Foro de Amanecer zombie
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Yurinka
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Mensaje  Yurinka Vie Jul 23, 2010 12:24 am

Hola a todos. Hace unos meses, antes de leer las instrucciones del foro, colgué la dirección de un blog que había hecho con una historia zombie. Me indicaron que tenía que colocar el texto directamente y la verdad es que me puse a corregirla para hacerlo y entre una cosa y otra se me fue el santo al cielo. Ahora ya la tengo lista y voy a comenzar a ponerla. Es larguica pero como ya está terminanda pondré un capítulo cada día, más o menos. Bueno, un saludo a todos y atentos a las noticias, nunca se sabe cuando va a empezar...


Primer día
Lunes 31 de julio de 2009


Han pasado ya muchas semanas, pero aún puedo ver los rostros de la fotografía. Perdidos y asustados. Con la mirada fija en el cámara y el helicóptero, corriendo como posesos hacia el aparato. Pálidos, ropa rasgada y heridas terribles... ¿Por qué corrían? Y sobre todo, ¿por qué el helicóptero despegaba y los dejaba allí? Esas fueron las preguntas que surgieron entonces.
Fui uno de los primeros en ver la foto en la redacción, aunque no la descubrí yo. Ése siempre era Fran, el jefe de fotografía, que rastreaba las páginas de las agencias internacionales en busca de imágenes curiosas para la sección de Gente, la contraportada e incluso a veces para la portada, cuando la noticia lo merecía. Ésta era una de esas ocasiones. "¡Pedro, ven aquí cagando hostias!", gritó con su habitual simpatía. Cuando llegué a su mesa se dio la vuelta y, aún sentado, mirando hacia arriba, soltó: “Mola, ¿eh?”.
Eran las diez de la noche y el ambiente en el periódico se había tornado bastante tenso. Apenas hacía una hora que habían llegado los primeros teletipos desde Estados Unidos y sinceramente no teníamos nada claro qué estaba pasando. La primera alerta que vimos estaba colgada en un Urgente de la página web de El Mundo: "Ataque terrorista en Los Ángeles con centenares de desaparecidos". Enseguida se nos vino a la cabeza el 11-S y el 11-M. Cuando un titular de última hora combina las palabras terrorismo y heridos o muertos está claro que hay algo gordo. Y si ocurre en Estados Unidos mucho más, porque el seguimiento mediático y el impacto de los atentados se multiplica en Norteamérica. Pero es que lo de "decenas de desaparecidos" sonaba muy mal. En una tragedia, desaparecidos es sinónimo de muertos así que la cosa prometía. De inmediato nos comenzamos a conectar sin orden ni concierto a las agencias de noticias, las páginas web de los periódicos estadounidenses, los nacionales... Desde cada esquina de la redacción surgía un dato nuevo: "¡Son árabes!" "¡Armas bacteriológicas!" "Paramilitares de ultraderecha" "No, dicen que es una broma, sólo es el rodaje de una película de Hollywood, estrategias publicitarias". Nada confirmado, y lo peor era que a diferencia de los atentados de Madrid y Nueva York, que ocurrieron por la mañana y a mediodía respectivamente (hora española), lo que fuera que estuviera pasando en California nos llegaba a plena hora de cierre del periódico y no teníamos datos que ofrecer a nuestros lectores.
Los periódicos nacionales tenían corresponsales en Estados Unidos y muchos más contactos con el Gobierno central para aclarar esta clase de sucesos. Sin embargo, siendo realista, en ese momento no les envidié. Un diario regional como el mío no debía de llenar diez páginas de información, imágenes y reacciones a la supuesta catástrofe internacional. En El Faro de Murcia mandaban siempre las noticias de la ciudad, así que bastaba con acabar la edición local y reservar tan sólo la apertura de la sección de internacional y una imagen en portada. Con una buena foto salvas el periódico, aunque no tengas historia. La colocas a cinco columnas con un enorme titular y… bien, si el lector quiere más datos ya tiene los noticiarios de radio y televisión del día siguiente, que pueden ofrecer información fresca al momento.
Sin embargo, el problema radicaba en que la hora de cierre de la rotativa se acercaba y nos faltaba tanto la historia como la imagen. Hasta que el fotógrafo nos llamó, únicamente contábamos con una instantánea aérea de la agencia Asociated Press, en la que se observaba un cúmulo de urbanizaciones salpicadas por varias columnas de humo. No estaba mal, pero esa foto podía reflejar desde un gran incendio, y no era el primero de la temporada, hasta un accidente aéreo.
Por eso, cuando vi la imagen que había encontrado Fran, lo tuve claro. Era de Reuters, y estaba tomada desde el interior de un helicóptero sanitario que comenzaba a elevarse, según decía el pie de foto. Del interior de la nave apenas se intuía casi fuera de cuadro el perfil de uno de los tripulantes, con la boca abierta y el brazo señalando hacia el exterior. La puerta del helicóptero no estaba cerrada. Estaban despegando de un jardín y se veían bloques de dúplex adosados al fondo. En tierra, a poco más de diez metros del aparato, un grupo de personas corrían hacia el helicóptero con los brazos extendidos, llenos de sangre. Eran los rostros que habían atraído mi atención desde el principio. Me fije en sus caras. Parecían asustados, ¿pero era miedo o rabia lo que mostraban sus ojos?
Fernando, el redactor jefe, que ya se había puesto a mi lado, me señaló algo que no había visto hasta entonces. A la izquierda de la imagen había una niña de unos diez años, rubia, que se dirigía, como los demás, hacia el fotógrafo. Tenía una venda en la cabeza y le faltaban los zapatos. La sangre también le corría por las piernas desnudas. Su aspecto, en fin, daba escalofríos.
- ¿Tiene los ojos en blanco?- preguntó Fran, ampliado la foto.
Al decirlo me di cuenta de que, efectivamente, el color de sus ojos no era normal, pero el aumento de la foto no sirvió de nada, ya que no era de mucha calidad y se pixelaba.
- Puede ser un efecto de la imagen- respondí- aunque parece que está histérica.
La niña era el civil más cercano al helicóptero. Sin embargo, tras una nueva inspección al resto de personas me dio la impresión de que sus gestos eran similares. Daban miedo. Quizás se trataba de un grupo de saqueadores, como ocurrió en esa misma ciudad en los disturbios racistas de inicios de los años noventa. O puede que, simplemente, el aparato fuera ya cargado y no pudiera transportar a más heridos.
El caso es que se quedaban en tierra y la foto resultaba en conjunto estremecedora. Hablamos con el director y estuvimos de acuerdo: "Centenares de heridos en California" El titular a cinco columnas, la imagen encima y el texto de portada y de página jugando con el propio desconcierto de esas horas de la noche. Antes de marcharme a casa imprimí la foto y me la eché en la mochila. Mañana sabríamos qué demonios estaba pasando.
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Mensaje  horacio campos Vie Jul 23, 2010 8:01 am

ey!!! me confundi un poco; demasiada informacion y teorias. Sin embargo, eso es bueno; supongo que sera una historia compleja con personajes diversos y una trama larga.
Si ya la terminaste, podrias subir de dos en dos en lugar de uno por uno, se me hizo corto.
Saludos.
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Mensaje  Yurinka Vie Jul 23, 2010 2:02 pm

Segundo día
Martes 28 de julio de 2009

La noche fue tan calurosa que apenas dormí unas horas. El verano en Murcia es criminal, todos lo saben. Pero si además tardan casi un mes en instalarte el aparato de aire acondicionado, la mala leche se alía con el bochorno. Abrí la ventana de par en par, y mientras se refrescaba la habitación, antes de acostarme, me puse a ver la televisión. Las cadenas generalistas ya habían terminado sus informativos y no hacían ningún programa especial sobre California. Sólo CNN+ trataba el suceso, aunque todavía sin imágenes de vídeo. En vez de eso recurrían a un plano de Estados Unidos centrado en la ciudad de Los Ángeles, acompañado por el relato de uno de los corresponsales de la cadena americana. Según contaba, la zona era un caos, con continuos disturbios, saqueos de comercios, intervenciones de la policía y decenas de heridos.
Al día siguiente me levanté con el ojo puesto en el teléfono. Llamé al instalador del aire. Me dijo que al día siguiente vendría sin falta. Era la tercera vez que respondía lo mismo. Después, mientras desayunaba, puse la radio y el debate de la SER analizaba la crisis económica. Sintonicé Radio Nacional para buscar novedades y, ahí sí, estaban hablando de los disturbios de California. Decían que la cifra de heridos no paraba de aumentar y que la policía se veía desbordada. Algunos barrios Santa Ana, una población que formaba parte del conglomerado urbano de Los Ángeles, donde surgieron las primeras llamadas a Emergencias, estaban literalmente tomados por las bandas y nadie se atrevía a entrar, por lo que resultaba muy difícil evaluar la situación.
Me dije que sería una jornada dura en el periódico, pero que al menos ahora sí había tiempo para contrastar informaciones y hacer un trabajo más digno que el del día anterior. Salí a la calle y fui paseando hasta el periódico. Eran todavía las once pero ya había que ir buscando las sombras de los edificios para evitar el sofocante sol. Mi casa estaba en un barrio residencial bastante cercano al centro, así que no tardé en llegar a la redacción. Allí nos esperaba el caos. Con las urgencias del día anterior no habíamos repartido el trabajo para los redactores y excepto aquellos que ya tenían algo previsto, todos estaban sentados a la mesa y esperándolas venir. Fernando y yo éramos los redactores jefes del periódico (si bien teníamos menos años que algunos de los periodistas, yo tenía 28 y él 29). Hablé con él y decidimos que la mayor parte del equipo se dedicaría al tema de Estados Unidos. Al fin y al cabo era verano, y por muy lejos que estuviera Los Ángeles (o Santa Ana), era lo más interesante que pasaba por el momento. Además, así dábamos un respiro a los lectores y aparcábamos un rato el tema de la crisis económica.
Dejamos las páginas justas para las secciones locales y pusimos a los redactores a conseguir informaciones y fotografías. Uno de ellos se encargó de buscar españoles y murcianos que pudieran vivir por la zona, para tratar de obtener un testimonio. Cuando todo estuvo más o menos repartido bajé a tomar un café con Fernando y leímos el resto de periódicos.
- ¿Has visto Pedro? Casi todos han cogido nuestra foto- me dijo.
El Pais y El Mundo la tenían, aunque no tan grande. Habían dedicado el tema principal de portada una rueda de prensa del gobernador del Banco de España sobre la crisis económica; cada uno desde su lado, claro.
No aparecía mucha más información de la que nosotros habíamos publicado, aunque El Mundo citaba a un responsable sanitario americano que hablaba de una probable epidemia. Dadas las circunstancias del momento, el periódico barajaba la posibilidad de que un repunte de la Gripe A en algún hospital de la zona hubiera causado el pánico entre los habitantes.
Al volver a la redacción nos esperaba Fran con una sonrisa dibujada.
- Mirad la foto que ha llegado- exclamó sentándose en su ordenador.
Era una imagen obtenida desde algún edificio cercano a los estudios de Hollywood y mostraba precisamente uno de los almacenes cinematográficos ardiendo. No tenía la fuerza del grupo del helicóptero del día anterior pero le sobraba valor simbólico.

Sara, una de las redactoras, que precisamente acababa de llegar del viaje de luna de miel por Estados Unidos, entró en la página de mapas de Google y advirtió que los estudios de cine no se encontraban cerca de Santa Ana, sino en el extremo norte del conglomerado urbano de Los Ángeles, mientras que la primera población estaba justo al sur. De hecho, las portadas de las ediciones electrónicas de los periódicos ya hablaban del aumento de los disturbios en la zona, y señalaban que toda la ciudad se había vuelto loca.
Nos fuimos a comer y tuve que pasar por una tienda de comida rápida. Aunque ése era el día de la semana en que comía con mis padres, ellos estaban en la playa, y yo, me lamenté, seguía cociéndome en Murcia. Habría ido a casa de mi hermana, que vivía justo enfrente de mí, pero ella también estaba lejos de las cálidas tierras murcianas. Se encontraba de viaje por Argentina, así que disfrutaba del invierno austral.
Cuando volví al periódico por la tarde estaba bastante cansado, ya que la falta de sueño unida al calor había estado a punto de acabar conmigo. Al menos al llegar me encontré el que habría de ser el titular del día siguiente colgado ya en las páginas web. El gobernador de California, el archiconocido Arnold Schwarzenegger, había pedido la ayuda de la Guardia Nacional y los militares habían tomado la ciudad a primera hora de la mañana (en esa zona de Estados Unidos, por la tarde en España). También comenzaban a llegar vídeos de los sucesos. Algunos eran nocturnos y apenas se podía distinguir a agentes antidisturbios lanzando tiros al aire y bengalas. También había imágenes aéreas, tomadas desde helicópteros, de incendios en casas y comercios.
Para mejorarlo todo aún más, Pablo, el redactor que estaba buscando paisanos en la zona de crisis, había encontrado a una murciana residente en Los Ángeles. Era una joven que estaba estudiando en una universidad californiana y le iban a dar el teléfono a lo largo de la tarde. Fran enseguida comenzó a distribuir fotos y Fernando ordenó las páginas y los artículos de los redactores. Yo incluso tuve tiempo de ver los periódicos deportivos, esperando los últimos fichajes del Barça. Sobre las ocho de la tarde, Pablo logró al fin el teléfono de la chica y me dijo que se disponía a llamarla. A la media hora vino cariacontencido. Estaba nervioso y ni siquiera conseguía hilar las palabras. Le tuve que decir que se sentara y explicara qué pasaba. La estudiante estaba sola en su apartamento. Vivía en el extrarradio de la ciudad pero incluso hasta allí había llegado el follón. Literalmente se había atrincherado en su casa. Cuando Pablo la llamó acababa de bloquear la puerta de su habitación con un armario y llevaba una hora tratando de ponerse en contacto con la Policía, aunque sin éxito, porque las líneas estaban bloqueadas. Decía que en la calle no paraban de oírse disparos y pequeñas explosiones. Al principio pensó en salir en busca de un lugar más seguro, quizás en las afueras o en un gran centro comercial, pero entonces vio por la ventana como un grupo de pandilleros perseguía a una mujer y la alcanzaban al llegar su coche, atacándola allí mismo. Se le había caído el alma al suelo porque en los tres meses que llevaba en Los Ángeles siempre había evitado los barrios conflictivos y aunque sabía que era una ciudad peligrosa, no había sufrido ningún atraco. En ese momento, sin embargo, no podía ni salir a la calle. Lanzó un grito casi instintivo hacia los agresores. Éstos, al verla, se acercaron a su edificio. Ahora estaba muerta de miedo, atrincherada en su casa, pensando que iban a lograr entrar.
Yo estaba con la boca abierta cuando se acercó Fernando y le preguntó a Pablo si había conseguido una fotografía de la chica.
- No creo que la chica esté en condiciones de mardarnos una foto en este momento- le dije, y le relaté lo sucedido.
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Mensaje  Yurinka Vie Jul 23, 2010 7:08 pm

Y aquí el segundo capitulo del día, ya que me voy de finde y no podré meter más hasta el lunes. Un saludo a todos.


Segundo día, segunda parte
Martes 28 de julio de 2009


Fernando se quedó de piedra tras escuchar la historia. Su primera reacción fue mirar a Pablo para preguntar si se estaba riendo de nosotros. Sin embargo, Pablo ya se había puesto otra vez al teléfono, tratando de contactar con la chica.
- El teléfono suena- exclamó desde su mesa- pero no lo coge.
Después propuso avisar a la Policía o llamar a la embajada española. "Tenemos que hacer algo", repetía.
Sin embargo, había poco que pudiéramos hacer desde aquí. En cualquier caso, no estaba de más tratar de hablar con el Consulado de España en Los Ángeles, para intentar conocer la situación de los ciudadanos españoles. Pablo mismo realizó la llamada antes de que se lo encargáramos.
El Consulado español se encontraba en el mismo centro de Los Ángeles, muy cerca de Hollywood, y el cónsul era Inocencio Arias, antiguo representante español ante las Naciones Unidas. Cuando Pablo se puso en contacto con la oficina, le atendió una americana hispana que cortó la comunicación tras decirle que sólo atendía a ciudadanos españoles y familiares. Volvió a llamar y le recordó el caso de Nuria, aunque la oficinista se limitó a repetir el anuncio de la intervención del Ejército y que muy pronto se calmaría la situación.
Sin embargo, según nos explicó Pablo, la mujer parecía muy nerviosa al otro lado del teléfono y repetía el mensaje de la llegada de los militares como si estuviera leyendo un comunicado.
Para entonces, el Ministerio de Asuntos Exteriores había emitido una nota de prensa en la que recomendaba evitar los viajes a Los Ángeles. En comunicación con el cónsul, estaban organizando el traslado de todos los ciudadanos nacionales en un avión del Ministerio. Al parecer, los aeropuertos internacionales de la ciudad no se habían visto afectados por los disturbios, pero el Gobierno americano había restringido el tráfico aéreo a los vuelos oficiales mientras el Ejército recuperaba el control de la ciudad. En primer lugar estaban evacuando los barrios del extrarradio de la ciudad y acordonando la zona con controles. Una vez lograran asegurar los suburbios, irían cerrando poco a poco el cerco hasta llegar al centro.
El mayor problema para el periódico fue elegir entre la ingente cantidad de información e imágenes (abundaba más de lo segundo que de lo primero) que llegaba de Estados Unidos. La verdad es que a pesar de lo impresionante de las fotografías y los vídeos que ya se podían ver en Youtube, lo cierto es que nadie parecía saber a ciencia cierta que ocurría en la urbe. Mientras, aumentaba rápidamente la cifra de heridos y los servicios de rescate se veían desbordados para sacarlos de la ciudad.
Esa noche le tocaba cerrar la edición a Fernando y a mí salir antes, pero me quedé hasta que mandamos a rotativa la última hoja. Excitados por todo lo ocurrido, alargamos la hora de vuelta a casa en un bar del centro. Nos entretuvimos recordando las anécdotas de un día más emocionante de lo normal y por un día al director no le debieron pitar los oídos. Más tarde, de vuelta a casa, pensando seriamente en lo que sabíamos de Los Ángeles, la sonrisa me abandonó. ¿A qué situación había llegado ese país para que un brote de gripe, un estallido racial o lo que fuera hubiera puesto en estado de sitio una ciudad?
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Mensaje  Battousai Vie Jul 23, 2010 7:52 pm

te comento para futuros capitulos, que el doble post (2 mensajes seguidos de un mismo usuario con una diferencia horaria menor a 24 horas) no esta permitido, cuando se de el caso de que quieres publicar un segundo capitulo en un mismo dia, en lugar de pinchar en responder, abajo a la izquierda, dale a editar, un boton con letras amarillas arriba a la derecha del propio mensaje
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Mensaje  Yurinka Sáb Jul 24, 2010 3:01 pm

OK
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Mensaje  Yurinka Mar Jul 27, 2010 10:10 am

Tercer día
Miércoles 29 de julio de 2009


El día siguiente debía ser de relax. Libraba, así que me olvidaría del periódico por unas horas, aunque los acontecimientos de las jornadas anteriores me habían dejado con ganas de volver a la redacción. En cualquier caso, yo tenía mis propios problemas, aunque mucho más mundanos.
Era día de descanso, pero no pude aguantar en la cama más tarde de las ocho de la mañana a causa del calor. Tenía todo un día libre por delante y opté por hacer algo que debía haber afrontado mucho antes ese verano, mudarme a casa de mis abuelos. Terminó de convencerme el técnico del aire acondicionado, que volvió a retrasar su visita a casa por asuntos personales "urgentísimos". Le dije todo lo que quise y más, pero sabía que no serviría de nada. Finalmente quedó en venir el viernes siguiente, es decir, y como ya me había acostumbrado a escuchar: "Pasado mañana sin falta".
Mis abuelos tenían un pequeña casa en el monte, en una cordillera al sur de Murcia que contaba con unas vistas privilegiadas de la ciudad. Era una antigua villa señorial que mis abuelos habían comprado a un potentado venido a menos, y estaba tan deteriorada que ni cinco años de trabajos de reforma y acondicionamiento la habían terminado de arreglar. Sin duda la estructura estaba enferma, y eso era algo que durante las noches de viento o lluvia la vieja mansión insistía en demostrar, con crujidos e incluso un derrumbe parcial dos años atrás. Como consecuencia, entre las habitaciones apuntaladas y aquellas que había quedado totalmente impracticables, apenas quedaba el salón, una enorme cocina que décadas atrás había servido de casa del servicio y tres dormitorios en la planta de arriba. También tenía una torre otro piso por encima, como era costumbre en las casas construidas a mediados del siglo pasado en esa zona de Murcia. El ático y la agrietada terraza de la entrada, resguardada por varios plátanos, eran los mayores atractivos de la villa. Por contra, su difícil acceso, a unos veinte minutos de Murcia, y los años, eran las razones por las que mis abuelos apenas la utilizaban y menos ahora, en pleno verano. Por mi parte, con las largas jornadas de trabajo en el periódico igual me valía mi apartamento en el centro que la decrépita mansión, pero la fresca brisa del monte terminó de decidirme. Llamé a mi amigo Enrique, que estaba de vacaciones y contaba con un estupendo monovolumen, y metí todo lo que pude para pasar al menos un mes en el monte, mientras remitía el calor.
Aproveché también para llamar a mi hermana y preguntarle cómo le iba el viaje. Por alguna razón me preocupaba que estuviera en Argentina, pese a que los sucesos se estaban produciendo a miles de kilómetros al norte. A excepción de algún periódico que habían podido leer, no tenían mucha idea de lo que pasaba en Los Ángeles. Normal cuando llevas dos semanas recorriendo la Patagonia.
Pasé el resto del día acomodando las cosas, limpiando y jugando a la consola con Enrique en la fresca terraza de la villa. Fernando me llamó al anochecer, pero antes de que me pudiera contar las "novedades" que se habían producido ese día tuvo que colgar ante los gritos el director. Por eso, una vez se hubo marchado mi amigo, me acerqué a cenar a un pequeño bar del lugar y casi ni probé bocado mirando las noticias de la noche en la televisión.
El Gobierno americano había perdido el contacto con el interior de la ciudad, ya no funcionaban los aeropuertos (y eso que había uno de los Marines en pleno centro) y se había declarado el estado de sitio en todo el sur de California. Enormes columnas de coches trataban de huir de la zona por las colapsadas autopistas, mientras el Ejército, literalmente dijo el presentador, "no podía contener los ataques de las bandas de agitadores". Las imágenes que emitía el informativo de TVE1, que dedicó casi la mitad de sus 45 minutos al tema, eran aterradoras. La ciudad ardía y los helicópteros de las cadenas de noticias captaban ataques en masa a comisarías, hospitales o el mismo Rose Bowl, un estadio de casi 100.000 plazas donde las autoridades habían instalado un enorme hospital de campaña. California necesitaba refuerzos y si la televisión no engañaba, medio Ejército estadounidese se dirigía a la zona, incluidos tanques y helicópteros.
Si las imágenes eran impactantes, más increíbles eran los testimonios de los supervivientes que había logrado dejar la ciudad. Algunos hablaban de ataques de grupos salvajes, como si se tratara de un conflicto étnico en África, golpeando y mordiendo a las víctimas. Exagerados o no, los refugiados que contaban estas historias ofrecían pruebas en forma de heridas, algunas bastante graves, que daban credibilidad a sus declaraciones.
Me marché a casa sin saber qué pensar. Mientras preparaba mi habitación recibí una llamada de Fernando.
- Oye, ¿no has visto el mensaje que te he enviado? ¿Has entrado al correo?
Le dije que estaba totalmente desconectado en plena sierra.
- Tienes que ver esto. Es un vídeo flipante, te lo mando al móvil.
En pocos minutos lo recibí, y dado que era mi primera noche en una casa sacada de los relatos de terror, no debería haberlo abierto. Era una secuencia grabada con el móvil, con todos los problemas de calidad que conllevan estos aparatos (pixelado, movimientos bruscos, contraluces, etc.) pero bastaba para poner los pelos de punta. Estaba grabado por un grupo de jóvenes angelinos, unos diez, que avanzaban por una estrecha calle peatonal entre viviendas, seguramente en un barrio residencial de la ciudad. Tenían armas: hachas, bates y alguna pistola. Estaban a punto de llegar al final de la calle cuando apareció un hombre a lo lejos. Inmediatamente se pararon, mientras el hombre se daba la vuelta lentamente y salía corriendo hacia ellos. No podía entender lo que gritaban los chicos del grupo pero era un compendio de "fuck" y "shoot". Se oían varios disparos, al parecer dirigidos al hombre, pero éste no se detenía. El cámara, se logró apartar en el último momento, cuando el atacante pegó un salto para abalanzarse sobre los jóvenes. A partir de ahí el vídeo se volvía mucho más movido pero se podía ver como los pandilleros golpeaban en corro al hombre, que atacaba en el suelo a uno de ellos. Después de molerlo a palos durante casi un minuto pudieron liberar a su amigo. Éste tenía una terrible herida en el cuello. En ese momento comenzaron a oírse más gritos y el grupo reemprendió la huida.


Cuarto día
Jueves 30 de julio de 2009


Esa noche tuve una pesadilla digna de los acontecimientos del día anterior. Bajaba corriendo por unas escaleras junto a un grupo de gente. Poco a poco los adelantaba, saltando escalones de dos en dos, volando literalmente . Detrás de mí las personas a las que voy adelantando caen y comienzan a gritar, como si algo les alcanzara, y yo corro todavía más rápido. Pero como suele ocurrir en esta clase de sueños las escaleras ni terminan ni llevan a ninguna parte. De pronto un crujido comienza a sonar a mi espalda, cada vez más cerca y cada vez más fuerte, sin que me atreva a dar la vuelta. Cuando el crujido era tan intenso que casi podía sentir los escalones rompiéndose a mis pies me desperté. Estaba en una habitación desconocida, grande, oscura y fresca. Me costó recordar. Era la casa del monte, y los crujidos los provocaba un enorme ventanal de madera que golpeaba contra el marco empujado por el viento.
Miré el reloj. Eran las cinco de la mañana y la verdad es que había una buena temperatura en la habitación, hasta tal punto que por vez primera en las últimas semanas había tenido que taparme con una sábana. Me resguardé bajo la fina tela y seguí durmiendo.
Por la mañana perros, gallos y demás fauna rural me dieron los buenos días. Lo cierto es que había dormido como nunca. Desayuné y cogí el coche para bajar a la ciudad. Los informativos echaban chispas con la revuelta de Los Ángeles. El Ejército había lanzado una ofensiva en toda regla sobre la ciudad, una vez que, se suponía, todos los civiles desarmados la habían abandonado. Según las autoridades militares, tras los bombardeos, grupos especiales y blindados entrarían en la urbe para terminar de pacificarla. La verdad es que sonaba espeluznante. Imaginé la cara que pondría al escuchar esas noticias un oyente que hubiera permanecido una semana aislado y esa fuera la primera información que tenía de las crisis americana.
Por otro lado, protestas multitudinarias comenzaban a sucederse por todas las ciudades americanas, reclamando una solución pacífica al conflicto. Era normal, al fin y al cabo esa gente estaba viendo morir a conciudadanos, radicales o no, bajo su propio armamento. Y no ya en Irak o Afganistán, sino en suelo americano. Y por si todo eso fuera poco, la apresurada evacuación de la ciudad había provocado la propagación de la epidemia de Gripe A, según fuentes médicas, y los ingresos hospitalarios se multiplicaban entre los refugiados y el personal que había participado en el rescate. Como había ocurrido en México meses antes, se extendía poco a poco del oeste al centro del país. En España, el Ministerio de Sanidad anunció una aceleración en el programa de producción de vacunas antigripales, para empezar a suministrarlas a la población de riesgo a partir de septiembre.
Esa mañana, antes de entrar al periódico, recibí una llamada de mi madre. Estaba preocupada por mi hermana Luisa. Había pensado, como yo, que su situación no era muy segura en Argentina, con la que se estaba liando en Estados Unidos. Por eso la había llamado para pedirle que volviera inmediatamente, y se había encontrado con un no rotundo, ya que Luisa llevaba meses preparando el viaje y no tenía ninguna intención de suspenderlo. Le prometí que trataría de convencerla.
Entre el trayecto desde el monte y la conversación telefónica, llegué tarde al periódico. Fernando me esperaba a la entrada y me anunció que había reunión con el director. Esa clase de citas no me gustaban un pelo, pero yo venía de librar así que pensé que si se trataba de un fallo no era cosa mía. Sin embargo, el director estaba contento. Nos invitó a sentarnos y nos echó una burlona mirada. Sabía la tensión que provocaban sus reuniones y disfrutaba retardando el momento de comenzar a hablar tras una sonrisa pícara.
- ¡La crisis de Los Ángeles ha sido un milagro!- dijo, y se empantanó sobre su sillón para observar nuestra reacción.
- ¿Un milagro?- pregunté.
- Sí- respondió- Las ventas del periódico se han multiplicado desde el lunes. Según me acaba de decir el director general hemos crecido un 20%. ¡Es algo milagroso!
Fernando y yo nos miramos sorprendidos.
- ¡Enhorabuena chicos!- prosiguió- Pero ahora no hay que despistarse, quiero dedicar todo el periódico a la crisis, quiero un cuadernillo especial, central... o mejor exterior, con una gran fotografía a sábana. ¿Hay algo más que contar? Todo el mundo está hablando de Estados Unidos, démosle lo que quieren.
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Mensaje  Yurinka Jue Jul 29, 2010 10:49 am

Cuarto día, segunda parte
Jueves 30 de julio de 2009


Fernando y yo salimos del despacho del director desconcertados. Deberíamos haber sentido alivio, una subida de ventas del 20% era algo inaudito para El Faro. Y si algo necesitaba nuestro medio, agobiado por una exigua cuota de mercado, la aplastante predominancia de La Verdad y La Opinión. Sin embargo, al mismo tiempo, y por lo menos en mi caso, notaba que me había implicado demasiado en el tema y ciertamente había perdido la perspectiva editorial. Las novedades que publicábamos eran las que conocíamos y me movía más el ansia de saber que el de adelantarme a otros medios. Si éramos realistas, un periódico como el nuestro dependía por completo de fuentes externas y el interés que habíamos despertado en los lectores murcianos se podía explicar, en primer lugar, porque el tema verdaderamente nos interesaba y, por qué no decirlo, por el enfoque sensacionalista que habíamos adoptado.
Fernando lo resumió todo en una frase:
- Nos estamos volviendo locos.
La rutina informativa a la que habíamos llegado esos días pasaba por estar atentos a la publicación de las nuevas ediciones de los periódicos norteamericanos. Aunque los portales actualizaban continuamente sus contenidos, entre las cinco y las seis de la madrugada hora estadounidense (de nueve a seis horas menos que en España, dependiendo si el reloj se encontraba en la Costa Oeste o la Costa Este respectivamente) salían las ediciones especiales de los diarios americanos y en ese momento era cuando se publicaban los reportajes más interesantes.

Justo al terminar la reunión llegaron las primeras portadas de las zonas de Nueva York y Washington, donde se editaban las principales cabeceras y ya amanecía. Una vez más, nos dejaron en el sitio: 'Canibalismo en Los Ángeles', titulaba el USA Today; 'Ataques salvajes en California', decía por su parte el más serio New York Times, que sin embargo citaba en el cuerpo de la noticia testimonios de combates cuerpo a cuerpo y casos de antropofagia. En realidad, la prensa estadounidense venía a confirmar lo apuntado unas horas antes por la inglesa, mucho más sensacionalista, en base a los relatos, imágenes y vídeos que llegaba de la Costa Este. En boca de los rotativos amarillistas ingleses se nos había antojado como un disparate más de la prensa amarilla, pero confirmado por los americanos comenzaba a resultar inquietante.
El Gobierno estadounidense respondió casi inmediatamente negando estas informaciones y decretando un cerco informativo a una amplia zona de California. A partir de ese momento no podrían acceder a la zona prohibida ni medios de comunicación americanos ni extranjeros, si no era acompañando a las unidades militares que el Ejército pondría a su disposición. Se trataba de una política similar a la de la Guerra de Irak o Afganistán, aunque en suelo estadounidense, lo que la prensa del país denunció como una vulneración de la Constitución. Oficialmente la Casa Blanca justificaba la medida por la propia seguridad de los periodistas ya que, afirmaban, ya no podían garantizarla sobre el terreno. Para compensar el vacío de información, suministraron imágenes grabadas por los propios militares que parecían sacadas de la Operación Libertad Duradera (la invasión de Irak). Consistían en secuencias de bombardeos desde aviones o helicópteros, con la pantalla de infrarrojos enfocando el objetivo que después estallaba en mil pedazos, o salvas de artillería y soldados avanzando a oscuras en tonos verdes, filmados por cámaras de visión nocturna.
La mejor información, por contra, la aportaban los ya millones de refugiados que abandonaban los alrededores de Los Ángeles en dirección al norte, San Francisco, al oeste, Nevada y Arizona, e incluso hacia el sur, a México. La CNN retransmitía en directo el lento discurrir de las caravanas de coches y las declaraciones de ciudadanos que habían huido con lo puesto ante los rumores de ataques de hordas salvajes, pues el término bandas o pandilleros ya se quedaba corto. Esos grupos, al parecer, acaban con todo lo que encontraban. Eran muy numerosos y no tenían piedad. Algunos de los refugiados caminaban penosamente por las heridas sufridas en los ataques, pero se negaban a recibir atención médica porque corría el rumor de que el Ejército estaba trasladando a todos los heridos a hospitales de campaña militares, separándolos de sus familias y sin dar explicación alguna.
Para las diez de la mañana (hora estadounidense) el presidente Barack Obama tenía programada una rueda de prensa en la que explicaría cómo avanzaban los acontecimientos y las medidas que iba a tomar su gobierno. Mientras tanto, fuentes sanitarias descartaban de forma definitiva que la nación estuviera sufriendo una epidemia de Gripe A y añadían que habían aislado en sus laboratorios centrales de Washingthon la cepa de un nuevo virus de origen africano, el posible causante del pánico de Los Ángeles.



Cuarto día, tercera parte
Jueves 30 de julio de 2009


La Casa Blanca tenía la tradición de realizar un mensaje público para todos sus ciudadanos cada sábado, años atrás sólo por la radio, más tarde en televisión e incluso, como puso en marcha Barack Obama, a través de Internet. Sin embargo, ninguna intervención había levantado tanta expectación como ésta, ya que iba a ser emitida en todo el mundo. Medios de comunicación de cientos de países se habían desplazado hasta California para seguir la crisis y las palabras del popular presidente tenían en ese momento más relevancia que nunca.
Nosotros la vimos en Televisión Española que, como el resto de cadenas, cortó su programación para ofrecer el discurso y un debate especial a continuación. La conexión comenzó con una secuencia del himno norteamericano sobre imágenes históricas de Estados Unidos. Tras la canción, sin ningún otro prolegómeno ni presentación, apareció Obama, sentado en el cinematográfico despacho oval, con traje oscuro y semblante serio. Comenzó su alocución traducida por un intérprete:
“Buenos días ciudadanos. Los Estados Unidos de América se enfrentan a la mayor amenaza en su territorio desde el ataque japonés a Pearl Harbor. Y lo hacen frente a un enemigo siniestro y oscuro contra el que resulta muy difícil luchar. Toda la nación observa con preocupación los tristes sucesos acaecidos en Los Ángeles y reza porque sus hermanos dejen de sufrir. El Gobierno de los Estados Unidos no es ajeno a este sentimiento y ha movilizado todos sus recursos para hacerle frente. Así será hasta que la paz vuelva a California.
Sin embargo, el camino no será fácil y tengo que anunciar que nos esperan momentos de sufrimiento. He creado un equipo especial formado por los máximos expertos sanitarios, militares, policiales y de emergencias que ha comenzado a coordinar una operación especial desde la Casa Blanca para acabar con esta amenaza.
Lamento anunciar que entre las decisiones que ha adoptado ya este equipo, y que resulta preciso llevar a cabo, se encuentra la declaración del estado de sitio en los estados de California, Arizona y Nevada, así como el cierre de las fronteras con los estados vecinos.
También hemos de realizar una movilización general de los reservistas, para garantizar la seguridad en California y su frontera. Debido a la urgente necesidad de soldados en territorio americano, el Pentágono ha paralizado el programa de refuerzo y reemplazo de tropas en Irak y Afganistán, y ha iniciado un programa de repatriación de un contingente que, por seguridad, no podemos cifrar, para completar el despliegue especial en el suroeste del país.
Tan importante como los medios que estamos movilizando es que los ciudadanos americanos cuenten con toda la información disponible, así que mi Gobierno va a iniciar una campaña de propaganda masiva para advertir de los peligros y los comportamientos que podemos recomendar tras nuestras investigaciones. Desde aquí quiero adelantar los principales mensajes de esta campaña.
En primer lugar resulta fundamental evitar el contacto con las personas infectadas, para lo que se recomienda permanecer en casa o abandonarla lo mínimo posible. En caso de residir en alguna de las zonas en estado de sitio está terminantemente prohibido salir del domicilio. Es muy importante que todos los ciudadanos tengan en cuenta esta advertencia porque el Ejército tiene orden de intervenir ante cualquier grupo de personas que sea visto en la calle. Abandonar el hogar para trasladarse a otro lugar resulta poco recomendable pues los atascos en carreteras se han convertido en focos de contagio y conflicto en numerosos puntos de California.
En segundo lugar, el departamento de Sanidad está trabajando con un equipo reforzado de especialistas en el estudio de un virus que, tenemos evidencias muy claras, se encuentra detrás del pánico de California. No contamos por ahora con datos suficientes para definir qué clase de enfermedad causa pero sabemos que se propaga rápidamente y que hay que evitar a toda costa el contacto con los infectados. Como regla fundamental se debe permanecer alejado e incluso huir de las personas enfermas, ya que pueden llegar a comportarse de una forma muy violenta y atacar a cualquier individuo, incluso si se trata de un familiar.
El Gobierno ha activado un teléfono y una página web con más información, que puede ser consultada para cualquier emergencia, así como para informar de casos de contagio.
Rezo a Dios para que nos ayude a afrontar este desafío y se apiade de nuestra gran nación”.

Y entonces cundió el pánico.
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Mensaje  Yurinka Vie Jul 30, 2010 11:05 am

Buenos día a todos. Hoy, por llegar el fin de semana, cuelgo un especial de cinco capítulos que además corresponden a un sólo día de la historia, casualmente también el último viernes de julio. Espero que ahí terminen las coincidencias...


Quinto día, la idea
Viernes 31 de julio de 2009


Las palabras del presidente americano fueron la chispa que hizo explotar el polvorín gestado en Estados Unidos desde el inicio de la crisis. El carismático líder fue valiente al aparecer ante las cámaras para tratar de tranquilizar a su pueblo, precisamente cuando más lo necesitaba y a pesar de no contar con apenas información que aportar. Pero lo alarmante de su discurso y lo impreciso de sus advertencias pusieron en una paranoica alerta a la población más armada del mundo. Nosotros no lo supimos inmediatamente, pero al día siguiente las noticias de heridos por bala, tiroteos y auténticas matanzas, sobre todo en zonas rurales del país bastante alejadas de California, indicaban que la estrategia elegida por la Casa Blanca no había sido la correcta. Quizás no había ninguna estrategia correcta que escoger.
Se produjeron enfrentamientos entre bandas rivales de cada ciudad, entre grupos de vecinos armados y emigrantes recién llegados del extranjero o refugiados de Los Ángeles, un origen que ya era sinónimo de infección. Incluso vecinos que siempre se habían mirado con recelo aprovecharon para saldar cuentas. Sucedieron episodios tan absurdos como el de una balacera entre casas contiguas al más puro estilo Primera Guerra Mundial, con barricadas incluidas, en una zona residencial deprimida de Chicago, en la que intervino una patrulla de la Policía que no supo qué hacer, si disparar contra un bando o contra el otro, y que al final fue tiroteada por los dos.
Para colmo de desgracias para la nación más poderosa del mundo, un avión de pasajeros norteamericano se estrelló en pleno centro de Moscú cuando se aproximaba al aeropuerto de la capital rusa y se perdió el contacto con varios trasatlánticos y cargueros que habían partido de la Costa Oeste esa semana.
Éste era el panorama cuando llegué el viernes a la redacción del periódico, tras una noche de pesadilla en mi nueva residencia. El mensaje de Obama me impactó realmente, porque me hizo pensar en una idea absurda que había estado cavilando durante esa semana. El fuerte viento que sopló esa noche golpeó hasta los cimientos de la casa, que crujían de forma preocupante, y no me ayudó demasiado a quitármela de la cabeza. No sabía que temía más, si el rechazo que imaginaba en mis compañeros al escuchar mi teoría o el espanto que me invadía al barajar que pudiera ser cierta. En cualquier caso no dormí mucho y tuve más tiempo del que quería para darle vueltas al tema. Supongo me podía considerar un experto en la materia, por lo menos de lo que hasta entonces se sabía (quizás 'sabía' no era el termino adecuado), debido a lo cual me sorprendió no haber atado los cabos incluso antes.
Esa mañana, sin embargo, decidí contarlo en el periódico, por muy estúpido que sonara. Al entrar a la redacción llamé a Fernando y se lo dije. Su reacción fue más positiva de lo que esperaba. Al fin y al cabo habíamos estado expuestos a la misma avalancha de información. Poco a poco, mientras desarrollaba mi argumento, se fueron uniendo redactores que o se quedaban de piedra (puede que más por el respeto que me debían tener que por la racionalidad de mis palabras) o bien sonreían tímidamente. Al terminar, la voz grave de Rosa, la periodista encargada de la noticias del Ayuntamiento de Murcia, rompió de forma contundente con el clima de tensión que había generado:
- Pedro, de todas la ideas frikis que has tenido, ésta se lleva la palma.
Todo el corro estalló en carcajadas. Hasta yo tuve que reírme. No es que estuviera orgulloso de lo que había dicho, sabía que era una verdadera locura. Pero ahora era una locura que todos conocían y que sólo el tiempo podría demostrar o rebatir.
Alertado por una secretaria, el director no tardó en llamarme al despacho. Menos contento que en la reunión anterior, me preguntó qué "demonios" estaba contando en la redacción.




Quinto día, la teoría
Viernes 31 de julio de 2009


El director me contempló perplejo tras sus finas gafas de metal. Aguardó unos instantes antes de responder, aunque en esta ocasión no parecía dominar la situación, o al menos eso pensé al observar como su ojo izquierdo pestañeaba de forma compulsiva. Se pasó la mano por el cuero cabelludo (que tenía totalmente rapado) y se detuvo al llegar a la gafas. Se las quitó, las limpió, trató sin éxito de dejar de pestañear, y por fin habló:
- ¿Qué has dicho?
Traté de explicarlo de forma diferente, aunque al final repetí lo mismo:
- Son zombies.
- ¿Zombies?- replicó.
- Sí, zombies
- ¿Zombies?- insistió.
- Sí... zombies.
- ¡¿Zombies?!- preguntó una vez más, acelerando el ritmo del pestañeo.
- Bueno...- tosí nerviosamente antes de poder seguir- Creo que son muertos vivientes, ¿no ha visto las películas? Zombies...
- ¡¡¡Zombies!!!
Ya no preguntaba, sólo exclamaba, y sus gritos podían escucharse, sin ninguna duda, en toda la redacción. Me apreté contra el sillón, como si el torrente de su voz me fuera a llevar por delante. Se lamentaba de su mala suerte, del exceso de confianza que nos había dado, de que era la única persona cuerda del periódico...
- Me cago en mi madre Pedro- dijo al terminar su retahíla- Cuando os dije que insistierais en el tema de Los Ángeles y que lo exprimierais hasta el final no me refería a que había que inventar teorías absurdas. Dejaos de tonterías, basta con la información que llega, que ya es bastante espectacular. No os pido que penséis.
Ese fue su broche de oro, una frase que acostumbraba a decirnos cuando no nos limitábamos a hacer lo que ordenaba. Por mi parte, estaba bastante asustado por su reacción, pero no había entrado a su despacho para quedarme callado.
- No tengo la certeza de que sea así- comencé a explicarme aprovechando que volvía a limpiar las gafas- pero todo apunta a esa explicación. Para empezar, una ciudad que se vuelve completamente loca, hasta tal punto que el Ejército de Estados Unidos la cerca y termina bombardeando. Algo muy grave tiene que estar pasando allí para que un gobierno democrático utilice la fuerza de forma tan desmedida contra su propia gente.
Respiré y miré aún con dudas a mi interlocutor. Puede que fuera el cansancio, pero parecía dispuesto a seguir escuchando.
- Después el virus. No sabemos qué es, parece que ni los americanos lo saben, pero se transmite de forma rápida y en un entorno de violencia salvaje, como la rabia. Las autoridades... el mismo presidente Obama ha recomendado no acercarse a los infectados porque pueden ser peligrosos. Y además están las primeras noticias de casos de canibalismo, en sólo una semana, lo que no se puede justificar por la falta de víveres. Lo dice hoy el New York Times en su portada.
Me levanté del sillón para sacar del bolsillo la fotografía impresa en papel que tenía. La abrí cuidadosamente, pues llevaba toda la semana en mi pantalón y comenzaba a desgajarse, y se la mostré. Era la imagen del helicóptero de rescate, la primera foto que habíamos visto en el periódico de la crisis de Los Ángeles.
- La foto nos gustó desde el principio, era impactante- proseguí- No la había vuelto a ver desde el lunes, porque cada día nos inundan con nuevo material, cada vez con más fuerza. Pero anoche, al llegar a casa, tras oír el discurso de Obama y sus advertencias sobre los infectados le eché otro vistazo. Fíjate en sus rostros, mira cómo corren hacia el helicóptero, mira los ojos de la niña...
- ¿Me estás diciendo que estas personas están muertas?- intervino finalmente.
- Eso creo.
- Y lo querrás publicar- me preguntó.
- Por supuesto, es cuestión de días que toda la prensa lo diga.
- Pues muy bien- dijo poniéndose otra vez las gafas y recostándose en su sillón- Puede que los demás lo hagan pero nosotros no. Así que guárdate esta foto y todas tus estúpidas historias y ponte a hacer el periódico.
- Pero...
- Nada de peros, ¡se acabaron las tonterías!




Quinto día, la duda
Viernes 31 de julio de 2009


Nunca he sido una persona muy segura de sí misma. Es fácil que en una discusión acabe tomando los argumentos de la parte contraria, y no recuerdo, como muestra de mi débil determinación, una disputa verbal con una mujer en la que haya terminado llevando la razón.
Por eso salí del despacho abrumado y sin saber qué decir. El resto del la mañana la pasé en el periódico organizando la edición, pero como a kilómetros de distancia de mis compañeros y de las noticias que llegaban de Estados Unidos.
A la hora de comer recibí la llamada del técnico del aire acondicionado. Me dijo que podía ir sobre las cuatro a mi casa. Habían pasado varias semanas desde que me prometió, por primera vez, que me colocaría el aparato y ahora que por fin acudía me fastidiaba la hora de la comida.
Lo recibí en bermudas y camiseta corta, mi uniforme oficial en el horno veraniego de mi apartamento en la ciudad. De sus continuos retrasos semanas atrás no tenía excusas, aunque tampoco parecía necesitarlas, pero sí que fue muy preciso en lo concerniente a lo que le había sucedido desde el miércoles (el último día que me anuló la instalación del aire). Tuvo la consideración de sentarse en el sofá de mi comedor, pedir una bebida (“preferiblemente cerveza”) y narrarme su aventura minuto a minuto. Su nombre era Marcos y estaba demasiado gordo para desempeñar un trabajo en el que con frecuencia debía subir tejados y colgarse de balcones. Sudaba a mares, dejando en su mono caqui marcas blancas bajo las axilas y el pelo oscuro, igualmente mojado, se le pegaba a la sien mientras empinaba su (mi) cerveza.
- El miércoles no pude venir, y me sabe mal, porque adelantaron el vuelo de mi hermana- comenzó a explicar- Tenía que volver mañana de Estados Unidos, está haciendo un curso en Tejas, ¿sabes?
Era consciente de que al citar el país de procedencia había despertado mi interés, y procedió a recrearse en el talento de su hermana.
- Porque ¿sabes? Mi hermana siempre ha sido una chica muy espabilada. Terminó la carrera en Inglaterra y después le concedieron un máster en Estados Unidos, ¿qué te parece?
Descubrió mi gesto de cansancio y continuó con la historia:
- Bueno, con la que se ha liado en Estados Unidos le aconsejaron que debía regresar antes, la embajada directamente- Marcos dijo esta última frase acercándose a mí y rebajando el volumen, como si alguien nos estuviera escuchando- Ellos le tramitaron la salida del país, porque decían que Tejas ya no era un estado seguro, y le cogieron un vuelo para el miércoles. Así que el miércoles por la tarde me tuve que plantar en Barajas para recibirla, pero lo anularon en el último momento y le dijeron que viajaría el jueves. Y nada, al día siguiente otra vez de Murcia a Madrid y vuelven a retrasar el vuelo. Al parecer en Tejas necesitaban los aviones y las pistas para transportes especiales que estaban haciendo desde California.
Marcos volvió a inclinarse hacia mí para revelarme sus averiguaciones sobre los vuelos. Su aliento, todo sea dicho, era poco apto para confesiones íntimas.
- Pero esta mañana, por fin, he podido recogerla y ¡se ha montado una en el aeropuerto! Los pasajeros que llegaban desde fuera de la Unión Europea tienen ahora que pasar unos controles 'que pa qué' y mi hermana me ha dicho que se han formado unas colas larguísimas frente a las casetas de la Guardia Civil, con la gente protestando. Y fuera la cosa no estaba mejor, la sala de llegadas internacionales estaba repleta, todo el mundo dando empujones, y cuando ha salido mi hermana se ha liado la buena. Desde atrás los pasajeros estaban empujando y se apelotonaban en las puertas de salida. Yo veía a mi hermana forcejeando por avanzar, así que me acero a ayudarla, aunque fuera apartando a la gente, y en ese momento, lo juro por mi madre, se han oído unos tiros de pistola dentro, al otro lado de la puerta de salida.
- ¿Disparos? ¿Seguro?- le pregunté, ahora verdaderamente interesado.
- Te lo juro, he estado a punto de llamarte. Le he dicho a mi hermana que tenía un cliente periodista y ¡que se iban a enterar las autoridades! Porque después de los tiros se ha armado una tromba de gente en la sala de. Con decirte que me he tenido que pelear con una mujer histérica a ostia limpia.
En ese momento me mostró una herida que tenía en el codo, cubierta por un pequeño vendaje.
- Me arañó la muy zorra ¡Sí! ¿Te lo puedes creer? Además un bestia me ha tirado al suelo y he visto venir una muchedumbre hacia mí. Menos mal que me he podido levantar y acercarme a una pared. Enseguida se ha llenado todo de policías y de médicos de urgencias, que han cerrado la puerta de llegadas y han dicho que no salía nadie más si no era en fila india, ¿te lo puedes creer? Eso sí, allí nadie decía nada, ni información ni nada. Mi hermana dice que podemos poner una denuncia... Eso sí, todo se ha llenado en un ‘pis pas’ de periodistas, no sé de dónde salían, así que te han jodido la exclusiva... Buff, con tanta tensión ahora tengo un dolor de cabeza de mil demonios.
Le dije que tenía que irme a trabajar, no sin antes hacerle prometer que su hermana nos daría un testimonio para la noticia de Los Ángeles. También le indiqué que cuando terminara de instalar el aire le dejara las llaves del piso al portero. Lo cierto es que me fui al periódico temprano, pero es que estaba ansioso por saber lo que se había publicado ya sobre Barajas.



Quinto día, la duda II
Viernes 31 de julio de 2009


Cuando regresé a la redacción, el suceso del aeropuerto de Barajas era la noticia de apertura del todas las ediciones virtuales de los periódicos españoles. Teniendo en cuenta que la llegada del avión debía ser un hecho público y notorio desde hace días, resultaba comprensible la cobertura que había tenido y lo rápido que habían conseguido los medios imágenes y testimonios del incidente.
El Ministerio del Interior y AENA reconocían que se habían producido disparos, aunque negaban que hubiera heridos. Eso no cuadraba con la asistencia de medios médicos en el lugar tras el tiroteo, pero al haber acontecido en una zona de seguridad del aeropuerto, con el acceso vetado, no había forma de confirmarlo. El Gobierno informaba de la detección de dos pasajeros con síntomas de infección del virus de Los Ángeles (no definía qué síntomas eran), que habían sido trasladados, a pesar de su oposición (de ahí los tiros), a un hospital militar de Madrid. Junto a ellos habían sido puestos en cuarentena, en el mismo centro hospitalario, los pasajeros que los acompañaban. En realidad, deduje yo, sólo aquellos que no lograron salir cuando se produjo la estampida, porque la hermana de Marcos había llegado a Murcia.
Dado el cariz que tomaban los acontecimientos, hablar con esta mujer podía ser un bombazo. Sin embargo, una vez más la suerte se aliaba contra mí. Marcos no me cogió el teléfono en toda la tarde.
Por lo demás, la rueda de prensa del Consejo de Ministros, la última del mes de julio, resultó muy fructífera informativamente hablando. La vicepresidenta María Teresa de la Vega compareció para anunciar la puesta en marcha de un plan sanitario especial para afrontar la crisis americana. El plan incluía una serie de medidas negociadas en común por las autoridades sanitarias europeas. Se trataba, sin embargo, sólo de una primera fase, ya que los socios de la Unión Europea se reunirían la semana siguiente para acordar un programa común. España, anunció la vicepresidenta, se había ofrecido para acoger la cumbre.
De la Vega informó de que a partir del mismo viernes aumentarían los controles en aeropuertos, puertos y fronteras terrestres exteriores de la UE. Respecto a los vuelos con Estados Unidos, nuestro país había decidido suspender temporalmente las operaciones aéreas, y sólo cruzarían el Atlántico aviones militares y del Gobierno. La vicepresidente justificó esta decisión no sólo por los sucesos ocurridos en Norteamérica, sino también por la actitud del Gobierno americano, que al parecer no estaba colaborando de forma adecuada con los aliados europeos.
El parte de noticias se completaba con novedades alarmantes en Estados Unidos. El Ejército había 'liberado' Los Ángeles (si bien las imágenes mostraban otro participio: arrasado) pero surgían nuevos focos de infección por toda California y los estados vecinos. La enfermedad, denominada ya popularmente como Virus R, por su parecido a la tradicional rabia, había sido detectada también en algunos hospitales de Washington y Nueva York, acordonados y puestos en cuarentena. Así las cosas, la zona de exclusión de periodistas se ampliaba rápidamente a Arizona, Nevada, el estado de Washington, Oregón y Nuevo México, es decir, a todos los estados limítrofes o cercanos a California. Los corresponsales desplazados se quejaban del oscurantismo de las fuentes oficiales (ya casi exclusivamente el Ejército), lo que motivaba que sólo pudieran disponer de los testimonios de civiles refugiados.
A la hora de diseñar la portada del periódico volvieron las dudas de la mañana. Una vez más me arrepentía de no haber afrontado mejor la discusión con el director. Estaba convencido de que tenía razón y era vital publicarlo, no tanto por la competencia con otros medios sino para alertar a la población. Sin embargo, no había nada que hacer, el director había sido muy estricto en sus indicaciones y yo, lamentablemente tenía que reconocerlo, no confiaba tanto en mi teoría como para arriesgar el trabajo por ella.
Lo que sí hice fue llamar otra vez a mi hermana y advertirle de lo grave de la situación, rogándole que volviera cuanto antes. Mi madre también la había llamado, pero sólo había obtenido la promesa de que tendría cuidado y que no prolongaría su viaje más de lo planeado.



Quinto día, la duda III
Viernes 31 de julio de 2009


La noche del viernes, una de esas tórridas y solitarias veladas murcianas de finales de julio y comienzos de agosto, quedé con varios amigos para jugar una partida de Risk tomando unas copas. Jugaríamos en casa de Juanjo, y vendría Pepe, el jefe de Deportes de mi periódico y mi compañero Fernando. El propietario de la vivienda era el único de nosotros que no trabajaba en El Faro, aunque lo había hecho hace unos años, y eso hacía prever una partida cargada de comentarios sobre la profesión.

Juanjo vivía en un pequeño apartamento cercano al mío, ubicado en un bloque de casas sociales recientemente reformado. Cuando subí las escaleras del primer piso observé que la puerta de su casa estaba abierta, pero no había luz en el interior. Al cruzar la entrada se produjo un ruido a mi espalda y en ese momento se encendió la luz del pasillo y un hombre surgió corriendo escaleras abajo desde el segundo piso en mi dirección. Tenía la cara totalmente blanca, la ropa rasgada y manchas rojas en el cuello y sobre la camiseta. Me quedé petrificado, mirándolo venir sin capacidad para responder ante la incierta amenaza que representaba, mientras a mi espalda escuché el característico sonido de una cámara digital. Diez minutos después Juanjo, Fernando y Pepe (el supuesto zombie convenientemente maquillado) seguían riéndose de mí.
-Si es que nos lo has puesto a huevo- exclamaba Pepe, aún con restos de polvos de talco en la cara.
No me apetecía seguir con el tema pero ellos se encargaron se mantenerlo vivo durante toda la noche. Sólo a la mitad de la partida, cuando mis ejércitos azules se veían acorralados en Australia, Juanjo dijo algo que tenía alguna clase de sentido:
- Mira Pedro, no lo voy a negar, la verdad es que llevo días pensando lo mismo que tú y hay que reconocer que has sido valiente al proponerlo en un periódico, eso lo reconozco- inició su alocución a la vez que se liaba un pitillo- Pero llegó un momento en que me dije: ¿Cómo que zombies? Los zombies son un invento humano.
A Pepe se le escapó una risilla.
- No, no. Claro, mirad- prosiguió- En todas las películas de muertos vivientes los humanos tienen que enfrentarse a un enemigo desconocido, que tardan mucho tiempo en comprender y que sólo combaten realmente cuando están totalmente rodeados. Ningún protagonista dice al ver levantarse a un hombre a pesar de estar molido a tiros: ¡Joder, es un zombie! ¡Como los de la película del otro día! Y es que ya sea una película antigua o moderna, cada vez que aparecen zombies, lo hacen por primera vez. Nadie sabe lo que son los muertos vivientes, y eso es la ventaja de la plaga en cada peli.
Juanjo le dio una calada a su cigarillo recién encendido y nos miró sabiéndose el centro de atención.
- Puede que los mismos protagonistas de esa película de zombies pudieran mantener una conversación sobre hombres lobo y vampiros, por que son monstruos que forman parte de la cultura popular. Todos conocen sus poderes y sus puntos débiles. Pero en las pelis de zombies los muertos vivientes son una novedad, aunque siempre sean iguales. Sólo así son un verdadero peligro para la humanidad, sólo mientras la gente no sepa que ese tipo pálido que se acerca tambaleándose ya no es tu padre o el viejo cartero, sino un cadáver al que hay que pegar un tiro a la cabeza. Y sabiendo esto, ¿qué país es mas conocedor de la cultura de los zombies que Estados Unidos? Bueno -continuó- no sé qué demonios está pasando allí, pero sea lo que sea no son zombies. Será algo que no conozcamos, algo que no hayamos inventado ya como argumento de películas de terror para adolescentes. Si es realmente peligroso será desconocido. Eso es al menos lo que yo pienso.
Entonces tiró los dados y sacó dos unos, el peor resultado posible, lo que provocó una carcajada general. El resto de la noche transcurrió lentamente mientras fantaseábamos sobre qué clase de zombies estaban atacando Estados Unidos, pese a los argumentos en contra de Juajo. Pepe dijo que no podían ser los tradicionales de 'El día de los muertos vivientes' de Romero, demasiado lentos para resultar peligrosos. Fernando optaba por los de la serie de '28 días después', que en realidad no eran muertos vivientes propiamente dichos sino enfermos de alguna variedad de rabia que les hacía atacar a otras personas. Éstos últimos eran muy rápidos y contagiaban la enfermedad casi de forma instantánea. Los más modernos de 'El amanecer de los muertos' eran mi opción, rápidos también, pero genuinamente muertos y, por tanto, más difíciles de eliminar.

La realidad me dio una buena bofetada esa noche al volver a mi apartamento: el aire acondicionado no funcionaba. Y eso que a la vista parecía instalado, con la consola situada en la pared del comedor y el mando sobre las instrucciones en la mesa. Marcos se había marchado sin terminar el trabajo y ni siquiera me había llamado. A pesar de todo era demasiado tarde para volver a mi refugio de montaña, así que me quedé allí y dormí completamente desnudo.
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Mensaje  Yurinka Lun Ago 02, 2010 11:49 am

El último fin de semana
Sábado 1 de agosto de 2009


El sábado me desperté temprano, maldiciendo al técnico del aire, al calor, al sol y a todos los elementos. A las nueve de la mañana comencé a llamar por teléfono a Marcos, pero no lo cogió. Llamé también a su empresa y me respondieron que no sabían nada de él. Por un momento llegué a pensar que me había podido robar y escapar con el botín, pero tras hacer un breve recorrido por el apartamento me puse a reírme de mí mismo. ¿Qué me iba a quitar?
Salí a la terraza a refrescarme. Si algo bueno tenía mi pequeña casa era su terraza, de tamaño equivalente a la vivienda, unos cincuenta metros cuadrados, en el quinto piso de uno de los dos bloques de edificios de un recinto vecinal. Había colocado un pequeño toldo, varias tumbonas, sillas, una gran mesa redonda y la inevitable barbacoa que apenas utilizaba. Era el lugar perfecto para pasar la mayor parte del año en Murcia, aunque en verano se reducía considerablemente su horario útil, aproximadamente de las ocho de la tarde a las once de la mañana.
Mientras me fumaba un cigarrillo vi pasar al portero por el recinto de la urbanización. Iba de aquí para allá arreglando los jardines. Bajé rápidamente a preguntarle por el técnico del aire, pero cuando lo intercepté me dijo que no lo había visto. Había estado hasta las nueve de la noche trabajando por culpa de la rotura de una de las vallas, se quejó de paso, pero nadie vino a entregarle las llaves de mi casa.

Perplejo, pero sin posibilidad de saber qué había pasado, ya que Marcos seguía sin contestar, decidí olvidar el tema al menos durante el fin de semana, que tenía libre, y marcharme a la playa. Me fui a La Manga del Mar Menor, donde está la casa de veraneo de mis padres. La Manga es una profunda lengua de arena que parte desde el sur, en Cartagena, y recorre unos veinte kilómetros hasta hundirse finalmente en el agua muy cerca del municipio de San Pedro del Pinatar, en la frontera con la provincia de Alicante. Así, encierra una laguna salada conocida como el Mar Menor, y permite que los miles de turistas que la invaden en verano disfruten de dos mares por el precio de uno, el Menor y el Mediterráneo (conocido allí, como no podía ser de otra forma, como el Mayor). Muchos la consideraban un engendro de hormigón y un atentado a la naturaleza (las casas están literalmente pegadas al mar), pero a mí me gustaba por esa misma razón, por lo absurdo de su planificación y sobre todo por el aspecto que tenía en invierno, cuando apenas residen un centenar de propietarios de comercios y mostraba un aspecto fantasmal.

De camino al trabajo, escuchando la radio en el coche, me enteré de que la crisis de Los Ángeles parecía sobrepasar ya los límites geográficos de su nombre. Como había confirmado el Ejército, la ciudad había sido arrasada pero los problemas seguían en su interior, con bandas que, pese al fuego de la pomposamente denominada Operación Castigo Divino (lo que daba una idea del cariz bíblico que estaba tomando la crisis americana), surgían de las ruinas para proseguir su enconada e incomprensible lucha contra los soldados. Además, los focos de la infección del Virus R se extendían por todo el país. La oscuridad informativa, como denominaban los medios de comunicación a la política de censura del Gobierno americano en las zonas afectadas, se había extendido aún más, a los estados de Washington, Oregón, Idaho, Utah, Nevada y Arizona, siguiendo un espiral de propagación que la acercaba al medio oeste estadounidense. También habían surgido focos importantes en Texas y otros aislados en hospitales y bases militares de Nueva York y Washington. Acerca de esos lugares no se podía informar. El Ejecutivo de Barack Obama ya no utilizaba la excusa de la protección de los periodistas, sino que afirmaba que la crisis se había convertido en un asunto de seguridad nacional. Los agentes del Gobierno habían actuado en las sedes de diversas televisiones en Nueva York, por la difusión de imágenes prohibidas. La dificultad para emitir los vídeos era extrema pues los servicios gubernamentales se habían esforzado especialmente por interrumpir el tráfico en Internet y bloquear el envío de mensajes multimedia a través de móviles. La postura de la Casa Blanca era calificada como muy preocupante por parte del resto de líderes mundiales y la Unión Europea era especialmente crítica. Reclamaban información sobre la naturaleza del virus y su forma de propagación.

El informativo de mediodía de la Cadena Ser, que escuché en la playa, adelantó que los pacientes infectados descubiertos en Barajas habían fallecido en el hospital, lo que los convertía en las primeras víctimas mortales del Virus R en España. El resto seguía en cuarentena.



El último fin de semana II
Sábado 1 de agosto de 2009


El sábado por la tarde tomé una decisión. Se acabaron las noticias y las crisis internacionales. Llevaba una semana entera siguiendo los informativos minuto a minuto. Bueno, en realidad llevaba ya casi diez años, los que estaba trabajando como periodista, pero en los últimos días mi dependencia informativa se había acentuado y decidí que era hora de darme un respiro. Por otro lado, la situación de Estados Unidos y la epidemia del Virus R (la verdad es que el nombre me sonaba cada vez peor) me empezaba a preocupar seriamente. Puede sonar poco humanitario, pero si trabajas en un medio de comunicación y se produce un suceso, la regla es ‘cuanto más grave, mejor’. Es así de crudo. Al fin y al cabo era nuestra labor de cada día y, como le ocurre a un médico en la UCI de un hospital, el sufrimiento ajeno se convierte en una rutina. Así había sido desde el principio con la crisis de Los Ángeles, pero algo estaba cambiando. Ahora, cuando sintonizaba la radio para escuchar la última hora, una parte de mí decía: que esto se acabe ya, que sólo haya sido un gran susto. Y el problema radicaba en que la situación no mejoraba sino que inevitablemente iba a más.

Cogí un libro y me planté en la playa. Estaba bastante cansado por la falta de sueño de días anteriores, lo que me llevó a dormirme sobre la toalla, algo que en la vida me había sucedido. Lo cierto es que me cuesta mucho dormir si no estoy en una cama, los ojos se me abren involuntariamente cuando viajo en tren o avión, y la televisión o la pantalla del cine son como la cafeína para mí. Pero el sueño me venció y pasé la tarde echado en la playa, con una fina película de arena cubriéndome poco a poco a causa del viento. Cuando una llamada del teléfono móvil me despertó, ya estaba atardeciendo y el cuerpo me ardía. No tenía sombrilla ni me había puesto protector solar, así que el sol me había quemado como a una salchicha. La llamada era de mis amigos, que querían salir esa noche de fiesta por una playa cercana. Quedé para cenar con ellos.
Eran Pablo, Quique y Javi, mis amigos de toda la vida, con los que últimamente quedaba menos de lo que quería. No pude evitar fue que desde el comienzo de la cena me preguntaran qué sabía de Estados Unidos. Y la verdad es que aunque entonces les hubiera mandado a la mierda diciendo que esa noche no se hablaba del tema, un avispado vendedor nos lo puso literalmente en la cara.
Sí, cuando terminamos de cenar nos acercamos a una zona de bares de Los Alcázares (en la ribera del Mar Menor) y cuál fue nuestra sorpresa al ver a un decenas de veraneantes, sobre todo extranjeros, equipados con mascarilla. La llevaban grupos que paseaban por la calle, aunque abundaba más dentro de los bares. Preguntando descubrimos que un joven subsahariano había tenido la genial idea de hacerse con un cargamento de mascarillas médicas y venderlas en el paseo al grito de “¡Virus Protection!” por un euro. Seguro que el primero que compró uno lo hizo de broma, pero la idea triunfó como si se tratara de abalorios luminosos en Nochevieja. Algunos estaban personalizados por los propios compradores, con letras o dibujos hechos con pintalabios. Otros se limitaban a llevarlos sobre el pelo a modo de sombrero o colgados del cuello. Hasta vimos a un borracho cantando en plena pista de baile con dos mascarillas, una en cada oreja; aunque me hizo mucha menos gracia una niña paseando de la mano de su madre con la boca tapada con un pañuelo. Y todo sin que las autoridades hubieran dicho nada, sin advertencias ni consejos sobre cómo combatir la extraña enfermedad. Era demencial.



El último fin de semana III
Domingo 2 de agosto de 2009


El domingo se produjo la decisión que más temía. El Gobierno español mandó cerrar completamente las fronteras comunitarias. Eso suponía el bloqueo de los puertos, de las vallas de Ceuta y Melilla y de los aeropuertos. Por lo que respecta a estos últimos, se permitirían salidas y llegadas de aviones provenientes de los países miembros de la Unión Europea, aunque aumentando las medidas de seguridad. Sin embargo, no podrían tomar tierra ni vuelos procedentes del extranjero ni los que viniendo de fuera hicieran escala en alguna nación comunitaria.
Mi madre estaba desolada. Mi hermana estaba en Argentina y no podía volver. No paraba de repetir que la había avisado, que le dijo que regresara cuando aún podía. Mi padre fue el encargado de llamarla. Le dijo que se dirigiera de inmediato a la embajada española en Buenos Aires y se informara allí. También le hizo un traspaso electrónico de dinero a su cuenta para que pudiera hacer frente a los gastos necesarios para prolongar su estancia en Argentina, que en ese momento no sabíamos cuánto duraría.

Sentados en el salón del apartamento de La Manga, con los graznidos de las gaviotas y el suave rumor de las olas de fondo, mis padres y yo vimos la rueda de prensa de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en la que confirmó y explicó el cierre de las fronteras:
- El Gobierno se ha visto obligado a tomar esta decisión ante la falta de garantías por parte de Estados Unidos. Sólo las medidas de seguridad tomadas por el Ejecutivo nos permitieron frenar a tiempo un posible foco de infección iniciado en el aeropuerto de Barajas. No podíamos consentir que siguieran llegando vuelos a nuestro país con viajeros infectados.
Preguntada por los periodistas acerca del estado de los ciudadanos españoles residentes en Norteamérica, la vicepresidenta reconoció que el Ministerio de Asuntos Exteriores había perdido el contacto con varios consulados, entre ellos, evidentemente, el de Los Ángeles, aunque también había problemas para comunicarse con las oficinas consulares de San Francisco y Chicago. El Ministerio había iniciado a mediados de semana un programa de evacuación de la población española hacia el este del país, y desde allí de regreso a España. La nueva política de cierre de fronteras lo cancelaba. El Gobierno tampoco podía garantizar la seguridad de las colonias españolas de México y Canadá, donde el Virus R ya golpeaba con fuerza.
Al parecer, casi todos los países de Sudamérica habían tomado medidas similares a las de España, aunque imponiendo plazos, por lo que los aeropuertos eran en ese momento el punto de encuentro de todos los emigrantes de Argentina, a la sazón varios millones. Mi hermana nos llamó para decirnos que el país austral era un caos, al menos en su extremo sur, en la Patagonia. La Embajada española le había recomendado, tras casi dos horas de llamadas, que se mantuviera en algún lugar seguro y aislado mientras llegaban más noticias. Lograr eso en la Patagonia no resultaría complicado, bromeó mi hermana por teléfono. Su buen humor tranquilizó a todos excepto a mi madre, que no dejaba de llorar.
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Mensaje  Banderworld Lun Ago 02, 2010 7:47 pm

Me molaa!! sigue asi, quiero ver como llega la infeccion, ademas es mi zona de veraneo ocasional.
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Mensaje  Yurinka Mar Ago 03, 2010 11:12 am

Muchas gracias, seguiré, la infección ya está cerca. Además, como la empecé a escribr el verano pasado, justamente por estas fechas, la historia coincide estos días con el calendario, jeje.


Segunda semana, lunes
Lunes 3 de agosto de 2009


La vuelta a la rutina en Murcia me resultó extraña. Todo parecía igual en la ciudad. Ya era agosto y como cada verano la urbe tenía pocos habitantes y muchas obras. Al igual que la semana anterior, bajé en coche desde la casa del monte al periódico escuchando la radio y aparqué muy cerca de la redacción. Abrían los comercios del centro, los camareros sacaban a las terrazas mesas y sillas, había jóvenes de compras en las tiendas de moda. Pero para mí algo había cambiado. Tras el triste domingo que pasamos en la playa, intentando calmar a mi madre y pensando cómo conseguir que mi hermana pudiera volver de Argentina pese al cierre de las fronteras, el regreso a la ciudad y al trabajo se me antojaba difícil.
Una vez en el periódico, las noticias se acumulaban. Poco a poco la crisis del Virus R, que en la mayor parte de los medios de comunicación se denominaba ya como epidemia zombie, había ido acorralando al resto de temas y se podía decir que saturaba la agenda informativa. Los pocos asuntos locales que nos interesaban eran aquellos que tenían alguna relación con este suceso, como testimonios de murcianos que lo había vivido, medidas sanitarias que se estaban barajando, despliegues militares y temas similares. Sin embargo, el grueso de la información llegaba de fuera. Así que decidimos preparar un reportaje especial. Consistía en un mapa del mundo en el que se señalaban los puntos más calientes, porque el virus se extendía ya prácticamente por todos los continentes. Sólo Europa occidental se salvaba, por ahora. La idea era utilizar el mapa como base de un gráfico a doble página en la apertura del periódico, con la última hora en cada país, dedicando, eso sí, un espacio destacado a Estados Unidos.
Coloreamos cada país según el grado de alerta en el que estaba inmerso. Amarillo era equivalente a ausencia de infección, y gradualmente, a través de diversos tonalidades de naranja se indicaban los avances del virus. El rojo estaba destinado a las naciones o grandes regiones sumidas en el caos. Tras una dura jornada de recopilación a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, las embajadas y sobre todo de las ediciones digitales de periódicos extranjeros, completamos el mapa de la infección. El resultado fue tan atractivo como desolador.



Segunda semana, lunes II
Lunes 3 de agosto de 2009


Éstos eran los principales datos del reportaje resumen de la infección del Virus R en todo el mundo, según nuestro reportaje:

Estados Unidos
Prácticamente la mitad oeste del país se encuentra a oscuras. Se desconoce si responde a la política de censura informativa de la Casa Blanca o es que el caos se adueñado ya de toda esa zona. Varios distritos sanitarios de Nueva York, Washington, Atlanta, Boston y Filadelfia han sido declarados en cuarentena. En la mitad este, la ciudad de Chicago se encuentra en estado de sitio, como le ocurrió a Los Ángeles.
El Gobierno de Obama ha decretado una movilización general de todas sus reservas militares y el reclutamiento de los ciudadanos entre 18 y 45 años que no trabajen en algún sector de primera necesidad, como sanidad o energía. Con contadas excepciones, todos los soldados americanos desplegados en el exterior están volviendo a Estados Unidos, tanto los que trabajan en bases militares en lugares como Kuwait o Corea del Sur, como los que forman parte de las operaciones en Afganistán e Irak. La razón, los disturbios que provoca la infección. El Ejecutivo americano ha aprobado un decreto de emergencia que permite a militares, policías e incluso milicias vecinales a disparar contra la infectados violentos.
La Casa Blanca rechaza las ofertas de ayuda médica internacionales por razones de seguridad nacional. Tampoco ofrece datos sobre la naturaleza del Virus R, por las mismas razones.
Se desconoce el número de infectados. La cifra de desaparecidos alcanza ya los 50 millones de habitantes.
 
México
El tráfico de viajeros entre California y México disparó el número de casos de infección por el Virus R durante la primera semana de la crisis. Actualmente la frontera está cerrada pero el Gobierno mexicano ya no controla el tercio norte del país, por lo que el bloqueo es sólo virtual. Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara y la región turística de Cancún están en estado de sitio.
Se desconoce el número de infectados y desaparecidos.
 
Canadá
Sufrió un problema similar a México la primera semana. Además, el intenso tráfico aéreo entre la mitad este y oeste del país ha extendido la infección desde Vancouver a Montreal. De hecho, las autoridades americanas ya han comenzado a abatir refugiados canadienses que trataban de burlar los controles fronterizos en Michigan, Maine y New Hampshire, bajo el paraguas del decreto de emergencia.
 
Rusia
El virus ha sido detectado en las principales ciudades del país, así como en los puertos comerciales en contacto con Estados Unidos y China. El avión americano que se estrelló la pasada semana en Moscú ha resultado ser el primer foco de infección. Los primeros equipos médicos y de emergencias que se desplazaron al lugar del choque certificaron la existencia de supervivientes, pese a la violencia de accidente. Sin embargo, las autoridades rusas perdieron pronto el contacto con la zona del suceso. Varias horas después se decretó la movilización de las unidades con base en Moscú ante el anuncio de disturbios en una extensa área de 50 kilómetros a la redonda al suroeste de la capital rusa, precisamente donde se había estrellado el avión.
 
China
El gigante asiático ha movilizado a su ejército en las principales ciudades del país, donde la infección del Virus R ha causado disturbios importantes. Las zonas rurales y menos desarrolladas han escapado por ahora.
 
Australia
Al igual que en China, la infección se extiende por la zona litoral de la gran isla continente, mientras la población busca el refugio del inmenso desierto interior.
 
África
El Virus R se extiende con fuerza por el continente africano, azuzando y sirviendo además de excusa para las operaciones militares de limpieza étnica de caudillos locales. En Ruanda, Etiopía, Congo o Zimbawue han estallado graves conflictos entre grupos rivales, y las matanzas indiscriminadas, de infectados y sanos, generan oleadas de refugiados.
 
Europa
Europa occidental es en estos momentos un oasis de calma en medio de la mayor epidemia de la que existe constancia. Los estrictos controles fronterizos han posibilitado que el Virus R no se haya introducido en la Unión Europea. Sin embargo, preocupa la llegada de refugiados desde Europa del Este y de emigrantes africanos a través del Mediterráneo.
 
El reportaje también incluía una ficha a modo de resumen con todos los datos que se tenían en ese momento (no eran muchos) sobre el Virus R. El principal problema aducido por los expertos para reunir información fiable residía en la negativa de Estados Unidos a colaborar en el seno de la Organización Mundial de la Salud. Cada vez eran más los que señalaban que la Casa Blanca actuaba así porque el virus formaba parte de las investigaciones en guerra bacteriológica que llevaba a cabo el Pentágono.
Ahí va la ficha:
El virus: Conocido como Virus R, el virus no tiene todavía un nombre oficial debido a la falta de cooperación internacional. Su denominación popular proviene de las semejanzas sintomáticas con el tradicional virus de la rabia.
¿Cómo se transmite? Las investigaciones realizadas por los institutos sanitarios designados de la UE señalan que el Virus R se transmite mediante el contacto sanguíneo y posiblemente de la saliva y otros fluidos corporales entre infectados y personas sanas. Se descarta que pueda transmitirse por el aire tras comprobarse que en los vuelos procedentes de Estados Unidos y otros países afectados, sólo los pasajeros atacados por algún infectado desarrollaban la enfermedad, y no el resto.
¿Es mortal? Resulta mortal en todos los casos estudiados hasta ahora.
¿Existe una vacuna? La elaboración de una vacuna basada en el remedio contra la rabia es ahora la principal vía de estudio.
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Mensaje  Yurinka Miér Ago 04, 2010 10:32 am

Segunda semana, la terraza
Martes 4 de agosto de 2009


El martes todas mis dudas se transformaron en certezas, lamentablemente. La jornada comenzó bien, con una llamada a Argentina en la que mi hermana me dijo que ella y sus compañeros de viaje habían sido invitados por una amiga española que trabajaba allí a una casa de montaña, en una estación de esquí abandonada que haría las veces de refugio si la situación de complicaba por esos lares.
La siguiente conversación telefónica que mantuve, también antes de ir al periódico, bajando en coche desde el monte, no fue tan esperanzadora. Me llamó la mujer de Marcos, el técnico del aire acondicionado. Al principio pensé que me iba a ofrecer explicaciones por la marcha de su marido, del que no había sabido nada desde el pasado viernes, cuando se quedó instalando un aparato en mi casa mientras me iba a trabajar. Yo había reventado su móvil a llamadas y también el teléfono de su oficina, sin éxito. Pero su esposa no me ofreció respuestas, sino más preguntas. Me contó que no sabía nada de Marcos desde el viernes, y que no sólo lo buscaba ella, sino que la Consejería de Sanidad también se había interesado al saber que estuvo en Barajas durante el incidente. Según le dijeron, estaban realizando controles rutinarios a las personas que estuvieron en contacto con infectados o con posibles transmisores de la enfermedad que no la habían desarrollado. De hecho, su hermana, que había llegado desde Texas la semana pasada, permanecía desde el sábado en cuarentena en un pabellón especial del Hospital Virgen de la Arrixaca, el centro hospitalario más grande de Murcia. La pobre mujer, tras pasarse el fin de semana llamando a otros familiares, compañeros y amigos de su marido, acudió el lunes a la oficina y comenzó a ponerse en contacto con todos los clientes de Marcos, hasta que dio conmigo, al día siguiente. Sin embargo, yo le tuve que decir que ignoraba dónde se encontraba y que igualmente le buscaba por marcharse sin terminar su trabajo.
Una vez colgué, con sus lamentos resonando todavía en mi cabeza, comencé a atar cabos. Las máquinas de aire acondicionado tienen dos partes principales, una para el hogar y otra extractora de aire en el exterior. El en caso de mi edificio debían colocarse en la terraza superior, ya que el inmueble contaba con preinstalación. Esta planta estaba situada cinco pisos por encima de mi apartamento, en un espacio con varias alturas y, según me habían contado (pues realmente nunca había subido), de acceso bastante peligroso. Con un escalofrío recorriéndome el cuerpo imaginé que Marcos hubiera tenido un accidente allí arriba y no encontrara la forma de bajar o pedir ayuda. Estaba esa opción y, claro, también la de que estuviera infectado y hubiera desarrollado la enfermedad la misma tarde que realizó la instalación.
Sin decirle nada a su mujer, para no preocuparla más, me dirigí a mi edificio. Blas, el portero, me dijo que no había nadie en 'su' terraza, imposible que alguien sufriera un percance allí sin que se enterara, aseguró. Me costó mucho convencerlo de que me dejara acceder al terrado y sólo lo conseguí aceptando que él me acompañara.



Segunda semana, la terraza II
Martes 4 de agosto de 2009


Mientras subíamos por el ascensor dudé si contarle la historia a Blas o no. El portero era bajo y regordete. Su pelo claro, ya muy escaso, le caía sobre la frente. Sin embargo, el principal rasgo que le distinguía era su vistosa cojera, que arrastraba desde niño. Ese problema le había supuesto burlas durante toda la vida. Por tanto, no era un hombre al que las bromas le sentaran muy bien y, comentarle los supuestos riesgos que entrañaba la excursión a la terraza, concluí, no era una opción.
Blas se me adelantó nada más abrirse la puerta del elevador, ya en el pasillo final antes de llegar a la terraza, y metió su llave en el cerrojo de la puerta metálica. Lo hizo dando una larga zancada, impulsándose con su pierna mala. Estaba molesto por lo que consideraba la intromisión de un vecino en sus ‘sagrados dominios’.
- ¿Cómo va a pasar un hombre cinco días en la terraza sin que nadie se entere?- criticaba sin esperar respuesta.
Le dio una vuelta a la llave y después golpeó la puerta, para seguidamente intentar darle otra vuelta y al final pegarle una patada. Blas se mostró en principio estupefacto, pero el enojo invadió rápidamente toda su gama de expresiones. Me recordó, como si yo fuera el culpable, que no era la primera vez que se dejaban la puerta abierta, y que algún día se iba a producir un robo o algo peor.
El portero franqueó la entrada y echó un vistazo, mientras yo le seguía. Frente a nosotros había un muro que se abría a la derecha, hacia otra parte de la terraza.
- ¡Marcos!- grité.
- ¿Cómo que Marcos? Aquí no hay nadie- respondió Blas.
Avancé por el pasillo descubierto, que nos llevaba a otra zona con dos alturas por encima, una de ellas llena de aparatos de aire acondicionado y la superior coronada por una antena de telefonía móvil. Pensé que ése era el mejor lugar para encontrar al técnico y, efectivamente, a los pies del bloque de las máquinas había un maletín de herramientas y tras la esquina asomaba una consola, tirada en el suelo, similar a las que ya había colocadas arriba.
- Marcos- dije ahora más suavemente, como temiendo encontrarlo espachurrado al girar.
Sin embargo allí no había nadie.
- Pero ¡qué demonios!- exclamó Blas a mi espalda.
Entonces levanté la vista del aparato y me encontré dos enormes manchurrones negruzcos sobre la pared. Eran rastros que iban desde arriba hasta el suelo y se perdían tras otro de los bloques de aparatos de aire.
- ¿Marcos?- repetí en esa dirección, aunque esta vez lo hice incluso más bajo que la anterior, perdiendo la llamada así toda su eficacia- ¿No deberíamos llamar a alguien?- propuse después a Blas.
En cambio, él seguía observando los manchurrones, que para mí eran obviamente de sangre, pero en los que el portero sólo parecía ver horas de duro trabajo.
- Marcos- mascullé el nombre del técnico y únicamente yo me escuché.
Blas se había acercado a la pared y rascaba con las llaves una parte especialmente espesa de la mancha, evaluando los daños para las arcas de la comunidad de propietarios. Estaba claro que el portero no me iba a ayudar lo más mínimo y algo dentro de mí (más bien todo) me decía que a nada bueno podía llevar seguir el rastro sangriento en una terraza solitaria.
Saqué el teléfono móvil del bolsillo y busqué el número de Marcos. Lo marqué deseando que no se escuchara el timbre, como método de prueba de que no se encontraba tras el segundo bloque de máquinas, donde se extinguía la vereda negruzca y ya la única parte de la terraza que no habíamos explorado. Sonaron tres largos tonos en mi teléfono, pero cuando estaba a punto de pulsar el botón de cortar llamada oí un zumbido a lo lejos, acompañado del sonido de unos tambores. La sintonía se hizo poco a poco más fuerte y reconocí la voz de Macaco, cantando su popular ‘Moving’.
- ¿Qué es eso?- preguntó Blas, que por fin había dejado la mancha y miraba, como yo, hacia el lugar del que parecía proceder la música.
- La canción de un móvil, creo- respondí.
- ¿Está allí?- señaló el último bloque.
- Creo que sí.
El portero, que a diferencia de mí no cargaba dos toneladas de terror sobre sus pies, pudo emprender la marcha hacia la dichosa canción, desapareciendo de mi vista. Durante unos instantes, que se me antojaron muy largos, no escuché nada, pero entonces surgió la voz de Blas.
- ¡Oye tú! ¡Oye!- repetía.
Seguí al portero, intentando no pisar el rastro de sangre y sobrepasé el muro. Blas estaba al final de otro pasillo descubierto y una figura se encontraba unos tres metros por delante de él, de espaldas y asomado a la terraza, aparentemente mirando la calle, diez pisos más abajo. Fui hasta Blas y le pregunté:
- ¿Es Marcos?
- ¿Cómo demonios voy a saberlo? No lo conozco.
Al menos lo parecía desde detrás. Tenía el mono de trabajo puesto y su característico pelo grasiento. Los brazos le colgaban como inertes, apoyados a medias en la barandilla de la terraza, y en las mangas había más manchas negruzcas, aunque el rastro se había perdido y no llegaba hasta él.
- ¿Marcos?- pregunté.
Como respuesta sólo obtuve el estribillo de Macaco, que seguía sonando mientras Blas y yo contemplábamos la escena: “Moving, all the people is moving…”
- ¡¡¡Marcos!!!- exclamé después, si bien me llevé la mano inmediatamente a la boca, sorprendido de la involuntaria fuerza de mi voz.
De repente su cabeza, que hasta entonces había estado inclinada hacia abajo, se enderezó lentamente y comenzó a girar hacia nosotros.
No sé si Blas estaba tan asustado como yo, pero ambos dimos un paso hacia atrás.
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Mensaje  Banderworld Miér Ago 04, 2010 2:49 pm

Noooo Marcos nooo zombie tristorrete vas improvisando la historia o la tienes escrita ya?
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Mensaje  Yurinka Miér Ago 04, 2010 5:35 pm

Sí, la historia la escribí improvisándola cada día, pero hace justo un año, el verano pasado. Cada día me metía en un blo (aún no conocía esta página) y colgaba un post. Al terminar la dejé un poco abandonada pero después decidí unir todos los post, corregirla y colgarla aquí poco a poco. andant02
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Mensaje  Yurinka Jue Ago 05, 2010 1:04 pm

Segunda semana, la terraza III
Martes 4 de agosto de 2009


Marcos giró la cabeza muy lentamente, cómo si le costara hacerlo, hasta que ya no pudo volverse más. Sin embargo, el resto de su cuerpo permanecía aún inmóvil. En ese momento sólo mostraba la mitad izquierda del rostro. Estaba pálida, incluso blanquecina. Con un paso igualmente ralentizado comenzó ahora sí a darse la vuelta, girando sobre sí mismo, sin abandonar su posición. Entonces nos miró fijamente y eso bastó para perder el poco valor que me podía quedar. Un marco de sangre oscura flanqueaba sus labios, desde la nariz a la barbilla. Sus ojos parecían haber perdido todo color, pero en un segundo se inyectaron en sangre, mientras nos observaba. El mono de trabajo lucía también manchas negruzcas en el pecho y las rodillas. Lo peor de todo era su silencio. Movía los labios lentamente, pero sin articular palabra. Blas y yo actuamos casi al unísono y dimos otro paso atrás, lo que me hizo tropezar con algo. Tas intentar apoyarme con el pie contrario y buscar un asidero imaginario en el aire, caí de espaldas.
- ¿Fini?- preguntó el portero antes de que pudiera incorporarme.
Al levantar la vista descubrí que había tropezado con una mujer, o lo que quedaba de ella. Su cuerpo estaba boca arriba, en medio del pasillo por el que habíamos llegado, y era literalmente un torso provisto tan sólo de brazos y cabeza. Unos pequeños muñones señalaban el lugar donde algún día hubo piernas. Llevaba un delantal gris sobre una camiseta verde, ambas prendas igualmente cubiertas de sangre.
- ¡Joder! ¡Es Fini! La chica que limpia en el ático del doctor Luis, ¿qué mierda le ha pasado?- dijo agachándose para verla mejor.
Un temblor sacudía mis huesos y me recorría el cuerpo desde que vi al técnico del aire acondicionado plantado ante el alféizar, pero únicamente cuando intenté levantarme, observando aterrorizado el cuerpo amputado de la mujer, me di cuenta de mi parálisis. Ni mis brazos ni mis piernas parecían lo suficientemente fuertes para mantenerme. No sé cómo en ese momento de tensión pude conectar las neuronas suficientes para preguntarme qué hacía allí en medio el cadáver de la limpiadora, si nosotros habíamos pasado por ese pasillo sólo un minuto antes sin verla.
El cadáver de la mujer de la limpieza respondió a mi pregunta con un movimiento rápido. Como si alguien hubiera pulsado un interruptor que la activó de repente, sbrió la boca, se impulsó con las manos y rodeó el cuello de Blas. ¡Fini estaba viva! Podía moverse y demostró también que podía morder con fuerza. Clavó sus dientes en la nuca del portero. Éste gritó e intentó quitársela de encima.
Justo en ese instante Marcos, que todavía observaba los acontecimientos desde el alféizar de la terraza, inició una carrera fulminante hacia nosotros gritando como un poseso. No sé si se dirigía hacia mí o Blas era su objetivo, pero el portero tuvo la mala suerte de encontrarse más cerca de él y se lo llevó por delante.
- ¡Dios!- exclamé ya fuera de mí.
Pese al pánico, logré incorporarme y salí corriendo sin preocuparme de Blas ni de sus gritos de auxilio. No digo que no fuera un comportamiento cobarde, pero en mi defensa debo decir que no era yo quien corría, sino un antiguo instinto que afloró de repente en mí, el de la supervivencia a toda costa. Retrocedí por el pasillo y giré al llegar al primer bloque. Allí estuve a punto de irme al suelo al resbalar con un charco de sangre, aunque conseguí mantenerme en pie. Había llegado al fin a la puerta de la terraza, sin embargo, estaba cerrada. El mismo impulso que me había sacado de la situación de peligro inició una rabiosa pataleta, con tal fuerza que casi me destrozo los pies. Los alaridos de Blas llegaban desde el otro lado de la terraza mientras yo me rasgaba los dedos arañando los resquicios de una salida que se resistía a ceder.
No me calmé lo suficiente para darme cuenta de que tenía las llaves en mi pantalón hasta que las noté clavándose en el muslo en una de mis envestidas contra la puerta. Metí la mano en el bolsillo, palpé el llavero de cuero y al sacarlas percibí que los gritos de Blas habían cesado. Me di la vuelta y allí estaba, como no podía ser de otra forma, Marcos, a menos de dos metros de mí, enseñándome unos dientes de los que escapaban chorretones de sangre. Gruñía como si fuera un perro rabioso y su mirada me mantenía petrificado. Ignorando que tenía a Marcos tan cerca que no había tiempo para abrir la cerradura, comencé a pasear mis dedos por las llaves, buscando la cabeza cuadrada indicada para abrir la terraza comunal. Mi oponente reaccionó ante el movimiento y saltó sobre mí, de una forma tan brusca que sólo pude protegerme con los brazos y recibir su ataque. Me aplastó contra la puerta y sentí como la manivela se clavaba en mi costado. Él se apartó rápidamente, soltando un rugido aún mayor que el anterior, aunque ya no me miraba, sino que se movía a tientas de espaldas. Al girar la cabeza acerté a ver que tenía mis llaves clavadas en su ojo derecho. Las que no se encontraban alojadas en la cavidad ocular, colgaban sobre su mejilla.
Sin embargo, la pausa no duró mucho. Volvió a lanzarse sobre mí, pero esta vez sí que pude apartarme y salí corriendo de vuelta a lugar donde habían atacado a Blas. Al enfrentarme de nuevo al pasillo que llevaba al segundo bloque me encontré lo que quedaba de Fini sobre el cadáver de Blas, royéndole la nariz. Espantado, traté de frenar, pero la sangre que había en el suelo me hizo resbalar y me desplomé otra vez. La mujer me descubrió y abandonó a su presa, arrastrándose con los brazos hacia mí. La espalda me dolía por el golpe contra la manivela y no pude sino pegarle una patada en la cabeza, mientras trataba de levantarme. Al hacerlo, escuché el rugido de Marcos a mi espalda. Se acercaba corriendo a torpes zancadas y con los brazos hacia delante, como si no tuviera claro hacia dónde iba. Al verme en el centro del pasillo, con Fini bloqueándome el paso desde el suelo, paró y me echó una ojeada final. Estaba atrapado.



Segunda semana, la terraza IV
Martes 4 de agosto de 2009


Decir que no tenía salida no era del todo correcto. A mi derecha e izquierda, con sólo subir al alféizar, se encontraba el vacío, que cada vez se me antojaba más atractivo. Las únicas escapatorias que no implicaban estrellarse contra el suelo en una caída de unos 30 metros estaban bloqueadas por Marcos a un lado y Fini, al otro. El primero parecía haberse recuperado de la inserción de las llaves en su ojo. Habían caído, no sé donde, y ahora un tejido sanguinolento le colgaba de la cavidad ocular derecha. Su ojo izquierdo, el único que le quedaba, estaba fijo en mí. El torso animado de la mujer de la limpieza, por su parte, se arrastraba lentamente agarrándose a las baldosillas con las manos. Y aunque yo no sabía si ese engendro era capaza de volver a saltar como cuando se enganchó al cuello de Blas, era con toda seguridad mi rival más débil.
Di la espalda al técnico de aire acondicionado y golpeé con todas mis fuerzas la cabeza de Fini, que en ese momento abría la boca con una mirada ansiosa. La mujer por poco me agarra la pierna con un rápido movimiento de brazos, pero la patada la lanzó contra la pared, a mi izquierda, y me dejó vía libre. Inicié entonces una loca carrera hacia el segundo bloque, donde permanecía el cadáver de Blas, y probé la otra puerta. También estaba cerrada. Apenas tuve tiempo para lamentarme porque Marcos se me echaba encima. La persecución continuó alrededor de la caseta del segundo bloque, bajo los aparatos de aire, rodeándola como si de un juego se tratara. Sin embargo Marcos cada vez corría más rápido y yo, en cambio, comenzaba a cansarme de verdad. Tenía que hacer algo o no tardaría en alcanzarme.
La única opción de salvarme era trepar al techo de la caseta. Uno de los aparatos parecía estar a medio conectar y tenía varios filamentos colgando a mi altura. Debía agarrarme a ellos y subir. El problema era que si los cogía y empezaba a elevarme con tan poca distancia entre Marcos y yo, él me atraparía sin remedio. Pero, ¿había otro camino? Lamentablemente no tenía tiempo para pensar, así que con las pocas fuerzas que me quedaban pegué un brinco y me así a los cables todo lo alto que pude. Por fortuna Marcos, quizás azorado por la inercia del continuo tiovivo alrededor de la caseta, pasó de largo al principio, y sólo cuando yo ya había logrado engancharme un tubo metálico a la altura de los aparatos de aire, paró, se dio la vuelta y se abalanzó sobre mis piernas, que aún estaban en el aire.
Su empujón me impulsó hacia arriba y aterricé sobre una de las máquinas, que con mi impulso se soltó de sus raíles. El golpe, primero en la cabeza y después en el costado, me dejó sin respiración, y con un dolor que, unido a los batacazos anteriores, estuvo a punto de provocarme un desmayo. Cuando al fin recuperé el aliento, me asomé y vi que Marcos se encontraba bajo la caseta, mirándome con furia y tratando de agarrar los cables para subir. Sin embargo, algo no debía funcionar bien en su cabeza porque los tocaba pero no lograba cerrar la mano sobre ellos. Bien, los zombies no son listos, pero sí rápidos los condenados, pensé.
Por mi parte, estaba empapado en sudor y el corazón me latía a mil. Acorralado, muerto de miedo... Creí que me iba a dar un infarto. Tenía que relajarme y pensar con claridad o no saldría de allí de una pieza.
Me senté. Lo único que impidió que me volviera loco durante los minutos que estuve sobre la caseta de máquinas fue que buscaba una salida. Ese instinto me había hecho dejar a su suerte a Blas cuando necesitaba mi ayuda y ahora impedía que mis pensamientos no se centraran en otra cosa que no fuera seguir viviendo. Sin embargo, una idea no dejaba de palpitar en mi mente. Mi teoría tenía todos los visos de haberse confirmado. De hecho, parecía encontrarse a unos metros por debajo, intentando acabar conmigo. Sin embargo, no sabía con certeza lo que le había ocurrido a Marcos. Me atacaba como un poseso y apenas había reaccionado al reventón de su ojo. Tratando de ser razonable, esto sólo demostraba que se le había ido la cabeza. En cambio, la mujer de la limpieza no daba lugar a dudas. Se había quedado sin piernas quién sabe cuando, su sangre estaba esparcida por toda la terraza y a pesar de todo seguía moviéndose e intentando matar a cualquiera que se encontrara. Ella sí era un zombie y el hecho de que no se enfrentara a Marcos indicaba que él también debía serlo.

De cualquier forma, de nada servían mis cavilaciones, pues el objetivo debía ser salir de allí como fuera. Entonces recordé que tenía un móvil, con el que había llamado a Marcos unos minutos antes. Al sacármelo del bolsillo descubrí horrorizado que se había partido como un puzzle. Impotente y realmente cabreado, me levanté y se lo lancé a Marcos a la cabeza. El impacto no le hizo inmutarse, pero eso me dio una idea. Junto a mí había al menos una decena de aparatos extractores de aire bastante voluminosos. Aplastaría la cabeza de ese loco antes de darme por derrotado. Al intentar levantar el primero, sobre el que había aterrizado, me di cuenta de que pesaba realmente mucho. Sólo pude arrastrarlo y después hacerlo volcar sobre el bordillo de la caseta hacia abajo. Ni siquiera me preocupé de si Marcos estaba debajo. La máquina cayó a un metro a su derecha. Sin embargo, ése era el camino. Fui a por el siguiente, buscando ahora uno más ligero. A base de patadas le solté los enganches del suelo y, éste sí, pude levantarlo lo suficiente para apuntar.
- Marcos, pedazo de cabrón, ven aquí- mascullé, pues el esfuerzo apenas me permitía resoplar.
Conseguí atraer su atención, porque se situó debajo de mí y comenzó a saltar para tratar de alcanzarme. Cuando ya no podía más solté el aparato sobre la cabeza de Marcos. El hombre se fue al suelo con el cráneo abierto. Una vez recuperé las fuerzas repetí la estrategia con Fini.
Después bajé y me acerqué a Blas. Estaba tirado boca arriba, con la cara desfigurada por los mordiscos de Fini y Marcos. Un charco de sangre se extendía desde su cuello hacia uno de los sumideros. Busqué sus llaves en los bolsillos, aterrorizado, temiendo que en cualquier momento abriera los ojos y saltara sobre mí. Sin embargo no lo hizo, así que las cogí y salí disparado a llamar a la Policía.
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Mensaje  Yurinka Vie Ago 06, 2010 11:24 am

Segunda semana, martes
Martes 4 de agosto de 2009


El martes por la noche cambié la calurosa habitación de mi apartamento y la bucólica morada de mis abuelos por un catre húmedo y oscuro en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía de Murcia. La razón: estaba acusado de dos homicidios, el de Marcos y el de Fini. Las cosas no salieron precisamente como esperaba, aunque debía haberlo previsto.

- Mira joven, pensarás que la estúpida historia que me estás contando es original- me dijo el capitán Luis Alfonso Rodríguez, un hombre ya entrado en años, que llevaba la camisa fuera del pantalón y se rascaba incesantemente su barriga a través de los botones de la prenda- pero yo ya estoy acostumbrado a los piraos como tú. Se inventan lo primero que se les ocurre para que se los tome por locos. Pero al final, chaval eso tenlo muy claro, al final se desmoronan y largan toda la verdad.
Era ya la tercera vez que hablaba con el mismo Policía. Las pruebas eran evidentes y no daban lugar a dudas. Dos cuerpos destrozados, mis huellas por todas partes. Entontes, ¿por qué seguían interrogándome? A causa del tercer cuerpo.
Había llegado esposado a la comisaría unas horas antes, tras una colérica llamada al 112. Supongo que no había sido una idea descabellada dejar a Fini arrastrándose por la terraza para que los agentes me creyeran. Esas cosas nunca se piensan al principio.
Los primeros policías que hablaron conmigo fueron el cabo Rodríguez, simpático, y el inspector José Marín, claramente el poli malo.
El inspector dio un golpe sobre la mesa que me dejó mudo y me miró fijamente.
- No te inventes gilipolleces que va a ser peor para ti. Acaban de decirme que en la terraza de tu edificio sólo hay dos cuerpos, el de un hombre con mono de trabajo y el de una mujer seccionada desde la cintura, tú me explicarás lo que has hecho con las piernas- aquí hizo una pausa y se acercó más a mí- Así que no te jodas más la vida añadiendo una tercera víctima que no existe para hacernos perder el tiempo.
- ¿Cómo que no está Blas? ¿Vi como lo mataban (eso no era realmente cierto, había huido antes)? ¿No está en la terraza?- pregunté asustado.
- ¡No atontao! Eso te he dicho. Borra a Blas de tu lista de monstruos y déjate de gilipolleces de una vez- respondió el inspector.
Me quedé unos instantes dándole vueltas a la cabeza.
- Pero eso significa que se ha levantado y debe estar andando por ahí atacando a la gente...
Marín golpeó de nuevo la mesa y me advirtió que me callara. Después salió del despacho mascullando maldiciones. Media hora más tarde volvió y me cogió del cuello de la camisa, levantándome de la silla.
- Mira mamón, hemos confirmado que Blas, el portero de tu edificio, ha desaparecido. Seguramente te lo has cargado también en tu fiestecita sangrienta y no te voy a decir que tu condena se vaya a reducir por decirnos dónde coño está, pero te aseguro que te bajo ahora mismo al calabozo si no empiezas a hablar.

Mi explicación sobre la naturaleza violenta de los zombies y el peligro de contagio del Virus R no debía haberle gustado pues ya anochecía y todo apuntaba a que pasaría la noche entre rejas.
A mediodía había conseguido hablar por teléfono con mis padres y les dije lo que me había pasado. Vinieron desde la playa con un abogado amigo de la familia que no logró sacarme de allí, aunque me dijo que la falta de causa para el asesinato y la ausencia de antecedentes harían posible una salida bajo fianza cuando terminara la investigación. Mi madre se encontraba mucho peor que yo. Primero la ausencia de mi hermana y ahora esto. Fue frustrante notar como ni mi propia familia me creía.
Pero lo realmente desalentador fue lo que ocurrió por la tarde, tras un día entero de interrogatorios. Tuve la visita de un político al que conocía por mi trabajo, el máximo responsable en la Región de Murcia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, el delegado del Gobierno, Martínez Andújar. Resultó muy raro verlo en esa situación. Vestido de traje gris y corbata roja, tuvo el gesto de cortesía de pedir que abrieran la celda y sentarse frente a mí en un taburete que le trajeron.
- ¡Pedro!- me dio la mano- ¿qué ha pasado?
Andújar, como se le conocía en los medios, tenía gracias a su cargo institucional contacto directo con el Gobierno central en Madrid y era la persona adecuada para alertar a las autoridades de que el virus había llegado a Murcia. Le conté con todo lujo de detalles lo ocurrido, así como mis teorías acerca de los efectos de la infección en las personas y la necesidad de dar la voz de alarma. El delegado del Gobierno me escuchó atentamente mientras estuve hablando. Después pidió a los agentes que me trajeran un vaso de agua y que se alejaran de la celda, para charlar a solas conmigo.
- Escúchame atentamente Pedro y verás como todo se soluciona. No voy a decirte que esto que te voy a contar es confidencial porque si lo cuentas nadie te va a creer de todas formas... ya has podido comprobarlo. Puede que tengas razón y puede que no, ¿quién sabe? Pero debes tener altura de miras y comprender la situación en la que se encuentra nuestro país.
Andújar hablaba tranquilamente, en voz baja pero clara.
- Sabrás que mañana miércoles, Madrid acoge la conferencia europea para hacer frente a la crisis. Tendrá carácter internacional, acudirán representantes de todas las potencias, incluidos los Estados Unidos, que han aceptado en el último momento participar. Y España ha conseguido este gran honor, ser el centro del mundo en este momento, gracias al impulso de nuestro presidente Zapatero y al duro trabajo del Gobierno. La infección ya ha llegado a Europa, se están dando casos desde ayer en Francia, Inglaterra, Alemania, Italia... Y mientras tanto España permanece limpia, un ejemplo de eficacia sanitaria. Por eso Madrid celebra la cumbre, porque somos el camino a seguir.
El delegado hizo una pausa y me miró, esperando una reacción. Yo había comprendido ya el mensaje y razonado que nada de lo que hiciera entonces me serviría, así que esperé a que terminara.
- Entenderás pues que tu historia no nos viene nada bien en este momento. Mañana vendrán los presidentes de medio mundo, habrá reuniones, decisiones, fotos y discursos, y al día siguiente, cuando todo haya pasado, volveremos a tratar tu asunto. No hay razón para que esto no termine bien si dejas de contar rollos. Bastante difícil ha sido ocultar a los medios la escenita de la terraza. Según parece, ni a ti ni a mí nos conviene que se sepa la que montaste allí, ¿verdad? Si colaboras, te estás callado y olvidas todo lo que te he dicho, el miércoles será otro día, y podremos hablar más tranquilamente sobre tu futuro, que no tiene por qué ser malo. ¿De acuerdo?
Andújar se despidió de mí y solicitó a los agentes que me dieran bien de cenar. "Hay que cuidarlo, es periodista", dijo sonriéndome el muy cabrón.
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Mensaje  Banderworld Vie Ago 06, 2010 3:10 pm

necesito maaas un capitulo al dia es pocoo!! si ya lo tienes escrito mandamelo a mi msn : [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Por favooooor!! necesito mas!!


P.D. Hace falta decir que me ha gustado?
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Mensaje  Yurinka Lun Ago 09, 2010 11:36 am

Segunda semana, miércoles
Miércoles 5 de agosto de 2009


La noche fue relativamente tranquila en los calabozos de la Jefatura de Policía de Murcia. A instancias del delegado del Gobierno, me encerraron en una celda individual, no sé si para mi confort o para evitar que difundiera mi historia. En realidad se me habían acabado las ganas de contar el suceso, dado el éxito obtenido. Lo de dormir, imposible. De hecho me aterraba simplemente cerrar los ojos, no controlar qué tenía delante, sobre todo en ese lugar y después de lo que había pasado.
Sobre las dos de la madrugada trajeron a varios ladrones y a un toxicómano, y desde entonces apenas pasó nada. Sin embargo, ya por la mañana corrió el rumor entre las celdas de que arriba estaban nerviosos por la pérdida del contacto con una patrulla y que media comisaría estaba en la calle en su busca.
- Tu amigo Blas no aparece- me dijo el inspector Marín al comenzar su turno, al otro lado de los barrotes y con un apetitoso café en la mano- Supongo que estás de suerte. Pero el espectáculo de la terraza… je, je. Eso ya no te lo quita nadie.
- ¿Os han dicho desde arriba lo que estáis buscando o también os mienten a vosotros?- le pregunté.
El inspector, que estaba un poco rechoncho, me observó con gesto serio unos segundos y después se puso a reír.
- Claro imbécil, tenemos instrucciones muy precisas, buscamos un hombre de tres metros con dientes afilados y una capa detrás.
Y siguió tronchándose mientras se alejaba hacia la planta de arriba.

Del delegado del Gobierno nada supe el miércoles. En cambio, sí pude hablar con mis padres y el abogado de nuevo. Me dijeron que la investigación iba lenta porque Sanidad había reclamado los cadáveres del técnico y la limpiadora para hacer las autopsias en unas instalaciones especiales. Lo normal, pensé, si seguían el protocolo del que me había hablado la mujer de Marcos el día anterior, era que me llevaran también a mí. Aunque claro, eso dependía de la información que hubiera proporcionado la Delegación. Con toda probabilidad, con la cumbre en marcha en Madrid, yo, oficialmente, no existía.
Pregunté por novedades del exterior y me confirmaron lo que había escuchado de boca del delegado, que la infección seguía su curso, ahora también por Europa. En este momento todos miraban a España, pues se esperaba que los líderes mundiales adoptaran un plan internacional que frenara la crisis.
Por contra, los responsables sanitarios tenían muy poca información sobre la naturaleza del Virus R. Realmente la infección apenas llevaba diez días entre nosotros, y las investigaciones más avanzadas, las que se iniciaron en Estados Unidos, parecían haberse paralizado ante la propagación masiva en la costa este, la única zona del país que había permanecido a salvo hasta el momento.
La verdad es que en ese momento imaginé que todo estaba perdido y que la infección se extendería por España tarde o temprano. Así que les dije a mis padres que buscaran un lugar seguro y aislado y se prepararan para lo peor. Mi madre, que se había pasado la mayor parte de la entrevista llorando, como el día anterior, me dijo que no tenían intención de dejarme allí solo. Ella parecía convencida aún de que la situación se solucionaría y que debía aceptar la recomendación del delegado del Gobierno. Igualmente se opusieron a mi petición de contar a los medios de comunicación lo que estaba ocurriendo.
La visita no duró mucho y en todo momento estuvo vigilada por un agente, para que no se me ocurriera dar alguna instrucción acerca del cuerpo de Blas. La situación era tan confusa que no tenía claro si los agentes sabían la verdad de la historia y la ocultaban por mandato del Gobierno o simplemente la ignoraban. El resto del día lo pasé aislado, como si la Policía hubiera perdido ya el interés en mi testimonio, aunque no fue una jornada tan tranquila como la anterior.
Por lo demás, cada vez eran más abundantes los gritos de alarma desde el piso de arriba y el sonido de las sirenas alejándose de la Jefatura. Por la tarde, el agente que estaba vigilando la zona de calabozos fue llamado por el comisario, según nos contó después, para colaborar en la apertura y el reparto de armas del almacén. Se trataba de armamento de gran calibre que los agentes sólo utilizaban cuando intervenían en operaciones contra bandas organizadas o en los dispositivos de seguridad de importantes visitas a la ciudad. Eran escopetas, subfusiles e incluso pequeñas ametralladoras. Nuestro guardia, según reconoció, no había usado nunca ninguna.
El ambiente en los calabozos iba caldeándose según avanzaban las horas. Allí abajo había delincuentes de todas las categorías, así como algunas prostitutas, y no paraban de preguntar acerca de lo que ocurría y dar la tabarra al vigilante. Pero la situación llegó al cénit cuando, ya al anochecer, dos agentes equipados con chaleco, coderas y rodilleras llegaron a las celdas cargando con un joven gitano. Todos ellos estaban recubiertos de sangre, como recién salidos de una matanza, y el detenido gritaba como un poseso que el demonio andaba suelto. Mantuvo este alocado discurso durante toda la noche, sin que hiciera caso a las advertencias de los policías ni a las preguntas de los presos curiosos.
Mi la celda cada vez me parecía más pequeña.



Segunda semana, madrugada del jueves
Jueves 6 de agosto de 2009


Al anochecer, como había previsto el gitano desquiciado, el diablo vino a hacernos una visita. Nada grave hubiera ocurrido si la comisaría hubiera contado con su dotación de agentes habitual, pero ésa no era una noche normal. A las ocho de la tarde el vigilante llegó con la cena y nos anunció que tenía que subir a la planta principal. Advirtió que no armáramos lío y se marchó.
Para entonces los delirios del joven gitano se habían convertido en sollozos y gemidos. Permaneció arrinconado junto a su camastro y, si eso se puede tomar como un signo de valentía, no recuerdo que pidiera ayuda ni una sola vez. Debían ser las once de la noche cuando Tarem, un argelino detenido por tráfico de drogas que no había parado de hablarme desde que llegó, empezó a preguntarle qué le pasaba. Tarem estaba inmediatamente a mi izquierda, junto a otros dos compatriotas que acababan de llegar, y su celda limitaba a su vez con la del gitano.
- ¡Agente! ¡Agente! ¡Este chico está mal, no se mueve!- gritó el argelino en dirección a la puerta que daba paso a las escaleras.
En ese momento no había ningún policía en los calabozos. De arriba llegaba el continuo sonido de las sirenas, pero no hubo respuesta. Desde mi celda no podía ver gran cosa. Las peticiones de ayuda provocaron además las quejas del resto de presos, que trataban de dormir en sus camastros y reclamaban silencio.
Yo me había recostado pero no conseguía conciliar el sueño. Así siguió la cosa hasta que los argelinos comenzaron a excitarse de nuevo.
- ¡Eh chico! ¡Amigo! ¿Cómo estás?- dijo uno.
- ¡Oh vaya cara! Drogas, je, mala cosa- comentó otro.
Al escuchar el diálogo de la celda vecina abrí los ojos. Me levanté y miré a mi izquierda. El gitano parecía estar incorporándose, aunque los cuerpos de los tres argelinos ocupaban mi campo de visión.
- Oh, vomita, ¡qué asco!- maldijo uno de ellos y soltó una algarada de insultos en árabe.
Escuché el líquido estrellarse contra el suelo y una serie de profundos tosidos, acompañados de risas procedentes en cada rincón de los calabozos. Cuando los presos se calmaron, percibí un sonido familiar que me heló la sangre. Parecía un rugido, similar a los que escuché en la terraza. Pese a la oscuridad, se me antojó que el gitano se levantaba y se acercaba hacia los argelinos.
- ¡Eh cabrón! ¡Suéltame!- exclamó Tarem.
Ahora sí lo pude ver claramente. El joven gitano se había avalanzado sobre las rejas en las que estaban situados los argelinos y agarraba el brazo de Tarem. Sus compañeros de celda habían retrocedido y ahora miraban asustados la escena.
- ¡Que no te muerda! ¡Saca de ahí el brazo!- grité.
Pero era demasiado tarde. El gitano, que asía fuertemente a su presa, se inclinó rápidamente en dirección al argelino y clavó sus dientes en el antebrazo del Tarem, que comenzó a gritar aterrorizado. Sus compañeros reaccionaron al fin y se pusieron a tirar de Tarem hacia ellos.
- ¡Suelta loco cabrón! ¡Suelta!
La fuerza de tres hombres debería haber bastado para liberar al preso, pero Joaquín tenía bien hundida la mandíbula en la carne del argelino porque al minuto de la trifulca, con patadas incluidas dirigidas al cuerpo del gitano, los tres emigrantes se fueron al suelo y el gitano se quedó con el brazo.
- ¡Joder!- soltó una de las prostitutas situadas en la celda de al lado.
La sangre salía a chorros del muñón que había quedado en el cuerpo de Tarem. Sus compañeros trataban de tapar la hemorragia con una sábana pero no lo lograban. Mientras, un clamor histérico se extendía por las celdas reclaman ayuda de la Policía. Todos gritaban excepto el joven gitano, que había vuelto a su rincón y devoraba allí tranquilamente el brazo del argelino.
El barullo llegó al fin a la planta de arriba y un agente con cara de pardillo se asomó entreabriendo la puerta.
- ¿Qué mierda pa...?- dejó la frase a medias al observar la escena de la celda de los argelinos y regresó escaleras arriba gritando "motín".
Al poco volvió el inspector José Marín con dos hombres más, uno joven y otro mayor, equipados con porras.
- ¡Silencio!- mandó el inspector a todos los presos, golpeando la mesa del vigilante con su porra- ¡Callaos la boca de una vez y apartaros de las rejas!
Se dirigieron a la celda de los argelinos y vieron a Tarem echado en el suelo con el brazo seccionado en un charco de sangre, dando sus últimas bocanadas de aire.
- Avisa a un médico- le dijo al policía de más edad.
Una vez se marchó, y todavía sin abrir la reja, preguntó a los compañeros de celda qué había pasado.
- Ha sido ése loco- le explicaron, señalando al gitano.
- Dios bendito- fue la reacción del inspector al ver al infectado masticar la carne desgajada del brazo de Tarem. De inmediato se lanzó hacia su celda y comenzó a golpear los barrotes exigiéndole que lo soltara.
El policía joven que seguía en los calabozos no pudo reprimir las arcadas y se puso a vomitar.
Su superior se dio la vuelta y le pidió las llaves de la celda.
- ¡Ábreme esta puerta que se va enterar!- bramaba.
En realidad la puerta se abría mediante un cerrojo mecánico que se operaba desde la mesa del vigilante. El policía fue hasta allí y le dio al botón. Con un chirrido metálico la puerta se abrió.
- ¡No entre ahí, le va a morder!- le advertí, pero Marín no tenía oídos para nadie.
Se abalanzó sobre el gitano con la porra, gritándole que soltara el brazo. El gitano recibió más de veinte golpes por todo el cuerpo, lo suficiente para dejar sin aliento a cualquier persona. Pero en cuanto el agente se cansó e interrumpió unos segundos la paliza, se lanzó a su cuello con una mirada asesina. Los dos cayeron al suelo y pese a los porrazos que el gitano recibía en la cabeza, nada lo hacía soltar el gaznate del policía. Su compañero fue a hasta la celda, prosiguiendo la mansalva de palos sobre el cráneo del gitano hasta que éste, literalmente, se quebró. El infectado quedó tendido sobre cuerpo del inspector herido, que ya no se pudo levantar. Tenía la garganta desgajada.
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Mensaje  Banderworld Lun Ago 09, 2010 4:38 pm

bueno, mientras se quede en la celda no creo que le muerdan, MAAAAASSS!!
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Mensaje  Yurinka Mar Ago 10, 2010 1:10 pm

Segunda semana, madrugada del jueves II
Jueves 6 de agosto de 2009


Después de la tormenta no llegó la calma, como se suele decir, sino una tempestad aún mayor. Eran las dos de la madrugada y había tres cadáveres en los calabozos de la Jefatura Central de la Policía Nacional de Murcia. Dos de ellos estaban en la celda abierta, el del inspector José Marín y el del joven gitano, Joaquín. El otro, el del traficante argelino, Tarem, se encontraba en la estancia contigua a la mía, en la que aún seguían encerrados otros dos inmigrantes magrebíes.
El agente joven, todavía con la porra en la mano, estaba tirado junto al inspector, llorando. El griterío alrededor del desmoronado policía era atronador, similar, supongo, al de una jaula de monos en la que se hubiera colado un tigre. En la celda de las prostitutas, dos mujeres se habían desmayado, otra estaba llorando y el resto ladraba, como los argelinos de mi lado, que sin saber nada acerca de su incierto destino, algo parecían presentir observando los golpes que propinaban a las rejas. El resto de reclusos, desde ladrones a sospechosos de homicidios (en esa última categoría entraba yo), intentaba situar su tono de voz por encima de la de los demás.
Bajo este concierto de gaitas era normal que el agente no escuchara mis advertencias. Repetí una y otra vez que debían sacar el cadáver del argelino desmembrado y meterlo junto a de los otros dos fallecidos en la celda del gitano. Así no habría riesgo de que al cobrar de nuevo vida, y estaba seguro de que eso ocurriría al menos en los casos del inmigrante y del inspector, infectaran a más presos. Pero el joven policía no atendía a los reclamos de nadie.

Apenas cinco minutos después de que el inspector Marín falleciera, sus extremidades comenzaron a pegar sacudidas. A los diez levantó la cabeza, que se erguía sobre un cuello abierto. Desde mi celda no se podía ver bien, pero un líquido negruzco y espeso surgía de su garganta, mientras se levantaba. Su compañero al reaccionó inmediatamente, pero no del modo correcto.
- Inspector, ¡está vivo!- exclamó acercándose a abrazarlo.
El cadáver del veterano policía ni siquiera esperó a que lo rodeara con los brazos. Lanzó una fiera dentellada a la mano izquierda del incauto joven, seccionándole al instante un trozo de carne. Éste se apartó con un alarido.
- ¡Dispara! ¡Cárgate a ese cabrón! ¡Es un puto zombie!- gritábamos.
El inspector se tragó el pellejo recién conseguido, que colgaba de su boca, y dio un paso hacia él. El joven policía retrocedió y sacó su arma, pero la tenía que sostener con una sola mano y no parecía el tirador más diestro del Cuerpo Nacional de Policía. Además, el zombie rugía, bramaba con fuerza, apabullando aún más a su víctima. El agente erró su primer tiro. Debía estar a menos de dos metros del inspector pero falló. El segundo le dio en algún lugar de las piernas, según me pareció, aunque ni siquiera le hizo cojear. El policía se estaba quedando sin escapatoria, y al notar la puerta de las escaleras a su espalda inició una balacera contra el rechoncho cuerpo de su adversario, sin que se inmutara. Angustia e incredulidad se mezclaban en el rostro del joven.
- ¡A la cabeza! ¡Dispara a la cabeza!- gritamos varios presos al unísono.
El policía levantó su pistola y colocó el cañón prácticamente rozando el cráneo del zombie. Pulsó el percutor y un débil crujido fue lo único que escapó del arma. Se había quedado sin balas. El inspector aprovechó para abrir la boca y pegarle un bocado tremendo en la cara, llevándose la nariz por delante.
La escena que vino después fue lo más triste y asqueroso que había visto en mi vida. El joven policía, con media cara levantada, intentaba huir del zombie, desplazándose por la pequeña sala del calabozo. Estaba desorientado, quién sabe si podía ver algo, y soltaba hilillos de sangre hacia todas partes. El inspector lo seguía, sin embargo, con toda la agilidad del mundo, dando mordiscos cuando lo alcanzaba y deteniéndose sólo unos segundos a comer antes de continuar la caza. Cuando el agente no pudo más, cayó al suelo y, aún vivo, tuvo que soportar el sufrimiento de la voraz mandíbula del inspector engullendo su estómago.



Segunda semana, madrugada del jueves III
Jueves 6 de agosto


La sangre, la persecución, los gritos... todo lo que ocurría en los pasillos del calabozo me había hecho olvidar a los traficantes argelinos de al lado. De repente, una enorme mano me agarró el brazo y lo arrastró hacia los barrotes que separaban las dos celdas. De nada sirvió el salto instintivo que traté de dar al verme apresado. Al girarme en dirección a mi atacante vi la cara de uno de los inmigrantes, en la que el miedo y el dolor habían dibujado una extraña mueca. El hombre caía al suelo y me soltaba gradualmente. Conseguí liberarme y retroceder. Entonces pude ver como Tarem, el magrebí que había muerto minutos antes desangrado al perder el brazo, se encontraba a su espalda, mordiéndole con furia. Más atrás, apoyado en el camastro, estaba el otro argelino, con la barriga abierta y sus entrañas esparciéndose por el suelo.
Tarem levantó la vista de su presa, que ya no respiraba, y me miró curioso. Quizás le sorprendía que a diferencia de sus dos antiguos compañeros de celda, yo no tratara de huir. Dejó caer al infeliz inmigrante y cambió el gesto por un terrible rugido, un sonido al que no lograba acostumbrarme. Tenía la boca llena de sangre y trozos de carne colgados de los labios. En cambio, su cara ofrecía un color más pálido, lo que unido al anterior color moreno de su piel le daba el aspecto de un hombre enfermo. Sus ojos también habían perdido tonalidad y ya no parecía haber diferencia entre la parte blanca y el iris; sólo la pupila permanecía oscura, más si cabe ahora por el contraste con el resto, completando un cuadro tenebroso en su rostro.
Pasando por alto la existencia de los barrotes, se lanzó hacia mí, golpeándose brutalmente con los hierros y cayendo después hacia atrás. Se incorporó apoyado en su único brazo, me miró y volvió a saltar contra los barrotes. Pese a la seguridad que en teoría ofrecía esa barrera no pude evitar echarme hacia atrás las dos veces. Al fin, quién sabe si razonando, decidió concentrarse en los cadáveres de los dos inmigrantes.
Yo observaba la situación atónito. El Virus R despertaba en los muertos una furia incontenible, que les hacía atacar a todo ser viviente y no parar hasta matar a cuantos estuvieran a su alcance, incluso con más fuerza que en su etapa anterior. El endeble gitano había arrancado el brazo al argelino, y éste ahora, sirviéndose de una única extremidad, había matado a otros dos hombres. Pronto ellos también se levantarían e intentarían ir a por los demás. Estábamos protegidos por nuestras particulares habitaciones en el motel Comisaría de Policía Nacional, pero ¿serían capaces de echar los barrotes abajo?
No tuve tiempo de comprobarlo porque un desdichado médico eligió ese momento para abrir la puerta que daba acceso a los calabozos. Le seguía un policía joven, el primero que había llegado junto al inspector Marín y al agente. Sus antiguos compañeros, ahora muertos y resucitados, les dieron una bienvenida sangrienta. Agarraron al médico, que intentaba retroceder, y tiraron de él hasta que los tres inmigrantes de mi celda contigua lo apresaron también. Todos ellos se pusieron a morderle a la vez, por lo cual al menos tuvo una muerte rápida. El policía, que todavía se encontraba en la puerta, sacó su pistola y vació el cargador sobre el enjambre de zombies, de una forma tan alocada e imprecisa que incluso yo tuve que apartarme para evitar las balas. Pero todo resultó un espectáculo circense. El agente no acertó ni un solo tiro en la cabeza de los muertos y decidió huir. Los dos zombies que no estaban encerrados se lanzaron a por él escaleras arriba.
Entonces los gritos y los disparos se trasladaron a la planta superior, siguiendo la espiral que llevaba esa salvaje infección a extenderse poco a poco. Abajo quedábamos una decena de presos en cuatro celdas, así como tres zombies, por fortuna también apresados.
Ya lo daba todo por perdido, fallecer a manos de mis vecinos muertos por un despiste o morir de inanición mientras el mundo entero se iba al carajo. Sin embargo, el estruendo de un tiroteo continuo que llegaba de arriba me sacó de mis oscuras cavilaciones. Parecían ráfagas de ametralladoras y disparos de escopetas, siguiendo un ritmo continuo. Primero silencio, después un grito potente e inmediatamente una algarabía de tiros. De nuevo el silencio y vuelta a empezar.
Las detonaciones finalizaron y escuchamos pasos en las escaleras. Lo primero en entrar no fue un hombre sino una punta metálica. Lo que en principio me pareció una lanza era en realidad el mástil de una bandera. Lo cargaba un agente corpulento, provisto de casco, chaleco antibalas y un escudo antidisturbios salpicado de sangre negruzca. Tras él iban cuatro policías más, armados hasta los dientes. El más bajo de ellos, equipado con un subfusil, echó una ojeada a la sala y dijo:
- El que no quiera morir aquí abajo que me diga ahora mismo su nombre.
Respondimos todos a la vez ante nuestro salvadores. Bueno, no todos. Los tres argelinos rugieron y continuaron su lucha contra los barrotes ahora con más ahínco. El agente se acercó a ellos, los observó un rato y se dio la vuelta. Con un gesto indicó a sus compañeros que iniciaran la fiesta del plomo. Cuando sus cuerpos dejaron de balancearse por las balas y se desplomaron echando humo, el médico, que permanecía sentado alrededor de un charco de sangre junto a su celda, levantó la cabeza y mostró sus ojos blancos. El agente que portaba el mástil se adelantó y se lo clavó en el pecho, inmovilizándolo. Mientras, el líder del grupo se acercó y le colocó el fusil en la cabeza. El médico le echó una mirada salvaje y soltó un gruñido, escupiendo sangre espesa.
- Respuesta equivocada- dijo al reventarle el cráneo con una bala.
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Mensaje  fh1gt1s04d Mar Ago 10, 2010 10:30 pm

quiero masssssss Smile
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Mensaje  Banderworld Miér Ago 11, 2010 1:38 am

MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSS!!!!!!!!!
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Mensaje  Yurinka Miér Ago 11, 2010 12:32 pm

Hola a todos, gracias por seguir esta aventura veraniega. Aquí van tres capítulos.

Segunda semana, jueves, control
Jueves 6 de agosto de 2009


El líder del grupo de agentes que irrumpió en los calabozos se llamaba Ignacio Sala, subinspector Ignacio Sala. Se presentó a todos los que quedábamos vivos allí abajo antes de abrir las puertas:
- Esta es vuestra noche de suerte- explicó, caminando por la sala mientras hacia un repaso de los presos- No tenemos suficientes hombres para mantener la vigilancia de los calabozos... Se puede decir que ahí fuera- señaló arriba, hacia la calle- en estos momentos hay otras prioridades. Así que con la autorización especial de la Delegación del Gobierno, voy a proceder a la puesta en libertad de todos los detenidos.
Los presos irrumpieron en gritos de celebración. Mi alegría inicial se atenuó al imaginar lo que estaba sucediendo en Murcia. Sin duda, la situación tenía que ser muy difícil para que las autoridades tomaran esa clase de medidas.
- ¡Pero antes!- exclamó Ignacio, reclamando silencio- Antes, debo informar del programa de seguridad aprobado por el Gobierno tras la cumbre internacional de Madrid, ya que seguramente aquí dentro no se han enterado de nada- hizo una pausa- En primer lugar, el Gobierno recomienda a los ciudadanos que permanezcan en casa mientras las fuerzas de seguridad controlan la situación. En segundo lugar, deben evitar el contacto con los infectados y llamar a las autoridades si descubren algún enfermo- En ese momento echó un vistazo alrededor de la sala, deteniéndose en los cadáveres, y sonrió- Supongo que no tendrán ningún problema en identificar a los enfermos y saben qué hay que hacer con ellos. En tercer lugar está prohibido que los civiles actúen en solitario contra los enfermos si no lo hacen en legítima defensa- hizo una nueva pausa, ahora riéndose- Lo que es por mí pueden ignorar este último punto.
- ¡Tenlo claro guapo!- respondió una de las prostitutas.
- De lo demás se irán enterando en la radio o la televisión, no hablan de otra cosa- prosiguió- Y una cosa más, casi lo olvido. No vayan por ahí asaltando tiendas y robando a viejecitas aprovechando la situación, porque ya han visto que ahora tenemos el gatillo fácil. Hoy ha sido un día bastante difícil y, por mi parte, creo que ya he roto bastantes reglas... no me gustaría tener que disparar también contra los vivos.
Uno de sus hombres pulsó el botón de apertura de las puertas y todas las rejas se abrieron al mismo tiempo. Los presos salieron rápidamente y fueron abandonando los calabozos escaleras arriba. Pero el subinspector salió a mi paso cuando me disponía a marcharme.
- Usted no periodista- me dijo cogiéndome del hombro- antes debe acompañarme a ver al delegado del Gobierno.
La orden me heló la sangre. No sabía hasta dónde podía llegar el delegado del Gobierno en su deseo de ocultar información. Y los hombres de Ignacio lo tenían muy fácil para acabar conmigo allí mismo, les bastaba con decir que habían matado a un zombie más.
Sin embargo, el subinspector no tuvo que dar un salto más en su carrera de obstáculos morales. En realidad abandoné la comisaría escoltado, en dirección a la Delegación del Gobierno. Pero antes tuve que ver la masacre que había tenido lugar en la planta principal. Sangre por todas parte, bolsas de plásticos tapando al menos una decena de cuerpos, quién sabe si de infectados o sanos, aunque qué más daba ya eso. Casi todos los muebles estaban volcados y con marcas de impactos de bala. Frente al desorden general, en un extremo de la sala alguien había volcado un par de mesas a modo de barricada, en los accesos a la planta superior, imaginé que para contener la avalancha ahí dentro. ¿Cuánta gente habría muerto allí arriba?

Los presos abandonaron la comisaría por la puerta trasera, supongo que en un intento de evitar al enjambre de periodistas que rodeaba el edificio, ya que la noticia de la liberación general había corrido rápido. Sin embargo, las autoridades no pudieron evitar los flashes de los avispados fotógrafos, que vigilaban ambas salidas, y las temidas imágenes de los delincuentes volviendo a las calles se difundieron ampliamente en los medios locales ese mismo día.
Cuando estuvo claro que ninguna de las puertas era segura, los agentes decidieron montarme en un furgón de la Policía para pasar inadvertido. Lo gracioso era que la Delegación del Gobierno se encontraba al lado, pero desde arriba habían dejado muy claro que nadie debía verme. Se montó un dispositivo tan complicado como inútil para trasladarme en secreto hasta el edificio gubernamental, y yo no parecía el único que consideraba ese despliegue una estupidez, habida cuenta de la escasez de policías. Al menos al llegar a la Delegación pude tomarme mi primer café en dos días, mientras esperaba a que el delegado hiciera un hueco en su ajetreada agenda para atenderme. También escuché el relato de las 'aventuras' del grupo de Ignacio durante esa sangrienta jornada, de boca de uno de los agentes que los acompañaba, un joven llamado Luis del Río, el único hombre del subinspector que tenía ánimos para hablar.



Segunda semana, jueves, control II
Jueves 6 de agosto de 2009


Luis me contó lo ocurrido con una tranquilidad pasmosa, como si estuviera recordando lo que había hecho un fin de semana cualquiera:
- Habíamos batido ya cuatro casas de huerta y matado a cuatro de esas cosas. El cerco se cerraba en un almacén de frutas abandonado tan aprisa esa mañana que las cintas transportadoras aún estaban en marcha cuando llegamos. El jefe nos distribuyó en equipos de tres hombres. Según habían contado trabajadores y familiares, faltaban cuatro obreras. Mi equipo encontró a la primera en una sala frigorífica. La puerta estaba llena de rastros de sangre por fuera, pero dentro no había ni rastro. La mujer, una sudamericana bastante joven, estaba sentada en un rincón, con la cabeza baja y tiritando. Estaba limpia, pero muerta de miedo. Comenzó a gritar en cuanto aparecimos y eso les atrajo. El jefe nos había dejado muy claro cómo entrar: dos hombres vigilando delante; el otro, la retaguardia. Pero la mujer no dejaba de gritar y corría por la cámara pensando que íbamos a comérnosla. Nos despistamos y una de las mujeres infectada mordió a Paco por detrás. Él mismo consiguió soltarse y acribillarla. No tuvimos que decirle nada. Paco se alejó por el pasillo y se pegó un tiro en la cabeza, al girar la esquina. Sabía lo que iba a pasar. No nos habían informado bien, pero llevábamos ya dos días cazando zombies y lo habíamos aprendido por nuestra cuenta.
El joven agente de Policía tiró la colilla al suelo, la pisó y prosiguió su relato, encendiéndose otro cigarrillo. Estábamos en el recibidor de la primera planta de la Delegación del Gobierno, pero la gravedad de los acontecimientos había ensombrecido normas como la Ley Antitabaco. Al fin y al cabo, estos hombres llevaban casi 48 horas matando a infectados.
- El miércoles por la tarde llegó una circular del ministerio que la Delegación estaba distribuyendo por todas las comisarías- prosiguió- Era un decreto de Madrid que autorizaba a los Cuerpos de Seguridad a matar a personas afectadas por el Virus R si éstas representaban un peligro para la ciudadanía. El jefe cogió la hoja y la tiró a la basura. ¿A qué venía eso? Sólo mi grupo se ha cargado ya a veinte bichos de esos, la mayor parte antes del decreto. El jefe dijo que era algo que tenía que hacer el Gobierno para darle fuerza legal... Ahora apretamos el gatillo más tranquilos.
Luis esbozó una sonrisa. Era un chico que apenas llegaba a la veintena. Se había quitado el chaleco y el casco, que descasaban a los pies del banco donde estábamos sentados. Venía de Almería, sólo unos meses en la Policía Nacional y ya estaba pegando tiros a diestro y siniestro.
Le pregunté cuál era la situación actual en Murcia y cómo había llegado el virus. Por lo que él sabía, y como yo me temía, todo comenzó el martes. El subinspector Sala lo 'reclutó' esa jornada por la tarde, junto a otros diez hombres. Se había perdido el rastro de una patrulla poco después de las dos de la tarde, tras un accidente en la circunvalación de la ciudad. Dos agentes más, éstos de la Guardia Civil, estaban en paradero desconocido. Al parecer todos habían acudido una llamada del 112 por el vuelco de una ambulancia en la Ronda Oeste, camino del Hospital Virgen de la Arrixaca. Según se supo después, era el vehículo que había recogido al portero de mi edificio, Blas. Los sanitarios lo habían encontrado en un jardín a más de dos kilómetros de casa, con múltiples fracturas (posiblemente por haber saltado desde décimo piso, en la terraza de mi edificio), pero sorprendentemente arrastrándose aún. Lo recogieron y lo inmovilizaron en una camilla, según informaron al hospital. Eso les salvó por el momento. Pero una vez en la ambulancia, algo debió salir mal. El vehículo se fue contra la mediana de la autovía que rodea el oeste de Murcia y volcó en el carril contrario. Cuando llegó la patrulla de Policía, que casualmente circulaba por el lugar (la Policía Nacional no tenía competencias en la vigilancia del tráfico) informó de dos sujetos que paseaban por los tres carriles de la calzada en una actitud suicida. Tuvieron que parar el tráfico, ayudados por los motoristas de la Guardia Civil, y cuando lograron acercarse a los hombres, resultó que eran los sanitarios, o lo que quedaba de ellos.
Hasta ese momento ni la Benemérita ni la Policía Nacional tenían instrucciones claras sobre cómo actuar contra la infección del Virus R. Habían llegado protocolos para hacer frente a manifestaciones o disturbios similares a los de Estados Unidos, pero nadie esperaba que los zombies aparecieran en medio de una autovía. No está muy claro lo que pasó pero hubo un tiroteo y después un gran accidente. Un camión cisterna arrolló a varias personas (no se sabe si sanas o no), volcó y explotó. Una decena de coches se unieron al desastre. Antes de la deflagración uno de los agentes había informado de la actitud hostil de los médicos. Pese a lo violento de la deflagración, algunos zombies lograron sobrevivir, porque a partir de las cinco de la tarde, desde ese punto del extrarradio, se inició una ola de llamadas al 112.
Unidades como la del subinspector Sala entraron entonces en acción. La orden era no disparar a no ser que los agentes fueran atacados. Sin embargo, el protocolo se fue radicalizando a medida que se perdían efectivos. Se estableció un cinturón de seguridad que logró contener la infección en la afueras de Murcia, pero la huerta era otra cosa. Allí se concentró la mayor parte de las intervenciones durante el miércoles y el jueves. Hubo cacerías entre los limoneros e incluso un tiroteo con un grupo de gitanos en un poblado chavolista de la zona. El joven que llegó a los calabozos el miércoles por la noche fue detenido allí.
Lo más extraordinario era que el miércoles por la mañana, cuando las potencias mundiales iniciaron en Madrid la cumbre para elaborar una estrategia contra la pandemia, oficialmente aún no se había declarado ningún caso de infección por Virus R en Murcia, ni en ningún otro lugar de España. Las tapaderas había sido variadas: operaciones antiterroristas, redadas contra el narcotráfico, ajustes de cuentas entre bandas...
Tras una hora de espera al fin salió uno de los ayudantes del delegado del Gobierno y me invitó a pasar. Tenía tantas ganas de ver a Martínez Andújar como de volver a la comisaría, pero no había otra opción. Me recibió sentado tras su escritorio caoba:
- ¡Hombre Pedro! Me alegra que estés bien. Ya me han contado lo de tu aventura en los calabozos. Parece que los problemas te persiguen.




Segunda semana, jueves, control III
Jueves 6 de agosto de 2009


El delegado del Gobierno me invitó a sentarme en un cómodo sillón de cuero, bastante más acogedor que el camastro de felpa de los calabozos, y me preguntó si quería algo de desayunar. Sobre su mesa se acumulaban vasos de café y bandejas de una confitería cercana. Rechacé la invitación con toda la educación que me permitía el odio que sentía hacia ese hombre, responsable de mi estancia en la comisaría.
- Me alegro de que no te ocurriera nada allí abajo, me han dicho que os rescataron por los pelos- sonrió y abrió una carpeta depositada frente a él- Siento lo que te ha ocurrido y acepto mi responsabilidad. Pero ha llegado el momento de compensarte.
Echó un trago a su café y me miró esperando una reacción. Yo era una tumba, así que siguió hablando:
- No sé si te han explicado ya los acuerdos alcanzados en la cumbre de Madrid pero si aceptas mi proposición no sólo los conocerás sino que serás parte activa en ellos.
- ¿Proposición?- pregunté totalmente descolocado. Esperaba de ese hombre una disculpa, una dimisión, que clamara por su vida mientras le pisaba el cuello. ¿Pero una proposición?
- Claro que sí. El Gobierno ha ordenado la creación de comisiones de crisis en cada región de España que agrupen a los mandos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; a los servicios sanitarios y de emergencias de la Comunidad Autónoma, a los cuerpos locales de Policía y a representantes militares. Tenemos que dirigir y canalizar toda la estrategia de respuesta contra la crisis. De momento parece que hemos conseguido atajarla, pero hay que seguir alerta, ya que otras regiones no han tenido la misma suerte. Yo dirigiré la comisión y necesito a varios periodistas que sean capaces de comprender el problema al que nos enfrentamos, que huyan de sensacionalismos y entiendan la prioridad del interés general. Tú puedes formar parte de este equipo; tendremos todo el poder.
Atendió una llamada que pasaron a su despacho con respuestas cortas y contundentes. Su semblante cambió durante la conversación, pero al colgar volvió a sonreírme.
- Bueno, ¿qué te parece?- preguntó.
- Me parece que tengo que rechazar la oferta. No creo que me interese trabajar en su equipo- le respondí.
- ¡Por favor Pedro! Háblame de tú. ¿Estás seguro de lo que dices? Desde Madrid se preparan planes menos publicitados, je, más drásticos, por si la situación empeora. Si eso llega a ocurrir, te ayudará estar junto a los que tienen el mando. Ya me entiendes.
- Si eso llega a ocurrir, la última persona que querría tener cerca de mí es a usted- dije escandalizado- Y ahora si es posible me gustaría volver con mi familia.
El delegado comenzó a reírse.
- ¡Claro, claro! No hay nada contra ti, puedes marcharte.

Salí de la Delegación evitando la dirección en la que estaban mis compañeros de la prensa. Necesitaba hablar con mis padres y contarles que me encontraba bien, pero no sabía dónde estaban y mi teléfono móvil había muerto durante el episodio de la terraza. Emprendí el camino de su casa, esperando que estuvieran allí.
Eran las nueve de la mañana y la ciudad despertaba. Pero no era la misma que había dejado antes de mi particular descenso a los infiernos. La Gran Vía tenía muy poco tráfico y apenas había peatones por las aceras. Según me explicaron en la Delegación, las clases habían sido suspendidas temporalmente y casi todos los empleados de la Administración habían recibido vacaciones obligatorias. Estado, Comunidad y Ayuntamiento sólo mantenía los servicios esenciales (seguridad, sanidad, emergencias, etc).
Al llegar a la altura de la Plaza de Santa Isabel, en las cercanías de mi periódico, vi a un par de agentes de la Policía Local equipados con escopetas. La gente dibujaba un gran círculo en la acera al cruzárselos, se quedaban mirando con curiosidad e incluso les hacían fotografías con el móvil. Encontré otras dos patrullas similares hasta que salí del centro de la ciudad. Mis padres vivían en un tranquilo barrio residencial de las afueras.
Al llegar a casa los vi en la puerta. Mi madre me comió a besos y abrazos. Había oído en la radio lo ocurrido en la comisaría y en ese momento se dirigían allí en mi busca. Les conté todo lo ocurrido frente al primer desayuno como dios manda que probaba en mucho tiempo. Me duché y pillé mi antigua cama como un niño pequeño. Estaba exhausto.
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Mensaje  Yurinka Jue Ago 12, 2010 12:36 pm

Segunda semana, jueves, control IV
Jueves 6 de agosto de 2009


Dormí alrededor de doce horas seguidas. Eso sí, el sueño fue de todo menos tranquilo. Me desperté decenas de veces y tuve pesadillas, cada una era una variación de la anterior, pero lastradas todas igualmente por los terribles sucesos que había vivido desde el ataque en la terraza. A veces toda mi familia había muerto y resucitado, en otras ocasiones mis amigos huían de mí o me encontraba en lo alto de un enorme rascacielos con otra persona que no hablaba ni se movía.
Al final, logré encadenar unas horas de sueño y al despertar estaba bastante repuesto. Para entonces la oscuridad absoluta reinaba en mi cuarto, ya era jueves por la noche. A lo lejos se oían sirenas y ladridos de perros, pero nada más. Ni gente en la calle, ni automóviles.
La lámpara de mi habitación no funcionaba. Al bajar al salón me imaginé que algo no iba bien, ya que la única luz que había en el comedor era la de las velas que había encendido mi madre.
- Se ha ido la luz hace dos horas- me dijo- lleva toda la tarde fallando.
Mis padres habían salido a comprar comida. Les dije que era necesario aprovisionarse por lo que pudiera pasar y que esperaran a que me levantara para acompañarles, pero no quisieron despertarme. Fueron a un Carrefour cercano donde al parecer se habían reunido toda la ciudad. Estantes vacíos, empujones, colas interminables en las cajas, fallos con el suministro eléctrico y una curiosidad: como el pago con tarjeta se interrumpía de vez en cuando por cortes de la línea telefónica, aparecieron carteles recién impresos que indicaban las cajas donde sólo se podía comprar con dinero en efectivo, la mayor parte.
Llenaron la despensa de productos básicos, así como de material que sólo llevarías a una acampada pero que ahora parecía vital, como linternas, camping-gas o carbón. También se pasaron por una tienda especializada en bricolaje, donde precisamente trabajaba mi amigo Pablo, y se hicieron con un generador eléctrico de combustible. La situación en las gasolineras era similar, pero tras pasar por tres estaciones lograron llenar el depósito de su coche y dos garrafas extra.

En la cena me di cuenta que por muy contenta que estuviera mi madre por mi regreso, la situación de mi hermana estaba acabando con ella. Argentina se encontraba cerca del colapso total. Así lo había dicho ella la última vez que lograron contactar y lo confirmaban los informativos españoles, que situaban el país entre las naciones donde la infección se extendía más rápidamente. Afortunadamente la despoblada Patagonia era el último remanso de paz, hacía el que ahora se dirigían cientos de miles de emigrantes huyendo del virus.



Segunda semana, viernes
Viernes 7 de agosto de 2009


A medianoche volvió la luz y pude encender el ordenador para conectarme a Internet. El mundo no tenía mejor cara que cuando me asomé la última vez. Había malas noticias en todos los rincones del planeta. Y eso era en los casos en que quedaban periodistas para informar y un público para leer. De otras partes del globo no llegaba nada, sólo el silencio. Estados Unidos, por ejemplo, era una enorme nación a oscuras. Se suponía que el presidente Obama y su gobierno se habían refugiado en un enorme refugio nuclear y seguían dirigiendo los desesperados intentos por recuperar el control. Pero sobre el terreno sólo había hordas de zombies y cada vez menos soldados.
En África el silencio era absoluto, así como en diversas partes de Asia. Parecía un milagro que Europa hubiera seguido su vida tranquilamente, sobre todo a inicios de semana, mientras la Tierra se iba literalmente al carajo. Cada país había seguido la política de 'el problema lo tienen los demás', hasta que se había extendido por todo el mundo.
Volviendo a España, las comunidades con mayor grado de presencia del Virus R eran las del norte, por el paso de inmigrantes desde la frontera francesa. Llegaban refugiados europeos y de otras nacionalidades, y aunque la norma era cerrar los pasos fronterizos, no había una ley que permitiera expulsar a los ciudadanos comunitarios. Algunas zonas del País Vasco habían sido abandonadas completamente por las fuerzas de seguridad. Los efectos de la infección se habían unido a una ola de ataques de guerrillas urbanas pro etarras en Bilbao y San Sebastián, y la Policía no podía hacer frente a todo. Madrid, por otro lado, había sufrido ya más de un millar de emergencias relacionadas con la infección, y en ese momento estaba decretado el segundo toque de queda nocturno seguido de la semana. Patrullas ciudadanas recorrían las ciudades dormitorio a pesar de la prohibición de salir a la calle, no tanto por los zombies sino por el incremento de la delincuencia. En total, se contaban treinta mil personas heridas en todo el país, y unos cinco mil infectados abatidos de diversos modos. En comparación, Murcia parecía un remanso de paz.
Por decreto del Gobierno nacional, la suspensión de la actividad laboral se iba ampliar aún más el viernes y la semana siguiente. Cierre de comercios no vitales, suspensión del transporte interno, controles en las entradas de todas las ciudades. La oposición había pedido que se movilizara a todos los hombres capaces de empuñar un arma, pero el Gobierno respondió que no aplicarían políticas que, ya se sabía, habían fallado en América. La estrategia del Ejecutivo de Zapatero, que pensaba explicar a fondo en el Consejo de Ministros del viernes, era evitar todo lo posible las concentraciones. Se había llamado a filas a los reservistas sí, pero sobre todo para ocuparse de labores estratégicas, como transportes de mercancías o mantenimiento de estaciones eléctricas. Las patrullas de vigilancia e intervención, formadas por diversos cuerpos policiales, por un lado, y militares, por otro, actuaban siempre en grupos de cinco o seis hombres y se retiraban ante cualquier contratiempo. Nunca se arriesgaban, nunca se metían en callejones sin salida. Lo política era: mejor un hombre vivo que diez zombies muertos.
Esta forma de afrontar la crisis no sólo provenía de la funesta experiencia yanqui. También había circulado entre los gobiernos europeos un estudio científico presentado meses antes de la aparición del Virus R en la Universidad de Otawa, en Canadá. En realidad sólo era un experimento matemático en el que se había calculado cuáles eran las esperanzas de la raza humana si se producía una epidemia zombie. Cuando los investigadores canadienses lo realizaron sólo era un curioso modo de combinar fórmulas para resolver ecuaciones, una broma matemática sin ninguna función práctica. Sin embargo, la oscura amenaza de la infección lo había puesto de moda. Sus conclusiones eran que sólo se podía frenar el virus mediante ataques rápidos y contundentes. Ni vacunas ni zonas de cuarentena. La única solución era la lucha concienzuda e implacable. Ésa era ahora la hoja de ruta.
Mientras, la red era un hervidero de vídeos y fotografías espantosas. Me parecía estar reviviendo el inicio de cualquier película de terror zombie, con las escenas de antidisturbios enfrentándose a las hordas en los informativos o con vídeos domésticos de familias atrincheradas en sus casas. También abundaban los justicieros urbanos, que habían aprovechado la crisis para cargar su escopeta y salir a la calle a abatir infectados entre risas. No sabía quién estaba más enfermo.



Segunda semana, viernes II
Viernes 7 de agosto de 2009


Hacia las cuatro de la madrugada dejé el ordenador, abrumado por las malas noticias que aparecían por todas partes. Tenía otra vez sueño, pero estaba demasiado nervioso para seguir durmiendo. Del exterior del dúplex de mis padres sólo llegaban sonidos inquietantes, ya fuera en forma de sirenas, coches pasando a toda velocidad, ladridos e incluso gritos, o eso me parecía escuchar a veces. La verdad es que no hacía falta mucha ayuda externa para desquiciarme. Tres días infernales, primero a punto de morir en la terraza de mi casa y después en los calabozos de la Policía Nacional. Me había convertido en un ser muy susceptible: los sueños me arrastraban a las pesadillas y la realidad, penosamente, no resultaba más tranquilizadora. Estaba seguro de que caminábamos hacia el desastre y que la epidemia que asolaba ya medio mundo sólo se estaba tomando con calma la llegada al último resquicio de vida civilizada, Europa.
La casa de mis padres estaba protegida con rejas en cada ventana, como suele ocurrir en Murcia con las viviendas a pie de calle. Pensados contra el asalto de los ladrones, no tenía modo de saber qué seguridad aportarían los barrotes en caso de un ataque mucho más tenebroso. ¿Resistirían la fuerza de diez de esos monstruos tirando de ellas? Lo dudaba. En cualquier caso, mi familia había tomado ya una decisión acerca del futuro, gestada mientras ya estaba preso. Abuelos paternos, maternos, tíos y primos habían estado preparando una casa que tenían en el campo, en una población cercana. Se trataba de una pequeña finca de limoneros y algunos frutales, con piscina y habitaciones para alojar a un regimiento, el refugio veraniego y de fin de semana de la familia de mi madre. De hecho sus padres ya estaban allí, junto a uno de los hermanos, preparando la casa para alojar a toda la tribu a partir del sábado. Las medidas de seguridad eran contundentes, ya que si normalmente en la ciudad había peligro de robo, en el campo la violencia de las bandas de asaltantes procedentes del este de Europa había llevado a mis abuelos a reforzar puertas y ventanas y a contratar un sistema de vigilancia privado. No reinaba un consenso total sobre el refugio campestre, sin embargo. La hermana de mi madre, por ejemplo, consideraba que se estaba exagerando el peligro, y que la epidemia del Virus R se frenaría con los controles que habían puesto en marcha las autoridades. Por lo pronto, se llegó al acuerdo de pasar el fin de semana allí y ver cómo evolucionaba la situación hasta el lunes.
Eso sí, era la intención de mi familia, no la mía. Por mucho miedo que me diera y, realmente, me daba muchísimo, quería volver al periódico, al menos ese fin de semana. Los periodistas seguían trabajando pese a todas las recomendaciones que el Gobierno había hecho a empresas y sindicatos. Si El Faro aún continuaba saliendo a la calle, yo quería estar allí para informar a los lectores. Ésa era mi obligación profesional, o moral, o yo que sabía. Terminé lamentándolo.
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