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RELATO "LA PELOTA"

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Mensaje  lestatz Sáb Ene 26, 2013 11:25 pm

LA PELOTA

La silueta ensombrecida de sus acompañantes no ayudaba en exceso a calmarle los nervios. Era muy común que, en la caravana y en general en todo el camping se utilizaran las velas para ahorrar energía. Los generadores requerían una buena cantidad de gasolina siendo cada vez era más costoso e inseguro ir a buscarla. A estas alturas, tener que esforzarse por intuir el rostro de quien le hablaba no debería suponer ningún problema para la estabilidad emocional del pequeño. Y sin embargo, Luismi estaba tremendamente disgustado. Le empezaba a resultar irrespirable la oscuridad mientras los tres mayores le miraban a corta distancia, hubiera deseado con todas sus fuerzas que el interruptor de la luz funcionara y lanzarse a por él con toda la energía que su corta edad le permitía atesorar.

-Vamos Luismi se bueno. Dinos cómo te hiciste eso-

A Luismi no le gustaba Nuria. No es que esta joven enfermera de 25 años pelirroja y con pecas, que siempre iba en vaqueros y llevaba camisas de leñador se portara mal con él. Al contrario Nuria, que en el camping hacia las labores de maestra y médico no se portaba mal con nadie, era solo que Nuri, nunca se creía lo que Luismi decía y sus compañeros siempre acababan por echarle la culpa de todo. Pero esta vez estaba siendo peor. Ahora casi todos los mayores estaban convencidos de que Luismi había hecho algo malo y también tenía delante a Roque y Valentín; ellos dos siempre decidían las cosas importantes en el camping. Ahora Luismi se había convertido en algo importante y eso no era bueno, al menos él sentía que aquello no era bueno.

-Bueno chico, Entonces ¿Estás seguro que la herida del brazo te la hiciste al caerte?-

Aunque Valentín pretendía mantener un tono amable y dulce, el eco de su voz proyectaba ciertas resonancias de incredulidad. Valentín era el líder del camping Montroig, sus conocimientos de ingeniería permitieron al grupo optimizar los recursos y desarrollar una infraestructura mínima. Era un tipo serio que rondaba la cincuentena y se había rapado el pelo por comodidad, con un aspecto siempre impoluto y un carácter algo obsesivo y puntilloso, uno de sus mayores terrores era perder sus gafas de visión cercana. Realmente Valentín no sabía tratar con niños y solo trato de ser lo más delicado posible.

-Sí, al caerme ya lo he dicho-

Su voz de niño de ocho años comenzó a sonar quebrada, no entendía porque no habían dejado que su mama estuviera allí con él, comenzaba a sentir la presión habitual que se siente cuando eres niño y estás recibiendo una severa reprimenda, así que el estomago empezaba a contraérsele. Quería llamar a su madre para que lo abrazara porque podía llorar en cualquier momento. Sin embargo, desterró ese pensamiento de su cabeza cuando Nuria comenzara a hablarle después de recibir de Valentín una señal con la cabeza.

-Escucha Luismi. Te vamos a poner un pinchacito. No te dolerá nada y va a ser solo un momento. Es la vacuna del tétanos para asegurarnos de que no te pondrás malito-
Nuria utilizo una de las pocas jeringuillas esterilizadas que quedaban para suministrar la incisión en el brazo derecho de su joven paciente, tras ello la joven enfermera, dio una caricia al chico para despedirse y salió junto con Valentín. En ese momento el peque sabía que lo del tétanos no era verdad, habría aprendido ya a pillar las mentiras de los mayores. Luismi se quedaba con Roque. Roque era un ex trasportista muy aficionado a la caza que en los últimos tiempos había dejado de usar su escopeta por hobbie. Ahora la llevaba siempre encima, su aire recio y su corpulencia imprimían seguridad a su carácter. Roque sonreía al niño y éste le devolvía la mirada con la esperanza de que su acompañante comenzara a gastarle bromas, como siempre hacia. En su lugar, Roque permaneció sonriente junto a su arma de fuego sin decir nada. Este silencio sirvió para que Luismi comenzará a recordar; poco a poco su mente acudió a recomponer las piezas de este extraño puzle en lo que todo se había convertido de repente.
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Tres días antes el crío jugaba alegremente y despreocupado en el campo de fútbol del camping. Otrora, esa zona del complejo era una pista polideportiva donde había una cancha de tenis, una pista de vóley-playa e incluso un campo de fútbol de albero junto a amplias zonas verdes. Antes de que estallara el caos, el camping Montroig era un complejo turístico dotado de todo tipo de facilidades y zonas de recreo para viajeros que buscaban un aire más desenfadado a sus vacaciones. Cuando la humanidad entera se vio desbordada por el apocalipsis, el camping se convirtió por así decirlo en una base militar pero regentada por civiles. Un reducto de supervivientes que se las apañaron en un vasto terreno amurallado para generar electricidad, cultivar alimentos, e incluso criar pequeñas piezas de ganado. Pero lo más importante de todo es que se trataba de un espacio donde se intentaba restablecer una pequeña micro sociedad con todos los parámetros que la barbarie zombi había arrasado. En ese espacio la organización tenía una importancia clave. Las aproximadamente ochenta personas que allí permanecían trabajaban intensamente por no olvidar todo aquello que los hacía humanos y que los diferenciaba del mundo salvaje. Las funciones en el camping estaban distribuidas exactamente igual que si fuera una pequeña ciudad estado, existían los encargados de mantenimiento y energía, los encargados de agricultura, ganadería y pesca, sanidad y por supuesto y exactamente igual que en las ciudades estado, uno de los puntos clave era la seguridad. Al principio el terreno del improvisado fuerte era demasiado extenso e inabarcable, por lo que se decidió acotarlo y fortificarlo con vallas, alambradas y pequeños muros de refuerzo, el trabajo en esa primera fase fue realmente titánico. No obstante una vez todos se vieron afianzados, pudieron apreciar que mereció muy mucho la pena.
Y no hay que mencionar que los siete menores presentes en Montroig tenían para la comunidad el mismo valor que tendría el futuro de la humanidad entera si es que éste pudiera medirse. La antigua pista deportiva se reconvirtió en una escuela para los peques, fue una de las áreas que más tuvo que reducirse ya que tenía una salida al bosque por la pista de vóley y fue necesario amurallarla perdiéndose la zona de vóley y la mitad de la cancha de baloncesto. El terreno del campo de fútbol se mantuvo, pero las porterías se desmontaron ya que las redes y los postes podían servir para otros menesteres. Cada día de lunes a viernes, exactamente igual que si el mundo continuara su marcha, los siete niños del camping Montroig iniciaban sus clases a las nueve de la mañana en el bungalow que antiguamente fue la caseta donde se prestaba el material deportivo. De igual manera cada mañana a las once de la mañana la pequeña clase comandada por Nuria tenía su hora de recreo. Y en uno de esos recreos fue donde comenzó el lío tremendo en el que Luismi se encontraba y que tanto martirio le estaba causando.
Como siempre que tenían libre iniciaron su partido de fútbol, por suerte las edades no estaban demasiado descompensadas; el mayor del grupo era Tobías, un regordete chaval de once años que siempre iba con su ondulado pelo castaño despeinado, por el contrario la persona más joven del camping era lidia, una apocada niña morena de siete años, a la que sin embargo le encantaba jugar al fútbol. Había una niña más llamada Rosa y otros tres chavales, que se llamaban Raúl, Pedro, y Nacho. Eso hacía cinco chicos y dos chicas y el problema de ser siempre impares para jugar los partidos. Cada una de las dos chicas jugaba en un equipo, y Luismi siempre recaía en el de cuatro, porque Tobías que imponía su autoridad y ejercía un cierto acoso sobre él consideraba que era el peor jugador. De la misma manera Tobías obligaba a Luismi a ir a por la pelota cada vez que esta salía de los límites de la cancha perdiéndose por el fondo. Fue en uno de esos viajes cuando ocurrió. La parte posterior del antiguo campo de fútbol era una zona abrupta llena de maleza y arboleda que se prolongaba hasta casi el perímetro alambrado, a Luismi no le gustaba acercarse tanto al perímetro, por allí era fácil tropezar y además se lo habían prohibido, la cuestión es que Tobías siempre acusaba a Luismi de saltarse la norma por su cuenta, cuando en realidad éste le forzaba a hacerlo. Había otra cosa más a parte de tropezar que preocupaba a Luismi, la posibilidad de que la pelota se pinchara o se perdiera; oficialmente era el único balón que quedaba en el campo y si se terminaban los partidos Luismi no quería imaginarse cómo podría ser aguantar a Tobías.
Por ese mismo motivo andaba tan inquieto y preocupado que apenas pudo darse cuenta cuando encontró la pelota que habría sido mejor no haberlo hecho. Era en un pequeño socavón de no más de un metro, el pequeño Luismi vio la pelota en el fondo pero también vio algo que le paralizó automáticamente. Tuvo un impulso de gritar pero el pánico le bloqueó hasta tal punto que parecía que ni el aire entrara por sus cuerdas vocales. En el fondo del agujero algo atenazaba la pelota, no era un animal, aunque se movía, se movía retozando compulsivamente en su lucha por liberarse de unas ramas que dejaban caer su peso sobre lo que sea que fuera aquello. Luismi estaba completamente aterrorizado, pero no podía dejar de mirar al agujero, veía unos pies diminutos y cianóticos al tiempo que unos raidos pantalones de colegial asomaban entre los rastrojos, por fin pudo verle la cara, no tenía ojos, al menos no lo parecían, eran unas pupilas completamente blancas similares a las que tienen algunas personas ciegas, pero lo que más trastocado le dejó fue comprobar que su cuello tenía una incisión de casi veinte centímetros recubierta de sangre reseca y coagulada.
La visión le hipnotizaba, le subyugaba, aquel ser no debía tener más de 6 años y cuando la curiosidad morbosa le hizo fijarse un poco más, pudo comprobar que llevaba una raída camisa que originalmente debió ser blanca, pero que en ese momento ya no podía asociarse con ningún color. Luismi trato de imaginar el conjunto tal y como sería en condiciones normales y dedujo que se trataba del típico uniforme escolar. La criatura emitía un leve gruñido apagado y verle mover las piernas aceleradamente daba una terrible sensación de patetismo y compasión, parecida a la que se tiene cuando se ve a un potro recién parido. Verdaderamente el pequeño Luis Miguel estaba perdido, no sabía que había que hacer en ese tipo de casos y regresó sin decir nada al campo de fútbol sabiendo que le esperaban los gritos, insultos y posiblemente collejas de Tobías, que acabaría acusándole además de haber perdido la pelota.
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-Chaval, ¿Estás bien? Tienes mala cara-

El tono de Roque, se encontraba a medio camino entre la preocupación y el desparpajo. Roque era con diferencia una de las mentalidades más optimistas y guasonas del refugio, sin embargo había algo en su expresión que dejaba a las claras que no las tenía todas consigo, acercaba la mano a su escopeta casi de manera compulsiva y no quitaba ojo del niño. El chavalín podría estar nervioso, era algo perfectamente posible, pero sin embargo su cara no paraba de palidecer y sudaba profusamente. En realidad Roque comenzaba a sentirse tremendamente incomodo, por una parte, lo más probable es que todo fuera una tontería y el chico pronto estuviera otra vez correteando por las instalaciones de Montroig; pero si algo iba realmente mal, Roque no tenía claro que pudiera actuar correctamente. De hecho deseaba más que ninguna otra cosa en el mundo que Nuria y Valentín volvieran con los resultados de la jodida prueba. Por su parte Luis Miguel empezaba a notarse muy cansado, en los últimos dos días apenas había dormido. Fue especialmente dura la velada que todos pasaron la noche anterior. Se activó el protocolo de alarma por primera vez desde que finalizara el asentamiento y nadie tenía muy claro cómo actuar, el grupo de reconocimiento observó una péquela apertura en una de las alambradas, un agujero; algo nimio casi insignificante, un espacio demasiado estrecho para que pudiera caber un cuerpo pero tal vez sí un pequeño animal. Aún así, el protocolo era escrupuloso y todas las preocupaciones eran pocas. Se reforzó convenientemente el desperfecto y se encerró a todos en la llamada zona cero que era en realidad el antiguo comedor de personal del camping. Un espacio diáfano, hermético y conectado con la cocina y el economato donde no faltaban las provisiones. Un pequeño destacamento controlaba el acceso y el perímetro, mientras una patrulla recorría el camping en la búsqueda de cualquier elemento intruso. No sabían en realidad lo que estaban buscando, podría ser solo un conejo, o tal vez un insignificante topo, pero por el contrario, tal vez se había colado un perro asilvestrado y eso sí suponía una presencia bastante indeseable por no mencionar otras posibilidades de la que nadie hablaba pero en la que todos pensaban. Por su parte Nuria como de costumbre intentaba que los niños no alborotaran y procuraba hacer que pasaran el tiempo, con manualidades y juegos de mesa. Pero Luismi no conseguía distraerse, estaba especialmente inquieto y ausente. El niño sabía de alguna manera que todo el revuelo tenía algo que ver con él. Sabía que callarse era exactamente lo que no hay que hacer cuando ocurre algo así, exactamente igual que cuando la clase entera se quedó una hora más porque se le cayó un bote de pintura en un pupitre y nunca lo dijo, exactamente igual que entonces Luismi tenía miedo a hablar. Pero su joven conciencia le martilleaba, era lo suficientemente mayor para saber que si no hablaba podía empeorar mucho las cosas y que cuanto más tarde hablara sería peor. Así que se lo contó a Nuria al oído provocando el consecuente revuelo posterior. Entre muecas de desconcierto su improvisada maestra no cesaba de repetirle si eso era verdad una y otra vez. Las cosas salieron pronto de quicio al percibir todos los presentes que algo no iba bien. Silvia la madre de Luismi corrió a preguntar qué ocurría con su hijo provocando a partes iguales curiosidad y zozobra en el habitáculo. Temerosa de que la situación se desbordara, Nuria corrió a avisar a los guardas de la entrada que rápidamente informaron de las novedades a la patrulla por Walkie-Talkie. En menos de cinco minutos Valentín y Roque estaban en el comedor para llevarse al niño a la caravana uno. La caravana uno era el despacho personal de Valentín y era además utilizada como enfermería y eventual gabinete de crisis, lo cierto es que si lo que se estaba viviendo no era una condenada crisis entonces nada lo era. Valentín no lo había dicho para no generar el pánico y el caos pero junto al agujero de la alambrada se encontraron trozos de tela ensangrentada que parecían de un viejo pantalón, de forma que el relato de Luismi resultaba plenamente verosímil, aunque esto no pudiera decirse. Valentín ordenó a la patrulla de búsqueda que continuara el rastreo con la máxima intensidad y cuidado. Igualmente decretó que se mantuviera retenida a la población de Montroig en la zona cero hasta nuevo aviso. Lo más difícil sin duda fue gestionar la situación emocional de Silvia, la madre de Luis Miguel. La mujer que ya vio perder a su marido en los primeros días de la pandemia se negaba en rotundo a que le alejaran de lo que ya era su única familia, la cúpula trató de explicarles que no sería nada, que necesitaban hablar a solas con el niño, que necesitaban comprobar algo, pero cada explicación solo lograba incrementar el histerismo de la interlocutora Al final Valentín no pudo hacer otra cosa que solicitar a los guardias de la entrada que la sujetaran contra su voluntad para suministrarle una generosa dosis de calmantes, era una medida cruda, extrema e incluso inconveniente porque los medicamentos no abundaban, pero la situación lo requería. Tras superar aquel duro escollo se llevaron a Luismi al gabinete de crisis. En primer lugar y de manera bastante inteligente trataron de jugar con él y realizar todo tipo de actividades que le hicieran olvidarse de lo ocurrido. De esta manera y de forma bastante distendida mientras cenaban, el pipiolo les narraba de nuevo lo que vio dos días antes cuando fue a buscar la pelota. Mientras esto ocurría observaban cada movimiento, cada signo y cada trozo de piel del chico y encontraron algo que les perturbó hasta límites inenarrables; el niño tenía una herida en el brazo, era algo parecido a un corte que según él mismo dijo se había hecho al caerse corriendo. Nadie puso esta historia en duda y de hecho, la propia Nuria se encargaría de curar la herida un día antes. En cambio ahora todo cambiaba, la nueva información aportada por el pequeño trasladaba todo a una nueva dimensión y la tensión así como las prisas comenzarían a arreciar. Todo esto en medio de largas ausencias de Valentín que casi siempre tenía cosas que tratar con el grupo de rastreo y reconocimiento. Así fueron pasando la noche, hasta que Nuria decidiera pincharle por orden de Valentín.
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-Tengo mucho sueño. Por favor ¿me puedo ir ya?-

Roque se sintió a la vez enternecido y algo aliviado al escuchar los pucheros de Luis Miguel, le suponía un tremendo desahogo que el chavalín se comportara como se supone que debe hacerlo un niño cansado y asustado que había pasado la noche en vela. Roque se relajó solo lo justo para explicarle que no debía preocuparse, que en muy poco tiempo estaría desayunándose un par de bollos con chocolate y estaría metido en el sobre. A decir verdad esto funcionó razonablemente bien, al chico le gustaban los bollos con chocolate, además suponía que esa mañana se suspendería el colegio y que podría estar todo el día metido en la cama.
En medio de sus dionisiacas ensoñaciones con bollos y chocolate Nuria y Valentín volvieron a la caravana, su aire era infinitamente más distendido y además estaban acompañados de mamá, que antes de que pudiera pestañear se estaba fundiendo en un tremendo abrazo con su vástago. Valentín comentaba algo al oído de Roque que muy probablemente tuviera que ver con el resultado de las pruebas. Pero las sorpresas no parecían acabar ahí Nuria se acercó a él y le susurró algo al oído

-¿No has visto lo que hemos encontrado para ti?-

La realidad es que su madre se aferro a él tan rápido y con tanta fuerza que no tuvo tiempo de fijarse, pero Nuria traía consigo la pelota, aquella por lo que toda esta locura comenzó, aquel objeto que tres días antes tuvo que ir a buscar porque se había perdido por uno de los fondos del barroso y desatendido campo de fútbol.
Se liberó de su madre y agarró la pelota, agarró la pelota con la sensación de que aquello no era posible, quería estar seguro de que no se trataba de ningún engaño, de ninguna usurpación, de que lo que tenía entre las manos era exactamente eso que pensaba tener. Tras solo un par de segundos no le quedo la más mínima duda. Tenía el mismo barro reseco impregnado en esas mismas zonas que él recordaba, pero había algo más, una mancha más, una mancha nueva, una mancha que no conocía, una visible mancha de sangre reseca. La visión de esa alteración hizo que su mente volviera de nuevo a echarse atrás, y recordó que en realidad había algo que no había contado a sus acompañantes. Recordó que volvió a la zona del campo de fútbol el día después de perder la pelota, sentía una necesidad primitiva, instintiva e injustificada de volver al agujero, quería estar seguro de que todo estaba en el mismo sitio. Pero llegó y el agujero estaba vacío, la pelota no estaba dentro, y no solo eso, tampoco estaba la criatura que había visto sujetar la pelota mientras se retorcía entre ramas en el fondo del hoyo. Recordó mientras miraba aquella mancha nueva cuanto se asustó al ver el agujero vacio, pero nada comparado a cuando giró la cabeza y lo contempló tal cual era, aquello estaba de espaldas, sólo, perdido y desamparado; caminaba despacio entre la arboleda como un cervatillo indefenso y malherido, lo único que aferraba a aquel ser a lo que algún día fue su vida era la pelota que se empeñaba en tener agarrada, tal vez tenía que hacerlo, tal vez la única conciencia que aquel diminuto engendro conservaba era que estaba obligado a ir a recoger la pelota.
Y al mirar la mancha roja y reseca, Luismi derramó una lágrima, pensando en su mudo y extinguido compañero. Una lágrima que descendió por la acartonada deformidad que dibujaba el cuero.



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