Like/Tweet/+1
Segunda prueba
¿Furulas?
Relato: Nauseabunda Muerte.
Página 1 de 1.
Relato: Nauseabunda Muerte.
Bueno, aqui os dejo un relato que empezé ayer, como siempre no me salgo de mi temática apocalíptica, intentare ser constante con los capítulos posteando uno por día.
¡Espero que os guste y que seais críticos!
Prólogo.
En su trabajo, el apestoso olor de los contenedores de basura acababa hasta pareciendole agradable al olfato. Cuando llevas diez años recogiendo los desperdicios y las sobras de cientos y cientos de familias la percepción olfativa se vuelve extraordinariamente buena, incluso llega el punto en el que a lo que a un olfato normal llamaría olor nauseabundo a este le embriagaba de vida.
Podía distinguir todas y cada una de las especias que su mujer usaba para preparar sus platos, podía separar, identificar y nombrar todos y cada uno de los condimentos mientras saboreaba los deliciosos bocados que se hallaban en la mesa.
Ella bromeaba mucho con esto
- Vaya, lo has vuelto a conseguir. ¿Estás seguro que en otra vida no fuiste perro? -
“Y es que uno se acostumbra hasta a trabajar con mierda…” Decía el.
Uno se acostumbraba hasta el punto de hacer algo nauseabundo exquisito al olfato.
Pero había algo a lo que jamás su percepción pudo llegar a acostumbrarse, el olor de la muerte.
El olor a descomposición y putrefacción nunca fue un problema en su labor, muchas veces encontraba mascotas muertas (gatos, tortugas, hámster e incluso perros) en el interior de los contenedores, debajo o detrás de estos y también se había conseguido acostumbrar a esta fragancia.
Pero el olor a descomposición de un cuerpo humano es el único que le había conseguido despertar las náuseas, la palidez e incluso la falta de sueño por las noches.
Cuatro meses recogiendo restos humanos de las calles, cuatro meses arrastrando cadáveres a los fosos; trabajando para reconstruir lo poco que queda de humanidad, para empezar una nueva vida; para crear nuevas ilusiones.
Los cuerpos sin vida hacía mucho tiempo que habían dejado de impresionarle. Pero por alguna razón el olor de estos le atormentaba.
Llegaba a casa con el olor de la muerte impregnado en su tez a pesar de los gruesos guantes, las máscaras antigás y las numerosas medidas de seguridad para no acabar criando malvas como todos aquellos desgraciados.
Sus intentos por despegar aquel olor de su piel solo encontraban frustración. El frote neurótico del cepillo contra esta había cavado hondas hendiduras en su piel creando ampollas de sangre y raspaduras que provocaban un ardiente dolor al rosar la ropa con estas.
Su pequeña insistía en que olía muy bien, puede que el olor estuviera tan incrustado en él, que fuera lo único que su olfato conseguía percibir o que el olfato de la cría no supiera distinguir el olor de la muerte entre el aroma del jabón y las cremas hidratantes que su padre usaba para intentar mermar las jaquecas producidas por la pestilencia.
Y es que uno nunca se podrá acostumbrar a un olor tan turbio, el olor de la muerte; el olor del final.
Capítulo I. Rutina Matutina.
Las cinco de la mañana, la rutina se apodera de Lionel. Se levantó tambaleante de la cama.
Entró en el cuarto de baño y miró su pálido rostro en el espejo. Su densa y bohemia melena negra que caía hasta sus hombros dejaba entrever una cana que antes no había visto.
- Joder… estoy empezando a hacerme viejo… - un fuerte tirón acabó con la vejez en su cabellera.
Se lavó la cara haciendo especial hincapié en las enormes legañas que le salían de los ojos.
La barba de tres días empezaba a darle un aire desaliñado, pero a ella le gustaba.
“Tendré que afeitarme dentro de poco…” pensaba mientras paseaba su mano por la cuadrada mandíbula.
Se introdujo en la ducha y giró la llave del agua caliente, no estaba dispuesto a pasar frio ese día a pesar de su costumbre de darse un buen baño de agua fría para espabilarse por las mañanas.
Salió de la ducha tras una nube de vapor.
Su mujer le esperaba despierta junto a la cama. Lionel se acercó a esta con la toalla a la cintura y la rodeó con los brazos.
Cada día se preguntaba como podía haber conseguido una mujer así, tan buena; tan guapa.
Pasó su mano por el rojizo pelo de su mujer mientras le plantaba un beso en los labios.
- Es hora de ir al curro cariño... – Dijo el.
- Estoy preparando café cuando estés listo baja a la cocina. – dijo ella mientras salía de la habitación.
- Me tienes demasiado mimado Sandra. –
Lionel se puso la ropa interior y se enfundó en su verde uniforme de basurero.
A pesar de trabajar con desperdicios y malos olores su uniforme olía como la mejor de las prendas.
Una vez listo para irse a trabajar bajó a la cocina y se tomó el café con unas pastas.
- Yo me vuelvo a la cama cariño, ten un buen día hoy en el trabajo. – dijo ella mientras le plantaba un beso en la mejilla.
Adoraba a esa mujer, era lo que siempre había deseado.
Antes de irse a trabajar entró en el cuarto de su pequeña, dormía ajena como siempre a los movimientos matutinos de su padre.
Se despertó dulcemente con un beso de su padre.
- No te despiertes nenita, sigue durmiendo. – dijo el mientras le acariciaba la cara.
Antes de volver a quedarse dormida profundamente la pequeña balbuceó unas palabras ininteligibles, luego cayó en un denso sueño.
Lionel con una sonrisa en la boca cerró lentamente la puerta del cuarto de su nena.
Bajó a la primera planta y se enfundó sus botas de cuero preparado y listo para irse a trabajar.
Cogió las llaves del coche que se encontraban donde siempre, en el cuenco del salón.
Salió a la calle, aún era de noche y el frío calaba hasta los huesos, así que se apresuró al coche y puso el aire acondicionado al tope. Con un suspiro de alivio puso el coche en marcha.
Antes de ir hacia la planta de reciclaje tenía que recoger a su compañero Raúl.
Un chico jovial que siempre tenía una sonrisa en la boca y una gorra embutida en la cabeza.
El chico era todo lo contrario de Lionel. Delgado y bajito, Lionel muchas veces se preguntaba de donde sacaba la fuerza para mover los contendores de basura hasta el camión, pero lo hacía sin mucho esfuerzo.
- ¿Cómo estamos esta mañana Lion? – Saludó el menudo chaval.
- Aquí estamos. Vamos a partirnos la espalda un rato. – contestó Lionel.
Después de recoger a Raúl se dirigieron a la planta de reciclaje.
Como todas las mañanas, Raúl sorprendía a Lionel con alguna batallita.
“Hay que ver lo que ha vivido este chico para tener veinte años…” pensaba Lionel.
La vida del chico había sido muy dura, criado por una familia de recursos escasos y en un barrio donde las drogas y la delincuencia eran la mayor actividad de la zona su forma de ser había jugado un papel muy fundamental para formar el hombre que era ahora.
Era una de las pocas personas de su barrio e incluso de su familia que se ganaba la vida de una forma honrada, había conseguido salir adelante; sacarse el título de bachillerato y aunque no pudo seguir estudiando por falta de recursos consiguió un trabajo en la planta de reciclaje.
Con piso propio ya se valía por sí solo a pesar de su temprana edad.
El largo parloteo de Raúl terminaba al divisar la planta de reciclaje.
-Hala, ya hemos llegado ¡al tajo! – Decía con energía Raúl.
Lionel estacionaba el coche en el parking para empleados y se dirigían a los garajes dónde estaban los camiones.
Allí se encontraban con el resto de la tropa con la que se repartían los territorios de la ciudad.
Ese día les tocaba la zona desde Tomás Morales hasta Pérez Galdós.
Raúl y Lionel saludaron al conductor de lo que sería su transporte durante aquella jornada, José.
Un hombre obeso y callado. Su cara quedaba profundamente ornamentada gracias a un denso bigote y una gran papada. Al igual que Raúl siempre llevaba una gorra embutida en la cabeza.
Las manchas de grasa que llevaba en el uniforme le daban un aire bastante dejado.
- Bueno chavales, apéense al camión que partimos. - dijo José limpiándose la boca con un sucio pañuelo.
¡Espero que os guste y que seais críticos!
Prólogo.
En su trabajo, el apestoso olor de los contenedores de basura acababa hasta pareciendole agradable al olfato. Cuando llevas diez años recogiendo los desperdicios y las sobras de cientos y cientos de familias la percepción olfativa se vuelve extraordinariamente buena, incluso llega el punto en el que a lo que a un olfato normal llamaría olor nauseabundo a este le embriagaba de vida.
Podía distinguir todas y cada una de las especias que su mujer usaba para preparar sus platos, podía separar, identificar y nombrar todos y cada uno de los condimentos mientras saboreaba los deliciosos bocados que se hallaban en la mesa.
Ella bromeaba mucho con esto
- Vaya, lo has vuelto a conseguir. ¿Estás seguro que en otra vida no fuiste perro? -
“Y es que uno se acostumbra hasta a trabajar con mierda…” Decía el.
Uno se acostumbraba hasta el punto de hacer algo nauseabundo exquisito al olfato.
Pero había algo a lo que jamás su percepción pudo llegar a acostumbrarse, el olor de la muerte.
El olor a descomposición y putrefacción nunca fue un problema en su labor, muchas veces encontraba mascotas muertas (gatos, tortugas, hámster e incluso perros) en el interior de los contenedores, debajo o detrás de estos y también se había conseguido acostumbrar a esta fragancia.
Pero el olor a descomposición de un cuerpo humano es el único que le había conseguido despertar las náuseas, la palidez e incluso la falta de sueño por las noches.
Cuatro meses recogiendo restos humanos de las calles, cuatro meses arrastrando cadáveres a los fosos; trabajando para reconstruir lo poco que queda de humanidad, para empezar una nueva vida; para crear nuevas ilusiones.
Los cuerpos sin vida hacía mucho tiempo que habían dejado de impresionarle. Pero por alguna razón el olor de estos le atormentaba.
Llegaba a casa con el olor de la muerte impregnado en su tez a pesar de los gruesos guantes, las máscaras antigás y las numerosas medidas de seguridad para no acabar criando malvas como todos aquellos desgraciados.
Sus intentos por despegar aquel olor de su piel solo encontraban frustración. El frote neurótico del cepillo contra esta había cavado hondas hendiduras en su piel creando ampollas de sangre y raspaduras que provocaban un ardiente dolor al rosar la ropa con estas.
Su pequeña insistía en que olía muy bien, puede que el olor estuviera tan incrustado en él, que fuera lo único que su olfato conseguía percibir o que el olfato de la cría no supiera distinguir el olor de la muerte entre el aroma del jabón y las cremas hidratantes que su padre usaba para intentar mermar las jaquecas producidas por la pestilencia.
Y es que uno nunca se podrá acostumbrar a un olor tan turbio, el olor de la muerte; el olor del final.
Capítulo I. Rutina Matutina.
Las cinco de la mañana, la rutina se apodera de Lionel. Se levantó tambaleante de la cama.
Entró en el cuarto de baño y miró su pálido rostro en el espejo. Su densa y bohemia melena negra que caía hasta sus hombros dejaba entrever una cana que antes no había visto.
- Joder… estoy empezando a hacerme viejo… - un fuerte tirón acabó con la vejez en su cabellera.
Se lavó la cara haciendo especial hincapié en las enormes legañas que le salían de los ojos.
La barba de tres días empezaba a darle un aire desaliñado, pero a ella le gustaba.
“Tendré que afeitarme dentro de poco…” pensaba mientras paseaba su mano por la cuadrada mandíbula.
Se introdujo en la ducha y giró la llave del agua caliente, no estaba dispuesto a pasar frio ese día a pesar de su costumbre de darse un buen baño de agua fría para espabilarse por las mañanas.
Salió de la ducha tras una nube de vapor.
Su mujer le esperaba despierta junto a la cama. Lionel se acercó a esta con la toalla a la cintura y la rodeó con los brazos.
Cada día se preguntaba como podía haber conseguido una mujer así, tan buena; tan guapa.
Pasó su mano por el rojizo pelo de su mujer mientras le plantaba un beso en los labios.
- Es hora de ir al curro cariño... – Dijo el.
- Estoy preparando café cuando estés listo baja a la cocina. – dijo ella mientras salía de la habitación.
- Me tienes demasiado mimado Sandra. –
Lionel se puso la ropa interior y se enfundó en su verde uniforme de basurero.
A pesar de trabajar con desperdicios y malos olores su uniforme olía como la mejor de las prendas.
Una vez listo para irse a trabajar bajó a la cocina y se tomó el café con unas pastas.
- Yo me vuelvo a la cama cariño, ten un buen día hoy en el trabajo. – dijo ella mientras le plantaba un beso en la mejilla.
Adoraba a esa mujer, era lo que siempre había deseado.
Antes de irse a trabajar entró en el cuarto de su pequeña, dormía ajena como siempre a los movimientos matutinos de su padre.
Se despertó dulcemente con un beso de su padre.
- No te despiertes nenita, sigue durmiendo. – dijo el mientras le acariciaba la cara.
Antes de volver a quedarse dormida profundamente la pequeña balbuceó unas palabras ininteligibles, luego cayó en un denso sueño.
Lionel con una sonrisa en la boca cerró lentamente la puerta del cuarto de su nena.
Bajó a la primera planta y se enfundó sus botas de cuero preparado y listo para irse a trabajar.
Cogió las llaves del coche que se encontraban donde siempre, en el cuenco del salón.
Salió a la calle, aún era de noche y el frío calaba hasta los huesos, así que se apresuró al coche y puso el aire acondicionado al tope. Con un suspiro de alivio puso el coche en marcha.
Antes de ir hacia la planta de reciclaje tenía que recoger a su compañero Raúl.
Un chico jovial que siempre tenía una sonrisa en la boca y una gorra embutida en la cabeza.
El chico era todo lo contrario de Lionel. Delgado y bajito, Lionel muchas veces se preguntaba de donde sacaba la fuerza para mover los contendores de basura hasta el camión, pero lo hacía sin mucho esfuerzo.
- ¿Cómo estamos esta mañana Lion? – Saludó el menudo chaval.
- Aquí estamos. Vamos a partirnos la espalda un rato. – contestó Lionel.
Después de recoger a Raúl se dirigieron a la planta de reciclaje.
Como todas las mañanas, Raúl sorprendía a Lionel con alguna batallita.
“Hay que ver lo que ha vivido este chico para tener veinte años…” pensaba Lionel.
La vida del chico había sido muy dura, criado por una familia de recursos escasos y en un barrio donde las drogas y la delincuencia eran la mayor actividad de la zona su forma de ser había jugado un papel muy fundamental para formar el hombre que era ahora.
Era una de las pocas personas de su barrio e incluso de su familia que se ganaba la vida de una forma honrada, había conseguido salir adelante; sacarse el título de bachillerato y aunque no pudo seguir estudiando por falta de recursos consiguió un trabajo en la planta de reciclaje.
Con piso propio ya se valía por sí solo a pesar de su temprana edad.
El largo parloteo de Raúl terminaba al divisar la planta de reciclaje.
-Hala, ya hemos llegado ¡al tajo! – Decía con energía Raúl.
Lionel estacionaba el coche en el parking para empleados y se dirigían a los garajes dónde estaban los camiones.
Allí se encontraban con el resto de la tropa con la que se repartían los territorios de la ciudad.
Ese día les tocaba la zona desde Tomás Morales hasta Pérez Galdós.
Raúl y Lionel saludaron al conductor de lo que sería su transporte durante aquella jornada, José.
Un hombre obeso y callado. Su cara quedaba profundamente ornamentada gracias a un denso bigote y una gran papada. Al igual que Raúl siempre llevaba una gorra embutida en la cabeza.
Las manchas de grasa que llevaba en el uniforme le daban un aire bastante dejado.
- Bueno chavales, apéense al camión que partimos. - dijo José limpiándose la boca con un sucio pañuelo.
Leafar- Encargado de las mantas
- Cantidad de envíos : 431
Edad : 34
Localización : Las Palmas
Fecha de inscripción : 02/09/2009
Re: Relato: Nauseabunda Muerte.
Bueno espero que no se considere doble post ya que han pasado mas de doce horitas, pero visto que nadie se anima a comentar os dejo otro capitulito
Capítulo II. Nos encasquetaron el muerto.
Los contenedores de basura atestados hasta la tapa brindaban otra vez más dolores de espalda a los basureros que se encargaban de arrastrarlos hasta el camión.
José recostado en el asiento del conductor solo se encargaba de poner en marcha el camión tras la orden de los basureros.
- Joder, mas quisiera yo estar ahí tumbado pisando un pedal y poniéndome las botas con comida basura como hace el maldito Obelix. – comentó Raúl mientras le ponía el seguro a uno de los contenedores móviles.
- Para eso hay que saber conducir pequeño, y un camión no es igual que un coche. Cosa que tú tampoco sabes manejar. – se burlaba Lionel de su compañero.
- Ya bueno, sigamos con lo nuestro. –
Los dos basureros se subieron a la parte de atrás del camión. Lionel dio un golpe seco al lateral de este y se puso en marcha.
Para variar, Raúl le contaba otra de sus numerosas batallitas a Lionel, el cual le miraba y soltaba alguna carcajada de vez en cuando.
- ¡Y entonces Alberto saltó por encima del coche y se le colgó del cuello de Rafa, semejante paliza
estaba a punto de llevarse!
El parloteo de Raúl se paró tras el sonido de los pistones del camión. Los dos basureros se bajaron y arrastraron otro de los contenedores hacia el camión.
- Joder, como pesa este.– se quejaba Lionel.
Con fuerza lo llevaron hasta el alcance de los brazos mecánicos del camión. Estos agarraron el contenedor y agitaron la carga en su interior.
Mientras los dos compañeros parloteaban no se fijaron en lo que había caído dentro de la compactadora del camión. Una persona gritaba mientras las mandíbulas metálicas le encerraban entre el montón de basura que habían acumulado.
- ¡Joder! - exclamó Raúl – ¡para eso! ¡para eso! –
Lionel con el asombro plasmado en los ojos se había quedado en blanco. Raúl tuvo que apartarle de un empujón de los mandos y abrir las mandíbulas de acero del camión.
Agarraron al hombre por los brazos y lo sacaron del camión, tenía las piernas destrozadas, y numerosas heridas por todo el cuerpo.
Lionel por fin reaccionó y se sacó el móvil del bolsillo.
- Cálmese caballero, respire con normalidad ahora mismo vendrá una ambulancia. – tranquilizaba Raúl a aquel individuo mientras su compañero llamaba al servicio de emergencias.
José que aún no se había enterado de nada de lo sucedido, salió del camión al ver que sus compañeros no habían terminado con la faena.
- ¡Santa madre de dios! ¡¿ lo he atropellado yo?! – Gritó el obeso conductor.
- ¡Cállate coño estoy intentando calmarle! –
- La ambulancia está en camino - Lionel se acercaba con el móvil en la mano.
El aspecto de aquél individuo era muy desalentador. Las piernas estaban en carne viva y tenía unas profundas heridas en los brazos, no se explicaba como demonios había acabado así en la compactadora.
Pudo observar cicatrices con forma circular por todas las extremidades.
Aquél personaje que tenía toda la pinta de ser un yonquí empezó a convulsionar. Escupía sangre en todas direcciones y observaron que se orinó encima. Movía el tórax bruscamente hacia arriba y hacia abajo golpeando la espalda contra el suelo en cada descenso.
- ¡Sujetadle! ¡Que no se trague la lengua! - Gritó Raúl mientras se quitaba un guante e introducía la mano en la boca del yonqui para intentar evitar que se ahogara con su propia lengua.
La ambulancia no llegaba.
El yonqui dejó de convulsionar y antes de que Raúl pudiera sacar la mano este cerró la boca con fuerza aprisionando los dedos del basurero en su interior.
Un grito de dolor escapó del interior de Raúl.
-¡Abridle la puta boca! – Gritaba - ¡Abrídsela joder!-
Consiguieron separarle las mandíbulas al yonqui y Raúl sacó la mano.
Los dientes habían cercenado los dedos hasta el hueso, el cual impidió que se los arrancara.
-¡Joder! ¡Duele que te cagas! – dijo Raúl mientras cogía el pañuelo que le tendía José.
Aquel individuo había dejado de respirar cuando pudieron divisar la ambulancia.
Esta llegó acompañada de un coche policial el cual tomó testimonio de cada uno de los presentes. Estos contaron lo sucedido con pelos y señales, los dos hombres de uniforme no parecían muy sorprendidos con los hechos.
Luego la ambulancia metió el cuerpo en una bolsa para cadáveres tras comproar que no tenía signos vitales y se lo llevaron al hospital junto con Raúl, el cual empezaba a marearse por la pérdida de sangre.
- ¿A qué hospital se lo llevan? – Preguntó Lionel.
- Al Santa Catalina. - Contestó uno de los auxiliares de la ambulancia.
José y Lionel se metieron en la cabina el conductor y soltaron un largo suspiro, para ellos la jornada de trabajo ya había terminado.
Capítulo II. Nos encasquetaron el muerto.
Los contenedores de basura atestados hasta la tapa brindaban otra vez más dolores de espalda a los basureros que se encargaban de arrastrarlos hasta el camión.
José recostado en el asiento del conductor solo se encargaba de poner en marcha el camión tras la orden de los basureros.
- Joder, mas quisiera yo estar ahí tumbado pisando un pedal y poniéndome las botas con comida basura como hace el maldito Obelix. – comentó Raúl mientras le ponía el seguro a uno de los contenedores móviles.
- Para eso hay que saber conducir pequeño, y un camión no es igual que un coche. Cosa que tú tampoco sabes manejar. – se burlaba Lionel de su compañero.
- Ya bueno, sigamos con lo nuestro. –
Los dos basureros se subieron a la parte de atrás del camión. Lionel dio un golpe seco al lateral de este y se puso en marcha.
Para variar, Raúl le contaba otra de sus numerosas batallitas a Lionel, el cual le miraba y soltaba alguna carcajada de vez en cuando.
- ¡Y entonces Alberto saltó por encima del coche y se le colgó del cuello de Rafa, semejante paliza
estaba a punto de llevarse!
El parloteo de Raúl se paró tras el sonido de los pistones del camión. Los dos basureros se bajaron y arrastraron otro de los contenedores hacia el camión.
- Joder, como pesa este.– se quejaba Lionel.
Con fuerza lo llevaron hasta el alcance de los brazos mecánicos del camión. Estos agarraron el contenedor y agitaron la carga en su interior.
Mientras los dos compañeros parloteaban no se fijaron en lo que había caído dentro de la compactadora del camión. Una persona gritaba mientras las mandíbulas metálicas le encerraban entre el montón de basura que habían acumulado.
- ¡Joder! - exclamó Raúl – ¡para eso! ¡para eso! –
Lionel con el asombro plasmado en los ojos se había quedado en blanco. Raúl tuvo que apartarle de un empujón de los mandos y abrir las mandíbulas de acero del camión.
Agarraron al hombre por los brazos y lo sacaron del camión, tenía las piernas destrozadas, y numerosas heridas por todo el cuerpo.
Lionel por fin reaccionó y se sacó el móvil del bolsillo.
- Cálmese caballero, respire con normalidad ahora mismo vendrá una ambulancia. – tranquilizaba Raúl a aquel individuo mientras su compañero llamaba al servicio de emergencias.
José que aún no se había enterado de nada de lo sucedido, salió del camión al ver que sus compañeros no habían terminado con la faena.
- ¡Santa madre de dios! ¡¿ lo he atropellado yo?! – Gritó el obeso conductor.
- ¡Cállate coño estoy intentando calmarle! –
- La ambulancia está en camino - Lionel se acercaba con el móvil en la mano.
El aspecto de aquél individuo era muy desalentador. Las piernas estaban en carne viva y tenía unas profundas heridas en los brazos, no se explicaba como demonios había acabado así en la compactadora.
Pudo observar cicatrices con forma circular por todas las extremidades.
Aquél personaje que tenía toda la pinta de ser un yonquí empezó a convulsionar. Escupía sangre en todas direcciones y observaron que se orinó encima. Movía el tórax bruscamente hacia arriba y hacia abajo golpeando la espalda contra el suelo en cada descenso.
- ¡Sujetadle! ¡Que no se trague la lengua! - Gritó Raúl mientras se quitaba un guante e introducía la mano en la boca del yonqui para intentar evitar que se ahogara con su propia lengua.
La ambulancia no llegaba.
El yonqui dejó de convulsionar y antes de que Raúl pudiera sacar la mano este cerró la boca con fuerza aprisionando los dedos del basurero en su interior.
Un grito de dolor escapó del interior de Raúl.
-¡Abridle la puta boca! – Gritaba - ¡Abrídsela joder!-
Consiguieron separarle las mandíbulas al yonqui y Raúl sacó la mano.
Los dientes habían cercenado los dedos hasta el hueso, el cual impidió que se los arrancara.
-¡Joder! ¡Duele que te cagas! – dijo Raúl mientras cogía el pañuelo que le tendía José.
Aquel individuo había dejado de respirar cuando pudieron divisar la ambulancia.
Esta llegó acompañada de un coche policial el cual tomó testimonio de cada uno de los presentes. Estos contaron lo sucedido con pelos y señales, los dos hombres de uniforme no parecían muy sorprendidos con los hechos.
Luego la ambulancia metió el cuerpo en una bolsa para cadáveres tras comproar que no tenía signos vitales y se lo llevaron al hospital junto con Raúl, el cual empezaba a marearse por la pérdida de sangre.
- ¿A qué hospital se lo llevan? – Preguntó Lionel.
- Al Santa Catalina. - Contestó uno de los auxiliares de la ambulancia.
José y Lionel se metieron en la cabina el conductor y soltaron un largo suspiro, para ellos la jornada de trabajo ya había terminado.
Leafar- Encargado de las mantas
- Cantidad de envíos : 431
Edad : 34
Localización : Las Palmas
Fecha de inscripción : 02/09/2009
Temas similares
» La muerte de clara
» Muerte Urbana
» Animales de la Muerte (WII)
» Hora de la muerte... 18:05
» Muerte ciega
» Muerte Urbana
» Animales de la Muerte (WII)
» Hora de la muerte... 18:05
» Muerte ciega
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.