel, acariciándose el estomago.
-Preguntaré a Volkov si tenemos alguna linterna, pero juraría que se quedaron en otro bote. Por cierto- dije, antes de partir- ya queda poco para comer.
Manuel asintió con una sonrisa. Bueno, a decir verdad, parecía más una risa cansada y forzada que otra cosa. Totalmente normal después de los días que llevamos aquí perdidos. ¿Han pasado ya cuatro noches? Cinco tal vez…
-Eh, Luís, me estoy congelando- Carla interrumpió mis pensamientos. Al girar la cabeza hacía la derecha vi a la joven de brazos cruzados, con el cuello metido entre los hombros y tiritando. El cielo se iluminó con brusquedad y acto seguido un trueno hizo retumbar la isla.
-Lo sé, chica-me despegué la ropa que tenía enganchada al cuerpo por culpa de la lluvia- Estamos todos igual. Pillaremos un buen catarro.
-Ahora mismo, eso es lo de menos. Iñaki y Andrés se han ido con la moza holandesa y Firngs en busca de alguna cueva o gruta en esas montañas de allí.
La zona hacía forma de U invertida. La obertura era la orilla del mar y estábamos rodeados por espesa jungla y empinados riscos. De hecho, nuestra única vista más allá de nosotros era el océano.
-¿Te acuerdas de las linternas?
La mujer negó con la cabeza.
-Lo ultimo que recuerdo es al capitán Wingman y sus secuaces cogiendo unas linternas para ir a examinar el otro lado de la maldita isla.
-Wingman… -dije con voz queda- ya no me acordaba. ¿Qué habrá sido de él y el resto de turistas?
-No lo sé, pero éramos más de dos mil personas y todas han desaparecido del mapa.
-Es tan surrealista… se habrán adentrado en la jungla, estarán como nosotros, o ves a saber, quizás peor.
Julia no respondió. Sus dientes seguían castañeando rítmicamente cuando Volkov y Bastian se cruzaron en nuestro camino.
-¿Linternas?-pregunté.
-Nada. La única luz que tenemos es la del bote cuando toca el agua- respondió Bastian, cargado con varias bolsas de plástico-. Es la comida y kit de primeros auxilios- dijo levantándolas.
-Vamos listos- dijo Carla, volviendo tras sus pasos negando con la cabeza.
Me acerqué a inspeccionar el bote, no por desconfianza, sino en busca de un poco de inspiración. Quien sabe, puede que encuentre algo y se me ocurra alguna idea. Volví a estornudar. Aparté bolsas rotas, hurgué entre chalecos salvavidas para encontrar unas gafas de sol, una pulsera de plástico trenzado de color negro, un Ventolín y un mechero rosa.
-¡Coño, esto es mío!- cogí el Ventolín y me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón con una gran sonrisa-. Y se hizo la luz- dije en voz alta cuando accioné el mechero. No hubo llama. Mi gozo en un pozo-. Mierda-. Volví a intentarlo sin éxito. Zarandeé el objeto cerca de la oreja. Tenía gas-. Puede que sirva para algo después de todo.
De camino al grupo, cabizbajo, mirando como mis pies se hundían en la arena y la lluvia masajeaba la nuca escuché un grito. Arranqué a correr con miedo a estamparme de morros con alguien o algo.
¡Gracias por la lectura!
Desde pequeño he ido escuchando que, por norma general, la primera idea que te viene a la cabeza suele ser la más acertada. Cuando estudié inglés corroboré la pequeña regla casera. En otras palabras: nunca de los jamases cambies la primera respuesta que te viene a la cabeza para resolver el ejercicio, pues me atrevería a decir que el noventa por ciento de las veces la respuesta es correcta.
Por desgracia esto no es aplicable a todo, como otra gran regla casera en inglés: si suena mal, seguro que está mal. Pero como iba diciendo, no siempre la primera idea es la correcta….si no que se lo pregunten a Andrés.
Creo que se metió tanta mierda en el cuerpo para tener esos músculos, muchos de los cuales yo ni sabía que existían, que la sangre no le llega bien al cerebro. ¿Zombies? ¡Por el amor de Dios, que cosa más sórdida!
Refunfuñé adormilado cuando algo frío y húmedo impactó en mi cara, cerca de la nariz y descendió con lentitud hacía los labios. Los relamí inconscientemente cuando en la frente noté otro impacto, y luego otro, y otro. Abrí los ojos con lentitud, medio atontado, y observé finas estelas brillantes ante un cielo oscuro. Entonces una intensa luz iluminó las nubes y segundos más tarde la lancha tembló ante el tremendo estruendo. Empezaba a llover.
Intenté levantarme pero las cervicales me crujieron con tanta fuerza que me quedé plegado allí mismo, como un abuelo, gimoteando y maldiciendo por dormir en poses tan grotescas.
Volkov ya estaba despierto, podía escuchar sus arcadas desde la otra punta del bote. Carla y Van Dijke se despertaron con el trueno. Manuel e Iñaki no tenían pinta de haber dormido en días, sus ojeras llegaban hasta el suelo. Frings y Bastian hacían guardia en la punta del transporte. Joao seguía durmiendo, a su lado, Julia cabeceaba a causa del cansancio.
-Eh, Iñaki- zarandeé a mi compañero que roncaba profundamente- Despierta, está lloviendo. Venga, arriba. Despierta- El tipo gruñó y me dio la espalda-. Joder, parezco tu madre ¡levántate!-. Adormilado, Iñaki hizo un gesto con la mano para que lo dejara en paz.
Andrés se me acercó, sorteando al resto de supervivientes con bastante torpeza.
-Eh, tío- me dijo- siento aquello que te dije hará un par de días, o ayer… o bah, no sé cuando pasó, desde que estamos aquí he perdido la noción del tiempo-. El grandullón parecía arrepentido. Si más no, su voz era apagada y triste-. No quise ofenderte.
En aquél momento, escuché un pitido breve. No le dí importancia.
-Ya tenemos suficientes problemas para salir vivos de aquí, si es que salimos. Así que de aquello ya ni me acuerdo- el tipo esbozó una sonrisa y acto seguido me tendió la mano-. Sin rencor- dije.
-Sin rencor- repitió.
-Siento cortar este momento tan tierno- se burló Frings-. Pero debemos regresar a tierra o la marea nos engullirá. El agua está brava.
-¿Ahora que le pica al Tercer Reich?- me preguntó Andrés.
A duras penas conseguir contener la risa pero cuando miré las olas que se acercaban por el horizonte las ganas de juerga se me pasaron de golpe.
-Debemos volver a tierra firme.
-Esos cabrones siguen allí de pie. Seguimos siendo su cena.
-Andrés, déjate de gilipolleces y olvida a esos pobres desnutridos. Tenemos que salvarnos el pellejo.
-¿Y si bordeamos la jungla?- interrumpió Manuel-. Podemos ir por donde desembarcaron Julia y el resto.
-Eso estará infestado de zombies.
-Que pesado que eres con esa mierda- dijo Manuel con desdén.
-No podemos hacer otra cosa- opinó Iñaki entre bostezos.
-Mira, se ha despertado la bella durmiente- dije.
Andrés barrió con la mirada a Manuel. Tras unos segundos, soltó una risita burlona y negó con la cabeza.
-Hay más gente en el bote- gritó Carla-. Nuestras vidas no dependen de vuestras ideas.
-¿Qué propones?- pregunté.
-Votaciones.
De nuevo escuché un breve pitido. El sonido me resultaba familiar. El teléfono móvil. Saqué el aparato del bolsillo. El icono de la batería parpadeaba en la esquina superior derecha. En el lado opuesto, un dibujito de una antena tachada me indicaba que no había cobertura. Eran las cuatro menos diez de la madrugada. El móvil volvió a pitar antes de apagarse.
XXXIII. Volviendo a tierra firme
Creo que nosotros, los humanos, nunca escarmentamos. Siempre tropezamos dos veces con la misma piedra, o incluso más. De hecho, no descarto que tropecemos a propósito. Recuerdo una antigua anécdota de cuando yo iba al colegio y comenzamos una nueva asignatura: Tecnología. El trabajo final era hacer una pequeña casa de madera con un simple pero vistoso circuito eléctrico que añadía un toque de luz a la maqueta. La energía salía de aquellas grandes pilas de petaca agarradas a la madera con cinta aislante. Me acuerdo de la curiosidad de un colega que no dudó en plantar un lametazo en los polos de la pila. La descarga fue más que digna, y las muecas del tipo un poema. Pero no contento con ello, el chaval repitió la escena ante la atónita mirada del profesor.
Nosotros, los compañeros, nos meábamos de risa.
Aquello fue lo que me aseguró que los seres humanos podíamos tropezar muchas veces con la misma piedra.
El cielo se partió en dos antes de iluminarse por completo. Empapados, remábamos con fuerza bajo la cortina de agua. Primero a contramarea, luego a favor. El bote se agitaba como un sonajero en manos de un bebé. Sólo que éste no vomitaba.
-¡Cambio! –gritó Frings. El tipo abandonó el puesto de remo entre fuertes temblores. Andrés entró en su lugar. A su lado, Bastian trataba de mantener el ritmo.
Las votaciones dieron como resultado volver a tierra firme, pasado la medialuna de arena que había en la zona donde desembarcamos.
-¡Un poco más! – gritaba Manuel, que remaba con las manos desnudas. Tras él, yo hacía lo mismo.
-¡Cambio!- el tipo germano abandonó el puesto y entro Volkov. Las fuerzas renovadas del ruso y del grandullón aumentaron parcialmente la velocidad de navegación. Pero por desgracia, el aire giró y comenzó a soplar en nuestra contra.
-¡No avanzamos!- gritó Andrés.
-¡Tú rema!- espoleamos los españoles.
Los remos crujían al ser llevados al límite. El bote saltaba en las crestas de las olas para caer en picado momentos más tarde. El vaivén era tan duro como el de una montaña rusa. Y yo las odiaba.
Me dolía el brazo derecho, notaba un hormigueó que me iba desde mano hasta el pectoral. Era un dolor agudo, pero por desgracia, después de tanto rato remando, ya comenzaba a ser algo habitual pero no por ello menos molesto. Con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia distinguí las siluetas de la vegetación de la jungla que cada vez se metía más tierra adentro. Otro rayo iluminó la noche el tiempo suficiente para ver de nuevo la playa. Apenas quedaban quince o veinte metros.
-¡Tierra a la vista!- vociferó Van Dijke. La muchacha estaba en la proa del bote, junto a la luz.
A todos se nos iluminó la cara.
La orilla estaba limpia. No había rastro de aquellos bichos. La playa hacía forma de U, rodeada por espigadas formaciones rocosas y la frondosa jungla. En el horizonte, se dibujaban las formas montañosas de la isla. Levantamos a Joao con cuidado y lo sentamos en la arena, cerca de un árbol donde apoyar la espalda.
-Tiene fiebre- informó Julia, tocando la frente del herido-. Tenemos que secarlo o empeorará.
El cielo se volvió a iluminar, momentos más tarde otro trueno estalló.
-¿Cómo?- pregunté-. Estamos todos mojados-. Me fijé en el vendaje del tobillo. Seguía rezumando sangre. La mujer quitó las gasas, apretó de nuevo el cinturón por encima de del bocado y, arrancó la manga raída de su camiseta para envolver la herida. El tipo gimió de dolor.
-Lo siento- Julia se limpió la nariz con el reverso de la mano-. Esto es todo lo que puedo hacer hasta ahora.
-Ya has hecho mucho- le dije.
Manuel se acercó a su mujer y la abrazó.
-Lo estas haciendo muy bien, no te preocupes. El muchacho se recuperará.
Giré la cabeza y vi a Volkov y a Bastian atando la cuerda del bote a un árbol. El transporte se mecía con brusquedad sobre la mar espumosa.
XXXIV. Oscuridad
Cuando éramos pequeños nos contaban historias para ir pronto a la cama: que si el hombre del saco, el coco, el monstruo del armario o el tipo raro que se escondía debajo de la cama. Todos ellos tenían una cosa en común: eran mentira. Pero partiendo de esta pequeña base de monstruos nocturnos encontramos el foco de todos los problemas: La oscuridad. Simple y llanamente, la ausencia total de luz. Seamos sinceros, ¿quién no ha tenido miedo en la cama, bien tapadito, mirando en la absoluta oscuridad y aun así imaginar sombras y siluetas? Y ni hablar de sonidos extraños. Nuestra mente es perversa, y tememos a lo desconocido. La oscuridad no es ficticia, está ante nosotros cada día, y aunque la miremos de frente, no sabemos por donde nos puede atacar.
Estornudé hasta cuatro veces seguidas, creí que la última vez me saltarían los ojos pero por fortuna no fue así. Me limpié la mucosidad de la nariz con el reverso de la mano y miré al cielo tormentoso con aire de resignación. El muy estaba plagado de nubarrones que seguían descargando una intensa cortina de agua.
-Aquí no es donde desembarcamos- dijo Julia. Miró a su marido y luego dejó a Joao apoyado en las faldas de un enorme risco, cobijado a duras penas de la lluvia-. Esto parece un callejón sin salida.
-No vemos nada- concretó Manuel, acariciándose el estomago.
-Preguntaré a Volkov si tenemos alguna linterna, pero juraría que se quedaron en otro bote. Por cierto- dije, antes de partir- ya queda poco para comer.
Manuel asintió con una sonrisa. Bueno, a decir verdad, parecía más una risa cansada y forzada que otra cosa. Totalmente normal después de los días que llevamos aquí perdidos. ¿Han pasado ya cuatro noches? Cinco tal vez…
-Eh, Luís, me estoy congelando- Carla interrumpió mis pensamientos. Al girar la cabeza hacía la derecha vi a la joven de brazos cruzados, con el cuello metido entre los hombros y tiritando. El cielo se iluminó con brusquedad y acto seguido un trueno hizo retumbar la isla.
-Lo sé, chica-me despegué la ropa que tenía enganchada al cuerpo por culpa de la lluvia- Estamos todos igual. Pillaremos un buen catarro.
-Ahora mismo, eso es lo de menos. Iñaki y Andrés se han ido con la moza holandesa y Firngs en busca de alguna cueva o gruta en esas montañas de allí.
La zona hacía forma de U invertida. La obertura era la orilla del mar y estábamos rodeados por espesa jungla y empinados riscos. De hecho, nuestra única vista más allá de nosotros era el océano.
-¿Te acuerdas de las linternas?
La mujer negó con la cabeza.
-Lo ultimo que recuerdo es al capitán Wingman y sus secuaces cogiendo unas linternas para ir a examinar el otro lado de la maldita isla.
-Wingman… -dije con voz queda- ya no me acordaba. ¿Qué habrá sido de él y el resto de turistas?
-No lo sé, pero éramos más de dos mil personas y todas han desaparecido del mapa.
-Es tan surrealista… se habrán adentrado en la jungla, estarán como nosotros, o ves a saber, quizás peor.
Julia no respondió. Sus dientes seguían castañeando rítmicamente cuando Volkov y Bastian se cruzaron en nuestro camino.
-¿Linternas?-pregunté.
-Nada. La única luz que tenemos es la del bote cuando toca el agua- respondió Bastian, cargado con varias bolsas de plástico-. Es la comida y kit de primeros auxilios- dijo levantándolas.
-Vamos listos- dijo Carla, volviendo tras sus pasos negando con la cabeza.
Me acerqué a inspeccionar el bote, no por desconfianza, sino en busca de un poco de inspiración. Quien sabe, puede que encuentre algo y se me ocurra alguna idea. Volví a estornudar. Aparté bolsas rotas, hurgué entre chalecos salvavidas para encontrar unas gafas de sol, una pulsera de plástico trenzado de color negro, un Ventolín y un mechero rosa.
-¡Coño, esto es mío!- cogí el Ventolín y me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón con una gran sonrisa-. Y se hizo la luz- dije en voz alta cuando accioné el mechero. No hubo llama. Mi gozo en un pozo-. Mierda-. Volví a intentarlo sin éxito. Zarandeé el objeto cerca de la oreja. Tenía gas-. Puede que sirva para algo después de todo.
De camino al grupo, cabizbajo, mirando como mis pies se hundían en la arena y la lluvia masajeaba la nuca escuché un grito. Arranqué a correr con miedo a estamparme de morros con alguien o algo.
¡Gracias por la lectura!
XXXV. Buenas y malas noticias ... XXXVI. La alambrada
XXXV. Buenas y Malas Noticias
XXXVI. La alambrada
Como dijeron una vez en una galaxia muy, muy lejana: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. En eso mismo estoy pensando ahora mismo, aunque opino que en mi estado mental y físico, todos mis sentidos me engañan. Estoy jodido. Corrección: Estamos jodidos.
-Una ciudad en mitad de la nada… ¿Qué pasa aquí?- dijo Iñaki, con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia. Quitó las gotas que corrían por su frente y fue a la alambrada con prudencia- Una jodida ciudad…
-Es una broma ¿no?- Incrédulo, me acerqué al cerco. Mis ojos enviaban una imagen al cerebro que yo negaba a toda costa. Por momentos una sensación de desesperación se mezclaba con cierto alivio dando como resultado una explosión de inseguridad y aturdimiento.- Me estoy volviendo loco-. Forcé la vista y discerní la silueta de pequeñas casa de la oscuridad de la noche
-No sé que hace aquí eso, pero está abandonado. No hay ni luz- Carla inspeccionó la alambrada-. ¿No hay puertas? Yo quiero meterme dentro de alguna choza y pasar la noche.
-Ya tardamos en ocupar una bien grande- intervino Andrés-. Estaremos secos durante unas horas. Y dormiremos, pero esta vez de verdad. Quien sabe si encontramos un supermercado.
-Y de paso buscamos una farmacia. Joao está fatal. Delira-. Comento Julia. A su lado, Manuel se mocaba con fuerza.
-Recemos para que no haya nadie- dijo.
De nuevo, escuchamos aquellos quejidos y los pies arrastrándose torpemente por entre las piedras. Miré atrás instintivamente, nervioso. Aquellos tipos estaban por toda la isla. Me acerqué a Van Dijke y al resto de compañeros para traducirles la charla que habíamos tenido segundos antes.
-Mejor allí dentro que aquí. Y rápido.
-¿Qué hay de la alambrada?-me preguntó Frings-. ¿Estará electrificada?
-¿Lo dictes por el cartel?- intervino Volkov-. No hay luz así que dudo que nos quedemos pegados. Y si está electrificada, permanente gratis para todos. Invita la casa.
-No es momento para... -no había acabado de hablar cuando Volkov ya toqueteaba la alambrada. No pasó nada. El tipo giró sobre si mismo y sonrió de oreja a oreja.
-Tranquilos, esta desactivada.
-Digo yo que habrá una entrada, ¿no?- repitió Carla, golpeándome en la espalda.
-Déjate de buscar la entrada…- sugerí-. Y saltemos la alambrada.
Volkov, que parecía perro viejo en esto de saltar sistemas de seguridad, cogió varias piedras planas del suelo embarrado hasta encontrar una que fue de su agrado y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Acto seguido se sacó la camiseta y la puso en la boca. Trepó con rapidez y al llegar a los alambres de espino, hábil como un mono, cogió la piedra del pantalón y, con un movimiento centrifugo, enrolló la camiseta en la mano. Empezó a golpear la alambrada con fuerza.
-Este tipo está loco- opinó Andrés con una risita.
-Sí, ya sabes que los de Europa del Este no están para tonterías.
-De todas formas, y no lo digo para tocar la moral, pero a este plan le veo lagunas.
-¿Lagunas?
-Sí. ¿Cómo subimos al tipo que tengo en la espalda? Sólo por curiosidad.
-Mierda.
-Eso digo yo, mierda. Y esos cabrones están cruzando el túnel. Suelte que son lentos.
-Joder, me había olvidado de ellos-. Miré a Volkov. Seguía aplastando la alambrada con ímpetu-. ¿Podías subirlo a pulso?
-No lo sé-. El musculitos se frotó el mentón mientras miraba pensativo la alambrada-. No es muy alta…
-Nosotros te ayudaremos a subirlo y a bajarlo.
-Es una locura…
-Pero no podemos hacer otra cosa y lo sabes.
-Sí, eso es lo jodido, que lo sé y no tengo cojones a dejarlo aquí tirado.
XXXVII. La casa
Héroe. ¿Cómo una palabra tan pequeña, de agradable sonido, pero pequeña, casi irrisoria, tiene un significado tan grande? ¿Es grande Per se o nosotros le hemos dado esa magnificación? ¿Qué consideramos por héroe? ¿Existen? ¿Llevan una etiqueta grapada en la espalda? ¿Y los villanos? Todos son etiquetas, y como tales, son subjetivas. Para mi, por ejemplo, mis padres son héroes. No han batallado en una guerra mundial, tampoco han salvado vidas ajenas o han rescatado a presos pero, han conseguido sacar a una familia adelante. Se han partido la espalda por llevar un plato a la mesa, por nuestros estudios y por intentar llevar una vida digna. Han hecho frente a los problemas que les ha planteado esta vida, los han sorteado como han podido y, con la cabeza bien alta, sobrevivíamos día tras día. Me gustaría que mis hijos me recordaran así, pero por desgracia, en estos momentos, esa etiqueta me viene demasiado grande.
-Lo tengo- gruñí sujetando los brazos helados de Joao. Estaba de puntillas, hundiéndome en el fango viscoso al tiempo que me dejaba caer sobre la alambrada, más estirado y tenso que un tanga en el trasero de una quinceañera para agarrar a aquél tipo inerte, con el torso contorsionado por encima de los alambras de espino aporreados y destensados por Volkov.
-El cabrón pesa como un muerto- Andrés, al otro lado de la verja, ayudaba a Bastian a pasar al herido por encima del cerco. La espalda del grandullón estaba apoyada en la alambrada y las piernas, que formaban un ángulo recto perfecto, como si estuviera sentado en una silla invisible, aguantaba el peso del alemán y del herido.
-Sí, ya tiene pinta de estarlo-bromeé. La intensa cortina de agua me obligaba a entrecerrar los ojos cuando resbalé y me caí en el barro-. ¡Joder!
-Lo de muerto lo decía por Bastian, y eso que los alemanes sólo comen salchichas-. Ironizó Andrés, jadeante-. ¿Ha pasado algo?
-Nada, nada- se apresuró a contestar Iñaki, dándome la mano. De una fuerte estirada me puse en pie-. Acabemos con esto de una vez, quiero ir a secarme y a comer como Dios manda.
Me sacudí los pantalones empapados con hastío, intenté quitar el barro de mi cara pero sólo conseguí espaciarlo más. No era mi día. Creo que no era el de nadie.
-Aguantad un poco más, ya queda poco- informó Bastian, que sujetaba a Joao por el cinturón-. ¿Lo tenéis bien cogido?- preguntó. Aquellos ojos azules cristalinos aparecieron por encima del pantalón tejano del herido.
-Suéltalo- dijimos.
El peso del hombre nos cogió por sorpresa, nos fallaron las muñecas y, cuando el cuerpo de Joao cruzó la alambrada, sus piernas vinieron hacia nosotros formando una grotesca U invertida. Noté como mis brazos iban hacía atrás sin poder poner resistencia justo cuando me dí cuenta de que era demasiado tarde para soltarlo y caí de espaldas junto a Iñaki. Joao cayó de morros.
-¡No hagáis tanto ruido!- Manuel nos abroncó con intensos susurros.
-Estamos… -tosí dos o tres veces a causa del golpe-. Estamos bien, gracias.
Manuel volteó a Joao por acto reflejo. Se sorprendió a notar tan caliente la cara del herido.
Me arrastré por el barro como una serpiente para dejar paso a Bastian, que descendió de la alambrada y se unió al grupo. Andrés hizo lo propio más tarde, demostrando que a pesar de su musculatura, aun era ágil y con cierta libertad de movimientos.
Estornudé repetidas veces, limpié la mucosidad que goteaba de la nariz con la mano en el preciso instante que la tierra retumbó bajo otro trueno amenazante. Instantes más tarde la noche se volvió día por segundos.
-Oh, no…- dijo alguien con voz queda. Rota-. Otra vez no-. Aquello no sonó espacialmente bien.
-¿Qué pasa?- preguntó Iñaki preocupado, levantándose del suelo.
-Hay cientos de ellos- Julia dio varios pasos atrás con los ojos abiertos como platos hasta que se topó con la alambrada. Se estremeció al sentirla fría tras su espalda-. Esto es una maldita pesadilla.
Desde el suelo giré el cuello en busca de un significado a sus reacciones. El haz de luz de Van Dijke era lo suficiente poderosa como para ver a una docena de aquellos caníbales acercándose a nosotros con pasos lentos y rígidos. Me puse en pie de un brinco. Tenía la garganta seca y no podía discernir entre el sudor frío o la helada lluvia.
-Les ha alarmado el ruido- informó Andrés, en voz baja. De nuevo se hacía el listo-. Hay que entrar en una casa-. Dicho esto, cogió a Joao- ¡Vamos, a prisa!
Viramos a la izquierda, sorteando a un pequeño numero de esos tipos extraños y dejamos atrás a un largo rebaño que, al ver nuestra reacción, gruñeron, alzaron los brazos inútilmente y partieron en nuestra búsqueda.
-¿A dónde vamos?- preguntó Van Dijke, moviendo la linterna de lado a lado.
-Entra… entramos en la primera… que veamos- respondió Volkov
-¿Esa?- Van Dijke alumbró una casa de dos pisos hecha de madera. Tenía un pórtico con tres escaleras ante la entrada.
-¡Cualquiera!- grité, cansado de la estúpida conversación.
Volkov y Van Dijke subieron las escaleras de piedra apresuradamente y se toparon de morros con la puerta.
-¡Maldita sea, esta cerrada!- maldijo Volkov, llevándose las manos a la cara.
Van Dijke ojeó rápidamente la puerta. Tenía tres ventanas centrales, rompió una de ellas con el codo.
-Aprisa, ya les escucho- dijo Iñaki, empujando a la gente escaleras arriba.
La muchacha holandesa introdujo el brazo en la pequeña ventana y palpó repetidas veces la puerta hasta dar con el pomo. Abrió la puerta.
-¡Están aquí!- Iñaki señaló las siluetas oscuras que habían a escasos metros cuando, de nuevo, otro rayo iluminó la zona. Y era cierto, estaban aquí, más cerca de lo imaginado.
-¡Puerta abierta, entrad!
Fue entonces cuando, presos del pánico, se formó un pequeño embudo que apenas duró unos segundos alrededor de la entrada.
-¡Vamos, vamos!- espoleé nervioso, sin apartar los ojos de aquellos bichos. Uno de ellos ya subía por las escaleras. Sin pensármelo dos voces, le solté una patada en la cara. El tipo cayó hacía atrás acompañado de un viscoso y repugnante chasquido.
-Diablos, entra de una jodida vez Luís-. Andrés me cogió del hombro y me metió en la casa de un fuerte tirón. Acabando por los suelos a la vez que cerraron la puerta.
-¿Estáis bien?- preguntó Andrés entre sofocos-. ¿Hay algún herido?- Entonces, una mano esquelética entró por el agujero de la ventanilla y agarró a Andrés de la camiseta.
Mi ex pareja me decía que tenía mucha imaginación y tiempo libre para crear mi propio mundo partiendo de la realidad. Algunas perlas que se me ocurrían cuando era pequeño eran bastante burras, como el hecho de nacer grande o pequeño, es decir: creía que me había tocado nacer como niño, mientras que a un abuelo, le había tocado ser abuelo. Que siempre eramos igual físicamente, no pensaba que eran fases de la vida. También creía que la línea del horizonte de la playa era una enorme cascada o que el logotipo de unos interruptores de una tal Simons eran dos gigantes que por la noche venían a buscarme…como bien decía antes, historias para mandar al niño a la cama a una hora decente. De todas formas, actualmente sigo dándole vueltas a muchas cosas y reflexionando. Ahora mismo intento entender como es la vida de una persona invidente pues en cierto modo, actualmente lo soy. No veo nada. Antes, en mis años mozos, cerraba los ojos e intentaba caminar por casa. El resultado era obvio: un buen golpe en la rodilla con el canto de la mesa con sus consecuentes insultos al mueble. A veces era peor y me comía la viga del pasillo. Pero desde entonces hasta ahora, la sensación de angustia, inseguridad y la completa desorientación poco han cambiado. Ahora sufro las mismas sensaciones pero con la excepción de que aun teniendo los ojos abiertos, no veo tres en un burro.
Ahuequé la mano izquierda colocándola sobre mis cejas en un inútil intento por poder abrir los ojos sin que el agua de la lluvia me molestara. Forcé la vista durante unos instantes pero no logré diferenciar la silueta de mis compañeros de los enormes riscos.
-¿Dónde estáis?- grité entre fuertes jadeos-¿Qué pasa?
-¡Estamos bien!- respondió Iñaki, creo. La voz hacía y venía de la izquierda-. ¡Hemos encontrado una cueva!
-¿Una cueva?- me pregunté con asombro. El nudo del estomago se deshizo en segundos, la angustia de no ver nada se volvió un poco más liviana al pensar en un gruta seca, aislada de la lluvia y, por qué no, con una hoguera-. ¿Dónde estáis?- grité a pleno pulmón. Dejé de trotar y me detuve en busca de la respuesta, concentrado para intentar identificar de donde venía la voz del hombre. Volví a repetir al pregunta, esta vez en inglés.
Una luz azulada se zarandeó a la izquierda. Parecía la luz de un teléfono móvil. No recuerdo mucho aquella zona cuando aun había un poco de luna entre los nubarrones, pero creo que era los inicios de la jungla-. ¡Aquí!.
La luz se apagó varias veces en el rato que tardaba en llegar hasta ella. El grupo entero se había reunido junto a un agujero redondeado, no más alto de metro y medio pero tan ancho como un coche de lado.
-Pasaremos aquí la noche- dijo Van Dijke, la tipa holandesa se mostraba risueña al haber encontrado la cueva-. Está seca y cabemos todos.
-¿Cómo diablos has encontrado esto?- preguntó Volkov. El tipo me había quitado la pregunta de las manos.
-Con esto- la joven mostró una rama rota y el telefono-. Con la luz del movil en función linterna y toqueteando con el palo. Como los ciegos- explicó.
-¿Móvil con función de linterna?- pregunté con cara de idiota-. Dios, en España somos tercermundistas.
-¿Y aun te extraña?- me dijo Manuel entre risas.
-Yo he encontrado un mechero, tiene ganas pero no sale llama. Puede que no tenga piedra o yo que sé.
-A ver- Carla me palpó el brazo repetidas veces en busca del mechero. Tenía las manos heladas.
Con Van Dijke a la cabeza del grupo nos adentramos en la gruta. El suelo estaba repleto de surcos rellenos de arena y grandes piedras aquí y allá. El techo era abombado y limpio, sin malformaciones, agujeros o estalactitas rocosas. A decir verdad, demasiado perfecto. Metido en mis pensamientos no me percaté de que el grupo había parado y me choqué con Carla.
-Me has pisado- gimió la pobre joven llevándose la mano al tobillo.
-Perdón- me disculpé. Noté como me ponía rojo como un tomate. Suerte de que apenas había luz-. ¿Por qué paramos?
-No lo…
-Schh….callad un momento- dijo Frings-. Escuchad.
Traduje la frase para el resto del grupo.
Presté atención pero únicamente logré discernir mi respiración de la lluvia al impactar contra la montaña. Era un continuo tamborileo, pero me resultaba agradable. Más tarde me pareció oír un quejido. Tenía la garganta seca. Me quité las gotas de la cara con la mano, tragué saliva y volví a concéntrame. Esta vez escuché unos pasos claros, seguidos de gemidos apagados y guturales.
-No me jodas…
-¡Hay que moverse!- vociferé mientras miraba la entrada de la cueva. Sólo vi oscuridad.
El grupo comenzó a moverse con rapidez cuando se volvió a parar.
-¿Qué pasa ahora?- gritó Iñaki, enfadado.
Volví la vista atrás, de nuevo a la entrada. No había nada, o nadie. Fue entonces cuando un partió el cielo y por unos segundos pude ver la silueta de un tipo cojo entrando a la cueva. El corazón me dio un vuelco.
-¡Están aquí!- grité, nervioso. Escuché un ruido arenoso, largo y pesado. El tipo arrastraba una de las piernas. Aun podíamos escapar- Por el amor de Dios, ¿Qué pasa?
-Hemos encontrado un panel de mandos- respondió Van Dijke.
-¿Cómo?- pregunté perplejo-. ¿Un panel?
-Sí. Tres botones redondos, parecen setas. Uno es verde, sí. Es verde, en medio hay uno con un dibujo que no logro descifrar, parece una mano o algo parecido. Y el tercero es rojo. Están en una caja amarilla, taladrada a la pared. Y unos cables gordos recorren el techo gruta adentro. En el suelo creo que hay unos raíles.
-¿Has pulsado algún botón?
La mujer apretó uno de ellos. No sé cual pero algo se puso en marcha. Escuchamos un zumbido seguido de un chirrido a los lejos. Instantes más tarde, una explosión seca acabó con todos los sonidos.
-¿Qué pasa ahora? Por aquí empieza a entrar gente y no parecen que sean muy simpáticos- ironicé. Otro relámpago me permitió contar hasta tres tipos.
-No lo sé, no funciona.
-¡Pues es igual! ¡Corre, joder!
Apiñados alrededor de Van Dijke, corrimos como un banco de peces en busca de una salida, si es que la había. La gruta era cada vez más empinada y serpenteaba con lentitud hacía la derecha. Si estábamos cansados, que lo estábamos, no era el momento para demostrarlo. Un claro ejemplo de ello era Andrés, que cargaba con Joao. Julia y Manuel podían seguir el ritmo hasta el momento. Volví la vista atrás unas cuantas veces pero no pude apreciar nada en la oscuridad.
-¡He…he visto un destello al final de la cueva!- alarmó Carla.
-¿Dónde?- preguntamos al unísono.
-Allí arriba, ya…ya debemos…estar cerca- dijo entre jadeo y jadeo. La voz se le apagaba por momentos.
Con el último esfuerzo de la noche esprintamos hasta llegar a la otra entrada de la cueva.
-Mirad- dijo Bastian señalando otro panel con botones. El tipo se apoyó en la pared para recoger un poco de aire. Sus jadeos eran más que intensos.
-Tres botones- informo Van Dijke, tragando saliva y reponiéndose del esfuerzo.-. Igual que en la entrada de la cueva.
-No…esto no es una cueva- Volkov se acercó a un objeto cuadrado de color negro con gruesas franjas amarillas-. Esto es un túnel…y esto una vagoneta.
La chica holandesa movió el haz de luz hacía el germano. El tipo entrecerró los ojos cuando Van Dijke le deslumbró.
-¿Dónde narices estamos?- pregunté enojado. Cogí uno de los inhaladores y me pegué un chute. Aquello podía llamarse dopaje.
-Al final del túnel-. Andrés corrigió la posición de Joao sobre su espalda con un ligero salto y se encaminó hacia Van Dijke. Todos hicimos lo propio.
De nuevo escuchamos la incesante lluvia, el fuerte viento meciendo la vegetación y silbando por entre las rocas. Lo habíamos logrado, estábamos en la otra punta de la gruta o del túnel o como queráis llamarlo. Abandonamos la formación rocosa con un gran alivio para atravesar unos cuantos arbustos y toparnos con…
-¿Dó…Dónde estamos?- pregunté petrificado.
Hubo un silencio sepulcral entre los miembros del grupo. Me froté los ojos repetidas veces pero el letrero era autentico y decía así:
PELIGRO: ALTO VOLTAJE
NO PASAR
SÓLO PERSONAL AUTORIZADO
Era un letrero oxidado de color amarillo con las letras, muchas ya descorchadas, impresas en negro. Debajo del texto estaba la típica señal del rayo. El rotulo colgaba de una gran valla de alambre de dos metros de alto que acaba con alambre de espino. Tras las espigadas protecciones se dibujaba la silueta de una ciudad situada en las faldas de la montaña.
-¿Es curioso que pongan un cartel de no pasar en una isla deshabitada, no?- dijo Frings sin apartar la mirada del letrero.
Ahuequé la mano izquierda colocándola sobre mis cejas en un inútil intento por poder abrir los ojos sin que el agua de la lluvia me molestara. Forcé la vista durante unos instantes pero no logré diferenciar la silueta de mis compañeros de los enormes riscos.
-¿Dónde estáis?- grité entre fuertes jadeos-¿Qué pasa?
-¡Estamos bien!- respondió Iñaki, creo. La voz hacía y venía de la izquierda-. ¡Hemos encontrado una cueva!
-¿Una cueva?- me pregunté con asombro. El nudo del estomago se deshizo en segundos, la angustia de no ver nada se volvió un poco más liviana al pensar en un gruta seca, aislada de la lluvia y, por qué no, con una hoguera-. ¿Dónde estáis?- grité a pleno pulmón. Dejé de trotar y me detuve en busca de la respuesta, concentrado para intentar identificar de donde venía la voz del hombre. Volví a repetir al pregunta, esta vez en inglés.
Una luz azulada se zarandeó a la izquierda. Parecía la luz de un teléfono móvil. No recuerdo mucho aquella zona cuando aun había un poco de luna entre los nubarrones, pero creo que era los inicios de la jungla-. ¡Aquí!.
La luz se apagó varias veces en el rato que tardaba en llegar hasta ella. El grupo entero se había reunido junto a un agujero redondeado, no más alto de metro y medio pero tan ancho como un coche de lado.
-Pasaremos aquí la noche- dijo Van Dijke, la tipa holandesa se mostraba risueña al haber encontrado la cueva-. Está seca y cabemos todos.
-¿Cómo diablos has encontrado esto?- preguntó Volkov. El tipo me había quitado la pregunta de las manos.
-Con esto- la joven mostró una rama rota y el telefono-. Con la luz del movil en función linterna y toqueteando con el palo. Como los ciegos- explicó.
-¿Móvil con función de linterna?- pregunté con cara de idiota-. Dios, en España somos tercermundistas.
-¿Y aun te extraña?- me dijo Manuel entre risas.
-Yo he encontrado un mechero, tiene ganas pero no sale llama. Puede que no tenga piedra o yo que sé.
-A ver- Carla me palpó el brazo repetidas veces en busca del mechero. Tenía las manos heladas.
Con Van Dijke a la cabeza del grupo nos adentramos en la gruta. El suelo estaba repleto de surcos rellenos de arena y grandes piedras aquí y allá. El techo era abombado y limpio, sin malformaciones, agujeros o estalactitas rocosas. A decir verdad, demasiado perfecto. Metido en mis pensamientos no me percaté de que el grupo había parado y me choqué con Carla.
-Me has pisado- gimió la pobre joven llevándose la mano al tobillo.
-Perdón- me disculpé. Noté como me ponía rojo como un tomate. Suerte de que apenas había luz-. ¿Por qué paramos?
-No lo…
-Schh….callad un momento- dijo Frings-. Escuchad.
Traduje la frase para el resto del grupo.
Presté atención pero únicamente logré discernir mi respiración de la lluvia al impactar contra la montaña. Era un continuo tamborileo, pero me resultaba agradable. Más tarde me pareció oír un quejido. Tenía la garganta seca. Me quité las gotas de la cara con la mano, tragué saliva y volví a concéntrame. Esta vez escuché unos pasos claros, seguidos de gemidos apagados y guturales.
-No me jodas…
-¡Hay que moverse!- vociferé mientras miraba la entrada de la cueva. Sólo vi oscuridad.
El grupo comenzó a moverse con rapidez cuando se volvió a parar.
-¿Qué pasa ahora?- gritó Iñaki, enfadado.
Volví la vista atrás, de nuevo a la entrada. No había nada, o nadie. Fue entonces cuando un partió el cielo y por unos segundos pude ver la silueta de un tipo cojo entrando a la cueva. El corazón me dio un vuelco.
-¡Están aquí!- grité, nervioso. Escuché un ruido arenoso, largo y pesado. El tipo arrastraba una de las piernas. Aun podíamos escapar- Por el amor de Dios, ¿Qué pasa?
-Hemos encontrado un panel de mandos- respondió Van Dijke.
-¿Cómo?- pregunté perplejo-. ¿Un panel?
-Sí. Tres botones redondos, parecen setas. Uno es verde, sí. Es verde, en medio hay uno con un dibujo que no logro descifrar, parece una mano o algo parecido. Y el tercero es rojo. Están en una caja amarilla, taladrada a la pared. Y unos cables gordos recorren el techo gruta adentro. En el suelo creo que hay unos raíles.
-¿Has pulsado algún botón?
La mujer apretó uno de ellos. No sé cual pero algo se puso en marcha. Escuchamos un zumbido seguido de un chirrido a los lejos. Instantes más tarde, una explosión seca acabó con todos los sonidos.
-¿Qué pasa ahora? Por aquí empieza a entrar gente y no parecen que sean muy simpáticos- ironicé. Otro relámpago me permitió contar hasta tres tipos.
-No lo sé, no funciona.
-¡Pues es igual! ¡Corre, joder!
Apiñados alrededor de Van Dijke, corrimos como un banco de peces en busca de una salida, si es que la había. La gruta era cada vez más empinada y serpenteaba con lentitud hacía la derecha. Si estábamos cansados, que lo estábamos, no era el momento para demostrarlo. Un claro ejemplo de ello era Andrés, que cargaba con Joao. Julia y Manuel podían seguir el ritmo hasta el momento. Volví la vista atrás unas cuantas veces pero no pude apreciar nada en la oscuridad.
-¡He…he visto un destello al final de la cueva!- alarmó Carla.
-¿Dónde?- preguntamos al unísono.
-Allí arriba, ya…ya debemos…estar cerca- dijo entre jadeo y jadeo. La voz se le apagaba por momentos.
Con el último esfuerzo de la noche esprintamos hasta llegar a la otra entrada de la cueva.
-Mirad- dijo Bastian señalando otro panel con botones. El tipo se apoyó en la pared para recoger un poco de aire. Sus jadeos eran más que intensos.
-Tres botones- informo Van Dijke, tragando saliva y reponiéndose del esfuerzo.-. Igual que en la entrada de la cueva.
-No…esto no es una cueva- Volkov se acercó a un objeto cuadrado de color negro con gruesas franjas amarillas-. Esto es un túnel…y esto una vagoneta.
La chica holandesa movió el haz de luz hacía el germano. El tipo entrecerró los ojos cuando Van Dijke le deslumbró.
-¿Dónde narices estamos?- pregunté enojado. Cogí uno de los inhaladores y me pegué un chute. Aquello podía llamarse dopaje.
-Al final del túnel-. Andrés corrigió la posición de Joao sobre su espalda con un ligero salto y se encaminó hacia Van Dijke. Todos hicimos lo propio.
De nuevo escuchamos la incesante lluvia, el fuerte viento meciendo la vegetación y silbando por entre las rocas. Lo habíamos logrado, estábamos en la otra punta de la gruta o del túnel o como queráis llamarlo. Abandonamos la formación rocosa con un gran alivio para atravesar unos cuantos arbustos y toparnos con…
-¿Dó…Dónde estamos?- pregunté petrificado.
Hubo un silencio sepulcral entre los miembros del grupo. Me froté los ojos repetidas veces pero el letrero era autentico y decía así:
PELIGRO: ALTO VOLTAJE
NO PASAR
SÓLO PERSONAL AUTORIZADO
Era un letrero oxidado de color amarillo con las letras, muchas ya descorchadas, impresas en negro. Debajo del texto estaba la típica señal del rayo. El rotulo colgaba de una gran valla de alambre de dos metros de alto que acaba con alambre de espino. Tras las espigadas protecciones se dibujaba la silueta de una ciudad situada en las faldas de la montaña.
-¿Es curioso que pongan un cartel de no pasar en una isla deshabitada, no?- dijo Frings sin apartar la mirada del letrero.
XXXVI. La alambrada
Como dijeron una vez en una galaxia muy, muy lejana: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. En eso mismo estoy pensando ahora mismo, aunque opino que en mi estado mental y físico, todos mis sentidos me engañan. Estoy jodido. Corrección: Estamos jodidos.
-Una ciudad en mitad de la nada… ¿Qué pasa aquí?- dijo Iñaki, con los ojos entrecerrados a causa de la lluvia. Quitó las gotas que corrían por su frente y fue a la alambrada con prudencia- Una jodida ciudad…
-Es una broma ¿no?- Incrédulo, me acerqué al cerco. Mis ojos enviaban una imagen al cerebro que yo negaba a toda costa. Por momentos una sensación de desesperación se mezclaba con cierto alivio dando como resultado una explosión de inseguridad y aturdimiento.- Me estoy volviendo loco-. Forcé la vista y discerní la silueta de pequeñas casa de la oscuridad de la noche
-No sé que hace aquí eso, pero está abandonado. No hay ni luz- Carla inspeccionó la alambrada-. ¿No hay puertas? Yo quiero meterme dentro de alguna choza y pasar la noche.
-Ya tardamos en ocupar una bien grande- intervino Andrés-. Estaremos secos durante unas horas. Y dormiremos, pero esta vez de verdad. Quien sabe si encontramos un supermercado.
-Y de paso buscamos una farmacia. Joao está fatal. Delira-. Comento Julia. A su lado, Manuel se mocaba con fuerza.
-Recemos para que no haya nadie- dijo.
De nuevo, escuchamos aquellos quejidos y los pies arrastrándose torpemente por entre las piedras. Miré atrás instintivamente, nervioso. Aquellos tipos estaban por toda la isla. Me acerqué a Van Dijke y al resto de compañeros para traducirles la charla que habíamos tenido segundos antes.
-Mejor allí dentro que aquí. Y rápido.
-¿Qué hay de la alambrada?-me preguntó Frings-. ¿Estará electrificada?
-¿Lo dictes por el cartel?- intervino Volkov-. No hay luz así que dudo que nos quedemos pegados. Y si está electrificada, permanente gratis para todos. Invita la casa.
-No es momento para... -no había acabado de hablar cuando Volkov ya toqueteaba la alambrada. No pasó nada. El tipo giró sobre si mismo y sonrió de oreja a oreja.
-Tranquilos, esta desactivada.
-Digo yo que habrá una entrada, ¿no?- repitió Carla, golpeándome en la espalda.
-Déjate de buscar la entrada…- sugerí-. Y saltemos la alambrada.
Volkov, que parecía perro viejo en esto de saltar sistemas de seguridad, cogió varias piedras planas del suelo embarrado hasta encontrar una que fue de su agrado y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Acto seguido se sacó la camiseta y la puso en la boca. Trepó con rapidez y al llegar a los alambres de espino, hábil como un mono, cogió la piedra del pantalón y, con un movimiento centrifugo, enrolló la camiseta en la mano. Empezó a golpear la alambrada con fuerza.
-Este tipo está loco- opinó Andrés con una risita.
-Sí, ya sabes que los de Europa del Este no están para tonterías.
-De todas formas, y no lo digo para tocar la moral, pero a este plan le veo lagunas.
-¿Lagunas?
-Sí. ¿Cómo subimos al tipo que tengo en la espalda? Sólo por curiosidad.
-Mierda.
-Eso digo yo, mierda. Y esos cabrones están cruzando el túnel. Suelte que son lentos.
-Joder, me había olvidado de ellos-. Miré a Volkov. Seguía aplastando la alambrada con ímpetu-. ¿Podías subirlo a pulso?
-No lo sé-. El musculitos se frotó el mentón mientras miraba pensativo la alambrada-. No es muy alta…
-Nosotros te ayudaremos a subirlo y a bajarlo.
-Es una locura…
-Pero no podemos hacer otra cosa y lo sabes.
-Sí, eso es lo jodido, que lo sé y no tengo cojones a dejarlo aquí tirado.
XXXVII. La casa
Héroe. ¿Cómo una palabra tan pequeña, de agradable sonido, pero pequeña, casi irrisoria, tiene un significado tan grande? ¿Es grande Per se o nosotros le hemos dado esa magnificación? ¿Qué consideramos por héroe? ¿Existen? ¿Llevan una etiqueta grapada en la espalda? ¿Y los villanos? Todos son etiquetas, y como tales, son subjetivas. Para mi, por ejemplo, mis padres son héroes. No han batallado en una guerra mundial, tampoco han salvado vidas ajenas o han rescatado a presos pero, han conseguido sacar a una familia adelante. Se han partido la espalda por llevar un plato a la mesa, por nuestros estudios y por intentar llevar una vida digna. Han hecho frente a los problemas que les ha planteado esta vida, los han sorteado como han podido y, con la cabeza bien alta, sobrevivíamos día tras día. Me gustaría que mis hijos me recordaran así, pero por desgracia, en estos momentos, esa etiqueta me viene demasiado grande.
-Lo tengo- gruñí sujetando los brazos helados de Joao. Estaba de puntillas, hundiéndome en el fango viscoso al tiempo que me dejaba caer sobre la alambrada, más estirado y tenso que un tanga en el trasero de una quinceañera para agarrar a aquél tipo inerte, con el torso contorsionado por encima de los alambras de espino aporreados y destensados por Volkov.
-El cabrón pesa como un muerto- Andrés, al otro lado de la verja, ayudaba a Bastian a pasar al herido por encima del cerco. La espalda del grandullón estaba apoyada en la alambrada y las piernas, que formaban un ángulo recto perfecto, como si estuviera sentado en una silla invisible, aguantaba el peso del alemán y del herido.
-Sí, ya tiene pinta de estarlo-bromeé. La intensa cortina de agua me obligaba a entrecerrar los ojos cuando resbalé y me caí en el barro-. ¡Joder!
-Lo de muerto lo decía por Bastian, y eso que los alemanes sólo comen salchichas-. Ironizó Andrés, jadeante-. ¿Ha pasado algo?
-Nada, nada- se apresuró a contestar Iñaki, dándome la mano. De una fuerte estirada me puse en pie-. Acabemos con esto de una vez, quiero ir a secarme y a comer como Dios manda.
Me sacudí los pantalones empapados con hastío, intenté quitar el barro de mi cara pero sólo conseguí espaciarlo más. No era mi día. Creo que no era el de nadie.
-Aguantad un poco más, ya queda poco- informó Bastian, que sujetaba a Joao por el cinturón-. ¿Lo tenéis bien cogido?- preguntó. Aquellos ojos azules cristalinos aparecieron por encima del pantalón tejano del herido.
-Suéltalo- dijimos.
El peso del hombre nos cogió por sorpresa, nos fallaron las muñecas y, cuando el cuerpo de Joao cruzó la alambrada, sus piernas vinieron hacia nosotros formando una grotesca U invertida. Noté como mis brazos iban hacía atrás sin poder poner resistencia justo cuando me dí cuenta de que era demasiado tarde para soltarlo y caí de espaldas junto a Iñaki. Joao cayó de morros.
-¡No hagáis tanto ruido!- Manuel nos abroncó con intensos susurros.
-Estamos… -tosí dos o tres veces a causa del golpe-. Estamos bien, gracias.
Manuel volteó a Joao por acto reflejo. Se sorprendió a notar tan caliente la cara del herido.
Me arrastré por el barro como una serpiente para dejar paso a Bastian, que descendió de la alambrada y se unió al grupo. Andrés hizo lo propio más tarde, demostrando que a pesar de su musculatura, aun era ágil y con cierta libertad de movimientos.
Estornudé repetidas veces, limpié la mucosidad que goteaba de la nariz con la mano en el preciso instante que la tierra retumbó bajo otro trueno amenazante. Instantes más tarde la noche se volvió día por segundos.
-Oh, no…- dijo alguien con voz queda. Rota-. Otra vez no-. Aquello no sonó espacialmente bien.
-¿Qué pasa?- preguntó Iñaki preocupado, levantándose del suelo.
-Hay cientos de ellos- Julia dio varios pasos atrás con los ojos abiertos como platos hasta que se topó con la alambrada. Se estremeció al sentirla fría tras su espalda-. Esto es una maldita pesadilla.
Desde el suelo giré el cuello en busca de un significado a sus reacciones. El haz de luz de Van Dijke era lo suficiente poderosa como para ver a una docena de aquellos caníbales acercándose a nosotros con pasos lentos y rígidos. Me puse en pie de un brinco. Tenía la garganta seca y no podía discernir entre el sudor frío o la helada lluvia.
-Les ha alarmado el ruido- informó Andrés, en voz baja. De nuevo se hacía el listo-. Hay que entrar en una casa-. Dicho esto, cogió a Joao- ¡Vamos, a prisa!
Viramos a la izquierda, sorteando a un pequeño numero de esos tipos extraños y dejamos atrás a un largo rebaño que, al ver nuestra reacción, gruñeron, alzaron los brazos inútilmente y partieron en nuestra búsqueda.
-¿A dónde vamos?- preguntó Van Dijke, moviendo la linterna de lado a lado.
-Entra… entramos en la primera… que veamos- respondió Volkov
-¿Esa?- Van Dijke alumbró una casa de dos pisos hecha de madera. Tenía un pórtico con tres escaleras ante la entrada.
-¡Cualquiera!- grité, cansado de la estúpida conversación.
Volkov y Van Dijke subieron las escaleras de piedra apresuradamente y se toparon de morros con la puerta.
-¡Maldita sea, esta cerrada!- maldijo Volkov, llevándose las manos a la cara.
Van Dijke ojeó rápidamente la puerta. Tenía tres ventanas centrales, rompió una de ellas con el codo.
-Aprisa, ya les escucho- dijo Iñaki, empujando a la gente escaleras arriba.
La muchacha holandesa introdujo el brazo en la pequeña ventana y palpó repetidas veces la puerta hasta dar con el pomo. Abrió la puerta.
-¡Están aquí!- Iñaki señaló las siluetas oscuras que habían a escasos metros cuando, de nuevo, otro rayo iluminó la zona. Y era cierto, estaban aquí, más cerca de lo imaginado.
-¡Puerta abierta, entrad!
Fue entonces cuando, presos del pánico, se formó un pequeño embudo que apenas duró unos segundos alrededor de la entrada.
-¡Vamos, vamos!- espoleé nervioso, sin apartar los ojos de aquellos bichos. Uno de ellos ya subía por las escaleras. Sin pensármelo dos voces, le solté una patada en la cara. El tipo cayó hacía atrás acompañado de un viscoso y repugnante chasquido.
-Diablos, entra de una jodida vez Luís-. Andrés me cogió del hombro y me metió en la casa de un fuerte tirón. Acabando por los suelos a la vez que cerraron la puerta.
-¿Estáis bien?- preguntó Andrés entre sofocos-. ¿Hay algún herido?- Entonces, una mano esquelética entró por el agujero de la ventanilla y agarró a Andrés de la camiseta.
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