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Mensaje  Mad_Z Sáb Mayo 02, 2009 6:50 pm

INTRODUCCIÓN

Mucho se ha escrito de aquellos días oscuros. Se han contado centenares de historias de las pocas personas que lograron ver un nuevo día después de que los muertos dominaran nuestro mundo y casi acabaron con nosotros como especie. Se conocen las luchas contra ellos, se conocen las experiencias de aquellos que tuvieron que pasar un infierno para sobrevivir y también las de aquellos que no lo consiguieron. Sin embargo poco o nada se conoce de cómo comenzó todo, de cuál fue la primera de esas criaturas que se levantó de aquel sueño eterno y decidió que ya era hora de que el ser humano se extinguiera

Mi intención no es la de ofrecer el punto de vista científico de la historia. Cuando relaté mi experiencia al gobierno de mi país, ninguno de los científicos allí presentes me creyó. Lo más parecido a atención que recibí fueron las palabras de un señor con bata y gafas que me dijo “Tenemos mayores problemas ahora que escuchar el testimonio de un loco afectado por la guerra”. Así pues, decidí hacerme a un lado y escribir mi historia para que la escuchara sólo aquel que quisiera hacerlo. Podéis tomarme por un loco, o creer lo que voy a contar. Pero lo que es seguro, es que ni una historia ni otra va a cambiar lo que ocurrió hace ya años, que para mí han sido toda una eternidad.



CAPÍTULO 1: El hombre que no podía morir

No sabría decir cómo le conocí y creo que tampoco importaría demasiado llegado este punto. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y hoy en día poca gente conoce esta historia. La mayoría cree que todo ocurrió por un virus que mutó de una forma horrible, por una bacteria desconocida y, una gran mayoría, piensa que se trató de un castigo divino que nos mandó Dios a los hombres, aterrado ante lo que estábamos haciendo con amada Tierra. Sin embargo yo sé que no fue nada de eso. La razón de todo fue un hombre, un solo hombre. Las consecuencias, a día de hoy, son conocidas por todo el mundo.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que oí la historia de Allis Voidare. Tampoco recuerdo si me la creí o no. Por aquel entonces yo era muy joven y aquella era el tipo de historias que la gente de mi edad contaba y difundía como leyendas urbanas. El tipo de historias que se contaban a la luz de la luna para lograr arrimarse a alguna de las allí presentes y sentirse más varonil ante sus típicas reacciones de miedo o incomodidad. El caso es que yo había escuchado aquella historia contada de mil maneras distintas, con infinidad de matices y finales diferentes. Sin embargo había algo que siempre se mantenía, lejos de toda la casquería y las muertes de jóvenes incautos, escondida bajo toda aquella cantidad de mediocres invenciones, había una historia. Y fue esa historia la que me marcó y me llamó la atención. Aquella, la que yo consideré, la verdadera historia de Allis Voidare.

Allis Voidare, según contaba la leyenda, era un no muy conocido músico y escritor de ascendencia francesa que había servido en el ejército británico durante la complicada situación nuclear que asoló gran parte de África. Nadie conocía cómo había afectado aquel hecho a la vida personal de Allis y él nunca contó nada de aquella época a nadie, ni siquiera a su amada y querida esposa Clementine. Lo inquietante de esta historia comienza sin duda el día en que a Allis le diagnosticaron cáncer de lengua estando cerca su cuadragésimo octavo cumpleaños. Tras esta terrible noticia, Allis juró a su esposa que nunca la abandonaría y que si algún día abandonaban este mundo lo harían juntos. Tras meses y meses de ver cómo progresivamente el cuerpo de Allis se demacraba cada vez más, él y su esposa optaron por suicidarse.

En este punto de la historia, la mayoría de las personas añaden una inyección secreta por parte del ejercito, al que se supone que Allis había donado sus órganos, o bien diversos rituales de vudú a los que Allis recurrió en un intento desesperado por curarse del cáncer. No sé cuanto de esto será verdad y cuanto no, pero no veía una mejor explicación a lo que vendría después.

Como ya he dicho, Allis y su mujer iban a poner fin a sus vidas en el mismo instante, abandonarían este mundo juntos, tal y como él le había jurado. Sin embargo, algo pasó en el momento en el que Allis intentó matarse. Al cortarse las venas, lo único que había salido de esa herida había sido una masa negruzca que en nada se asemejaba a la sangre. Sorprendido, Allis intentó mil y una formas de intentar quitarse la vida pero ninguna resultó. Sin buscarlo, y con un cáncer creciendo dentro de él, Allis Voidare se había convertido en un hombre inmortal.

Pasaron los años, y el inmortal Allis Voidaire seguí sin poder morir. Sin embargo, y lejos de las ideas que se tienen sobre la inmortalidad, Allis había sufrido la putrefacción progresiva de su cuerpo desde el mismo momento en el que descubrió su don y maldición. El caso de Allis había atraído la atención de científicos de todas partes del mundo que querían estudiar de cerca el caso del hombre que no podía morir, pero él, retirado en una pequeña casa en las montañas y separado por varios kilómetros de toda sociedad, no había querido saber nada de ellos y se limitaba a vivir, si es que se podía decir que aún seguía vivo, junto a su esposa, que nunca se separó de su lado.

Un día, sin saber cómo ni por qué, Allis desapareció y nunca jamás se volvió a saber nada de él. Años después se encontraron restos de la casa donde Allis y su esposa vivieron durante años alejados del resto del mundo. Sin embargo nada se encontró del hombre inmortal, pero sí de su esposa, de quien se encontró un ya muy descompuesto cuerpo salvajemente desmembrado.

La leyenda urbana que se creó alrededor de esta historia contaba que Allis, después de matar a su esposa, había vagado por pequeños pueblos alimentándose de gatos y perros y en ocasiones de personas que desaparecían en mitad de la noche y a las que encontraban destrozadas por la mañana. Una de las historias que yo escuché, retrataba a Allis como una caníbal que practicaba rituales satánicos y que arrancaba a sus víctimas los órganos que él ya tenía muy afectados por el paso del tiempo y la acción de la putrefacción en su cuerpo. Sin embargo, no mucho tiempo después, descubrí que la mayoría de esas historias eran totalmente falsas e inventadas. Ignoro si alguna vez Allis Voidare se alimentó de carne humana o no, pero de lo que estoy seguro es de que él nunca mató a su esposa y que nunca perdió el contacto con la especie humana. A pesar de su estado y de su apariencia física, pese a que cada día que pasaba aquel hombre se asemejaba cada vez más a un cadáver andante, Allis Voidare siempre fue consciente de todo lo que hacía y, lo que es sin ninguna duda la parte real más escalofriante de esta historia, era capaz de sentir tanto dolor como la más viva y normal de las personas. Pero eso fue algo que yo no descubrí hasta el mismo día en que conocí a Allis Voidare. Hasta ese día, para mí tan sólo había sido el hombre que no podía morir.


Última edición por Mad_Z el Lun Mayo 04, 2009 1:37 am, editado 1 vez
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Mensaje  Mad_Z Dom Mayo 03, 2009 11:12 pm

CAPÍTULO 2: Una oportunidad única

Cuando contaba diecisiete años ya iba por mi tercer empleo. Por aquel entonces, la eterna crisis económica de la que parecíamos no salir nunca había provocado una precoz incorporación al mundo laboral para la mayoría de los jóvenes de la época. Estudiar se había convertido en cosa de ricos y aquellos que no gozábamos de un poder adquisitivo elevado nos veíamos arrastrados al mundo laboral a la temprana edad de quince años.

Trabajos como reponedor en un centro comercial o repartidor de publicidad se consideraban fuera del alcance de la mayoría, y no es de extrañar que la mayor parte de nosotros optara por la delincuencia.

He de admitir que robé en varias ocasiones pero siempre por pura necesidad. Mi padre murió cuando yo tenía diez años y hasta entonces había sido mi madre la que nos había alimentado a mi hermano y a mí. Con el paso del tiempo comprendí los grandes sacrificios que había hecho mi madre por nosotros, esos que nos obligaban a pasar gran parte del día fuera de casa mientras ella recibía a un montón de extraños visitantes en nuestra propia casa. Nunca hablamos de ello pero tanto mi hermano como yo sabíamos o sospechábamos lo que pasaba allí, sin embargo nunca comentamos nada al respecto. Si existe un cielo, está claro que mi madre merece estar en él.

La cuestión es que, precisamente uno de esos extraños visitantes, uno de los más agradables que yo conocí, me ofreció un empleo como conserje en un emplazamiento cuya localización no me precisó en ese instante. Según me contó, se trataba de un centro de investigación que experimentaba con una nueva vacuna centrada en suavizar los efectos provocados por la radiación procedente del continente africano. Por todos era conocida la gran cantidad de mutaciones y deformaciones que se estaban dando por todo el mundo después de la Guerra de África, y era algo que sin duda estaba trayendo de cabeza a la mayoría de los gobiernos.

El trabajo que me ofreció aquel hombre era toda una ganga para una persona como yo. Me permitiría llevar a casa un sueldo bimensual considerable, e incluso podría hacer que mi madre dejara de trabajar. Puestos a imaginar, pensé que incluso sería suficiente como para que mi hermano pudiera ir a la escuela. La única pega era que debido a la casi continua actividad en aquel lugar, me vería obligado a pasar en él gran parte del tiempo e incluso días enteros. Sin embargo, las ventajas superaban considerablemente a los inconvenientes. Así que, emocionado ante la idea, acepté sin condiciones y le pregunté cuándo podía empezar.
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Mensaje  Mad_Z Lun Mayo 04, 2009 1:33 am

CAPÍTULO 3: Mi nuevo empleo

Mi primer día de trabajo como conserje en el Centro de Investigación Contra las Consecuencias Nucleares, es un día que sin duda recordaré toda mi vida. Nunca imaginé lo que vendría después. En aquel momento, la primera vez que atravesé la puerta que daba a la sala de recepción, sólo vi las iniciales en grande en la pared de enfrente y un ascensor que sólo podía llevar bajo tierra ya que aquel lugar no alcanzaba ni dos pisos de altura. Una mujer de apariencia bonachona y con unas diminutas gafas rosas me pidió el nombre y minutos después me entregó una tarjeta identificativa de la que no debería despegarme en ningún momento. Acto seguido, un hombre al que calculé a primera vista unos veinticinco o veintiséis años, me pidió que le acompañara y ambos entramos en el ascensor.

Durante el descenso, aquel hombre me explicó la organización y funcionamiento de las instalaciones. Construidas bajo tierra, albergaban cuatro plantas subterráneas cada una destinada a una función diferente aunque todas relacionadas. Sin embargo, a lo que se dedicaba cada planta fue algo que aquel tipo no me explicó. Al fin y al cabo yo iba a ser un mero conserje y no un científico. No tenía por qué saber nada más aparte de dónde se encontraban los materiales de limpieza o qué llaves abrían determinadas puertas.

Tras más de dos minutos de bajada el ascensor llegó por fin a la primera planta, o la última si se empezaba desde la situada a más profundidad. Nada más salir de aquel cubículo, aquel hombre me llevó hasta lo que parecía ser el cuarto del conserje, que en este caso iba a ser yo. Allí me enseñó el uniforme que vestiría durante toda mi jornada laboral y la localización de los diferentes productos e instrumentos necesarios para el mantenimiento y limpieza de las instalaciones. Por último, me enseñó un pequeño cuarto con una cama, un armario y un televisor, que sería donde pasaría las noches aquellos días en los que mi presencia fuera más necesaria de lo normal. Pora no tirar mis ánimos por la borda decidí no preguntar cuales serían esas ocasiones en las que se necesitaría al conserje durante más horas al día.

Después de enseñarme lo que sería mi “centro de operaciones” en aquel lugar, el hombre que me había hecho de guía me estrechó la mano y me deseó buena suerte. Por un momento vi reflejado en sus ojos una sensación de alivio y de pesar mezcladas. Sin embargo, antes de poder preguntarle cual era su trabajo allí o si le volvería a ver para preguntarle cualquier duda que me surgiera, aquel hombre se volvió a subir al ascensor y nunca jamás volví a verle.
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Mensaje  Toletum Lun Mayo 04, 2009 4:47 pm

muy buen relato, sige asi:D animo y dale duro
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Mensaje  Mad_Z Lun Mayo 04, 2009 5:13 pm

Gracias, quizá vaya un poco lento en cuanto a presencia de zombis, pero tiempo al tiempo, por ahora quiero introducir un poco en la historia aunque se encuentran claras alusiones a lo que vendrá en el futuro. Gracias por leerme.
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Mensaje  Toletum Lun Mayo 04, 2009 5:15 pm

Esta muy bien, y por lo de los zombies da igual una buena historia no tiene porque contener accion desde sus primeras paginas, si la tubiera seria demasiado monotono y perderia la gracia.
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Mensaje  Facalj Lun Mayo 04, 2009 7:29 pm

Muy bueno, espero los próximos.

¿Después se va a hablar más de Allis Voidare?

Es que me quedé con la duda...
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Mensaje  Mad_Z Lun Mayo 04, 2009 11:16 pm

Por supuesto que volverá a salir, dentro de poco volverá a la historia.
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Mensaje  Mad_Z Mar Mayo 05, 2009 3:21 am

CAPÍTULO 4: Viviendo en la Guarida del Lobo

Aquel no era un trabajo demasiado complicado aunque sí agotador. Continuamente subía y bajaba de una planta a otra, dependiendo de dónde fueran necesarios mis servicios. Como ya conté, aquellas instalaciones subterráneas constaban de cuatro plantas dedicadas a la investigación y una quinta, más pequeña que las demás, en la que se encontraban el comedor, el vestuario de los empleados, el cuarto de los materiales y el cuarto del conserje, o sea el mío.

En aquella misma planta, empezaban otra serie de dos ascensores que conectaban a esta con las tres primeras. Los dos primeros pisos contaban con cuatro laboratorios dispuestos en las cuatro esquinas y que rodeaban a los ascensores, situados en el centro. Los pasillos rodeaban a su vez a los laboratorios, y eran esos lo más transitados por mí durante la mayor parte del día. El tercer piso, donde acababa el recorrido de los ascensores, albergaba una serie de cubículos de oficina y una sala separada por cristales donde, según entendí, se analizaban muestras de sangre de diversos pacientes afectados por la radiación. Fuera lo que fuera lo que se analizaba ahí dentro, yo nunca llegué a entrar en aquella sala.

La cuarta planta estaba incomunicada por ascensor y sólo se podía llegar a ella a través de las escaleras. Era un lugar oscuro y frío. Al parecer contenía un gran frigorífico para la conservación de muestras de todo tipo, eso es al menos lo que me habían contado, tampoco me dieron más información ya que se suponía que allí no debía entrar por contener material altamente delicado y, sobre todo, caro.

La vida en aquel sitio era ajetreada, especialmente en la tercera planta o planta -3. Allí era donde pasaba la mayor parte del tiempo ya que era en ese lugar donde se encontraba la mayoría de cafés derramados, bollos esparcidos por el suelo y papeleras a rebosar llenas de papeles garabateados o rotos en cientos de pequeños pedacitos. Además, la inexistencia de recaderos provocó que parte de mi jornada laboral la pasara haciendo las veces de chico para todo llevando carpetas de una planta a otra o sustituyendo los bolígrafos con poca tinta por otros nuevos. Poco a poco, comprendía que mi nuevo trabajo requería más horas precisamente por ese motivo, porque más que un conserje era una especie de esclavo bien pagado.

Sin embargo lo soportaba, la paga bimensual había hecho que mi familia y yo viviéramos en cierta manera más aliviados. Mi madre podía tener más “tiempo libre” y mi hermano llevaba asistiendo a clases desde hacía un tiempo. Sinceramente la vida parecía mejorar considerablemente, es más, por primera vez en mi vida me veía teniendo un futuro mucho más próspero de lo que hubiese podido llegar a imaginar con anterioridad. Sin embargo, la principal desventaja era lo agotador del trabajo, que me obligaba a hacer uso de mi pequeño cuarto en la planta principal más días a la semana de lo que habría imaginado o deseado.

Por algún extraño motivo aquel sitio había sido bautizado como la Guarida del Lobo. Al principio no entendí el nombre, vale que el lugar no era el más acogedor del mundo pero tampoco parecía ser especialmente terrible como para haberlo llamado así. Poco después me explicaron que el nombre había sido puesto en referencia a uno de los mayores emplazamientos militares de Hitler y debido a que, igual que este, aquel emplazamiento subterráneo resultaba casi impenetrable a excepción del ascensor que le ponía en contacto con la superficie. El hecho de que una simple cabina atada a un cable y movida por un motor fuera el único medio de salir de allí hizo que me estremeciera y sintiera un gran alivio cada vez que volvía a casa. Otra cosa que me contaron en relación con aquel apodo, es que según decían, aquel lugar también guardaba en su interior a un grupo de personas que confabulaban y planeaban a sabiendas de que lo que hacían no iba en beneficio de la humanidad, sino de su infinito deseo de poder y autosatisfacción. Yo no creí esa historia, simplemente la asimilé al igual que la mayoría de las cosas que escuché acerca de aquel hombre que no podía morir. Supuse que era normal que en todas partes, incluso en aquellas que se encontraban a muchos metros bajo la superficie, se crearan leyendas y habladurías sin fundamento alguno.

La gente de aquel lugar era, en general, muy simpática. Bien es verdad que nunca llegué a entablar una conversación de más de tres palabras con ninguno de los científicos o técnicos que allí trabajaban. Pero hice buenas migas con algunos de los empleados como Doris, la cocinera, o Anton, el “encargado de sacar la basura”. El trabajo de este era especialmente curioso. Pese a que era yo el que limpiaba en todas las plantas, era Anton quien hacía que aquellos despojos llegaran a la superficie. Más de una vez me había hablado de que de allí no sólo salían restos inorgánicos, por lo visto en varias ocasiones había tenido que sacar bolsas de basura que parecían contener “algo blando y viscoso”. Yo supuse que en un centro de investigaciones como aquel era normal que se utilizaran animales como sujetos de prueba y que estos pobres no acabaran demasiado bien. Además, aunque varias veces le pregunté a Anton si había visto algo de lo que contenían esas bolsas en su interior, él nunca me contó nada y siempre lograba evadir mis preguntas y cambiar de tema.

Un caso aparte eran las ayudantes de Doris en la cocina. Ambas eran jóvenes, aunque puede que uno o dos años mayores que yo, y siempre iban juntas a todas partes. Se llamaban Ana y Bárbara. Al parecer llevaban trabajando allí relativamente poco tiempo y no les gustaba demasiado el lugar. Yo apenas había hablado con ninguna de las dos en todo el tiempo que llevaba trabajando allí. Ana era una chica aparentemente hermosa, pero detrás de aquella máscara de dulzura se ocultaba un ser lleno de odio y desprecio hacia todo aquel que se acercara a hablar con ella. Bárbara, por el contrario, era una joven apocada y tímida. Tenía unas mejillas sonrosadas que se iluminaban cuando sonreía y unos ojos del color de la miel que resultaban casi hipnóticos. Su pelo me recordaba mucho al de mi madre, largo y castaño, aunque recogido en una coleta la mayoría del tiempo. La desventaja de esta chica era su extremada timidez, algo que había hecho que las únicas palabras que había logrado arrancarle eran “sí” y “no”.

La vida en general en aquel sitio no era demasiado mala. Siempre una rutina a seguir y un horario más o menos establecido. Las cosas me marchaban bien e incluso había empezado a leer en mis ratos libres. Se podría decir que aquel trabajo fue la primera cosa buena que me había ocurrido en toda la vida. Una noche, después de cambiarme de ropa y prepararme para volver a mi casa por primera vez en varios días, vi a Anton arrastrando varias bolsas negras de plástico hacia el ascensor. Le llamé y le pedí que aguantara la puerta hasta que yo llegara, sin embargo él pareció no escucharme. Con un rápido acelerón, logré meter la mano entre las puertas antes de que se cerraran. Anton me miró y palideció por un instante. Yo sonreí y le pregunté si no me había escuchado pero él volvió a ignorar mi pregunta. Subimos en el ascensor sin decirnos nada, Anton llevaba una de las bolsas entre sus brazos y parecía hacer un esfuerzo considerable por que esta no se le resbalara. Cuando llegamos a la superficie, yo me despedí de Anton y salí del ascensor rápidamente, la recepción estaba prácticamente vacía y la señora de las diminutas gafas que me había recibido el primer día se encontraba en un diminuto cuarto haciendo llamadas y ajena a lo que ocurría a su alrededor. Cuando estaba ya casi abriendo la puerta al exterior, escuché un golpe como el de un cuerpo inerte cayendo al suelo. Me di la vuelta y vi a Anton con la bolsa rasgada a sus pies y, atravesando esa apertura accidental, pude distinguir lo que sin ninguna duda se trataba de un brazo humano.
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Mensaje  NEO Mar Mayo 05, 2009 2:47 pm

Mad_Z escribió:Gracias, quizá vaya un poco lento en cuanto a presencia de zombis,

Y mejor que sea asi.Si sacas la artilleria pesada en las primeras lineas, el relato luego pierde mucha fuerza.
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Mensaje  Mad_Z Mar Mayo 05, 2009 11:46 pm

NEO escribió:
Mad_Z escribió:Gracias, quizá vaya un poco lento en cuanto a presencia de zombis,

Y mejor que sea asi.Si sacas la artilleria pesada en las primeras lineas, el relato luego pierde mucha fuerza.

Eso mismo creía yo, por eso decidí reservarlo para más adelante. Y una vez dicho esto, aqui va el siguiente capítulo.
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Mensaje  Mad_Z Mar Mayo 05, 2009 11:46 pm

CAPÍTULO 5: Gritos en la noche

Aquél brazo se arrastraba hacia mí y yo no podía moverme. Quería gritar pidiendo ayuda pero tampoco podía. Algo me había paralizado y me impedía hacer nada de lo que quisiera hacer. Aquel brazo me agarraba y trepaba hasta mi cuello, me agarraba con fuerza y me asfixiaba hasta matarme…

Me desperté en mitad de la noche. El sudor recorría mi frente y mi corazón iba a mil pulsaciones por segundo. Me descubrí liado entre las sábanas de una forma caprichosa y complicada. Sabía que por las noches solía moverme mucho, y más si tenía pesadillas, pero ignoraba que podía llegar hasta aquel extremo. Cuando por fin tomé consciencia de mí mismo, me alivió pensar que sólo se trataba de una pesadilla y deseé que absolutamente todo hubiera sido creado por mi subconsciente. Sin embargo sabía que no era así. Sabía que en lo que se basaba aquel sueño había ocurrido de verdad. Habían pasado dos semanas desde aquel incidente desagradable y desde entonces Anton y yo nos habíamos estado evitando continuamente aunque a decir verdad él lo hacía más intencionadamente que yo. Una parte de mí se moría por saber qué hacía “aquello” allí, de dónde había salido… pero por otra parte, hacer preguntas no era parte de mi trabajo, y supuse que si Anton no me había hablado de ello era por una buena razón.

Me levanté de la cama y fui a por un vaso de agua. Caminaba tambaleándome y con miedo de perder el equilibrio y caer al suelo. La habitación estaba completamente oscura y hacía dos días que la luz de mi mesilla había decidido no encenderse más, así que tuve que caminar hasta el interruptor de la habitación en lo que se me hizo un trayecto eterno y complicado. La luz me cegó por un instante a pesar de no ser de excesiva potencia, por lo que rápidamente salí de mi pequeño cuarto en dirección a una de las fuentes del recibidor. Aquella planta estaba en completo silencio, debían de ser las cuatro de la mañana del lunes y no había ningún cerebrito de los que se quedaban allí noches enteras a base de café. Por lo que yo sabía, en aquel momento era la única persona allí abajo y en realidad se suponía que no debería estar. Aquél fin de semana me tocaba salir a la superficie, pero el exceso de trabajo y las pocas horas de sueño que había tenido en los últimos días hicieron que una pequeña cabezada se convirtiese en más de tres horas de agradable descanso. No me gustaba demasiado quedarme mucho tiempo en la Guarida del Lobo, pero esta vez no había tenido elección.

Tras beber algo de agua y echarme otro poco en la cara, me dirigí de nuevo a mi pequeño cuarto a intentar seguir durmiendo unas cuantas horas más o, si esto no me era posible, retomar las aventuras del capitán Acab en su obsesión por dar caza a la gran ballena blanca. El caso es que mientras volvía a mi cuarto, escuché como un leve murmullo proveniente de algún lugar de aquella sala. Me paré en seco e intenté afinar el oído. Durante unos segundos la calma y el silencio volvieron a reinar y pensé que había sido cosa de mi imaginación aún con un pie en el mundo de los sueños y decidí volver a meterme en la cama, sin embargo, al poco tiempo, escuché de nuevo el mismo murmullo pero esta vez algo más fuerte. En aquel preciso instante todo atisbo de somnolencia se esfumó de mi cuerpo y todos mis sentidos se agudizaron hasta casi rozar lo sobrenatural. Permanecí en silencio e inmóvil, afinando aún más el oído e intentando descubrir de dónde provenía aquel extraño sonido. Tras un rato de espera que se me hizo eterno volví a escucharlo, y al poco tiempo otra vez más. Cada vez parecía sonar con más fuerza así que rápidamente comencé a ir de un sitio a otro del recibidor, tanteando e intentando averiguar la fuente del sonido. Mi búsqueda me llevó a las proximidades de una de las rejillas de ventilación próxima a las escaleras. Me puse de puntillas y estiré el cuello todo lo que pude. Permanecí en el silencio más absoluto y entonces, lo volví a oír. Pero ya no era un murmullo, esta vez se asemejaba más a un grito, un grito que sonaba cada vez más desesperado y desgarrador. Aquel sonido me heló la sangre y mi corazón se saltó un latido o tal vez dos. Permanecí inmóvil y sin poder reaccionar, tal como me había ocurrido en aquel sueño pero esta vez era real. Me quedé callado, de puntillas y escuchando aquellos gritos que parecían salidos del mismísimo infierno. Al fin y al cabo tenía sentido. A tantos metros bajo tierra como estábamos, tal vez era posible que nos hubiésemos acercado demasiado a la parte más profunda del inframundo. Escuché en silencio durante lo que me pareció una vida entera, y en uno de esos gritos de desesperación, tal vez producto de mi imaginación o tal vez no, juraría que escuché como aquella voz gritaba “¡Por favor, para!”
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Mensaje  Facalj Dom Mayo 17, 2009 5:32 am

Shocked affraid ¿Qué será eso?

Me gusta mucho...

Espero el próximo.
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Mensaje  Banderworld Dom Mayo 17, 2009 4:37 pm

OTRO, OTRO!!!! ya no me quedan uñas, me estoy comiendo las del gato, por favor otro!!
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Mensaje  Mad_Z Lun Mayo 18, 2009 4:12 am

La última semana de exámenes me ha dejado poco tiempo para escribir. Pero aquí va el siguiente capítulo que me ha ayudado a desconectar de mi regular resultado académico zombie salto
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Mensaje  Mad_Z Lun Mayo 18, 2009 4:17 am

CAPÍTULO 6: Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

Desde aquella noche no había vuelto a dormir allí. Trabajaba sin descanso y hacía lo imposible para que mis tareas no se prolongasen hasta la noche. Ya no estaba seguro de nada, aquellos gritos retumbaban en mi cabeza desde hacía días y cuando cerraba los ojos, imágenes horribles producto de mi imaginación me atormentaban.

Los días transcurrían con más o menos tranquilidad. Yo empezaba a estar atento a toda clase de cosas. Una parte de mí sentía una curiosidad tremenda por saber lo que estaba ocurriendo allí. ¿Experimentos de las vacunas en humanos? De ser así estaba metido en algo malo. No por la moralidad de aquellos actos, al fin y al cabo yo sólo era un conserje y nada tenía que ver. Pero si allí se estaban realizando ese tipo de experimentos ¿no era mi deber moral informar de ello? Aunque pobre, mi madre me había educado bien en ese aspecto, sabía que esa clase de cosas no estaban bien, había cosas que eran injustificables y aquello no tenía justificación alguna. Estaban probando, lo que fuera que desarrollaran en aquellos laboratorios, en personas, y obviamente, contra su voluntad.

Dispuesto a llevar a cabo mi desenmascaramiento de todo lo que allí estaba pasando, decidí hablar de una vez por todas con Anton y que este me dejara claro lo que pasaba. Tampoco deseaba levantar una polémica terrible contra aquellas instalaciones y que luego resultara ser un loro parlante lo que había escuchado aquella noche. Y de ser así, eso seguía sin explicar el brazo humano de aquella bolsa de plástico.

Encontré a Anton en el comedor, cuando la mayoría de los técnicos y ratas de laboratorio ya habían vuelto a sus quehaceres diarios y los empleados nos reuníamos como apestados en una pequeña mesa y comíamos un plato ya bastante frío y salido de las sobras que habían quedado. Estaba de espaldas y a su lado, charlando de alguna cosa, estaba Doris. Me acerqué a ellos con mi bandeja y me senté de frente a Anton pero sin mirarle. Él pareció ignorarme pero poco después comenzó a lanzarme miradas de desconcierto en las que también pude advertir cierto nerviosismo. Finalmente, la tensión entre ambos fue tal que salpicó a la pobre Doris e hizo que ella sola se diera cuenta de que sobraba allí. Cuando por fin nos quedamos solos Anton y yo, pudimos hablar.
-Tengo que preguntártelo. – dije con seguridad.
-¿De qué me hablas?
-Sabes perfectamente de qué te estoy hablando.

Anton se incorporó parcialmente en la silla y siguió comiendo.

-Lo que sé es que deberías olvidar todo lo que has visto.- dijo sin inmutarse
-Es lo que he hecho durante estos últimos días, pero ya no puedo seguir ocultándolo.
-Sí que puedes.
-¿Por qué iba a hacerlo?
-Porque de lo contrario irán a por tu madre y tu hermano
-¿Cómo…?
-¿Por qué te crees que te recomendaron? ¿Porque tenías potencial para ser conserje? No, amigo, a todos nos eligen por alguna razón.

Me quedé petrificado. Todo tenía sentido. Me sentí muy idiota al haber creído que la oferta de trabajo era un acto de buena voluntad. Esos actos ya no se dan, no en este mundo.

-Si sabes lo que te conviene a ti y a los tuyos lo olvidarás todo y harás como si nunca hubieras visto nada.
-Pero eso no está bien…
-¿Qué clase de respuesta estúpida es esa?
-Es la que me dicta mi moral. ¡Experimentar con humanos no está bien!
Se hizo el silencio. Doris dejó caer un plato. Ana y Bárbara, que se encontraban fregando en la cocina, se asomaron boquiabiertas. Anton no supo qué decir durante varios segundos y yo, sin darme cuenta, sujetaba un tenedor con fuerza como dispuesto a clavárselo en un ojo al primero que se acercara a mí.

Anton, cuando por fin reaccionó, se levantó de su silla y, muy tranquilamente se acercó a Doris, le susurró algo y le dio la bandeja con todo lo que no había llegado a comerse. Al instante, Doris se metió en la cocina y se llevó consigo a Ana y a Bárbara. Esta última había dejado su mirada fija en mí y Doris tuvo que agarrarla con fuerza del una brazo para conseguir moverla y llevársela adentro.

-Ven conmigo, chico.- me dijo Anton con total serenidad.
-¿A dónde?
-¿Quieres saber la verdad? Pues entonces ven conmigo.

. . . .

-¿Has oído hablar de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis? – fue lo que Anton me dijo una vez dentro del ascensor que nos llevaba a la superficie.
-¿Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?
-Veo que la Biblia no es lo tuyo.
-Bueno, la religión y la fe no es algo que abunde hoy en día, ¿pero qué tiene eso que ver con lo que pasa aquí?
-En realidad es algo meramente simbólico. Los Jinetes del Apocalipsis eran cuatro figuras nombradas en el Apocalipsis del Nuevo Testamento, enviados por Dios, cada uno de un color y en referencia un tipo distinto de plaga.

La explicación teológica de Anton me dio cierto dolor de cabeza y me confundió enormemente. Sin embargo le escuché con paciencia e intentando entender lo que quería decirme.

-Pues bien, teniendo en cuenta esto, lo que quiero que comprendas es a qué clase de personas intentas descubrir.
-¿Quieres decir que esos jinetes están aquí…?
-Podría decirse que sí. Verás, esos jinetes son sólo invenciones, como cualquier personaje que aparece en una novela. Sin embargo, como supongo que sabrás, antiguamente la religión, especialmente la católica, tenía gran peso en la sociedad. Pues bien, esas antiguas costumbres aún siguen vivas hoy en día. No tan extendidas como antes, pero aún sobreviven.
-¿Y qué tiene que ver eso con brazos que salen de bolsas y gritos en mitad de la noche a muchos metros bajo tierra?
-Quienes llevan estas instalaciones, quienes las mandaron construir y quienes viven en ellas, son una parte muy destacable perteneciente a ese antiguo credo.
-¿Viven?
-Por eso no les has visto nunca. Por eso casi nadie les ve nunca. Sólo los más cercanos al proyecto saben quienes son y están en contacto con ellos.
-¿Pero nunca salen?
-Nunca. Según cuentan ni siquiera duermen. Pasan su vida encerrados bajo tierra, entregados a sus investigaciones y dedicándole su vida a lo que ellos creen que es su misión en el mundo.

El ascensor por fin llegó a la superficie. La mujer rechoncha de gafas diminutas tecleaba a gran velocidad en su mesa y apenas se detuvo en mirarnos aunque pareció extrañarle vernos allí. Anton y yo salimos del edificio y llegamos al aparcamiento.

-¿Entonces son ellos los que gritan por las noches?
-No. No son ellos.
-Entonces es cierto lo de los experimentos en humanos.
-No exactamente.
-¿Qué quieres decir?
-¿Has oído hablar de Allis Voidare?
-¿Allis Voidare? Es sólo una leyenda, una historia inventada para asustar a la gente.
-El Apocalipsis también lo es, amigo mío
-¿Qué hacemos aquí, Anton?
-Te he traído aquí porque esta es la última oportunidad que tendrás de escapar. Ve a casa, coge a tu madre y a tu hermano y huye lejos de aquí, donde no puedan encontrarte. Te diría que mantuvieras la boca cerrada acerca de todo esto pero según parece eres demasiado noble como para hacerme caso.
-¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué me dices todo esto?
-Porque yo he vendido mi alma pero tú estás a tiempo de escapar. Nadie sabe aún que te he contado esto pero no tardarán en sospecharlo cuando vean que he desaparecido. Además, esa gorda de recepción nos ha visto salir juntos de las instalaciones. Es cuestión de tiempo que alguien ate cabos.
-¿Desaparecido? ¿A dónde vas a ir?
-No lo sé. No tengo ni la más remota idea.

Después de decirme esto, Anton subió a su coche y se alejó de allí. Yo me quedé de pie, mirando como su coche se hacía cada vez más y más pequeño. No podía asimilar todo lo que me acababa de decir. Eran demasiadas cosas juntas. Sin embargo, después de un rato que no sé decir cuánto fue, decidí moverme e irme a casa, tenía que pensar detenidamente y preferiblemente no bajo tierra. Subí en mi bicicleta y me alejé de aquel lugar. Me costaba mantener el manillar quieto, mis manos no podían dejar de temblar.
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Mensaje  Facalj Lun Mayo 18, 2009 8:01 pm

affraid muy bueno, cada vez me gusta más...
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Mensaje  Mad_Z Mar Mayo 19, 2009 3:23 am

CAPÍTULO 7: Dispuesto a escapar

Cuando llegué a casa mi madre se encontraba haciendo la comida y mi hermano aún no había vuelto de las clases. Mi madre se sorprendió al verme y corrió a abrazarme. Me preguntó por qué no estaba trabajando y tuve que inventarme una excusa que no recuerdo pero que se creyó sin dudar. No me parecía apropiado hablarle de todo lo que Anton me había contado ya que ni yo mismo llegaba a comprenderlo del todo.

Me tumbé en la cama que antes solía compartir con mi hermano, e intenté analizarlo todo detenidamente. Tenía que encajar las piezas de aquel puzzle tan extraño y estremecedor. Todo aquello debía tener algún sentido que no implicara referencias bíblicas o leyendas urbanas. Tenía que haber una explicación lógica a todo lo que allí pasaba.

Mi madre me despertó a los pocos minutos que para mí habían pasado como horas. Curiosamente me había quedado dormido a pesar de que en todo ese tiempo había estado consciente y pensando en las palabras de Anton. Aquel despertar fue algo más que un simple despertar, fue como si una luz iluminara mi mente y de repente entendiera todo lo que había ocurrido allí y supiera lo que tenía que hacer.

-Madre. Debes hacer las maletas. Tenemos que marcharnos de aquí.- dije sin dudar. Mi madre me miró extrañada.
-¿Qué ocurre? ¿Te encuentras bien?
-Coge todo el dinero, con lo que tenemos ahorrado podemos marcharnos lejos del país, nadie nos encontrará.
-¿Pero qué ocurre?

No confiaba en que mi madre se creyese todo lo que le iba a contar pero lo hice. Le hablé de los gritos en mitad de la noche pidiendo que el dolor terminara, le conté lo de los restos humanos que Anton sacaba con la basura, y lo de aquellas cuatro figuras misteriosas que mantenían antiguas creencias y pasaban bajo tierra las 24 horas del día haciendo cosas que iban más allá de la peor de nuestras pesadillas. Mi madre escuchó atentamente y cuando terminé ella sólo me dijo:
-No sé lo que habrás visto allí abajo. Pero si crees que lo mejor es irnos, lo haremos. Confío en ti.

. . . . .

Dejé a mi madre preparando el equipaje y esperando a que mi hermano regresara a casa. Estaba dispuesto a marcharme lejos y a no volver jamás. Teníamos ahorros suficientes como para empezar de nuevo. Desenmascararía a esa organización y les haría pagar por lo que estaban haciendo. Pero necesitaba pruebas. Necesitaba confirmar mis suposiciones y ver con mis propios ojos lo que se ocultaba en la última planta, en aquel lugar que no aparecía en los planos. Allí donde los Cuatro Jinetes pasaban los días y las noches haciendo dios sabe qué.

Llegué al aparcamiento y dejé mi bicicleta donde siempre. Ni siquiera me molesté en ponerle la cadena, estaba nervioso y alterado y eso no era precisamente algo bueno. Mientras me acercaba a la puerta del edificio donde aquella rechoncha mujer seguramente me volvería a mirar con mala cara preguntándose dónde habría estado las últimas horas, advertí que el número de coches aparcados era menor de lo habitual. Era tarde pero no lo suficiente como para que la mayoría se hubieran marchado ya a sus casas. Busqué el coche de Doris entre los del personal pero no lo encontré, y si Doris no estaba era lógico pensar que sus ayudantes, Ana y Bárbara, tampoco estarían.

Después de esquivar la mirada de aquella mujer, entre en el ascensor, convencido de que sería la última vez que bajaría a aquel lugar. Mi plan consistía en limitarme a hacer mis tareas habituales hasta que fuera tarde y todos se marcharan. Entonces bajaría a la última planta y buscaría esa zona secreta donde aquellas personas vivían, tendría que ser sigiloso e ir en silencio, no quería presentarme en plan sheriff y decirles que iba a desenmascararles y a hundir su organización. Ellos no tenían que darse cuenta de que había estado allí y yo sólo tenía que echar un ojo y ver qué demonios estaban haciendo allí abajo y, si me era posible, averiguar de quién eran los gritos que había escuchado aquella noche.

Eran alrededor las tres de la mañana cuando por fin decidí salir de mi cuarto. Cogí una linterna y mis llaves. La linterna se alimentaba de la energía producida al hacer girar una pequeña manivela, así que la batería no sería un problema. Respiré profundamente una gran bocanada de aquel aire artificial que nos suministraban y me dispuse a salir. La sala estaba tan oscura como era habitual a esas horas de la madrugada. El comedor estaba cerrado y los ascensores del interior no funcionaban ya que poca gente hacía uso de ellos a esas horas. De repente llegó una idea a mi cabeza que no había contemplado. Estaba convencido de que era el único que se encontraba allí, pero no conté con el personal del los laboratorios que solían pasar noches enteras allí. Sin duda serían un problema a la hora de pasar desapercibido en los niveles inferiores y no conocía cuantos de ellos podría haber más abajo. Fuera como fuera, era tarde para echarse atrás. Mi madre me esperaba en casa con las maletas hechas y dispuesta a abandonar su hogar porque confiaba en las palabras que le había dicho su hijo. Quizá su enfermo hijo que deliraba y sufría imaginaciones debidas al estrés del trabajo y en la vida bajo tierra. Pensé que quizá eran todo locuras mías. Sin embargo, al poco tiempo, descubrí que aquellos pensamientos eran solo excusas producidas por el miedo. Sabía lo que tenía que hacer, y lo haría.

Caminé por aquella planta en dirección a las escaleras alumbrado sólo por mi pequeña linterna que gradualmente veía disminuida su intensidad. Examiné los rincones de la planta en un acto de ociosa rutina, y me aseguré de que allí no había nada ni nadie. De repente, escuché un golpe seco que hizo que mi corazón acelerara y casi se me saliera del pecho. Me quedé inmóvil, dispuesto a recibir un golpe por detrás o a desmayarme ahí mismo si alguien me descubría. Me habría sido imposible inventar una excusa convincente en ese instante, si alguien me hubiese descubierto estoy seguro de que habría cantado todo desde el principio hasta el final. Escuché otro golpe, esta vez más fuerte y más seco. Por fin reaccioné y llegué a descubrir que aquellos ruidos venían de la puerta del comedor. Me acerqué sigilosamente mientras los golpes se hacían cada vez más frecuentes. Cogí mis llaves a modo de arma y me preparé para recibir a quien o a lo que fuera a salir de dentro del comedor. El siguiente golpe hizo que las puertas se abrieran. Intenté enfocar con mi linterna pero otra luz me cegó a mí primero.
-¿Qué haces aquí? Se supone que no tendrías que estar aquí.- dijo una voz dulce y suave pero con tono firme y autoritario.
-Yo… ¿quién eres tú?- respondí intentando ver quién me hablaba.
-Bárbara… soy Bárbara.
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Mensaje  Banderworld Mar Mayo 19, 2009 5:30 pm

simplemente sublime
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Mensaje  Mad_Z Miér Mayo 20, 2009 12:54 am

CAPÍTULO 8: Descenso

Bárbara bajó la linterna y dejó de apuntarme a la cara. Durante unos segundos unas pequeñas lucecitas en mis ojos me impidieron poder verla con claridad pero al rato esas lucecitas se esfumaron y dejaron que viera su rostro y, sobre todo, la palanca en su mano izquierda con la que deduzco había golpeado la cerradura de las puertas del comedor hasta que estas no aguantaron más y cedieron.

-¿Bárbara? ¿Qué haces tú aquí?- pregunté no muy original.
-Me parece que fui yo quien preguntó antes.-respondió indignada.
-Bueno… yo soy el conserje.
-Pero Anton… y Doris… Se suponía que no debería quedar nadie aquí. Se suponía que todos os ibais a marchar de la ciudad.
-¿Entonces qué haces tú aquí?
-Obviamente, quedarme en la ciudad.

Estaba claro que no iba a sacarle nada. Podríamos habernos tirado horas preguntándonos mutuamente el motivo por el que estábamos en aquel lugar a aquella hora y ninguno de los dos habría respondido nunca. Pero yo tenía prisa y estaba nervioso, así que decidí contárselo todo.

-Verás. Yo… voy a bajar a la última planta.
-¿Para qué?
-Porque hay algo allí. Algo que grita por las noches y pide ayuda.

Bárbara me miró extrañada pero sin pestañear. Como si aquella respuesta fuera la más normal del mundo y estuviera acostumbrada a oírla a menudo.

-Yo también estoy aquí por eso.
-¿Tú también has escuchado gritos? ¿Pero cómo…?
-Digamos que no me ha hecho falta. No te lo puedo contar pero basta con decir que tenemos objetivos comunes.
-¿También quieres que la gente sepa lo que está pasando aquí abajo?
-No exactamente…

No dijo nada más. Se me adelantó y siguió los pasos que yo antes había dado poniendo rumbo a las escaleras. No le pregunté nada más. Según parecía nuestra misión era la misma. Ambos queríamos bajar abajo aunque los dos por distintos motivos que se verían llegado el momento. No me detuve a pensar más y me coloqué al lado de Bárbara. Sin ninguna duda me alegraba de tener a alguien junto a mí y no tener que hacer todo aquello yo solo.

Los pisos -1 y -2 estaban parcialmente vacíos. Como había imaginado hacía poco, algunos científicos y demás se habían quedado haciendo horas extras. Por suerte para nosotros, estaban tan enfrascados en sus respectivas tareas y con tal cantidad de café en las venas, que no se habrían dado cuenta de nuestra presencia ni aunque hubiéramos decidido acercarnos por detrás y patearles el trasero.
Bárbara y yo caminábamos casi a la par, de vez en cuando uno se adelantaba al otro pero enseguida era alcanzado por el que se quedaba detrás. Más que una misión cooperativa parecía una carrera rumbo a una meta incierta y desconocida, al menos para mí. No quise preguntarle a Bárbara si sabía qué era lo que se escondía en la planta baja. Parecía demasiado nerviosa y concentrada como para contestarme a nada así que opté por mantenerme en silencio y no abrir la boca hasta que fuera estrictamente necesario.

Después de pasar por una prácticamente desierta planta -3, llegamos por fin a la planta -4, aquella que se encontraba incomunicada por ascensor y a la que sólo se podía acceder a través de las escaleras. Era esa la planta en la que menos había estado ya que era en su mayoría un inmenso refrigerador que tenía además el acceso muy restringido. Sin embargo, eso no era un problema ya que el conserje tenía una llave que habría la puerta del refrigerador en caso de que fuera totalmente necesario. Una llave que yo había cogido antes de salir del cuarto y que sin duda no había necesitado más en todo el tiempo que había trabajado allí. Me acerqué a la puerta e introduje la llave, giré la manivela y la puerta se abrió dejando salir un aire frío que hizo que me estremeciera por un instante y empezara a tiritar.
-Dime, si yo no hubiera estado ¿cómo habrías abierto esta puerta? –le pregunté a Bárbara en un intento por aparentar estar relajado. Ella me miró y levantó el brazo izquierdo dejándome ver la reluciente palanca que tan efectiva le había resultado anteriormente. Sin comentar nada al respecto, entramos en aquella fría y amplia sala que se encontraba iluminada por una tenue luz roja que apenas nos dejaba ver dónde pisábamos. Saqué mi linterna y giré la manivela repetidas veces para cargar la batería tanto como fuera posible. Enfoqué hacia todos lados, era la primera vez que estaba ahí dentro y siempre había sentido curiosidad por saber lo que se guardaba allí con tanto recelo. Vi frascos con inscripciones y bolsas que contenían sendos líquidos de diferentes colores cada uno. No me paré mucho tiempo a examinarlo y busqué alguna puerta o trampilla que comunicara con esa supuesta planta fantasma.

-¿Sabes dónde está?- me preguntó Bárbara.
-Estoy en ello pero no veo nada… quizá no haya….
-OH, mira eso.

Enfoqué mi linterna hacia la zona donde me señalaba Bárbara. En el centro de la sala, colocadas sobre camillas con ruedas, se encontraban nueve bolsas de plástico negras para cadáveres. Mi sangre se heló aún más y una vez más no supe qué decir.

-¿Son lo que creo que son? –dije intentando parecer relajado.
-Si lo son, esto empieza a tener sentido.
-¿Crees que eran ellos quienes gritaban?

Bárbara ignoró mi pregunta y se acercó a la pared opuesta a donde habíamos entrado. Yo me quedé mirando durante unos instantes más aquellas bolsas y una curiosidad cada vez mayor me incitaba a abrir una y ver lo que había dentro. Me acerqué despacio a una de esas camillas, temblando en parte por el frío que hacía y en parte por el miedo que tenía. Se podían intuir una forma humana allí dentro, quizá un cuerpo de estatura y tamaño medios o quizá una mujer. Busqué la cremallera y me dispuse a abrirla.

-¡La he encontrado!

Pegué un bote y retrocedí varios pasos. Me giré y vi a Bárbara empujando lo que parecía ser una puerta aparentemente secreta y con algunas inscripciones en ella.

-¿Qué es lo que pone?- le pregunté.
-Parece latín.
-¿Latín? ¿Y sabes lo que quiere decir?
-Para nada. Ayúdame a empujar.

Me coloqué al lado izquierdo de Bárbara y empujamos la puerta con todas nuestras fuerzas. El frío de la sala nos congelaba las manos y hacía que nos costara coger aire al respirar. Sin embargo, tras unos cuantos empujones, la puerta cedió y se abrió por fin.

Al otro lado la oscuridad era completa, sin embargo, al alumbrar con la linterna vimos que aquella especie de sala era relativamente pequeña y tenía una puerta al fondo que iba a dar sin duda a un lugar que, según los planos, no debería existir. Nos acercamos a ella dejando la puerta anterior medio abierta y vimos que daba igual lo que empujáramos esta vez porque esta puerta necesitaba una llave de considerable tamaño y con una forma peculiar.

-¿Y ahora qué? – pregunté con tono derrotista.
-Hay que abrirla.
-¿Con qué? ¿Con tú palanca?
-No, con esta llave.

Bárbara se sacó del bolsillo una extraña y peculiar llave de color plateado y aparentemente pesada y la introdujo en la cerradura.

-Dime, si yo no hubiera estado ¿cómo habrías abierto esta puerta?- me dijo ella repitiendo las palabras que no hace mucho le había dicho yo.
-Tal vez hubiera necesitado una palanca más grande.

Me dedicó una media sonrisa y acto seguido giró la llave en el sentido contrario a las agujas del reloj. La puerta se abrió sin hacer ni un mínimo ruido y ambos entramos. Esta vez los dos íbamos juntos, ninguno intentaba adelantarse al otro. Bajamos por una pequeña y estrecha escalera que tenía forma circular y, antes de pisar el último escalón, aquellos gritos que tan bien recordaba en mi cabeza, se volvieron a escuchar pero esta vez mucho más desesperados.

-¡Dejadme! ¡Yo no os he hecho nada! ¡Dejadme, por favor!

Bárbara se colocó detrás de mí y me agarró el brazo con fuerza. Parecía que sus nervios habían llegado hasta el límite y, aunque parecía ansiosa por averiguar de quién eran esos gritos, un instinto natural de miedo le hizo acobardarse como una niña pequeña y buscar protección detrás de mí. Admito que mi reacción habría sido la misma de no habérseme adelantado ella. Pero ahora que yo caminaba delante debía mantenerme calmado y no tener miedo y, sobre todo, averiguar de una vez por todas qué es lo que ocurría en aquél lugar.

-Bárbara.- susurré.- tenemos que acercarnos más.- La puerta que se encontraba ahora delante de nosotros no parecía poseer una especial seguridad, y tenía a la altura de los ojos un pequeño cristal a través del cual salía una intensa luz blanca parecida a la de un quirófano. Avancé paso a paso intentando no hacer ruido. Ya casi podía ver lo que había dentro, ya casi podía averiguar qué estaban haciendo a aquel pobre hombre. Sólo tenía que acercarme un paso más y mirar a través de aquella ventana. Y lo hice.

-¿Qué… qué es lo que hay? – me susurró Bárbara al oído. No hubo respuesta. No podía describirle lo que había ahí dentro. No me quedaban palabras y en ese momento me habría sido imposible encontrar las adecuadas para describirle lo que estaba viendo.
-¿Qué es lo que hay?- repitió una vez más. Agarré su mano y la conduje hasta mi lado para que pudiera mirar y ver con sus propios ojos aquel horrible escenario.
-Dios mío… - dijo casi entre sollozos mientras liberaba su mano y se tapaba la boca con ella.

Era una sala no muy grande y casi de aspecto claustrofóbico. Dentro había mesas con instrumentos de cirugía y otros más rudimentarios que se solían utilizar en autopsias y en diversas operaciones. Caminando de una lado a otro había cuatro personas con batas de diferentes colores y que miraban a un quinto situado en el centro y tumbado en una mesa de operaciones. Tenía la caja torácica abierta y los músculos del brazo izquierdo totalmente arrancados del hueso. Aquel pobre desgraciado gritaba y lloraba sin poder liberarse y tenía una expresión de incertidumbre reflejada en su decrépito y desfigurado rostro. Bárbara lloraba a mi lado y yo, antes de unirme en llanto a ella sólo alcancé a decir: “Es él, es Allis Voidare.”
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Mensaje  Facalj Miér Mayo 20, 2009 8:27 pm

¡¡¡No puede ser!!!

Qué bueno que está...

Espero el próximo, me encanta tu historia.
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Mensaje  Mad_Z Vie Mayo 22, 2009 2:15 am

CAPÍTULO 9: Allis Voidare

Quietud. Silencio por encima de los gritos. Historias transmitidas de boca en boca, exageradas, ficticias y deformadas con el paso del tiempo. Mentiras con una base verídica. Hechos imposibles que jamás deberían haber ocurrido. Muertes. Mutilaciones. Carne putrefacta envolviendo un alma humana. Un hombre inmortal condenado al infierno. Lágrimas de un dolor que no debería existir. Un sufrimiento perpetuo que jamás tendría final…

Bárbara casi no podía contener el llanto. Gimoteaba agarrada a mí con fuerza y sin poder apartar la mirada del cristal. Me descubrí con el rostro bañado en lágrimas y con un nudo en el estómago que me hacía difícil poder respirar. Allis Voidare gritaba y lloraba como un niño nacido sin piel. Su piel amarillenta palidecía por momentos y sus ojos grandes parecían salirse de sus órbitas cada vez que aquel monstruo de bata blanca cortaba un pedazo del cuerpo del desafortunado inmortal. Aquella pequeña ventana por la que mirábamos Bárbara y yo nos mostraba la peor imagen de nuestras vidas. Una imagen que nos acompañaría hasta el día de nuestra muerte y que nos atormentaría cada vez que cerráramos los ojos. Ninguno sabía que decir y ninguno se atrevía a despegar su mirada de tan horrible visión. Entonces, uno de aquellas personas con bata habló.

-¿Crees que es suficiente? – preguntó dirigiéndose al de bata blanca, y el monstruo de bata blanca respondió –Aún vive y parece estar consciente. Llevamos meses despedazándole poco a poco y parece seguir igual, y la necrosis es progresiva pero parece no afectar al cerebro. Creo que aún nos puede dar muchas respuestas.

El hombre de la bata roja que había preguntado hizo un leve movimiento de cabeza y se giró hacia los otros dos.

-¿Cómo van los otros? – les preguntó.
-Los nueve siguen igual. Ninguno responde al tratamiento ni parece sufrir cambio alguno. Estamos donde estábamos al principio.
-Sea lo que sea debe estar dentro de él. Y tarde o temprano daremos con ello.

Aquellas otras dos personas parecían bastante cansadas. Era difícil ver con claridad su rostro debido a la mascarilla y las gafas protectoras que llevaban. Pero parecían estar agotados, lo que no era de extrañar ya que hacía su vida ahí abajo. El monstruo de bata blanca, el único que llevaba la cara descubierta, miraba a Allis fijamente a los ojos. De vez en cuando cogía el bisturí y le hacía un corte en el rostro o en el cuerpo. Allis gritaba como si pudiera sentir el mismo dolor que cualquier persona normal. El monstruo de bata blanca hacía una mueca de satisfacción y volvía a mirarle fijamente a los ojos.

Bárbara dejó de agarrarme el brazo. Retrocedió varios pasos hacia atrás y llegó hasta las escaleras que subían al refrigerador, se sentó y se tapó el rostro con ambas manos. Por un momento no supe si acercarme o quedarme quieto donde estaba. Finalmente decidí aproximarme a ella porque, siendo sincero, estaba a punto de derrumbarme.

-¿Estás bien?- le pregunté.
-Qué pregunta más estúpida.- me respondió entre sollozos.
-Oye, creo que es mejor que nos vayamos. Marchémonos. Mi madre está en casa con mi hermano esperando a que yo llegue para irnos lejos de este sitio. Puedes venir con nosotros… quiero decir… ¿tienes familia? No hemos hablando mucho en todo este tiempo y no sé…

Bárbara parecía no hacerme caso. Tenía la cabeza puesta en otro lugar así que dejé de hablar y me limité a cogerle la mano. Ella me miró con ojos vidriosos y, sin yo esperarlo, se lanzó hacia mí y me abrazó con fuerza. Por encima del olor que la cocina había dejado en su ropa, distinguí un aroma suave y melancólico. Permanecimos abrazados durante varios segundos hasta que algo hizo que nos pusiéramos en pie de un salto.

-¡No! ¡Dejadme en paz! ¡Por favor! ¡Parad!

Una voz desesperada atravesó la puerta y nos aceleró el corazón a ambos. Aquella súplica de piedad se vio interrumpida por el estruendo de una sierra al encenderse. Me puse en movimiento y me acerqué de nuevo a la puerta. Bárbara me agarró del brazo de nuevo y se puso detrás de mí. A través del cristal vi como aquel bastardo sostenía una sierra eléctrica de tamaño medio en sus manos y se acercaba con rostro sádico al desafortunado Allis Voidare. Los otros tres hombres en la habitación se limitaron a mirar y a hablar entre ellos mientras nosotros, al otro lado de la puerta, no sabíamos qué hacer para que aquel pobre desgraciado ser dejara de sufrir. Bárbara me clavó las uñas en el brazo debido a la tensión del momento. Yo me sentí impotente al no poder hacer nada mientras aquel monstruo de bata blanca aproximaba la sierra eléctrica al abdomen de Allis. Se escuchó un repugnante sonido de la sierra atravesando la carne podrida. Allis gritaba con más fuerza que nunca mientras aquel loco sádico seguía perforando. Parecía no poder detenerse. Parecía querer cortar a Allis por la mitad. Bárbara gritó con fuerza a mi lado pero su grito se fundió con los demás ruidos de aquella planta. Mi mente llegó a un límite en el que ya no podía aceptar más ver aquel horrible espectáculo. Con fuerza y determinación abrí la puerta y me dispuse a entrar. El hombre de la bata amarilla me miró sorprendido. La sierra mecánica llegó a la columna vertebral de Allis Voidare y allí, como si se tratara de un yacimiento de petróleo descubierto por casualidad, un líquido negruzco salió disparado y salpicó hacia todas partes. Me di la vuelta lo más rápido que pude y choqué con Bárbara que estaba detrás de mi. Aquella sustancia bañó el rostro del hombre de bata blanca. Los demás se cubrieron y pronunciaron casi al unísono un sonoro “¡No!”. Allis Voidare dejó de gritar. Al rato todo se quedó en silencio.

Cuando abrí los ojos vi a Bárbara que me miraba asustada. Rápidamente sacó un pañuelo de su bolsillo y me limpió la cara. Percibí aquel olor repugnante emanando de mi propio rostro y vi que lo que Bárbara me limpiaba era aquella sustancia que me había salpicado y que cubría la cara del monstruo de bata blanca. Este se resbaló y cayó al suelo. Durante un instante permaneció quieto. El de bata amarilla que me había visto se acercó a la puerta, a Bárbara y a mí. Parecía tener algo en la mano, algo parecido a un pequeño cuchillo o quizá a un bisturí. Bárbara se puso delante de mí y con la palanca golpeó el brazo de aquel hombre y le hizo retroceder. Entonces se escuchó un rugido. El grito de una bestia procedente del mismísimo infierno. Todos miramos hacia aquel hombre en el suelo. Vimos cómo se retorcía y como luchaba furioso por ponerse en pie. Agarré a Bárbara de la mano en un impulso involuntario. Aquel hombre cuya bata blanca había quedado casi totalmente manchada por esa masa negruzca se puso por fin en pie. Nos miró a todos y todos le devolvimos la mirada. Sus ojos habían cambiado. Se habían vuelto más inhumanos aun de lo que eran antes. Su anterior sonrisa era ahora una mueca horrible reflejo de ira y odio. Fijó su mirada en los hombres de las batas negra y roja. Ellos no reaccionaron. Pero yo sí lo hice, por primera vez en mucho tiempo. Apreté la mano de Bárbara y tiré de ella hacia afuera. Salimos de aquella sala tan rápidos como pudimos. Antes de llegar a las escaleras escuchamos gritos que provenían de dentro pero esta vez no estaban producidos por Allis Voidare. Esta vez eran gritos de dolor y júbilo al mismo tiempo. Como si aquellas personas hubieran logrado encontrar lo que llevaban buscando toda su vida. Aquellas voces se ahogaban mientras Bárbara y yo huíamos despavoridos y, una vez arriba, antes de entrar al refrigerador que tendríamos que atravesar de nuevo en nuestro ascenso a la superficie, alcancé a escuchar una voz que gritaba con alegría: “¡Lo hemos conseguido!”
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Mensaje  Banderworld Sáb Mayo 23, 2009 6:29 pm

DIOXXX!!! QUERO MAS!!!!!
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Mensaje  Facalj Sáb Mayo 23, 2009 7:29 pm

¿¿¡¡Qué consiguieron!!??


Me encanta... Es buenísimo...

Espero el próximo.
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Mensaje  solenum Dom Mayo 24, 2009 3:12 pm

simplemente: WOW affraid
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