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Segunda prueba
¿Furulas?
"Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
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"Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
FICHA LIBRO
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Hola, os presento "Jente aki", una novela con un humor muy irónico y difícil de clasificar, aunque en principio es de "terror" de "zombies", lo principal son los personajes: Susi, joven ni-ni, (ni estudia ni trabaja) escayolada y su compañero de piso al que no soporta, Zurbe, veinteañero y aspirante a policía. Juntos deberán apartar sus diferencias y hacer frente a la supervivencia en un mundo que se ha venido abajo de la noche a la mañana.
Os dejo el tercer capítulo (para que os hagais una idea) en el cual se entra en materia "zombie", hasta este capítulo los personajes no se han enterado de que en el exterior se ha desatado un caos, viven en una calle muy conflictiva donde los gritos están a la orden del día y lo único que saben es que se han quedado sin internet, sin luz y sin teléfono.
CAPÍTULO III
A eso de las nueve de la madrugada me despierto con la vejiga a punto de estallar. Tanteo rápidamente debajo de la cama y cojo la botella de aquarius para las urgencias.
Es mi particular orinal de enferma convaleciente, muy práctico para las noches en que has bebido mucho, pero muy ortopédico a la hora de utilizarlo.
Cuando comencé a usarlo siempre me tocaba pasar la fregona pero con la práctica he ido afinando la puntería hasta límites insospechados. En un concurso de cazatalentos ganaría el primer premio.
Cierro la botella cuidadosamente y me levanto de la cama igual que si fuera una anciana de noventa años aquejada de artritis reumatoide.
Con Antu de cuerpo presente y sus servicios no tenía mucha prisa por quitarme la escayola, pero después de esta larga ausencia suya me entran ganas de deshacerme de ella por momentos.
Así se le quita toda la gracia al asunto de estar inválida.
Miro a través de los cristales del balcón y el cielo es de un azul tan intenso y las nubes de una apariencia tan esponjosa que sólo falta que se asome un Oso amoroso por ellas para desearme los buenos días. Parece una instantánea photoshopeada. Quedaría ideal como fondo de escritorio en la pantalla de mi ordenador.
Entre tanta tecnología y tanta vida cosmopolita, olvidas este tipo de milagros cotidianos. Salgo al balcón a contemplar con mejor detalle este espectacular amanecer que me brinda la Madre Tierra.
Realmente la mañana es espléndida, el día perfecto para que Antu aparezca y que todo vuelva a la normalidad.
No sé cuánto tiempo estoy contemplando esta magnífica bóveda celeste, pero es un rato de abstracción total.
Creo que “estoy viendo la luz”.
Si me viera mi hermano se sentiría orgullosísimo de mí.
Experimentando tal éxtasis pienso que a lo mejor se me está yendo la olla y me estoy volviendo majareta, así que decido que ya es tiempo de abandonar mi estado contemplativo.
En qué hora bajo la cabeza y veo la calle.
Mi primera visión es la de un barrendero encima del capó de un coche con la cara descompuesta y que parece que me grita algo.
Yo, claro, tengo los oídos herméticos y no me entero de lo que dice.
No hago más que quitarme los tapones y lo que oigo es:
—¡¡…IERO CONTAGIARME!! ¡¡AYUDAMEEE, NO QUIERO SER UNO DE ELLOS!!
Mi mente no sabe cómo asimilar esta nueva información, no entiendo nada, pienso en meterme para dentro y hacerme la sueca, pero su desesperada mirada hace que me plantee preguntarle que qué le ocurre realmente, aunque el barrendero no parece muy dispuesto a perder el tiempo en contestaciones. Me mira a mí y mira hacia abajo, hacia mí, alrededor y hacia abajo…
Poco a poco mi cerebro va recomponiendo el cuadro que tengo delante.
Un operario de la limpieza subido al techo de un coche rodeado por una masa de individuos (¿¡yonkis?!) con un aspecto lamentable que estiran los brazos para alcanzarle y se afanan en subir al coche.
Hay mogollón de gente en la calle para las horas que son, reconozco algunas caras como la farmacéutica y el cajero del piercing en la ceja del súper. Están heridos y cubiertos de sangre. Ellos y el resto parecen obsesionados en atrapar al hombre.
—¡¡¡NO QUIERO SER UN MUERTO-VIVOOOO!!! —chilla llorando mientras se intenta quitar desesperadamente de encima las manos que le cogen los pies—. ¿¿¡¡PERO TÍA GILIPOLLAS, POR QUÉ NO HACES NADA!!??
Esto último va dirigido a mí, pero lejos de sentirme ofendida, estoy tan pasmada que me podrían dar un guantazo y surtiría el mismo efecto. De todas formas, nada más acabar de insultarme, un tío alto, calvo y con uniforme de segurata le agarra del pie fuertemente.
El barrendero gritón pierde el equilibrio y cae sobre el parabrisas delantero.
Lo demás es coser y cantar.
El resto de la muchedumbre se aproxima hacia él con asombrosa habilidad y se le tira encima, atacándole como un grupo de hambrientas hienas de esas que salen en cualquier soporífero documental en una amodorrada tarde de siesta. Empiezan a morder por todas las partes de su cuerpo y a arrancarle la piel a trozos a diestro y siniestro.
Un heavy con una camiseta de ACDC tiene la dentadura en su cuello y mueve la melena enérgicamente de un lado para otro igualito que si estuviera en un concierto de su grupo favorito. Desde luego, es un espectáculo de sangre y vísceras.
Están practicándole una completa disección humana en toda regla.
—¡QUE ME MATAAAAAANNN! —es lo último que acierta a informar el desdichado trabajador de la calle. Como si no lo estuviera viendo.
De repente, advierto una presencia a mis espaldas y me giro.
La cara de estupefacción del Zurbe no tiene precio. Los ojos los tiene como fuentes de ensalada. Y su boca no se queda atrás, yo no sabía que una mandíbula se pudiera separar tanto.
Menos mal, ya somos dos testigos. Si me toman por loca me sentiré acompañada.
Al pobre hombre le dejan destrozaito, deshecho perdido, con trozos de músculo y huesos al aire antes de que nadie haya podido decir «escabechina». Todo con una rapidez merecedora de un guinnes de los records.
No hace falta haber estudiado ninguna carrera de ocho años para saber que ese tío las ha espichado.
El “cuerpo” permanece inmóvil tirado en el asfalto.
Tanto el Zurbe como yo regurgitamos la cena ipso facto. Lo mío eran salchichas, una pena, con lo ricas que me habían quedado, por cierto, las últimas que quedaban.
Lo del Zurbe no lo sé, no tengo interés en mirar, ya he tenido bastante exhibición repulsiva por hoy.
En cuanto me recupero, en una milésima de segundo soy consciente de lo que acabamos de presenciar y sólo se me ocurre una cosa:
Chillar a pulmón abierto.
—¡¡SOCORRO, POLICÍA!! ¡¡ASESINOSSSSSSS!! —me pongo a gritar (lógicamente) como una lunática.
El Zurbe enseguida me hace los coros. Los dos berreamos en todas direcciones como esperpénticos altavoces humanos.
Nadie sale a las ventanas. Nadie. Y mira que nos estamos desgañitando.
Estoy cogiendo aire con los pulmones al máximo para iniciar una nueva serie de gritos diversos, cuando el Zurbe me interrumpe antes de empezar.
—Calla y mira —me ordena absorto sin quitar la vista de la calle.
Me sorprende que el Zurbe me mande callar. A MÍ. Aunque intuyo que no es el momento para iniciar una pelea en la cual aclarar mi autoridad.
La gente de abajo nos mira.
No sólo eso. Mentxu, la farmacéutica no-diplomada, está fuera de sí en mitad de la calle con su bata ensangrentada. Nos enseña sus ensangrentados dientes lanzándonos bocados y gorjeando. Hay unos cuantos que la acompañan obsequiándonos con la misma acción y con sus caras envueltas en una rabia animal que provocan que el Zurbe y una servidora se metan para dentro de su refugio.
—¿Has visto cómo chillaba el pobre señor? —dice el Zurbe sujetándose en la pared con la respiración agitada—. Parecía un gorrino en la matanza.
Hasta ahora nunca había asistido a ninguna pero seguro que los cerdos hacen lo mismo y esto ha sido una auténtica matanza urbana.
—¿Por qué no han detenido a esa gente? ¿Dónde está la ley y el orden? —pregunta el Zurbe en un intento de indignarse—. A mí una vez casi me detienen por colarme en el metro y estos delincuentes asesinos andan libres y sueltos con total impunidad… voy a empezar a no confiar en la justicia de este país. Me siento completamente desprotegido…
Me está poniendo aún más cardiaca si cabe con su parloteo aprendido de las tertulias televisadas.
Yo lo único que quiero es que alguien me explique qué es lo que acaba de pasar ahí abajo. Con lo que he presumido de zona, siempre defendiendo «que aunque hubiera yonkis, ya quisieran muchas calles ser como ésta».
No entiendo cómo no ha llegado aún la policía estando la comisaría a la vuelta de la esquina.
Después de darle vueltas a toda velocidad a mi cabeza y desvariar una y otra vez con recurrentes explicaciones que no me convencen lo más mínimo, tales como que a lo mejor estoy soñando, que abajo están rodando una película o que la gente sólo está algo estresada, llego a una única conclusión.
El mundo ha perdido definitivamente la chaveta.
Al cabo de unos minutos decido mirar de nuevo a la calle y el Zurbe me sigue. Nos asomamos discretamente y en silencio ya que ninguno queremos que Mentxu ni nadie nos vuelva a mostrar su espeluznante dentadura.
Un coche medio volcado en la acera, el escaparate de la sucursal del banco con los cristales rotos a merced de cualquiera que quiera entrar, desperdicios, papeles, y toda clase de residuos cochambrosos es el paisaje en el que ahora deambulan los caníbales homicidas, quienes, por cierto, han vuelto a lo suyo y han dejado el cadáver del barrendero abandonado.
Abandonado y semientero.
La casquería de persona yace esparcida en plena calle. Sola, descompuesta, sin nadie que la recoja o haga algo al respecto.
Enfoco la vista al ex-limpiador de la calle y observo que sufre unos espasmos y de manera torpe apoya sus desolladas manos en el pavimento.
Miro a un atónito Zurbe con mi más pura expresión de: «pero, ¿qué me estás contando?»
Él ni me contesta. Lo comprendo. Por increíble que nos parezca, estemos de acuerdo o no, el andrajo humano comienza a moverse e intenta levantarse con lo que le queda de cuerpo.
Continuamos mirando como zombies a ese organismo que debería estar tan estático como una ristra de chorizos y que, sin embargo, se va incorporando lentamente.
En este preciso instante si me pinchan no sangro.
—¡¡¿¿OIGA, SEÑOR, ESTÁ BIEN??!! —preguntamos por acto reflejo.
Claro que no está bien, de hecho su aspecto es penoso, pero a situaciones surrealistas, preguntas necias.
Su evidente desguace físico no parece importarle lo más mínimo. El montón de carne humana picada, ya incorporado, trastabilla con sus pies y realiza un intento de caminar.
Ha ignorado nuestras alucinadas y preocupadas voces más que yo al Zurbe cuando se pone a lloriquear que «por qué no le sale novia».
Mira de un lado a otro con su despellejada cara como escudriñando el lugar. Lo mismo busca todo lo que le falta, que no es poco, vete a saber.
Y una vez de pie se pone a andar. Sin tripas, sin pulmones, sin nada. Ya no tiene pinta de barrendero urbanita en absoluto. Sólo abre y cierra su mandíbula como nos han hecho antes sus atacantes a nosotros.
No entiendo nada.
Como ya no nos queda nada para vomitar, esta vez nos quedamos en estado de shock.
Metemos nuestros patidifusos cuerpos dentro del piso buscando un asiento donde reposar.
Ninguno de los dos se anima a comentar nada y así permanecemos un buen rato, sentados en mi cama internándose cada uno en su propia confusión.
Tengo tantos pensamientos en la cabeza que han formado una especie de tapón y no hay manera de que salga nada para afuera.
El Zurbe como es de naturaleza cerebral más básica no padece estos problemas de obstrucción, así que es el que inicia la cháchara.
—Yo... quiero irme a mi pueblo... con mis padres —susurra en voz baja y gimiendo.
Para decir eso podía mantener su bocaza cerrada.
Bastante trabajo mental me está costando digerir lo que acabamos de ver como para encima tener que aguantar lloreras ajenas. Antes de que siga sollozando y me contagie, pongo fin a esto.
—¡¿Y tú, qué haces en mi cuarto?!
Me dice que ha venido porque me tenía que comentar no se qué del baño, el papel higiénico, la cisterna...
¡Uff! No estoy para menudencias domésticas.
La cabeza me va a estallar, me laten las sienes como si mi ángel de la guarda estuviera tocando el bombo con ellas.
No sé qué hora será pero necesito tumbarme.
—Déjame sola —ordeno al Zurbe que me mira como si no comprendiera el idioma en que hablo.
Le digo que se vaya de mi espacio personal, que me voy a echar un rato y que no me moleste.
—Por favor ¡no te eches el cerrojo! —dice él.
Me lo ha suplicado con tal miedo en la voz que me ha dado pena y por primera vez, y sin que sirva de precedente, me voy a mostrar misericordiosa.
Pero de puertas cerradas para adentro, me encuentro con que no me he quedado sola del todo. Me acompaña una frase que no deja de repetirse de forma continua en mi trastornada cabeza.
La frase final del barrendero.
No la de «gilipollas, por qué no haces nada».
La anterior.
«No quiero ser un muerto-vivo».
Invitado- Invitado
Re: "Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
Esta interesante, lo seguire de cerca
Grinko_92- Jefe de Seguridad
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Re: "Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
No está mal aunque se me hace raro leer en un presente tan perfecto. Lo del capítulo III no lo he entendido ¿No sería mejor desde el principio? Bueno, tú me dirás. Aun así me ha parecido entretenida y la seguiré cuando pongas más.
Re: "Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
J.P. CAMPO escribió:No está mal aunque se me hace raro leer en un presente tan perfecto. Lo del capítulo III no lo he entendido ¿No sería mejor desde el principio? Bueno, tú me dirás. Aun así me ha parecido entretenida y la seguiré cuando pongas más.
Ok, pues empiezo por el principio, con el prólogo y el capítulo 1 (Contratiempos domésticos)
PRÓLOGO
—¡¡TE VOY A MATAR, DESGRACIAOO!! ¡¡DAME MI DINEROOO!! Me sobresalto de tal manera que pego un brinco con el corazón a mil. Maldigo sin piedad esa voz rota que invade la calle y entra por mi balcón. A nadie le gusta despertarse de esta forma, por favor.
Desorientada, miro el reloj para averiguar la hora que es. La aguja marca las nueve. ¿Pero de la noche o del día? Decido levantarme, no sin dificultad, y mirar la hora en el ordenador. ¡¡Las 21:07!! Tengo que hacer algo con este jet-lag de una vez por todas. ¡No puedo vivir con el horario tan cambiado! Un estilo de vida así acaba con cualquiera.
Parece que la sesión de gritos ha terminado. Espero que al tío escandaloso le hayan devuelto sus pelas y no haya cumplido su amenaza. Mi calle será todo lo que quieras, pero de momento, cero homicidios.
Ya que estoy frente al ordenador, miro mi correo.
Sólo tengo uno en la bandeja de entrada. Un desconocido me envía un mail acerca de «¡Qué maravillosa es la amistad!» y pone que si no lo reenvío a diez personas en los próximos diez minutos me caeré y me romperé una pierna. Lo elimino sin contemplaciones.
Todavía tengo un poco de sofoco por mi repentino despertar, así que voy a buscar consuelo en Antu. Me deslizo por el salón hasta su cuarto con la silla del ordenador. Es mi actual medio de locomoción rodante. Las muletas están abandonadas muertas de pena en un rincón. Sólo las paseo para salir al exterior en caso de emergencia. No sé cómo coño las agarro que después me duele horrores la muñeca, y no quiero una escayola en mi mano después de deshacerme de una en la pierna.
Me fracturé el maléolo interno de la tibia derecha hace un mes, pisando con mala fortuna un hueso de aceituna. Es todo muy redundante. Me rompo un hueso pisando otro. Puedo jurar tranquilamente que ese hueso no era mío. El de la aceituna me refiero. Me repugnan las aceitunas.
Dentro de dos semanas me quitan la escayola.
La pobre está gris y desgastada. De pequeña quería que me escayolasen cualquier miembro porque me daba envidia de los niños que llevaban sus escayolas todas pintarrajeadas y firmadas por sus amigos. La mía sólo tiene roña y punto.
A veces siento que me tienen que sacar con urgencia este trozo de yeso porque empiezo a desvariar. Llevo demasiado tiempo enclaustrada sin salir a la calle y la cosa se está poniendo seria. Un día hasta casi me aburrí de Internet. Eso es un síntoma mental de pérdida de juicio claramente grave.
Pego la oreja en la puerta del cuarto de Antu y oigo ruidos en el interior, así que doy unos golpecitos con los nudillos.
No hay respuesta.
Segunda intentona y nada.
Cuando Antu no contesta puede ser:
—O que no te oye porque está durmiendo.
—O que no te oye porque tiene los cascos puestos.
Si tiene los cascos puestos se debe a que:
• O está montando alguna de sus movidas de video-arte.
• O se lo está montando consigo mismo viendo algún video guarro.
Después de insistir un poquito más sin éxito me he ido con mi pena a otra parte. No quiero ser pesada. Yo soy muy respetuosa con el placer ajeno y sobre todo con Antu.
Antu viene a ser el líder de la manada en nuestro piso. Es el que nos da el equilibrio al resto. El clan lo conformamos tres individuos.
El tercer miembro es el propietario de esta bolsa de viaje que me obstaculiza el pasillo y con la que se me engancha una rueda de la silla. Su nombre es Zurbe. Sólo mencionarlo ya me produce los siete males. Ni me planteo llamar a su puerta.
Estoy consternada, no desesperada. Desesperada si acaso por que se vaya de una vez de este piso, al que jamás debió entrar.
Tengo mis motivos.
Mi definición del Zurbe es que es un melón, aparte de cansino y un “culo veo, culo quiero”. Tiene la particular virtud de hacer que cualquier cosa, por mundana que parezca, te moleste hasta decir basta.
No sé cómo lo logra pero incluso cuando se tumba en el sofá a ver su amada tele puede resultar increíblemente irritante; ya sea por lo que esté viendo (películas de tiros a todo volumen), la forma de coger el mando (se lo mete en la boca) o el modo de sentarse (se le ve un huevo). Da igual, siempre hay un detalle en todo acto suyo que hace que te pongas de los nervios. Como el hecho de que gaste un rollo de papel higiénico al día. Es un misterio que todavía no hemos podido desvelar.
Por desgracia hay muchos Zurbes por el mundo y yo tengo uno en mi casa. Eso no se elige. Es como ser pelirroja o tener un hijo funcionario.
Te toca o no te toca.
* * *
La cena de hoy se compone de kuskus con morcilla y una ensalada con lechuga, tomate, cebolla y... agg, aggceitunas. ¡Joer, Antu nunca se acuerda de mi fobia! Como no quiero hacerle el feo ya que el menú es obra suya y ha incluido la morcilla para que el Zurbe y yo no nos quejemos, aparto de manera discreta estas boñigas verdes y redondas. ¡Qué asco! De verdad que no puedo con ellas, con hueso, sin hueso, negras, verdes, con anchoas, violadas por un pepinillo, da igual… se me atragantan de la misma forma que ciertos sujetos.
Además las considero culpables de mi invalidez temporal. Medito sobre ello mientras veo cómo el Zurbe lanza un hueso de aceituna hacia su plato sin puntería y rebota al suelo. No se ha dado ni cuenta. Ese detalle me hace pensar en mi caída de hace un mes…
Todos estamos de vacaciones y por eso cenamos los tres juntos en el salón como una pequeña familia. Esto raramente ocurre, por eso hago de tripas corazón e intento contribuir a la sensación de que todos nos llevamos chupilerendi y no monto ninguna escena por ver a este individuo-cara-de-chimpancé arrojar huesos de aceituna al suelo con los que cualquier buena persona se podría resbalar.
«Todo está bien en mi mundo.»
Me repito este mantra mentalmente una y otra vez. Me lo recomendó mi hermano para situaciones difíciles.
Ayuda mucho saber que este ser cogerá un autobús mañana y se irá a su pueblo durante un largo, mágico y maravilloso mes. Dice que necesita descansar y coger fuerzas para preparar sus oposiciones a policía cuando regrese en septiembre.
Ojalá se lo piense mejor, le dé morriña y no vuelva.
Imagine de John Lennon me saca del trance, Antu coge su móvil cortando de cuajo el politono y se va a su cuarto a hablar. Lleva puesta su camiseta con el signo de la paz, le hace unas espaldas muy sugerentes.
Vaya, nos hemos quedado yo y el aspirante a defensor de la ley.
No soporto estar a solas con él en la misma estancia durante más de diez segundos seguidos pero como estoy positiva gracias a mi oración meditativa, me animo a entablar lo más parecido a una conversación.
—Se te ha caído un hueso de aceituna al suelo —le señalo inofensivamente.
—Huy, perdón… je, je, mi padre dice que vivo en babia —y añade emocionado—... echo mucho de menos a mis padres…, tengo unas ganas de verlos...
—Mmm —contesto.
Esa es toda nuestra charla. Más no se puede pedir.
Ya he terminado la cena. Aquí no pinto nada. Me voy a mi desordenado cuarto.
Me he asomado a mi pequeño balconcito que tanto estimo. Soy la única privilegiada de esta casa que disfruta de uno. Es mi particular contacto con la vida exterior. Este balcón ha visto de todo. Si pudiera hablar contaría lo que no está escrito.
Hoy, sin embargo, la noche no parece muy animada. Policías pidiendo carnets a los camellos, coches-kunda yendo y viniendo. Yonkis por un tubo.
Uno de ellos se quiere meter en una kunda y no cabe porque va completa. Se pelean como en la cola de la pescadería por quién estaba antes.
—¡O te vaj o te meto una ojtia! —amenaza un pobre sin dientes y sin pelo.
El jaleo de siempre.
De fondo, se escucha la pregunta estrella de forma intermitente:
—¡¿BAJAS?!
Una única palabra más que suficiente para comunicarte en el universo toxicómano. Para los que no estén familiarizados con este tipo de ambiente, «¡¿bajas?!» en lenguaje yonki, sirve tanto para los yonkis como para los kunderos. Unos preguntan que si bajas para llevarte en su kunda, otros para ser llevados en ella.
Un coche normal y corriente adquiere el nivel de kunda cuando se dedica a cobrar a yonkis por llevarles (bajarles) a los poblados para pillar la drogaína. Todo por el módico precio de cinco leuros.
El por qué se llaman kundas lo ignoro. Antes ni sabía que existían.
Los más conservadores los llaman “taxis de la droga” para darle más dramatismo.
Como se puede observar, vivo en una calle muy instructiva y con enorme riqueza intelectual.
Esta noche nuestros amigos, los yonkis, parecen bastante tranquilos. Pero no te fíes. Son superimprevisibles. Con un yonki nunca se sabe. De repente está hablando en tono bajo y parece que no pasa nada y al segundo siguiente estalla como un poseso chillando «¡¡hijo puta!!» a grito pelao.
Vivimos en un cuarto piso, pero los yonkis tienen un particular timbre vocal que parece que estén en tu propio salón. Yo no sé de dónde sacan las fuerzas para dar esos gritos con lo escuchimizados que están.
Debido a este calor veraniego he dejado la puerta del balcón abierta. La rata de la señora arrendadora nos aseguró que iba a poner el aire acondicionado para este verano sin falta. Antu dice que todos los años promete lo mismo.
Me he tumbado en la cama como he podido con mi patachula y enseguida mi cerebro se ha puesto a darle marcha a las “ondas delta”, como las llama Antu, las del sueño.
Estoy a punto de quedarme dormida cuando se oyen voces en la calle:
—¡Desgraciaooo! ¡Que me ha hecho sangree! —grita un pobre herido—. ¡Que me ha mordíoo! ¡JOPUTAA!!
No creo que el atacante haya sido el desdentado calvo de antes.
Estos yonkis cada día están más agresivos.
Conviene que me ponga mis tapones lavables de silicona en los oídos si quiero pasar la noche sin contratiempos.
Me llegan de fondo los sonidos de ambulancias y sirenas de policía, pero yo ya estoy en el octavo sueño.
CONTRATIEMPOS DOMÉSTICOS
1
Al contemplar el pasillo, una inmensa alegría inunda todo mi cuerpo desde la punta del meñique del pie hasta el último pelo de la coronilla. 1
¡Está felizmente despejado! La bolsa de viaje del Zurbe ha desaparecido junto con él y ahora los dos están metidos en un bus camino a su pueblo.
Un mes completo sin esa broma de persona será un auténtico nirvana, como diría mi hermano. Treinta días con sus treinta noches sin fastidios ni estorbos y en los que el papel higiénico se gastará como dios manda.
Me froto las manos porque lo mejor de todo es que voy a tener a Antu a mi entera disposición. El Zurbe y sus exigencias le roban bastante tiempo, pero ahora sin él y yo convaleciente como estoy, Antu me dedicará TODA la atención.
Actualmente sólo me prepara las comidas, me hace la cama y también va al supermercado. Falta el carro de la compra y la lista que le dejé anoche, a ver si viene pronto, mi estante está tiritando.
¡Estoy de subidón y quiero fiesta!
Voy a montármelo con un amigo mío como hacía tiempo que no recordaba.
Me deslizo por la casa sintiendo la misma libertad que un ex-presidiario en su primer día de permiso, en busca de meneo.
Desgraciadamente, este amigo me ha cortado el rollo enseguida porque no tiene ganas de marcha. No está disponible. He ido a mirar el router y todas las lucecitas parpadeaban. Señal inequívoca de que Internet no tiene conexión. Qué mierda.
Lo he reiniciado, lo he reseteado, lo he desenchufado, lo he enchufado, lo he apagado y lo he vuelto a encender.
Unas cinco veces cada paso.
Me ha respondido que naranjas de la china.
Cuando pasa esto me entra mucho desconsuelo y bastante vacío existencial. Hay que darse cuenta de que durante el último mes Internet ha sido mi mejor compañero. Aunque ahora no esté por la labor, siempre ha estado ahí para cubrir mis necesidades más primarias.
Me asomo impaciente al balcón por si veo a Antu venir por la calle y lo primero con lo que se topan mis ojos es con el viejo de enfrente. Este señor se pasea desnudo por su casa y luego cuando hay bronca sale al balcón a mirar y se cubre con su fina y semitransparente cortina. ¡Como si le tapara algo!
Abajo parece que hay pelea matutina entre vecinos que quieren salir con sus coches a la playa y yonkis que les interrumpen el paso.
Te puedes imaginar la estampa que tengo delante con el señor naturista.
Se te quitan las ganas de todo.
Una tímida vocecilla sugiere que ahora es la oportunidad perfecta para que recoja mi cuarto.
Sí, ya, con todo lo que tengo por hacer. Soy una chica moderna y como tal estoy muy ocupada todo el tiempo. Con este ritmo de vida actual se te acumulan las tareas que no das abasto.
Hoy, por ejemplo, sin querer ya se me ha juntado el desayuno con el almuerzo.
Antes de que se acumulen comidas hasta la merienda y en vista de que Antu no aparece, no tengo más remedio que cogerle una pizza integral de su estante del frigorífico. Lo apunto en la lista de débito de la nevera: «Susi a Antu = pizza». Menos mal que ya he aprendido a preparármelas por mí misma. Fue él quien me enseñó a cocinar pizzas. Es la primera vez que me independizaba y todavía estaba un poco pez en labores del hogar.
Aunque ahora se me haya olvidado, también me enseñó a que debes poner papel de aluminio debajo para que no gotee lo que se va derritiendo...
Lo del papel de aluminio es muy importante porque si no se mancha la parte de abajo del horno. Es entonces cuando Antu te regaña porque dice que luego le cuesta mucho limpiarlo.
Todo esto parece muy complicado pero está tirao de fácil.
Vigilo con muchísimo cuidado cómo se cuece para que se tueste en el punto perfecto como a mí me gusta, pero el ruido ensordecedor de unos tiros a todo volumen interrumpe mi concentración.
Vienen del salón.
Voy saltando a la pata coja desesperadamente a decirle a Antu que Internet no va y que lo arregle.
En la tele de plasma unos policías están disparando a un tío bañado en sangre que avanza hacía ellos. Le acaban de meter tal tiro en la cabeza que se le ha levantado la tapa de los sesos. Vaya noticias más gores que emiten.
La visión se me congela del espanto.
El Zurbe se encuentra de cuerpo presente en el salón.
No me lo puedo creer.
Tiene que ser una aparición mariana.
Lo primero que pienso es que se debe haber quedado dormido, tiene un sueño hiperprofundo y se pone como tres despertadores para lograr empezar el día.
—¿Sabes dónde está Antu? —me pregunta manipulando torpemente su idolatrada televisión—, la tele sólo coge este canal informativo y le necesito para que lo arregle.
Escucho que habla aunque su voz la recibo como una psicofonía.
—Pero tu bolsa…, el pasillo... —es lo único que acierto a pronunciar.
—Ah, sí —dice tan pancho—, la he metido otra vez dentro de mi cuarto para que no molestara.
Me cuenta que le ha llamado su madre esta mañana y que lo último que le ha ordenado es que ni se le ocurra pisar la calle. Ahora espera nuevas instrucciones.
Yo entiendo que semejante zote aparente siete años mentales, pero su madre tiene que empezar a comprender que le falta poco para llegar al cuarto de siglo y tratarle de esa manera no le va ayudar nada en su lento progreso madurativo.
Eso sin contar que difícilmente va a coger un bus si no puede pisar la calle.
—Pero, ¿por qué te ha dicho eso? —pregunto más impaciente que intrigada.
—No lo sé, el teléfono se ha cortado y no ha...
—Pero te irás luego. ¿No?
—Hombre, pues eso depende de lo que me manden mis padres. De momento mi madre me ha dicho eso, y lo que ella dice va a misa —explica con absoluta obviedad—. Oyes, ¿no hueles a quemado?
* * *
En una dimensión paralela, el Zurbe está siendo recibido con los brazos abiertos por sus padres que se encargarán de cebarle y aguantarle durante los próximos treinta días. En esta dimensión es el culpable de que ahora yo esté comiendo en mi habitación un trozo de pizza bastante chamuscado. El Universo tiene un sentido del humor que a mí se me escapa.
No estoy acostumbrada a comer sin Internet y el hecho se me está haciendo tan insoportable que me tengo que buscar la vida como sea.
Cojo un libro que tengo pendiente, El Universo: ese gran desconocido.
Nunca encuentro el momento de leerlo, Internet ocupa la mayoría de mis ratos de ocio y tiempo libre.
Es sólo de letras, no me gusta mucho leer tan seguido sin dibujos ni fotos. Aunque apenas le he hecho caso tiene un especial valor sentimental, pertenecía a mi hermano y me lo regaló cuando se independizó de casa de mis padres.
No hago más que leer la contraportada cuando el Zurbe me toca la puerta. Es ponerte a la tarea y le falta tiempo para llamar a tu cuarto. No respeta el placer ajeno en absoluto. Y no vale que no le contestes. Él sabe que estás dentro y no estás durmiendo. Parece que no se entera de nada pero tiene un oído prodigioso. Menos cuando está sobando.
Me pide desde el otro lado de la puerta que si puedo oler, por favor, un cartón de leche que a él le parece que está caducado y lo necesita para hacerse un batido proteínico de los suyos. Se supone que éstos son para ponerte fuerte, pero el Zurbe los lleva tomando desde que le conozco y debe ser que tiene unos músculos con intolerancia a las proteínas porque está de todo menos cachas.
—¡Es que no quiero ponerme malo de la tripa! —Le oigo justificarse al ver que no respondo—, ¡y Antu no está para preguntarle!
No me digas, no lo sabía.
Le contesto que no estoy de ánimos para oler nada de nadie.
La segunda vez que llama, intento ignorarle lo máximo que puedo a sabiendas de que pierdo el tiempo. Él siempre gana la batalla con su insistencia machacona.
—¡¿Qué quieres ahora?! —le grito de forma desagradable.
—Que si sabes cuándo viene Antu —dice con su voz de niñato la criatura de 1,80 y barba cerrada.
—¡¡¡Nooooooo!!! —arrastro la «o» hasta el aburrimiento de manera muy borde a ver si se da por aludido y me deja vivir.
Qué pesado. Qué dependiente. No puede hacer nada por sí solo. Si yo fuera Antu acabaría hasta el gorro de él. Qué paciencia tiene que tener el pobre.
Después de esta vienen otras 99 veces con la misma pregunta y a la 101, ya de los nervios, le pregunto que para qué coño le quiere. Me dice que le necesita con urgencia para que solucione lo del teléfono… y lo de la tele.
—¡Un momento, primero voy yo para que arregle Internet! —le aclaro. A mí nadie se me cuela.
—¡Pero yo lo he dicho primer! —pucherea el ridículo de él.
—¡Me da igual! ¡Internet es la máxima prioridad!
Salgo del cuarto para discutir en condiciones y nos enzarzamos en una discusión a todo grito. Que si soy una borde. Yo a él, que es un "borde… rline", etc, etc.
Me hacía falta una pelea así. Después de los disgustos tan seguidos que llevo en el día, necesitaba descargar tensiones.
Cuando Antu no está en el piso aprovechamos para gritarnos.
Es un juez de paz muy sabio Antu. En estos casos no tiene ni qué decir palabra. Sabe que con sólo hacer acto presencial, el silencio y la quietud regresan al hogar.
Nosotros sabemos lo importante que es mantenerle contento y satisfecho y procuramos que esa sea la prioridad en nuestras vidas. Las peleas le enfadan muchísimo y cuando se cabrea se produce una crisis de dimensiones estratosféricas.
Se encierra en su cuarto y cuando sale no habla. Es horrible.
Antu es la esencia de la casa, es el fontanero, electricista, cocinero, lo es todo.
Sin Antu en activo esta casa se hunde, y nuestras almas con ella. El desconcierto y la inseguridad reinan en el piso. Nos sentimos abandonados y vulnerables.
Es entonces cuando el Zurbe y yo formamos “equipo de conveniencia”. Nos compenetramos de manera milagrosa con el único objetivo de que vuelva el Antu que nos gusta y que nos atiende, y que hace que esta casa sea un hogar medianamente normal y no una vulgar cuadra okupa, que es lo que ocurre cuando se va dos o más días fuera de la ciudad.
Prueba de ello es que lleva unas pocas horas fuera y mira la actual catástrofe.
Al final opto por dejar al llorica que sea el primero en consultar a Antu la avería telefónica.
Cuanto antes arregle el teléfono, antes su mami le dirá que coja el bus y antes se irá a su puta aldea.
* * *
Hacía siglos que no me separaba tanto de Internet. Me he perdido todas las actualizaciones de mis 500 ciberamig@s.
¿Cuáles serán los videos-chorra más vistos en la red?
Deseo con toda mi alma poder meterme con identidad falsa en un chat. Añoro los videos de sensations4women.com. Necesito escribir un comentario en un foro y que nadie me haga caso.
Tengo la completa obsesión de navegar por la web. Plantada delante del monitor y chorreando a mares, abrazo el teclado temblando con la mirada en el infinito. Oleadas de frío y calor suben por mi cuerpo a partes iguales y mi corazón es una locomotora sin frenos.
Si sigo con estos síntomas me va a dar un jamacuco.
Me siento igual de atacada que un yonki sin una kunda disponible.
Está anocheciendo y la pelea de esta mañana se ha transformado en una trifulca descomunal. Hay una batalla campal con helicópteros sobrevolando el cielo y todo.
¡Qué exageraos! Ni que fuera la primera vez que hay este tipo de enfrentamientos.
El teléfono continua sin dar señales de vida con lo cual este amorfo mental sigue en casa sin hacer amago alguno de coger su puto bus.
Miro mi móvil y no está disponible ni el icono de llamadas de emergencia.
En estos casos, Antu sería mi consuelo.
Pero éste no ha aparecido en todo el día. Yo entiendo que ya somos todos adultos, pero podía haber avisado, jo.
Apago la luz cuanto antes para acelerar el final de esta tortuosa jornada con la esperanza puesta en el mañana, donde todo funcionará a la perfección y no habrá indeseables habitando este piso.
Cuando ya estoy metida en la cama y a punto de ponerme los tapones, me doy cuenta de algo.
En la oscuridad, un luminoso parpadeo blanco se cuela por debajo de la puerta. La abro despacio para ver de dónde viene esa extraña luz intermitente y… lo que descubro me turba a la vez que inquieta.
El resplandor de la ranura de la puerta proviene de la televisión encendida en modo niebla.
Hay algo más.
Un hipnotizado Zurbe se halla de rodillas frente a ella con la mano puesta en la pantalla.
Me recuerda a la niña de Poltergeist. Este chaval vive en una película continua y hoy le toca sesión de terror.
—Se han ido —dice girando su cabeza hacía mí.
Pego un respingo porque no me lo esperaba. No entiendo cómo me ha oído.
—¿Quiénes se han ido, Zurbe? —pregunto fingiendo cansancio para que vea que no estoy para juegos absurdos. La verdad, me siento bastante intimidada con este rollo tétrico.
—Las series, los programas, los anuncios… han desaparecido —informa abstraído con la frente en sudor y con la respiración algo agitada.
Me parece muy fuerte cómo una persona se puede degradar de esa manera ante un aparato electrónico. Dónde vamos a llegar.
—Bueno, ya volverán, espera a mañana, no te preocupes —le tranquilizo pacientemente.
No me gusta nada esa cara de ausente. Doy unos pasos cojeando hacía atrás como puedo, vuelvo a mi cubículo y echo el cerrojo. Un yonki tecnológico con mono en mi propia casa me da bastante miedo.
Última edición por musicant el Lun Abr 02, 2012 11:58 pm, editado 1 vez
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Re: "Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
Parece interesante, nunca leí una novela de zombis con toques de humor.
ZanderAlix- Recien llegado al refugio
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Re: "Jente aki", novela apocalíptica en clave de humor.
Aquí va el capítulo 2 en el que conocemos un poco más a estos peculiares personajes antes de que se den cuenta de que sus vidas no volverán a ser lo mismo.
Día 2 con el individuo Z.
Es todavía temprano y el sol está empezando a salir. He dormido fatal, una prueba de ello es que ahora estoy despierta.
Son las siete de la madrugada. No me acuerdo de la última vez que madrugué.
Bajo la penumbra del amanecer, lo primero que hago es comprobar si todo ha vuelto a la normalidad. Cuando digo todo, me refiero por supuesto a Internet.
No hay suerte de momento. Mal empezamos el día.
Atravieso el salón con mi silla rodando lentamente sin hacer ruido. El Zurbe sigue en el mismo lugar de anoche. Ahora está en el suelo hecho un ovillo debajo del televisor. Por mí se puede quedar así el resto de la vida.
Retiro los tapones de mis oídos y ¡oh, sorpresa!, chillidos tempraneros en la calle.
Unos aislados ¡¡socorro, me matan!! han sustituido a los múltiples ¿¡bajas?! de antaño. Son modas pasajeras que van y vienen como las kundas en temporada alta.
Claro, los yonkis son como el seven-eleven, 24/7. No conocen los horarios ni las vacaciones.
Me he ido a quitar las legañas y no había agua, podían haber avisado para coger unos cubos o algo. Ahora, si quiero beber, ¿qué?
De hecho, es saber que han cortado el agua y me entra tal sed que voy enseguida a la nevera a beber coca-cola. En esta casa es nuestra segunda fuente de suministro líquido.
Me pego un sonoro eructo que retumba en el silencio de la cocina arrepintiéndome al segundo por si el Zurbe me ha escuchado.
Efectivamente, una cabeza se asoma por el marco de la puerta.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Don Tengoeloídofinoparaloquequiero.
—Nada, que tengo un poco de tos.
—Je, je, cuídate, sólo falta que te pongas enferma y encima estés escayolada y enferma —dice en plan coleguita.
Es tan fácil de engañar y manipular... algo bueno tiene que tener el pobre imbécil.
Si le hubiera dicho que era un eructo, habría sido mi perdición. Como imita todo lo que haces, esto le puede dar manga ancha para hacerlo a todas horas. Se hubiera podido pasar todo el día tirándose eructos. Siempre hay que tener cuidado con lo que dices y haces con esta clase de especímenes porque en cualquier momento se puede volver en tu contra.
Por lo menos parece haber perdido ese aire perturbado de anoche que hacía estremecerte.
Otra vez voy a tener que coger del estante de Antu para desayunar. El capullo no ha venido a dormir, he echado un vistazo a su habitación y las sábanas de su cama siguen en la misma posición que ayer. Mira que no me gusta tener que andar tomando comida prestada de nadie, pero realmente la culpa es suya. Si no se hubiera ido de parranda todo el día y toda la noche, habría ido al supermercado, me habría hecho una compra y yo no me vería obligada a esto.
¡Qué suerte! Tiene unas cosas superricas.
Me hago unas tostadas y les pongo encima tomate triturado con aceite que dejó hecho de ayer. Eso y un café. Lo apunto en la lista de débito.
Cuando venga, que me cuente, pero le va a tocar volver al súper y hacer su compra semanal si no quiere que le siga cogiendo de su estante de la comida. ¡Ah! Se siente. Al fin y al cabo, soy yo la lisiada inadaptada.
¡¡¡PUAJJJ!!! El agua ha vuelto.
Pero en forma de líquido amarronado. Y encima yo he bebido directamente del grifo sin pensar. Prefiero que no salga nada. Se te revuelven las tripas sólo de verlo.
Iba a fregar mis platos del desayuno, pero pensándolo mejor creo que van a ensuciarse aún más si los lavo con este simulacro de agua. Además, se me está haciendo tarde para echarme mi siesta mañanera. Puedo afirmar con orgullo que soy la descubridora de este tipo de siesta que casi nadie tiene la suerte de practicar. Consiste en desayunar y luego volver a la cama y dormirte otra vez. Es muy simple y cualquiera puede realizarla, pero no hay que olvidar quién ha sido la inventora.
A modo de nana, el reconfortante ruido de fondo del ordenador encendido va adormeciéndome poco a poco.
A eso de la una de la tarde me despierta un ¡¡¡PUAJJJ!!! que proviene de la cocina.
Me alegro de no ser la única que ha picado.
Cierto que podía haber puesto una nota avisando de que el agua sale en mal estado, pero tratándose del Zurbe no me arrepiento. Si estuviera en su dichoso pueblecito (que es donde tenía que estar desde ayer) estas cosas no le pasarían.
Encima con sus ruidos ya me ha desvelado.
¿Estoy viendo visiones o soñando?
El icono de Internet está activo. Me levanto con dificultad de la cama y me acerco sigilosamente al ordenador por si le asusto y decide huir otra vez.
¿Cuánto tiempo hará que ha vuelto? Y yo durmiendo. ¡Vaya pérdida de tiempo! Tenía que haber hecho guardia.
Ahora me toca enseguida ponerme a la tarea y adelantar todo el trabajo atrasado.
Emocionada, cambio mi estado de perfil de «aburrida y coja» por «coja, pero ya contenta». Lo siguiente que hago es ver las actualizaciones de mis amigos, desahogarme y poner lo horrible que ha sido no estar conectada.
Entre los comentarios que leo a toda mecha se repiten sobre todo las palabras: «ayuda», «socorro» y «fin del mundo».
No me extraña, yo me he sentido igual las últimas veinticuatro horas. Reconforta saber que no he sido la única pringada que se ha quedado sin Internet.
Tecleo ilusionada:
«No os preocupéis, lo peor ya ha pasad…»
La pantalla se queda con un puntito luminoso en el centro que desaparece en dos segundos.
¡¡NOO!!
¡Se ha ido la luz!
Si algo tengo en común con Spiderman ahora mismo, es que estoy que me subo por las paredes debido al siguiente teorema:
No luz no ordenador no Internet = nervios a flor de piel.
Me dirijo cojeando al cuadro de luz para arreglar esta insostenible situación de una vez por todas. Entre cables, toqueteando botones al tun tun, me doy cuenta de lo ingenua que soy. Esto sería tarea para Antu-electricista y no para Susi-patachula-nini.
¿Soy yo o mi sensación de inutilidad está completamente justificada?
Vuelta a la soledad de mi cuarto y viendo ciertamente que es el fin del mundo me paso la tarde tumbada en la cama aguardando mi destino. Viendo... nada, escuchando... a los yonkis.
Las últimas tandas de heroína que circulan deben estar superadulteradas porque andan más inquietos y violentos que nunca: están chillando, rompiendo escaparates y todo.
Resultan un tanto intimidantes. Ni siquiera se le oye al chino de la tienda del Todo a un euro vociferar furioso con el megáfono su grito de guerra:
«¡Lonkua no, kuanda fela!»
No se le entiende nada, pero después de oírle tantas veces hemos deducido que dice «yonkis no, kundas fuera». El pobre está harto de que los toxicómanos le sisen los clinex y le espanten a la clientela.
Aunque da igual, los aludidos se pasan al chino y su altavoz por el arco del triunfo. A ellos los únicos chinos que les importan son los que se fuman en papel de aluminio.
Hacía años que no tenía esta sensación tan desconcertante de no saber qué hacer.
De pequeña el aburrimiento se me bajaba al estómago y me dolía la tripa. Casi lo había olvidado. Ahora está a punto de ocurrirme.
Es cosa de familia porque a mi hermano también le pasaba lo mismo, sobre todo durante los interminables veranos con nuestros padres en la casa del campo. Ellos la compraron con la intención de irse a vivir allí con el paso de los años. A mi hermano y a mí nos la “vendieron”, entonces, como segunda vivienda vacacional argumentando que éramos unos niños muy urbanizados y necesitábamos un poco de educación campestre. Se pensaban que pasando un mes al año en contacto con la plena naturaleza iba a hacer de nosotros unas bellísimas personas humanas.
La realidad era que esa casa hubiera sido la pesadilla de cualquier niño, no había tele, ni consolas ni nada, sólo vegetación silvestre y bichos por todos los lados. Para colmo, en la hora de la siesta tampoco podíamos hablar porque si no nos castigaban.
Únicamente disfrutábamos de un triste riachuelo fuera de la casa con el que compartíamos horas y horas de monótono pasatiempo. Fue la primera vez que mi hermano dijo:
«Me duele la tripa de aburrimiento».
Le entendí perfectamente porque a mí me dolía igual. Son cosas de hermanos que sólo pasan entre hermanos.
No sé si aquellos traumáticos veranos tuvieron que ver con el hecho de que, luego de adulto, se convirtiera en un fanático de los libros de autoayuda y superación. Se los ha estudiado todos.
Ahora, él se encuentra de retiro espiritual en un complejo en las montañas. Tiene que permanecer en voto de silencio durante no sé cuanto tiempo. Sin tele, ni teléfono, ni Internet, ni nada. Sólo vale la meditación.
Creo que le dan de merendar un vaso de agua.
Hay que estar majara para meterse en un berenjenal así. No sé cómo aguanta. Yo me volvería loca.
Por eso, cuando hace unos meses mis padres me dieron a elegir entre:
—«¡Irnos todos a vivir a la casa del campo!» (con amplia sonrisa).
O la segunda opción:
—«Te buscas las habichuelas en la ciudad» (de manera bastante borde).
No me lo pensé dos veces.
Eso sí, me pagan la vida. ¡Faltaría más! ¡Ni siquiera han tenido el detalle de esperar a que cumpliera los dieciocho en diciembre!
Aunque este mantenimiento económico sólo será hasta que se me cure la pierna. ¡Vaya mierda! Con lo a gusto que se está viviendo a cuerpo de reina con los gastos pagados.
Dicen que si hiciera algo con mi existencia otro gallo cantaría, pero que si ni estudio ni trabajo que apechugue con las consecuencias, que ahora les toca a ellos disfrutar de la vida y hay muchas vacaciones que pagar, hija mía.
A veces me ofenden cuando me preguntan con impaciencia que cuando “narices” me voy a quitar la escayola. ¡Como si dependiera de mí!
Me debo estar aburriendo mucho porque mi tripa se queja mogollón.
Y ni siquiera sé dónde he metido el libro de mi hermano.
¡Justo ahora que había decidido comenzar a leerlo!
Desde mi cama veo al señor de enfrente en su casa, esto le da cierta normalidad a este día tan raro.
Me incorporo y me asomo al balcón.
—¡¡Chisssst, señor!! —Le llamo porque quiero preguntarle si está sufriendo los mismos cortes de recursos que hay en esta casa.
No hay muchos vecinos a los que preguntar, el resto de viviendas tienen las persianas bajadas a cal y canto. Algunos han dejado en los balcones sus carteles-protesta con «queremos un varrio digno» o el trillado «cundas fuera».
Entre el vacío vecinal y el sofocante calor parece más agosto que nunca. Qué envidia me da cuando todo el mundo se va de vacaciones menos yo.
—¡¡OIGA!! —insisto un poco más alto.
El vecino no me hace ni puñetero caso. Yo creo que seguramente está algo sordo. Ciego seguro que no, la anterior chica que vivía aquí nos contó que se iba del piso porque se sentía acosada por el viejo de enfrente. Decía que la miraba con lascivia mientras se tocaba.
Yo no he tenido ese problema de sentirme acosada ni nada por el estilo. La verdad es que la tía era un poco creída. Yo creo que es gente que inventa esas mentiras porque se creen el ombligo del mundo. El pobre señor tiene ya sus años y parece buena persona. Vive solo, como puede en su pisito. A veces le veo sentado en el escritorio mirando recibos y echando cuentas y otras, se pone en su terraza a quitarse los callos en un barreño. Un anciano en la soledad a mí me da un poco de pena.
—¡¡SUUUSIIIIIIIIIIIIIIIII!! ¡¡SAL, POR FAVOR, POR FAVOR, SOCORRO, SOCORRO!!
Los gritos de pánico del Zurbe me asustan tanto que salgo con la silla del ordenador dando trompicones por todas las paredes. El escándalo proviene del baño y cuando llego y está en una esquina encogido y muerto de miedo, yo misma me acojono de ver su cara blanca como un fantasma.
Descubro lo que le aterra y la sangre empieza a subir a mi cabeza a borbotones.
Una cucaracha.
—¡¡Por favor, mátala antes de que nos haga algo!! —suplica el infeliz.
Vaya papelón. La bicha invasora está quieta meneando sus antenitas decidiendo cual va a ser su próximo movimiento.
Me quedo paralizada de terror. En una situación cotidiana, Antu es el encargado de solucionar tal marrón, pero me temo que en la escala de valentía del piso soy yo quien forzosamente tiene que tomar el relevo. Al bicharraco de la esquina no le veo con alma de acabar con un congénere suyo.
Saco el coraje que no tengo y sin darme tiempo a pensar y sin darle tiempo a la cucaracha de ponerse en guardia, la aplasto con mi escayola en un microsegundo.
Al escuchar el escalofriante crujido de mi impacto sobre ella se me nubla la vista y siento como si se me desvaneciera el sentido. Es una falsa alarma y enseguida me repongo.
Soy una tiarrona hecha y derecha.
Mientras me limpio los restos de mi heroica hazaña de la escayola, cual cowboy quitándose la roña de sus botas, no puedo estar más orgullosa de mí misma.
—Muchas gracias, Susi, te debo una —dice con completa sinceridad el cagueta número uno del piso. Miedo me da que este postulante a policía llegue a cumplir su objetivo.
Sin embargo, el gesto de agradecimiento me gusta. El pelele está en deuda conmigo. Me encanta. Es la única forma que me mola de estar con el Zurbe, je, je. Me lo voy a cobrar ahora mismo.
—Pues ya que estamos, podías bajar al súper y hacerme una compra —sugiero como reembolso.
—Es que mi madre me dijo que no se me ocurriera pisar la calle... —contesta.
Joder, todavía sigue con esas.
* * *
Antu se ha pasado tres pueblos. Me voy a tener que poner seria con él. ¿Se ha tirado con el carro de la compra de ayer a hoy? Si sólo iba al súper…
¿Y su clase de biodanza de los miércoles? Me cuesta creer que se la haya saltado, pero su mochila está impertérrita en su cuarto.
Sé que Antu es un alma que le gusta ir por libre pero no puede retrasarse por más tiempo porque a mí no me queda nada de comida y por mucho que intente ser positiva empiezo a ver su armario de la despensa medio vacío y no medio lleno, que es como hay que ver la cosas, según mi hermano.
En el piso, no se ve ni un pimiento y no tenemos ni velas. ¿Quién va a pensar que hoy día van a hacer falta esas antiguallas si no es para hacer cochinadas con ellas?
La única linterna que hay no tiene pilas ni bombilla. ¡Qué poca capacidad de previsión hay en este hogar!
Aunque, sinceramente y con la mano en el alma, yo no quiero velas. Yo lo que quiero es Internet. Como el día de mañana sea igual que hoy, salto por la ventana.
La calle apesta a estercolero cuando generalmente sólo huele a meado de toxicómano.
Está anocheciendo y sin las farolas encendidas apenas puedo distinguir las figuras que se mueven.
A pesar de que los yonkis ya se han tranquilizado y no se oyen pitidos de kundas, sí que escucho un murmullo continuo que, gracias a mis tapones, acallo en un periquete.
Me acuesto, cruzo las manos sobre mi pecho y cierro los ojos.
Se me hace raro dormirme a oscuras, así sin más.
No tengo sueño pero es que no sé qué hacer.
A veces cuando no puedo dormir, me vienen a la cabeza justo las cosas que más terror me provocan.
Mi imaginación vuela y ve a Antu moribundo en un descampado a las afueras, donde puede haber sido atracado, apaleado, violado o las tres cosas a la vez.
¡Basta! Hay que ser racional e intentar dormir.
Cuando venga, lo primero que le voy a contar es que he acabado con una cucaracha yo sola. Se va a poner tan contento que va a solucionar enseguida estos superficiales contratiempos domésticos de electricidad y agua.
Porque Antu es un fenómeno y puede con lo que le echen.
Y el Zurbe por fin se irá al pueblo con sus padres.
Y yo podré volver a navegar otra vez por Internet durante horas y horas hasta quedarme ciega.
Y todo esto quedará tan sólo como una mala pesadilla en nuestra memoria hasta el fin de los días.
CAPÍTULO II
Día 2 con el individuo Z.
Es todavía temprano y el sol está empezando a salir. He dormido fatal, una prueba de ello es que ahora estoy despierta.
Son las siete de la madrugada. No me acuerdo de la última vez que madrugué.
Bajo la penumbra del amanecer, lo primero que hago es comprobar si todo ha vuelto a la normalidad. Cuando digo todo, me refiero por supuesto a Internet.
No hay suerte de momento. Mal empezamos el día.
Atravieso el salón con mi silla rodando lentamente sin hacer ruido. El Zurbe sigue en el mismo lugar de anoche. Ahora está en el suelo hecho un ovillo debajo del televisor. Por mí se puede quedar así el resto de la vida.
Retiro los tapones de mis oídos y ¡oh, sorpresa!, chillidos tempraneros en la calle.
Unos aislados ¡¡socorro, me matan!! han sustituido a los múltiples ¿¡bajas?! de antaño. Son modas pasajeras que van y vienen como las kundas en temporada alta.
Claro, los yonkis son como el seven-eleven, 24/7. No conocen los horarios ni las vacaciones.
Me he ido a quitar las legañas y no había agua, podían haber avisado para coger unos cubos o algo. Ahora, si quiero beber, ¿qué?
De hecho, es saber que han cortado el agua y me entra tal sed que voy enseguida a la nevera a beber coca-cola. En esta casa es nuestra segunda fuente de suministro líquido.
Me pego un sonoro eructo que retumba en el silencio de la cocina arrepintiéndome al segundo por si el Zurbe me ha escuchado.
Efectivamente, una cabeza se asoma por el marco de la puerta.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Don Tengoeloídofinoparaloquequiero.
—Nada, que tengo un poco de tos.
—Je, je, cuídate, sólo falta que te pongas enferma y encima estés escayolada y enferma —dice en plan coleguita.
Es tan fácil de engañar y manipular... algo bueno tiene que tener el pobre imbécil.
Si le hubiera dicho que era un eructo, habría sido mi perdición. Como imita todo lo que haces, esto le puede dar manga ancha para hacerlo a todas horas. Se hubiera podido pasar todo el día tirándose eructos. Siempre hay que tener cuidado con lo que dices y haces con esta clase de especímenes porque en cualquier momento se puede volver en tu contra.
Por lo menos parece haber perdido ese aire perturbado de anoche que hacía estremecerte.
Otra vez voy a tener que coger del estante de Antu para desayunar. El capullo no ha venido a dormir, he echado un vistazo a su habitación y las sábanas de su cama siguen en la misma posición que ayer. Mira que no me gusta tener que andar tomando comida prestada de nadie, pero realmente la culpa es suya. Si no se hubiera ido de parranda todo el día y toda la noche, habría ido al supermercado, me habría hecho una compra y yo no me vería obligada a esto.
¡Qué suerte! Tiene unas cosas superricas.
Me hago unas tostadas y les pongo encima tomate triturado con aceite que dejó hecho de ayer. Eso y un café. Lo apunto en la lista de débito.
Cuando venga, que me cuente, pero le va a tocar volver al súper y hacer su compra semanal si no quiere que le siga cogiendo de su estante de la comida. ¡Ah! Se siente. Al fin y al cabo, soy yo la lisiada inadaptada.
¡¡¡PUAJJJ!!! El agua ha vuelto.
Pero en forma de líquido amarronado. Y encima yo he bebido directamente del grifo sin pensar. Prefiero que no salga nada. Se te revuelven las tripas sólo de verlo.
Iba a fregar mis platos del desayuno, pero pensándolo mejor creo que van a ensuciarse aún más si los lavo con este simulacro de agua. Además, se me está haciendo tarde para echarme mi siesta mañanera. Puedo afirmar con orgullo que soy la descubridora de este tipo de siesta que casi nadie tiene la suerte de practicar. Consiste en desayunar y luego volver a la cama y dormirte otra vez. Es muy simple y cualquiera puede realizarla, pero no hay que olvidar quién ha sido la inventora.
A modo de nana, el reconfortante ruido de fondo del ordenador encendido va adormeciéndome poco a poco.
A eso de la una de la tarde me despierta un ¡¡¡PUAJJJ!!! que proviene de la cocina.
Me alegro de no ser la única que ha picado.
Cierto que podía haber puesto una nota avisando de que el agua sale en mal estado, pero tratándose del Zurbe no me arrepiento. Si estuviera en su dichoso pueblecito (que es donde tenía que estar desde ayer) estas cosas no le pasarían.
Encima con sus ruidos ya me ha desvelado.
¿Estoy viendo visiones o soñando?
El icono de Internet está activo. Me levanto con dificultad de la cama y me acerco sigilosamente al ordenador por si le asusto y decide huir otra vez.
¿Cuánto tiempo hará que ha vuelto? Y yo durmiendo. ¡Vaya pérdida de tiempo! Tenía que haber hecho guardia.
Ahora me toca enseguida ponerme a la tarea y adelantar todo el trabajo atrasado.
Emocionada, cambio mi estado de perfil de «aburrida y coja» por «coja, pero ya contenta». Lo siguiente que hago es ver las actualizaciones de mis amigos, desahogarme y poner lo horrible que ha sido no estar conectada.
Entre los comentarios que leo a toda mecha se repiten sobre todo las palabras: «ayuda», «socorro» y «fin del mundo».
No me extraña, yo me he sentido igual las últimas veinticuatro horas. Reconforta saber que no he sido la única pringada que se ha quedado sin Internet.
Tecleo ilusionada:
«No os preocupéis, lo peor ya ha pasad…»
La pantalla se queda con un puntito luminoso en el centro que desaparece en dos segundos.
¡¡NOO!!
¡Se ha ido la luz!
Si algo tengo en común con Spiderman ahora mismo, es que estoy que me subo por las paredes debido al siguiente teorema:
No luz no ordenador no Internet = nervios a flor de piel.
Me dirijo cojeando al cuadro de luz para arreglar esta insostenible situación de una vez por todas. Entre cables, toqueteando botones al tun tun, me doy cuenta de lo ingenua que soy. Esto sería tarea para Antu-electricista y no para Susi-patachula-nini.
¿Soy yo o mi sensación de inutilidad está completamente justificada?
Vuelta a la soledad de mi cuarto y viendo ciertamente que es el fin del mundo me paso la tarde tumbada en la cama aguardando mi destino. Viendo... nada, escuchando... a los yonkis.
Las últimas tandas de heroína que circulan deben estar superadulteradas porque andan más inquietos y violentos que nunca: están chillando, rompiendo escaparates y todo.
Resultan un tanto intimidantes. Ni siquiera se le oye al chino de la tienda del Todo a un euro vociferar furioso con el megáfono su grito de guerra:
«¡Lonkua no, kuanda fela!»
No se le entiende nada, pero después de oírle tantas veces hemos deducido que dice «yonkis no, kundas fuera». El pobre está harto de que los toxicómanos le sisen los clinex y le espanten a la clientela.
Aunque da igual, los aludidos se pasan al chino y su altavoz por el arco del triunfo. A ellos los únicos chinos que les importan son los que se fuman en papel de aluminio.
Hacía años que no tenía esta sensación tan desconcertante de no saber qué hacer.
De pequeña el aburrimiento se me bajaba al estómago y me dolía la tripa. Casi lo había olvidado. Ahora está a punto de ocurrirme.
Es cosa de familia porque a mi hermano también le pasaba lo mismo, sobre todo durante los interminables veranos con nuestros padres en la casa del campo. Ellos la compraron con la intención de irse a vivir allí con el paso de los años. A mi hermano y a mí nos la “vendieron”, entonces, como segunda vivienda vacacional argumentando que éramos unos niños muy urbanizados y necesitábamos un poco de educación campestre. Se pensaban que pasando un mes al año en contacto con la plena naturaleza iba a hacer de nosotros unas bellísimas personas humanas.
La realidad era que esa casa hubiera sido la pesadilla de cualquier niño, no había tele, ni consolas ni nada, sólo vegetación silvestre y bichos por todos los lados. Para colmo, en la hora de la siesta tampoco podíamos hablar porque si no nos castigaban.
Únicamente disfrutábamos de un triste riachuelo fuera de la casa con el que compartíamos horas y horas de monótono pasatiempo. Fue la primera vez que mi hermano dijo:
«Me duele la tripa de aburrimiento».
Le entendí perfectamente porque a mí me dolía igual. Son cosas de hermanos que sólo pasan entre hermanos.
No sé si aquellos traumáticos veranos tuvieron que ver con el hecho de que, luego de adulto, se convirtiera en un fanático de los libros de autoayuda y superación. Se los ha estudiado todos.
Ahora, él se encuentra de retiro espiritual en un complejo en las montañas. Tiene que permanecer en voto de silencio durante no sé cuanto tiempo. Sin tele, ni teléfono, ni Internet, ni nada. Sólo vale la meditación.
Creo que le dan de merendar un vaso de agua.
Hay que estar majara para meterse en un berenjenal así. No sé cómo aguanta. Yo me volvería loca.
Por eso, cuando hace unos meses mis padres me dieron a elegir entre:
—«¡Irnos todos a vivir a la casa del campo!» (con amplia sonrisa).
O la segunda opción:
—«Te buscas las habichuelas en la ciudad» (de manera bastante borde).
No me lo pensé dos veces.
Eso sí, me pagan la vida. ¡Faltaría más! ¡Ni siquiera han tenido el detalle de esperar a que cumpliera los dieciocho en diciembre!
Aunque este mantenimiento económico sólo será hasta que se me cure la pierna. ¡Vaya mierda! Con lo a gusto que se está viviendo a cuerpo de reina con los gastos pagados.
Dicen que si hiciera algo con mi existencia otro gallo cantaría, pero que si ni estudio ni trabajo que apechugue con las consecuencias, que ahora les toca a ellos disfrutar de la vida y hay muchas vacaciones que pagar, hija mía.
A veces me ofenden cuando me preguntan con impaciencia que cuando “narices” me voy a quitar la escayola. ¡Como si dependiera de mí!
Me debo estar aburriendo mucho porque mi tripa se queja mogollón.
Y ni siquiera sé dónde he metido el libro de mi hermano.
¡Justo ahora que había decidido comenzar a leerlo!
Desde mi cama veo al señor de enfrente en su casa, esto le da cierta normalidad a este día tan raro.
Me incorporo y me asomo al balcón.
—¡¡Chisssst, señor!! —Le llamo porque quiero preguntarle si está sufriendo los mismos cortes de recursos que hay en esta casa.
No hay muchos vecinos a los que preguntar, el resto de viviendas tienen las persianas bajadas a cal y canto. Algunos han dejado en los balcones sus carteles-protesta con «queremos un varrio digno» o el trillado «cundas fuera».
Entre el vacío vecinal y el sofocante calor parece más agosto que nunca. Qué envidia me da cuando todo el mundo se va de vacaciones menos yo.
—¡¡OIGA!! —insisto un poco más alto.
El vecino no me hace ni puñetero caso. Yo creo que seguramente está algo sordo. Ciego seguro que no, la anterior chica que vivía aquí nos contó que se iba del piso porque se sentía acosada por el viejo de enfrente. Decía que la miraba con lascivia mientras se tocaba.
Yo no he tenido ese problema de sentirme acosada ni nada por el estilo. La verdad es que la tía era un poco creída. Yo creo que es gente que inventa esas mentiras porque se creen el ombligo del mundo. El pobre señor tiene ya sus años y parece buena persona. Vive solo, como puede en su pisito. A veces le veo sentado en el escritorio mirando recibos y echando cuentas y otras, se pone en su terraza a quitarse los callos en un barreño. Un anciano en la soledad a mí me da un poco de pena.
—¡¡SUUUSIIIIIIIIIIIIIIIII!! ¡¡SAL, POR FAVOR, POR FAVOR, SOCORRO, SOCORRO!!
Los gritos de pánico del Zurbe me asustan tanto que salgo con la silla del ordenador dando trompicones por todas las paredes. El escándalo proviene del baño y cuando llego y está en una esquina encogido y muerto de miedo, yo misma me acojono de ver su cara blanca como un fantasma.
Descubro lo que le aterra y la sangre empieza a subir a mi cabeza a borbotones.
Una cucaracha.
—¡¡Por favor, mátala antes de que nos haga algo!! —suplica el infeliz.
Vaya papelón. La bicha invasora está quieta meneando sus antenitas decidiendo cual va a ser su próximo movimiento.
Me quedo paralizada de terror. En una situación cotidiana, Antu es el encargado de solucionar tal marrón, pero me temo que en la escala de valentía del piso soy yo quien forzosamente tiene que tomar el relevo. Al bicharraco de la esquina no le veo con alma de acabar con un congénere suyo.
Saco el coraje que no tengo y sin darme tiempo a pensar y sin darle tiempo a la cucaracha de ponerse en guardia, la aplasto con mi escayola en un microsegundo.
Al escuchar el escalofriante crujido de mi impacto sobre ella se me nubla la vista y siento como si se me desvaneciera el sentido. Es una falsa alarma y enseguida me repongo.
Soy una tiarrona hecha y derecha.
Mientras me limpio los restos de mi heroica hazaña de la escayola, cual cowboy quitándose la roña de sus botas, no puedo estar más orgullosa de mí misma.
—Muchas gracias, Susi, te debo una —dice con completa sinceridad el cagueta número uno del piso. Miedo me da que este postulante a policía llegue a cumplir su objetivo.
Sin embargo, el gesto de agradecimiento me gusta. El pelele está en deuda conmigo. Me encanta. Es la única forma que me mola de estar con el Zurbe, je, je. Me lo voy a cobrar ahora mismo.
—Pues ya que estamos, podías bajar al súper y hacerme una compra —sugiero como reembolso.
—Es que mi madre me dijo que no se me ocurriera pisar la calle... —contesta.
Joder, todavía sigue con esas.
* * *
Antu se ha pasado tres pueblos. Me voy a tener que poner seria con él. ¿Se ha tirado con el carro de la compra de ayer a hoy? Si sólo iba al súper…
¿Y su clase de biodanza de los miércoles? Me cuesta creer que se la haya saltado, pero su mochila está impertérrita en su cuarto.
Sé que Antu es un alma que le gusta ir por libre pero no puede retrasarse por más tiempo porque a mí no me queda nada de comida y por mucho que intente ser positiva empiezo a ver su armario de la despensa medio vacío y no medio lleno, que es como hay que ver la cosas, según mi hermano.
En el piso, no se ve ni un pimiento y no tenemos ni velas. ¿Quién va a pensar que hoy día van a hacer falta esas antiguallas si no es para hacer cochinadas con ellas?
La única linterna que hay no tiene pilas ni bombilla. ¡Qué poca capacidad de previsión hay en este hogar!
Aunque, sinceramente y con la mano en el alma, yo no quiero velas. Yo lo que quiero es Internet. Como el día de mañana sea igual que hoy, salto por la ventana.
La calle apesta a estercolero cuando generalmente sólo huele a meado de toxicómano.
Está anocheciendo y sin las farolas encendidas apenas puedo distinguir las figuras que se mueven.
A pesar de que los yonkis ya se han tranquilizado y no se oyen pitidos de kundas, sí que escucho un murmullo continuo que, gracias a mis tapones, acallo en un periquete.
Me acuesto, cruzo las manos sobre mi pecho y cierro los ojos.
Se me hace raro dormirme a oscuras, así sin más.
No tengo sueño pero es que no sé qué hacer.
A veces cuando no puedo dormir, me vienen a la cabeza justo las cosas que más terror me provocan.
Mi imaginación vuela y ve a Antu moribundo en un descampado a las afueras, donde puede haber sido atracado, apaleado, violado o las tres cosas a la vez.
¡Basta! Hay que ser racional e intentar dormir.
Cuando venga, lo primero que le voy a contar es que he acabado con una cucaracha yo sola. Se va a poner tan contento que va a solucionar enseguida estos superficiales contratiempos domésticos de electricidad y agua.
Porque Antu es un fenómeno y puede con lo que le echen.
Y el Zurbe por fin se irá al pueblo con sus padres.
Y yo podré volver a navegar otra vez por Internet durante horas y horas hasta quedarme ciega.
Y todo esto quedará tan sólo como una mala pesadilla en nuestra memoria hasta el fin de los días.
Invitado- Invitado
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