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Mi Relato: Ego Te Absolvo

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Mensaje  El Caballero Mar Ene 01, 2013 3:08 pm

¡¡Saludos a todos!!

Después de una larga temporada desaparecido... he reaparecido Very Happy
Y como se dice: "Año nuevo, vida nueva", y ser zombi es básicamente una "vida nueva", pues me gustaría pasar una larga temporada con vosotros, contándoos un relatillo que se me ha ocurrido. Se llamará "Ego Te Absolvo", que significa "Yo te absuelvo" y transcurrirá en la ficticia abadía de San Esteban y alrededores. Tendrá una longitud de 10 capítulos y su trama girará en torno a un curioso y extraño hecho: Solo se transforman en zombis aquellos que mueren en pecado mortal. Espero que os guste...


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Capítulo I: Ego Te Absolvo

- Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patri et Filii et Spiritus Sancti-el abad realizó la señal de la Cruz sobre la cara del agonizante.
- Descansa en paz, hijo mío. Tendrás la dicha de no volver como cadáver andante-El abad estrechó la mano de aquel hombre de avanzada edad y que moría aconsecuencia de la emboscada que aquellas abominaciones le habían infligido cuando él y su familia casi habían alcanzado la seguridad de la abadía.
En la sala contigua se apiñaban por igual monjes y supervivientes. Sus familiares sollozaban mientras que los demás guardaban un respetuoso silencio.
El abad abrió la puerta y musitó una frase en voz baja.
- Ya está perdonado. Podéis entrar sin miedo a despediros de él-

Luego, tomó el largo y oscuro pasillo que lo llevaban a sus dependencias. Abrió la vieja puerta de madera y, guiándose por la temblorosa luz de su vela, se dirigió a su escritorio. Era un mueble de madera maciza de nogal, con media docena de cajones. Sobre el mueble, un rosario, una cruz y un puñado de folios.
El abad rebuscó en uno de los cajones hasta encontrar un bolígrafo y sus gafas. Con el pulso tembloroso, se las puso. Luego, comenzó a escribir:

"18 de octubre de 2019:

La maldición sigue azotándonos. Los cadáveres andantes siguen acumulándose alrededor de la abadía. Sospecho que vienen de la vecina ciudad de Erebópolis.
Por ahora estamos seguros, sus gruesos muros nos protegen de las huestes del Maligno. Pues, ¿como explicarse, si no, que tan solo los que mueren libres de pecado, descansan definitivamente en paz?
Con estos últimos refugiados ya somos 62 personas en la abadía. 19 monjes, contándome a mí y 43 personas de todas las edades y condición. Sigo sin poder creerme que, de las decenas de miles de habitantes, tan solo una cuarentena haya logrado ponerse a salvo. Debe haber más allí fuera, pero no sé cómo se les podría ayudar. Los monjes a mi cargo, pese a estar demostrando una encomiable capacidad de sacrificio, no son soldados ni expertos en supervivencia. Solo somos un puñado de devotos del Señor- El abad sujetó con fuerza el Santo Rosario- Lo único que se me ocurre es acomodar lo mejor posible a todos los supervivientes que vayan llegando y ofrecerles ayuda espiritual para afrontar esta dura prueba.

Agua no nos falta, gracias al pozo. La comida aún no es problema, pero incluso racionándola, agotaremos nuestras reservas en poco más de un mes. Hoy he ordenado a los hermanos comenzar a labrar los jardines del claustro. Hemos arrancado todos los setos y árboles ornamentale,s y sembrado legumbres y verduras varias. No sé si será suficiente, pero dado nuestro aislamiento, es la mejor baza que tenemos. He reprobado me fío de la idea que expuso el hermano
Jeremías, de bajar en la furgoneta al supermercado que hay a cinco kilómetros yendo por la carretera de las colinas. Es demasiado peligroso. Mejor seguir fieles a la Fe, pues, si el Demonio espera que rompamos el perenne ciclo de la Liturgia de la Horas, se equivoca. Es casi el momento de ir a rezar Vísperas"

El abad se levantó. Tomó la vela, indispensable para una vieja abadía en la que no había luz eléctrica desde hace semanas. Buscó a los monjes y todos marcharon en lenta y solemne procesión hacia la iglesia. Una fina lluvia calaba sobre los viejos y enmohecidos edificios de la abadía. Fuera, tras sus ciclópeos muros, las hordas demoniacas exhalaban sus tenebrosos gemidos de muerte, clamando por la carne de los vivos, gemidos que los monjes trataron de acallar al compás de sus rezos:

- Dios mío, ven en mi auxilio-
- Señor, date prisa en socorrerme-
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Mensaje  El Caballero Vie Ene 04, 2013 1:05 am

Capítulo II: Llanto y rechinar de dientes

- Llanto y rechinar de dientes, tal y como indica la Sagrada Escritura- comentó el hermano Federico al hermano Agustín, un monje cincuenton y con una epsesa barba canosa, desde lo alto de la torre de la abadía. Desde donde se encontraban, podían ver la planicie sobre la que se asentaba la abadía y que terminaba al pie de las montañas. En la otra dirección, al sur, la ciudad de Erebópolis se alzaba silenciosa, con sus altos edificios apuntando al cielo, desafiantes, mientras caía la tarde.
Hasta hace solo unas semanas, esa ciudad había sido un foco de pecado y corrupción, una nueva Sodoma que había osado ofender a la Divina Providencia con los más aberrantes crimenes contra la Ley Divina. Pero como todo aquel que osa desafiar a Dios, ahora no era más que el hogar de multitudes de cadáveres andantes se divisaban hasta el horizonte. Al menos así pensaba el joven Federico, natural de Erebópolis, pero que dejó la ciudad en cuanto tuvo ocasión de ingresar a la abadía. Nadie le comprendió, e incluso fue rechazado por su familia.
- Carrera eclesiástica, bah, menuda estupidez- le dijo su padre en una ocasión.

- ¿Ves algo?- le preguntó Agustín a Federico, que miraba a través de unos prismáticos.
- La misma mierda de siempre por todos lados. Cadáveres andantes, coches destrozados, fuego y..., un momento, ¿¡que es eso!?- Federico trató de enfocar los prismáticos hacia el puente de la autovía. Debajo de él, lo que parecía un grupo de personas en moto, trataban de escapar del acoso de las hordas del averno.
- ¡Hay gente ahí fuera, bendito sea Dios!- dijo mientras le pasaba los prismáticos a Agustin - Voy a avisar al abad- añadió mientras se recogía con las manos el hábito para no tropezarse al bajar las escaleras del ciclópeo edificio.

Agustín contempló sobrecogido la escena: Resultó ser un grupo de moteros que trataba de zafarse, a golpe de cilindrada, de tamaña cantidad de seres. Una moto perdió el equilibrio y chocó contra un camión volcado. Los malditos cadáveres atraparon a su conductor y lo hicieron pedazos en menos de un minuto. Agustín aparto la vista, asqueado, y se santiguó.
Los moteros supervivientes tomaron la vieja carretera de las colinas, por lo que no tardarían en llegar a la abadía
El abad, que había llegado en ese momento al patio de la abadía, acompañado de varios monjes, llamó a Agustín.
- Son media docena de moteros, Padre. Y vienen hacia acá- le respondió.

Era peligroso acoger a gentes con aquella mala fama, pero el abad también sabía de primera mano, que entre ellos había muchos con un noble y recto corazón. Si Dios estuvo dispuesto a salvar a Sodoma y Gomorra por solo diez almas puras, él no iba a ser más exigente que su Creador.
- Abrid las puertas en cuanto lleguen-
- Sí, Padre-

Era fácil intuir por donde iban las motos. En un mundo sin los ruídos cotidianos de la civilización, cualquier sonido, por débil que fuera, se percibía a considerable distancia, y aquellas motos no eran precisamente serafines entonando el Ángelus.
Los moteros llegaron a la explanada delante de las puertas de la abadía y derraparon sus motos en una clara actitud chulesca y despreciativa.
- Joder, cabrones, abrid el chiringuito, que nos persiguen los "colgaos podrios"-

Las pesadas puertas se abrieron con un chirriante sonido. Los moteros entraron sin respeto alguno por los monjes, que casi fueron atropellados, ni por los campos de verduras, causando auténticos destrozos en los caballones.
- Jajaja, salvados. ¡¡Somos los putos amos!!- gritaron. Era evidente que algunos de ellos se encontraban en estado de embriaguez.
- Por favor, parad- gritó el abad. Pero sólo lo hicieron a la orden de su cabecilla.
Éste se bajó de la moto. Era un gordo sudoroso, con barba desaliñada, chupa de cuero, vaqueros desgarrados y gafas negras horteras. Se dirigió al abad.
- Gracias tio, eres un crack. Anda, saca algo de comer y unas cervecillas. Mis chicos y yo estamos agotados después de tanto jaleo con esos "drogatas colgaos". Por cierto, chicos- dijo volviéndose a los suyos- ¿Donde cojones está el Miki?- Hombros encogidos y miradas de asombro fueron las únicas respuestas-

El hermano Agustín, que ya había bajado de la torre, fue el que le dijo la verdad:
- Devorado, como casi toda la humanidad. Y si era, como mucho me temo, un tipejo como vosotros, debe haber regresado a la vida como otro cádaver comehombres-
- Tío, no me vaciles, no sabes quien soy yo-
El hermano Agustín sonrió
- Ah, cierto, tú me conoces de toda la vida, ¿no?- el abad le hizo un gesto para que se callase y no encendiera más los ánimos. Luego respondió al motero.
- Perdona al hermano Agustín, son tiempos muy duros para nosotros. Pero sí tiene razón en lo de los cadáveres. Me extraña mucho que penseis que son otra cosa. Te puedo dar fe de lo que dice. Y ahora, si sois tan amables de seguirme, os atenderemos lo mejor posible.
Los moteros siguieron al abad, mientras que el heramno Agustín se retiraba de nuevo a la torre. La noche caía y su turno de vigilancia aún no había terminado.
- Debo un voto de obediencia al abad, pero tengo la certeza de que esos tipos no van a traer nada más que problemas. Hemos metido al demonio en casa- pensaba para sus adentros.
Fueran o no demonios, el mal seguía ahí fuera. En cuanto abrió la puerta de lo alto de la torre volvió a oirlos, incensantes, incansables, los sonidos del infierno, llanto y rechinar de dientes...
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