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[Mi libro] Diario de mi Apocalipsis

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Mensaje  Fanatik Dom Oct 03, 2010 11:44 pm

Estoy trabajando en un libro, de momento llevo 3 capítulos (todos los que haga serán así de breves) y son los que introducen al lector a lo que va a ser la trama del libro. Ahí van...


Diario
de
mi
Apocalipsis




CAPÍTULO 1

¿Yo?




Al fin en casa. Como solía hacer todos los días después de clase, me iba a casa tranquilamente charlando con mis compañeros de cualquier cosa, unos días de fútbol, otros de videojuegos, otros de tías… entonces llegaba a casa, veía a mi hermano lo justo para darle un beso antes de que se fuera a sus clases de por la tarde y después mi madre me recibía en la cocina con otro beso y la comida ya preparada y hablábamos un poco de lo que llevábamos de día, ya sabes, lo típico: las clases, el trabajo, notas… Tras esta “conversación ritual” comía solo, viendo un poco la tele, relajado, y solo entonces me desconectaba del mundo exterior y me metía en el mío propio…
Ya a partir de ese momento iba completamente a mi bola: me ponía a leer un libro, veía la tele, jugaba al ordenador… qué se yo, lo normal. O si no, iba al vicio. Mi vicio tiene un nombre: Internet. Tuenti, Facebook, juegos online, foros… ocupaban la mayor parte de mi tiempo libre. Hacía poco había empezado a gustarme un género un tanto viejo, pero a la vez renovado: los zombies. Supongo que sabes de lo que hablo, esas personas infectadas por un virus que les cambia totalmente el comportamiento y el físico, y que les convierte en no-muertos hambrientos de carne humana, que cuando muerden a alguien lo matan para que luego reviva en un zombie, y así sucesivamente hasta que toda la raza humana quede infectada.

Pues más o menos así era mi vida entresemana.Los fines de semana eran otra historia, salía por ahí, iba de fiesta, visitaba a amigos de otras ciudades, y demás. Bueno, para que engañarnos, habían también findes de frío y lluvia que me apresaban en casa, pero bueno, por norma general estaba más en la calle con amigos.

Hablando de eso, mis amigos… ya fueran del equipo de fútbol, de los de toda la vida, o de los del camping donde pasaba todos los veranos, me lo pasaba genial con ellos. Es cierto que dependiendo del grupo hacía unos planes u otros, pero me daba igual, al fin de al cabo la amistad es la amistad y no hay por qué cerrarse en redondo estando solo con una cuadrilla. Unos salían más, otros jugaban más a videojuegos, otros eran mezcla de las dos… en fin, todos se complementaban perfectamente y tenía un equilibrio que ciertamente me gustaba, pero que en ocasiones veía un tanto peculiar.
Como ya dije antes, entresemana solo veía a los que iban a mi instituto y poco más, porque no figuraba entre mis planes salir, pero bueno, ¿quién mejor que uno mismo para pasárselo mejor? Pues eso, que estar solo también me gustaba, y mucho, la idea de darle reflexionar, pensar en uno mismo, en cómo te sientes, en el futuro… creas que no acaba enganchando, si no te lo crees deberías probarlo.



Todo esto era muy bonito, funcionaba perfectamente y estaba súper feliz con ello. ¿Pero qué chaval de 17 años no está enamorado? Ese era el problema… el maldito Cupido me había lanzado la flecha del amor y el destino de la otra que debería enamorar a mi “media naranja” como dirían algunos, no pudo llegar, así que era cosa de uno, el pringado de siempre (yo). No era todo tan alegre y divertido como lo pintaba hasta hace un rato, ¿verdad?. Aunque parece que mi vida estaba completa y el futuro prometía, los acontecimientos que pasarían poco después me rompieron todos los esquemas y echaron abajo mi estructura vital. Solo me servirían un par de cosas de esta vida… el amor y la amistad.








Capítulo 2

Sol rojizo al amanecer…



“Don’t wanna be an American Idiot, don’t want a nation that…” ¡No! Ya son las 7… quité la alarma del móvil torpemente y me quedé pensativo en la cama, aún era pronto para ducharse. Ese día pasaba algo raro. Sentía algo extraño… como si algo estuviera yendo mal. Para evitar comerme la cabeza me levanté de la cama, desperezándome con un largo bostezo seguido del estiramiento de espalda típico de los lunes por la mañana. Cogí el móvil y la ropa y fui al baño, me di una ducha con Green Day de fondo, me vestí y fui a desayunar, ahí estaban mis padres. –Pues está todo normal- pensé.
Me hice mi típico café con colacao (¡con derechos de autor y todo!), unas tostadas con aceite, me puse las noticias en la tele y comí lentamente, saboreándolo y pensando en por qué me sentía tan raro esa mañana. Ya cansado de preocuparme de preguntas sin respuesta miré por la ventana de la terraza de la cocina, ni me había fijado en si hacía bueno o malo, como solía hacer nada más despertarme. El cielo estaba rojo, como un amanecer o atardecer de película, pero no era normal, el amanecer ya había acabado hacía una hora, y todo parecía indicar que iba a estar así durante todo el día. Este suceso unido a mis macabros presentimientos y mi estado emocional empezaron a ponerme tenso. Cambié de canal a ver si decían algo en la Méteo del fenómeno inusual, por no decir nunca visto que acababa de ver, y justo en el primer espacio meteorológico que vi confirmaron mis temores: en todo el país, por lo menos, el cielo estaba igual. Empecé a tener algo de miedo y me intenté tranquilizar, pero no podía. Le di vueltas a la cabeza y a pesar de todo me conciencé de seguir mi día con normalidad.
Mis padres ya se habían marchado a trabajar y mi hermano ya estaba saliendo por la puerta para ir a su colegio. Al cabo de un rato, terminé de desayunar, cogí la mochila, el móvil y algo de dinero y me fui, que ya eran las ocho y siete minutos y había quedado con Alexis debajo de mi piso para ir al instituto.
- Alexis, estoy flipando, te has fijado en el cielo, ¿verdad?
-Como para no, esto es rarísimo macho, pero bueno, ¿cómo quedaste en Hattrick ayer? ¿Ganaste?
-Sí… pero… joder, no puedo hablar de otra cosa que del puto sol, me estoy acojonando ya. ¿Betegón iba hoy al colegio no? ¿Ya se recuperó de lo del cuello?
- Si si, ayer hablé con él por el Tuenti y me dijo que venía, nos estará esperando donde siempre.
La charla con Alexis hasta que nos encontramos con Betegón no trató del sol finalmente, ya dejé el tema porque si no me iba a poner más nervioso y pasaba. Bastante mal iba ya todo como para ponerse a temblar. A los diez minutos llegamos a donde habíamos quedado. Cuando vi a mi amigo recuperado de su lesión, le dije:
-Betegón, esto cada vez me recuerda más a Resident Evil tío, será que estamos obsesionados con el tema, pero recordarme me recuerda.
Mi amigo de toda la vida Betegón (se llamaba Alejandro, pero como había otros dos en clase que se llamaban igual terminamos por llamarle por su apellido) y yo siempre nos habíamos llevado genial, él era un cómico en potencia y yo un chaval responsable que me evadía del mundo serio de los estudios echándome unas risas con él. Creo que fue él el que me empezó a hablar de las películas de Zombies estilo Resident Evil o Amanecer de los muertos y por tanto el que encendió la chispa de mi interés por el género. Las dos últimas semanas en el camino al instituto siempre hablábamos de qué haríamos en caso de que hubiera una invasión zombie, e incluso hacíamos planes, medio en serio medio en broma, con los que al final acabábamos por reírnos a más no poder.
-Litos (también me llamaban así) a mí me pasa igual jajaja, ¿te imaginas a la de Lengua comiendo a los de clase? ¡Sería unas risas eh!
-Dios, y también un poco lamentable, ¡espero que si pasa ya estemos por lo menos donde Serafín!
Lo de Serafín tiene explicación. Un día Alexis, Betegón y yo pactamos que en caso de amenaza zombie quedaríamos los tres en la única tienda de armas del pueblo: la de Serafín, y allí coger armas y munición para luchar. Ese día no supe exactamente si lo dijimos en broma o no, pero bueno, como idea, para ser sincero, era buena.
-¿Te imaginas arrancarle la cabeza de cuajo a un zombie de un escopetazo? – dijo Betegón, emocionado.
–Bete- Alexis intervino -de la que pegues el tiro pegas un viaje para atrás que creo que el que sale peor eres tú.
-Venga chaval, ¡qué dirás hombre!

La discusión acabó nada más llegar al instituto, donde ya nos encontramos con los demás, hablamos un poco y entramos cada uno a su clase, Betegón estaba en 1º de bachillerato y Alexis y yo en 2º, junto a los demás. Las dos primeras horas fueron algo amenas, pero la tercera…

-Alexis, me aburro tío… tercera hora y no puedo más…
- Tranquilo hombre, si en una hora ya toca recreo, jugamos un baloncesto y ya se nos quita la tontería, ¡y si no Betegón suelta alguna gracia y solucionado!
- Eso espero… -Dije ya sin fuerzas- si no ya me echo a dormir.

Acto seguido, me puse a mirar por la ventana, el cielo seguía tan rojo como cuando estaba desayunando, parecía que nos quería advertir sobre algo malo… De pronto, se empezaron a oír ruidos fuertes, estaban algo lejos pero aún así sonaba muchísimo, y al poco rato vi que diez helicópteros del ejército sobrevolaban el pueblo a toda velocidad. Toda la clase estaba callada, alguno incluso se puso blanco, no sabíamos qué hacer, ni decir, y nos quedamos mirando al profesor, con la esperanza de encontrar en él la respuesta a esos helicópteros, pero su expresión reflejaba la misma perplejidad que la de sus alumnos y rápidamente tras una sencilla escusa corrió a reunirse con el resto del profesorado para informarse. No había pasado ni un minuto cuando cuatro coches de la guardia civil pasaron cerca del instituto con las sirenas puestas. Yo no podía aguantarlo más.

- Alexis, tengo un mal presentimiento, yo me voy.
-¿Qué? – Dijo con cara de susto – No seas tonto, quédate que no será nada, tranquilízate.
- ¿Vienes o te quedas? – Le dije con cara seria.
- Litos me estás asustando, ¿en serio te vas a ir?
Me estaba poniendo ya de mal humor y el miedo empezaba a aumentar a medida que el tiempo pasaba.
- Sí, en serio, vámonos, voy a ver quien quiere irse – Dije esperanzado - ¡A ver, gente! No sé vosotros, pero yo estoy acojonado, algo pasa y no me voy a quedar aquí a esperar que llegue, yome voy, ¿alguien viene?
Todos respondieron con carcajadas y alguna que otra burla, ellos ya se habían recuperado del shock.
- ¿Ah si? – me estaba cabreando más y más – pues adiós, buena suerte. Alexis, vamos.
Salimos a todo correr y nos dirijimos a la clase de Betegón, en el piso de abajo. Abrimos la puerta bruscamente y casi sin aliento,dije:
- Bete, vámonos.
- Ya tardábais- dijo guiñándome un ojo.







Capítulo 3
¡A las armas!





Ya fuera del instituto nos fuimos yendo por el camino que seguimos para venir hacía ya tres horas, y mientras que andábamos casi corriendo cada uno daba su teoría de lo que podía estar pasando. Alexis pensaba que era una bomba, atentado o algo del estilo, Betegón y yo coincidíamos en que era una invasión zombie, pero a esas alturas era más el morbo que nos daba esa situación que la razón lo que nos daba los argumentos para decir eso.
Decidimos ir cada uno a su casa para hablar con la familia, y ya después veríamos que hacer., tendríamos en todo momento los móviles disponibles para poder comunicarnos. Nos despedimos efusivamente y nos pusimos en camino.
Llegué a casa, y como suponía no había nadie. Mis padres estaban en el trabajo y mi hermano en clase. Decidí llamarles, cogí el móvil, busqué en la agenda a mi padre y di al botoncito. No pasaba nada, no daba señal ni nada. Probé con mi madre, y más de lo mismo. Llamé a mi número de casa, y cuando vi que tampoco funcionaba llegué a la conclusión de que no había línea. La tensión y el miedo me estaban matando, tampoco podría hablar con mis dos amigos.
Cuando quise reaccionar oí el ruido de más helicópteros, pero muy cerca, me asomé por la ventana y vi que estaban aterrizando estrepitosamente en el patio del colegio de mi hermano, situado en frente de mi piso. Pensando que mi hermano corría peligro, cogí las llaves y fui a por él, no le podía dejar solo, tenía solo once años y estaría aterrorizado. Nada más salir al portal vi un hombre encorvado, estaba dándome la espalda y no se movía. Pensé que era un vecino, pero al poco pude comprobar que lamentablemente no era así. El desconocido empezó a vomitar un líquido negro asqueroso, me acerqué para preguntarle si estaba bien y al dar yo un paso se dio la vuelta y me miró. Me quedé paralizado. Su cara estaba desfigurada, le faltaba un ojo, de su boca emanaban restos de carne y el líquido que le caía poco a poco en forma de baba. No lo podía creer. Era un zombie. Saqué como pude las llaves del bolsillo y abrí el portal, el zombie se dio cuenta de que me escapaba y corrió hacia mí, rápidamente entré y cerré de un portazo, el no-muerto empezó a arañar el cristal y su irregular aliento lo empañaba.
Entré a casa e improvisé dos armas como primera medida de precaución. La primera era un cuchillo de cocina grande, lo suficiente como para poder defenderme manteniendo una distancia mínima que me asegurara que no me mordiera, y la segunda era una lanza casera fabricada con un palo de fregona con dos cuchillos atados a cada lado, de forma que pudiera atacar con cada extremo. Tratando de mantener la calma, reflexioné un poco sobre lo que debería hacer.
Primero, coger una mochila y armarla de provisiones suficientes para sobrevivir. La llené de latas de conserva y botellas de agua, y como quedaba hueco puse frutos secos y chocolate como energía extra.
Segundo, hacer algún arma más. Si una oleada de zombies me atacaba, una lanza y un cuchilo no me servirían de nada. Pensé y pensé, hasta que me acordé de las armas de mi juego favorito, en el que había bombas caseras (eso era complicado, así que lo descarté) y cócteles molotov, eso último me vendría de vicio. Cogía botellas de alcohol del minibar, papel de periódico y un par de mecheros. Vale, hasta ahí bien, pero, ¿cómo llevar todo eso de forma que no me estorbe y asegurándome una defensa mínima, yendo cómodo y a la vez protegido?


Me puse unos vaqueros cómodos, unas playeras que me permitieran correr bien y una chaqueta gruesa para evitar los mordiscos superficiales y a la vez que me diera movilidad, tras esto me inventé una especie de cinturón con varios cuelgues donde poner un cóctel, un mechero y el cuchillo de cocina, me puse la mochila con las provisiones y el resto de los cócteles aún sin hacer, y me até una cuerda con un enganche donde poner mi lanza en caso de no poder o tener que usarla. Pensé que la posible soledad a la que me tendría que enfrentar tarde o temprano podría acabar por volverme loco. Metí un par de libros para pasar el rato, y unos cuadernos y bolígrafos, para escribir un diario, el diario de mi apocalipsis. También cargué fotos de la familia, por si no les volvía a ver. Estando ya preparado me dispuse a salir a la calle con la lanza en la mano y con el objetivo de rescatar de ese infierno a mi hermano pequeño.
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