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El cielo está vacío (Novela o al menos intento de ello)

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Mensaje  lestatz Sáb Ago 18, 2012 4:20 am

Hola a todos, como comenté en mi presentación soy un obseso del universo zombie y lo último por lo que me ha dado es por liarme la manta a la cabeza y empezar una novela del género (aunque bastante sui-generis). Como todavía no tengo blog, aunque espero crearlo, no se me ocurrió mejor manera de recabar opiniones que el ir subiendo el material en este foro. Así que os paso la prímera entrada de mi proyecto de novela "El cielo está vacío". Espero vuestras opiniones y si opinais que mejor lo deje que esto no tiene fuerza pues os lo agradecería también.


Entrada 1:

El aullido escapaba
amplificado por la tersa garganta de Félix Soto, quebrando de forma convulsa la
reinante tranquilidad el alba; aquel agudo e incontenible manto de dolor era
patente no sólo de forma sonora, pues el joven se agitaba entre terribles ademanes,
algo que resultaba lógico considerando que parte de su anatomía acababa de ser arrancada y un enérgico flujo
sanguinolento descendía sin moratoria a través del hueco provocado por la
extirpación.


-Colocadle el algodón
rápido y que cierre la boca­­-


Y así se hizo,
cualquier verbo conjugado en modo imperativo por Don Liberto articulaba una
reacción automática, naturalmente no era una exclusividad suya dar ordenes en
el grupo, de hecho era impropio de él acomodarse en el timón de la cadena de
mando; el bueno de Don Liberto tenía tendencia a pensar que atribuirse la
condición de líder contravenía en cierta medida el tono comedido que ha de
gobernar la actitud de todo digno sacerdote, sin embargo existía algo presente
en su persona y no premeditado que inspiraba una suerte de particular cercanía,
ese algo era sutilmente compartido por la mayoría, a decir verdad ni siquiera
se reparaba en ello pero cuando él hablaba sus palabras eran recepcionadas con
una expectación diferenciadora; esta inercia fácilmente justificable en una
persona de marcado espíritu religioso como era el caso de Sol, resultaba por el
contrario llamativo en otros miembros del pintoresco e improvisado comando,
nadie y mucho menos el propio interesado tenía demasiado claro a qué respondía comportarse de tal modo, tal vez fuera la
musicalidad de su ligero deje centroamericano o aquella firme serenidad que
milagrosamente conseguía mantener y de la que todos ansiaban ser contagiados,
sea como fuere, oír a Don Liberto implicaba dejarse atraer dentro de un circulo
de seducción hipnótica. Ni que decir tiene que el hecho de que además de todo
lo mencionado, también fuera el único con conocimientos serios sobre medicina incrementaba la común
sensación de confianza depositada en nuestro sosegado amigo. Sin embargo en
este momento su voz denotaba una notoria inquietud. Por desgracia, la
situación encaraba ciertos
requerimientos insoslayables donde la menor indecisión por minúscula que esta
fuera acarrearía necesariamente consecuencias de naturaleza irreversible, que
modo que, antes de poder siquiera pestañear, una generosa pelota de algodón
bloqueaba la hemorragia gingival que Félix filtraba ya por su oquedad bucal,
alcanzando incluso el muchacho a notar levemente como le llegaba un sabor
amargo al pasearse la hemoglobina por sus papilas gustativas. En previsión a la
fuerte pérdida de sangre el algodón había sido aplicado en término superlativo
por Alicia y Andrea dos de las mujeres que se cruzaron en el camino del Santana
Aníbal propiedad del ejercito español, ellas dos habían resultado agraciadas
con el dudoso privilegio de acometer las funciones de enfermería, Andrea no
había hecho nada similar en su vida pero contaba gracias a su profesión con un
pulso envidiable y eso era un punto a favor en una tesitura donde se
concentraba un grado de agitación capaz de hacer que el corazón del más pintado
saliera escupido por la boca. La experiencia de Alicia por su parte se limitaba
a un cursillo de primeros auxilios realizado durante su época universitaria en
ese dulce periodo trabajaba como socorrista en verano para conseguir algunos
ahorrillos, lo que le convertía en alguien acreditada más que
suficientemente para formar parte del
equipo médico. El tapón no solamente contenía
parcialmente el empuje hemorrágico, también apagó la intensidad del
desgarrador alarido aunque fuera más por la sorpresa causada por la celeridad
con la que fue colocado que por verdadero cese del dolor; siguiendo las
indicaciones recibidas Alicia fue quien introdujo el tejido esponjoso al tiempo
que presionaba la barbilla hacía arriba para ayudar al sufrido paciente a
cerrar la boca, mientras tanto Andrea a su lado era la encargada de administrar
y facilitar el precario instrumental consistente en: un rollo de algodón, unas
tijeras de uñas, un poco de agua oxigenada que por el momento no iba a ser
utilizada y una cantimplora, esta última recién rescatada del pequeño riachuelo
en donde se la dejo pernoctar con el fin de que se enfriara lo suficiente para
paliar la ausencia de hielo, a esto había que añadir los alicates con los que
Don Liberto procedió a realizar su proeza, todos estos elementos con la lógica
excepción de la cantimplora y los alicates eran a su vez parte del botiquín,
que ahora también estaba a los pies de una de las banquetas laterales que en
condiciones normales se usaba como asiento trasero del todo terreno y que en
este momento se encontraba reconvertido en hospital de campaña. El bestial
alarido de dolor que acompañó al instante posterior a la extracción había
derivado ya hacía un tímido susurro quejumbroso cercano al lamento de un perro
asustado, el descenso de volumen fue algo sumamente bien acogido tanto dentro
como fuera del Santana. Don Liberto sostenía los alicates clavando los ojos con
fascinación sobre el diente sostenido, era el tercer molar inferior y sobre la
pieza de cinco coronas colgaban dos raíces perfectamente simétricas , aquello
podía considerarse un éxito total,
habían conseguido hacerla salir de cuajo y limpiamente. Eran muchos los
riesgos que el religioso había calibrado, para empezar la posición de la muela,
el hecho de que fuera el tercer molar suponía un cierto alivio ya que, no
representaba un punto excesivamente escorado y por consiguiente el ángulo de
los alicates aunque incomodo se hacía soportable no añadiendo más incertidumbre
a una postura ya de por si bastante forzada, otro detalle significativamente
afortunado fue el hecho de que la incisión bacteriana propia de la caries
galopante estaba efectuando su avance dibujando la tradicional pirámide
invertida pero sin llegar a resquebrajar la base ni tampoco las paredes
laterales, con lo cual no se había perdido ninguna superficie de sujeción, de
otro modo hubiera sido casi imposible sacarla de un solo impulso, un auténtico
milagro porque el agujero estaba ya a punto de alcanzar el nervio, pero ahí no
acababa el reto ya que, la posibilidad de que la muela se rompiera en el
intento, cosa no poco frecuente en este tipo de lides, hubiese resultado a toda
vista catastrófica primero porque el número de intentos sería proporcional al
sufrimiento del paciente y aumentar el umbral del martirio podía perfectamente
hacer al muchacho perder la consciencia, aún con esto, lo más peliagudo era que
cuando esto sucede la estructura dental suele ser casi triturada por la
presión de las tenazas , desmenuzándolo
todo en trazas diminutas, incluyendo por supuesto los fragmentos que aún
quedaran adheridos a la raíz , estos resquicios no suponen el mayor problema para las capacidades de una
consulta odontológica , pero hubieran
resultado absolutamente inaccesibles para los alicates, en ese caso el dolor de
la intervención sería el menor de los
problemas para Félix, porque se encontraría con el pavoroso escenario de no
tener ninguna manera de sacar la raíz, al menos ninguna que su actual
odontólogo conociera. Era difícil prevenir que hubiera pasado en tal caso, pero la sola idea de soportar un nervio
dental dañado por la acción de una caries empujaría a muchos al suicidio. Por
todo ello, aquel salesiano nicaragüense contemplaba la muela cargado de
euforia, en muchos aspectos Félix Soto había tenido una suerte increíble.
Afirmar esto parecería irónico viendo como la cara del chaval se contraía y
palidecía, nadie en el mundo le habría podido convencer de ser afortunado, pero
aunque ahora estuviera muy lejos de darse cuenta, la realidad es que tenía
motivos más que sobrados para estar contento.


-Escúchame bien chico-


Don Liberto tuvo que
ponerse serio para poder atraer la atención de su desorientado paciente.


–Ya sé que ahora mismo
lo último que quieres es que nadie te hable, pero aunque te cueste tendrás que
hacer lo que te digo. Lo primero, no abras ni muevas la boca por nada del
mundo, agarra bien la cantimplora y aunque sea incomoda no la apartes ni un
segundo del cachete, dentro de un rato cuando estés algo mejor te daremos un
sobre de Ibuprofeno, el sobre y la cantimplora es lo único que vas a tener para
calmar el dolor y la inflamación, así que vas a tener que aguantar como un
campeón. Y sobre todo escucha bien esto: vas a ir notando como la sangre
amontonada te forma un coagulo en el hueco del diente, ni se te ocurra, ¡repito! Ni se te ocurra escupirlo o
enjuagarlo, ese coagulo te sirve de barrera contra los miles de agentes infecciosos
que pueden atacarte en este momento, en tu situación una infección puede ser
una jodienda de las gordas, así que no dejes por nada del mundo el hueco del
diente libre hasta que yo te lo diga. Espero que me hayas atendido y que hagas
todo lo que te he dicho, aunque no te lo creas todas estas cosas podrían ser
cuestión de vida o muerte-



A Félix le hubiese gustado responderle que sí que se
lo creía, su sensación personal era infinitamente peor de lo que indicaba su
situación real que ya de por si era mala, toda el área maxilar diestra le ardía
como si le hubiera estallado una granada dentro de la boca, pequeños esputos de
sangre mezclados con saliva no paraban de caer por su garganta y le suponía un
esfuerzo titánico respirar sin abrir la
boca, se notaba todo el cuerpo flojo sin un ápice de fuerza ni vitalidad y
empezaba a experimentar una espesa sensación de nauseas, acompañada de un leve,
pero agobiante mareo. Lo único favorable estaba en el detalle de encontrarse
tumbado, era seguro que de haber intentado dar por sí mismo un solo paso, sus
apenas sesenta y cinco kilos de peso se hubieran desparramado por el suelo en
pleno desvanecimiento. Le hubiese gustado llorar pero no tenía fuerzas, de modo que todo lo que pudo hacer es maldecirse
a sí mismo por haber descuidado un detalle tan impresionante como la salud
dental, recordó que estaba citado con su dentista para el martes pasado, el
aturdimiento no le permitía estar seguro pero le parecía recordar que estaba
amaneciendo y era lunes, eso significaba que tendría que haberse sacado esa
muela hace casi una semana, por consiguiente
eran más o menos dos semanas desde que todo se iniciara, su caries fue
detectada con antelación suficiente y de hecho tuvo múltiples ocasiones de
empastarla o sacarla en condiciones mucho más favorables, eso provocó que
cuando los pinchazos puntiagudos pasaran de intermitentes a usuales y la
intensidad de los mismos se volviera cada vez más insoportable al desdichado
Félix Soto no le quedara otra opción que presentarse el Viernes de Dolores en
la consulta de su odontóloga de confianza, quien le suministró una suculenta
reprimenda por su irremediable por su irremediable descuido y la cito sin falta
el martes después de Semana Santa para sacársela; quizás la dentista debería
haber procedido aquella misma tarde, pero la enfermera ya se había marchado y
además eran solo unos días ¿Cómo iba a imaginar aquella mujer que se avecinaba
la Semana Santa más convulsa de la historia? ¿Quién podría haber supuesto que
en esos pocos días el mundo acabaría patas arriba?
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Mensaje  shadowmx Sáb Ago 18, 2012 4:14 pm

Muy buen relato, desde el argumento a las descripciones, me encanta Very Happy
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Mensaje  lestatz Dom Ago 19, 2012 1:59 am

Gracias, en breve colgaré la siguiente entrega, tengo que meterle caña porque mi idea es ir colgándola a medida que la voy escribiendo
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Mensaje  Toletum Lun Ago 20, 2012 8:41 am

Lestatz muy bueno, pero te podria dar un consejo? SI justificaras el texto y dejaras espacios entre parrafos se leeria mucho mejor.
Pero ya te digo escribes muy bien compi.
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Mensaje  lestatz Mar Ago 21, 2012 1:52 am

Toletum, en primer lugar gracias por tus amables palabras. En segundo lugar, tienes toda la razón, en mi proyecto word lo tengo justificado y bien hecho, pero no sé muy bien por qué al colgarlo aquí se me desconfiguró. De todas maneras en las próximas entregas que deje aquí me dedicaré a editarlo bien para que se pueda leer en condiciones.
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Mensaje  lestatz Dom Ago 26, 2012 9:41 pm

Entrega 2 con la que se completa el capítulo 1. Os pido disculpas por qué por algún motivo que ignoro soy incapaz de que el texto se me quede justificado ( alineado) cuando copio y pego de mi propio archivo.
Espero que aún asi le echéis un vistazo y me comentéis vuestras opiniones.

ENTREGA 2:



Mientras Félix se
retorcía entre la tribulación y el quebranto, fuera del lugar la bombona de
camping gas trabajaba para hacer burbujear el cazo donde se volvían a hervir
los alicates, Don Liberto fue taxativo con ese punto los alicates debían
hervirse antes y después de usarlos. Sol que se había quedado abrazada a su
nieto al rebujo del fuego, repartía leche y sobres de café descafeinado, nadie
se quejaba pero ella era la primera que hubiese preferido café de verdad, no
tenían cafetera y era una pena porque bastaría con colocar una encima de la
parrilla y dejarla calentar en la lumbre, mataría por un poco de café recién
hecho a la manera en que la enseñaron de niña, no era tan mayor, de hecho aún
le quedaban algunos años para cumplir los sesenta, un surtido de hachazos sentimentales
le habrían convertido en una vieja prematura, hacía tiempo que sentía vivir una
época que no era suya y la puntilla fue
enterarse de que la adicción
politoxicómana de su hija condujo a esta a meterse en un autobús de
línea camino de Barcelona para ir al encuentro de aquel que dos meses antes la
había apaleado, una ráfaga de aire frío hizo que Sol se estremeciera, si por lo
menos la leche estuviera caliente se sentiría más reconfortada pero el cazo
estaba comprometido en otros menesteres. Entre sorbo y sorbo la tibieza de la
leche humedeciendo sus labios le hizo recordar lo que la psicóloga le solía
decir a escondidas de su hija cuando terminaban las sesiones de rehabilitación,
la terapeuta insistía en que la personalidad de una adicta tendía hacía la
codependencia, y que cuando su hija se desenganchara de las drogas
probablemente necesitaría buscar a un enfermo, necesitaría tener a alguien a
quien salvar. –Tuvo que ser eso- pensaba
Sol -Creyó que podría curarle, que
podría hacerle cambiar- Al final siempre llegaba a esa misma conclusión, esa
constituía su válvula de escape, su forma de dar caza a lo insondable, desde
entonces todo el sentido de la vida era cuidar de Robertito, por un momento su
tez abrupta doblo el entrecejo, le pareció ridículo seguir angustiada por eso
después de lo vivido en los dos últimos quince días, pero en cierto modo tenía
todo el derecho a hacerlo, para ella no existía nada más irracional que una
madre olvidando a su hija en el camino, por eso, cuando se instauraron la hecatombe
y el caos, el miedo no la saco por completo de sus propios anclajes, para ella
la locura ya había estallado mucho tiempo antes.



-En diez minutos
recogemos el campamento y salimos de aquí echando leches-



El autoritarismo
característico con el que Salvador Cortés coloreaba sus palabras era ya
cotidiano en la comunidad pero no por ello menos molesto, Salvador representaba
la versión opuesta a Don Liberto, a diferencia de este, Salvador creía poseer
la legitimidad para ostentar la
soberanía, al fin y al cabo él poseía todos los recursos necesarios para
mantener la pírrica espiga de esperanza a la que todos se encadenaban y esto
era incontestable ¿Acaso no podía
considerarse suyo el medio de transporte que lenta, penosa pero inexorablemente
les estaba posibilitando encontrar una vía de salida hacía el lugar adecuado
para esperar que todo se reorganizara? ¿Quién sino él disponía de las armas de
fuego con las que poder defender sus vidas? ¿Quién más aparte de el curita y su
persona sabían disparar allí? Todo eso por no mencionar los uniformes con los
que se garantizaban tener mudas limpias y las garrafas de carburante, y si bien
es cierto que los alimentos los saquearon colectivamente, sin su aportación
decisiva el asalto hubiese resultado un perfecto fracaso o para ser más exactos
una rotunda casquería humana. Pero lo más importante por encima de todo era que
él, Salvador Cortés cabo primero de la unidad general de fuerza terrestre del
ejercito de España, era la única persona que podía imponer el orden y la
disciplina precisa para hacer que aquella pandilla de civiles temerosos y
desconcertados se convirtiera en un equipo con operatividad suficiente como
para tener alguna mínima opción. Estaba totalmente dispuesto a dejar que fueran
con él, incluso a correr los riesgos necesarios, de hecho ya se había jugado el pescuezo en no
pocas ocasiones y había recogido por el camino a varios de sus actuales, compañeros,
pero todo estaba supeditado a un requerimiento: hacer en todo momento lo que él
dijera, si alguien tenía pensado joder la marrana se quedaría sin ticket en el
bus escolar. Por ello, Salvador Cortés vigilaba, vigilaba y luego de vigilar
vigilaba, vigilaba todo el tiempo, incluso cuando parecía que no hacía nada
concreto, él vigilaba, en su esquema mental no había dejado de pensar en ningún
momento como un miembro del ejercito y no tenía visos de abandonar esa actitud,
y todo ello a pesar de que técnicamente lo que estaba cometiendo era una
deserción en toda regla, no era necesario ser ningún lumbreras para saber que
si se cruzasen con alguna dotación lo más probable es que acabaría dando la cara ante un tribunal
militar, y en estas andaba,
preguntándose si aún habría capacidad
dentro de las fuerzas armadas para desarrollar juicios con garantías cuando un terrible sobresalto vino a robarle
su sosiego, una sensación viscosa se le paseaba la pierna justo después de
haber notado como algo rozaba con su bota, el cabo Cortés tuvo tiempo de
emprender dos acciones: soltar irracionalmente el mapa que andaba escrutando y
buscar la cintura para agarrar su machete de mano, al tiempo que echaba el
cuerpo hacía atrás, el punto primordial de un auténtico guerrero es ser capaz
de moverse sin pensar ni racionalizar nada, en medio segundo de reflexión puede
estar encerrada la diferencia entre vivir o morir, lo sabía hace tiempo, tenía plenamente
interiorizada esta premisa y desde luego estaba convencido de aplicarla sin
fisuras, lo haría en cada momento de su vida y muy especialmente desde que la
Semana Negra cambiará sus existencias para siempre. Indudablemente comportarse
así no es algo exento de riesgos, de modo que, una vez que fue superado el
shock inicial al ver como los impulsivos instintos de defensa del militar casi
le llevan a degollar a Rulfo, un pastor alemán de mediana edad cuya
contribución a la convivencia social estaba siendo inestimable, la reacción
consiguiente fue el estallido de una carcajada colectiva e histérica que por un
lado descargó la tensión condensada ante la posibilidad de un canicidio, pero sobre
todo puso en relieve lo ridícula que se mostraba con frecuencia la actitud de
Salvador, éste algo irritado por la sorna reinante, mando callar a todos
aludiendo al peligro que suponía hacer notoria de una forma tan evidente su
presencia en aquel lugar, todos sabían que aquello no era más que una escusa,
si los gritos de Félix no atrajeron ninguna presencia lo más probable es que
todo el entorno se encontrará desierto como mínimo en un perímetro de varios
kilómetros, algo tranquilizador e inquietante a partes iguales, sin duda si
alguien se encontraba desmoralizada aunque se orgullo le impidiera mostrarlo
era Salvador, el militar no concebía que los planes de evacuación se
ramificaran hasta las zonas rurales, pensó que la situación de emergencia no
requeriría actuar en los pueblos y que en mayor o menor grado los lugareños
continuarían, si no con su quehacer cotidiano, si al menos subsistiendo gracias
a los recursos del campo y la solidaridad compartida, a medida que ganaban
terreno el aguerrido cabo tenía que admitir con una descorazonada melancolía
interna jamás traslucida entre sus acompañantes que tales postulados respondían
más a un deseo que a una realidad. En el Pedroso confiaba encontrar normalidad
después de la desolación y el tormento experimentados atravesando la carretera,
mas al impertérrito militar se le cayó el mundo encima con toda la montura y
complementos varios incluidos cuando al llegar a la pequeña localidad de la
sierra, las casas y calles vacías indicaban, junto con las innumerables marcas
de neumáticos enfilados hacía la autovía de Mérida que el pueblo había sido
evacuado, le provocaba un feroz desasosiego imaginar que la reducida población
autóctona hubiera sido transportado en sentido inverso al que ellos emprendían,
se cuidaron mucho de evitar la autovía por lo que no existía forma de saberlo,
pero de ser ese el caso se estaría enviando a la población directamente a la
boca del lobo, y esa boca era ennegrecida y grande y no paraba de salivar, le
estremecía pensar lo sorprendente que se antojaba el detalle de que nadie
pareciera haberse plantado en rebeldía porque se planteaba así la posibilidad
de que la evacuación no se planteó como una opción sino como una orden, no
tenía nada de estrafalario, él mismo tuvo que obedecer más ordenes inauditas en
cuatro días que en siete años de vida en el ejercito, pero la cuestión que más
le inquietaba era que en tal caso, nada podría asegurar que el lugar a donde se
dirigían no se encontrara en una situación semejante, Salvador evitaba
vehementemente pensar en ello, pues al hacerlo le anegaba un sentimiento de
vértigo y ahogo capaz de hacerle sentir al borde del desmoronamiento como uno de esos edificios centenarios sin
rehabilitar del casco antiguo, era precisamente ese y no otro el estado en que
se encontraba mientras recogía la tienda por eso lo hacía con aquella forma
metódica y aséptica, Rulfo volvió para acercarse nuevamente hacía él como si
oliera su necesidad de apoyo, verdaderamente le estaba cogiendo afecto a ese
animal, de haberle causado algún daño se odiaría a sí mismo mucho más de lo que
hubieran podido odiarle los demás, sabía que el can era alguien en quien
confiar y no para él no se podía decir lo mismo de todo el mundo. De largo
la compañía que más escamaba a Salvador era la callada e inexpresiva presencia del
chico de pelo largo y moreno al que llamaba “El de la venda” no tenía la menor idea de quién era ese pavo
casi adolescente con ese vendaje en la muñeca sobre el que resaltaba
intensamente un dibujo con unos extraños símbolos orientales rodeados por una
leyenda escrita con códigos pictográficos del idioma japonés o chino no estaba
del todo seguro de poder diferenciarlos. Paradójicamente “El de la venda” que
se llamaba Tony, era el que más tiempo llevaba junto a Salvador y al mismo
tiempo del que menos se sabía nada, en cualquier caso, era un prisionero y no
cambiaba nada el que los demás hubieran decidido que fuera tratado como uno
más, alguien no acaba arrestado por la policía militar porque sí, y por otro
lado ese tío se mostraba tan desconcertante que su continuo silencio era
fácilmente interpretable como la atronadora confesión de algo oculto, por eso
no lo quitaba ojo, ni pensaba hacerlo, al cabo Cortés no le importaba que las
cosas hubieran cambiado, no le importaba que el mundo se hubiese vuelto
literalmente loco de remate , aquel elemento no dejaba de ser un prisionero y
allí el seguía siendo la autoridad. Tony no solía abrir la boca pero colaboraba
como todos los demás y en unos pocos minutos los bártulos fueron recogidos, el
convoy parecía listo para arrancar salvo por el detalle de que Félix no parecía
estar en condiciones para reanudar viaje alguno, Alicia acababa de darle el
Ibuprofeno, pero su imagen empeoraba por momentos, habían intentado
incorporarle mínimamente y dejarle sentado, pero se balanceaba a uno y otro
lado, incluso parecía carecer de fuerza para sostener la cantimplora pues la
dejo caer en un par de ocasiones.



-Venga, todos adentro.
Tengo que organizar la carga.



Apenas hubo dicho estas
palabras, Salvador notó como Don Liberto lo desplazaba amablemente unos metros
agarrándole por el brazo.



-Escucha Salvador,
quería preguntarte si es posible aplazar la salida



-Ni hablar, hemos
tardado un día entero en llegar, no tenemos ni idea de lo que puede quedar por
delante, además es peligroso quedarse, hemos dejado muchas pistas de que
estamos aquí



Don Liberto frunció
ligeramente el ceño en actitud preocupada, no pretendía ser desafiante sino
buscar la comprensión de su interlocutor por lo que meditó sus palabras



-Verás, no es un
capricho, es por Félix, parece que empieza a tener fiebre, está bastante débil
y además me gustaría poderle controlar durante estas primeras horas



-Pues póngase al lado
suyo en el Santana y vigílelo con el cacharro en marcha



-Temo que pueda pillar
algún tipo de infección en la boca y eso
complicaría su estado



-Ese no es mi problema,
les dije que hacer eso era una locura, y aparte, si al final pilla algo y todo
se complica como dice usted ¿cambiaría algo por quedarse aquí? No, para nada.
Mire, creo que lo mejor es que lleguemos a mi pueblo cuanto antes, allí seguro
que se le podrá atender en condiciones. Mientras tanto todo lo que se puede
hacer por él es rezar, y de eso usted sabe un rato.



Don Liberto entendió
que el posicionamiento de su compañero era inamovible y abatido dio medio
vuelta para acabar en el asiento de copiloto del todoterreno acorazado, tras
él, uno a uno los miembros restantes de
la expedición más Rulfo ocuparon sus plazas en las bancadas laterales del
Santana Aníbal, Salvador fue el último en subir, puesto que como era
acostumbrado tuvo que encajar la gran cantidad de carga en el espacio
sobrante, una vez todos se encontraran
acomodados, algo que no era fácil porque se veía obligado a comprimirlo todo a
presión, como si fuera el utilitario de un veraneante en plena operación
salida. Eran poco más de las ocho de la mañana y las ruedas del vehículo
militar comenzaron a escarbar surcos en la tierra, estaban en termino municipal de Guadalcanal,
de tal modo que siguiendo escrupulosamente el sendero de las ermitas esa ruta
debía conducirles directamente a la ermita de Guaditoca y desde ahí podrían continuar
su camino hasta Alanís de la Sierra,
punto fijado como check-point desde donde tomarían el desvío hacía Extremadura,
el lugar en el que Salvador albergaba el convencimiento de que encontrarían su
particular tierra prometida, antes claro está debían legar hasta Alanís, eso
podría llevarles un día entero, tal vez dos, todo dependía de lo que se les
fuera apareciendo por el camino.
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Mensaje  shadowmx Lun Ago 27, 2012 5:55 am

Buena continuación, has ampliado la historia de los personajes, y nos permites adentrarnos más en la historia.
Por cierto, ¿Estudiaste odontología? Olvide preguntártelo antes, pero es que haz hecho descripciones muy detalladas en la parte de la extracción
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Mensaje  lestatz Lun Ago 27, 2012 11:17 am

Anda que si hubiera estudiao odontología iba yo a estar pensando en escribir una novela de zombies pa sair de pobre jajajajajaj.

No Shadow, yo de odontología no he estudiado nada, pero de eso se trata la literatura de hacer que las descripciones puedan resultar verosimiles, o cuanto menos parecerlo, de todas maneras gracias por tus amables palabras, a ver si otros compañeros del foro se animan y recojo más opiniones
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Mensaje  viruszombi Vie Nov 02, 2012 8:18 pm

es maravilloso oye sigue escriviendo compañero
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Mensaje  lestatz Sáb Nov 03, 2012 5:16 am

!!Gracias a todos por vuestros ánimos, aquí os mando parte del capítulo II , el cual es más extenso y por tanto iré colgando más dosificadamente:

!!Estado de alarma!. Salvador analizaba para sí el pírrico valor que concedió inicialmente a esas palabras, solía ser un pensamiento recurrente cuando la monotonía le hacía anudarse de cábalas. Con frecuencia su cabeza intentaba componer los hechos ajustándose a una cierta coherencia cronológica, sin embargo todo lo que su capacidad alcanzaba a ver, no era sino la imagen de una estructura de dominó donde las piezas van cayendo una a una arrastrándose entre sí. En el todoterreno nadie prestaba una especial atención a su piloto, la atmósfera allí dentro era densa y corrompida, las escasas y precipitadas paradas no les habían permitido realizar más aseo que el llamado comúnmente como “el lavado del gato”, no podían permitirse usar ni una gota de la escasa agua embotellada de manera que procuraban parar cerca de algún riachuelo o algo que se le pareciera. El silencio dominaba la marcha y solo era alterado por los chirriantes envites que la suspensión emitía al avanzar por el terreno abrupto, para Salvador ese sonido formaba parte de su propia persona, de la misma manera que lo hacían sus patillas estilizadas, su corto pelo moreno o el tatuaje de un caballo que le adornaba el omoplato derecho y que ahora estaba cubierto por su uniforme caqui, estaba tan habituado a ese entrópico ritmo tanto como lo estaba a su propia piel, después de todo no paro de escucharlo durante todas las guardias que le tocó hacer patrullando la antigua base de Herat. En realidad el cabo Salvador Cortés estaba ya muy harto de aquel carro, siempre defendió la idea de que en comparación con el viejo y mítico Land Rover el Aníbal no servía ni para cagar, ya no se fabricaban bestias como ese Rover, tuvo la ocasión de probar alguno de esos en sus primeros años en el ejercito de tierra y los añoraba como pocas cosas, eran una máquina fiel y segura, el compañero ideal, sin duda el mejor todoterreno que se hizo nunca y que jamás se hará, parecía claro que las cosas ya no eran como antes, al menos en lo referido a los cuatro por cuatro. De pronto, como si los pensamientos desmerecedores para con el Santana hubieran tenido el efecto de un conjuro animista, el todoterreno amagó con calarse al atravesar un socavón embarrado, justo entonces los corazones dejaron de latir en el compartimento, Don Liberto giró su rostro, Rulfo lanzó un ladrido y como si ese fuera el anuncio de un fulgurante despertar Salvador optó por achuchar el acelerador acto que bastaría para salir del escollo. Aquello devolvió a Salvador a su particular código de creencias supersticiosas personales e intransferibles, pues concibió la absurda idea de que el Santana Aníbal quiso dejar su impronta, puede que el Land Rover fuera mejor, pero a partir de entonces se guardaría de pensarlo porque su suerte estaba confiada al cacharro hecho en Linares, así que sería conveniente no olvidarlo. Una vez que se retomó el movimiento con una razonable fluidez volvió el tedio entre el pasaje, el polvo reseco sumado a las partículas de tierra incrustadas en los cristales dificultaba la visión del camino, lo cual no impedía observar un cielo cubierto y feucho del que no sería nada excepcional que se escaparan algunas gotas. ¡Estado de alarma! Esas palabras volvieron a su mente igual que vuelven los ecos de acidez estomacal después de una comida pesada. Cuando dicho estado de alarma se decretó oficialmente, el único significado que tenían esos vocablos para él eran los de un permiso de cinco días perdido automáticamente en plena Semana Santa y por consiguiente la adquisición irreversible de un cabreo morrocotudo. El enfado parecía sobradamente justificado, para una puñetera vez que conseguía días libres en fechas señaladas se lo fastidiaba otra puta huelga, había dado por supuesto que se trataría de algo así, ¿qué otra cosa podría ser? La verdad es que en esta ocasión la orden recibida no aclaraba en absoluto la causa, pero él tenía claro que sería nuevamente un paro, probablemente organizado por controladores o pilotos tal y como ya ocurrió algunos años antes, de modo que comenzó a imaginarse a sí mismo repitiendo la dantesca escena de entrar armado a ocupar una torre de control para obligar, metralleta en mano, a que unos tíos que cobran nueve mil euros al mes se dediquen a desempeñar su trabajo. Así fue como paso en las navidades de hacía un par de años y a él, como no, le tocó estar en aquel fregado; resultaba bastante ridículo escuchar sus escusas por la televisión, parece que los chicos pasaban demasiado estrés, Salvador de buena gana se los hubiera llevado a dar una vuelta por Afganistán para que manejaran el concepto de estrés con mayor propiedad. Curiosamente, en aquella primera ocasión en que se decreto aquel estado de alarma los controladores acabaron por caerle bien, aquello terminó por parecerse a una reunión de padres de alumnos que acaban hablando de sus hijos, tema al que Salvador aun teniendo muy poco que aportar le encontró un punto entrañable; además esos tipos no paraban de repetir que los militares les estaban tratando mejor que el personal de AENA y los más irónico del asunto es que seguramente aquella afirmación era cierta. No obstante, y a pesar de la amable experiencia anterior, en este otro momento Salvador se encontraba muy cabreado y ganarse su simpatía habría sido muy complicado puesto que no eran las vacaciones de un país las que se iban por el retrete sino las suyas propias. Apiñado como estaba en esa idea difícilmente podría prever que las paradojas del destino quisieran que fuera su progenitora Concha, quién según él nunca se enteraba de nada, la encargada de insinuar que quizás la incidencia no tuviera que ver con los controladores; detenerse en este punto concreto le resultaba penosamente torturador debido a que le obligaba a sopesar lo seco, tosco y rudo que estuvo durante la breve llamada explicadora que realizó para justificar su ausencia en casa durante los días pactados de Semana Santa; apenas unas pocas frases para mencionar a regañadientes que estaban movilizados y que no sabía por qué, pero que debía tratarse de una huelga o algo parecido, estaba de mal humor por la orden y tenía que preparar el petate por lo que no le apetecía recibir demasiadas preguntas, además su madre podía ser tremendamente intensa cuando iniciaba un interrogatorio y prefería no tener que pasar por ello, tan solo hubo una frase que despertó en él cierto interés casi cuando estaban despidiéndose:
-Oye, y esto de tener que quedarte…¿No tendrá que ver con el jaleo de los hospitales?
Salvador recuperó ese par de segundos de indecisión que nublaron sus pensamientos, acordándose de cómo le descolocaba tener que ser puesto al corriente por su propia madre de alguna información relevante que él mismo bien podría desconocer, bien pensado era cierto que Doña Concha miraba compulsivamente la televisión y que seguramente, su percepción habría interpretado una imagen de alguna leve protesta de enfermeros como signo de alguna alarmante algarada en los centros hospitalarios, desde luego esa era una posibilidad, pero por otro lado no podía olvidar que él mismo vivía completamente ajeno a la actualidad, no tenía televisión, puesto que la odiaba, nunca leía los periódicos y la radio solo la encendía para poner música, de haber ocurrido efectivamente algo realmente serio él se encontraría en total desconocimiento, de hecho no tenía en absoluto una idea precisa de por qué estaban movilizados, por todo ello estuvo fuertemente tentado de indagar sobre la naturaleza de esos supuestos jaleos en los hospitales, pero prefirió zanjar la conversación despidiéndose de forma apresurada y minimizando la situación con el fin de tranquilizar a su madre.
-Colgué demasiado pronto- pensó mientras conducía y entonces ocurrió de nuevo, al tiempo que bregaba con la rígida dirección del vehículo comenzó a notar esa tajante y familiar opresión en el abdomen que ascendía por su pecho, era la opresión de lo nunca dicho, el reproche íntimo de una ocasión perdida y de la que nadie sabe si volverá a presentarse; la negación le acompañaba, no podía admitir que aquella pudiera haber sido su última conversación con quién le dio la vida, renunciaba a reconocer un orden donde esa posibilidad pudiera contemplarse, simple y llanamente para él todo marchaba según lo previsto, todo estaba controlado, se dirigía a casa, a su casa, esa era la realidad, el presente, lo demás no existía, el centro del universo se movía a trompicones por la campiña de la Sierra Norte a una velocidad de treinta y siete kilómetros por hora.
-Creo que Félix está muy malito- Sol mandó callar sin dilación a Robertito tapándole la boca, una forma tan poco sutil como disuasoria, la abuela del niño se hallaba temerosa de que el atrevimiento de las palabras procedentes del pequeño pudieran importunar a los restantes ocupantes del vehículo, aunque pronto se hizo patente que en realidad todos apreciaban que alguien se decidiera espontáneamente por ahuyentar la sensación de participar en un velatorio rodante, absolutamente al contrario de lo que apuntaban los temerosos presagios de Sol, la voz de Robertito además de transgredir el anodino ritmo del compartimento consiguió también desviar la atención hacia Félix, quien parecía querer decir algo y no ser capaz de hacerlo; Alicia que estaba a su lado acercó su oído hasta una distancia razonable para poder desenmarañar lo que no eran más que sonidos ininteligibles, tras unos instantes de atención acertó a traducir algo.
-Necesita una escupidera
-Dale una bolsa de plástico de las que hay detrás y que deje de dar por el culo- sentenció Salvador.
Alicia se estiró y rebuscó de mala gana por las maneras del militar de quien comenzaba a hartarse, hasta que pudo encontrar una bolsa de plástico arrugada que entregó a Félix. Don Liberto se volvió con un notable nerviosismo antes de dirigirse al convaleciente.
-Acuérdate de lo dicho Félix, por nada del mundo escupas el coágulo, además de multiplicar las posibilidades de infección volverás a sangrar con fuerza si haces eso.
-Por lo menos parece que ya no tiene fiebre- apuntó Andrea.
-A lo mejor tenemos suerte y se cura antes de lo previsto- musitó D. Liberto, tras lo cual se volvió a hacer el silencio.
Las nubes parecían contenerse y Salvador no tardó en sumirse de nuevo en sus rememoraciones, en ellas ocupaba un lugar preferente el momento de la llegada al cuartel en la mañana del Martes Santo. ¿Cómo poder olvidar el instante preciso donde se dio cuenta de que nada de lo que estaba pasando tenía que ver con los controladores aéreos? No, categóricamente era posible afirmar que ese asunto fuera lo que fuera era un marrón de los buenos, de no ser así alguien había perdido completamente la cabeza en el Ministerio de Defensa. Aquello recordaba al desfile del Día de la Hispanidad, en torno al edificio de Capitanía General había personal y equipo de todas las unidades de la provincia, la agrupación de apoyo logístico, la subinspección general, el regimiento de trasmisiones y hasta el mismísimo regimiento de artillería antiaérea. Salvador no podía salir de su asombro ante tal derroche de fuerzas. Sin embargo la cosa no quedaba ahí, también se desplazaron unidades de la U.M.E desde la base de Morón y algunos caballeros legionarios alrededor de unos doscientos que suponía debían venir del acuartelamiento general de Ronda. La inmensidad de vehículos militares no solo colapsaban la plaza del ejercito, sino también la práctica totalidad de la avenida de Portugal e incluso el comienzo del cruce con la de la Borbolla, el acceso se había precintado y además de varias patrullas de la Policía Local cortando la entrada desde los dos lados, se veía también como algunos compañeros del cabo primero a los que normalmente les correspondía cubrir la garita, se encargaban ahora de restringir el paso exclusivamente al personal autorizado. Salvador había llegado a la zona por su propio pie, debido a que el ya de por sí caótico tráfico en Sevilla se volvía en estas fechas sencillamente imposible, al intentar acercarse al área precintada comenzó a entrar en un proceso casi catatónico, se vivían días de Semana Santa en la ciudad del Guadalquivir y las espaldas de la Plaza de España podía contemplarse literalmente tomada por las tropas. El paisaje era de película hasta el punto de que los turistas extranjeros se paraban a tomar fotos compartiendo el sentimiento común de que la situación tenía una finalidad festiva, la población local que en buena parte se encontraba engalanada en vistosos ropajes también se detenía curiosa, más era un gesto de preocupación lo que arreciaba en ésta última, que interrumpía así su marcha hacia el rectorado, situado en la antigua Real Fabrica de Tabacos, de donde habría de salir en procesión a las pocas horas la hermandad de Los Estudiantes. Salvador Cortés saludó de manera informal al soldado que controlaba la entrada por el lado de la avenida de Portugal, conocía al chico de visto, aunque no era capaz de acordarse de su nombre, para poder acceder hasta aquel punto tuvo antes que abrirse paso entre la marea de curiosos. A decir verdad a Salvador le habría maravillado que aquello hubiera sido efectivamente un desfile, todo estaba regado de un aura ritual y carnavalesca, paseaba por en medio de un cuadro impresionista compuesto por almendros florecidos, japonesas con la camiseta de Xabi Alonso, capillitas engominados estrenando sus gafas Ray-Ban, azahar regalando olor, gente haciendo fotos, muchas fotos, un sonar remoto de tambores y cornetas, vehículos de guerra aparcados frente al Melía Sevilla, una marabunta rugiente de uniformes, muchachas veinteañeras paseando su esplendorosa juventud en coloridos trajes de gala al tiempo que las envolvía una risa histérica, los clásicos vendedores de almendras dulces, garrapiñadas o globos con forma de Bob Esponja, legionarios desorientados igual que escolares de primaria en el comienzo de curso y a pocos metros de todo esto, El Cid, siempre en su estatua, siempre testigo prevaleciente y figura victoriosa, siempre inerte capitaneando su ardiente senda de luz, sombra y leyenda. ¡Qué festín para los sentidos! ¡Qué orgásmica y fastuosa invasión de estímulos! ¡Cómo añoraba Salvador semejante mezcla de olores, colores y sonidos! ¡Qué doloroso contraste suponía el tener por el contrario como única referencia el terco circular del cuatro por cuatro y el mutismo de sus acompañantes. Tras meditar sobre ello y siendo consciente de que, en buena media había sido él el instigador de ese silencio, resolvió que no vendría mal dinamizar el ambiente dirigiéndose al grupo.
-Parece que se os ha comido la lengua el gato, nadie os ha prohibido que habléis.
Alicia tras escucharle se encontró forzada a reprimirse y es que sintió como su primer impulso le empujaba a mandar a la mierda al conductor, pero acabó determinando que ni tan siquiera merecía honrar tal comentario con una respuesta, su indignación rozaba ya el límite del desbordamiento, pues había creído entender que lo que aparentaba ser un amable ofrecimiento camuflaba en esencia una intención de dominio que llegaba al extremo de marcarles cuando debían hablar. Bien fuera porque compartían la visión de Alicia, bien porque carecían de animo para hacerlo, lo cierto es que no se produjo respuesta alguna al llamamiento, tan solo Don Liberto acabó por justificar el silencio diplomáticamente.
-Deben de andar muy cansados, no creo que hayan dormido bien.
-Pues más vale que se acostumbren-, refunfuñó Salvador para después añadir,
-Creo que va a pasar algún tiempo hasta que durmamos bien-. Tras lo cual lanzó una mirada a la parte izquierda de su asiento donde tenía su fusil Hk G36. Tanto él como D. Liberto tenían las armas a mano, con la salvedad de que Salvador mantenía su fusil cargado con el seguro puesto, mientras que el viejo Cetme L que acompañaba al religioso en su asiento no contaba con ninguna carga. Si el sacerdote Salesiano quería colocar cartuchos, estos debían ser suministrados por Salvador que guardaba un par de cajas cerca del volante, el resto de la munición disponible se encontraba en el falso fondo situado bajo el asiento del piloto. El cabo primero poseía además ceñida a su cintura una pistola reglamentaria Llama M-82, que aunque en este caso estaba vacía por temor a que pudiera accionarse accidentalmente, era fácilmente operativa utilizando alguna de las balas Parabellum 9mm que guardaba en el bolsillo de su camisa, el arsenal se completaba con la ametralladora MG-4E almacenada atrás con el resto del equipaje, pero que en ningún caso podría funcionar sin que él proveyera la munición, eso significaba que Salvador poseía el control directo de todas las armas del vehículo. El propio cabo se hacía plenamente cargo de que en su proceder habitaba un exceso de cautela, era obvio que ninguno de los ocupantes de la zona trasera sería ni tan siquiera capaz de poder cargar la MG-4E , pero su adiestramiento y formación le mantenían en el hábito de ser escrupulosamente receloso a la hora de correr riesgos, por otro lado, guardaba sus reservas con respecto a Tony, ese muchacho al que la policía militar tenía bajo su custodia a pesar de ser un civil, de modo que se sintió conforme consigo mismo en su manera de proceder mientras centraba su vista en el horizonte. El día se estaba definitivamente aclarando a medida que iban dejando el término municipal de Guadalcanal para ir avanzando hasta la Ermita de Guaditoca, la ruta les mostraba un sendero de encinas pobladas de las cuales en algunos casos se habían desprendido algunas ramas obligando al Santana a sortearlas a su paso. Una mirada por el espejo retrovisor denotaba que el cansancio y la desolación fecundaban el entorno, descontando a Félix en estado semicomatoso desde que arrancaron, podían contabilizarse hasta tres personas absolutamente entregadas a los designios de Morfeo, uno era el pequeño Robertito, incluso a ojos de Salvador o mejor dicho, especialmente a ojos de Salvador si alguien merecía soñar era ese niño, le enternecía ver al querubín con los ojos cerrados, consideraba justo que pudiera tener una dulce tregua en medio de un brusco y prolongado despertar, Sol abrazaba por el cuello a su nieto sucumbiendo igualmente ante el sueño, Salvador no se lo reprochaba, estaba demostrando ser una mujer valiente aguantando todas las desavenencias al tope de su capacidad, no se le podía pedir más; en cambio no le hacía la menor gracia que Alicia también estuviera dormida, que el niño y su abuela se relajaran era aceptable, pero la situación requería la concentración y vigilancia de todos, así es como Salvador entendía que debía ser la colaboración dentro de ese vagón, la pereza de esa engreída estaba provocando que Andrea, la otra chica, se quedara sola para atender a Félix, era bastante insultante ver como Andrea se afanaba por sostener la cantimplora en la cara de Félix y entretanto teníamos al siempre enorme Rulfo, expectante, cauteloso, alerta pero en silencio como requería la situación, era de largo el ser en quien más confianza guardaba, con ese pastor alemán a bordo nad
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