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Segunda prueba
¿Furulas?
There's no sympathy for the infected.
4 participantes
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There's no sympathy for the infected.
Bueno, como me dijeron copiaré aquí la historia, si alguien quiere la URL con el trabajo completo que llevo que me la pida por MP.
Capítulos 1, 2 & 3
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 4/12/2009
La tenue luz del amanecer inunda una pequeña habitación de hospital. Un hombre despierta sobresaltado y se incorpora. Gira la cabeza observando la habitación, a su alrededor sólo se ve la cama en la que estaba, un soporte con una bolsa de suero vacía, una silla y una televisión cubiertas de polvo, la ventana y la puerta. Max, el hombre, se acerca a la ventana y arranca los listones de madera malamente clavados al otro lado de la ventana de un golpe seco. El paisaje fuera es desolador; los coches polvorientos, los árboles de los jardines están totalmente secos, no hay ninguna persona en las calles ni tan siquiera rastro de que haya habido alguien desde hace mucho tiempo. Max se gira hacia la puerta e intenta girar el pomo, sin embargo, está cerrada. De una fuerte patada el cerrojo de la puerta cede y se abre con un ruido seco al golpear contra la pared.
El pasillo está silencioso y oscuro, por los altavoces que hay instalados por todo el hospital se oye una débil e irregular respiración. Max empieza a andar cautelosamente. Sigue caminando hasta llegar a las escaleras que conducen al piso de abajo sin embargo algo le hace detenerse.
Desde la planta de abajo suena el disparo de un arma y el sonido de respiración cesa. Max baja corriendo por las escaleras y ve el macabro espectáculo. Una mujer de unos treinta años de edad sobre un charco de sangre que sale de un agujero en su cabeza, producido por un revólver que aún sostenía su cadáver.
Max se acerca al cadáver y recoge el revólver. Luego se acerca al ordenador de la recepción del edificio y busca en él su nombre. El único resultado es un pequeño documento de texto:
“Max Holbein, nacido el 29 de noviembre de 1977, es hasta la fecha el único caso confirmado de un ser humano que posee inmunidad total a la Esquizofrenia-B paranoide patológica. Es necesario que se tomen muestras de tejidos y sangre para su análisis.”
Al darse la vuelta y volver a contemplar el cadáver, Max se quedó aterrorizado, no por el cadáver, sino por la frialdad con la que había actuado hasta ese mismo momento. Se quedó unos segundos mirando el cuerpo tendido en el suelo, hasta que finalmente reaccionó y se dirigió hacia la puerta del hospital.
La puerta principal estaba atascada con un armario bastante pesado y un tubo metálico atravesado entre las dos partes de la puerta a modo de pestillo improvisado. Max no tardó más de cinco minutos en librarse de los obstáculos y abrirse paso al exterior. En los escalones que daban hacia la puerta principal del edificio había un periódico fechado en 9 de octubre de 2009, cuyo titular era más bien una desesperada petición de ayuda: “La E-B patológica se cobra su víctima 900.000.000 en su primer mes.”
-Novecientos millones de muertos en un mes… ¿Qué se supone que ha pasado aquí…?
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 5/12/2009
Max giró su brazo para ver su reloj; Eran las 09:23 del 19 de noviembre del año 2009. Eso quería decir que hacía un mes y diez días desde que ese periódico había sido publicado. También se podía adivinar que hacía también un mes y diez días desde que se entregó el último periódico en la ciudad y, posiblemente, el último signo de actividad en ella.
El sol aparecía lentamente por el horizonte. Max tenía frío, era invierno y él sólo llevaba una bata de hospital. Tenía numerosas dudas sobre lo ocurrido y sobre el hospital, sin embargo decidió que lo más importante en aquel momento era encontrar algo de ropa con la que abrigarse, así que se dirigió a la pequeña ciudad que había frente a él.
Delante del hospital había varios coches y motos, sin embargo sólo uno de los coches tenía las llaves puestas. El único medio de transporte que Max podía coger era un viejo coche en el que no se distinguía la suciedad del propio coche. Mirándolo de arriba abajo con cara de insatisfacción decidió finalmente entrar en el vehículo antes de resfriarse por el frío viento. Max giró la llave lentamente para comprobar que el coche arrancase. El ruido del perezoso motor fue cogiendo intensidad rápidamente. El coche parecía funcionar bien, así que su nuevo dueño lo condujo hasta el centro de la ciudad.
Las casas, edificios y tiendas por las que Max pasaba estaban totalmente desiertas. Max iba en busca de una tienda de ropa de la que poder coger alguna prenda para vestirse, sin embargo el coche se paró, el medidor de combustible marcaba que el depósito estaba vacío. El improvisado transporte había sido abandonado en medio de la calle por el que había sido su dueño durante apenas veinte minutos.
Max andaba ahora por la calle encogido de frío. Los grandes edificios que se alzaban a ambos lados de la calle bloqueaban el paso de los rayos del sol. Más adelante se veía un pequeño supermercado, así que aceleró el paso y puso rumbo hacia él en busca de comida o alguna prenda que ponerse.
Para su sorpresa las puertas del supermercado estaban cerradas. Max pensó que ya que no había una sola persona en toda la ciudad no ocurriría nada si las forzaba para entrar, así que eso hizo. Las puertas de vidrio parecían robustas, sin embargo una patada de Max bastó para hacer añicos el cristal y entrar al local. Las estanterías estaban casi vacías y apenas quedaba nada de comida, sin embargo al final del pasillo se veía una sección de prendas y Max pudo finalmente ponerse algo de ropa.
Una vez vestido adecuadamente para protegerse del frío Max se dispuso a salir del supermercado, sin embargo algo lo dejó impactado; había un hombre en la puerta. Su camisa estaba cubierta de sangre y en su mano derecha tenía firmemente agarrado un destornillador. El hombre se dispuso a hablar pero parecía que le costaba coordinar los movimientos de su boca y lengua para conseguir emitir los sonidos deseados. Finalmente pudo articular una frase:
-Me están siguiendo, ayúdame.
-¿Quién te sigue?
El hombre al oír a Max esbozó una mueca de terror y contestó:
-Tú…¡Me estás siguiendo!
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 6/12/2009
-Yo no…
Antes de que Max consiguiese acabar de hablar el hombre se abalanzó sobre Max y alzó el destornillador sobre el pecho de su víctima. Fue entonces cuando Max recordó que llevaba el revólver , el cual sacó de la parte trasera de su pantalón y disparó contra la cabeza del agresor. El agujero en la cabeza del hombre empezó a sangrar y el cuerpo cayó sobre Max. Su cara estaba ahora cubierta de sangre de aquel individuo y sus prendas, aunque en menor medida, también.
Max apartó el cadáver para liberarse de su peso y se quedó unos segundos en el suelo tendido, esperando que su corazón dejase de latir a ese ritmo tan acelerado. Cuando todo parecía ya tranquilo, Max notó como alguien apretaba el cañón de un arma contra su cabeza.
-Levántate y tira tu arma.
Max se puso en pie y dejó caer el revólver que le había salvado la vida al frío suelo. Seguidamente se giró y vio a un hombre con una máscara de gas que sujetaba una escopeta contra su cabeza.
-¡Ey, Josh, ven aquí e inspecciona a éste tío de aquí a ver si está contagiado!
-¿Co-contagiado…? – Dijo Max con la voz temblorosa.
-Vaya, o has salido de una cueva o eres un enfermo superdotado…
De repente se abrió una trampilla en el suelo por detrás de una de las grandes estanterías y de ella salió otro hombre con máscara de gas, éste tenía un pequeño maletín del que sacó una jeringuilla, la cual clavó en el brazo de Max y le sacó una cantidad considerable de sangre. Seguidamente el hombre de la jeringuilla sacó un pequeño recipiente en el que echó la sangre de Max y al que añadió una sustancia de transparente. La sangre pasó de tener el característico color rojo a tener un tono naranja azulado.
-¡Joder, éste tipo está infectado! ¡Pégale un tiro antes de que haga algo!
-¿¡Qué!? ¡Espera, no puedes matarme, no estoy infectado de lo que quiera que estéis hablando!
-¡Vaya, éste enfermito es bastante listo! – Gritó el hombre de la escopeta entre risas. –Bien listillo, ¿Y cómo sabes que no estás infectado? La prueba dio positivo…
-Yo…No me encuentro mal, estoy como siempre…No entiendo cómo podría estar infectado de nada…
Ambos hombres se miraron, las máscaras de gas no dejaban ver sus rostros. El hombre que le había hecho aquella prueba a Max se dispuso a hablar.
-José, de hecho no parece infectado aunque la prueba dé positivo. No presenta un comportamiento paranoide y puede articular varias palabras sin problema.
-¿Entonces la prueba…?
-La prueba nunca falla, y eso sólo puede significar una cosa…
-Tú mismo me dijiste que era imposible que existiese un híbrido, de hecho Joanna no consiguió revertir el proceso en ninguno de los enfermos.
Capítulos 1, 2 & 3
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 4/12/2009
La tenue luz del amanecer inunda una pequeña habitación de hospital. Un hombre despierta sobresaltado y se incorpora. Gira la cabeza observando la habitación, a su alrededor sólo se ve la cama en la que estaba, un soporte con una bolsa de suero vacía, una silla y una televisión cubiertas de polvo, la ventana y la puerta. Max, el hombre, se acerca a la ventana y arranca los listones de madera malamente clavados al otro lado de la ventana de un golpe seco. El paisaje fuera es desolador; los coches polvorientos, los árboles de los jardines están totalmente secos, no hay ninguna persona en las calles ni tan siquiera rastro de que haya habido alguien desde hace mucho tiempo. Max se gira hacia la puerta e intenta girar el pomo, sin embargo, está cerrada. De una fuerte patada el cerrojo de la puerta cede y se abre con un ruido seco al golpear contra la pared.
El pasillo está silencioso y oscuro, por los altavoces que hay instalados por todo el hospital se oye una débil e irregular respiración. Max empieza a andar cautelosamente. Sigue caminando hasta llegar a las escaleras que conducen al piso de abajo sin embargo algo le hace detenerse.
Desde la planta de abajo suena el disparo de un arma y el sonido de respiración cesa. Max baja corriendo por las escaleras y ve el macabro espectáculo. Una mujer de unos treinta años de edad sobre un charco de sangre que sale de un agujero en su cabeza, producido por un revólver que aún sostenía su cadáver.
Max se acerca al cadáver y recoge el revólver. Luego se acerca al ordenador de la recepción del edificio y busca en él su nombre. El único resultado es un pequeño documento de texto:
“Max Holbein, nacido el 29 de noviembre de 1977, es hasta la fecha el único caso confirmado de un ser humano que posee inmunidad total a la Esquizofrenia-B paranoide patológica. Es necesario que se tomen muestras de tejidos y sangre para su análisis.”
Al darse la vuelta y volver a contemplar el cadáver, Max se quedó aterrorizado, no por el cadáver, sino por la frialdad con la que había actuado hasta ese mismo momento. Se quedó unos segundos mirando el cuerpo tendido en el suelo, hasta que finalmente reaccionó y se dirigió hacia la puerta del hospital.
La puerta principal estaba atascada con un armario bastante pesado y un tubo metálico atravesado entre las dos partes de la puerta a modo de pestillo improvisado. Max no tardó más de cinco minutos en librarse de los obstáculos y abrirse paso al exterior. En los escalones que daban hacia la puerta principal del edificio había un periódico fechado en 9 de octubre de 2009, cuyo titular era más bien una desesperada petición de ayuda: “La E-B patológica se cobra su víctima 900.000.000 en su primer mes.”
-Novecientos millones de muertos en un mes… ¿Qué se supone que ha pasado aquí…?
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 5/12/2009
Max giró su brazo para ver su reloj; Eran las 09:23 del 19 de noviembre del año 2009. Eso quería decir que hacía un mes y diez días desde que ese periódico había sido publicado. También se podía adivinar que hacía también un mes y diez días desde que se entregó el último periódico en la ciudad y, posiblemente, el último signo de actividad en ella.
El sol aparecía lentamente por el horizonte. Max tenía frío, era invierno y él sólo llevaba una bata de hospital. Tenía numerosas dudas sobre lo ocurrido y sobre el hospital, sin embargo decidió que lo más importante en aquel momento era encontrar algo de ropa con la que abrigarse, así que se dirigió a la pequeña ciudad que había frente a él.
Delante del hospital había varios coches y motos, sin embargo sólo uno de los coches tenía las llaves puestas. El único medio de transporte que Max podía coger era un viejo coche en el que no se distinguía la suciedad del propio coche. Mirándolo de arriba abajo con cara de insatisfacción decidió finalmente entrar en el vehículo antes de resfriarse por el frío viento. Max giró la llave lentamente para comprobar que el coche arrancase. El ruido del perezoso motor fue cogiendo intensidad rápidamente. El coche parecía funcionar bien, así que su nuevo dueño lo condujo hasta el centro de la ciudad.
Las casas, edificios y tiendas por las que Max pasaba estaban totalmente desiertas. Max iba en busca de una tienda de ropa de la que poder coger alguna prenda para vestirse, sin embargo el coche se paró, el medidor de combustible marcaba que el depósito estaba vacío. El improvisado transporte había sido abandonado en medio de la calle por el que había sido su dueño durante apenas veinte minutos.
Max andaba ahora por la calle encogido de frío. Los grandes edificios que se alzaban a ambos lados de la calle bloqueaban el paso de los rayos del sol. Más adelante se veía un pequeño supermercado, así que aceleró el paso y puso rumbo hacia él en busca de comida o alguna prenda que ponerse.
Para su sorpresa las puertas del supermercado estaban cerradas. Max pensó que ya que no había una sola persona en toda la ciudad no ocurriría nada si las forzaba para entrar, así que eso hizo. Las puertas de vidrio parecían robustas, sin embargo una patada de Max bastó para hacer añicos el cristal y entrar al local. Las estanterías estaban casi vacías y apenas quedaba nada de comida, sin embargo al final del pasillo se veía una sección de prendas y Max pudo finalmente ponerse algo de ropa.
Una vez vestido adecuadamente para protegerse del frío Max se dispuso a salir del supermercado, sin embargo algo lo dejó impactado; había un hombre en la puerta. Su camisa estaba cubierta de sangre y en su mano derecha tenía firmemente agarrado un destornillador. El hombre se dispuso a hablar pero parecía que le costaba coordinar los movimientos de su boca y lengua para conseguir emitir los sonidos deseados. Finalmente pudo articular una frase:
-Me están siguiendo, ayúdame.
-¿Quién te sigue?
El hombre al oír a Max esbozó una mueca de terror y contestó:
-Tú…¡Me estás siguiendo!
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 6/12/2009
-Yo no…
Antes de que Max consiguiese acabar de hablar el hombre se abalanzó sobre Max y alzó el destornillador sobre el pecho de su víctima. Fue entonces cuando Max recordó que llevaba el revólver , el cual sacó de la parte trasera de su pantalón y disparó contra la cabeza del agresor. El agujero en la cabeza del hombre empezó a sangrar y el cuerpo cayó sobre Max. Su cara estaba ahora cubierta de sangre de aquel individuo y sus prendas, aunque en menor medida, también.
Max apartó el cadáver para liberarse de su peso y se quedó unos segundos en el suelo tendido, esperando que su corazón dejase de latir a ese ritmo tan acelerado. Cuando todo parecía ya tranquilo, Max notó como alguien apretaba el cañón de un arma contra su cabeza.
-Levántate y tira tu arma.
Max se puso en pie y dejó caer el revólver que le había salvado la vida al frío suelo. Seguidamente se giró y vio a un hombre con una máscara de gas que sujetaba una escopeta contra su cabeza.
-¡Ey, Josh, ven aquí e inspecciona a éste tío de aquí a ver si está contagiado!
-¿Co-contagiado…? – Dijo Max con la voz temblorosa.
-Vaya, o has salido de una cueva o eres un enfermo superdotado…
De repente se abrió una trampilla en el suelo por detrás de una de las grandes estanterías y de ella salió otro hombre con máscara de gas, éste tenía un pequeño maletín del que sacó una jeringuilla, la cual clavó en el brazo de Max y le sacó una cantidad considerable de sangre. Seguidamente el hombre de la jeringuilla sacó un pequeño recipiente en el que echó la sangre de Max y al que añadió una sustancia de transparente. La sangre pasó de tener el característico color rojo a tener un tono naranja azulado.
-¡Joder, éste tipo está infectado! ¡Pégale un tiro antes de que haga algo!
-¿¡Qué!? ¡Espera, no puedes matarme, no estoy infectado de lo que quiera que estéis hablando!
-¡Vaya, éste enfermito es bastante listo! – Gritó el hombre de la escopeta entre risas. –Bien listillo, ¿Y cómo sabes que no estás infectado? La prueba dio positivo…
-Yo…No me encuentro mal, estoy como siempre…No entiendo cómo podría estar infectado de nada…
Ambos hombres se miraron, las máscaras de gas no dejaban ver sus rostros. El hombre que le había hecho aquella prueba a Max se dispuso a hablar.
-José, de hecho no parece infectado aunque la prueba dé positivo. No presenta un comportamiento paranoide y puede articular varias palabras sin problema.
-¿Entonces la prueba…?
-La prueba nunca falla, y eso sólo puede significar una cosa…
-Tú mismo me dijiste que era imposible que existiese un híbrido, de hecho Joanna no consiguió revertir el proceso en ninguno de los enfermos.
seydeluxe- Recien llegado al refugio
- Cantidad de envíos : 15
Fecha de inscripción : 04/05/2010
Re: There's no sympathy for the infected.
Muy buena historia amigo,me gustò mucho el capitulo 3 con su final.Sigue asi.
DarkHades- Pirómano
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Edad : 30
Localización : Refugiándome en la estación de bomberos.
Fecha de inscripción : 11/01/2010
Re: There's no sympathy for the infected.
Hasta ahora va genial
espero el capitulo 4!
espero el capitulo 4!
Kov- Encargado de las mantas
- Cantidad de envíos : 472
Edad : 30
Localización : Alone in the Darkness
Fecha de inscripción : 25/04/2010
Re: There's no sympathy for the infected.
Gracias por las opiniones, me alegra que os guste
Capítulos 4, 5 & 1B
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 7/12/2009
-Pues parece que algo fallaba. Su existencia demuestra que esto es reversible.
Ambos hombres, José y Josh, guardaron silencio durante unos instantes. José suspiró profundamente y bajó su escopeta, Josh cogió el revólver del suelo y se dirigió a Max.
-Síguenos, con nosotros estarás a salvo.
-Pero…¿A salvo de qué exactamente?
-Debes estar de broma, ¿no sabes lo que es la E-B patológica?
-Es obvio que no lo sé, sino no lo preguntaría…
-En fin…Vayamos a un lugar más seguro y hablemos tranquilamente.
Los tres hombres comenzaron a andar, se dirigían hacia la trampilla por la que salió Josh, el hombre que hizo las pruebas a Max. Dentro de la trampilla había un pasillo bastante largo, cuya única iluminación era una linterna que José llevaba en su mano. Tras un par de minutos andando llegaron al final del pasillo, donde había una puerta de metal. Josh, que iba en cabeza, sacó de su maletín una llave con la que abrió el candado que había por la parte exterior de la puerta. Tras eso la puerta se abrió y dejó ver una estancia de tamaño medio, en la que había una televisión, un sofá, una mesa y cuatro sillas a su alrededor. Al fondo de la habitación había otra puerta, ésta era una puerta normal y corriente, tras la cual había una enorme despensa en la que guardaban los víveres que había ido cogiendo del supermercado que tenían encima.
Finalmente los tres hombres entraron a la habitación y se sentaron. Josh se relajó y se dispuso a contarle a Max qué estaba ocurriendo.
-La E-B patológica es el resultado de la experimentación para el desarrollo de armas biológicas. Al parecer el gobierno estaba desarrollando un nuevo virus llamado vulgarmente “virus del traidor”, el cual provocaba un comportamiento paranoide a quienes contagiaba y que estaba pensado para usar contra soldados enemigos y conseguir que éstos se matasen entre ellos. Sin embargo les salió el tiro por la culata; Uno de los científicos que trabajaban allí se infectó por error , ya ves la panda de incompetentes que eran... . A partir de ahí ya te puedes imaginar lo que ocurrió, el virus se transmite por el aire y por los fluidos corporales, como la sangre o saliva, recientemente el virus ha mutado y se transmite también por el agua, por tanto no es seguro beber agua de grifos o embalses, la única que se puede consumir es la que está embotellada.
Max se paró a meditar unos momentos, los tres hombres permanecieron en total silencio. Josh miró al pobre hombre, que aún permanecía confuso intentando asimilar lo ocurrido, hasta que finalmente se dispuso a hablar.
-Entonces se supone que yo estoy infectado, por tanto soy portador, sin embargo no padezco sus síntomas.
-Exacto. Pero además de eso también posees la “receta” del antídoto en tu material genético, lo que podría significar el volver a restaurar el orden en la sociedad y salvar miles, millones de vidas.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 7/12/2009
-Todo eso lo deduje solo, pero aún tengo algunas dudas. Para empezar, ¿Quién es esa tal Joanna de la que hablasteis arriba?
-Joanna es… Bueno… Era la esposa de José en México. Ella era experta en genética y nosotros le ayudábamos como podíamos a buscar una cura contra la enfermedad. Sin embargo un día salimos todos a buscar provisiones en algún centro comercial o supermercado, pero el coche nos dejó tirados en mitad de la ciudad de Guadalajara, todo aquello estaba infestado de cadáveres de enfermos, de hecho los enfermos tienden a matarse entre ellos. Bueno… Siguiendo con lo que te contaba, tuvimos que bajar del coche y buscar otro transporte. De camino hacia un concesionario que había por allí Joanna se paró a beber agua en una fuente que había en un parque no muy lejos de donde estábamos. Dos días después fue el propio José el que le pegó el tiro en la cabeza. Por desgracia, fue así como descubrimos que el virus había mutado para transmitirse también por el agua.
Max agachó la cabeza, arrepentido de haber hecho la pregunta. José, que había estado callado durante toda la explicación, se levantó con los ojos llorosos y se metió en la despensa en busca de la soledad.
-Bien… ¿Querías preguntar algo más?
-La verdad es que sí… ¿Cómo pensáis hacer ese antídoto?
-Sinceramente… No lo sé aún. Hace dos semanas oímos por radio a un hombre que estaba emitiendo desde aquí. Decía tener información sobre alguien que afirmaba poder crear una cura definitiva, por lo que viajamos desde México hasta aquí, Denver. Cuando llegamos dimos con ese hombre, que nos ofreció refugio aquí, su pequeño escondite. Estuvimos hablando durante gran parte de la noche y nos contó que cerca de Detroit había alguien llamado Bill Flint, según él era un científico que trabajó en el proyecto del virus como desarrollador y sabía como desarrollar la cura. Hasta ahora no teníamos ningún motivo real para ir hasta allí, pero ahora si es verdad que existe ese científico podría hacer una cura totalmente eficaz.
-Entiendo… Entonces quizá deberíamos ponernos en marcha hacia Detroit.
-Partiremos esta noche cuando oscurezca. Los infectados son humanos al fin y al cabo, por tanto se mueven peor de noche.
-¿En qué iremos entonces?
-…José tiene un Hummer.
_________________________________________________________________________________________________
Hasta aquí la línea A de la historia.
Haré una aclaración: Líneas A y B se suceden en el mismo espacio temporal, es decir, ambas suceden en el mismo día y ambas se desarrollan simultaneamente en distintos lugares.
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Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 8/12/2009
Un rayo de sol se refleja en un espejo que preside la habitación de una casa. Una mujer joven, de unos 20 años de edad, abre sus ojos lentamente. Molesta por el rayo de sol levanta su mano derecha y se tapa la cara. Mira a su alrededor; está en un cuarto de baño. Delante de ella hay un váter con la tapa levantada y restos de vómito en las orillas. A su derecha está el lavabo, en la pared encima de él, el gran espejo que presidía la sala. Jessica, la mujer, se incorpora y se mira al espejo. Vestía una blusa y unos pantalones vaqueros, ambos manchados de sangre. Aterrorizada por la idea de lo que podría haber hecho dirigió la vista hacia arriba, hacia su cara. En su cara todo parecía normal, salvo unas gotas de sangre. Sin embargo… Los ojos de Jessica comenzaron a tomar lentamente un color rojizo, cada vez más rojo. La vista de la mujer se nubló totalmente y perdió el conocimiento.
Jessica vuelve a despertar un par de horas después, ésta vez estaba boca abajo tumbada en el suelo. La mujer está asustada, no sabe que le ha ocurrido ni por qué su ropa está cubierta de sangre. Sin fuerzas apenas, apoya sus manos en el suelo y empuja para levantar su cuerpo. Una vez de pie vuelve a mirar a su alrededor, sin embargo hay algo diferente a la última vez; la puerta, cerrada, está llena de arañazos. Jessica da la vuelta a sus manos y mira sus dedos. Las uñas están quebradas, las puntas de sus dedos, ensangrentadas y repletas de astillas. Un escalofrío recorre la espalda de la mujer, que finalmente se decide a abrir la puerta del aseo.
Jessica se asoma aterrorizada al pasillo, mira a la izquierda ya que la puerta se abría hacia la derecha e impedía ver que había hacia aquel lado. La parte izquierda de la casa parecía vacía, pero algo le decía a Jessica que comprobase la parte derecha antes de dar su siguiente paso, así que decidió hacer caso a su instinto. Agarró el pomo interior de la puerta que tapaba la parte derecha del pasillo y la cerró. En la cara exterior de la puerta había un cuchillo de un tamaño considerable clavado. Jessica miró la hoja del cuchillo; estaba cubierta de sangre. Sin dudar un momento cogió el arma por el mango y lo sacó de la puerta.
-“Si está pasando algo raro aquí necesitaré algo con lo que protegerme, tanta sangre sólo puede ser un signo de un enfrentamiento…”
La vista de Jessica fue más allá de la puerta. Al final del pasillo había un hombre de pie, quieto, que se mecía lentamente sobre sus piernas. Tenía la mirada perdida, dirigida hacia una pared al fondo de la habitación. En su mano sostenía una pequeña figura de mármol blanco cubierta de sangre. El corazón de Jessica empezó a latir más y más rápido. Levantó el cuchillo sobre su pecho y se dispuso a hablar con el hombre.
-¿Señor…? ¿Está usted…?
El hombre, que pareció salir del trance en el que se encontraba, giró la cabeza hacia Jessica. Parecía intentar hablar, pero sus intentos fueron en vano, ninguna palabra salió de la boca de aquel hombre, que repentinamente empezó a correr hacia Jessica. Ésta sin dudarlo, al ver que el hombre iba hacia ella, hizo un movimiento limpio con el cuchillo y cortó la garganta de su atacante. La sangre salió de su cuello hacia todos lados, manchando las paredes del pasillo y la cara de Jessica. Poco a poco la vista de Jessica se fue nublando como la vez anterior en el cuarto de baño. En un último esfuerzo y sabiendo que iba a caer inconsciente de nuevo lanzó el cuchillo lejos de ella, para evitar clavárselo al desmayarse.
Capítulos 4, 5 & 1B
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 7/12/2009
-Pues parece que algo fallaba. Su existencia demuestra que esto es reversible.
Ambos hombres, José y Josh, guardaron silencio durante unos instantes. José suspiró profundamente y bajó su escopeta, Josh cogió el revólver del suelo y se dirigió a Max.
-Síguenos, con nosotros estarás a salvo.
-Pero…¿A salvo de qué exactamente?
-Debes estar de broma, ¿no sabes lo que es la E-B patológica?
-Es obvio que no lo sé, sino no lo preguntaría…
-En fin…Vayamos a un lugar más seguro y hablemos tranquilamente.
Los tres hombres comenzaron a andar, se dirigían hacia la trampilla por la que salió Josh, el hombre que hizo las pruebas a Max. Dentro de la trampilla había un pasillo bastante largo, cuya única iluminación era una linterna que José llevaba en su mano. Tras un par de minutos andando llegaron al final del pasillo, donde había una puerta de metal. Josh, que iba en cabeza, sacó de su maletín una llave con la que abrió el candado que había por la parte exterior de la puerta. Tras eso la puerta se abrió y dejó ver una estancia de tamaño medio, en la que había una televisión, un sofá, una mesa y cuatro sillas a su alrededor. Al fondo de la habitación había otra puerta, ésta era una puerta normal y corriente, tras la cual había una enorme despensa en la que guardaban los víveres que había ido cogiendo del supermercado que tenían encima.
Finalmente los tres hombres entraron a la habitación y se sentaron. Josh se relajó y se dispuso a contarle a Max qué estaba ocurriendo.
-La E-B patológica es el resultado de la experimentación para el desarrollo de armas biológicas. Al parecer el gobierno estaba desarrollando un nuevo virus llamado vulgarmente “virus del traidor”, el cual provocaba un comportamiento paranoide a quienes contagiaba y que estaba pensado para usar contra soldados enemigos y conseguir que éstos se matasen entre ellos. Sin embargo les salió el tiro por la culata; Uno de los científicos que trabajaban allí se infectó por error , ya ves la panda de incompetentes que eran... . A partir de ahí ya te puedes imaginar lo que ocurrió, el virus se transmite por el aire y por los fluidos corporales, como la sangre o saliva, recientemente el virus ha mutado y se transmite también por el agua, por tanto no es seguro beber agua de grifos o embalses, la única que se puede consumir es la que está embotellada.
Max se paró a meditar unos momentos, los tres hombres permanecieron en total silencio. Josh miró al pobre hombre, que aún permanecía confuso intentando asimilar lo ocurrido, hasta que finalmente se dispuso a hablar.
-Entonces se supone que yo estoy infectado, por tanto soy portador, sin embargo no padezco sus síntomas.
-Exacto. Pero además de eso también posees la “receta” del antídoto en tu material genético, lo que podría significar el volver a restaurar el orden en la sociedad y salvar miles, millones de vidas.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 7/12/2009
-Todo eso lo deduje solo, pero aún tengo algunas dudas. Para empezar, ¿Quién es esa tal Joanna de la que hablasteis arriba?
-Joanna es… Bueno… Era la esposa de José en México. Ella era experta en genética y nosotros le ayudábamos como podíamos a buscar una cura contra la enfermedad. Sin embargo un día salimos todos a buscar provisiones en algún centro comercial o supermercado, pero el coche nos dejó tirados en mitad de la ciudad de Guadalajara, todo aquello estaba infestado de cadáveres de enfermos, de hecho los enfermos tienden a matarse entre ellos. Bueno… Siguiendo con lo que te contaba, tuvimos que bajar del coche y buscar otro transporte. De camino hacia un concesionario que había por allí Joanna se paró a beber agua en una fuente que había en un parque no muy lejos de donde estábamos. Dos días después fue el propio José el que le pegó el tiro en la cabeza. Por desgracia, fue así como descubrimos que el virus había mutado para transmitirse también por el agua.
Max agachó la cabeza, arrepentido de haber hecho la pregunta. José, que había estado callado durante toda la explicación, se levantó con los ojos llorosos y se metió en la despensa en busca de la soledad.
-Bien… ¿Querías preguntar algo más?
-La verdad es que sí… ¿Cómo pensáis hacer ese antídoto?
-Sinceramente… No lo sé aún. Hace dos semanas oímos por radio a un hombre que estaba emitiendo desde aquí. Decía tener información sobre alguien que afirmaba poder crear una cura definitiva, por lo que viajamos desde México hasta aquí, Denver. Cuando llegamos dimos con ese hombre, que nos ofreció refugio aquí, su pequeño escondite. Estuvimos hablando durante gran parte de la noche y nos contó que cerca de Detroit había alguien llamado Bill Flint, según él era un científico que trabajó en el proyecto del virus como desarrollador y sabía como desarrollar la cura. Hasta ahora no teníamos ningún motivo real para ir hasta allí, pero ahora si es verdad que existe ese científico podría hacer una cura totalmente eficaz.
-Entiendo… Entonces quizá deberíamos ponernos en marcha hacia Detroit.
-Partiremos esta noche cuando oscurezca. Los infectados son humanos al fin y al cabo, por tanto se mueven peor de noche.
-¿En qué iremos entonces?
-…José tiene un Hummer.
_________________________________________________________________________________________________
Hasta aquí la línea A de la historia.
Haré una aclaración: Líneas A y B se suceden en el mismo espacio temporal, es decir, ambas suceden en el mismo día y ambas se desarrollan simultaneamente en distintos lugares.
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Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 8/12/2009
Un rayo de sol se refleja en un espejo que preside la habitación de una casa. Una mujer joven, de unos 20 años de edad, abre sus ojos lentamente. Molesta por el rayo de sol levanta su mano derecha y se tapa la cara. Mira a su alrededor; está en un cuarto de baño. Delante de ella hay un váter con la tapa levantada y restos de vómito en las orillas. A su derecha está el lavabo, en la pared encima de él, el gran espejo que presidía la sala. Jessica, la mujer, se incorpora y se mira al espejo. Vestía una blusa y unos pantalones vaqueros, ambos manchados de sangre. Aterrorizada por la idea de lo que podría haber hecho dirigió la vista hacia arriba, hacia su cara. En su cara todo parecía normal, salvo unas gotas de sangre. Sin embargo… Los ojos de Jessica comenzaron a tomar lentamente un color rojizo, cada vez más rojo. La vista de la mujer se nubló totalmente y perdió el conocimiento.
Jessica vuelve a despertar un par de horas después, ésta vez estaba boca abajo tumbada en el suelo. La mujer está asustada, no sabe que le ha ocurrido ni por qué su ropa está cubierta de sangre. Sin fuerzas apenas, apoya sus manos en el suelo y empuja para levantar su cuerpo. Una vez de pie vuelve a mirar a su alrededor, sin embargo hay algo diferente a la última vez; la puerta, cerrada, está llena de arañazos. Jessica da la vuelta a sus manos y mira sus dedos. Las uñas están quebradas, las puntas de sus dedos, ensangrentadas y repletas de astillas. Un escalofrío recorre la espalda de la mujer, que finalmente se decide a abrir la puerta del aseo.
Jessica se asoma aterrorizada al pasillo, mira a la izquierda ya que la puerta se abría hacia la derecha e impedía ver que había hacia aquel lado. La parte izquierda de la casa parecía vacía, pero algo le decía a Jessica que comprobase la parte derecha antes de dar su siguiente paso, así que decidió hacer caso a su instinto. Agarró el pomo interior de la puerta que tapaba la parte derecha del pasillo y la cerró. En la cara exterior de la puerta había un cuchillo de un tamaño considerable clavado. Jessica miró la hoja del cuchillo; estaba cubierta de sangre. Sin dudar un momento cogió el arma por el mango y lo sacó de la puerta.
-“Si está pasando algo raro aquí necesitaré algo con lo que protegerme, tanta sangre sólo puede ser un signo de un enfrentamiento…”
La vista de Jessica fue más allá de la puerta. Al final del pasillo había un hombre de pie, quieto, que se mecía lentamente sobre sus piernas. Tenía la mirada perdida, dirigida hacia una pared al fondo de la habitación. En su mano sostenía una pequeña figura de mármol blanco cubierta de sangre. El corazón de Jessica empezó a latir más y más rápido. Levantó el cuchillo sobre su pecho y se dispuso a hablar con el hombre.
-¿Señor…? ¿Está usted…?
El hombre, que pareció salir del trance en el que se encontraba, giró la cabeza hacia Jessica. Parecía intentar hablar, pero sus intentos fueron en vano, ninguna palabra salió de la boca de aquel hombre, que repentinamente empezó a correr hacia Jessica. Ésta sin dudarlo, al ver que el hombre iba hacia ella, hizo un movimiento limpio con el cuchillo y cortó la garganta de su atacante. La sangre salió de su cuello hacia todos lados, manchando las paredes del pasillo y la cara de Jessica. Poco a poco la vista de Jessica se fue nublando como la vez anterior en el cuarto de baño. En un último esfuerzo y sabiendo que iba a caer inconsciente de nuevo lanzó el cuchillo lejos de ella, para evitar clavárselo al desmayarse.
seydeluxe- Recien llegado al refugio
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Re: There's no sympathy for the infected.
Ohh, se esta poniendo mejor!
Sigue asi
Sigue asi
Kov- Encargado de las mantas
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Re: There's no sympathy for the infected.
Me tome mi tiempo para leermelo jejej,esta muy bueno amigo,espero tus proximas entregas.
DarkHades- Pirómano
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 2B, 3B y 4B. Una vez más, gracias por los comentarios, me alegra que sea de vuestro gusto ^^.
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Jessica volvió en sí. Parecía que habían pasado más de tres o cuatro horas, pues ya había pasado la mañana. Ahora ya no estaba en aquella casa, sino en la calle. La mujer volvió su brazo para ver qué hora marcaba su reloj. La pantalla del aparato estaba manchada de sangre, por lo que se dispuso a retirar las manchas secas con sus uñas, cuando se acordó de cómo habían acabado sus dedos. Jessica bajó la vista al suelo y cogió una pequeña piedra que había en mitad de la carretera en la que había despertado, con ella arañó la pantalla del reloj arrastrando los restos de sangre seca y dejando ver la hora. Eran las 17:31. El estómago de Jessica estaba vacío y la pobre mujer tenía hambre, así que se dispuso a buscar algún supermercado en el que poder coger algo.
Ciertamente Jessica se notaba rara, no le extrañó en ningún momento el hecho de que la ciudad estuviese completamente vacía, era como si todo eso fuese normal para ella. No podía recordar nada anterior a cuando se despertó esta misma mañana, así que tampoco se quiso calentar la cabeza en cosas que no podría resolver.
La mujer giró la cabeza pensando qué dirección tomar para poder conseguir comida. Finalmente decidió seguir recta por la carretera en la que estaba. A su lado derecho se alzaba un gran edificio de oficinas, o eso parecía, a su izquierda, una hilera de pequeñas casas unifamiliares. Tras cinco minutos andando, Jessica empezó a tener una extraña sensación, como si el ambiente estuviese muy cargado. Jessica empezó a asustarse, no quería desmayarse de nuevo.
Siguió andando, pasaron varios minutos más y la mujer conservaba aquella sensación. Definitivamente no parecía que fuese a desmayarse, era más bien una sensación de que no estaba sola en aquella parte de la ciudad. Repentinamente se rompió un cristal de un edificio que había a su lado. Del segundo piso había saltado una mujer de unos cuarenta años, que al caer al suelo se rompió los tobillos y empezó a gritar a la chica, que observaba impactada. Desde una calle que había por detrás de Jessica apareció otro señor que no andaba lejos de tener la misma edad que aquella mujer. El hombre se dirigió corriendo hacia el cuerpo de la mujer que había saltado y, con una piedra bastante grande que llevaba en sus manos, aplastó su cabeza contra el frío asfalto. Jessica, que había estado paralizada observando lo ocurrido, se dio cuenta de que no llevaba el cuchillo que la había salvado en la ocasión anterior, lo había tirado en la casa. El hombre, manchado por la sangre de la señora que yacía muerta en el suelo, se giró, y apenas sin mirar, se dirigió corriendo hacia Jessica. Ésta no tenía otra opción más que correr para salvar su vida.
Segundos después de haber empezado a correr, a Jessica se le empezó a nublar la vista.
-No puede acabar todo así…- Dijo la chica mientras el cuerpo sin fuerzas caía al suelo y perdía la consciencia.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 8/12/2009
Jessica vuelve a recobrar la consciencia lentamente. Lo primero que le viene a la cabeza es la última imagen que conserva de antes de caer inconsciente. La primera reacción que tiene al venirle la imagen a su cabeza es un grito de terror, pero lentamente se va dando cuenta de que no ha muerto, sigue viva. La mujer se incorpora y mira a su alrededor. Está en una habitación, a su lado hay una cama, que es el único mueble del habitáculo, delante de ella hay una puerta metálica, y detrás, una ventana tapada por una madera que está fijada a la pared con clavos. Jessica se dispone a mirar la hora, son las 20:45. Sin saber cómo ha llegado hasta ahí ni por qué está encerrada empieza a gritar y golpear la puerta.
-¡Abridme, por favor! ¡No he hecho nada!- gritaba Jessica con desesperación.
Al ver que nadie respondía a sus suplicas, empezó a golpear la puerta con las manos abiertas. Entonces algo llamó su atención; sus manos estaban cubiertas de sangre. Todo aquello parecía una pesadilla sin final. Mientras Jessica golpeaba la puerta metálica sonó una voz por la parte de fuera.
-¡Jessica, te has despertado! – Dijo un hombre con una voz particularmente alegre. – No te preocupes, ya voy a abrirte.
-¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre…? – Preguntó débilmente Jessica mientras el hombre abría la puerta.
Tras la pesada puerta se podía ver a un hombre ya anciano, de 70 años o más, que vestía una bata blanca de laboratorio. Nada resaltaba especialmente en su cara, su pelo era canoso y poco abundante, sus ojos eran marrones y llevaba unas gafas bastante gruesas, su nariz era completamente normal y su boca y labios eran pequeños.
-Vaya… Parece que te debiste dar un buen golpe… Soy Bill Flint, trabajábamos juntos aquí. Te encontré tumbada en la calle y te traje hasta aquí lo más rápido posible.
-Pero…¿Dónde estamos exactamente y en qué se supone que trabajaba con usted?
-Estamos en Detroit y trabajábamos en el desarrollo de una cura para la E-B Patológica.
Jessica guardó silencio y el hombre la invitó a pasar a lo que sería el salón de la casa.
- Hace varios días saliste en busca de provisiones y no volviste, ¿puedes recordar algo de lo ocurrido?
La chica negó con la cabeza mientras se dirigía hacia una de las sillas de la habitación principal. Bill se quedó atrás cerrando la puerta metálica, al girarse pudo apreciar varias marcas de pinchazos en el cuello de Jessica, como si le hubiesen inyectado algo. El hombre cambió la mueca de felicidad de su cara a una de total seriedad.
-Jessica, hasta ahora he pensado que no estabas infectada a pesar de toda la sangre que había en tu ropa. – Dijo el hombre mirándola. Hasta ahora la mujer, que miraba atónita sus nuevas prendas, no se había dado cuenta de que llevaba ropa limpia. – Tu ropa la he quemado para evitar cualquier posible contagio. Siguiendo con lo que decía… Pensé que simplemente te habías demorado más de lo normal buscando comida, que no te había pasado nada y que no estabas infectada, pero por las marcas de agujas en tu cuello… ¿Usaste el fármaco que estábamos a medio desarrollar?
-Yo no… No recuerdo nada, lo siento.
-Joder Jessica… ¿Cómo pudiste hacerlo? Era un fármaco experimental… Aunque si estabas infectada imagino que no tendrías muchas más posibilidades que esa…
-No sé de qué está hablando…
-No, claro que no. Si no recuerdas nada difícilmente sabrás de que te hablo… Verás, hace unos días terminamos un fármaco contra la E-B Patológica que, al parecer, tenía cierta efectividad en las pruebas que hicimos, sólo ayudaba a reducir los síntomas en cierta medida. Siempre solíamos guardar un duplicado de los fármacos que desarrollábamos en el maletero del coche, por si teníamos que salir rápido de aquí, no perder todo el trabajo. El día que saliste, te llevaste el coche para cargar las provisiones, pero no regresaste.
-Entonces… ¿Eso significa que tengo la misma enfermedad que todas esas personas que se matan sin razón alguna?
-No lo sé, si te lo inyectaste antes de que la infección se manifestase no sé cómo podría haber actuado.
-Yo…Yo…
A Jessica se le fue nublando la vista lentamente, la chica intentó mantenerse consciente, pero le fue imposible conseguirlo. Finalmente el cuerpo de la chica cayó de la silla al suelo, como si de un cadáver se tratase.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 9/12/2009
De nuevo volvía a despertar Jessica. En sus muñecas y tobillos notaba un intenso dolor, producto de unas cuerdas que la mantenían presa en la misma cama que había en la habitación de la puerta metálica. De hecho cuando paró de forcejear con sus ataduras y se paró a mirar a su alrededor, pudo comprobar que era la misma habitación. A los pies de la cama, sentado en una de las sillas de la sala de estar, estaba el mismo anciano que decía haber trabajado con ella. Bill encendió la luz de la habitación y miró a Jessica.
-¿Q-que ha… pasado? – Dijo intentando mantener su voz firme. - ¿Por qué estoy atada a la cama?
-Cuando te desmayaste en la sala de estar lo primero que pensé es que la vacuna sólo había conseguido retrasar los efectos de la enfermedad, así que decidí atarte a la cama aunque sólo fuese por precaución. – El anciano paró de hablar y guardó silencio durante unos segundos, repasando lo ocurrido mentalmente. – No me equivoqué demasiado…
-¿C-cómo? No entiendo qué quieres decir…
-Quiero decir, Jessica, que estas enferma y, a la vez, no lo estás. ¿Sabes qué ocurre cuando te desmayas?
La chica miró fijamente a los ojos de Bill. Imaginaba a donde quería llegar el anciano, pero el terror se apoderaba de ella y se negaba a aceptarlo. Tímidamente negó con la cabeza y el anciano suspiró profundamente.
-Cuando te desmayas… Te vuelves como ellos, así que me temo que…
El sonido de un aparato de radio, que provenía de la habitación principal, hizo saltar al hombre de su silla e ir a toda prisa hacia el aparato colocado en el centro de la única mesa que había en el habitáculo. Jessica se quedó en silencio, quieta, pensando en qué se suponía que haría con ella ahora que no estaba seguro a su lado.
-Aquí… Som… Alg…en… - El aparato no conseguía sintonizar de forma eficaz aquella emisión.
El anciano dirigió sus temblorosas manos hacia un par de ruedecillas que tenía el aparato, e intentó captar aquella transmisión lo más clara y limpia posible. Tras un par de minutos buscando en diferentes frecuencias, finalmente consiguió dar con la correcta. Bill acercó su oreja al aparato y escuchó atentamente.
-Aquí José, Josh y Max. Somos tres supervivientes, no estamos infectados. Buscamos al doctor Bill Flint, por favor, si alguien nos escucha que nos responda. – La transmisión era repetida cada par de minutos.
Bill agarró el micrófono de su radio y se dispuso a responder a aquel mensaje.
-Aquí Bill Flint, ¿me recibís?
El anciano soltó el botón que había pulsado con la esperanza de recibir algún tipo de contestación. Tras varios segundos de espera en tensión, finalmente respondieron al mensaje.
-Sí, te escuchamos. Tenemos que verte, ¿puedes darnos tu dirección?
El hombre lo dudó un momento, pero luego pensó que nada podía empeorar las cosas y que si podían usar una radio y responderle obviamente no estaban infectados.
-Claro, os espero, la dirección de donde estoy es...
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Jessica volvió en sí. Parecía que habían pasado más de tres o cuatro horas, pues ya había pasado la mañana. Ahora ya no estaba en aquella casa, sino en la calle. La mujer volvió su brazo para ver qué hora marcaba su reloj. La pantalla del aparato estaba manchada de sangre, por lo que se dispuso a retirar las manchas secas con sus uñas, cuando se acordó de cómo habían acabado sus dedos. Jessica bajó la vista al suelo y cogió una pequeña piedra que había en mitad de la carretera en la que había despertado, con ella arañó la pantalla del reloj arrastrando los restos de sangre seca y dejando ver la hora. Eran las 17:31. El estómago de Jessica estaba vacío y la pobre mujer tenía hambre, así que se dispuso a buscar algún supermercado en el que poder coger algo.
Ciertamente Jessica se notaba rara, no le extrañó en ningún momento el hecho de que la ciudad estuviese completamente vacía, era como si todo eso fuese normal para ella. No podía recordar nada anterior a cuando se despertó esta misma mañana, así que tampoco se quiso calentar la cabeza en cosas que no podría resolver.
La mujer giró la cabeza pensando qué dirección tomar para poder conseguir comida. Finalmente decidió seguir recta por la carretera en la que estaba. A su lado derecho se alzaba un gran edificio de oficinas, o eso parecía, a su izquierda, una hilera de pequeñas casas unifamiliares. Tras cinco minutos andando, Jessica empezó a tener una extraña sensación, como si el ambiente estuviese muy cargado. Jessica empezó a asustarse, no quería desmayarse de nuevo.
Siguió andando, pasaron varios minutos más y la mujer conservaba aquella sensación. Definitivamente no parecía que fuese a desmayarse, era más bien una sensación de que no estaba sola en aquella parte de la ciudad. Repentinamente se rompió un cristal de un edificio que había a su lado. Del segundo piso había saltado una mujer de unos cuarenta años, que al caer al suelo se rompió los tobillos y empezó a gritar a la chica, que observaba impactada. Desde una calle que había por detrás de Jessica apareció otro señor que no andaba lejos de tener la misma edad que aquella mujer. El hombre se dirigió corriendo hacia el cuerpo de la mujer que había saltado y, con una piedra bastante grande que llevaba en sus manos, aplastó su cabeza contra el frío asfalto. Jessica, que había estado paralizada observando lo ocurrido, se dio cuenta de que no llevaba el cuchillo que la había salvado en la ocasión anterior, lo había tirado en la casa. El hombre, manchado por la sangre de la señora que yacía muerta en el suelo, se giró, y apenas sin mirar, se dirigió corriendo hacia Jessica. Ésta no tenía otra opción más que correr para salvar su vida.
Segundos después de haber empezado a correr, a Jessica se le empezó a nublar la vista.
-No puede acabar todo así…- Dijo la chica mientras el cuerpo sin fuerzas caía al suelo y perdía la consciencia.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 8/12/2009
Jessica vuelve a recobrar la consciencia lentamente. Lo primero que le viene a la cabeza es la última imagen que conserva de antes de caer inconsciente. La primera reacción que tiene al venirle la imagen a su cabeza es un grito de terror, pero lentamente se va dando cuenta de que no ha muerto, sigue viva. La mujer se incorpora y mira a su alrededor. Está en una habitación, a su lado hay una cama, que es el único mueble del habitáculo, delante de ella hay una puerta metálica, y detrás, una ventana tapada por una madera que está fijada a la pared con clavos. Jessica se dispone a mirar la hora, son las 20:45. Sin saber cómo ha llegado hasta ahí ni por qué está encerrada empieza a gritar y golpear la puerta.
-¡Abridme, por favor! ¡No he hecho nada!- gritaba Jessica con desesperación.
Al ver que nadie respondía a sus suplicas, empezó a golpear la puerta con las manos abiertas. Entonces algo llamó su atención; sus manos estaban cubiertas de sangre. Todo aquello parecía una pesadilla sin final. Mientras Jessica golpeaba la puerta metálica sonó una voz por la parte de fuera.
-¡Jessica, te has despertado! – Dijo un hombre con una voz particularmente alegre. – No te preocupes, ya voy a abrirte.
-¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre…? – Preguntó débilmente Jessica mientras el hombre abría la puerta.
Tras la pesada puerta se podía ver a un hombre ya anciano, de 70 años o más, que vestía una bata blanca de laboratorio. Nada resaltaba especialmente en su cara, su pelo era canoso y poco abundante, sus ojos eran marrones y llevaba unas gafas bastante gruesas, su nariz era completamente normal y su boca y labios eran pequeños.
-Vaya… Parece que te debiste dar un buen golpe… Soy Bill Flint, trabajábamos juntos aquí. Te encontré tumbada en la calle y te traje hasta aquí lo más rápido posible.
-Pero…¿Dónde estamos exactamente y en qué se supone que trabajaba con usted?
-Estamos en Detroit y trabajábamos en el desarrollo de una cura para la E-B Patológica.
Jessica guardó silencio y el hombre la invitó a pasar a lo que sería el salón de la casa.
- Hace varios días saliste en busca de provisiones y no volviste, ¿puedes recordar algo de lo ocurrido?
La chica negó con la cabeza mientras se dirigía hacia una de las sillas de la habitación principal. Bill se quedó atrás cerrando la puerta metálica, al girarse pudo apreciar varias marcas de pinchazos en el cuello de Jessica, como si le hubiesen inyectado algo. El hombre cambió la mueca de felicidad de su cara a una de total seriedad.
-Jessica, hasta ahora he pensado que no estabas infectada a pesar de toda la sangre que había en tu ropa. – Dijo el hombre mirándola. Hasta ahora la mujer, que miraba atónita sus nuevas prendas, no se había dado cuenta de que llevaba ropa limpia. – Tu ropa la he quemado para evitar cualquier posible contagio. Siguiendo con lo que decía… Pensé que simplemente te habías demorado más de lo normal buscando comida, que no te había pasado nada y que no estabas infectada, pero por las marcas de agujas en tu cuello… ¿Usaste el fármaco que estábamos a medio desarrollar?
-Yo no… No recuerdo nada, lo siento.
-Joder Jessica… ¿Cómo pudiste hacerlo? Era un fármaco experimental… Aunque si estabas infectada imagino que no tendrías muchas más posibilidades que esa…
-No sé de qué está hablando…
-No, claro que no. Si no recuerdas nada difícilmente sabrás de que te hablo… Verás, hace unos días terminamos un fármaco contra la E-B Patológica que, al parecer, tenía cierta efectividad en las pruebas que hicimos, sólo ayudaba a reducir los síntomas en cierta medida. Siempre solíamos guardar un duplicado de los fármacos que desarrollábamos en el maletero del coche, por si teníamos que salir rápido de aquí, no perder todo el trabajo. El día que saliste, te llevaste el coche para cargar las provisiones, pero no regresaste.
-Entonces… ¿Eso significa que tengo la misma enfermedad que todas esas personas que se matan sin razón alguna?
-No lo sé, si te lo inyectaste antes de que la infección se manifestase no sé cómo podría haber actuado.
-Yo…Yo…
A Jessica se le fue nublando la vista lentamente, la chica intentó mantenerse consciente, pero le fue imposible conseguirlo. Finalmente el cuerpo de la chica cayó de la silla al suelo, como si de un cadáver se tratase.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 9/12/2009
De nuevo volvía a despertar Jessica. En sus muñecas y tobillos notaba un intenso dolor, producto de unas cuerdas que la mantenían presa en la misma cama que había en la habitación de la puerta metálica. De hecho cuando paró de forcejear con sus ataduras y se paró a mirar a su alrededor, pudo comprobar que era la misma habitación. A los pies de la cama, sentado en una de las sillas de la sala de estar, estaba el mismo anciano que decía haber trabajado con ella. Bill encendió la luz de la habitación y miró a Jessica.
-¿Q-que ha… pasado? – Dijo intentando mantener su voz firme. - ¿Por qué estoy atada a la cama?
-Cuando te desmayaste en la sala de estar lo primero que pensé es que la vacuna sólo había conseguido retrasar los efectos de la enfermedad, así que decidí atarte a la cama aunque sólo fuese por precaución. – El anciano paró de hablar y guardó silencio durante unos segundos, repasando lo ocurrido mentalmente. – No me equivoqué demasiado…
-¿C-cómo? No entiendo qué quieres decir…
-Quiero decir, Jessica, que estas enferma y, a la vez, no lo estás. ¿Sabes qué ocurre cuando te desmayas?
La chica miró fijamente a los ojos de Bill. Imaginaba a donde quería llegar el anciano, pero el terror se apoderaba de ella y se negaba a aceptarlo. Tímidamente negó con la cabeza y el anciano suspiró profundamente.
-Cuando te desmayas… Te vuelves como ellos, así que me temo que…
El sonido de un aparato de radio, que provenía de la habitación principal, hizo saltar al hombre de su silla e ir a toda prisa hacia el aparato colocado en el centro de la única mesa que había en el habitáculo. Jessica se quedó en silencio, quieta, pensando en qué se suponía que haría con ella ahora que no estaba seguro a su lado.
-Aquí… Som… Alg…en… - El aparato no conseguía sintonizar de forma eficaz aquella emisión.
El anciano dirigió sus temblorosas manos hacia un par de ruedecillas que tenía el aparato, e intentó captar aquella transmisión lo más clara y limpia posible. Tras un par de minutos buscando en diferentes frecuencias, finalmente consiguió dar con la correcta. Bill acercó su oreja al aparato y escuchó atentamente.
-Aquí José, Josh y Max. Somos tres supervivientes, no estamos infectados. Buscamos al doctor Bill Flint, por favor, si alguien nos escucha que nos responda. – La transmisión era repetida cada par de minutos.
Bill agarró el micrófono de su radio y se dispuso a responder a aquel mensaje.
-Aquí Bill Flint, ¿me recibís?
El anciano soltó el botón que había pulsado con la esperanza de recibir algún tipo de contestación. Tras varios segundos de espera en tensión, finalmente respondieron al mensaje.
-Sí, te escuchamos. Tenemos que verte, ¿puedes darnos tu dirección?
El hombre lo dudó un momento, pero luego pensó que nada podía empeorar las cosas y que si podían usar una radio y responderle obviamente no estaban infectados.
-Claro, os espero, la dirección de donde estoy es...
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Re: There's no sympathy for the infected.
Ohh, me has dejado con la duda!
que les pasara Dx
Espero con ancias los proximos capitulos
que les pasara Dx
Espero con ancias los proximos capitulos
Kov- Encargado de las mantas
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Re: There's no sympathy for the infected.
Me ha gustado este capitulo.Espero con ansias el proximo.
DarkHades- Pirómano
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Re: There's no sympathy for the infected.
Comienzo de la parte C, la más larga hasta el momento.
Capítulos 1C, 2C & 3C
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 9/12/2009
Bill volvió a la habitación con Jessica, que parecía haber estado escuchando todo. El anciano la miró y le dedicó una pequeña sonrisa, luego se sentó en la silla, cogió sus manos y se las llevó a los labios.
-¿Va a venir alguien más, Bill? – Dijo ella desde la cama, intentando cambiar la conversación que habían tenido hasta ahora.
-Ese ahora es el menor de nuestros problemas… Jessica, estás enferma. Tu estado te hace más peligrosa aún que cualquiera de ellos, cualquier persona normal te socorrería al desmayarte y eso supondría su muerte. Por el momento creo que lo mejor es que permanezcas así. – El anciano levantó su mirada y se puso en pie. – Lo siento.
-Bill, espera, yo no… - La chica dejó de hablar al ver que el anciano salía de la habitación y cerraba la puerta.
Bill pasó al salón, de allí fue a la cocina y abrió uno de los armarios que habían en la parte superior de la encimera. De él sacó un pequeño mechero y una tetera. Dejó ambos en una mesita que había a su derecha y abrió el armario de abajo, del que sacó una botella de agua y un paquete de bolsitas de té. Se volvió hacia la cocina de gas y prendió uno de los fogones. Abrió la botella de agua y rellenó la cafetera, que puso en el fuego a calentar. De otro armario sacó 4 tazas que llevó a la mesa del salón, junto con las bolsitas de té.
El anciano se disponía a volver a la cocina para revisar cómo iba la tetera cuando oyó el sonido de la radio de nuevo.
-¡Bill, rápido!, ¿estás ahí? Espero que oigas esto… Estamos llegando, nos siguen cerca de veinte infectados a pie por la carretera, no creo que podamos apañárnoslas solos, además el depósito del coche está bajo mínimos. Responde por favor.
Bill se apresuró a responder a la radio, por culpa de las prisas tiró una de las pequeñas tazas de té al suelo, que se rompió esparciendo varios pedazos de porcelana por encima de una alfombra que había colocada.
-¡Sí, sí, estoy aquí! ¿Cómo decís que os siguen? ¿No se han matado entre ellos?. – El anciano nervioso retiró el dedo del botón colocado bajo el micrófono y esperó una respuesta.
-¡Joder, no tenemos tiempo de dar muchas más explicaciones, ya casi estamos llegando a la dirección que nos diste, ábrenos la puerta y, por el amor de Dios, coge algún arma si quieres que todos salgamos vivos de ésta!
Bill se colocó delante de un sillón con aspecto antiguo, rápidamente quitó uno de los cojines que servían a modo de asiento y sacó una pistola y un par de cargadores. Luego corrió hacia la puerta, ya se podía oír desde fuera el pitido de un coche a lo lejos. El anciano suspiró profundamente y abrió todos los cerrojos que tenía la puerta, abriendo la propia puerta tan bruscamente que golpeó contra la pared del interior de la casa.
Bill no podía creerlo, decían la verdad. Desde el final de la calle llegaba un Hummer blanco cubierto completamente de sangre. Las luces deslumbraron momentáneamente al anciano. Cuando éste recuperó la visión, pudo observar el espectáculo digno de una película de Hollywood; un hombre conducía y otros dos, con medio cuerpo asomado por la ventanilla, disparaban a toda cosa que se moviese allí fuera. Por ambos lados de la calle llegaban enfermos que se dirigían hacia el coche.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 10/12/2009
El coche estaba cada vez más cerca de la casa de Bill, quien desde la puerta de la vivienda hacía señas con los brazos. Los dos hombres que estaban disparando metieron los cuerpos dentro del coche y subieron las ventanillas.
-¡¿Listos chicos?! ¡A la de tres vamos todos fuera del coche y corremos hacia la casa! – Gritó Josh a sus dos acompañantes. – Uno… Dos… ¡Tres, saltad!
Josh dio un volantazo y el enorme coche giró hasta ponerse horizontal. En la maniobra el propio coche destrozó el cuerpo de varios enfermos que iban hacia él. Los tres hombres salieron del vehículo corriendo, con las armas en las manos, hacia donde estaba Bill, quien desde la puerta de la vivienda disparaba a los infectados que se podían ver entre aquella oscuridad. Finalmente y sin problemas consiguieron llegar todos a la casa de Bill, que cerró la puerta y empezó a echar cerrojos.
Apenas les había dado tiempo a recuperar el aliento cuando empezó a sonar el ruido de cristales rotos por la parte exterior de la casa. Los enfermos estaban intentando entrar. Los cuatro hombres se miraron y suspiraron. José, que se había tirado al suelo exhausto, se puso en pie y cargó su escopeta, de la cual salió un cartucho que cayó al suelo. Los tablones de madera que habían clavados a las paredes estaban cediendo. Todos estaban dispuestos para afrontar lo que les viniera, cuando se oyó desde fuera una voz.
-Todos… Deb… Debéis… P-pagar p… Por lo q… Que nos habéis he-hecho…
Todos los presentes se estremecieron ante lo que oyeron.
-¿Habéis oído lo mismo que yo he oído…? – Dijo Bill mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo. – Definitivamente este no es el virus que yo conocía… Trabajan en grupo… Han conseguido articular una frase…
Max, que sostenía una pistola, recordó lo que le ocurrió a la salida del supermercado. En aquella ocasión el infectado había conseguido pronunciar no sólo una, sino dos frases, pero ese no era momento para ponerse a contarlo, ya lo haría más adelante si tenía oportunidad. De hecho, ese no era ni siquiera el momento idóneo para ponerse a pensar en otra cosa de cómo salir de allí.
-Allá vamos… - Dijo José mientras miraba a la ventana que tenía a su lado.
Los cuatro hombres se miraron, se pusieron sus máscaras de gas y asintieron a la vez. José y Max, que estaban más cerca de las ventanas, quitaron las tablas de una patada y los enfermos empezaron a entrar torpemente. Los que estaban por detrás empujaban a los de adelante, y éstos caían al suelo. Los que había ocupado la primera fila, empujados por decenas de infectados que tenían detrás, se clavaron los cristales rotos que quedaban en la ventana.
Los cuatro hombres empezaron a disparar a las ventanas. Apenas se oía nada entre los disparos. La sangre salía hacia todas direcciones, las paredes interiores de la parte frontal de la casa estaban repletas de balazos, el suelo, encharcado de sangre. Los cadáveres quedaban apilados sobre los marcos de las ventanas, impidiendo que entrasen otros enfermos y facilitando la eliminación de los que querían penetrar en la vivienda.
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Tras unos intensos minutos, finalmente pudieron parar y descansar un poco. Sólo Max se quitó la mascarilla y miró al anciano doctor. No se podía saber qué expresión tenía en la cara, pues su máscara lo impedía. En ese momento giró su cabeza y miró la cara de Max.
-¡Joven! ¿¡Por qué te has quitado la máscara!? ¿¡Acaso quieres morir!? – Gritó el anciano furioso y apuntando a Max.
-Señor, baje su arma. Hemos venido hasta aquí por él. Es inmune a la enfermedad. – Dijo Josh esperando que su corazón bajase un poco de ritmo.
-Vaya… Parece que mereció la pena todo este destrozo, al fin y al cabo debería poder crear un antídoto.
Las palabras del anciano eran realmente esperanzadoras para los cuatro hombres, por un momento todos guardaron silencio disfrutando de aquella tranquilidad.
-¿Desde dónde os han estado siguiendo?
-Yo diría que fueron como cuatro kilómetros detrás del coche corriendo.
-Yo creo que fueron más, ¡esos cabrones están hechos unos atletas! – Exclamó José mientras se reía. – Realmente fue una pena el no poder haber reventado la cabeza a unos cuantos más.
-Vaya… Qué comentario más violento. Deberías cuidar en donde empleas esas energías. Por cierto… Aún no nos hemos presentado, yo soy Josh. Ellos son José y Max. – Dijo mientras señalaba a cada uno de sus compañeros.
-Bueno… Vosotros ya sabéis quién soy, o al menos eso parece. Ahora si vuestro coche aún funciona, deberíamos cambiarnos de ropa, pues la nuestra está ensangrentada, e ir donde tengo el laboratorio para ponernos manos a la obr…
Bill no pudo terminar la frase, algo le interrumpió. Desde el cuarto donde estaba tumbada Jessica se oían golpes. Parecía que también habían entrado por la ventana del habitáculo en el que la chica estaba presa. El anciano tomó aire, sabía que, cuando entrase, encontraría el cadáver de la chica que por tanto tiempo le había ayudado. No había manera que continuase con vida, Bill la había atado a conciencia a aquella cama para evitar que escapase.
-Joder, se nos acabó el descanso… Vamos a ver quién ha entrado ahora. – Dijo José mientras sacaba unos cartuchos del bolsillo de su chaqueta y cargaba su arma.
Capítulos 1C, 2C & 3C
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 9/12/2009
Bill volvió a la habitación con Jessica, que parecía haber estado escuchando todo. El anciano la miró y le dedicó una pequeña sonrisa, luego se sentó en la silla, cogió sus manos y se las llevó a los labios.
-¿Va a venir alguien más, Bill? – Dijo ella desde la cama, intentando cambiar la conversación que habían tenido hasta ahora.
-Ese ahora es el menor de nuestros problemas… Jessica, estás enferma. Tu estado te hace más peligrosa aún que cualquiera de ellos, cualquier persona normal te socorrería al desmayarte y eso supondría su muerte. Por el momento creo que lo mejor es que permanezcas así. – El anciano levantó su mirada y se puso en pie. – Lo siento.
-Bill, espera, yo no… - La chica dejó de hablar al ver que el anciano salía de la habitación y cerraba la puerta.
Bill pasó al salón, de allí fue a la cocina y abrió uno de los armarios que habían en la parte superior de la encimera. De él sacó un pequeño mechero y una tetera. Dejó ambos en una mesita que había a su derecha y abrió el armario de abajo, del que sacó una botella de agua y un paquete de bolsitas de té. Se volvió hacia la cocina de gas y prendió uno de los fogones. Abrió la botella de agua y rellenó la cafetera, que puso en el fuego a calentar. De otro armario sacó 4 tazas que llevó a la mesa del salón, junto con las bolsitas de té.
El anciano se disponía a volver a la cocina para revisar cómo iba la tetera cuando oyó el sonido de la radio de nuevo.
-¡Bill, rápido!, ¿estás ahí? Espero que oigas esto… Estamos llegando, nos siguen cerca de veinte infectados a pie por la carretera, no creo que podamos apañárnoslas solos, además el depósito del coche está bajo mínimos. Responde por favor.
Bill se apresuró a responder a la radio, por culpa de las prisas tiró una de las pequeñas tazas de té al suelo, que se rompió esparciendo varios pedazos de porcelana por encima de una alfombra que había colocada.
-¡Sí, sí, estoy aquí! ¿Cómo decís que os siguen? ¿No se han matado entre ellos?. – El anciano nervioso retiró el dedo del botón colocado bajo el micrófono y esperó una respuesta.
-¡Joder, no tenemos tiempo de dar muchas más explicaciones, ya casi estamos llegando a la dirección que nos diste, ábrenos la puerta y, por el amor de Dios, coge algún arma si quieres que todos salgamos vivos de ésta!
Bill se colocó delante de un sillón con aspecto antiguo, rápidamente quitó uno de los cojines que servían a modo de asiento y sacó una pistola y un par de cargadores. Luego corrió hacia la puerta, ya se podía oír desde fuera el pitido de un coche a lo lejos. El anciano suspiró profundamente y abrió todos los cerrojos que tenía la puerta, abriendo la propia puerta tan bruscamente que golpeó contra la pared del interior de la casa.
Bill no podía creerlo, decían la verdad. Desde el final de la calle llegaba un Hummer blanco cubierto completamente de sangre. Las luces deslumbraron momentáneamente al anciano. Cuando éste recuperó la visión, pudo observar el espectáculo digno de una película de Hollywood; un hombre conducía y otros dos, con medio cuerpo asomado por la ventanilla, disparaban a toda cosa que se moviese allí fuera. Por ambos lados de la calle llegaban enfermos que se dirigían hacia el coche.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 10/12/2009
El coche estaba cada vez más cerca de la casa de Bill, quien desde la puerta de la vivienda hacía señas con los brazos. Los dos hombres que estaban disparando metieron los cuerpos dentro del coche y subieron las ventanillas.
-¡¿Listos chicos?! ¡A la de tres vamos todos fuera del coche y corremos hacia la casa! – Gritó Josh a sus dos acompañantes. – Uno… Dos… ¡Tres, saltad!
Josh dio un volantazo y el enorme coche giró hasta ponerse horizontal. En la maniobra el propio coche destrozó el cuerpo de varios enfermos que iban hacia él. Los tres hombres salieron del vehículo corriendo, con las armas en las manos, hacia donde estaba Bill, quien desde la puerta de la vivienda disparaba a los infectados que se podían ver entre aquella oscuridad. Finalmente y sin problemas consiguieron llegar todos a la casa de Bill, que cerró la puerta y empezó a echar cerrojos.
Apenas les había dado tiempo a recuperar el aliento cuando empezó a sonar el ruido de cristales rotos por la parte exterior de la casa. Los enfermos estaban intentando entrar. Los cuatro hombres se miraron y suspiraron. José, que se había tirado al suelo exhausto, se puso en pie y cargó su escopeta, de la cual salió un cartucho que cayó al suelo. Los tablones de madera que habían clavados a las paredes estaban cediendo. Todos estaban dispuestos para afrontar lo que les viniera, cuando se oyó desde fuera una voz.
-Todos… Deb… Debéis… P-pagar p… Por lo q… Que nos habéis he-hecho…
Todos los presentes se estremecieron ante lo que oyeron.
-¿Habéis oído lo mismo que yo he oído…? – Dijo Bill mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo. – Definitivamente este no es el virus que yo conocía… Trabajan en grupo… Han conseguido articular una frase…
Max, que sostenía una pistola, recordó lo que le ocurrió a la salida del supermercado. En aquella ocasión el infectado había conseguido pronunciar no sólo una, sino dos frases, pero ese no era momento para ponerse a contarlo, ya lo haría más adelante si tenía oportunidad. De hecho, ese no era ni siquiera el momento idóneo para ponerse a pensar en otra cosa de cómo salir de allí.
-Allá vamos… - Dijo José mientras miraba a la ventana que tenía a su lado.
Los cuatro hombres se miraron, se pusieron sus máscaras de gas y asintieron a la vez. José y Max, que estaban más cerca de las ventanas, quitaron las tablas de una patada y los enfermos empezaron a entrar torpemente. Los que estaban por detrás empujaban a los de adelante, y éstos caían al suelo. Los que había ocupado la primera fila, empujados por decenas de infectados que tenían detrás, se clavaron los cristales rotos que quedaban en la ventana.
Los cuatro hombres empezaron a disparar a las ventanas. Apenas se oía nada entre los disparos. La sangre salía hacia todas direcciones, las paredes interiores de la parte frontal de la casa estaban repletas de balazos, el suelo, encharcado de sangre. Los cadáveres quedaban apilados sobre los marcos de las ventanas, impidiendo que entrasen otros enfermos y facilitando la eliminación de los que querían penetrar en la vivienda.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 11/12/2009
Tras unos intensos minutos, finalmente pudieron parar y descansar un poco. Sólo Max se quitó la mascarilla y miró al anciano doctor. No se podía saber qué expresión tenía en la cara, pues su máscara lo impedía. En ese momento giró su cabeza y miró la cara de Max.
-¡Joven! ¿¡Por qué te has quitado la máscara!? ¿¡Acaso quieres morir!? – Gritó el anciano furioso y apuntando a Max.
-Señor, baje su arma. Hemos venido hasta aquí por él. Es inmune a la enfermedad. – Dijo Josh esperando que su corazón bajase un poco de ritmo.
-Vaya… Parece que mereció la pena todo este destrozo, al fin y al cabo debería poder crear un antídoto.
Las palabras del anciano eran realmente esperanzadoras para los cuatro hombres, por un momento todos guardaron silencio disfrutando de aquella tranquilidad.
-¿Desde dónde os han estado siguiendo?
-Yo diría que fueron como cuatro kilómetros detrás del coche corriendo.
-Yo creo que fueron más, ¡esos cabrones están hechos unos atletas! – Exclamó José mientras se reía. – Realmente fue una pena el no poder haber reventado la cabeza a unos cuantos más.
-Vaya… Qué comentario más violento. Deberías cuidar en donde empleas esas energías. Por cierto… Aún no nos hemos presentado, yo soy Josh. Ellos son José y Max. – Dijo mientras señalaba a cada uno de sus compañeros.
-Bueno… Vosotros ya sabéis quién soy, o al menos eso parece. Ahora si vuestro coche aún funciona, deberíamos cambiarnos de ropa, pues la nuestra está ensangrentada, e ir donde tengo el laboratorio para ponernos manos a la obr…
Bill no pudo terminar la frase, algo le interrumpió. Desde el cuarto donde estaba tumbada Jessica se oían golpes. Parecía que también habían entrado por la ventana del habitáculo en el que la chica estaba presa. El anciano tomó aire, sabía que, cuando entrase, encontraría el cadáver de la chica que por tanto tiempo le había ayudado. No había manera que continuase con vida, Bill la había atado a conciencia a aquella cama para evitar que escapase.
-Joder, se nos acabó el descanso… Vamos a ver quién ha entrado ahora. – Dijo José mientras sacaba unos cartuchos del bolsillo de su chaqueta y cargaba su arma.
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 4C, 5C & 6C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 11/12/2009
Los cuatro hombres se pusieron frente a la puerta con sus armas cargadas. José le dio una señal a Bill, que abrió la puerta metálica. La boca del anciano y sus ojos se abrieron por el asombro. En el centro de la habitación estaba Jessica en pie, con su brazo derecho atravesando el estómago de un cadáver que sostenía en el aire. Max se preparó para disparar, pero Bill se interpuso delante de los tres hombres armados.
-¡No disparéis, no es ella, sólo…!
-¡Aparta viejo! – Dijo José, quien golpeó fuertemente al anciano apartándolo de la entrada y cerrando la puerta metálica. - ¿¡En qué coño estás pensando!? ¿¡Acaso quieres morir!? Iba directa a por ti y tú estabas dándole la jodida espalda…
-Yo… No quería que la mataseis…
-Bill, no hay escusa. Está enferma. Si José no te llega a apartar te habría matado. – Dijo Josh totalmente serio.
-Vosotros no lo comprendéis… Esa es sólo una cara de la moneda. Ella sólo se comporta como ellos cuando se desmaya…
Desde el otro lado de la puerta había alguien golpeándola. Tras unos golpes el ruido cesó. Max ofreció su mano a Bill para ayudarle a incorporarse. Éste se puso en pie y les pidió a todos que fuesen a su dormitorio a coger ropa y cambiarse para emprender el viaje a su laboratorio. Él se quedó en el salón, sentado en un sillón y pensando en aquella grotesca visión.
-“No, definitivamente no podía ser ella, ella no es así…”
Un ruido le hizo levantar la cabeza y mirar a las ventanas rotas del salón. Por una de ellas, apartando la pila de cadáveres como si de pequeñas piedras se tratase, apareció Jessica. La chica entró a la casa y se puso en pie frente a Bill, quien, tembloroso, levantó su arma y apuntó a Jessica. El cuerpo de la mujer estaba en mal estado, las muñecas y tobillos por donde había estado atada mostraban ahora profundas heridas causadas al liberarse de ellos. A lo largo de su brazo también se podía ver un profundo surco provocado por algún tipo de cuchillo o navaja. Jessica permanecía quieta delante de Bill. Éste pudo apreciar como Josh, desde la puerta de su habitación, apuntaba al cuerpo y esperaba algún tipo de reacción violenta para disparar.
-Ambos sabemos qué pasara si te ataco viejo. – Dijo la chica sin ninguna dificultad. – Aquél amigo tuyo me pegará un tiro, probablemente con ese tiro consiga matar a tu amiguita, pero poco me importa eso a mí.
Bill no sabía qué hacer, estaba atónito. Esta enferma era diferente a todas las demás, lo más probable es que fuese por el fármaco utilizado por Jessica. El tiempo se le acababa, tenía que hacer algo o aquella persona se abalanzaría sobre él, provocando así la muerte de su amiga. Lo único que se le ocurrió fue lanzar su arma a su cabeza. La improvisada acción, que en principio parecía ser totalmente absurda, hizo que el cuerpo cayese al suelo por el fuerte golpe. Jessica no se levantó, estaba inconsciente, parecía que volvería a recobrar el control de su cuerpo en unos minutos.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 12/12/2009
Josh bajó su arma y se quedó en silencio unos segundos.
-Espero que sepas lo que haces, nos vas a poner en peligro a todos. Si quieres que la llevemos con nosotros más vale que la ates bien fuerte. – Dijo el hombre mientras se daba media vuelta y entraba en la habitación.
Del dormitorio salían José y Max ya cambiados de ropa. Bill les pidió ayuda para atar el cuerpo de Jessica y éstos, aunque un poco reacios, aceptaron a ayudarle. Una vez sujeto el cuerpo de la chica, el anciano fue al dormitorio a cambiarse. José, que había cargado su escopeta antes, cogió una linterna que había en una mesa cerca de la puerta principal y la abrió. La luz de la linterna y la de los faros del coche, que aún estaba en marcha, iluminaron toda la calle. No había ningún infectado, al menos a la vista. El hombre se dio la vuelta, entró a la habitación de Bill, donde estaba el anciano cambiándose, y cogió la sábana de la cama. Luego envolvió el cuerpo de la chica y se lo echó al hombro, fue hacia el coche y lo echó al maletero.
Los otros tres hombres salían de la casa ahora y se dirigían hacia el coche, en el que José estaba sentado ya. Josh se sentó en el asiento del conductor y Max y Bill en los asientos traseros. El anciano dio las instrucciones a Josh de cómo llegar al edificio en donde estaba situado su pequeño laboratorio y se pusieron en marcha.
La noche era muy oscura y apenas se podía distinguir nada. De vez en cuando el vehículo pisaba algún cuerpo que había por la carretera. El edificio al que iban no estaba precisamente cerca, les costaría algo menos de una hora llegar hasta él. Los minutos iban pasando y los cuatro hombres permanecía en silencio, Max, Josh y José no querían tener que llevar el cuerpo de una infectada inteligente en el maletero.
Cuando ya llevaban hecha la mitad del camino se oyó un ruido en el maletero; Jessica había despertado. Max, que estaba sentado al lado de Bill, sacó su arma y esperó a ver que ocurría.
-¿Qué…? ¿Dónde estoy…? – Dijo Jessica desorientada.
-¡Jessica, estás bien! – Exclamó Bill emocionado. – No te preocupes, vamos al laboratorio. Pronto podré curarte…
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 12/12/2009
Bill, que estaba girado hacia el maletero, se volvió hacia delante y se llevó un susto de muerte al ver que tanto como Josh como José estaban apuntando hacia donde estaba él con sus armas. Poco a poco las fueron bajando y continuaron su camino. Jessica estaba realmente incómoda. Las cuerdas de manos y tobillos rozaban con las heridas de las anteriores ataduras y hacían que le escociese el moverse así que decidió permanecer quieta. Jessica notaba algo extraño, acababa de darse cuenta de que el ambiente estaba muy cargado. Era como aquella vez cuando despertó en mitad de la calle.
-Bill…¿Quién está contigo?
-Ah, no te preocupes Jessica, son amigos. – Respondió el anciano alegre.
-Bill… Alguno de ellos está enfermo.
-¿Qué dices? Todos están bien. Además… ¿Cómo podrías saberlo?
-Desde que tengo memoria noto cuando hay una gran concentración del virus en el ambiente. Creo que podría ser debido a la mezcla del fármaco con un sujeto infectado… En este caso yo.
Jessica parecía muy segura de lo que decía. Bill miró a través de la máscara a los tres hombres que iban en el coche que, a pesar de llevar todos sus respectivas máscaras (excepto Max) no se les notaba nada extraño.
-Jessica, creo que podré aclararlo. – Dijo Max. – Según lo que sé hasta ahora, estoy infectado. Pero no te preocupes, parece ser que también soy inmune a los efectos de la enfermedad.
-Vaya… Un chico con suerte. A mí también me gustaría poder decir que soy inmune a sus efectos, pero a juzgar por dónde y cómo voy en el coche diría que no puedo hacerlo.
Todos permanecieron en un silencio absoluto. Lo único que se podía escuchar era el ruido del motor del coche. Pasaron unos veinte minutos más sin que nadie dijese una palabra, cuando el vehículo se detuvo al lado de un edificio apartado de la ciudad.
-Bueno, hemos llegado Bill. – Dijo Josh desde el asiento del conductor. - ¿Ahora cómo llevamos a Jessica hasta tu laboratorio?
-Si puedo opinar, creo que podría ir andando si me soltaseis.
-Está bien, sólo espero que no me obligues a pegarte un tiro. – Le dijo José.
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Los cuatro hombres se pusieron frente a la puerta con sus armas cargadas. José le dio una señal a Bill, que abrió la puerta metálica. La boca del anciano y sus ojos se abrieron por el asombro. En el centro de la habitación estaba Jessica en pie, con su brazo derecho atravesando el estómago de un cadáver que sostenía en el aire. Max se preparó para disparar, pero Bill se interpuso delante de los tres hombres armados.
-¡No disparéis, no es ella, sólo…!
-¡Aparta viejo! – Dijo José, quien golpeó fuertemente al anciano apartándolo de la entrada y cerrando la puerta metálica. - ¿¡En qué coño estás pensando!? ¿¡Acaso quieres morir!? Iba directa a por ti y tú estabas dándole la jodida espalda…
-Yo… No quería que la mataseis…
-Bill, no hay escusa. Está enferma. Si José no te llega a apartar te habría matado. – Dijo Josh totalmente serio.
-Vosotros no lo comprendéis… Esa es sólo una cara de la moneda. Ella sólo se comporta como ellos cuando se desmaya…
Desde el otro lado de la puerta había alguien golpeándola. Tras unos golpes el ruido cesó. Max ofreció su mano a Bill para ayudarle a incorporarse. Éste se puso en pie y les pidió a todos que fuesen a su dormitorio a coger ropa y cambiarse para emprender el viaje a su laboratorio. Él se quedó en el salón, sentado en un sillón y pensando en aquella grotesca visión.
-“No, definitivamente no podía ser ella, ella no es así…”
Un ruido le hizo levantar la cabeza y mirar a las ventanas rotas del salón. Por una de ellas, apartando la pila de cadáveres como si de pequeñas piedras se tratase, apareció Jessica. La chica entró a la casa y se puso en pie frente a Bill, quien, tembloroso, levantó su arma y apuntó a Jessica. El cuerpo de la mujer estaba en mal estado, las muñecas y tobillos por donde había estado atada mostraban ahora profundas heridas causadas al liberarse de ellos. A lo largo de su brazo también se podía ver un profundo surco provocado por algún tipo de cuchillo o navaja. Jessica permanecía quieta delante de Bill. Éste pudo apreciar como Josh, desde la puerta de su habitación, apuntaba al cuerpo y esperaba algún tipo de reacción violenta para disparar.
-Ambos sabemos qué pasara si te ataco viejo. – Dijo la chica sin ninguna dificultad. – Aquél amigo tuyo me pegará un tiro, probablemente con ese tiro consiga matar a tu amiguita, pero poco me importa eso a mí.
Bill no sabía qué hacer, estaba atónito. Esta enferma era diferente a todas las demás, lo más probable es que fuese por el fármaco utilizado por Jessica. El tiempo se le acababa, tenía que hacer algo o aquella persona se abalanzaría sobre él, provocando así la muerte de su amiga. Lo único que se le ocurrió fue lanzar su arma a su cabeza. La improvisada acción, que en principio parecía ser totalmente absurda, hizo que el cuerpo cayese al suelo por el fuerte golpe. Jessica no se levantó, estaba inconsciente, parecía que volvería a recobrar el control de su cuerpo en unos minutos.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 12/12/2009
Josh bajó su arma y se quedó en silencio unos segundos.
-Espero que sepas lo que haces, nos vas a poner en peligro a todos. Si quieres que la llevemos con nosotros más vale que la ates bien fuerte. – Dijo el hombre mientras se daba media vuelta y entraba en la habitación.
Del dormitorio salían José y Max ya cambiados de ropa. Bill les pidió ayuda para atar el cuerpo de Jessica y éstos, aunque un poco reacios, aceptaron a ayudarle. Una vez sujeto el cuerpo de la chica, el anciano fue al dormitorio a cambiarse. José, que había cargado su escopeta antes, cogió una linterna que había en una mesa cerca de la puerta principal y la abrió. La luz de la linterna y la de los faros del coche, que aún estaba en marcha, iluminaron toda la calle. No había ningún infectado, al menos a la vista. El hombre se dio la vuelta, entró a la habitación de Bill, donde estaba el anciano cambiándose, y cogió la sábana de la cama. Luego envolvió el cuerpo de la chica y se lo echó al hombro, fue hacia el coche y lo echó al maletero.
Los otros tres hombres salían de la casa ahora y se dirigían hacia el coche, en el que José estaba sentado ya. Josh se sentó en el asiento del conductor y Max y Bill en los asientos traseros. El anciano dio las instrucciones a Josh de cómo llegar al edificio en donde estaba situado su pequeño laboratorio y se pusieron en marcha.
La noche era muy oscura y apenas se podía distinguir nada. De vez en cuando el vehículo pisaba algún cuerpo que había por la carretera. El edificio al que iban no estaba precisamente cerca, les costaría algo menos de una hora llegar hasta él. Los minutos iban pasando y los cuatro hombres permanecía en silencio, Max, Josh y José no querían tener que llevar el cuerpo de una infectada inteligente en el maletero.
Cuando ya llevaban hecha la mitad del camino se oyó un ruido en el maletero; Jessica había despertado. Max, que estaba sentado al lado de Bill, sacó su arma y esperó a ver que ocurría.
-¿Qué…? ¿Dónde estoy…? – Dijo Jessica desorientada.
-¡Jessica, estás bien! – Exclamó Bill emocionado. – No te preocupes, vamos al laboratorio. Pronto podré curarte…
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 12/12/2009
Bill, que estaba girado hacia el maletero, se volvió hacia delante y se llevó un susto de muerte al ver que tanto como Josh como José estaban apuntando hacia donde estaba él con sus armas. Poco a poco las fueron bajando y continuaron su camino. Jessica estaba realmente incómoda. Las cuerdas de manos y tobillos rozaban con las heridas de las anteriores ataduras y hacían que le escociese el moverse así que decidió permanecer quieta. Jessica notaba algo extraño, acababa de darse cuenta de que el ambiente estaba muy cargado. Era como aquella vez cuando despertó en mitad de la calle.
-Bill…¿Quién está contigo?
-Ah, no te preocupes Jessica, son amigos. – Respondió el anciano alegre.
-Bill… Alguno de ellos está enfermo.
-¿Qué dices? Todos están bien. Además… ¿Cómo podrías saberlo?
-Desde que tengo memoria noto cuando hay una gran concentración del virus en el ambiente. Creo que podría ser debido a la mezcla del fármaco con un sujeto infectado… En este caso yo.
Jessica parecía muy segura de lo que decía. Bill miró a través de la máscara a los tres hombres que iban en el coche que, a pesar de llevar todos sus respectivas máscaras (excepto Max) no se les notaba nada extraño.
-Jessica, creo que podré aclararlo. – Dijo Max. – Según lo que sé hasta ahora, estoy infectado. Pero no te preocupes, parece ser que también soy inmune a los efectos de la enfermedad.
-Vaya… Un chico con suerte. A mí también me gustaría poder decir que soy inmune a sus efectos, pero a juzgar por dónde y cómo voy en el coche diría que no puedo hacerlo.
Todos permanecieron en un silencio absoluto. Lo único que se podía escuchar era el ruido del motor del coche. Pasaron unos veinte minutos más sin que nadie dijese una palabra, cuando el vehículo se detuvo al lado de un edificio apartado de la ciudad.
-Bueno, hemos llegado Bill. – Dijo Josh desde el asiento del conductor. - ¿Ahora cómo llevamos a Jessica hasta tu laboratorio?
-Si puedo opinar, creo que podría ir andando si me soltaseis.
-Está bien, sólo espero que no me obligues a pegarte un tiro. – Le dijo José.
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Re: There's no sympathy for the infected.
Me encanto la continuacion
No puedo esperar por el proximo xD
No puedo esperar por el proximo xD
Kov- Encargado de las mantas
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 7C, 8C & 9C:
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 13/12/2009
Los cuatro hombres bajaron del vehículo y, sin quitarse las máscaras, soltaron las ataduras de Jessica. Mientras la chica se incorporaba y bajaba del maletero, José le señaló su escopeta a modo de advertencia. Bill se quitó un collar que llevaba bajo la camisa y utilizó la llave que había colgada en él para abrir la puerta principal del edificio. Las cinco personas entraron y el anciano volvió a utilizar su llave para cerrar.
-Bien, seguidme todos. El laboratorio está casi en la última planta. – Dijo Bill.
-¡Joder! ¿No podías haberlo montado en la planta baja o qué? – Preguntó José, que aún parecía irritado por la idea de que Jessica fuese con ellos.
El anciano se calló, prefería no responder a ese comentario que sonó más a una falta de respeto que a otra cosa. Cuando llevaban unos ocho pisos subidos sonó un ruido desde abajo. La puerta parecía haber cedido. Jessica empezó a notar ese ambiente tan cargado que indicaba que había una gran cantidad de virus en el edificio. Cada vez estaban más y más cerca, y Jessica se notaba cada vez peor.
-Corred, rápidos. Cada vez se acercan más. ¿En qué piso está tu laboratorio, Bill? – Dijo Josh agotado de subir escaleras.
-Es… El veintidós.
-¡Joder viejo! – Gritó José, que iba a la cabeza de los cinco.
Jessica estaba agotada. No podía pensar con claridad, lo único que hacía era subir y subir. Los gritos cada vez sonaban más cerca de ellos. Al fin y al cabo “todos” eran humanos (ya fuese de un modo u otro) y por ende, se cansaban, eran incapaces de mantener ese ritmo frenético de sus perseguidores. Apenas llegaban al piso quince cuando entre ellos y los enfermos sólo habían dos pisos de distancia. Por delante de Jessica sonó un cañonazo, probablemente de la escopeta de José.
-¡Vamos, todos adentro! Ya llegaremos al laboratorio más tarde, lo primero es salvar la vida. – Gritó éste.
Jessica logró llegar al piso dieciséis, donde se encontraban todos. José había reventado la cerradura de la puerta de uno de los pisos y estaba haciéndole señales para que se diese prisa y entrase. Jessica entró y cayó al suelo rendida del cansancio. Desde el suelo pudo ver a Max, que estaba exhausto, de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo, tomando grandes bocanadas de aire. Entonces oyó a Bill que se acercaba a ella.
-No te preocupes Bill, sólo es que estoy cansada, nada más.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 14/12/2009
Tras unos segundos se oyó pasar a los enfermos escaleras arriba. José, que estaba en la puerta manteniéndola cerrada (ya que había roto la cerradura con su escopeta) se rió por lo bajo.
-Al parecer la cualidad del habla no les hace más inteligentes de lo que en realidad son. – Rió el hombre.
-José, ¿Ahora qué hacemos? ¿Vamos detrás de ellos y los pillamos por sorpresa o esperamos a que se cansen y se vayan? – Preguntó Max que aún seguía jadeando.
-No lo sé, viejo, Josh, ¿Vosotros qué opináis? – Dijo José ignorando la presencia de Jessica.
-Quizá lo más fácil fuese subir detrás de ellos y matarlos a todos, al fin y al cabo no sabemos cuánto tendríamos que estar aquí esperando que se fuesen. – Dijo Josh.
Bill también coincidió en la idea con él, así que todos sacaron sus armas, excepto Jessica que no tenía ninguna, y salieron de la casa. Los cuatro hombres y la mujer subían las escaleras procurando no hacer ruido. Los enfermos habían subido ya al último piso, el veinticinco. Allí golpeaban la puerta de la azotea intentando abrirla. A pesar de llegar sin problemas al veintidós, donde se encontraba el laboratorio, decidieron que lo más prudente sería matar a todos los infectados para así ahorrarse sorpresas a la hora de salir.
Estaban todos a un piso de distancia de sus objetivos, cuando éstos se percataron de su presencia. Rápidamente todos los enfermos bajaron corriendo por las escaleras, algunos caían rodando empujados por los de atrás, otros caían por el hueco de las escaleras al no haber sitio para todos en aquellas estrechas escaleras. Matar a los infectados no fue una tarea difícil, realmente resultó bastante fácil. De un escopetazo de José podía matar hasta cuatro a la vez, pues su arma tenía un buen alcance. Por detrás de él estaban Bill, Max y Josh con las pistolas, que no conseguían matar a más de uno a la vez, pero eran más rápidos entre disparo y disparo.
En cuestión de segundos, los enfermos habían pasado de ser más de treinta maníacos asesinos a no ser más de diez y pocos cadáveres en el suelo, los demás habían caído por el hueco de las escaleras y sus cuerpos yacían reventados en la planta baja. Todavía quedaba algún que otro infectado que permanecía agarrado a las barandillas de alguno de los pisos inferiores, pero Josh, alumbrado por la luz de la linterna de José, los mató limpiamente de un tiro en la cabeza.
Una vez libres de sus perseguidores bajaron al piso veintidós, al laboratorio de Bill. Éste cogió otra llave de su colgante y abrió la puerta. Ante ellos estaba el segundo piso del anciano, lleno de estanterías con fármacos, microscopios y armarios. Bill entró el primero, tras él entraron los demás y cerraron la puerta con el pestillo interior.
-Max, sígueme, tengo que sacar una muestra de tu sangre.
El anciano guió a Max hasta una pequeña silla que había al lado de un armario, del cual sacó una jeringuilla y extrajo sangre al joven hombre que tenía ante él. Una vez tuvo la sangre que necesitaba, extrajo la jeringuilla de la vena de Max y se dirigió a todos.
-Debéis estar cansados, ahí tenéis un par de habitaciones con sus respectivas camas. – Dijo señalando dos puertas que había a su espalda. – Deberíais echaros un rato y descansar. Todos menos tú, Jessica. Quédate conmigo.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 14/12/2009
José seguía desconfiando de Jessica, no comprendía como Bill aún no le había quitado la vida. Su condición la hacía más peligrosa que un enfermo real, pues tenía dos caras y en cualquier momento podía mostrar la cara oculta. El mexicano sacó del bolsillo de Josh un cargador y se lo lanzó al anciano, que lo dejó sobre la mesa sin darle importancia. Max ya había entrado a una de las habitaciones, y los otros dos hombres le siguieron, pues necesitaban descansar ya que apenas habían dormido los últimos días.
Bill, que tenía a su lado a la chica, le sacó sangre y miró una muestra al microscopio. El anciano estuvo mirando por el aparato un buen rato, finalmente apartó la vista de él y buscó en una estantería algunos fármacos, que le fue pasando a Jessica. Ésta los dejaba con cuidado en la mesa, examinando cuidadosamente cada una de las etiquetas. Cogió uno de ellos y llamó a Bill.
-Creo que la bendroflumetiazida está más a tu derecha, éste es bromfeniramina. – La chica se quedó pensando en lo que había dicho, no era algo que hubiese pensado, sino que salió solo. – Vaya, al final tendrás razón de que trabajaba contigo.
-Me alegra de que vayas recordando cosas, es buena señal. Pronto podré curarte Jessica. – Dijo el anciano con una sonrisa en la cara.
-Sobre eso… Bill, creo que no quiero que me cures.
El rostro del anciano cambió su jovial sonrisa por una mueca de total seriedad.
-¿Por qué dices eso? ¿Acaso crees que será mejor si consigues matarnos a todos? ¿Prefieres seguir desmayándote el resto de tu vida y matar a las personas que te rodean?
-Bill, no es por eso. Tú no lo entiendes, desde que me dijiste lo que me ocurría cuando me desmayaba nunca pensé que fuese una enferma la persona que ocupaba mi lugar. Esa persona soy yo, no exactamente yo, pero forma parte de mí, es una parte de mi persona y no quiero eliminarla de mi ser. – Dijo Jessica intentando explicar a Bill sus razones. – Puede que esa parte de mí sea una asesina, quizá no, hasta el momento no os ha dañado a ninguno de vosotros. Si estoy en lo cierto sólo ha matado enfermos.
-Entiendo lo que dices Jessica, pero tu deberás entender que esa “persona” que está dentro de ti nos pone en peligro a todos.
-Y lo entiendo, por eso, Bill, si intentase dañar a alguno de vosotros, matadme. No estoy dispuesta a vivir sin una parte de mí. Ya perdí mis recuerdos, tantos años de vida perdidos en un instante. Para bien o para mal esto es lo que conozco ahora y no quiero perderlo, así que si no estás dispuesto a aceptar lo que soy y como soy… - Dijo Jessica mientras cogía el arma de Bill, la pegaba a su frente y ponía el dedo de Bill en el gatillo.
El anciano le quitó la pistola de las manos y la volvió a dejar en la mesa.
-Sé lo que quieras ser, Jessica, pero no dudes ni por un momento que si pones en peligro la vida de cualquiera de nosotros te mataré. – La faceta paternal y amistosa del anciano había desaparecido, ahora parecía más un militar por la forma en la que hablaba a Jessica. – Has tenido elección y seguirás teniéndola. Si algún día así lo pides, te libraré de la enfermedad, mientras tanto espero que puedas controlar a la persona que tienes dentro.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 13/12/2009
Los cuatro hombres bajaron del vehículo y, sin quitarse las máscaras, soltaron las ataduras de Jessica. Mientras la chica se incorporaba y bajaba del maletero, José le señaló su escopeta a modo de advertencia. Bill se quitó un collar que llevaba bajo la camisa y utilizó la llave que había colgada en él para abrir la puerta principal del edificio. Las cinco personas entraron y el anciano volvió a utilizar su llave para cerrar.
-Bien, seguidme todos. El laboratorio está casi en la última planta. – Dijo Bill.
-¡Joder! ¿No podías haberlo montado en la planta baja o qué? – Preguntó José, que aún parecía irritado por la idea de que Jessica fuese con ellos.
El anciano se calló, prefería no responder a ese comentario que sonó más a una falta de respeto que a otra cosa. Cuando llevaban unos ocho pisos subidos sonó un ruido desde abajo. La puerta parecía haber cedido. Jessica empezó a notar ese ambiente tan cargado que indicaba que había una gran cantidad de virus en el edificio. Cada vez estaban más y más cerca, y Jessica se notaba cada vez peor.
-Corred, rápidos. Cada vez se acercan más. ¿En qué piso está tu laboratorio, Bill? – Dijo Josh agotado de subir escaleras.
-Es… El veintidós.
-¡Joder viejo! – Gritó José, que iba a la cabeza de los cinco.
Jessica estaba agotada. No podía pensar con claridad, lo único que hacía era subir y subir. Los gritos cada vez sonaban más cerca de ellos. Al fin y al cabo “todos” eran humanos (ya fuese de un modo u otro) y por ende, se cansaban, eran incapaces de mantener ese ritmo frenético de sus perseguidores. Apenas llegaban al piso quince cuando entre ellos y los enfermos sólo habían dos pisos de distancia. Por delante de Jessica sonó un cañonazo, probablemente de la escopeta de José.
-¡Vamos, todos adentro! Ya llegaremos al laboratorio más tarde, lo primero es salvar la vida. – Gritó éste.
Jessica logró llegar al piso dieciséis, donde se encontraban todos. José había reventado la cerradura de la puerta de uno de los pisos y estaba haciéndole señales para que se diese prisa y entrase. Jessica entró y cayó al suelo rendida del cansancio. Desde el suelo pudo ver a Max, que estaba exhausto, de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo, tomando grandes bocanadas de aire. Entonces oyó a Bill que se acercaba a ella.
-No te preocupes Bill, sólo es que estoy cansada, nada más.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 14/12/2009
Tras unos segundos se oyó pasar a los enfermos escaleras arriba. José, que estaba en la puerta manteniéndola cerrada (ya que había roto la cerradura con su escopeta) se rió por lo bajo.
-Al parecer la cualidad del habla no les hace más inteligentes de lo que en realidad son. – Rió el hombre.
-José, ¿Ahora qué hacemos? ¿Vamos detrás de ellos y los pillamos por sorpresa o esperamos a que se cansen y se vayan? – Preguntó Max que aún seguía jadeando.
-No lo sé, viejo, Josh, ¿Vosotros qué opináis? – Dijo José ignorando la presencia de Jessica.
-Quizá lo más fácil fuese subir detrás de ellos y matarlos a todos, al fin y al cabo no sabemos cuánto tendríamos que estar aquí esperando que se fuesen. – Dijo Josh.
Bill también coincidió en la idea con él, así que todos sacaron sus armas, excepto Jessica que no tenía ninguna, y salieron de la casa. Los cuatro hombres y la mujer subían las escaleras procurando no hacer ruido. Los enfermos habían subido ya al último piso, el veinticinco. Allí golpeaban la puerta de la azotea intentando abrirla. A pesar de llegar sin problemas al veintidós, donde se encontraba el laboratorio, decidieron que lo más prudente sería matar a todos los infectados para así ahorrarse sorpresas a la hora de salir.
Estaban todos a un piso de distancia de sus objetivos, cuando éstos se percataron de su presencia. Rápidamente todos los enfermos bajaron corriendo por las escaleras, algunos caían rodando empujados por los de atrás, otros caían por el hueco de las escaleras al no haber sitio para todos en aquellas estrechas escaleras. Matar a los infectados no fue una tarea difícil, realmente resultó bastante fácil. De un escopetazo de José podía matar hasta cuatro a la vez, pues su arma tenía un buen alcance. Por detrás de él estaban Bill, Max y Josh con las pistolas, que no conseguían matar a más de uno a la vez, pero eran más rápidos entre disparo y disparo.
En cuestión de segundos, los enfermos habían pasado de ser más de treinta maníacos asesinos a no ser más de diez y pocos cadáveres en el suelo, los demás habían caído por el hueco de las escaleras y sus cuerpos yacían reventados en la planta baja. Todavía quedaba algún que otro infectado que permanecía agarrado a las barandillas de alguno de los pisos inferiores, pero Josh, alumbrado por la luz de la linterna de José, los mató limpiamente de un tiro en la cabeza.
Una vez libres de sus perseguidores bajaron al piso veintidós, al laboratorio de Bill. Éste cogió otra llave de su colgante y abrió la puerta. Ante ellos estaba el segundo piso del anciano, lleno de estanterías con fármacos, microscopios y armarios. Bill entró el primero, tras él entraron los demás y cerraron la puerta con el pestillo interior.
-Max, sígueme, tengo que sacar una muestra de tu sangre.
El anciano guió a Max hasta una pequeña silla que había al lado de un armario, del cual sacó una jeringuilla y extrajo sangre al joven hombre que tenía ante él. Una vez tuvo la sangre que necesitaba, extrajo la jeringuilla de la vena de Max y se dirigió a todos.
-Debéis estar cansados, ahí tenéis un par de habitaciones con sus respectivas camas. – Dijo señalando dos puertas que había a su espalda. – Deberíais echaros un rato y descansar. Todos menos tú, Jessica. Quédate conmigo.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 14/12/2009
José seguía desconfiando de Jessica, no comprendía como Bill aún no le había quitado la vida. Su condición la hacía más peligrosa que un enfermo real, pues tenía dos caras y en cualquier momento podía mostrar la cara oculta. El mexicano sacó del bolsillo de Josh un cargador y se lo lanzó al anciano, que lo dejó sobre la mesa sin darle importancia. Max ya había entrado a una de las habitaciones, y los otros dos hombres le siguieron, pues necesitaban descansar ya que apenas habían dormido los últimos días.
Bill, que tenía a su lado a la chica, le sacó sangre y miró una muestra al microscopio. El anciano estuvo mirando por el aparato un buen rato, finalmente apartó la vista de él y buscó en una estantería algunos fármacos, que le fue pasando a Jessica. Ésta los dejaba con cuidado en la mesa, examinando cuidadosamente cada una de las etiquetas. Cogió uno de ellos y llamó a Bill.
-Creo que la bendroflumetiazida está más a tu derecha, éste es bromfeniramina. – La chica se quedó pensando en lo que había dicho, no era algo que hubiese pensado, sino que salió solo. – Vaya, al final tendrás razón de que trabajaba contigo.
-Me alegra de que vayas recordando cosas, es buena señal. Pronto podré curarte Jessica. – Dijo el anciano con una sonrisa en la cara.
-Sobre eso… Bill, creo que no quiero que me cures.
El rostro del anciano cambió su jovial sonrisa por una mueca de total seriedad.
-¿Por qué dices eso? ¿Acaso crees que será mejor si consigues matarnos a todos? ¿Prefieres seguir desmayándote el resto de tu vida y matar a las personas que te rodean?
-Bill, no es por eso. Tú no lo entiendes, desde que me dijiste lo que me ocurría cuando me desmayaba nunca pensé que fuese una enferma la persona que ocupaba mi lugar. Esa persona soy yo, no exactamente yo, pero forma parte de mí, es una parte de mi persona y no quiero eliminarla de mi ser. – Dijo Jessica intentando explicar a Bill sus razones. – Puede que esa parte de mí sea una asesina, quizá no, hasta el momento no os ha dañado a ninguno de vosotros. Si estoy en lo cierto sólo ha matado enfermos.
-Entiendo lo que dices Jessica, pero tu deberás entender que esa “persona” que está dentro de ti nos pone en peligro a todos.
-Y lo entiendo, por eso, Bill, si intentase dañar a alguno de vosotros, matadme. No estoy dispuesta a vivir sin una parte de mí. Ya perdí mis recuerdos, tantos años de vida perdidos en un instante. Para bien o para mal esto es lo que conozco ahora y no quiero perderlo, así que si no estás dispuesto a aceptar lo que soy y como soy… - Dijo Jessica mientras cogía el arma de Bill, la pegaba a su frente y ponía el dedo de Bill en el gatillo.
El anciano le quitó la pistola de las manos y la volvió a dejar en la mesa.
-Sé lo que quieras ser, Jessica, pero no dudes ni por un momento que si pones en peligro la vida de cualquiera de nosotros te mataré. – La faceta paternal y amistosa del anciano había desaparecido, ahora parecía más un militar por la forma en la que hablaba a Jessica. – Has tenido elección y seguirás teniéndola. Si algún día así lo pides, te libraré de la enfermedad, mientras tanto espero que puedas controlar a la persona que tienes dentro.
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 10C, 11C & 12C:
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 15/12/2009
El anciano se volvió de nuevo hacia la mesa en la que trabajaba y siguió con su pequeña investigación para desarrollar una vacuna totalmente efectiva. Jessica fue hacia las habitaciones. La puerta en la habitación en que descansaban los tres hombres estaba cerrada, así que entró a la otra y se acostó en la cama. Pronto la chica se durmió, ese día había sido agotador para todos, pero especialmente para ella.
Las horas comenzaron a pasar. Los rayos del sol entraban por las ventanas descubiertas del edificio. Bill aún estaba en aquel escritorio, mezclando fármacos en diferentes probetas y comprobando el efecto que tenían al entrar en contacto con la sangre infectada, en este caso la de Jessica. Finalmente parece que dio con la fórmula de aquel medicamento que había usado la chica. La sangre que quedaba de Max, que estaba dentro de la jeringa en el frigorífico, la mezcló con un líquido que tenía un olor muy fuerte y removió la mezcla. La sustancia pasó a tener un color azul oscuro. A su mano derecha tenía un cuentagotas, con el que cogió unas gotas del fluido y las añadió al otro medicamento. El anciano destapó una pequeña jaula que tenía cerca de la mesa , en el suelo. Tres cobayas corrían desorientadas por su pequeña prisión.
Bill se puso un grueso guante y cogió a una de ellas, que volvía su cabeza intentando morder al anciano. Éste cogió otra jeringuilla y le inyectó al animal el medicamento preparado. La cobaya siguió con su comportamiento habitual unos segundos, luego se quedó quieta mirando al anciano. Bill la volvió a dejar en la jaula a ver qué pasaba. El animal se quedó quieto en el mismo sitio donde lo habían dejado, las otras dos cobayas estaban juntas en la esquina más lejana, quietas también. Todo apuntaba a que Bill había conseguido eliminar el virus del organismo del animal.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 15/12/2009
Poco duró la sonrisa en la cara del anciano. Pocos segundos después de aquello, Bill se fijó en las otras dos cobayas. Estaban quietas también. La que él había dejado estaba temblando quieta en el mismo lugar, luego empezó a moverse hacia las otras. Al animal se le había caído el pelaje, en su piel habían pequeñas heridas. Cuando llegó donde estaban las otras dos, las mató de un mordisco en el cuello a cada una. Luego permaneció quieta de nuevo y no volvió a moverse, estaba mirando fijamente a Bill.
El anciano sacó una hoja de papel de su cajón y comenzó a escribir. Tras unos minutos, se levantó y cogió su arma, que aún permanecía en la mesa, y la introdujo en su boca.
-“Pronto os veré a todas de nuevo, hice lo que pude…” – Pensó el anciano entre lágrimas antes de apretar el gatillo de la pistola.
Un fuerte sonido sonó en el piso, seguido de un golpe seco en el suelo. José salió de la habitación con su escopeta en mano y dispuesto a disparar a cualquier cosa que se moviese, detrás de él salieron Max y Josh con sus pistolas. De la habitación contigua salía Jessica también, ésta sin arma. Los cuatro se quedaron callados al ver el cadáver de Bill en el suelo con un disparo en la cabeza. Jessica fue la primera que reaccionó rompiendo a llorar.
-¡Bill…! – Dijo la chica entre llantos y cogiendo el cuerpo del anciano. - ¿Por qué has hecho esto…?
Mientras sostenía el cadáver del que fue su primer amigo, le vino esa sensación que indicaba una alta concentración de virus. La chica secó sus lágrimas con su mano y miró a su alrededor. Al acercarse a la jaula de las cobayas comprendió rápidamente que la sensación provenía de ahí. La cobaya aún permanecía quieta mirando el cadáver del anciano. De las heridas que rodeaban su cuerpo habían empezado a salir pequeñas prolongaciones de piel.
Jessica estaba furiosa; cogió la pistola de la mano del cuerpo de Bill y disparó a la cobaya, el tiro alcanzó al animal de lleno y lo hizo reventar. José, al ver que la chica empuñaba un arma, se abalanzó sobre ella y le quitó la pistola. Jessica permanecía de rodillas en el suelo llorando, sin importarle que le hubiesen quitado la pistola. Había matado a aquella cobaya, sin embargo la sensación persistía, aunque a la chica no le importase ya.
-“Jessica, esas cinco jeringuillas que hay encima de la mesa… Están completamente infectadas, nunca pude sentir nada así…” – Aquellos pensamientos no eran de Jessica, la chica estaba asustada y desconcertada.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 15/12/2009
Ésta decidió hacer caso de lo que había “oído” y se puso en pié, cogió una de las cinco jeringuillas que habían colocadas en la mesa y la examinó. El líquido verde de su interior contenía a su vez una pequeña cantidad de otro líquido rojo, que se movía dentro del verde. Jessica también vio la nota del anciano sobre la mesa. Max, que también la había visto se adelantó a la chica, la cogió y la leyó en voz alta.
-Lo siento. Ya van… ¿Cuánto? ¿Tres meses desde que empezó todo?, ya me es imposible soportar esta carga que me consume cada día más. No sé si lo sabréis o no, pero yo trabajé en el desarrollo del virus original. Durante los últimos cuatro años trabajé en él, dos de los cuales empleé para el desarrollo de una vacuna eficaz pero, como podréis suponer, fracasé una y otra vez en cada uno de mis intentos. Para esa vacuna siempre dimos por hecho que lo que faltaba era conseguir la sangre de un híbrido, alguien como Max. A lo largo de toda esta noche he podido comprobar que nos equivocábamos, Max no tiene nada diferente a los demás (nada que se pueda añadir sintéticamente a nuestro organismo). Llené 6 jeringuillas con el fármaco que desarrollé por si funcionaba. Una de ellas la usé para comprobar su efectividad en una de las cobayas de la jaula y pude ver que, de nuevo, había vuelto a fracasar. He contribuido a todo lo que está sucediendo y, lo peor, no he podido enmendar mis errores. En estos últimos meses… He perdido a mi mujer y mis dos hijas, he perdido a mis nietas y a mi nieto. También he visto como progresivamente todas las cosas en las que creía se han perdido o se han destruido… Ojalá consigáis enmendar mis errores de algún modo. Posdata: Si usáis las vacunas no creo que tardéis mucho en perder la razón y matar a vuestros compañeros.
Tras un pequeño silencio Josh habló.
-Jessica, creo que deberíamos guardar las jeringuillas por si acaso, nunca se puede saber si nos serán de utilidad.
-¡Joder! Ese maldito viejo… ¡Había ayudado a que todo esto ocurriese! – Dijo José furioso.
Jessica hizo caso a Josh y cogió un pequeño maletín de uno de los armarios y guardó las jeringuillas. Luego entregó el maletín a Josh. Apenas bastó un segundo de silencio para adivinar que no estaban solos en el edificio, de nuevo habían entrado infectados. Sus gritos se oían y se repetían por el eco del interior del edificio, a juzgar por los pasos que se oían se podía adivinar que eran más de 20 los que subían. Los tres hombres miraron cómo iban de munición.
-Un cartucho cargado y cuatro más me quedan. – Dijo José.
- A mí apenas me quedan seis balas en el cargador y no tengo repuesto. – Dijo Josh.
-Yo tengo el cargador completo. – Dijo Max.
José sacó de la pistola de Bill el cargador y se lo lanzó a Josh. Éste miró a Jessica.
-¿Y ella qué? ¿No le vamos a dar un arma?
-¿Ella? Lo último que quiero es que me pegue un tiro… - Dijo José.
Jessica sabía que no confiarían en ella y no le darían un arma para defenderse, algo que no la dejó muy sorprendida, más bien decepcionada con aquellos hombres.
-“Jessica, no te preocupes, mientras esté yo no te pasará nada…Pero, ¿Quién eres tú?... Soy la otra parte de ti, la que decidiste conservar aún a pesar de ofrecerte la opción de eliminarme.” – Jessica lo había intuido la última vez que le ocurrió esto. Al parecer su cuestionable decisión le había sido de cierta utilidad.
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El anciano se volvió de nuevo hacia la mesa en la que trabajaba y siguió con su pequeña investigación para desarrollar una vacuna totalmente efectiva. Jessica fue hacia las habitaciones. La puerta en la habitación en que descansaban los tres hombres estaba cerrada, así que entró a la otra y se acostó en la cama. Pronto la chica se durmió, ese día había sido agotador para todos, pero especialmente para ella.
Las horas comenzaron a pasar. Los rayos del sol entraban por las ventanas descubiertas del edificio. Bill aún estaba en aquel escritorio, mezclando fármacos en diferentes probetas y comprobando el efecto que tenían al entrar en contacto con la sangre infectada, en este caso la de Jessica. Finalmente parece que dio con la fórmula de aquel medicamento que había usado la chica. La sangre que quedaba de Max, que estaba dentro de la jeringa en el frigorífico, la mezcló con un líquido que tenía un olor muy fuerte y removió la mezcla. La sustancia pasó a tener un color azul oscuro. A su mano derecha tenía un cuentagotas, con el que cogió unas gotas del fluido y las añadió al otro medicamento. El anciano destapó una pequeña jaula que tenía cerca de la mesa , en el suelo. Tres cobayas corrían desorientadas por su pequeña prisión.
Bill se puso un grueso guante y cogió a una de ellas, que volvía su cabeza intentando morder al anciano. Éste cogió otra jeringuilla y le inyectó al animal el medicamento preparado. La cobaya siguió con su comportamiento habitual unos segundos, luego se quedó quieta mirando al anciano. Bill la volvió a dejar en la jaula a ver qué pasaba. El animal se quedó quieto en el mismo sitio donde lo habían dejado, las otras dos cobayas estaban juntas en la esquina más lejana, quietas también. Todo apuntaba a que Bill había conseguido eliminar el virus del organismo del animal.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 15/12/2009
Poco duró la sonrisa en la cara del anciano. Pocos segundos después de aquello, Bill se fijó en las otras dos cobayas. Estaban quietas también. La que él había dejado estaba temblando quieta en el mismo lugar, luego empezó a moverse hacia las otras. Al animal se le había caído el pelaje, en su piel habían pequeñas heridas. Cuando llegó donde estaban las otras dos, las mató de un mordisco en el cuello a cada una. Luego permaneció quieta de nuevo y no volvió a moverse, estaba mirando fijamente a Bill.
El anciano sacó una hoja de papel de su cajón y comenzó a escribir. Tras unos minutos, se levantó y cogió su arma, que aún permanecía en la mesa, y la introdujo en su boca.
-“Pronto os veré a todas de nuevo, hice lo que pude…” – Pensó el anciano entre lágrimas antes de apretar el gatillo de la pistola.
Un fuerte sonido sonó en el piso, seguido de un golpe seco en el suelo. José salió de la habitación con su escopeta en mano y dispuesto a disparar a cualquier cosa que se moviese, detrás de él salieron Max y Josh con sus pistolas. De la habitación contigua salía Jessica también, ésta sin arma. Los cuatro se quedaron callados al ver el cadáver de Bill en el suelo con un disparo en la cabeza. Jessica fue la primera que reaccionó rompiendo a llorar.
-¡Bill…! – Dijo la chica entre llantos y cogiendo el cuerpo del anciano. - ¿Por qué has hecho esto…?
Mientras sostenía el cadáver del que fue su primer amigo, le vino esa sensación que indicaba una alta concentración de virus. La chica secó sus lágrimas con su mano y miró a su alrededor. Al acercarse a la jaula de las cobayas comprendió rápidamente que la sensación provenía de ahí. La cobaya aún permanecía quieta mirando el cadáver del anciano. De las heridas que rodeaban su cuerpo habían empezado a salir pequeñas prolongaciones de piel.
Jessica estaba furiosa; cogió la pistola de la mano del cuerpo de Bill y disparó a la cobaya, el tiro alcanzó al animal de lleno y lo hizo reventar. José, al ver que la chica empuñaba un arma, se abalanzó sobre ella y le quitó la pistola. Jessica permanecía de rodillas en el suelo llorando, sin importarle que le hubiesen quitado la pistola. Había matado a aquella cobaya, sin embargo la sensación persistía, aunque a la chica no le importase ya.
-“Jessica, esas cinco jeringuillas que hay encima de la mesa… Están completamente infectadas, nunca pude sentir nada así…” – Aquellos pensamientos no eran de Jessica, la chica estaba asustada y desconcertada.
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Ésta decidió hacer caso de lo que había “oído” y se puso en pié, cogió una de las cinco jeringuillas que habían colocadas en la mesa y la examinó. El líquido verde de su interior contenía a su vez una pequeña cantidad de otro líquido rojo, que se movía dentro del verde. Jessica también vio la nota del anciano sobre la mesa. Max, que también la había visto se adelantó a la chica, la cogió y la leyó en voz alta.
-Lo siento. Ya van… ¿Cuánto? ¿Tres meses desde que empezó todo?, ya me es imposible soportar esta carga que me consume cada día más. No sé si lo sabréis o no, pero yo trabajé en el desarrollo del virus original. Durante los últimos cuatro años trabajé en él, dos de los cuales empleé para el desarrollo de una vacuna eficaz pero, como podréis suponer, fracasé una y otra vez en cada uno de mis intentos. Para esa vacuna siempre dimos por hecho que lo que faltaba era conseguir la sangre de un híbrido, alguien como Max. A lo largo de toda esta noche he podido comprobar que nos equivocábamos, Max no tiene nada diferente a los demás (nada que se pueda añadir sintéticamente a nuestro organismo). Llené 6 jeringuillas con el fármaco que desarrollé por si funcionaba. Una de ellas la usé para comprobar su efectividad en una de las cobayas de la jaula y pude ver que, de nuevo, había vuelto a fracasar. He contribuido a todo lo que está sucediendo y, lo peor, no he podido enmendar mis errores. En estos últimos meses… He perdido a mi mujer y mis dos hijas, he perdido a mis nietas y a mi nieto. También he visto como progresivamente todas las cosas en las que creía se han perdido o se han destruido… Ojalá consigáis enmendar mis errores de algún modo. Posdata: Si usáis las vacunas no creo que tardéis mucho en perder la razón y matar a vuestros compañeros.
Tras un pequeño silencio Josh habló.
-Jessica, creo que deberíamos guardar las jeringuillas por si acaso, nunca se puede saber si nos serán de utilidad.
-¡Joder! Ese maldito viejo… ¡Había ayudado a que todo esto ocurriese! – Dijo José furioso.
Jessica hizo caso a Josh y cogió un pequeño maletín de uno de los armarios y guardó las jeringuillas. Luego entregó el maletín a Josh. Apenas bastó un segundo de silencio para adivinar que no estaban solos en el edificio, de nuevo habían entrado infectados. Sus gritos se oían y se repetían por el eco del interior del edificio, a juzgar por los pasos que se oían se podía adivinar que eran más de 20 los que subían. Los tres hombres miraron cómo iban de munición.
-Un cartucho cargado y cuatro más me quedan. – Dijo José.
- A mí apenas me quedan seis balas en el cargador y no tengo repuesto. – Dijo Josh.
-Yo tengo el cargador completo. – Dijo Max.
José sacó de la pistola de Bill el cargador y se lo lanzó a Josh. Éste miró a Jessica.
-¿Y ella qué? ¿No le vamos a dar un arma?
-¿Ella? Lo último que quiero es que me pegue un tiro… - Dijo José.
Jessica sabía que no confiarían en ella y no le darían un arma para defenderse, algo que no la dejó muy sorprendida, más bien decepcionada con aquellos hombres.
-“Jessica, no te preocupes, mientras esté yo no te pasará nada…Pero, ¿Quién eres tú?... Soy la otra parte de ti, la que decidiste conservar aún a pesar de ofrecerte la opción de eliminarme.” – Jessica lo había intuido la última vez que le ocurrió esto. Al parecer su cuestionable decisión le había sido de cierta utilidad.
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 13C, 14C & 15C
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La chica se volvió a mirar a Max, que, aunque era bastante callado, podía apreciar en él que no tenía ninguna intención de hacerle mal. El chico miraba fijamente a Jessica, que empezó a perder el conocimiento poco a poco. No sabía qué pasaría al caer inconsciente, quizá fuese la escusa que buscaba José para acabar con su vida, quizá su “otra ella” se hubiese vuelto más humana, pero la única forma de saberlo era dejar que las cosas siguiesen su curso.
-Jessica…Tus ojos se están volviendo rojos… - Dijo Max en voz baja.
El cuerpo de la chica cayó al suelo, estaba inconsciente. José y Josh no prestaban atención a lo ocurrido, estaban en la habitación cogiendo las máscaras de gas. En ese momento los infectados empezaron a golpear la puerta del piso con un ritmo frenético. La endeble puerta de madera no aguantaría mucho más.
-¡Joder! ¿¡Dónde están las malditas máscaras!? – Gritaba José desde la habitación.
Max levantó la pistola y la cargó dispuesto a matar cualquier cosa que entrase por la puerta. José y Josh aún seguían buscando sus máscaras cuando la puerta y los pestillos cedieron ante los enfermos. Max mató un par de ellos al entrar, pero el arma duró poco en sus manos. Tres infectados se abalanzaron sobre éste, empujándolo hacia la pared y haciendo que soltase la pistola, que cayó por la ventana.
Todo parecía acabado para Max, cuando un disparo desde la puerta de la habitación atravesó el cuello de uno de los agresores del chico. Josh había dado un poco de tiempo más a Max. Varios tiros más se oyeron, uno alcanzó en el pecho a uno de los enfermos que empujaban por detrás a los que estaban intentando acabar con la vida de Max, otro dio de lleno en la cabeza de uno que iba hacia Josh. La sangre de éste último saltó hacia Josh, quien iba sin máscara pues aún no las habían encontrado, pero el hombre cerró la puerta y pudo salvarse en el último momento.
Las uñas de los enfermos se clavaban con fuerza en la carne de Max, ya no tenía escapatoria, todo indicaba que ese sería su final. El chico pudo ver por detrás de todos los infectados como el cuerpo de Jessica se ponía en pie, que aún conservaba el color rojo en los ojos, y cogía la silla del escritorio de Bill. Cogida por el respaldo, Jessica clavaba las patas de las sillas a todos los infectados que rodeaban a Max. Los gritos de dolor de éstos consiguieron atraer a más enfermos que corrían hacia el edificio, se los podía observar desde la ventana del piso corriendo en manadas. La puerta de la habitación de abrió y de dentro de ella salieron José y Josh con sus máscaras de gas puestas y con sus armas preparadas, pero sólo vieron a Max y a Jessica en pie sobre un suelo cubierto por sangre y cadáveres, algunos de los cuales aún se movían.
-G-gracias… - Dijo Max asustado ante la presencia de Jessica.
-Sólo lo hice porque Jessica así lo quería. – Respondió ésta con un tono de indiferencia. – Ahora deberíais seguirme si queréis salir de aquí con vida, pude escuchar antes que apenas teníais munición suficiente para acabar con los que habían entrado.
Max y Josh no dudaron y siguieron a la chica, al fin y al cabo era la única oportunidad que tenían. José, por el contrario, no se fiaba de ella.
-¿Y cómo voy a saber que no quieres matarnos? ¿Por qué deberíamos seguirte? – Preguntó el Mexicano molesto al ver que sus dos compañeros la seguían.
Jessica se volvió hacia él, el pulso de José temblaba y no podía mantener su arma quieta. La chica pegó su vientre contra el cañón del arma y le miró a los ojos.
-Podría matarte aquí y ahora, pero al final eres sólo palabras. – Dijo Jessica mientras cogía el cañón del arma y lo doblaba hacia arriba. – Si hubiese querido matarte lo habría hecho mientras dormías. – Dijo volviendo a doblar el cañón para que recuperase su forma inicial.
La chica se volvió de nuevo y José la siguió, junto con sus dos amigos, en silencio. Varios enfermos corrían escaleras arriba, al alcanzar a Jessica, que iba en primera posición, ésta los tiró por el hueco de las escaleras de un pequeño empujón sin variar su marcha.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 16/12/2009
Josh llevaba cogida la maleta, en la que habían guardado las jeringuillas, con fuerza. Decenas de infectados corrían escaleras arriba, algunos en silencio, otros pronunciabas palabras sin sentido. Cada vez que alcanzaban a la chica, ésta los tiraba escaleras abajo o bien los dejaba caer por el hueco de las escaleras. Una vez llegaron abajo, y pasando con dificultad entre la pequeña montaña de cadáveres que se había amontonado abajo, salieron a la calle.
Fuera todo parecía normal, ya no se veían más enfermos corriendo por ningún lado, tan solo estaba el vehículo con el que habían vuelto. Se acercaron tranquilamente al Hummer y abrieron las puertas, todos habían entrado cuando, por una calle cercana apareció otra mujer también infectada a juzgar por su aspecto. Sin mediar palabra fue corriendo hacia Jessica, que estaba de espaldas, pero ésta ya había percibido su presencia, así que se volvió y le dio un fuerte puñetazo en el estómago. La mujer se levantó unos centímetros del suelo por el golpe, un hilillo de sangre salía por la boca de la atacante.
-Vas a… Morir, ahora. – Dijo ésta a Jessica.
La mujer se abalanzó de nuevo sobre la chica y la agarró del cuello con ambas manos. Estiró hacia arriba de su cabeza levantándola tanto como pudo con sus brazos y lanzó el cuerpo como si de una piedra se tratase. Jessica rodó por el suelo, intentó incorporarse pero su atacante corrió de nuevo hacia ella y le propinó una fuerte patada, alejándola un par de metros más.
Jessica no pudo levantarse de nuevo, no tenía fuerzas. Todo parecía perdido, la mujer iba de nuevo hacia ella con una sonrisa en su cara, pero José, desde el coche, había arrancado el brazo izquierdo a la agresora de un escopetazo en el hombro. Ésta cayó al suelo y no se volvió a mover. José bajó del coche y ofreció su mano a Jessica, que la cogió y se puso en pie.
-No te hagas ilusiones, sigo sin fiarme de ti, pero como tú dijiste no tenemos munición para mucho tiempo más. – Dijo el Mexicano mirando los ojos rojos de Jessica.
La chica se metió en el coche sin decir nada y cerró los ojos; había quedado inconsciente. Unos minutos después despertó la chica, que estaba montada en el coche en marcha. Estaba muy cansada y decidió intentar dormir en el vehículo, así que cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el cristal de la ventanilla.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 18/12/2009
La tarde había caído y, como es propio de los inviernos, había oscurecido pronto. Josh aparcó el coche cerca de un centro comercial y apagó las luces. Jessica aún permanecía dormida y prefirieron no despertarla. Los tres hombres bajaron del vehículo y cogieron unas linternas del maletero, tras eso se metieron al gran recinto. Dentro todas las luces estaban apagadas, el único modo de conseguir ver algo era mediante las linternas que llevaban. Conforme avanzaban iban viendo cadáveres en descomposición, sangre, extremidades de otras personas… El hedor que éstos desprendía hizo que los tres hombres se pusiesen las máscaras de gas.
Pronto encontraron lo que buscaban, la tienda de armas, así que entraron. En el interior apenas quedaban algunas armas colgadas de sus soportes, pero no era eso lo que les interesaba, era la munición, que solía guardarse en el almacén.
-Antes de ir por la munición deberíamos mirar las armas, quizá nos interesaría cambiar alguna de las nuestras. – Dijo Josh.
José y Max miraron las pocas armas que quedaban en la tienda. Entre todas destacaba una en especial, un subfusil. Max maravillado fue hacia él y lo cogió.
-Max, no lo cojas, mejor dáselo a Josh que le dará mejor uso que tú… - Dijo José molesto con el hombre. – Al fin y al cabo apenas has usado la pistola que te dimos.
Max lanzó una mirada de odio a José y tiró el subfusil al suelo de la tienda, se volvió, abrió la puerta del almacén y entró. Josh recogió el arma del suelo y lanzó una mirada de enfado a José, después entró al almacén también. El almacén no mejoraba demasiado respecto a la tienda, sólo habían unas pocas cajas de munición, aunque suficientes para un tiempo.
-Max, no se lo tomes en cuenta, todo esto le recuerda a su mujer… - Dijo Josh suavemente.
-No se lo tomo en cuenta, sólo dice la verdad y eso es lo que me desagrada. Desde que me encontrasteis apenas he servido de ayuda alguna… Sólo soy un estorbo. – Dijo Max angustiado.
-No eres ningún estorbo, eres nuestro amigo. Da igual lo que diga José, nos has ayudado como el que más, no hace falta gastar más balas para matar más enfermos. Al margen de todo eso considero muy importante el que estés aquí con nosotros, significa que eres una persona fuerte… Mira todo lo que hemos pasado y aquí sigues, Max para mí eres…
Josh paró de hablar y le empezó a salir sangre de la boca. Detrás suyo había un niño pequeño que le había clavado un hacha por encima de la cintura. Max sacó su arma y, gritando, vació su cargador sobre él. Ambos cuerpos estaban ahora en el suelo; el niño había muerto, pero Josh aún seguía con vida.
-Lo… Intenté… - Dijo Josh en su último aliento.
________________________________________________________________________________________________________________________
Actualmente llevo 51 páginas escritas en un documento de word, al llegar a las 15 me gustaría imprimir unas 100 copias, ¿Alguno sabéis de algun lugar, página o empresa que se dedique a esto y lo haga barato?
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 15/12/2009
La chica se volvió a mirar a Max, que, aunque era bastante callado, podía apreciar en él que no tenía ninguna intención de hacerle mal. El chico miraba fijamente a Jessica, que empezó a perder el conocimiento poco a poco. No sabía qué pasaría al caer inconsciente, quizá fuese la escusa que buscaba José para acabar con su vida, quizá su “otra ella” se hubiese vuelto más humana, pero la única forma de saberlo era dejar que las cosas siguiesen su curso.
-Jessica…Tus ojos se están volviendo rojos… - Dijo Max en voz baja.
El cuerpo de la chica cayó al suelo, estaba inconsciente. José y Josh no prestaban atención a lo ocurrido, estaban en la habitación cogiendo las máscaras de gas. En ese momento los infectados empezaron a golpear la puerta del piso con un ritmo frenético. La endeble puerta de madera no aguantaría mucho más.
-¡Joder! ¿¡Dónde están las malditas máscaras!? – Gritaba José desde la habitación.
Max levantó la pistola y la cargó dispuesto a matar cualquier cosa que entrase por la puerta. José y Josh aún seguían buscando sus máscaras cuando la puerta y los pestillos cedieron ante los enfermos. Max mató un par de ellos al entrar, pero el arma duró poco en sus manos. Tres infectados se abalanzaron sobre éste, empujándolo hacia la pared y haciendo que soltase la pistola, que cayó por la ventana.
Todo parecía acabado para Max, cuando un disparo desde la puerta de la habitación atravesó el cuello de uno de los agresores del chico. Josh había dado un poco de tiempo más a Max. Varios tiros más se oyeron, uno alcanzó en el pecho a uno de los enfermos que empujaban por detrás a los que estaban intentando acabar con la vida de Max, otro dio de lleno en la cabeza de uno que iba hacia Josh. La sangre de éste último saltó hacia Josh, quien iba sin máscara pues aún no las habían encontrado, pero el hombre cerró la puerta y pudo salvarse en el último momento.
Las uñas de los enfermos se clavaban con fuerza en la carne de Max, ya no tenía escapatoria, todo indicaba que ese sería su final. El chico pudo ver por detrás de todos los infectados como el cuerpo de Jessica se ponía en pie, que aún conservaba el color rojo en los ojos, y cogía la silla del escritorio de Bill. Cogida por el respaldo, Jessica clavaba las patas de las sillas a todos los infectados que rodeaban a Max. Los gritos de dolor de éstos consiguieron atraer a más enfermos que corrían hacia el edificio, se los podía observar desde la ventana del piso corriendo en manadas. La puerta de la habitación de abrió y de dentro de ella salieron José y Josh con sus máscaras de gas puestas y con sus armas preparadas, pero sólo vieron a Max y a Jessica en pie sobre un suelo cubierto por sangre y cadáveres, algunos de los cuales aún se movían.
-G-gracias… - Dijo Max asustado ante la presencia de Jessica.
-Sólo lo hice porque Jessica así lo quería. – Respondió ésta con un tono de indiferencia. – Ahora deberíais seguirme si queréis salir de aquí con vida, pude escuchar antes que apenas teníais munición suficiente para acabar con los que habían entrado.
Max y Josh no dudaron y siguieron a la chica, al fin y al cabo era la única oportunidad que tenían. José, por el contrario, no se fiaba de ella.
-¿Y cómo voy a saber que no quieres matarnos? ¿Por qué deberíamos seguirte? – Preguntó el Mexicano molesto al ver que sus dos compañeros la seguían.
Jessica se volvió hacia él, el pulso de José temblaba y no podía mantener su arma quieta. La chica pegó su vientre contra el cañón del arma y le miró a los ojos.
-Podría matarte aquí y ahora, pero al final eres sólo palabras. – Dijo Jessica mientras cogía el cañón del arma y lo doblaba hacia arriba. – Si hubiese querido matarte lo habría hecho mientras dormías. – Dijo volviendo a doblar el cañón para que recuperase su forma inicial.
La chica se volvió de nuevo y José la siguió, junto con sus dos amigos, en silencio. Varios enfermos corrían escaleras arriba, al alcanzar a Jessica, que iba en primera posición, ésta los tiró por el hueco de las escaleras de un pequeño empujón sin variar su marcha.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 16/12/2009
Josh llevaba cogida la maleta, en la que habían guardado las jeringuillas, con fuerza. Decenas de infectados corrían escaleras arriba, algunos en silencio, otros pronunciabas palabras sin sentido. Cada vez que alcanzaban a la chica, ésta los tiraba escaleras abajo o bien los dejaba caer por el hueco de las escaleras. Una vez llegaron abajo, y pasando con dificultad entre la pequeña montaña de cadáveres que se había amontonado abajo, salieron a la calle.
Fuera todo parecía normal, ya no se veían más enfermos corriendo por ningún lado, tan solo estaba el vehículo con el que habían vuelto. Se acercaron tranquilamente al Hummer y abrieron las puertas, todos habían entrado cuando, por una calle cercana apareció otra mujer también infectada a juzgar por su aspecto. Sin mediar palabra fue corriendo hacia Jessica, que estaba de espaldas, pero ésta ya había percibido su presencia, así que se volvió y le dio un fuerte puñetazo en el estómago. La mujer se levantó unos centímetros del suelo por el golpe, un hilillo de sangre salía por la boca de la atacante.
-Vas a… Morir, ahora. – Dijo ésta a Jessica.
La mujer se abalanzó de nuevo sobre la chica y la agarró del cuello con ambas manos. Estiró hacia arriba de su cabeza levantándola tanto como pudo con sus brazos y lanzó el cuerpo como si de una piedra se tratase. Jessica rodó por el suelo, intentó incorporarse pero su atacante corrió de nuevo hacia ella y le propinó una fuerte patada, alejándola un par de metros más.
Jessica no pudo levantarse de nuevo, no tenía fuerzas. Todo parecía perdido, la mujer iba de nuevo hacia ella con una sonrisa en su cara, pero José, desde el coche, había arrancado el brazo izquierdo a la agresora de un escopetazo en el hombro. Ésta cayó al suelo y no se volvió a mover. José bajó del coche y ofreció su mano a Jessica, que la cogió y se puso en pie.
-No te hagas ilusiones, sigo sin fiarme de ti, pero como tú dijiste no tenemos munición para mucho tiempo más. – Dijo el Mexicano mirando los ojos rojos de Jessica.
La chica se metió en el coche sin decir nada y cerró los ojos; había quedado inconsciente. Unos minutos después despertó la chica, que estaba montada en el coche en marcha. Estaba muy cansada y decidió intentar dormir en el vehículo, así que cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el cristal de la ventanilla.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 18/12/2009
La tarde había caído y, como es propio de los inviernos, había oscurecido pronto. Josh aparcó el coche cerca de un centro comercial y apagó las luces. Jessica aún permanecía dormida y prefirieron no despertarla. Los tres hombres bajaron del vehículo y cogieron unas linternas del maletero, tras eso se metieron al gran recinto. Dentro todas las luces estaban apagadas, el único modo de conseguir ver algo era mediante las linternas que llevaban. Conforme avanzaban iban viendo cadáveres en descomposición, sangre, extremidades de otras personas… El hedor que éstos desprendía hizo que los tres hombres se pusiesen las máscaras de gas.
Pronto encontraron lo que buscaban, la tienda de armas, así que entraron. En el interior apenas quedaban algunas armas colgadas de sus soportes, pero no era eso lo que les interesaba, era la munición, que solía guardarse en el almacén.
-Antes de ir por la munición deberíamos mirar las armas, quizá nos interesaría cambiar alguna de las nuestras. – Dijo Josh.
José y Max miraron las pocas armas que quedaban en la tienda. Entre todas destacaba una en especial, un subfusil. Max maravillado fue hacia él y lo cogió.
-Max, no lo cojas, mejor dáselo a Josh que le dará mejor uso que tú… - Dijo José molesto con el hombre. – Al fin y al cabo apenas has usado la pistola que te dimos.
Max lanzó una mirada de odio a José y tiró el subfusil al suelo de la tienda, se volvió, abrió la puerta del almacén y entró. Josh recogió el arma del suelo y lanzó una mirada de enfado a José, después entró al almacén también. El almacén no mejoraba demasiado respecto a la tienda, sólo habían unas pocas cajas de munición, aunque suficientes para un tiempo.
-Max, no se lo tomes en cuenta, todo esto le recuerda a su mujer… - Dijo Josh suavemente.
-No se lo tomo en cuenta, sólo dice la verdad y eso es lo que me desagrada. Desde que me encontrasteis apenas he servido de ayuda alguna… Sólo soy un estorbo. – Dijo Max angustiado.
-No eres ningún estorbo, eres nuestro amigo. Da igual lo que diga José, nos has ayudado como el que más, no hace falta gastar más balas para matar más enfermos. Al margen de todo eso considero muy importante el que estés aquí con nosotros, significa que eres una persona fuerte… Mira todo lo que hemos pasado y aquí sigues, Max para mí eres…
Josh paró de hablar y le empezó a salir sangre de la boca. Detrás suyo había un niño pequeño que le había clavado un hacha por encima de la cintura. Max sacó su arma y, gritando, vació su cargador sobre él. Ambos cuerpos estaban ahora en el suelo; el niño había muerto, pero Josh aún seguía con vida.
-Lo… Intenté… - Dijo Josh en su último aliento.
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Actualmente llevo 51 páginas escritas en un documento de word, al llegar a las 15 me gustaría imprimir unas 100 copias, ¿Alguno sabéis de algun lugar, página o empresa que se dedique a esto y lo haga barato?
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 16C, 17C & 18C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 18/12/2009
José entró al almacén rompiendo la puerta de una patada (aunque estuviese abierta, parecía que el hombre disfrutaba haciendo ese tipo de cosas) con la escopeta lista para disparar. Lo primero que vio fue a Max al lado del cuerpo de Josh, luego se fijó más y vio el cuerpo del niño destrozado por las balas.
-¡¡Joder!! ¿¡Cómo has dejado que lo matasen!? ¡Eres un inútil, más valdría que hubieses muerto tú! – Dijo José con ira, su respiración estaba muy acelerada. - ¡Ahora ya podrás quedarte tu puto subfusil!
Acto seguido el hombre se dio la vuelta y salió por la puerta, al salir Max pudo apreciar cómo caía una lágrima por su cara. Max estaba desolado, no se había dado cuenta de que aquel niño estaba detrás de Josh.
-“Es culpa mía, soy un inútil, por mi culpa ha muerto Josh…”
El hombre se culpaba, sin embargo hasta ahora no había derramado una sola lágrima y tampoco lo hizo en esta ocasión. Fríamente cogió la munición y el arma del cadáver y salió del almacén. Fue directo al coche, aunque por la reacción de José no esperaba que estuviese aún el vehículo. Para bien de Max, el coche seguía donde lo habían dejado. Avergonzado subió y se colocó en el asiento del copiloto. José arrancó y el coche empezó a moverse.
-Yo… - Max no terminó la frase, José no dijo una sola palabra y siguió conduciendo.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 20/12/2009
Ya era muy tarde, en las calles las únicas luces que alumbraban eran los faros del coche. Jessica se despertó y, lentamente, fue abriendo sus ojos. Pudo ver que en el exterior no habían más que casas pequeñas y algún que otro edificio, definitivamente habían salido de Detroit. Entonces se preguntó; ¿A dónde iban?.
-Josh, ¿A dónde vamos? – Pues era Josh el que solía conducir siempre.
-Josh ha muerto. – Le respondió secamente José.
Jessica impactada por la respuesta se calló un momento.
-“¿Qué le ha pasado a Josh?... Sea lo que sea no nos pueden culpar, yo les protegí como tú querías…”
-¿Cómo que Josh ha muerto…?
-Sí, veras, el inútil de Max no se dio cuenta de que tenía a un infectado detrás y… - José no pudo terminar la frase, llevaba junto con Josh desde hacía ya varios meses y era su único amigo.
-Sabes, José… No me eches más mierda encima, fuiste tú el que permitió que tu mujer bebiese de aquella fuente y también fuiste tú el que la tuvo que matar. – Dijo Max fríamente.
José sabía que Max tenía razón y que esa vez tampoco fue más que un descuido como lo ocurrido con Josh. Quizá el tampoco se hubiese dado cuenta y tampoco hubiese podido salvarlo, lo mejor era intentar olvidar aquello, al fin y al cabo si no conseguían encontrar una cura tarde o temprano todos acabarían muriendo de una manera o de otra.
-Hemos salido de Detroit, quiero ir a Washington D.C., siempre tuve curiosidad de saber dónde se escondió el presidente. – Dijo José cambiando de tema.
Jessica se llevó la mano a la cabeza, le empezaba a doler de nuevo por la gran concentración de virus. Entre Max y las jeringuillas le era difícil concentrarse en cualquier cosa. Poco a poco la sensación fue desapareciendo, se acostumbró a ella. Ninguno de los del coche decía nada, las horas pasaban y pasaban y el silencio ya era algo común entre ellos. Aunque ninguno dijese nada se podía apreciar que estaban muy afectados por aquellas muertes que se habían sucedido tan seguidas.
Sin bajar del coche apenas, las comidas se sucedían una tras otra sin mediar palabra, las noches en vela conduciendo y las mañanas en las que tenían que relevar al conductor de esa noche se volvieron algo común entre ellos. Nada alteró la rutina hasta que llegaron a un pequeño pueblo.
Jessica notó un fuerte dolor de cabeza, apenas podía respirar y cayó inconsciente golpeándose la cabeza contra el cristal del vehículo. José paró el coche y le tomó el pulso; aún estaba viva.
-Parece que tenemos compañía. – Dijo José señalando a un hombre que se podía vislumbrar entre la oscuridad de la noche.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 20/12/2009
Max y José sacaron sus armas, éste último también se colocó su máscara. Una vez cargaron las armas bajaron del coche. La oscura silueta iba susurrando algo casi inaudible.
-… Y acógelos en tu reino, perdona sus pecados y dame poder para eliminar el mal que mora en ellos… - Susurraba el hombre mientras se acercaba lentamente hacia ellos.
-¿Pero qué coj…?
José no pudo terminar la frase, el hombre se había puesto a la vista de ambos. En su mano izquierda tenía una espada agarrada, el mango del arma era una cruz de plata con grabados, iba vestido con una túnica y llevaba un alzacuellos. Frente a sus ojos, unas gafas que resplandecían con los faros del vehículo, en su boca se veía una sonrisa, que se tornó en un gesto de desagrado.
-Tú, el de la escopeta, ¿Por qué vas con dos demonios? – Dijo el hombre serio.
-¿Demonios? Estás grillado tío… - Le respondió José extrañado.
-Señor, perdona mis futuras acciones…
El hombre saltó hacia ellos y dirigió su espada hacia Max. Éste le disparó pero no consiguió alcanzarlo. José rápidamente disparó su escopeta contra el asaltante, que milagrosamente paró el disparo con la hoja de su espada. Seguidamente se lanzó contra José con la espada por delante. La punta del arma quedó a pocos centímetros del cuello del Mexicano, Jessica había parado la mano del hombre agarrándola por la muñeca. Éste se fijó en la chica, respiró hondo y saltó hacia atrás para guardar la distancia con ellos.
-No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. – Recitó el hombre desenfundando otra espada igual a la anterior.
-¡Rápido, disparémosle! – Gritó José.
Max y José empezaron a disparar hacia su agresor, pero al parecer no conseguían nada. Lo que anteriormente les había parecido milagroso, ahora les parecía que era totalmente normal para aquel hombre. Todas sus balas estaban en el suelo delante del hombre. Éste se lanzó hacia Jessica ésta vez, quien agarró una de las espadas por el filo y, cortándose la palma de la mano, lo lanzó contra el coche.
-¡Joder, para, no somos unos putos enfermos! – Gritó José intentando hacer razonar a aquel individuo.
El hombre se incorporó y los miró.
-Ciertamente no lo parecéis, pero el demonio tampoco se mostraría como tal. – Les dijo recogiendo su espada.
-Lo mismo se podría decir de ti. – Dijo Jessica mirándole. – Está enfermo, no creo que entre en razón, lo mejor será matarlo.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 18/12/2009
José entró al almacén rompiendo la puerta de una patada (aunque estuviese abierta, parecía que el hombre disfrutaba haciendo ese tipo de cosas) con la escopeta lista para disparar. Lo primero que vio fue a Max al lado del cuerpo de Josh, luego se fijó más y vio el cuerpo del niño destrozado por las balas.
-¡¡Joder!! ¿¡Cómo has dejado que lo matasen!? ¡Eres un inútil, más valdría que hubieses muerto tú! – Dijo José con ira, su respiración estaba muy acelerada. - ¡Ahora ya podrás quedarte tu puto subfusil!
Acto seguido el hombre se dio la vuelta y salió por la puerta, al salir Max pudo apreciar cómo caía una lágrima por su cara. Max estaba desolado, no se había dado cuenta de que aquel niño estaba detrás de Josh.
-“Es culpa mía, soy un inútil, por mi culpa ha muerto Josh…”
El hombre se culpaba, sin embargo hasta ahora no había derramado una sola lágrima y tampoco lo hizo en esta ocasión. Fríamente cogió la munición y el arma del cadáver y salió del almacén. Fue directo al coche, aunque por la reacción de José no esperaba que estuviese aún el vehículo. Para bien de Max, el coche seguía donde lo habían dejado. Avergonzado subió y se colocó en el asiento del copiloto. José arrancó y el coche empezó a moverse.
-Yo… - Max no terminó la frase, José no dijo una sola palabra y siguió conduciendo.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 20/12/2009
Ya era muy tarde, en las calles las únicas luces que alumbraban eran los faros del coche. Jessica se despertó y, lentamente, fue abriendo sus ojos. Pudo ver que en el exterior no habían más que casas pequeñas y algún que otro edificio, definitivamente habían salido de Detroit. Entonces se preguntó; ¿A dónde iban?.
-Josh, ¿A dónde vamos? – Pues era Josh el que solía conducir siempre.
-Josh ha muerto. – Le respondió secamente José.
Jessica impactada por la respuesta se calló un momento.
-“¿Qué le ha pasado a Josh?... Sea lo que sea no nos pueden culpar, yo les protegí como tú querías…”
-¿Cómo que Josh ha muerto…?
-Sí, veras, el inútil de Max no se dio cuenta de que tenía a un infectado detrás y… - José no pudo terminar la frase, llevaba junto con Josh desde hacía ya varios meses y era su único amigo.
-Sabes, José… No me eches más mierda encima, fuiste tú el que permitió que tu mujer bebiese de aquella fuente y también fuiste tú el que la tuvo que matar. – Dijo Max fríamente.
José sabía que Max tenía razón y que esa vez tampoco fue más que un descuido como lo ocurrido con Josh. Quizá el tampoco se hubiese dado cuenta y tampoco hubiese podido salvarlo, lo mejor era intentar olvidar aquello, al fin y al cabo si no conseguían encontrar una cura tarde o temprano todos acabarían muriendo de una manera o de otra.
-Hemos salido de Detroit, quiero ir a Washington D.C., siempre tuve curiosidad de saber dónde se escondió el presidente. – Dijo José cambiando de tema.
Jessica se llevó la mano a la cabeza, le empezaba a doler de nuevo por la gran concentración de virus. Entre Max y las jeringuillas le era difícil concentrarse en cualquier cosa. Poco a poco la sensación fue desapareciendo, se acostumbró a ella. Ninguno de los del coche decía nada, las horas pasaban y pasaban y el silencio ya era algo común entre ellos. Aunque ninguno dijese nada se podía apreciar que estaban muy afectados por aquellas muertes que se habían sucedido tan seguidas.
Sin bajar del coche apenas, las comidas se sucedían una tras otra sin mediar palabra, las noches en vela conduciendo y las mañanas en las que tenían que relevar al conductor de esa noche se volvieron algo común entre ellos. Nada alteró la rutina hasta que llegaron a un pequeño pueblo.
Jessica notó un fuerte dolor de cabeza, apenas podía respirar y cayó inconsciente golpeándose la cabeza contra el cristal del vehículo. José paró el coche y le tomó el pulso; aún estaba viva.
-Parece que tenemos compañía. – Dijo José señalando a un hombre que se podía vislumbrar entre la oscuridad de la noche.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 20/12/2009
Max y José sacaron sus armas, éste último también se colocó su máscara. Una vez cargaron las armas bajaron del coche. La oscura silueta iba susurrando algo casi inaudible.
-… Y acógelos en tu reino, perdona sus pecados y dame poder para eliminar el mal que mora en ellos… - Susurraba el hombre mientras se acercaba lentamente hacia ellos.
-¿Pero qué coj…?
José no pudo terminar la frase, el hombre se había puesto a la vista de ambos. En su mano izquierda tenía una espada agarrada, el mango del arma era una cruz de plata con grabados, iba vestido con una túnica y llevaba un alzacuellos. Frente a sus ojos, unas gafas que resplandecían con los faros del vehículo, en su boca se veía una sonrisa, que se tornó en un gesto de desagrado.
-Tú, el de la escopeta, ¿Por qué vas con dos demonios? – Dijo el hombre serio.
-¿Demonios? Estás grillado tío… - Le respondió José extrañado.
-Señor, perdona mis futuras acciones…
El hombre saltó hacia ellos y dirigió su espada hacia Max. Éste le disparó pero no consiguió alcanzarlo. José rápidamente disparó su escopeta contra el asaltante, que milagrosamente paró el disparo con la hoja de su espada. Seguidamente se lanzó contra José con la espada por delante. La punta del arma quedó a pocos centímetros del cuello del Mexicano, Jessica había parado la mano del hombre agarrándola por la muñeca. Éste se fijó en la chica, respiró hondo y saltó hacia atrás para guardar la distancia con ellos.
-No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. – Recitó el hombre desenfundando otra espada igual a la anterior.
-¡Rápido, disparémosle! – Gritó José.
Max y José empezaron a disparar hacia su agresor, pero al parecer no conseguían nada. Lo que anteriormente les había parecido milagroso, ahora les parecía que era totalmente normal para aquel hombre. Todas sus balas estaban en el suelo delante del hombre. Éste se lanzó hacia Jessica ésta vez, quien agarró una de las espadas por el filo y, cortándose la palma de la mano, lo lanzó contra el coche.
-¡Joder, para, no somos unos putos enfermos! – Gritó José intentando hacer razonar a aquel individuo.
El hombre se incorporó y los miró.
-Ciertamente no lo parecéis, pero el demonio tampoco se mostraría como tal. – Les dijo recogiendo su espada.
-Lo mismo se podría decir de ti. – Dijo Jessica mirándole. – Está enfermo, no creo que entre en razón, lo mejor será matarlo.
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Fecha de inscripción : 04/05/2010
Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 19C, 20C & 21C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 21/12/2009
Jessica esbozó una sonrisa en su cara y se lanzó velozmente hacia el hombre, quien la golpeó con el mango de la espada y la hizo caer al suelo. La chica le agarró el tobillo y lo tiró al suelo también. El hombre iba a cortar la mano de la chica, pero ambos pararon.
-Toda esta concentración de virus… No viene de ti, entonces… ¿De dónde viene? – Preguntó Jessica intentando ver algo en la oscuridad de la noche.
El hombre se puso en pie y limpió las hojas de sus dos espadas con su traje.
-Para tener ambos el potencial de demonios no parecéis más que peones, ahora a ver qué tal os las apañáis contra todos éstos. – Dijo el hombre señalando hacia una calle oscura.
De la calle a la que había señalado empezaron a salir enfermos que corrían hacia ellos, algunos llevaban objetos que utilizaban a modo de armas, otros simplemente usaban sus manos. José y Max comenzaron a disparar. Los torpes atacantes caían tropezando con los cuerpos de sus compañeros, algunos incluso se partían la cabeza al dar con ella en el suelo. Por más que mataban no paraban de salir más y más, no sabían qué hacer y, a ese paso, la munición que esperaban que les durase algunas semanas no les llegaría para esa misma noche.
-Que el fuego del infierno apacigüe el alma que reside dentro de cada uno de los siervos del diablo. – Dijo el hombre mientras echaba un líquido que tenía en una botella sobre la hoja de la espada. – ¡Apartad todos! – Gritó prendiendo fuego a la hoja que empezó a arder como si de una antorcha se tratase.
José y Max se echaron atrás y se quedaron cerca de donde estaba Jessica. El misterioso espadachín estaba masacrando a todos los enfermos con una sola espada. Las ropas de algunos ardían por el fuego de la espada, pero pronto se extinguía el fuego gracias a la sangre que brotaba de los cuerpos mutilados. La sangre volaba por todos lados, aquel hombre desmembraba todo cuanto se cruzaba con él mientras recitaba algunas oraciones. La agilidad que poseía era increíble, de un solo movimiento era capaz de eliminar hasta tres o cuatro infectados a la vez, así como también podía evitar los golpes de sus atacantes. Finalmente, tras pocos minutos después de que comenzase con aquella masacre pudo parar, pues no quedaba ningún enfermo más.
-Tenéis algo que los atrae… Decidme, ¿qué podéis tener para atraer a tantos? – Preguntó con seriedad y frialdad.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 21/12/2009
-Quizá… Las vacunas de Bill ¿podría ser? – Preguntó Max mirando hacia el coche.
-¿Quién eres tú? Creo que nos debes unas cuantas explicaciones al respecto de tu persona. – Le dijo José.
-Yo soy Ramón Ventura, el ángel caído al que los demonios no consiguieron alcanzar. Soy aquel que protege los reinos de los cielos y combate a las bestias del infierno para restaurar la paz en nuestro mundo. He sido enviado directamente del Vaticano y apoyado por los gobiernos europeos para conseguir restaurar el equilibrio. – Dijo Ramón con una gran sonrisa en su cara.
-Y… ¿De qué va todo eso de los demonios y demás tonterías? – Le espetó Jessica.
-Demonios, enfermos, infectados… Cada uno los llama como quiere, en el Vaticano los llamamos demonios, vosotros enfermos, qué más da. Al igual que las teorías sobre todo esto, cada persona lo interpreta como quiere. – Explicó Ramón mientras iba hacia el maletero del coche.
Una vez detrás del vehículo abrió el maletero y sacó el maletín. Seguidamente lo abrió y vio colocadas en él las cinco vacunas.
-¿Pero qué…? ¿Para qué queríais utilizar esto? Está totalmente infectado, de hecho posee una mayor concentración que cualquier demonio que haya podido ver… - Dijo Ramón con una de las jeringuillas en la mano.
-No sabemos qué hacen en realidad, en principio se suponía que debían curar la enfermedad, pero parece que no cumplían su función, las guardemos por si acaso pudiesen hacer falta algún día. – Dijo Max.
-Qué estúpidos… ¿Cómo ibais a curar a un diablo? Si los demonios fuesen tan fáciles de eliminar ya habrían desaparecido. Habrá que ver cuál es su función exactamente. – Dijo Ramón mientras se acercaba a uno de los enfermos que seguía con vida entre los cadáveres de sus compañeros y le inyectaba el líquido.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 23/12/2009
-Espera un momento… Según lo que dijiste antes se supone que en Europa… - Dijo José, que se había quedado reflexionando las palabras del hombre.
-No, no supongas nada, en Europa están todos muertos al igual que aquí, pero eso no significa que mi misión acabe. – Le contestó Ramón sin dejarlo terminar.
-Pues entonces ilumínanos supermán, ¿Cómo pretendes acabar con todos los enfermos? Por si no te habías fijado son cientos de millones, incluso miles de millones en todo el mundo. – Dijo José con un tono de burla.
-Los peones son cientos de millones, los demonios sólo son miles en todo el mundo. Hasta donde sé, en América sólo hay unos cientos de ellos. – Respondió de nuevo Ramón suspirando.
-¿Y se supone que tu misión es sólo acabar con los “demonios” y no con los “peones”? – Preguntó Max esta vez.
-¿Nunca os habéis preguntado cómo se alimentan vuestros “enfermos”? Tienen cierta inteligencia pero no tanta como para entrar a una casa y vaciar la despensa. Los demonios, que vendrían a ser los jefes de éstos por llamarlos de alguna manera, tienen unas glándulas que segregan un líquido rico en nutrientes, del que se alimentan los peones. Ahora seguramente haríais otra pregunta, ¿De qué se alimentan los demonios? Pues yo os haré otra pregunta; ¿Cuándo fue la última vez que visteis un animal? – Tras eso Ramón se calló.
-Chicos... – Dijo Max que miraba a la mujer a la que Ramón había inyectado el líquido.
-¿Pero qué coj…? – Dijo José sin acabar la frase.
La mujer se había quedado totalmente calva, en su cabeza habían pequeños bultos, en la punta de los cuales habían heridas. Del profundo surco que había en su estómago salía un líquido blanquecino que la hacía cicatrizar rápido. La mujer se puso en pie y se pudo apreciar como de la palma de las manos le salían pequeños dedos a una velocidad alarmante.
-Un engendro. – Rió Jessica. – Lo mejor será matarlo antes de que el cura empiece a rezar.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 21/12/2009
Jessica esbozó una sonrisa en su cara y se lanzó velozmente hacia el hombre, quien la golpeó con el mango de la espada y la hizo caer al suelo. La chica le agarró el tobillo y lo tiró al suelo también. El hombre iba a cortar la mano de la chica, pero ambos pararon.
-Toda esta concentración de virus… No viene de ti, entonces… ¿De dónde viene? – Preguntó Jessica intentando ver algo en la oscuridad de la noche.
El hombre se puso en pie y limpió las hojas de sus dos espadas con su traje.
-Para tener ambos el potencial de demonios no parecéis más que peones, ahora a ver qué tal os las apañáis contra todos éstos. – Dijo el hombre señalando hacia una calle oscura.
De la calle a la que había señalado empezaron a salir enfermos que corrían hacia ellos, algunos llevaban objetos que utilizaban a modo de armas, otros simplemente usaban sus manos. José y Max comenzaron a disparar. Los torpes atacantes caían tropezando con los cuerpos de sus compañeros, algunos incluso se partían la cabeza al dar con ella en el suelo. Por más que mataban no paraban de salir más y más, no sabían qué hacer y, a ese paso, la munición que esperaban que les durase algunas semanas no les llegaría para esa misma noche.
-Que el fuego del infierno apacigüe el alma que reside dentro de cada uno de los siervos del diablo. – Dijo el hombre mientras echaba un líquido que tenía en una botella sobre la hoja de la espada. – ¡Apartad todos! – Gritó prendiendo fuego a la hoja que empezó a arder como si de una antorcha se tratase.
José y Max se echaron atrás y se quedaron cerca de donde estaba Jessica. El misterioso espadachín estaba masacrando a todos los enfermos con una sola espada. Las ropas de algunos ardían por el fuego de la espada, pero pronto se extinguía el fuego gracias a la sangre que brotaba de los cuerpos mutilados. La sangre volaba por todos lados, aquel hombre desmembraba todo cuanto se cruzaba con él mientras recitaba algunas oraciones. La agilidad que poseía era increíble, de un solo movimiento era capaz de eliminar hasta tres o cuatro infectados a la vez, así como también podía evitar los golpes de sus atacantes. Finalmente, tras pocos minutos después de que comenzase con aquella masacre pudo parar, pues no quedaba ningún enfermo más.
-Tenéis algo que los atrae… Decidme, ¿qué podéis tener para atraer a tantos? – Preguntó con seriedad y frialdad.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 21/12/2009
-Quizá… Las vacunas de Bill ¿podría ser? – Preguntó Max mirando hacia el coche.
-¿Quién eres tú? Creo que nos debes unas cuantas explicaciones al respecto de tu persona. – Le dijo José.
-Yo soy Ramón Ventura, el ángel caído al que los demonios no consiguieron alcanzar. Soy aquel que protege los reinos de los cielos y combate a las bestias del infierno para restaurar la paz en nuestro mundo. He sido enviado directamente del Vaticano y apoyado por los gobiernos europeos para conseguir restaurar el equilibrio. – Dijo Ramón con una gran sonrisa en su cara.
-Y… ¿De qué va todo eso de los demonios y demás tonterías? – Le espetó Jessica.
-Demonios, enfermos, infectados… Cada uno los llama como quiere, en el Vaticano los llamamos demonios, vosotros enfermos, qué más da. Al igual que las teorías sobre todo esto, cada persona lo interpreta como quiere. – Explicó Ramón mientras iba hacia el maletero del coche.
Una vez detrás del vehículo abrió el maletero y sacó el maletín. Seguidamente lo abrió y vio colocadas en él las cinco vacunas.
-¿Pero qué…? ¿Para qué queríais utilizar esto? Está totalmente infectado, de hecho posee una mayor concentración que cualquier demonio que haya podido ver… - Dijo Ramón con una de las jeringuillas en la mano.
-No sabemos qué hacen en realidad, en principio se suponía que debían curar la enfermedad, pero parece que no cumplían su función, las guardemos por si acaso pudiesen hacer falta algún día. – Dijo Max.
-Qué estúpidos… ¿Cómo ibais a curar a un diablo? Si los demonios fuesen tan fáciles de eliminar ya habrían desaparecido. Habrá que ver cuál es su función exactamente. – Dijo Ramón mientras se acercaba a uno de los enfermos que seguía con vida entre los cadáveres de sus compañeros y le inyectaba el líquido.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 23/12/2009
-Espera un momento… Según lo que dijiste antes se supone que en Europa… - Dijo José, que se había quedado reflexionando las palabras del hombre.
-No, no supongas nada, en Europa están todos muertos al igual que aquí, pero eso no significa que mi misión acabe. – Le contestó Ramón sin dejarlo terminar.
-Pues entonces ilumínanos supermán, ¿Cómo pretendes acabar con todos los enfermos? Por si no te habías fijado son cientos de millones, incluso miles de millones en todo el mundo. – Dijo José con un tono de burla.
-Los peones son cientos de millones, los demonios sólo son miles en todo el mundo. Hasta donde sé, en América sólo hay unos cientos de ellos. – Respondió de nuevo Ramón suspirando.
-¿Y se supone que tu misión es sólo acabar con los “demonios” y no con los “peones”? – Preguntó Max esta vez.
-¿Nunca os habéis preguntado cómo se alimentan vuestros “enfermos”? Tienen cierta inteligencia pero no tanta como para entrar a una casa y vaciar la despensa. Los demonios, que vendrían a ser los jefes de éstos por llamarlos de alguna manera, tienen unas glándulas que segregan un líquido rico en nutrientes, del que se alimentan los peones. Ahora seguramente haríais otra pregunta, ¿De qué se alimentan los demonios? Pues yo os haré otra pregunta; ¿Cuándo fue la última vez que visteis un animal? – Tras eso Ramón se calló.
-Chicos... – Dijo Max que miraba a la mujer a la que Ramón había inyectado el líquido.
-¿Pero qué coj…? – Dijo José sin acabar la frase.
La mujer se había quedado totalmente calva, en su cabeza habían pequeños bultos, en la punta de los cuales habían heridas. Del profundo surco que había en su estómago salía un líquido blanquecino que la hacía cicatrizar rápido. La mujer se puso en pie y se pudo apreciar como de la palma de las manos le salían pequeños dedos a una velocidad alarmante.
-Un engendro. – Rió Jessica. – Lo mejor será matarlo antes de que el cura empiece a rezar.
seydeluxe- Recien llegado al refugio
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Re: There's no sympathy for the infected.
Ya tengo algo que leer cuando vuelva de maestra.Gracias por tus aportes
DarkHades- Pirómano
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Re: There's no sympathy for the infected.
Espero que te guste DarkHades.
Continuo 22C, 23C & 24C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 23/12/2009
Jessica se abalanzó sobre aquella criatura, pero ésta la apartó de un fuerte golpe con la mano.
-Vaya, qué interesante… Esas vacunas que tenéis hacen crecer los peones hasta convertirlos en demonios. – Dijo tranquilamente Ramón.
José disparó su escopeta contra aquel ser, dándole de lleno en el estómago, pero, de nuevo, el líquido blanco facilitó la cicatrización del gran agujero que había en su vientre. Jessica se incorporó de nuevo y golpeó la criatura con su puño en su mandíbula de abajo hacia arriba, partiéndole los dientes y destrozándole toda la boca. De ésta salía ahora el líquido blanco, pero no estaba cicatrizando las heridas, sino haciendo crecer unas estructuras deformes parecidas a los incisivos en la boca de aquella infectada.
Jessica miró con desesperación la imagen de aquella grotesca forma de vida que había ante ella. Con rabia golpeó una y otra vez su mandíbula como la vez anterior, pero no servía de nada, así que decidió agarrarla y arrancarla de un tirón. La criatura no se había movido de su sitio hasta ahora, pero ante aquella acción finalmente reaccionó agarrando a Jessica con ambas manos por la cabeza. El líquido blanco no estaba curando la gran herida que tenía en la cara la mujer, sino que, de alguna forma, intentaba reconstruir la estructura de la mandíbula inferior, pero el resultado no era nada mínimamente parecido, era más como una mano con dientes por dedos.
El extraño ser acercó la cara de Jessica a la suya y comenzó a gritar, mientras abría su boca todo lo que podía con la intención de comerse la cabeza de la chica. Los esfuerzos de Jessica eran inútiles, la criatura tenía más fuerza que ella y no la soltaría, así que optó por arrancarle uno de los brazos por el hombro. La chica cayó al suelo mientras la criatura gritaba de dolor y se retorcía. De nuevo aquel fluido blanco empezó a salir de la herida intentando reconstruir el brazo, pero de nuevo como la vez anterior, nada parecido a un brazo apareció donde antes estaba su hombro. La estructura que había aparecido era como una columna vertebral cubierta por una fina capa de carne, que arrastraba por el suelo debido a su longitud.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 25/12/2009
Apoyado en el coche y sin ninguna preocupación, Ramón observaba aquel ser totalmente asimétrico, que vapuleaba aquel tentáculo e intentaba alcanzar a Jessica. Aquella extremidad era agitada cada vez más lentamente y casi sin fuerzas. Ramón hizo con su mano derecha la forma de una pistola y fingió disparar a la criatura, que cayó al suelo muerto sin que nadie lo tocase.
-¡Joder! Ahora resulta que también es mago el tipo éste… - Dijo José mirando con indignación a Ramón.
-Esto sólo ocurre en las peores películas de terror, es absurdo que exista una cosa así. – Dijo Max.
-¿De verdad no sabéis que ha pasado? – Preguntó Ramón.
-Ilumínanos con tu gran sabiduría. – Le respondió José irónicamente.
-El demonio ha vendido su alma por la inmortalidad temporal. – Les espetó Ramón con una gran sonrisa en la cara.
José, Max y Jessica se quedaron mirándole con cara de asco.
-Acabamos de conocer a este tipo y ya tengo unas ganas locas de arrancarle el corazón del pecho… - Dijo Jessica.
-Está bien, lo explicaré del modo en que lo haría uno de vuestros científicos a ver si así conseguís enteraros de algo. A ver, el líquido blanco era esa sustancia nutritiva de la que os hablé antes, es tan especial porque al tener una concentración enorme de nutrientes posee también una cantidad de células madre impactante. Lo que ha hecho esa vacuna es acelerar el metabolismo del peón hasta conseguir que digiriese sus propios órganos y tejidos para generar esa sustancia y poder curarse a sí mismo. – La sonrisa se borró de la cara de Ramón y continuó. – Como podéis ver no ha sido especialmente difícil acabar con él, con forzar su regeneración varias veces basta para que acabe consumiéndose a sí mismo por dentro. El problema de estos demonios es que si no son atacados van acumulando más y más sustancias de reserva, que a largo plazo pueden conseguir que el demonio permanezca vivo durante varios días aún si se le daña de una manera constante.
-¿No era más fácil empezar por esto? – Preguntó Max.
-Para vosotros sí, para mí era más fácil de la otra manera. – Dijo Ramón entrando al coche.
-¡Eh, eh! ¿Qué haces? – Le preguntó José irritado al verlo entrar al vehículo.
-Aceptar vuestra ayuda para eliminar a todos los demonios de América, a no ser que prefieras que purifique tu alma aquí y ahora, junto con tu amigo y tu amiga, y así quedarme con vuestro coche. – Dijo Ramón sacando una biblia de su túnica y abriéndola.
Todos entraron al coche sin decir ni una palabra más. José arrancó el coche y Jessica se desmayó como tantas otras veces.
-¿A dónde vamos? – Preguntó Max a Ramón.
-Sigue recto por esa carretera, a unos treinta kilómetros hay un pequeño pueblo con un demonio. – Respondió éste.
-¿Y tú cómo sabes dónde hay enfermos? – Preguntó José mientras conducía.
-Dios me ha otorgado el poder de…
-Bah, déjalo, no sé para qué habré preguntado.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 27/12/2009
Pocos minutos después Jessica despertó desorientada, su asiento y su ropa estaban llenos de sangre. La chica miró a su lado y vio a Ramón, que mostraba una gran sonrisa en su cara mientras leía un libro. Era extraño, esta vez recordaba todo cuanto había hecho tras caer inconsciente.
-“¿Porqué puedo recordar todo?...Yo quise que fuese así, pues me ahorro explicaciones, ahora come algo y descansa si quieres que pueda seguir con este ritmo que he llevado hasta ahora…”
Jessica hizo caso de lo que le había sugerido y sacó del maletero del coche un paquete de dulces. Durante un largo rato todos permanecieron callados sin decir nada, cosa que ya era habitual en ellos. Lo que les iba sucediendo iba quitándoles las esperanzas poco a poco a todos. Según Ramón era imposible sintetizar una vacuna eficaz contra la enfermedad, la única manera de acabar con los infectados era eliminar a otros enfermos más fuertes y que podían resistir durante varios días a sus ataques. Además de esto, los enfermos no podrían volver a su estado anterior al no haber vacuna, todos morirían de “hambre” al eliminar a sus “líderes”.
-José… Imagino que tu también le habrás estado dando vueltas al hecho de que eres el único de los que vamos en este coche que sufre riesgo de contagio. – Dijo Ramón despreocupadamente.
-Pero eso no tiene por qué suceder. – Respondió José sin apartar la vista de la carretera.
-Sí, claro, pero si se te rompe esa máscara tan bonita que llevas no dudes que ahí estaré yo para eliminarte y salvar tu alma. – Dijo Ramón sonriendo. – Tranquilo, no hace falta que me des las gracias.
Pasaron pocos minutos más y José detuvo el coche. Por el horizonte salía el sol, que dejaba ver un pequeño pueblo nevado. Todos salieron del coche y José y Max abrieron el maletero y sacaron sus armas.
-Bien, ¿Dónde está ese demonio que decías? – Dijo Max en tono de burla.
-Oh, no os preocupéis por eso, el vendrá a nosotros. – Le respondió Ramón mientras desenfundaba una de sus espadas.
El hombre sacó de su túnica un pequeño recipiente y soltó unas gotas de un líquido que había en su interior sobre la hoja de la espada.
-En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. – Recitó Ramón santiguándose.
-Chicos, allí viene. – Dijo Jessica señalando a un hombre que se movía entre las casas.
-¡Joder! Ese tío debe pesar una tonelada. – Rió José mirándolo.
Continuo 22C, 23C & 24C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 23/12/2009
Jessica se abalanzó sobre aquella criatura, pero ésta la apartó de un fuerte golpe con la mano.
-Vaya, qué interesante… Esas vacunas que tenéis hacen crecer los peones hasta convertirlos en demonios. – Dijo tranquilamente Ramón.
José disparó su escopeta contra aquel ser, dándole de lleno en el estómago, pero, de nuevo, el líquido blanco facilitó la cicatrización del gran agujero que había en su vientre. Jessica se incorporó de nuevo y golpeó la criatura con su puño en su mandíbula de abajo hacia arriba, partiéndole los dientes y destrozándole toda la boca. De ésta salía ahora el líquido blanco, pero no estaba cicatrizando las heridas, sino haciendo crecer unas estructuras deformes parecidas a los incisivos en la boca de aquella infectada.
Jessica miró con desesperación la imagen de aquella grotesca forma de vida que había ante ella. Con rabia golpeó una y otra vez su mandíbula como la vez anterior, pero no servía de nada, así que decidió agarrarla y arrancarla de un tirón. La criatura no se había movido de su sitio hasta ahora, pero ante aquella acción finalmente reaccionó agarrando a Jessica con ambas manos por la cabeza. El líquido blanco no estaba curando la gran herida que tenía en la cara la mujer, sino que, de alguna forma, intentaba reconstruir la estructura de la mandíbula inferior, pero el resultado no era nada mínimamente parecido, era más como una mano con dientes por dedos.
El extraño ser acercó la cara de Jessica a la suya y comenzó a gritar, mientras abría su boca todo lo que podía con la intención de comerse la cabeza de la chica. Los esfuerzos de Jessica eran inútiles, la criatura tenía más fuerza que ella y no la soltaría, así que optó por arrancarle uno de los brazos por el hombro. La chica cayó al suelo mientras la criatura gritaba de dolor y se retorcía. De nuevo aquel fluido blanco empezó a salir de la herida intentando reconstruir el brazo, pero de nuevo como la vez anterior, nada parecido a un brazo apareció donde antes estaba su hombro. La estructura que había aparecido era como una columna vertebral cubierta por una fina capa de carne, que arrastraba por el suelo debido a su longitud.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 25/12/2009
Apoyado en el coche y sin ninguna preocupación, Ramón observaba aquel ser totalmente asimétrico, que vapuleaba aquel tentáculo e intentaba alcanzar a Jessica. Aquella extremidad era agitada cada vez más lentamente y casi sin fuerzas. Ramón hizo con su mano derecha la forma de una pistola y fingió disparar a la criatura, que cayó al suelo muerto sin que nadie lo tocase.
-¡Joder! Ahora resulta que también es mago el tipo éste… - Dijo José mirando con indignación a Ramón.
-Esto sólo ocurre en las peores películas de terror, es absurdo que exista una cosa así. – Dijo Max.
-¿De verdad no sabéis que ha pasado? – Preguntó Ramón.
-Ilumínanos con tu gran sabiduría. – Le respondió José irónicamente.
-El demonio ha vendido su alma por la inmortalidad temporal. – Les espetó Ramón con una gran sonrisa en la cara.
José, Max y Jessica se quedaron mirándole con cara de asco.
-Acabamos de conocer a este tipo y ya tengo unas ganas locas de arrancarle el corazón del pecho… - Dijo Jessica.
-Está bien, lo explicaré del modo en que lo haría uno de vuestros científicos a ver si así conseguís enteraros de algo. A ver, el líquido blanco era esa sustancia nutritiva de la que os hablé antes, es tan especial porque al tener una concentración enorme de nutrientes posee también una cantidad de células madre impactante. Lo que ha hecho esa vacuna es acelerar el metabolismo del peón hasta conseguir que digiriese sus propios órganos y tejidos para generar esa sustancia y poder curarse a sí mismo. – La sonrisa se borró de la cara de Ramón y continuó. – Como podéis ver no ha sido especialmente difícil acabar con él, con forzar su regeneración varias veces basta para que acabe consumiéndose a sí mismo por dentro. El problema de estos demonios es que si no son atacados van acumulando más y más sustancias de reserva, que a largo plazo pueden conseguir que el demonio permanezca vivo durante varios días aún si se le daña de una manera constante.
-¿No era más fácil empezar por esto? – Preguntó Max.
-Para vosotros sí, para mí era más fácil de la otra manera. – Dijo Ramón entrando al coche.
-¡Eh, eh! ¿Qué haces? – Le preguntó José irritado al verlo entrar al vehículo.
-Aceptar vuestra ayuda para eliminar a todos los demonios de América, a no ser que prefieras que purifique tu alma aquí y ahora, junto con tu amigo y tu amiga, y así quedarme con vuestro coche. – Dijo Ramón sacando una biblia de su túnica y abriéndola.
Todos entraron al coche sin decir ni una palabra más. José arrancó el coche y Jessica se desmayó como tantas otras veces.
-¿A dónde vamos? – Preguntó Max a Ramón.
-Sigue recto por esa carretera, a unos treinta kilómetros hay un pequeño pueblo con un demonio. – Respondió éste.
-¿Y tú cómo sabes dónde hay enfermos? – Preguntó José mientras conducía.
-Dios me ha otorgado el poder de…
-Bah, déjalo, no sé para qué habré preguntado.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 27/12/2009
Pocos minutos después Jessica despertó desorientada, su asiento y su ropa estaban llenos de sangre. La chica miró a su lado y vio a Ramón, que mostraba una gran sonrisa en su cara mientras leía un libro. Era extraño, esta vez recordaba todo cuanto había hecho tras caer inconsciente.
-“¿Porqué puedo recordar todo?...Yo quise que fuese así, pues me ahorro explicaciones, ahora come algo y descansa si quieres que pueda seguir con este ritmo que he llevado hasta ahora…”
Jessica hizo caso de lo que le había sugerido y sacó del maletero del coche un paquete de dulces. Durante un largo rato todos permanecieron callados sin decir nada, cosa que ya era habitual en ellos. Lo que les iba sucediendo iba quitándoles las esperanzas poco a poco a todos. Según Ramón era imposible sintetizar una vacuna eficaz contra la enfermedad, la única manera de acabar con los infectados era eliminar a otros enfermos más fuertes y que podían resistir durante varios días a sus ataques. Además de esto, los enfermos no podrían volver a su estado anterior al no haber vacuna, todos morirían de “hambre” al eliminar a sus “líderes”.
-José… Imagino que tu también le habrás estado dando vueltas al hecho de que eres el único de los que vamos en este coche que sufre riesgo de contagio. – Dijo Ramón despreocupadamente.
-Pero eso no tiene por qué suceder. – Respondió José sin apartar la vista de la carretera.
-Sí, claro, pero si se te rompe esa máscara tan bonita que llevas no dudes que ahí estaré yo para eliminarte y salvar tu alma. – Dijo Ramón sonriendo. – Tranquilo, no hace falta que me des las gracias.
Pasaron pocos minutos más y José detuvo el coche. Por el horizonte salía el sol, que dejaba ver un pequeño pueblo nevado. Todos salieron del coche y José y Max abrieron el maletero y sacaron sus armas.
-Bien, ¿Dónde está ese demonio que decías? – Dijo Max en tono de burla.
-Oh, no os preocupéis por eso, el vendrá a nosotros. – Le respondió Ramón mientras desenfundaba una de sus espadas.
El hombre sacó de su túnica un pequeño recipiente y soltó unas gotas de un líquido que había en su interior sobre la hoja de la espada.
-En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. – Recitó Ramón santiguándose.
-Chicos, allí viene. – Dijo Jessica señalando a un hombre que se movía entre las casas.
-¡Joder! Ese tío debe pesar una tonelada. – Rió José mirándolo.
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Re: There's no sympathy for the infected.
Capítulos 25C, 26C & 27C.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 28/12/2009
El enfermo debía pesar al menos unos 250 kilos, y se movía torpemente de casa en casa intentando ocultarse.
-¿Qué está haciendo? – Preguntó Max.
-Intenta que no le veamos, quiere que le sirvamos de alimento. – Le respondió Ramón.
Max apuntó a la cabeza del enorme hombre y la reventó de un disparo. El enfermo se quedó inmóvil donde estaba durante unos pocos segundos, en los cuales aquel líquido blanco tan característico hizo cicatrizar la herida de la cabeza.
-Bien hecho, ahora sabe que lo hemos visto. – Dijo irónicamente José mientras cargaba su escopeta.
-No, es mío. – Le respondió Ramón apartando su escopeta con la mano.
Ramón sacó de su túnica un pequeño soplete y calentó la hoja de la espada hasta que se tornó de un color anaranjado muy vivo. Seguidamente se lanzó corriendo contra el hombre, que intentó golpearle con una de sus manos pero Ramón lo esquivó. La espada de éste, que aún permanecía incandescente, cortó las piernas del hombre por las rodillas. El obeso enfermo cayó al suelo de frente, se volvió a mirar sus piernas y gritó de rabia.
-¡Fijaos, no se está regenerando como el otro! – Gritó Max.
Ramón se alejó de aquel hombre que yacía en el suelo intentando ponerse en pie, y sacó de nuevo aquel pequeño soplete para calentar la espada, pero éste se fue quedando sin gas poco a poco.
-¿¡Por qué me pones a prueba!? – Gritó Ramón mirando al cielo.
Tras tirar el soplete desenfundó la otra espada y comenzó a cortar rápidamente el cuerpo del enfermo en cientos de trozos, que poco a poco se iban juntando de nuevo, algunos fieles a su anterior forma, pero otros adquirían nuevas formas que dotaban al infectado de un aspecto extraño y grotesco. Antes de que éste se recuperase completamente, Ramón sacó de su túnica aquel recipiente y vació el líquido sobre el enfermo. Luego sacó un encendedor y prendió fuego al cuerpo y a sus trozos, que ardieron rápidamente. Del fuego salían gritos ahogados parecidos a gárgaras y llantos. Ramón se santiguó y dio media vuelta hacia donde estaba el vehículo.
-¿Ya está? ¿Tan fácil? ¿Cómo es posible que apenas se haya curado? – Preguntó José atónito.
-El fuego impide el sangrado. – Le respondió Ramón que se dirigía hacia el coche.
-Oye... Ramón, ¿ese cuerpo es tuyo? – Preguntó Jessica. – Noto mucha concentración de virus en ti…
-Claro, ¿de quién iba a ser sino? – Respondió éste.
Jessica lo miró desconfiada mientras iba hacia el coche.
-¿Desde cuándo? – Preguntó esta vez.
-¿Desde cuándo qué? – Le preguntó Ramón.
-¿Desde cuándo es tuyo ese cuerpo?
Ramón apartó la mirada de Jessica y se metió en el coche con una gran sonrisa en su cara, que dejaba ver los dientes. Todos los demás lo siguieron y entraron al coche en silencio.
-¿A dónde vamos ahora? – Le preguntó José.
-Vayamos por provisiones, apenas os queda nada de comer y yo tengo hambre. – Le respondió Ramón inmerso en su lectura.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 07/01/2010
Jessica estaba demasiado cansada como para calentarse la cabeza en averiguar qué era lo que Ramón escondía tras aquella sonrisa suya, así que prefirió cerrar de nuevo sus ojos y dormir.
-¿Qué es ese libro que siempre estás leyendo? – Preguntó Max desde el asiento delantero señalando un viejo libro con anotaciones que sostenía Ramón.
-Nada… Sólo es un cuaderno con anotaciones. – Respondió cerrando el libro y guardándolo.
-No tenías por qué cerrarlo… - Le dijo Max volviendo su mirada hacia adelante.
Ramón se mantuvo en silencio y se limitó a esperar que llegasen a algún lugar de donde coger comida y agua limpia. Max permanecía en su asiento pensativo, no sabían apenas nada de aquel hombre, sin embargo, era la única esperanza que tenía de que todo lo que les rodeaba pudiese volver a la normalidad (si bien no podrían reconstruir todo lo que había sido destruido, incluida una sociedad, pero podrían asegurar que desapareciese todo lo peligroso que allí existía). José permanecía conduciendo con la máscara, la cual no dejaba ver su rostro, pero se podía adivinar que el Mexicano no pasaba por su mejor momento, al fin y al cabo había perdido a su mujer y a su mejor amigo.
Pronto el coche paró y todos bajaron a la calle. Jessica seguía dormida y Max la despertó suavemente, realmente no quería molestarla pero sabía que sería más seguro de ese modo. Al bajar del coche Jessica pudo apreciar frente a ella una gasolinera. José estaba rellenando el depósito del Hummer, pero la gasolina se acabó antes de poder termina de llenarlo, así que el hombre sacó una garrafa del maletero y terminó de llenar el depósito. Ramón permanecía en pie mirando la tienda de la gasolinera con desconfianza, mientras que Max iba en cabeza con su arma cargada y preparado para abrir la puerta.
Antes de que Max pudiese abrir la puerta del pequeño comercio, ésta fue abierta por una mujer de media edad, que salió corriendo hacia Jessica que permanecía en pie delante de la entrada. La chica intentó resistirse a su agresora, pero ésta consiguió hacerle un corte en el cuello con un cristal que llevaba en su mano. Ramón fue rápidamente hacia Jessica desenfundando una de sus espadas y cortó la cabeza de su atacante de manera vertical, dejando que ésta se abriese como si de unas tijeras se tratase y resbalase una de las mitades de su cerebro hacia el exterior.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 07/01/2010
Max observó con impotencia el grotesco espectáculo que tenía ante él, con la misma impotencia que sintió cuando atacaron a Josh. Para bien o para mal, éste consiguió reaccionar al ver el cuello de Jessica lanzando sangre a un ritmo alarmante. Max se arrancó la camisa que llevaba y rápidamente la paso alrededor del cuello de la chica para intentar frenar la hemorragia. Sus manos ensangrentabas cubrían el profundo surco en el cuello de Jessica presionándolo con fuerzas para frenar el sangrado, pero parecía no tener solución. Max miró impotente a los ojos de Jessica, quien parecía tener la vista perdida e intentaba inútilmente permanecer viva.
-No aguantará. – Le espetó Ramón a Max mientras se limpiaba la sangre que había ido a parar a su túnica con un pañuelo. – Me asombra que aún lo intentes.
Max ignoró las palabras de Ramón y pensó en las jeringuillas, en la ocasión anterior habían podido hacer cicatrizar las heridas de la enferma y permitir que volviese a recuperar. Aquella solución no ofrecía muchas garantías y Max tampoco se paró a pensar en los demás efectos de aquel fármaco, lo único que le importaba era que podía permitir que Jessica siguiese viva. Así el chico se levantó y fue corriendo hacia el coche, abrió el maletín, cogió una jeringuilla y corrió hacia la chica moribunda y se lo inyectó.
-¿Qué has hecho…? – Preguntó Ramón con cara de preocupación.
-Salvarle la vida. – Respondió Max observando cómo tanto el corte de su cuello, como todas las demás heridas, cicatrizaban lentamente y Jessica intentaba incorporarse lentamente.
Max se volvió con una sonrisa a mirar a José, que se había limitado a observarle con total indiferencia. Éste volvió su cabeza hacia Max también, pero no mostró emoción alguna. El joven chico miró esta vez a Jessica, que permanecía frente a él. El pelo de la chica se estaba cayendo y por toda su cabeza se podían observar pequeños bultos. Jessica miró sus manos, y con su puño derecho golpeó el suelo, haciendo un pequeño hundimiento alrededor de sus nudillos.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 28/12/2009
El enfermo debía pesar al menos unos 250 kilos, y se movía torpemente de casa en casa intentando ocultarse.
-¿Qué está haciendo? – Preguntó Max.
-Intenta que no le veamos, quiere que le sirvamos de alimento. – Le respondió Ramón.
Max apuntó a la cabeza del enorme hombre y la reventó de un disparo. El enfermo se quedó inmóvil donde estaba durante unos pocos segundos, en los cuales aquel líquido blanco tan característico hizo cicatrizar la herida de la cabeza.
-Bien hecho, ahora sabe que lo hemos visto. – Dijo irónicamente José mientras cargaba su escopeta.
-No, es mío. – Le respondió Ramón apartando su escopeta con la mano.
Ramón sacó de su túnica un pequeño soplete y calentó la hoja de la espada hasta que se tornó de un color anaranjado muy vivo. Seguidamente se lanzó corriendo contra el hombre, que intentó golpearle con una de sus manos pero Ramón lo esquivó. La espada de éste, que aún permanecía incandescente, cortó las piernas del hombre por las rodillas. El obeso enfermo cayó al suelo de frente, se volvió a mirar sus piernas y gritó de rabia.
-¡Fijaos, no se está regenerando como el otro! – Gritó Max.
Ramón se alejó de aquel hombre que yacía en el suelo intentando ponerse en pie, y sacó de nuevo aquel pequeño soplete para calentar la espada, pero éste se fue quedando sin gas poco a poco.
-¿¡Por qué me pones a prueba!? – Gritó Ramón mirando al cielo.
Tras tirar el soplete desenfundó la otra espada y comenzó a cortar rápidamente el cuerpo del enfermo en cientos de trozos, que poco a poco se iban juntando de nuevo, algunos fieles a su anterior forma, pero otros adquirían nuevas formas que dotaban al infectado de un aspecto extraño y grotesco. Antes de que éste se recuperase completamente, Ramón sacó de su túnica aquel recipiente y vació el líquido sobre el enfermo. Luego sacó un encendedor y prendió fuego al cuerpo y a sus trozos, que ardieron rápidamente. Del fuego salían gritos ahogados parecidos a gárgaras y llantos. Ramón se santiguó y dio media vuelta hacia donde estaba el vehículo.
-¿Ya está? ¿Tan fácil? ¿Cómo es posible que apenas se haya curado? – Preguntó José atónito.
-El fuego impide el sangrado. – Le respondió Ramón que se dirigía hacia el coche.
-Oye... Ramón, ¿ese cuerpo es tuyo? – Preguntó Jessica. – Noto mucha concentración de virus en ti…
-Claro, ¿de quién iba a ser sino? – Respondió éste.
Jessica lo miró desconfiada mientras iba hacia el coche.
-¿Desde cuándo? – Preguntó esta vez.
-¿Desde cuándo qué? – Le preguntó Ramón.
-¿Desde cuándo es tuyo ese cuerpo?
Ramón apartó la mirada de Jessica y se metió en el coche con una gran sonrisa en su cara, que dejaba ver los dientes. Todos los demás lo siguieron y entraron al coche en silencio.
-¿A dónde vamos ahora? – Le preguntó José.
-Vayamos por provisiones, apenas os queda nada de comer y yo tengo hambre. – Le respondió Ramón inmerso en su lectura.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 07/01/2010
Jessica estaba demasiado cansada como para calentarse la cabeza en averiguar qué era lo que Ramón escondía tras aquella sonrisa suya, así que prefirió cerrar de nuevo sus ojos y dormir.
-¿Qué es ese libro que siempre estás leyendo? – Preguntó Max desde el asiento delantero señalando un viejo libro con anotaciones que sostenía Ramón.
-Nada… Sólo es un cuaderno con anotaciones. – Respondió cerrando el libro y guardándolo.
-No tenías por qué cerrarlo… - Le dijo Max volviendo su mirada hacia adelante.
Ramón se mantuvo en silencio y se limitó a esperar que llegasen a algún lugar de donde coger comida y agua limpia. Max permanecía en su asiento pensativo, no sabían apenas nada de aquel hombre, sin embargo, era la única esperanza que tenía de que todo lo que les rodeaba pudiese volver a la normalidad (si bien no podrían reconstruir todo lo que había sido destruido, incluida una sociedad, pero podrían asegurar que desapareciese todo lo peligroso que allí existía). José permanecía conduciendo con la máscara, la cual no dejaba ver su rostro, pero se podía adivinar que el Mexicano no pasaba por su mejor momento, al fin y al cabo había perdido a su mujer y a su mejor amigo.
Pronto el coche paró y todos bajaron a la calle. Jessica seguía dormida y Max la despertó suavemente, realmente no quería molestarla pero sabía que sería más seguro de ese modo. Al bajar del coche Jessica pudo apreciar frente a ella una gasolinera. José estaba rellenando el depósito del Hummer, pero la gasolina se acabó antes de poder termina de llenarlo, así que el hombre sacó una garrafa del maletero y terminó de llenar el depósito. Ramón permanecía en pie mirando la tienda de la gasolinera con desconfianza, mientras que Max iba en cabeza con su arma cargada y preparado para abrir la puerta.
Antes de que Max pudiese abrir la puerta del pequeño comercio, ésta fue abierta por una mujer de media edad, que salió corriendo hacia Jessica que permanecía en pie delante de la entrada. La chica intentó resistirse a su agresora, pero ésta consiguió hacerle un corte en el cuello con un cristal que llevaba en su mano. Ramón fue rápidamente hacia Jessica desenfundando una de sus espadas y cortó la cabeza de su atacante de manera vertical, dejando que ésta se abriese como si de unas tijeras se tratase y resbalase una de las mitades de su cerebro hacia el exterior.
Gabriel Pastor Sánchez, me reservo todos los derechos de autor sobre la obra expuesta a continuación. 07/01/2010
Max observó con impotencia el grotesco espectáculo que tenía ante él, con la misma impotencia que sintió cuando atacaron a Josh. Para bien o para mal, éste consiguió reaccionar al ver el cuello de Jessica lanzando sangre a un ritmo alarmante. Max se arrancó la camisa que llevaba y rápidamente la paso alrededor del cuello de la chica para intentar frenar la hemorragia. Sus manos ensangrentabas cubrían el profundo surco en el cuello de Jessica presionándolo con fuerzas para frenar el sangrado, pero parecía no tener solución. Max miró impotente a los ojos de Jessica, quien parecía tener la vista perdida e intentaba inútilmente permanecer viva.
-No aguantará. – Le espetó Ramón a Max mientras se limpiaba la sangre que había ido a parar a su túnica con un pañuelo. – Me asombra que aún lo intentes.
Max ignoró las palabras de Ramón y pensó en las jeringuillas, en la ocasión anterior habían podido hacer cicatrizar las heridas de la enferma y permitir que volviese a recuperar. Aquella solución no ofrecía muchas garantías y Max tampoco se paró a pensar en los demás efectos de aquel fármaco, lo único que le importaba era que podía permitir que Jessica siguiese viva. Así el chico se levantó y fue corriendo hacia el coche, abrió el maletín, cogió una jeringuilla y corrió hacia la chica moribunda y se lo inyectó.
-¿Qué has hecho…? – Preguntó Ramón con cara de preocupación.
-Salvarle la vida. – Respondió Max observando cómo tanto el corte de su cuello, como todas las demás heridas, cicatrizaban lentamente y Jessica intentaba incorporarse lentamente.
Max se volvió con una sonrisa a mirar a José, que se había limitado a observarle con total indiferencia. Éste volvió su cabeza hacia Max también, pero no mostró emoción alguna. El joven chico miró esta vez a Jessica, que permanecía frente a él. El pelo de la chica se estaba cayendo y por toda su cabeza se podían observar pequeños bultos. Jessica miró sus manos, y con su puño derecho golpeó el suelo, haciendo un pequeño hundimiento alrededor de sus nudillos.
seydeluxe- Recien llegado al refugio
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